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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo
"El Nuevo Mundo: un diálogo de culturas"
Extraído de Noticias secretas y públicas de América
Edición de Emir Rodríguez Monegal
Barcelona, Tusquets, 1984
p. 8-15

 

Encuentro de Pizarro con Atahualpa, que ve por primera vez un caballo. Ilustración de Guamán Poma de Ayala

"Las Leyes de Indias crearon (en el papel) la ilusión de que la América Española era una: el Derecho, la Religión, la Monarquía, eran una. Uno, también, el idioma castellano. (En la América portuguesa, existía la misma ficción legal; sólo variaba la lengua metropolitana). Esa ilusión persistió, y aún persiste, en la imaginación de historiadores de la Hispanidad. Nunca fue real. Porque América Española, o Hispánica, o Ibérica (si se quiere incluir al Brasil), o Latina (para seguir la moda imperial impuesta por los asesores de Napoleón III), nunca fue, ni es, una unidad. Lo que caracteriza a esta América es la pluralidad de lenguas y culturas, el diálogo -no siempre audible- entre grupos rivales y hasta enemigos, diálogo que constituye, para bien y para mal, lo que se ha intentado definir como cultura latinoamericana. Sin embargo, en el período colonial, la ilusión de una unidad era aún más fuerte que hoy cuando se habla (con qué facilidad) del Tercer Mundo. Al desembarcar, tanto los españoles como los portugueses eran portadores de aquellos elementos de unidad que están por encima de cualquier proyecto imperial: una lengua (o casi: la diferencia entre el español y el portugués es mínima), una religión, una idea imperial. Nacida oficialmente el 12 de octubre de 1492, América hispánica parecía firmemente atada por esa triple fundación cultural. La realidad era, fue, es, otra.

La conquista de México y Perú, las hazañas de los Bandeirantes en el Brasil, establecieron la dominación hispánica o ibérica, pero no borraron del todo las culturas prehispánicas. Junto al español y al portugués, sobrevivieron al náhuatl, el quechua y el aymara, el tupí-guaraní: lenguas que se hablan hasta hoy. Aplastadas por la religión oficial, quemados sus libros que hablaban con figuras, abatidos sus "ídolos", arrasadas sus pirámides, las religiones prehispánicas no murieron. Conservaron sus rasgos básicos, o (por un proceso conocido de sincretismo) se injertaron en las religiones del conquistador. El aporte africano, la rapacidad pirática de los holandeses, franceses e ingleses, aumentó la Babel de lenguas y costumbres, y convirtió la pretensión de una unidad cultural ibérica en irrisión. El Carnaval asumió y resumió todo. Debajo de la pátina de Virreinatos y Capitanías, los pigmentos nativos construían otro mapa cultural.

El Nuevo Mundo de Colón y Vespucci fue, en realidad, un mundo viejo, visto como nuevo y romantizado por los lectores de Marco Polo y de las novelas de caballerías. Pero la historia que leyeron Las Casas y los jesuitas era otra: una supervivencia tenaz de las culturas prehispánicas, una voz que no podía ser callada y proliferaba en historias (la del Inca Garcilaso), en crónicas (la de Guamán Poma), o en el atroz relato de la Conquista que los informantes de Sahagún registraron para siempre. El Nuevo Mundo fue un Mundo Nuevo sólo para los conquistadores.

La leyenda de El Dorado habla de un cacique desnudo al que se recubría de oro cada mañana

Contra la versión ufanista y hasta imperial de las historias de América que han propuesto los historiadores oficiales, tanto en las metrópolis como en las colonias, es posible proponer una versión que escuche el diálogo de las culturas: un diálogo que no fue siempre audible en los años que van de 1492 a 1820. Porque las metrópolis se ingeniaron para que circulase solamente la versión oficial. Así fomentaron a Gonzalo Fernández de Oviedo y a Hernán Cortés, a Alonso de Ercilla y a López de Gómara, pero silenciaron la Historia de las Indias de Las Casas, no permitieron que circulase en América el Inca Garcilaso, guardaron a buen recaudo la Carta sobre el descubrimiento del Brasil, de Pero Vaz de Caminha, y extraviaron en una Biblioteca de Copenhague la magnífica denuncia de Guamán Poma. Estos libros, sin los cuales es imposible comprender la época colonial, no son contemporáneos de los lectores de su época: son nuestros contemporáneos.

Una lectura distinta del período es lo que se propone aquí. Una lectura que tiene en cuenta el proceso diacrónico, pero lo corrige con la visión sincrónica de hoy. Que sitúa a los autores en el diálogo de su tiempo, pero no deja de marcar si esta determinada voz (los informantes de Sahagún, por ejemplo) era o no audible entonces. La comprobación de que la Historia no es una entelequia que planea por encima de las culturas, sino un texto que todos escribimos, y (por lo tanto) desescribimos, es la convicción que genera esta antología. A través de la contradicción, del permanente borrarse y reinscribirse el mismo texto de este diálogo, es posible captar en su realidad móvil, ambigua, siempre re-leída, esa cultura colonial que solía ser presentada como armoniosa sucesión de generaciones, de obras, de períodos. No hay, no hubo, armonía. La obra magna de Las Casas no fue leída hasta 1875; Guamán Poma sólo fue editado en 1936; Gregorio de Matos tuvo su primera edición completa en 1969. ¿A qué seguir? La historia y la crónica, y hasta la literatura de la colonia, están siendo escritas ahora mismo.

Captura de Tupac Amaru por el capitán Martín García de Loyola. Ilustración de Guamán Poma de Ayala

Los autores y temas aquí seleccionados pretenden ofrecer un itinerario del diálogo. No son el diálogo mismo porque, para que lo fueran, el libro debería ser tres o cuatro veces más extenso y complejo. Pero, a través de 35 selecciones básicas se ha querido mostrar no sólo la complejidad y pluralidad del diálogo, sino su relevancia para el día de hoy. Las raíces de lo maravilloso americano (un atributo del discurso de América y no de su realidad, como ha demostrado la profesora Irlemar Chiampi) están en ese apetito de maravilla con que llegan los descubridores y conquistadores. Apetito que se refuerza por la visión mágica del cosmos que tienen las culturas indígenas. Y que reforzarán, a su vez, los esclavos africanos, divididos por sus dueños y unificados por sus mitos, sus leyendas, sus religiones. La América que hoy ha sido descrita por Miguel Angel Asturias y Pablo Neruda, por Alejo Carpentier y Octavio Paz, por Gabriel García Márquez y Ernesto Cardenal, por João Guimãraes Rosa y João Cabral de Melo Neto, tiene sus laberínticas raíces en estos libros de crónica y magia, de historia y leyenda, de biografía y hagiografía.

Realidad y ficción, todo es uno en este largo diálogo en que sobran los malentendidos -Colón trae traductores de lenguas asiáticas consigo: Atahualpa rechaza la Biblia que le ofrecen porque no le habla con dibujos; el padre Gaspar de Carvajal pierde un ojo en un encuentro con las Amazonas- y son escasos los interlocutores que realmente escuchan, anotan y aprenden. Para un observador como Ulrico Schmidel, que intuye que el "vestido" de los indígenas es la pintura que cuidadosa y artísticamente se aplican a sus cuerpos, ¿cuántos hay que se escandalizan o quedan fascinados por su "desnudez"? En muchos momentos, este diálogo de culturas es un diálogo de sordos: cómico, irritante, paradójico. A nosotros nos toca convertirlo en verdadero diálogo."

 

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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