| "Guillermo Cabrera Infante" En El arte de narrar. Diálogos. Monte Ávila 
              Editores, Caracas (Venezuela), 1968, pp. 49-80.
 "UNA sola novela ha bastado a Guillermo Cabrera Infante (nacido 
              en Cuba, 1929) para colocarse en la primera línea de los 
              narradores latinoamericanos de hoy. Esa novela, obtuvo en 1964 el 
              Premio Biblioteca Breve de la Editorial Seix-Barral, de Barcelona, 
              con el título de Vista del amanecer en el trópico 
              y en una versión que el autor luego modificaría sustancialmente. 
              Tres años más tarde, con el título ya definitivo 
              de Tres tristes tigres (o TTT, como se suele abreviar), 
              la novela fue publicada en Barcelona y empezó a abrirse camino 
              en el mundo latinoamericano. Actualmente se ha publicado ya una 
              segunda edición al mismo tiempo que la Editorial Alfa, de 
              Montevideo, lanza la segunda edición de Así en 
              la paz como en la guerra, libro de cuentos que, en 1960, había 
              servido para revelar a Cabrera Infante ante el público cubano, 
              y que la Editorial Sudamericana, de Buenos Aires, anuncia la reedición 
              de Un oficio del siglo veinte, libro de crónicas de 
              cine que fue publicado originalmente en La Habana, 1963. Entre tanto, 
              en París, la Editorial Gallimard prepara una versión 
              francesa de Tres tristes tigres, mientras las editoriales 
              Jonathan Cape, de Londres, y Farrar Strauss, de Nueva York, preparan 
              la inglesa. Parapetado detrás de unos lentes oscuros, que apenas si 
              consiguen disimular la mansedumbre triste de los ojos; con un ralo 
              bigote caído que bordea y subraya un poco los gruesos labios; 
              iluminado a veces el rostro por una sonrisa alegre, Guillermo Cabrera 
              Infante parece un niño que se hubiera disfrazado de partidario 
              de Zapata en una de esas películas que celebran (o difaman) 
              la Revolución mexicana. Tal vez la primera impresión 
              sea la del zapatista; pero la que queda sobrenadando en la conciencia 
              y acaba por imponerse es la del niño un poco triste, a pesar 
              de su lucidez, de su felicidad verbal, de su increíble ingenio 
              para hacer saltar y estallar las palabras. No es fácil encontrar 
              siempre el secreto enlace entre el brillo, a ratos insolente, de 
              TTT y la silenciosa timidez de Cabrera Infante. Pero cuando se le conoce mejor, cuando se le trata más, 
              y sobre todo cuando se aprende a leer el texto que corre entre las 
              líneas de su gran novela, entonces la imagen del libro y 
              la del autor acaban por confundirse. Del éxito de TTT, así como de la compleja 
              naturaleza de esta novela, de la obra anterior y futura del autor, 
              de sus recuerdos y proyectos, se habla en este diálogo, grabado 
              recientemente en Londres, donde reside hace algún tiempo 
              el autor cubano. Muchas de las cosas que se dicen aquí por 
              primera vez, ayudarán a situar TTT en un contexto 
              más amplio y preciso que el habitualmente usado por la crítica 
              de esta singular novela. El humor como escollo ERM: ¿Cuál es tu impresión 
              con respecto al éxito que ha tenido Tres tristes tigres 
              en toda América Latina? Y no me refiero sólo al éxito 
              de críticos, casi unánime, sino también al 
              de público.GCI: Quizá si influido un poco 
              por los lógicos ingleses yo quisiera preguntarte a mi vez, 
              ¿qué tú quieres decir exactamente con eso?
 ERM: Quiero decir no sólo que tu 
              novela se ha vendido muy bien, como tú sabes mejor que yo, 
              sino que, teniendo en cuenta que es un libro difícil, que 
              requiere un lector muy atento, un lector con cierto entrenamiento 
              crítico ...
 GCI: Y en Sudamérica con dinero 
              para comprarlo.
 ERM: Ahora hay en toda América 
              Latina un grupo cada vez más numeroso de lectores que se 
              ha acostumbrado a comprar libros de autores latinoamericanos ...
 GCI: ¡Pero mi libro cuesta en Buenos 
              Aires el equivalente de siete dólares!
 ERM: Eso es lo que cuestan allá 
              todos los libros de Seix-Barral, por lo general, lo que no impide 
              que se agoten. Así que vamos a admitir, como punto de partida, 
              la existencia de un cierto nivel de lectores dispuestos a gastar 
              el equivalente de siete dólares en un libro que les ofrece 
              la garantía de una buena lectura. También habrá 
              que pensar que ese lector latinoamericano no sólo es un lector 
              hedónico, un lector que lee por entretenerse, el lector-hembra 
              del que se burla Cortázar en Rayuela, sino que es un lector 
              que está dispuesto a hacer su pequeño trabajo frente 
              a un libro. Entonces, ese lector está ya maduro para Tres 
              tristes tigres, y de ahí el éxito de público 
              de que hablaba. Pero está también el éxito 
              de la crítica. Y no sólo de la crítica especializada 
              de revistas o semanarios literarios, sino incluso la crítica 
              periodística de nivel más superficial y oscilante, 
              han comentado con elogio y general penetración tu libro. 
              A ese doble éxito me refería en mi pregunta inicial, 
              y es tu reacción frente a ese éxito lo que me interesa 
              ahora.
 GCI: Mi reacción, Emir, siempre 
              ha sido, desde el principio, de sorpresa, de real sorpresa. O de 
              sorpresas. La primera vino con los españoles, porque las 
              primeras críticas que leí vinieron de España, 
              enviadas por la editorial o cartas de amigos en España y 
              en Europa, que me hablaban del libro, del placer que les produjo, 
              no sólo a ellos, que eran más o menos cubanos, gente 
              como Juan Goytisolo o Néstor Almendros, sino a sus amigos 
              de España que habían leído el libro. Luego 
              vinieron las críticas españolas y más cartas, 
              de amigos íntimos, de amigos que hacía años 
              que no sabía nada de ellos, de desconocidos, de admiradores 
              súbitos que habían pedido mi dirección a Seix-Barral 
              y me escribían su entusiasmo. Las críticas -españolas 
              o latinoamericanas- me sorprendieron enormemente, no sólo 
              porque sinceramente creo que el libro era -es- minoritario, sino 
              porque siempre pensé que era difícil que alguien lo 
              entendiera, como digo siempre, aun en Luyanó, que es un barrio 
              de las afueras de La Habana. Yo pensaba que era un libro tan local 
              que se podía localizar inclusive en una sola calle de La 
              Habana, que sería solamente comprensible para aquellos que 
              conocieran perfectamente ese habitat alrededor de ese pedazo de 
              calle, porque no es siquiera una calle, sino tres cuadras de una 
              calle, ese pedazo que se llama La Rampa, en el barrio de El Vedado, 
              en La Habana. Pero, en realidad, yo estaba pensando en el lector 
              ideal, no en el lector real. Es decir, en ese lector ideal que, 
              en definitiva, termina por ser siempre el autor.
 ERM: El lector que puede leer todo en 
              el libro.
 GCI: Absolutamente todo. Inclusive las 
              comas.
 ERM: Precisamente, mi pregunta iba orientada 
              en ese sentido. Ya que una de las cosas que a primera vista parece 
              ser Tres tristes tigres es un libro excesivamente local, 
              regionalista a fuerza de precisiones de lugar y de lenguaje. No 
              sólo porque está perfectamente ubicado en un momento 
              determinado de la vida de La Habana prerrevolucionaria, sino porque 
              dentro de ese momento está centrado en un grupo de amigos 
              que lleva un cierto tipo de vida y que emplean un determinado lenguaje, 
              aunque en la novela aparezcan episódicamente otras formas 
              de vida y otros personajes. Esto parecería asegurar al libro 
              una calidad puramente regionalista. Y, por lo tanto, si siguiéramos 
              un razonamiento lógico, podríamos pensar que el área 
              de difusión, o si tú quieres de mera comprensión, 
              del libro sería muy reducida. Sin embargo, mi experiencia 
              me demuestra lo contrario. Como sabes, nunca he estado en La Habana 
              y, por lo tanto, no conozco ni esa zona tan particular que se llama 
              La Rampa, ni conozco demasiado el lenguaje habanero. Esto no ha 
              impedido que el libro me haya interesado muchísimo, que me 
              haya apasionado incluso, al margen de toda circunstancia de tipo 
              regionalista.
 GCI: Creo que si el libro se hace en realidad 
              asequible, es porque es uno de esos libros que, para bien o para 
              mal, tienden a explicarse a sí mismos constantemente. No 
              solamente aparecen allí zonas de la realidad, sino que aparecen 
              comentarios a la descripción de esas zonas. El libro es a 
              la vez obra y escollo. Unos personajes actúan como narradores 
              clásicos, y otros como gramáticos. Entre los escoliastas 
              está, por supuesto, el autor. Todo hace que el lector comprenda 
              más fácilmente de lo que se trata. Además, 
              hay muchas zonas oscuras del libro que están, a mi juicio, 
              hechas asequibles por medio del humor. Si hubiera sido un libro 
              de una narración pura y simplemente dramática, si 
              hubiera sido un libro más patético y, en una palabra, 
              más "serio", a mí me parece que resultaría 
              menos asequible, más complicado.
 ERM: ¿A ti te parece que el humor 
              del libro es como una garantía de universalidad?
 GCI: Absolutamente. El hombre se ríe 
              igual en todas partes.
 ERM: Sin embargo, el humor del libro es 
              en buena medida un humor lingüístico, a base de juegos 
              de palabras, de chistes orales y escritos, algunos contienen alusiones 
              casi privadas. Después de haberlo leído y de conocerte 
              un poco mejor por el trato personal y la conversación, me 
              he dado cuenta hasta qué punto muchos de los chistes de tu 
              libro son asunto privado.
 GCI: Hay humor lingüístico, 
              sí, pero hay más ingenio que humor a veces. Eso que 
              los ingleses llaman wit. Este humor lingüístico 
              no depende exclusivamente del idioma. Es decir, sí depende 
              de la lengua, pero no está centrado en la gramática, 
              sino en las palabras, en el juego de palabras. Tampoco depende del 
              regionalismo idiomático, de los glosarios.
 ERM: Insisto: hay un humor que es sumamente 
              regionalista, que es el que deriva del conocimiento de personas 
              o de hechos locales, o de costumbres, y hay otro que es el humor 
              literario, puramente verbal, que supone el conocimiento exacto de 
              la palabra, e incluso del matiz de la palabra, ya sea en su significado 
              o en su sonido.
 GCI: Este humor explota zonas del idioma, 
              de la lengua, pero también del habla. En mi caso es un humor 
              sintético, que procede por construcción, destrucción 
              y fusión. En ocasiones este humor, este juego de, o con, 
              las palabras actúa como escollo que considera a las palabras 
              o a las frases como inevitablemente clásicas, es decir, convencionales, 
              pero a la vez huérfanas de una explicación, de comentario, 
              de cierta excrecencia necesaria.
 Una trama oral ERM: Creo que estamos complicando un 
              poco el acceso al libro. Tal como está concebido, Tres 
              tristes tigres tiene toda una zona de elementos que son perfectamente 
              asequibles a cualquier lector latinoamericano, e incluso de cualquier 
              origen lingüístico. Hay una situación básica 
              en el libro: la situación de ese grupo de jóvenes 
              que recorren La Habana, o ciertas zonas de La Habana, a altas horas 
              de la noche, y que es una situación general que no tiene 
              por qué darse exclusivamente en La Habana. Además, 
              hay toda una serie de elementos que pudiéramos llamar internacionales, 
              como la música popular, el night club, las fiestas, y esos 
              encuentros eróticos, las aproximaciones nocturnas entre hombres 
              y mujeres. Todo esto forma como una suerte de trama general (no 
              en el sentido de argumento o anécdota, sino de tema o motivo) 
              que es muy característico de la literatura y de todo el arte 
              de hoy. Estoy pensando sobre todo en el cine, en que el tema de 
              "la fiesta" ocupa una parte tan grande.GCI: No sólo de hoy, de todas las 
              épocas, desde un principio -es decir, mucho antes de haber 
              acometido la escritura propia de este libro que conocemos con el 
              título de Tres tristes tigres- pensé en un 
              modelo que me ha fascinado desde que era niño: El Satiricón. 
              Si tú tomas El Satiricón ves que se trata de 
              las aventuras, las múltiples aventuras, de tres individuos 
              clásicos en el mundo romano.
 ERM: Ya sé que eres un gran "satiriconista", 
              y sé también (porque leo tus artículos de Mundo 
              Nuevo) los usos inconfesos ...
 GCI: Confesos ...
 ERM: ... en que has empleado el libro 
              de Petronio, que es, como decía Rousseau, de los que se leen 
              con una sola mano. Pero para no entrar demasiado en lo anecdótico, 
              quería subrayar apenas esto: un tema humano general -la noche, 
              la fiesta, los jóvenes que salen en busca de aventuras en 
              un perímetro muy reducido y muy concreto de su mundo, pero 
              que a la vez repite y multiplica lo que se hace en todas partes 
              del vasto mundo y en todas las épocas- eso está en 
              el centro de tu novela y le da esa validez universal de que hablábamos. 
              Luego, hay además otro hecho que subraya esa misma universalidad, 
              que es todo un sistema de referencias que van desde lo literario 
              a lo musical, pasando por lo cinematográfico, y que son muy 
              de esta época, y que, por lo tanto, encuentran eco en toda 
              América Latina. Tú presentas en la novela pequeños 
              cuadros, pequeños episodios, que están escritos a 
              la manera de la narración contemporánea, ya sea en 
              la literatura o en el cine. Y vuelvo a insistir en el cine, porque 
              me parece muy importante. Leyendo tu libro, me encontré con 
              una cantidad de viejos amigos, ya sea a través de referencias 
              literarias, ya sea en la alusión a una película, ya 
              sea a la música. Todos estos elementos, que son además 
              muy característicos de una cultura viva de nuestra época 
              en América Latina; es decir, esa cultura que no desciende 
              de las aulas, sino que sube de las salas de cine de barrio, de las 
              páginas de los periódicos, de las tiras cómicas, 
              de los aparatos de radio; toda esa cultura que hemos absorbido al 
              mismo tiempo y en lugares tan distintos, tus personajes, tus lectores 
              y tus críticos. Esto justifica, me parece, la reacción 
              casi unánime frente a tu novela: reacción que está 
              hecha del reconocimiento de la existencia de un lenguaje común, 
              más allá de las diferencias de detalle. Por ese lado, 
              me parece que la novela no sólo no es nada regionalista, 
              sino que está apuntalada firmemente en elementos muy básicos. 
              También me hace pensar, naturalmente, en lo que ocurría 
              en el caso del Ulysses, de Joyce, el paradigma del libro 
              a la vez regionalista y universal. No sé si te resultará 
              irreverente une lo introduzca ahora en este diálogo.
 GCI: ¿Por qué irreverente?
 ERM: Irreverente porque el Ulysses 
              es una obra que se trae y se lleva tanto que ha terminado por resultar, 
              como el también traído y llevado Proust, una especie 
              de poncif. Pero sigo: me parece que con tu novela ocurre 
              algo similar a lo que ocurrió en su tiempo con la obra de 
              Joyce. El Ulysses es un libro extraordinariamente regionalizado, 
              un libro que se sitúa en una zona muy particular y muy precisa 
              del lenguaje y de la realidad ingleses, aunque en este caso habría 
              que decir: irlandeses. Lo que no impide que el libro sea tan universal 
              como el Quijote, otra obra maestra del regionalismo. Ahora, 
              en el caso de tu libro, ¿cómo ves tú el problema?
 GCI: Creo que Tres tristes tigres 
              es un libro más que regionalista, local, y más que 
              local es un libro total y absolutamente personal. Joyce tuvo siempre 
              un refugio -por no decir un subterfugio- en la armazón, por 
              lo menos de confesar o de confiar ya desde el título que 
              tenía una armazón, es decir, que tenía un modelo 
              al que seguía más o menos fielmente, modelo que todo 
              el mundo conoce, que es la Odisea. Pero en este caso yo creo que 
              mi libro es mucho más limitado. No estoy siendo modesto, 
              ya que por limitado me refiero a la zona de realidad y al posible 
              parangón literario. Pero todo lo que has señalado, 
              Emir, no es más que la anécdota. Inclusive lo que 
              has mencionado como el cine y la música, ciertos personajes, 
              ciertas situaciones clásicas o modernas, son las claves o 
              las llaves para entrar en ciertas zonas del libro, y son claves 
              anecdóticas. Pero yo creo que la trama específica 
              del libro es más restringida o estricta que la región; 
              yo creo que esa trama es oral. Es decir, la palabra y la palabra 
              hablada.
 ERM: A eso iba precisamente. Es cierto 
              que lo que hace accesible tu libro para un grupo de lectores diseminados 
              por todo el continente latinoamericano es, no hay duda, la presencia 
              de esos elementos anecdóticos comunes, pero no son ellos, 
              sin embargo, los que van a convertir al lector de tu novela en un 
              adicto, un lector cómplice. Lo que asegura la permanencia 
              del lector dentro del libro, y la resonancia del libro terminada 
              su lectura, es precisamente la creación verbal. ¿Qué 
              te parece si ahora examinamos este aspecto?
 GCI: ¿Tú quieres que hablemos 
              concretamente de Tres tristes tigres como ejemplo?
 ERM: Exclusivamente.
 GCI: No sólo en cuanto a lo puramente 
              verbal, sino a lo que podemos llamar absolutamente oral, mi primera 
              preocupación -y es una preocupación anterior a este 
              libro- fue y ha sido siempre la de tratar, ver la manera de conseguir, 
              llevar al plano literario el lenguaje que hablan todos los cubanos. 
              Como tú sabes -y no sé si ocurre en Uruguay, pero 
              creo que sí ocurre- en Cuba hay un fenómeno que es 
              totalmente distinto al fenómeno verbal que ocurre en Inglaterra. 
              Todo el mundo sabe que en Inglaterra hay una diferencia básica 
              en el lenguaje que marca nítidamente las diferencias de clase. 
              Es decir, que un obrero aquí habla totalmente diferente a 
              como habla un profesional y un profesional habla absolutamente distinto 
              a como habla un miembro de la clase dirigente, o un miembro de la 
              nobleza. Eso en Cuba no ocurre ni ocurrió nunca. Es decir, 
              que yo tenga noticias directas y por directas quiero decir auditivas. 
              Es decir, los cubanos todos hablamos absolutamente igual. Yo ahora 
              podré estar marcando un poco más las eses para que 
              se me entienda mejor cuando se haga la transcripción de la 
              entrevista, pero estoy absolutamente convencido de que no hay diferencia 
              entre cómo hablo yo, y cómo habla un conductor de 
              ómnibus en La Habana -eso que se llama en Cuba un guagüero-, 
              de cómo habla un político cubano de ahora y hablaba 
              un político cubano de hace tiempo. Es decir, el contenido 
              podrá ser distinto en cada uno de los casos, pero la forma 
              oral es totalmente la misma. Lo que sí hay en Cuba, Emir, 
              son diferencias regionales en el habla y esto está, creo, 
              bien marcado en los TTT. Uno de mis experimentos o una de 
              mis preocupaciones era tratar de llevar este lenguaje básico, 
              convertir este lenguaje oral en un lenguaje literario válido. 
              Es decir, llevar este lenguaje si tú quieres horizontal, 
              absolutamente hablado, a un plano vertical, a un plano artístico, 
              a un plano literario. Es decir, pasar de ser un lenguaje simplemente 
              hablado a un lenguaje escrito. Creo que lo dije en una entrevista 
              que me hicieron una vez en Cuba, que yo creía que el escritor 
              cubano que consiguiera hacer esto estaba consiguiendo lo mismo que 
              hicieron con el lenguaje americano Mark Twain y Hemingway. Yo partí 
              siempre de esta consideración. También -y se lo escribí 
              a Calvert Casey hace tiempo, casi en broma-, había en el 
              libro una intención de hacerle a la literatura cubana un 
              regalo de Pascua Florida. Es decir, que yo le estaba haciendo un 
              homenaje a lo que considero que son las formas de hablar y de escribir 
              el cubano. Las parodias están en el libro por eso. Y nunca 
              me preocupé si ese lenguaje y si esos escritores, si esas 
              formas de conversación, esas formas de escritura eran o no 
              eran asequibles a la mayoría de los lectores que hablan o 
              que leen español. Alguien me dijo que Carpentier había 
              comentado el libro diciendo que la parodia de él -que por 
              cierto le molestó bastante- estaba bien conseguida pero que 
              yo me había tomado un trabajo verdaderamente inútil, 
              porque si hubiera hecho parodias de escritores como Balzac, como 
              Zola o Flaubert -es decir, si hubiera hecho lo que ya hizo Proust- 
              las parodias habrían tenido sentido. Esta declaración 
              muestra dos tendencias totalmente opuestas, irreconciliables, en 
              la literatura cubana y en la literatura latinoamericana, por no 
              decir en toda la literatura. Precisamente de lo que se trataba era 
              de escribir lo no escrito, de hacer parodias de escritores cubanos, 
              conocidos o desconocidos, o de escritores entonces desconocidos, 
              porque cuando yo empecé a escribir TTT, Lezama era 
              un escritor absolutamente local, y en lo que medió entre 
              la escritura y la publicación del libro, Lezama se convirtió 
              en un escritor conocido y comentado no sólo en toda América 
              Latina sino en España y más allá de las fronteras 
              del idioma. Lo mismo ocurrirá con otros escritores que aparecen 
              parodiados en el libro, como Virgilio Piñera, que es uno 
              de los primeros escritores de América Latina y que está 
              muy localizado dentro de las fronteras del español que se 
              habla y se escribe en las Antillas. Partí de esa consideración 
              y como tú ves es una intención total. La misma intención 
              que me llevó a convertir o a tratar de convertir el idioma 
              oral cubano en un idioma escrito, me llevó también 
              a tratar con la materia, o no con la materia, con el estilo de ciertos 
              escritores cubanos sin hacer ninguna concesión ni ninguna 
              distinción. Ahí está la esencial diferencia 
              entre un escritor como Carpentier y un escritor como yo. Carpentier 
              lidia con contextos, yo trato con textos. El contexto es siempre 
              en Carpentier muy conocido de antemano, territorio no sólo 
              explotado sino cartografiado y hasta ilustrado. Fíjate que 
              él habla de Haití y las guerras napoleónicas, 
              de las Antillas durante la revolución francesa, de la selva 
              -o más que de la selva, de la jungle- que no es sino una 
              selva literaria, mítica, precisa o minuciosamente recorrida 
              antes por Malraux. Incluso cuando habla de Cuba es la Cuba cronicada 
              del siglo XVIII o una Habana de tiempos de Machado que se parece 
              demasiado a un Dublín del libro de Liam O'Flaherty. Para 
              Carpentier lo cubano es siempre tópico, referencia literaria 
              y su lenguaje está siempre en función de la traducción, 
              es decir, de lo traducido y lo traducible, porque trata de partir 
              de -no de llegar a- lo universal, y hasta su estilo hay que buscarlo 
              en los diccionarios, en el diccionario ideológico como hice 
              yo para construir su parodia. Pero esas exploraciones a través 
              de avenidas no me interesan. Tampoco hago diferencias entre el lenguaje 
              de un escritor y el lenguaje de un guagüero, porque para mí 
              no hay ninguna diferencia esencial entre un guagüero y un escritor.
 ERM: Es claro que desde el punto de vista 
              literario hay una diferencia: lo que el guagüero habla no queda 
              registrado, y por lo tanto no es literatura, y lo que el escritor 
              escribe sí aparece registrado en sus libros.
 GCI: Yo creo que el lenguaje los trasciende 
              a los dos por igual. El lenguaje es una suerte de eternidad verbal 
              que estaba antes que ellos y que estará después de 
              ellos. Tres tristes tigres es o pretende ser una incursión 
              en esta eternidad, una excursión al lenguaje. Creo o quiero 
              que estén aquí lo que habla el guagüero y lo 
              que escribe el escritor -o viceversa.
 Ni un bongosero, ni un actor, ni un fotógrafo ERM: Otro tema que ha preocupado a la 
              crítica latinoamericana, y que asoma directa o indirectamente 
              en sus juicios, es el tema de los posibles elementos autobiográficos 
              que contiene tu novela.GCI: Rechazo enfáticamente cualquier 
              imputación esencialmente autobiográfica que se quiera 
              hacer a la novela. Sé que mucha gente ha tratado de identificar 
              a los personajes del libro con "personas vivas o muertas"; 
              que incluso han llegado a decir y a creer que más de un personaje 
              en el libro representa al autor y que en TTT no hay sino 
              varios alter egos, que el libro está plagado de alter egos. 
              Lo que es simplemente ridículo. En TTT hay muchas 
              voces, más o menos reales; lo que sí hay son diversas 
              formas de hablar reconocibles atrapadas entre las dos tapas del 
              libro. Pero no me reconozco en ninguna de esas vidas. El libro, 
              por ejemplo, está lleno de borrachos, de verdaderos alcohólicos 
              y tú sabes muy bien que yo bebo raramente por no decir nunca, 
              que ni siquiera me gustan los aperitivos. Tampoco soy un bongosero. 
              Ni un actor. Ni un fotógrafo. Ha habido críticos que 
              han tomado al libro inclusive como una galería de retratos 
              ejemplares de la juventud cubana antes de la Revolución, 
              para luego demostrar cómo esa zona de la población 
              cubana no estaba preparada para "lo que vino después". 
              Cualquiera que me haya conocido a mí alrededor de 1958 sabe 
              hasta qué punto mi vida era esencialmente diferente a la 
              de los protagonistas de los TTT -me refiero en el orden de 
              la militancia política. Si algo muestra el libro no es lo 
              que yo era de acuerdo con la cronología ficticia del libro 
              sino con su cronología real. En Tres tristes tigres 
              hay más autobiografía -esencial narración de 
              la vida íntima- de lo que el autor era entre 1961 y 1966, 
              que de lo que fue de 1953 a 1958 su vida externa.
 ERM: Tal vez algunos críticos hayan 
              oído decir, lo que creo que es cierto, que uno de los personajes 
              del libro fue en la vida real una cantante de boleros, famosa y 
              de muerte trágica, y de ahí hayan deducido que toda 
              la novela es un roman à clef, llena de personajes reales, 
              de la misma manera que cuando empezó a salir A la recherche 
              du temps perdu, todo el mundo quería saber quién era 
              la condesa de Guermantes o quiénes eran, realmente, Odette 
              y Swann y Albertine.
 GCI: No voy a lamentar haber escrito el 
              libro todo en primera persona porque tengo razones muy válidas 
              -es decir, literarias, es decir, artísticas- para haberlo 
              escrito en primera persona, razones que son obvias o debieran serlo, 
              ya que TTT no es una colección de retratos pero sí 
              es una galería de voces. No voy a lamentar esa o esas primeras 
              personas, pero sí quisiera repetir con Somerset Maugham 
              cuando en Cakes and Ale dice que lamenta haber empezado 
              a escribir la novela en primera persona porque todo el mundo pensará 
              que el yo del narrador es el del autor. Supongo que es inevitable. 
              ¿No hay gente que todavía piensa que Raymond Chandler 
              es Philip Marlowe? Como tú sabes, no puede haber dos seres 
              más diferentes. Es cierto que hubo una cantante de boleros, 
              que yo conocí, monstruosamente gorda, que insistía 
              en que ella "llegaría" mientras que no era 
              más que una especie de vagabunda. Es cierto que esa cantante 
              "llegó", que fue famosa y que salió 
              de Cuba y murió fuera de Cuba -no en México sino en 
              Puerto Rico. Eso es cierto, pero ahí empieza y termina toda 
              mi relación o toda la relación del escritor con el 
              personaje de la vida real, esa cantante que, por supuesto, ni siquiera 
              se apellidaba Rodríguez.
 ERM: Cuando hablo de elementos autobiográficos 
              no me refiero sólo a la anécdota, sino a otro tipo 
              más profundo, o sutil, de aparición de lo autobiográfico 
              en una obra de arte. Algo que en tu caso tal vez tenga más 
              que ver con la actitud lingüística, o la estructura 
              oral del libro y sobre todo con una manera de ver las cosas y de 
              practicar el humor que puede ser en definitiva muy autobiográfica.
 GCI: Creo, Emir, que tocaste aquí 
              algo que trasciende la materia de la literatura, y que es el estilo, 
              la forma, la literatura misma. La literatura impone, necesariamente, 
              cambios, mutaciones más misteriosas que las de los genes 
              porque no son naturales sino artificiales, es decir artísticas. 
              Uno de estos agentes mutantes, misteriosos, metafísicos es 
              el humor, que equivale a una actitud no sólo frente a la 
              literatura sino frente a la vida. Pero en la literatura entra también 
              otro componente raro, que es la misma escritura. No sé si 
              me explico, porque estamos tocando bordes que presiento vagamente. 
              Vamos a poner como ejemplo libros pretendidamente autobiográficos, 
              como los de Henry Miller, escritos por Henry Miller que pretende 
              ser "Henry Miller" y narrados por "Henry" 
              Miller, o por Henry "Miller", cuando no del todo 
              por "Henry Miller", pero nunca narrados realmente 
              por Henry Miller ni escritos realmente por "Henry Miller". 
              Si tomamos el Trópico de Cáncer, por ejemplo, 
              y confrontamos al Henry Miller entre comillas con el Henry Miller 
              de la realidad veremos qué distintos son. Podrán parecerse, 
              pero se parecerán tanto, que serán totalmente diferentes. 
              Tratar de escribir una autobiografía así es tratar 
              de alcanzar el horizonte, cosa imposible. Para ponerlo en términos 
              actuales es un acto que intenta negar el principio de non-allness 
              de la semántica. Eso que Korzybski define con la frase 
              "El mapa no representa todo el territorio". La 
              narración de una vida no representa todo el territorio vivido 
              porque entonces habría que disponer de otra vida -vacía- 
              para contar la vida vivida. Hay que escoger y cuando se trata de 
              escoger, en literatura, el que escoge es siempre el artista.
 ERM: De acuerdo. Pero puede haber una 
              obra literaria que presente aspectos de la vida personal del autor 
              aunque de tal manera, transcritos, que pierden el carácter 
              anecdótico, o en que la anécdota sea apenas una metáfora. 
              Pienso, por ejemplo, en el famoso cuento de Borges, "El 
              Sur", en que el único elemento directamente autobiográfico 
              es la circunstancia de que tanto Borges como Dahlmann, el protagonista 
              de su cuento, se golpean contra una ventana abierta al subir, corriendo 
              y distraídos, una escalera oscura. Todo lo demás en 
              el cuento difiere de las circunstancias precisas de vida de Borges. 
              Y, sin embargo, el cuento es totalmente autobiográfico en 
              el sentido de que el personaje es una máscara, una persona, 
              por medio de la cual Borges crea una metáfora profunda de 
              su situación de creador, escindido entre dos mundos, entre 
              dos culturas, entre dos lenguas.
 GCI: Me alegro que hayas llegado a este 
              cuento. Creo que lo que es totalmente autobiográfico allí 
              es la lectura de un cuento de Ambrose Bierce, "An occurrence 
              on the Owl Creek Bridge", que seguro precedió la 
              escritura del cuento de Borges. Cuando leí "El Sur" 
              no me preocupó saber si Borges se había dado un golpe 
              al subir una escalera y si por poco muere de septicemia, ni siquiera 
              si soñó o pensó el delirio de Dahlmann. Lo 
              que me llamó la atención era la coincidencia del procedimiento 
              empleado por Borges con el empleado mucho antes por Bierce. Lo que 
              me preocupó era saber si Borges había leído 
              o no el cuento de Bierce, que ya antes había tenido un lector 
              tan atento como Hemingway, que yo mismo había leído 
              y copiado, técnicamente, en un cuento titulado "Resaca".
 ERM: Yo te replicaría que si, biográfica 
              o autobiográficamente, la lectura de Bierce es correcta (y 
              cabe suponer que lo sea), si ese elemento de realidad palpable -Borges 
              leyendo a Bierce y siendo influido por éste para concebir 
              "El Sur"- es verificable del punto de vista estético 
              lo más autobiográfico del cuento no es ese fragmento 
              posible de realidad biográfica sino esa metáfora borgiana 
              que es el cuento mismo.
 Una intención ecológica ERM: Pero nos escapamos de tu novela. 
              Quisiera volver a ella, pero desde otro ángulo. Siempre me 
              preocupó averiguar exactamente cuál es su origen; 
              es decir, de dónde arranca realmente Tres tristes tigres.GCI: Título que todavía 
              te cuesta trabajo decir de corrido.
 ERM: No sólo que todavía 
              me cuesta sino que me costará hasta el final de mis días. 
              Para mí, la única manera de pronunciarlo es hacer 
              la trampa de una pequeña pausa entre palabra y palabra. Pero, 
              volvamos al origen de tu novela.
 GCI: ¿El origen de cuál 
              de las novelas?
 ERM: Bueno, acepto. El origen de Tres 
              (pausita) tristes (pausita) tigres, que es la única 
              que se ha publicado de la serie de novelas que fueron anunciadas 
              bajo distintos títulos y como si siempre fueran la misma.
 GCI: Mira, hace bastante tiempo que tenía 
              intención de escribir un libro, no sé si se iba a 
              llamar novela, si se iba a llamar de otra forma, si iba a ser una 
              colección de relatos o un gran poema sobre La Habana, La 
              Habana que yo conocía, La Habana de noche y que, desde el 
              momento en que empecé a pensar en la posibilidad de atrapar 
              en un libro esta Habana era, como te darás cuenta, porque 
              estaba desapareciendo. Es decir, estaba comenzando a imaginar cómo 
              se vería la luz de una vela cuando está apagada precisamente 
              porque esa vela ya no estaba encendida. Esto fue a comienzos de 
              1961. Siempre tuve el modelo de El Satiricón, volviendo 
              a ese libro. Yo quería describir unas formas de vida que 
              conocía, bien de primera mano o por referencias directas, 
              pero que a mí me parecía que tenían por sobre 
              todo una gran posibilidad literaria. Entonces ocurrió otro 
              de los elementos que tú puedes llamar autobiográficos 
              o biográficos o simplemente gráficos -la muerte de 
              esta cantante negra, Fredy, hecho que a mí me conmovió 
              porque la había conocido a través de un largo período 
              de tiempo. Y no solamente la había conocido sino que sabía 
              cuál era su destino personal, qué deseaba ella como 
              destino, cómo ella misma concebía su vida ideal. Esto 
              coincidió con un incidente del que se ha hablado mucho pero 
              que se conoce muy mal fuera de Cuba, que es lo que ocurrió 
              cuando mi hermano Sabá Cabrera hizo una película, 
              un breve film de 25 minutos llamado P. M., que era nada más 
              y nada menos que un ejercicio de free-cinema sobre la música 
              y el baile popular cubano, donde la cámara se paseaba por 
              los bares de los muelles en La Habana Vieja -una visión inocente 
              y por ello mismo reveladora de la vida cubana esencial. La exhibí 
              en el programa de televisión que tenía el magazine 
              Lunes de Revolución, que yo dirigía. Cuando 
              mi hermano y el fotógrafo del film, Orlando Jiménez, 
              fueron a solicitar un permiso para exhibirla en los cines, no solamente 
              les negaron este permiso sino que la copia fue secuestrada por la 
              Comisión Revisora de Películas. Es decir, por el ICAIC. 
              Siguieron una serie de incidentes que relataré brevemente, 
              porque es importante para comprender por qué TTT es 
              TTT. Esta era la primera vez que en la Revolución 
              se prohibía un film por razones no políticas. Es decir 
              que era la primera vez que las disputas entre facciones artísticas 
              -entre el ICAIC y Lunes de Revolución- tomaba un cariz político 
              y una de las facciones -en este caso el ICAIC- se vestía 
              con el ropaje de la ortodoxia revolucionaria. El esquema se ha repetido 
              muchas veces porque el ICAIC, y las fuerzas artísticas que 
              estaban detrás del ICAIC, ganaron en toda la línea. 
              Pero para que ganaran hicieron falta no pocas escaramuzas y una 
              gran batalla. La gente de Lunes, junto con la Casa de las 
              Américas -que entonces era un bastión del liberalismo 
              artístico- y los elementos más jóvenes y entendidos 
              de los problemas del arte, no sólo en el socialismo sino 
              en el siglo y en la historia, hicimos un manifiesto protestando 
              de la medida por arbitraria y abusiva. En cualquier lugar del mundo 
              -en París, en Londres, en Nueva York o aun en Ciudad México 
              o en Caracas- hubiera sido una protesta por un acto de censura no 
              loable pero tampoco criminal, cosa que pasa todos los días, 
              las censuras y las protestas a las censuras. En la Cuba de 1961 
              se convirtió en una verdadera guerra por el poder cultural 
              y todo vino a parar en las famosas Conversaciones en la Biblioteca, 
              cuyo epílogo fue la condonación de la censura a P. 
              M. y la condenación de Lunes de Revolución, 
              que sería liquidada tres meses más tarde con el pretexto 
              de que no había suficiente papel de imprenta. Pero la reacción 
              oficial contra P. M. me hizo ver que no era a mi hermano 
              y al fotógrafo, entonces muy jóvenes, a los que se 
              condenaba. Ni siquiera a Lunes de Revolución por el 
              crimen de su desobediencia. Tampoco al corto cinematográfico. 
              Sino a las formas de vida que el film reflejaba con tanta fidelidad. 
              La virulencia de la condena y el hecho de que nunca se rectificara 
              aquella injusticia (hay que decir que luego en Cuba se repudiaría 
              la etapa en que se condenó a P. M. y a Lunes 
              a la nada, que luego los "crímenes" cometidos 
              en este tiempo serían imputados a una facción stalinista); 
              todo esto me hizo comprender que esas formas de vida a las que P. 
              M. descubría su poesía, ese mundo del choteo criollo, 
              del relajo cubano, de la pachanga de donde habían surgido 
              todas las formas musicales cubanas, estaba incoerciblemente condenado 
              a la desaparición. Entonces, yo quise hacer P. M. por 
              otros medios, perpetuar la vida a una especie y a su medio. Quise 
              hacer de la literatura un experimento ecológico, que no es 
              más que perpetrar un acto de nostalgia activa. De ahí 
              surgió verdaderamente el libro. Estando un día haciendo 
              guardia de milicia en una entrada lateral del periódico Revolución, 
              a los dos o tres días de enterarme de la muerte de Fredy, 
              comencé sentado frente al buró de chequeo a escribir 
              -cosa muy curiosa porque nunca lo hago- a mano el primer relato 
              de "Ella cantaba boleros". Ese relato fue publicado 
              en uno de los últimos números de Lunes, junto con 
              otros fragmentos de novelas o poemas, en un número llamado 
              "Obra en Construcción". Ya en la nota introductoria 
              que escribí yo mismo a este relato hablaba de la intención 
              de hacer un libro que capturara o reflejara este habitat en el que 
              un animal tan patéticamente típico como La Estrella 
              se había movido con entera libertad. Esa es la intención 
              ecológica: hablar de esta fauna nocturna y de su Habana. 
              El libro en ese entonces tenía un título terriblemente 
              pretencioso, terriblemente "poético" entre 
              comillas. Se llamaba La noche en un hueco sin borde. Y ese 
              es el verdadero comienzo de este libro que más tarde publicó 
              Seix-Barral con el título de Tres tristes tigres.
 Hacia una zona absolutamente ética ERM: ¿Hay un intermedio de otro 
              título?GCI: No hay un intermedio de otro título 
              sino de otro libro, la novela que ganó el premio Biblioteca 
              Breve, que es Vista del amanecer en el trópico. Por 
              cierto, en las solapas de los libros ganadores del premio Biblioteca 
              Breve, como La ciudad y los perros y Cambio de piel, 
              cada vez que anuncian el libro se dice Tres tristes tigres 
              (Vista del amar amanecer en el trópico) entre paréntesis. 
              Y uno de mis temores es que algún día, en algún 
              lado, el libro se titule Tres tristes trópicos.
 ERM: ¿Y por qué no?
 GCI: Esa novela que ganó el premio 
              era esa suerte de libro que tiene unas pretensiones, si tú 
              quieres materialista-históricas, de presentar toda la realidad. 
              No solamente hacer las preguntas sino también dar las respuestas. 
              Es un libro que, una vez que se ganó el premio, que me enfrenté 
              con él porque se separó un poco de mí por el 
              premio, me di cuenta que no era el libro que yo quería publicar, 
              que traicionaba mí intención primera cuando comencé 
              a escribirlo como La noche es un hueco sin borde. Regresé 
              al primitivo esquema del libro aprovechando que la censura española 
              había prohibido el primer intento de publicar Vista del 
              amanecer en el trópico, y reconstruí el libro 
              con todos los fragmentos que conservaba del libro anterior. Inclusive, 
              entre La noche es un hueco sin borde y Vista del amanecer 
              en el trópico existió una primitiva versión 
              de Tres tristes tigres.
 ERM: Es decir, que la novela que se publica 
              en 1967 con el título de Tres tristes tigres, viene 
              a realizar mejor el primitivo proyecto, en una forma más 
              completa y lograda, que ese primer intento. Y a propósito: 
              ¿en qué consiste esa intromisión del materialismo 
              histórico en Vista del amanecer en el trópico?
 GCI: Había una zona del libro que 
              de cierta manera criticaba y objetivizaba la vida de todos estos 
              seres que vivían de noche, enfrentados contra la vida, si 
              tú quieres ejemplar, de ciertos individuos o de ciertos grupos 
              de individuos que trataban de cambiar esta vida.
 ERM: Es decir, los revolucionarios, los 
              guerrilleros ...
 GCI: Los guerrilleros en la Sierra Maestra 
              y en La Habana los terroristas, la gente de lo que se llamó 
              en Cuba Acción y Sabotaje, que pertenecían 
              al mismo 26 de Julio que tenía guerrilleros en las montañas, 
              en la manigua cubana y en las ciudades, terroristas y saboteadores. 
              Pero, como te darás cuenta, la pretensión del libro 
              en esa época era un poco sartriana, sartriana no en el sentido 
              de El ser y la nada y La náusea, sino en el 
              sentido de Qué es la literatura, de una literatura 
              que quería encontrar zonas de la realidad que eran ejemplares. 
              Una pretensión más bien zdanovista. Inclusive, el 
              libro influido sin duda por la atmósfera de Cuba -a pesar 
              de que yo era entonces diplomático en Europa-, era un libro 
              que casi me da pena decirlo, resultaba un libro de realismo socialista 
              absoluto, ¿Por qué? Porque consideraba vidas, unas 
              ejemplarmente positivas y las otras ejemplarmente negativas, cuando 
              mi verdadera intención no era repetir el juicio contra P. 
              M. por otros medios, que era lo que en realidad estaba haciendo 
              (para darme cuenta de esto hizo falta que regresara a Cuba en 1965, 
              a los funerales de mi madre y resolviera abandonar a Cuba para siempre, 
              pero ya ésta es otra historia que contaré algún 
              día) con Vista, que condenaba por negativa, cuando 
              mi intención no era esa. Al contrario, Tres tristes tigres 
              demuestra que si algo hay en mí es una enorme nostalgia por 
              estas vidas, por estas formas de vida que han desaparecido. Me refiero 
              a una nostalgia artística. Es decir, no estoy calificándolas 
              como óptimas o pésimas.
 ERM: No es un juicio ético.
 GCI: En absoluto. Al contrario. Una de 
              las cosas que a mí me parecen logradas en este libro es que 
              el libro se movió hacia una zona absolutamente estética, 
              dejó de plantearse problemas éticos de cualquier índole 
              para plantearse todos los problemas estéticos. Si están 
              resueltos o no están resueltos eso es otra cosa.
 ERM: O sea: la transformación, 
              o la vuelta de la novela al proyecto primitivo, es en realidad una 
              afirmación del significado estético a expensas de 
              esa especie de desvío hacia la ética que se manifestaba 
              en la versión intermedia, la premiada.
 GCI: Es una afirmación no sólo 
              de eso, sino de mi convicción de que la literatura debe exclusivamente 
              tener que ver con la literatura. Cualquier otra preocupación 
              es totalmente extra-literaria y, por tanto, desde mi punto de vista 
              actual, condenada al fracaso. Al menos en mi caso.
 Un libro de combate ERM: No hemos hablado de los libros que 
              publicaste antes de Tres tristes tigres. Aunque son bien 
              diversos (uno es un libro de cuentos y el otro, una colección 
              de ensayos y crónicas de cine), sería interesante 
              ver qué vinculación se puede establecer entre ellos 
              y la novela. Podríamos empezar con Así en la paz 
              como en la guerra, tu primer libro, que ahora ha reeditado Alfa, 
              de Montevideo.GCI: En realidad, Vista del amanecer 
              en el trópico se movía en la zona -en lo que Juan 
              Goytisolo llamó el "sillage"- de Así 
              en la paz.
 ERM: O sea que, en cierto sentido, la 
              segunda versión de tu novela no difería mucho por 
              su estructura exterior de la colección de cuentos. En ésta 
              hay como una suerte de contrapunto entre las narraciones puramente 
              estéticas y las de tipo, digamos, "comprometido", 
              las narraciones que se refieren al clima político de opresión, 
              violencia y gangsterismo de la Cuba de Batista.
 GCI: Esencialmente, el esquema de ambos 
              libros era muy parecido, pero hay que hacer una aclaración. 
              Así en la paz fue un libro escrito totalmente antes 
              del triunfo de la Revolución. Es decir, ahí había 
              una voluntad si tú quieres pareja, había una voluntad 
              que literariamente corría pareja con la voluntad de terminar 
              con la situación política que creó Batista, 
              porque fue un libro precisamente escrito en esas condiciones.
 ERM: Escrito, en parte, durante el tiempo 
              que se estaba peleando. Era un libro de combate, también.
 GCI: No solamente eso, sino que yo intenté 
              publicar muchas de las narraciones breves de Así en la 
              paz, durante ciertas zonas de los últimos años 
              de Batista, del último año de Batista, en que no había 
              censura de prensa en ocasiones, y por una razón o por otra, 
              por timidez de las publicaciones que podían encargarse de 
              imprimir estas viñetas, no se publicaron. Había una 
              intención mía de publicar y de asumir la responsabilidad 
              que significa publicar en esos momentos esas viñetas.
 ERM: Creo que me has dicho que uno de 
              los cuentos, el que se llama "Balada de plomo y yerro", 
              te creó algunos problemas con la censura.
 GCI: Sí, pero ésa es otra 
              cuestión. El cuento salió precisamente en el año 
              1952, cuando Batista dio el golpe de Estado y, en realidad la causa 
              aparente, porque yo estuve preso por el cuento, es porque tenía 
              malas palabras. La causa verdadera es que el Ministro de Gobernación, 
              de Batista, el Gobierno mismo, quería atacar a la publicación 
              donde apareció el cuento, que era una publicación 
              democrática y antibatistiana, y yo fui, simplemente, the 
              scape goat, el chivo expiatorio, y lo digo en inglés porque 
              ese fue el idioma en que estaban escritas las malas palabras. La 
              ironía de la historia es que la justicia batistiana y la 
              revista democrática se pusieron tácitamente de acuerdo 
              en que yo fuera, en que mi cabeza fuera de disponible turco. Pero 
              no estuve mucho tiempo en la cárcel, después de todo. 
              De todas maneras, conviene aclarar que Vista del amanecer en el 
              trópico realmente no era un libro que yo sentía necesario 
              como sentí Así en la paz como en la guerra.
 ERM: Tal vez se pueda decir que en el 
              momento en que escribes y publicas Así en la paz como en 
              la guerra, hay una mayor identificación entre esa forma de 
              literatura comprometida y tu propia actitud interior, de lo que 
              te ocurrirá después, cuando prepares y publiques Tres 
              tristes tigres.
 GCI: Ah, sí, absolutamente.
 ERM: En cierto sentido, para ti continuar 
              por esa línea y haber publicado Vista del amanecer en 
              el trópico, tal como fue premiada, habría sido 
              prolongar una forma que estéticamente sentías haber 
              superado.
 GCI: No sólo estéticamente. 
              Te pudiera decir éticamente.
 ERM: Es cierto: también éticamente.
 GCI: Vista del amanecer en el trópico 
              es un libro que yo moralmente repudio. Es decir, cuando lo reformé, 
              cuando regresé de Cuba y lo leí de nuevo, de veras 
              lo leí de nuevo y lo vi esencialmente como un libro políticamente 
              oportunista. Es decir, que había una serie de relaciones 
              entre el escritor y una realidad que estaba enfocada en términos 
              políticos, que era falsa, porque ya no pensaba como cuando 
              fue escrito Así en la paz. Mi pensamiento político 
              había variado sensiblemente hasta el extremo de que no tenía 
              ya un pensamiento político con respecto a la literatura. 
              Es decir, mi posición frente a la literatura se había 
              convertido en una posición total y absolutamente estética. 
              Yo considero a la literatura, a partir de entonces, como un fenómeno 
              primeramente y últimamente literario. Éticamente me 
              sentí de nuevo en la Biblioteca, yo mismo juzgando y condenando 
              mi propia literatura desde el punto de vista político, la 
              zona del libro que más quería, con la que me identificaba 
              más efectivamente, jugando el papel de P. M., y mi 
              otro yo -un superego políticamente oportunista y mentalmente 
              presa del terror político- se colocaba en una posición 
              de juez, no sólo éticamente hipócrita, sino 
              estéticamente falsa -que es casi peor. Pero además, 
              también, de una cierta forma, Tres tristes tigres 
              es el libro que yo siempre quise escribir.
 Un réquiem alegre ERM: A eso iba dirigida la otra parte 
              de la pregunta sobre tus libros anteriores. Cuando leí tus 
              crónicas de cine, publicadas bajo el título de Un 
              oficio del siglo XX, lo hice mucho después de haber leído 
              la novela y sin pensar que ese conjunto de crónicas podía 
              ser un antecedente de aquélla. Sin embargo, lo que más 
              me llamó la atención al leerlas fue la familiaridad 
              de la concepción de este libro con Tres tristes tigres, 
              tal y como fue publicado. Tal vez convenga aclarar al posible lector 
              de este diálogo que tus crónicas no están firmadas 
              con tu nombre, sino con el seudónimo de G. Caín, y 
              que las mismas están presentadas por un amigo de Caín, 
              que no es otro que Guillermo Cabrera Infante. Cabrera Infante, o 
              sea: tú, no sólo introduces las crónicas y 
              las anotas, sino que también dialogas ocasionalmente con 
              el cronista, con ese Caín, o Kein, como se pronunciaría 
              a la manera inglesa. Pero volviendo a la cuestión de la familiaridad 
              de este libro con la novela, ¿qué opinas tú?GCI: Creo que, decididamente, Un oficio 
              del siglo XX, está mucho más cerca de Tres 
              tristes tigres que, inclusive, Vista del amanecer en el trópico, 
              donde había como un regreso -y eso es lo que me molestaba 
              estéticamente-, un retroceso de lo que yo consideraba mi 
              dirección literaria, que estaba bien marcada en el prólogo, 
              en el epílogo y en el intermedio de Un oficio del siglo 
              XX. Había en Vista del amanecer en el trópico 
              un regreso a formas que -por repetidas- se habían convertido 
              en fórmulas ya totalmente sobrepasadas por mí mismo. 
              Por eso a mí me gusta mucho que tú hayas visto que, 
              efectivamente, Un oficio del siglo XX es más que una 
              colección de críticas de cine, que es en realidad 
              una suerte de panegírico, si podemos llamarlo así, 
              de un réquiem alegre de un escritor por un crítico 
              ya fallecido. Es decir, un crítico que había dejado 
              de ser, de existir, por tanto, estaba muerto.
 ERM: En realidad, se podría presentar 
              Un oficio del siglo XX como una suerte de novela crítica, 
              en que una parte de ti mismo escribe un largo epitafio, ilustrado 
              con ejemplos, sobre la otra parte que ha dejado de existir, en el 
              sentido concreto (aunque tal vez metafórico) de que dejó 
              de ejercer su oficio de crítico de cine.
 GCI: Cuando él ha sido creado para 
              -por- este oficio.
 ERM: En este sentido, creo que es uno 
              de los libros más originales que he leído. Para una 
              calificación rutinaria, este libro sería simplemente 
              una colección de críticas de cine, y como tal colección 
              me parece de las más ricas y legibles. Me ha dado un gran 
              gusto recorrerla no sólo porque despierta ecos del crítico 
              cinematográfico que he sido, sino porque las crónicas 
              me siguen pareciendo vigentes y de una gran vitalidad de escritura. 
              Muchos juicios, aunque sea sobre películas que ya tienen 
              una respetable antigüedad y que, además, nunca fueron 
              muy importantes -no hay nada que envejezca más rápidamente 
              que un film-, siguen teniendo frescura. Pero, aparte de todo esto, 
              lo que ahora quiero subrayar es una cosa muy distinta: es la forma 
              del libro lo que encuentro sobre todo fascinante. Ese contrapunto 
              verdaderamente novelesco que se establece entre una personalidad 
              total, que es la de Guillermo Cabrera Infante (prologuista y anotador 
              del libro) y esa especie de doble que es G. Caín. Doble en 
              el sentido en que el Mr. Hyde de Stevenson es doble del Dr. Jekyll: 
              un doble disminuido, porque abarca un solo aspecto de la personalidad, 
              pero al mismo tiempo un doble más concentrado, más 
              puro en su misma impureza. De ahí surge un contrapunto que 
              es no sólo dialéctico, sino dramático, entre 
              las dos voces entrelazadas en un diálogo que recorre todas 
              las formas posibles: recuerdos de conversaciones, notas aclaratorias 
              de las mismas, cartas que las ilustran o contradicen, crónicas 
              en que el propio Caín se contempla escribir y, por lo tanto, 
              a su vez, se desdobla. Todo esto prefigura ya, avant la lettre, 
              la estructura dialoguística, conversacional, hablada, con 
              distintos y contrapunteados puntos de vista, que es Tres tristes 
              tigres. Es decir, una estructura narrativa no convencional, una 
              estructura narrativa que en este caso del libro de crónicas 
              supone dos puntos de vista, dos máscaras, dos personas (el 
              autor ficticio y el recopilador real), pero además que multiplica 
              y hace proliferar esos dos puntos de vista al producir el enfrentamiento 
              y contraste de ambos.
 GCI: No sólo eso, no sólo 
              eso, Emir. Podríamos ir más lejos si tú quieres. 
              Yo creo que Tres tristes tigres es el positivo -o el negativo- 
              de Un oficio del siglo XX. Es decir, en Un oficio del 
              siglo XX -tú lo has visto muy bien- existe un núcleo 
              crítico que va precedido y seguido por unas anotaciones acerca 
              de la vida de ese personaje que ha escrito tales críticas 
              en determinado momento. Tú dijiste que no hay nada que envejezca 
              más que una película y creo que estás equivocado. 
              Creo que algo que envejece más que una película es 
              una crítica a una película.
 ERM: Acepto la corrección.
 GCI: Que tú puedas leer esas críticas 
              hoy día y no sientas que han envejecido tanto o más 
              que las películas criticadas, a mí me agrada como 
              escritor de esas críticas. Pero lo que me interesaba del 
              libro como un todo, como una cosa en sí, como un producto 
              terminado, es que precisamente había un intento de ficcionalizar, 
              si tú quieres, a ese crítico que no solamente era 
              esencialmente distinto que yo, sino que había tenido su nacimiento 
              y su muerte, cosa que yo compartía con él solamente 
              a medias. Yo podía colocarme en la posición de componer 
              su réquiem o de escribir su epitafio, inclusive, y de eso 
              es exactamente de lo que trata el libro. Tres tristes tigres 
              es precisamente lo opuesto. Es decir, hay un núcleo narrativo, 
              que son las vidas de ciertos personajes, y hay una especie de escollo, 
              de comentario a ese núcleo narrativo, que es esa larga narración 
              de "Bachata" al final del libro y ciertas interpolaciones 
              que hay en el medio, como por ejemplo la narración "Rompecabeza" 
              con respecto al personaje de Bustrófedon, que se parece tanto 
              a Caín, que es todo lo contrario. Es decir, hay una serie 
              de personajes que están viviendo y hay otros personajes que 
              están comentando esas vidas. La más ambiciosa -ficcionalmente 
              hablando- de esas narraciones, la más "novelesca" 
              es una larga misa mulata por el alma -su música, su musicalidad- 
              de una cantante muerta. Es por eso que yo veo que hay una relación 
              más íntima entre Un oficio del siglo XX y Tres 
              tristes tigres que las aparentes. Es decir, que, por supuesto, 
              tú has visto mucho más allá de las apariencias, 
              y ésta a mí me parece que es la tarea esencial de 
              un crítico.
 ERM: Tal vez. Por eso creo que cuanto 
              más se piensa en Un oficio del siglo XX, más 
              elementos de esa ficcionalización resultan aparentes. No 
              sólo el hecho de que para publicarlo tú te hayas desdoblado 
              en un crítico de cine y en un amigo y recopilador de las 
              crónicas de ese crítico, sino que el crítico 
              por ti inventado, o de ti derivado, ejerce una función en 
              cierto sentido simbólica que está subrayada en su 
              seudónimo: Caín. A partir de este nombre se podría 
              levantar toda una teoría sobre cómo tú ves, 
              y encaras, el oficio de crítico cinematográfico.
 GCI: Mira, Emir, hay una cosa muy curiosa. 
              Siempre las interpretaciones de la realidad de alguna manera son 
              mayores y menores que la realidad. Ese seudónimo que en la 
              práctica resultó tener connotaciones mucho más 
              lejanas que las queridas o las pretendidas en un principio, venía 
              simplemente de la fusión de las dos primeras sílabas 
              de mis apellidos. Ese subterfugio, esa máscara del seudónimo 
              tuvo su origen en que cuando yo comencé a escribir críticas 
              de cine no estaba capacitado para ello. Cuando digo capacitado, 
              quiero decirlo especialmente entrecomillado, subrayado, como tú 
              quieras, porque en Cuba, en esa época, funcionaba una invención 
              de Lisandro Otero Masdeu, padre de Lisandro Otero, que era el Colegio 
              de Periodistas. Ocurría lo que ocurre hoy en Italia. No sé 
              sí has leído que hace muy poco Alberto Moravia tuvo 
              que pasar por un examen literario para demostrar que sabía 
              escribir, porque es esencial hacerlo para poder escribir en periódicos 
              italianos. En Cuba ocurría lo mismo entonces. Había 
              una "profesión", entre comillas, porque 
              había "profesionales" de esa "profesión" 
              que eran todo menos periodistas o todo menos escritores -incluso 
              el primer "profesional", el colegiado número 
              uno de ese Colegio fue nada más y nada menos que Fulgencio 
              Batista, adulado mussolinescamente en esa época por todos. 
              Era esencial tener un título para escribir en un periódico. 
              Es decir, escribir de una manera periódica. Tú podías 
              ser colaborador de un diario o una revista, pero no podías 
              ser un colaborador demasiado frecuente.
 ERM: Un redactor.
 GCI: O aun en el caso mío, que 
              yo no era un redactor, era un señor que escribía un 
              comentario -que podía escribirlo en su casa, como hacía 
              muchas veces- y llevarlo al eriódico. Eso era imposible en 
              Cuba en los años en que yo empecé la crítica 
              de cine. Por ello tuvo que empezar a ser anónima. Después, 
              cuando muchos lectores quisieron saber quién escribía 
              esas crónicas, procedí a firmarlas con un seudónimo. 
              Y el seudónimo resultó, en este caso, mayor; tuvo 
              un eco mucho más amplio que el de la simple asociación 
              de esas dos sílabas.
 ERM: Lo que pasa es que, al asociar las 
              dos primeras sílabas de tus apellidos, no fuiste a caer en 
              una palabra imposible, como le pasaría a Vargas Llosa o a 
              Martínez Moreno, pero en una palabra no sólo demasiado 
              posible, sino incluso cargada de amplio contenido.
 GCI: De contenido y de asociaciones y 
              de historia. Como diría Cecil B. De Mille, me estaba aprovechando 
              de los tres mil años de publicidad que ese nombre tenía.
 ERM: Hasta tal punto que en las crónicas 
              tú sueles hacer alguna referencia al nombre y, con tu habitual 
              inclinación por los juegos de palabras, le sacas todo partido. 
              Ahora bien, ese seudónimo de Caín, tan lapidario, 
              no ha muerto con el cronista de cine. Tengo entendido que lo has 
              seguido usando en otro avatar, también cinematográfico.
 GCI: Sí, pero ya es otro nombre. 
              Fíjate que inclusive tú mismo -y si los lectores pudieran, 
              como yo muchas veces quisiera que hicieran con mi libro, en vez 
              de leernos pudieran oírnos, se hubieran dado cuenta que tú 
              hiciste una especie de transposición, de metempsicosis del 
              nombre al pronunciarlo a la inglesa -ya que declarabas que se trataba 
              de otra cosa. Es decir, los dos estábamos entendiendo que 
              hablábamos de otro personaje: un escritor de libretos cinematográficos.
 Las fuentes del cine ERM: ¿En qué estás 
              trabajando actualmente?GCI: Bueno, actualmente acabo de terminar 
              un guión de cine escrito en inglés con el título 
              de The Jam (El embotellamiento), sobre un cuento de 
              Cortázar que se llama "La autopista del Sur". 
              Ese es mi quinto guión, escrito aquí en Londres desde 
              que empecé a trabajar en esto en el verano de 1966.
 ERM: ¿Se han filmado algunos de 
              estos guiones?
 GCI: Uno de ellos se filmó. Se 
              estrenará la película en el mes de junio aquí 
              en ondres. No sé si irá o no irá al festival 
              de Cannes, eso está por decidirse todavía. Se titula 
              Wonderwall y está interpretado por Jack MacGowran, 
              el actor de Cul-de-Sac y de The Fearless Vampire Killers, 
              y Jane Birkin, una de las actrices de Blow-up; tiene música 
              de George Harrison. Es una comedia basada en un argumento del que 
              es, era el argumentista de los films de Polanski, un francés 
              llamado Gerard Brach. Es la historia de un científico, soltero, 
              un hombre solitario que no tiene más comunicación 
              en la vida que con sus experimentos de laboratorio y con ciertos 
              insectos -sus pets- que tiene en la casa, y quien un día 
              encuentra un hoyo en una pared de su casa, mira por el hueco y descubre 
              del otro lado de la pared, por supuesto, el sexo: ve una mujer desnuda 
              y comienza a interesarse por esa mujer. Al principio, de una manera 
              un poco clínica, luego por mera observación ecológica, 
              de cómo vive ella con su amante -los dos son modelos fotográficos- 
              comienza a establecer una relación con ellos con la pared 
              de por medio, hasta que al final hay un incidente revelador y termina 
              el film. Te estoy contando este argumento como fue transformado 
              por mí, pero esencialmente la historia original de Brach 
              se parece mucho a El infierno de Barbusse.
 ERM: ¿Qué otros guiones 
              has escrito?
 GCI: El primer guión que escribí 
              es también una comedia que se llama El Máximo, 
              así con ese título en español. Es la historia 
              de un dictador latinoamericano que es depuesto y escapa con un millón 
              de pesos de su país -que equivalen a un millón de 
              dólares- en una maleta y logra fugarse hasta Ibiza. Allí, 
              para dar un golpe publicitario, trama un falso secuestro por intermedio 
              de su agente de relaciones públicas, secuestro que es realizado 
              por un grupo de hippies que viven en Ibiza. Pero el secuestro se 
              convierte en un fracaso absoluto. Es el encuentro de dos absolutos 
              -el dictador todo lo ve en términos políticos, de 
              su regreso al poder, y los hippies todo lo ven en términos 
              de su desinterés por el poder y por la vida del siglo. Entonces 
              este choque de dos idiosincrasias hace que el dictador termine cayendo 
              en manos de la policía secreta del régimen -también 
              totalitario- que está ahora en el poder en su país, 
              y se lo llevan de regreso, a someterlo a juicio, y ahí termina 
              la comedia. Ese guión -escrito, déjame decirte, mucho 
              antes del secuestro de Tshombe- no sé si se realizará 
              o no se realizará, pero a mí me gusta mucho, porque, 
              como tú ves, está basado en una vieja broma política 
              que conocemos muy bien en América Latina: la vieja broma 
              política de los dictadores latinoamericanos. Además 
              de esos hay dos guiones. Uno que fue un encargo concreto de un 
              western, que se titula The Gambados, y otro guión, The 
              Last Trip, que es la historia de dos mercenarios que vienen 
              a Londres y tienen una especie de escapada de un fin de semana en 
              esta ciudad. Es decir, son dos guiones hechos de encargo, y este 
              guión sobre "La autopista del Sur", que ése 
              sí es un proyecto total y absolutamente mío, en el 
              sentido de que leí el cuento, le vi las posibilidades cinematográficas, 
              induje al director de Wonderwall, Joe Massot, para que convenciera 
              a Cortázar que vendiera los derechos al cine y los dos conseguimos 
              al productor, que es John Barry, el compositor de la música 
              de todas las películas de James Bond, y ese sí es 
              un proyecto que me interesa realmente, porque es un cuento que tiene 
              grandes posibilidades cinematográficas, y yo creo que mi 
              guión en realidad ha quedado muy bien, porque está 
              todo el cuento y hay algo más que el cuento en el guión.
 ERM: ¿Qué le has agregado?
 GCI: No es tanto lo que he agregado como 
              lo que he visualizado. Es decir, hay unos agregados de personajes 
              más o menos convencionales que vienen, si tú quieres, 
              de lo que se llama la mitología del cine. Entre los personajes 
              que hay atrapados en ese enorme embotellamiento que dura un año, 
              hay, cosa curiosa, una estrella de cine, pero no una estrella de 
              cine actual, sino una estrella de cine cuyos años mejores 
              han pasado y que es apenas reconocida por los integrantes del grupo 
              central. Ella es un personaje convencional, pero convencional a 
              la manera del cine. Por tanto, es una especie de cita de las propias 
              fuentes del cine. A mí me interesa mucho ese tipo de personaje. 
              Por eso es que acepté, entre otras cosas, escribir el western, 
              porque estaba trabando contacto directo con lo que, si tú 
              quieres, son las fuentes del cine, es decir, de lo que es la propia 
              literatura del cine, con los personajes que el cine ha creado, con 
              los personajes que el cine ha aportado no solamente a la literatura, 
              no solamente al cine, sino también al siglo.
 En la órbita del cine ERM: Esa influencia, que tú señalas, 
              del cine sobre la cultura general, incluso sobre la cultura literaria, 
              también se refleja, me parece, en tus libros no específicamente 
              cinematográficos. Creo que hay un estilo de narración 
              cinematográfica en algunos cuentos de Así en la 
              paz como en la guerra y en muchos fragmentos de Tres tristes 
              tigres. GCI: Te voy a decir algo, Emir, que a 
              ti te puede parecer como una herejía, pero que realmente 
              en mi caso no es más que una revelación de los hechos, 
              pura y simple. He aprendido más a escribir con el cine que 
              con la literatura en sí.
 ERM: No me extraña nada.
 GCI: Es decir, muchas de mis fuentes de 
              información, muchas de mis referencias son más cinematográficas 
              que literarias. O si tú quieres, literarias a través 
              del cine.
 ERM: Creo que eso le pasa también, 
              en alguna manera, a Carlos Fuentes, a pesar de que es un lector 
              voraz y un hombre de una formación literaria muy sólida. 
              También le pasa lo mismo a Manuel Puig y a Gustavo Sáinz, 
              y me parece que en una medida muy grande a todos los narradores 
              jóvenes, para quienes el cine no sólo es un entretenimiento, 
              sino una fuente de información y de formación literaria.
 GCI: Por cierto, hablando de Manuel Puig, 
              a quien no conozco personalmente, pero a quien conozco mucho antes 
              de que resultara el escritor del interés, de la importancia 
              que tiene en la más nueva literatura latinoamericana, mucho 
              antes de que se llamara Manuel Puig, porque correspondía 
              con Néstor Almendros desde los años cincuenta, cuando 
              llegó a París por primera vez. Hablando de Manuel 
              Puig te digo que recorté una noticia de la revista Time, 
              en que Gore Vidal, al comentar su propia novela, Myra Breckinridge, 
              afirma que sus referencias y las de su generación vienen 
              más del cine que de ninguna otra parte y que él considera 
              que sin Humphrey Bogart no hubiera existido Norman Mailer y sin 
              George Arliss, el de Disraeli, muchas de las actitudes públicas 
              y privadas de Gore Vidal no tendrían lugar. Yo recorté 
              esas declaraciones y se las envié a Severo Sarduy para que 
              Severo se las hiciera llegar a Manuel Puig, porque me parece que 
              realmente Vidal y la literatura norteamericana llegan con un poco 
              de retraso a este descubrimiento -con respecto a nuestra literatura 
              latinoamericana. Es decir, que ya nosotros, conscientemente en el 
              caso de Carlos Fuentes, en el caso de Manuel Puig, en el caso mío, 
              habíamos expresamente declarado que hay un cúmulo 
              de referencias mutuas que provienen del cine, estamos en una órbita 
              que gira alrededor del cine.
 ERM: Hay una experiencia cultural colectiva, 
              en toda América Latina, que es el cine: el cine en mucho 
              mayor grado que la prensa o la TV. La generación que se forma, 
              digamos, a partir de los años cuarenta y cincuenta, es una 
              generación para la que el cine constituye una lengua franca, 
              la verdadera koiné de esta Babel lingüística 
              en que vivimos.
 GCI: Pero es natural, Emir! Tú 
              imaginas que yo fui al cine cuando tenía veintinueve días! 
              Suponte que yo no pueda recordar lo que haya registrado en esa primera 
              visión de un fenómeno tan extraordinario como es una 
              película, pero no hay dudas de que estuve viendo esa película, 
              puesto que estuve en el cine con mi madre -que no tenía con 
              quién dejarme- y, de alguna manera, durante algún 
              momento de esa película, que duraba dos horas o una hora 
              y media, tuve que estar despierto. Pero no solamente eso, es que 
              yo tengo recuerdos cinematográficos de cuando tenía 
              dos años, porque además sé que tenía 
              dos años cuando fui a ver esa película, por noticias 
              familiares, por descubrimiento de un programa de cuando fue exhibida 
              esa película por primera vez en el cine de mi pueblo-, tengo 
              recuerdos de películas vistas a los dos años, a los 
              tres años y empecé a leer a los cuatro años, 
              casi a los cinco años de edad. ¡Es decir, que yo "leía" 
              en una pantalla mucho antes de que pudiera leer en un libro!
 ERM: Lo había advertido ya con 
              Fuentes, y después lo he visto hablando contigo, que hemos 
              estado sometidos durante años al mismo régimen de 
              películas, que hemos estado viendo los mismos estrenos al 
              mismo tiempo, aunque en lugares tan distantes como Ciudad de México, 
              La Habana o Montevideo. Y esto ocurre igualmente en Europa. Toda 
              la Nouvelle Vague francesa (que ya anda bastante vieja, entre 
              paréntesis) no sería explicable sin esa especie de 
              conocimiento minucioso del cine norteamericano de los años 
              cuarenta y cincuenta que tuvieron cuando eran niños, o muchachos, 
              desde Resnais y Chabrol, a Truffaut o Godard. Siempre me ha preocupado 
              que la crítica cultural, generalmente tan sociologizante, 
              pero también tan abrumada de anteojeras, no haya visto este 
              aspecto verdaderamente creador y fecundador del cine como medio 
              de difusión de formas y de mitos. Por lo general, al referirse 
              al cine comercial de esa época, lo único que se subraya 
              es el aspecto negativo -el opio de las masas, la fábrica 
              de enlatados, la standardización del gusto-, pero eso es 
              lo que importa menos desde el punto de vista creador. Incluso, en 
              la devoción literaria que tienen muchos intelectuales por 
              el cine se desliza también un error sutil. Les gustan ciertas 
              películas porque son transcripciones de obras literarias 
              y dramáticas y, cuando las van a ver, las juzgan por su fidelidad 
              a esos prototipos cuando, por lo general, lo más importante 
              en ellas es lo que no tiene nada que ver con el modelo. Y, dentro 
              del cine, los géneros más creadores -el western, la 
              película de gangsters, los films de suspenso- tienen por 
              lo general un origen literario muy despreciable. En el cine importan 
              más esos géneros, o los mitos creados por las estrellas, 
              como Bogart o la Garbo, que todas las adaptaciones literarias.
 GCI: Pero no solamente, no solamente, 
              el cine es creador de prototipos, Emir, sino generador, alimentador 
              y conservador de mitologías. Es decir, de mitologías 
              que de una cierta forma se separan de lo que corrientemente conocemos 
              por las mitologías clásicas o aun por ciertas mitologías 
              modernas, sino de mitologías que parten de sí mismas 
              y que son ellas su propio alimento. A mi me parece que en este sentido 
              el cine es simplemente extraordinario y que asistimos a la creación, 
              a la transformación de seres humanos en héroes y de 
              esos héroes en dioses. Eso es lo que me parece realmente 
              extraordinario del cine. Por eso es que hay ciertas películas 
              que me molestan profundamente. Como, por ejemplo, no solamente en 
              el caso de las películas pretendidamente "políticas" 
              o pretendidamente "significativas" o pretendidamente 
              "artísticas", que, siempre lo hemos visto, 
              en diez años resultan las menos políticas, las menos 
              significativas y las menos artísticas. Es decir, que hoy 
              día nos explica más y mejor lo que eran los Estados 
              Unidos de los años cuarenta y principio de los años 
              cincuenta una comedia de Doris Day que, digamos, una película 
              como La sal de la tierra, que se dedicaba a hacer un comentario 
              político y social de una determinada zona de los Estados 
              Unidos, y que, si tú la ves hoy, resulta una película 
              de una pobreza aplastante. Y, sin embargo, esa otra película 
              mediocre, fabricada, creada, que es un producto comercial como lo 
              son las salchichas dentro de su lata, esa película de Doris 
              Day, aporta un comentario -aun en esa zona misma política 
              y social significativa en la que quería La sal de la tierra 
              ser "importante"-, aporta un comentario más 
              decisivo sobre esa realidad norteamericana en esos años, 
              es decir, esa realidad histórica y geográfica, sin 
              haber dejado de ser un producto de la industria del entretenimiento, 
              que fue lo que se propuso ser de primer intento. A mí me 
              parece que ahí está el otro extraordinario aporte 
              del cine. Por eso me molesta tanto ese tipo de película "social", 
              como La sal de la tierra. Tanto como me molestan las películas 
              que intentan destruir el mito del cine, como por ejemplo Casino 
              Royale. Es decir, una película que se coloca -a través 
              de una parodia que resulta francamente pobre- en una posición 
              de destructora de mitos, cuando el cine en realidad es un gran creador 
              y alimentador de mitos -y no puede ser menos que eso.
 El otro 4 de Julio ERM: Creo que, en nuestro común 
              entusiasmo por el cine, hemos hablado casi más de cosas que 
              atañen a la alimentación o creación de una 
              forma o una mitología dentro de tus obras, que de la experiencia 
              literaria que significa leer y asimilar a otros autores. Porque 
              en tus libros hay también mucha influencia literaria. Me 
              gustaría que me hablaras de tus autores. Ya hemos mencionado 
              al Satiricón, a Bierce, a Joyce y a Hemingway, pero 
              creo que está faltando un nombre muy importante.GCI: ¿Como quién?
 ERM: No se te ocurre que hay un señor, 
              profesor de matemáticas de la Inglaterra victoriana ... No 
              te doy más datos, porque sería hacer demasiado fácil 
              el juego, pero te puedo añadir que es un señor también 
              preocupado por las lolitas y los espejos.
 GCI: Por lolitas, por espejos y por seudónimos.
 ERM: Y por seudónimos, precisamente. 
              No sé si todas ésas son también preocupaciones 
              tuyas, pero sé que son, por lo menos, las preocupaciones 
              de Lewis Carroll.
 GCI: Sí, son preocupaciones de 
              Lewis Carroll, que es realmente un personaje a quien yo quiero -más 
              que admiro, quiero- mucho. Por cierto que unas de mis intenciones 
              -que es un homenaje y un reconocimiento a esas influencias, Emir, 
              he intentado hacerlo desde que estoy en Inglaterra- es hacer un 
              viaje, precisamente el 4 de julio de cualquier año, por el 
              río Oxford. No sé si te has fijado que hay un momento 
              en Tres tristes tigres, en el final, en "Bachata", 
              en que Cue y Silvestre contemplan una tempestad eléctrica 
              tropical y Silvestre -que es el que se supone que sea mi alter ego 
              en el libro- dice que parece un homenaje a un 4 de julio olvidado. 
              Alguien, un lector del libre, que por qué yo hacía 
              esa referencia tan concreta al día de la independencia norteamericana, 
              qué tenía que ver eso con el libro. A mí me 
              hizo mucha gracia, porque es ésa una de las claves, una de 
              las referencias en un libro que solamente el autor puede explicar 
              ...
 ERM: U otro fanático de Lewis Carroll.
 GCI: Pero este lector no lo era y tuve 
              que explicarle. Para indicarte mi admiración por Lewis Carroll 
              tengo que decirte que a mí me gustaría hacer un viaje 
              por el río ese día. Por supuesto que tú sabes 
              que el 4 de julio de 1862 fue cuando Lewis Carroll, cuando el reverendo 
              Dodgson montó a Alicia en el bote ...
 ERM: Esto habrá que censurarlo al publicar el diálogo 
              porque la palabra que usaste se presta a muchas confusiones en ciertos 
              países de América del Sur.
 GCI: Bueno, subió, en un bote, 
              a la pequeña Alice Liddel, que tenía diez años, 
              y se fue de picnic con ella por el río Oxford. El viaje, 
              muy apropiadamente, comenzó en Folly Bridge ... El grupo 
              -porque iba otro profesor, otro reverendo, con Carroll y dos hermanitas 
              de Alicia- y el grupo, cosa rara en Inglaterra, tuvo que dejar el 
              bote por el "demasiado y ardiente sol" de esa golden 
              afternoon, y se refugiaron bajo un árbol en la orilla, 
              y mientras el sol palidecía, Lewis Carroll, para entretener 
              a las niñas, contó estas aventuras de una cierta Alicia 
              en el mundo subterráneo, Alice's Adventures Underground ... 
              Y de ahí ellas le pidieron que escribiera el cuento, y él 
              escribió lo que es la primera versión de Alicia. Sí, 
              tengo una enorme admiración por Lewis Carroll. Tanto que 
              creo que es el verdadero iniciador de la literatura moderna como 
              la conocemos hoy día. Él y Mark Twain, son los dos 
              grandes, para mí.
 ERM: Te recuerdo, de paso, que aún 
              sin reconocer ese 4 de Julio y confundiéndolo, como le pasará 
              a casi todos los lectores, con otro más famoso, no es posible 
              dejar de toparse con Lewis Carroll en tu novela, porque lo has puesto, 
              como epígrafe, en la primera página. Ahora bien, tu 
              admiración por Mark Twain es mucho menos conocida.
 GCI: No sé si puedo ser más 
              explícito, pero otro de los exergos del libro es de Mark 
              Twain, aunque está algo oculto en una Advertencia al Lector. 
              Pero lo repito aquí y dondequiera. Tengo una inagotable admiración 
              por Mark Twain. Creo que es uno de los verdaderos generadores, uno 
              de los verdaderos creadores de la literatura moderna. No sólo 
              con Las aventuras de Huckleberry Finn, que es un libro -¿hay 
              que decirlo?- extraordinario, sino con su posición frente 
              a la literatura. Es decir, el usar la literatura como la usaba Mark 
              Twain, su preocupación con el lenguaje, su intención 
              de hacer válido como lenguaje literario el idioma de sus 
              contemporáneos -ésa es una preocupación absolutamente 
              moderna. Ciertos temas de Mark Twain, ciertas referencias, ciertas 
              zonas que él toca, son gestos totalmente modernos. Para mí, 
              Mark Twain es un escritor mucho más moderno que Herman Melville, 
              por ejemplo.
 ERM: Habría que decir, además, 
              que otra cosa lo acerca mucho a ti, y es el humor.
 GCI: Su actitud, además, frente 
              a la vida. Tanto en Lewis Carroll como en Mark Twain el humor juega 
              un papel totalmente diferente a como lo concebía Dickens, 
              para quien el humor es gramatical, mientras que en Carroll y en 
              Twain es lingüístico y toca los bordes de la lógica. 
              Es un humor semántico. La actitud del humor en Mark Twain, 
              del humor como sanidad, del humor como gran recurso contra la insania 
              y la noche, del humor como revelador del gran absurdo de la vida, 
              eso es perfectamente moderno. El humor -está demás 
              decirlo- es tan antiguo como la literatura misma -hay una gran cantidad 
              de humor en la narración folklórica más primitiva-, 
              pero el humor en Twain es esencialmente moderno. Claro que su primer 
              antecedente es ese extraordinario escritor que se llamó Miguel 
              de Cervantes. Es asombroso, cuando tú lees, cuando relees 
              el Quijote, en cualquier momento, siempre te das cuenta que ha habido 
              pocos españoles tan inteligentes y tan modernos como Cervantes.
 ERM: Otro escritor que me parece está 
              también en esta línea es Borges. ¿Qué 
              influencia ha tenido él sobre ti, si es que ha tenido alguna?
 GCI: No en mí, en toda la literatura 
              latinoamericana, que ha venido después de Borges, su influencia 
              es extraordinaria. Creo que desde la muerte de Quevedo no ha habido 
              en el idioma español un escritor de la importancia decisiva 
              de Jorge Luis Borges. A mí lo primero que me asombra de Borges 
              -más que su inteligencia proverbial- es algo que es tan difícil, 
              tan raro en la literatura como el talento y que hoy día no 
              hay más que dos escritores que lo tengan realmente. Ese algo 
              es la elegancia. Yo creo que no hay más que dos escritores 
              con un sentido profundo, innato de la elegancia en la literatura 
              actual. Son Borges y Nabokov.
 ERM: También son los dos hombres 
              de gran sentido del humor.
 GCI: Tanto Borges como Nabokov, tienen 
              eso que los ingleses llaman aloofness. Esa distanciación, 
              esa enorme elegancia, ese dandismo intelectual de estar por encima 
              de situaciones en las cuales el común de los mortales se 
              coloca en posición inevitablemente embarazosa -y el gran 
              común de los escritores también. Los dos tienen además 
              una inmensa continuidad en sus ideas, literarias o no. Son dandies 
              consecuentes, que es lo contrario del cambiacasacas. The anti-turncoats.
 La salvación por el amor ERM: ¿Y que me puedes decir de 
              la obra literaria que estás proyectando ahora?GCI: Mira, hay un proyecto que tengo desde 
              hace unos cinco años. No es anterior -al contrario, es bastante 
              posterior- al proyecto de Tres tristes tigres, que es un libro en 
              el que yo quiero, de alguna manera, relatar ciertas experiencias, 
              ciertas visiones, ciertas observaciones en una zona de mi vida. 
              Es decir, en una zona, si tú quieres -vamos a no ser autobiográficos- 
              en una zona histórica que va de 1957 a 1962. Quiero de alguna 
              manera contar, trasmitir esa visión, relatar esas observaciones 
              en un libro que no sé si realmente se podría llamar 
              novela, porque en este caso creo que el lector tendría que 
              estar lidiando -y hablo de lidia porque va a ser un libro enorme, 
              un libro que tendría más de mil páginas-, lindando 
              directamente con la autobiografía. Es decir, quiero relatar 
              una serie de incidentes, y mis opiniones con respecto a esos incidentes, 
              ocurridos en ese lapso de cinco años. Ese libro está 
              comenzado, tengo innumerables notas -creo que tengo como quince 
              o veinte libras de notas- y de alguna manera -y esto te va a parecer 
              sorprendente- esa narración que tú vas a publicar 
              en Mundo Nuevo, que se titula "Delito por bailar 
              el cha-cha-chá", vendría a ser el prólogo 
              de ese libro. Como siempre, comienzo por los títulos. Ese 
              libro se llamaría Cuerpos divinos, y para decir lo 
              que sería, tengo que decir que será una consolación 
              por el erotismo -o una salvación por el erotismo. Es decir, 
              se trata de una persona -en este caso el autor- colocado en una 
              serie de situaciones peligrosas, no tanto para la vida como para 
              el ser -que a mí me parece el ser más importante que 
              la vida- y que siempre es salvado, de una manera o de otra, por 
              la intervención del amor. No por el amor-que-vence-siempre, 
              sino por el amor que, de alguna manera, es un salvavidas eficaz. 
              Será un libro feliz. Pero es un libro realmente complejo, 
              complicado. Necesito tiempo. Lo que estoy tratando con el cine -además 
              de hacer literatura por otros medios- es de conseguir un modus vivendi 
              que me permita dedicarme a escribir este libro en todo mi tiempo. 
              En suma que el cine no fuera un ganapán, como es en estos 
              momentos; que me permitiera hacer dinero, para retirarme, si tú 
              quieres ... Esa es una de mis pretensiones con el cine. Quiero escribir 
              este libro. Realmente es una ambición más personal 
              que literaria. Creo que será un libro bien diferente a Tres 
              tristes tigres, en el sentido de que será un libro menos, 
              mucho menos, si tú quieres, literario. Será un libro 
              más autobiográfico, -de verdadera autobiografía, 
              como si dijera yo: ¡No quieren autobiografía!- más 
              que literario. Corro el riesgo de que sigan pensando que hay una 
              influencia de ese escritor, que no admiro nada y con el cual simpatizo 
              apenas, que se llama Henry Miller. Hay otro proyecto y ese es más 
              factible, que es el libro anunciado en la solapa de TTT y 
              que se titula Itaca vuelta visitar. Por cierto, hay una errata muy 
              curiosa, muy española, en esa nota. Cuando escribí 
              los datos para esa nota biográfica puse el título 
              correcto -Itaca (pausa) vuelta (pausa) visitar. Es decir, 
              t-r-e-s palabras. Como lo diría un cubano cualquiera. 
              El linotipista o el corrector tuvo de alguna manera que introducir 
              esa a porque le parecía que ese título estaba incompleto. 
              Pero este libro plantea problemas muy concretos, de forma, porque 
              sería un libro esencialmente político. Hay experiencias, 
              hay nociones, hay un conocimiento político que quiero incluir 
              en ese libro, que de alguna manera es conflictivo y enemigo de la 
              literatura. Es decir, cómo concibo la literatura -y en esa 
              conciliación, en ese dilema es donde me he paralizado. Mientras 
              no encuentre una forma artística apropiada para resolver 
              esos problemas políticos no creo que pueda continuar con 
              ese libro. El dilema es que realmente no me interesa hacer ningún 
              tipo de realismo con etiquetas- ni "realismo" socialista, 
              ni "realismo" crítico, ni "realismo" 
              antisocialista. Mientras no resuelva esa dificultad, ese libro seguirá 
              paralizado. Pero Cuerpos divinos sí creo que podré 
              muy pronto seguir con él. Si la filmación de The 
              Jam prosigue y puedo ganar el dinero que espero ganar, emplearé 
              la segunda parte de este año en adelantarlo, en dar coherencia 
              a todas esas notas, es posible que para fin de año ya tenga 
              un libro. Es decir, tendré otra novela. En este caso, no 
              se llamará novela, pero tampoco Tres tristes tigres se 
              puede llamar novela. (1968)."
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