|  | "La literatura de Jean Paul Sartre"En Clinamen, año 2, nº 
              5, mayo-junio 1948
 p. 3-10
   Pesimismo u optimismo "Si es legítimo, aunque no imprescindible, indagar 
              la concepción del mundo que una obra literaria presupone 
              -una metafísica, por rudimentaria que sea, una moral por 
              borrosa que parezca-, al examinar la literatura de Jean-Paul Sartre 
              es imposible no empezar por su doctrina filosófica. No sólo 
              porque Sartre propone al lector, como es harto sabido, una concepción 
              en términos estrictamente técnicos (p. ej., en L'étre 
              et le néant), sino porque utiliza sus ficciones como 
              una expresión viva, como cabal ejemplo, de su filosofía. 
              Ya lo dijo claramente su compañera y portavoz ideológico, 
              Simone de Beauvoir: "No es una casualidad que el pensamiento 
              existencialista intente expresarse hoy, ya por tratados teóricos, 
              ya por ficciones. Porque es un esfuerzo por conciliar lo objetivo 
              con lo subjetivo, lo absoluto con lo relativo, lo intemporal con 
              lo histórico; pretende captar el sentido en el corazón 
              de la existencia; y si la descripción de la esencia corresponde 
              a la filosofía propiamente dicha, sólo la novela permitirá 
              evocar, en su verdad completa, singular y temporal, el surgimiento 
              original de la existencia". (Ver Sur, 147-49, 1947). 
              Y el mismo Sartre ha declarado alguna vez: "Diría 
              que todos somos escritores metafísicos. Creo que muchos de 
              nosotros rechazarían esta denominación o no la aceptarían 
              sin reservas, pero esto debido a un malentendido: pues la metafísica 
              no es una discusión estéril sobre nociones abstractas 
              que trascienden la experiencia, es un esfuerzo vivo por abrazar 
              desde dentro la condición humana en su totalidad". 
              (Ver Temps Modernes, 21, 1947). Frente a este Sartre se puede prescindir rápidamente del 
              literato de moda, distraído cabecilla de jóvenes exaltados 
              y desprolijos. Ese Sartre dócil a la caricatura y al escándalo, 
              que no puede ser confundido con el autor de Le mur, de Les 
              chemins de la liberté, de Huis clos, de Qu'est-ce 
              que la littérature?; con el filósofo de L'étre 
              et le néant; con el director de Temps Modernes, 
              -aunque a veces este autor, este filósofo, este director, 
              deslicen en sus textos un poco de vacío sensacionalismo, 
              de escombros o de desechos, capaces de divertir (y alimentar) a 
              los secuaces. Ya decía Edmund Wilson: "If he (Sartre) 
              sometimes has the air of pontificating, it is probably always 
              difficult for a French literary man to resist becoming a chez d'école". 
              (Ver New Yorker, 2/VIII/1947). No es lícito olvidar este Sartre total, el verdadero, cuando 
              se examina una zona cualquiera de su producción, cuando se 
              escinde (como ahora) su literatura de su filosofía, su teatro 
              de su crítica. Esto fue percibido con suma claridad por Emmanuel 
              Mounier, quien al enjuiciar el existencialismo doctrinal supo explotar 
              también la sustancia de su obra de ficción. (Ver 
              Introduction aux Existentialismes, en Esprit, 4-10, 1946). 
              En efecto, al intentar una rápida visión panorámica 
              y coherente de la literatura de Jean Paul Sartre no se puede dejar 
              de examinar, aunque sea imperfectamente, el alcance de su concepción 
              existencialista. Se puede prescindir, es claro, de toda discusión 
              técnica. Se puede dejar a un Gabriel Marcel o a un Heidegger, 
              a un Jean Wahl o a un Marc Beigbeder, a un Miguel Ángel Virasoro 
              o a un Roger Troisfontaines, la delicada tarea de revisión 
              del existencialismo sartriano. Aquí interesa fijar en principio 
              algunos conceptos fundamentales sobre el pensamiento que informa 
              esta literatura. En primer lugar -y aunque parezca obvio- conviene recordar que 
              el existencialismo de Sartre no es original. El escritor francés 
              repiensa, con suma agudeza, con finura lingüística, 
              los temas planteados agónicamente por Kierkegaard hacia mediados 
              del siglo XIX, o el sistema fundado por Heidegger en las primeras 
              décadas de este siglo. Su concepción es tributaria, 
              también, de otras filosofías o técnicas: Kant, 
              Hegel, Marx, Freud, para citar algunos. Pero Sartre ha sabido dar 
              un sesgo original a su pensamiento al no limitarse a exponer una 
              doctrina sino al intentar vivirla, poseyéndola así 
              casi materialmente; por otra parte, su existencialismo ateo, no 
              descansará ni en la nada, ni en la angustia, sino en la libertad. 
              Además, Sartre ha sabido infundir una explosiva vitalidad 
              a la comunicación de su doctrina, gracias a sus infrecuentes 
              dotes literarias y propagandísticas, a su sentido finísimo 
              de la oportunidad. (Mounier ha señalado, desde el punto de 
              vista católico, la genealogía sartriana; desde un 
              punto de vista personal y agresivo Julien Benda apuntó, o 
              inventó, antecesores en Tradition de l'essistentialisme; 
              con menos fortuna, Guillermo de Torre ha intentado, en Cuadernos 
              Americanos, una ubicación de Sartre. Distraído 
              por supuestas y bostezadas vinculaciones con el nazismo, olvida 
              la importante relación con el marxismo, evidente para todo 
              lector. Sartre y Simone de Beauvoir no han disimulado estos varios 
              aportes, en especial el último aludido). En segundo lugar, la doctrina existencialista no se halla totalmente 
              terminada. Sartre sólo publicó la primera parte de 
              su tratado: L'etre et le néant (1943). La segunda 
              parte, que según declara el autor, plantearía una 
              moral existencialista, no ha sido editada aún. Aunque Sartre 
              ha develado algo la zona inédita de su pensamiento en una 
              conferencia, L'existensialisme est un humanisme, dictada 
              en 1945 y luego publicada en 1946 por Nagel.(1). También 
              anticipa bastante el último ensayo de Simone de Beauvoir: 
              Pour une morale de l'ambigüité (NR, F, 1947). 
              Aunque quizá sea apresurado afirmar que Sartre suscribiría 
              a todas las afirmaciones de su compañera y al uso, algo abusivo, 
              del concepto de ambigüedad. Esta inconclusión actual del pensamiento sartriano puede 
              justificarse si se tiene en cuenta, además de la juventud 
              del filósofo, que su enfoque se halla fuertemente ligado 
              al acontecer histórico de nuestro siglo, (Lo que podría 
              llamarse su inequívoca historicidad). La concepción 
              sartriana evoluciona con el tiempo y -en términos más 
              domésticos- con la latitud de las experiencias del autor. 
              Esto último resulta evidente si se ubican cronológicamente 
              los libros de Sartre. En este sentido, la guerra civil española, 
              el frente popular en Francia, y Munich, pueden servir de background 
              a La nausée, a los cuentos de Le mur y a los 
              dos primeros volúmenes de Les chemins de la liberté; 
              la caída de Francia y la ocupación alemana, Les 
              mouches, a L'étre et le néant; la Resistencia 
              y la Liberación, a Morts sans sépulture, a 
              L'existentialisme est un humanisme; el viaje de Sartre a 
              Norteamérica, a La putain respectueuse, a toda una 
              parte de Qu'est-ce que la littérature? (Esta aproximación 
              no pretende ser exhaustiva, ni pretende indicar la única 
              fuente de cada obra. Pretende, eso sí, apuntar gérmenes 
              o estímulos). Como consecuencias importantes de esta inconclusión pueden 
              señalarse dos: la cosmovisión sartriana ha sufrido, 
              y sufre actualmente, modificaciones y sino esenciales, bastante 
              importantes y no siempre previsibles; todo juicio sobre ella está 
              sujeto a anacronismos o a ulteriores rectificaciones: es, por naturaleza, 
              provisional. En tercer y último término, el existencialismo ha 
              evolucionado, desde una posición inicial que destacaba principalmente 
              la absurdidad brutal del mundo y la gratuidad del esfuerzo humano 
              (pesimismo, literatura negra), a una posición que acentúa 
              la importancia de la elección del hombre y la repercusión 
              social de su engagement (optimismo, nuevo humanismo). Para 
              fijar las etapas de esta evolución pueden consultarse sucesivamente 
              L'étre et le néant (1943) y L'existentialisme 
              est un humanisme (1946), o si se prefiere la ficción: 
              La nausée (1938) y Morts sans sépulture 
              (1946). O para decirlo sólo con fechas: si 1943 marca 
              el final del período negro, puede fijarse el año 1945 
              como el que indica la liquidación de un período de 
              transición, a la vez que inaugura el nuevo humanismo existencialista.(2). Literatura negra Bajo este mismo título Julien Benda ataca a Sartre. Algunas 
              de sus observaciones aciertan en describir y estigmatizar ciertas 
              complacencias de su literatura. Pero Benda demuestra, una vez más, 
              su escasa sensibilidad al confundir la nihilista tónica de 
              los libros de Henry Miller con la de los capítulos de Les 
              Chemins de la liberté.(3) Donde Sartre hace literatura 
              negra -y esto se le escapó a Benda- es en La nausée 
              y en Le mur.(4) Pero su literatura no es sólo 
              negra porque se ocupe de las zonas más bajas del hombre y 
              presente, sin atenuantes, sus vicios, su cobardía, su miseria. 
              Lo es, fundamentalmente, porque dibuja con cruel nitidez la absurdidad 
              del mundo; la angustia visceral que sumerge al hombre; el triunfo 
              de los peores (salauds, los llama gráficamente Sartre). 
              Porque estos libros no ofrecen escape, y castigan con prosa dura, 
              irónica, incisiva, directa, la imagen convencional del hombre, 
              y lo ubican en un mundo sin Dios, sin amor, sin patria, donde sólo 
              son posibles dos actitudes: o se vive anonadado como Roquentin (La 
              nausée) o se goza complaciéndose en su propia 
              porquería como Lucien en L'enfance d'un chef (Le 
              mur). Las otras actitudes humanas son meras variantes de éstas. La visión de Sartre es apasionada y violenta, pero está 
              despojada de toda sensualidad, de todo deleite. Nada resulta más 
              ridículo que la acusación de pornografía que 
              repetidamente se le dirigiera. Hay en estos libros un aura faulkneriana, 
              menos barroca en su expresión estilística, menos contaminada 
              de celo puritana, más cruda y prosaica, pero tan poco complaciente 
              como la del ardido sureño. Absurdas y reaccionarias son, 
              en definitiva, las denuncias y condenas que en Italia, en la Argentina, 
              recayeron sobre los cuentos de Le mur.(5). Un juicio estrictamente literario -que enfocara estas obras con 
              prescindencia de su mensaje, atento sólo a la hechura- podría 
              señalar cierta impureza (La nausée es más 
              discurso que narración; L'enfance d'un chef parece 
              el borrador novelesco de un brillante ensayo, Retrato del antisemita, 
              publicado mucho después); alguna desaprensión (todo 
              material es bueno, hasta lo literario, para esta hoguera en que 
              se conciben los libros de Sartre, para decirlo a la manera de León-Felipe), 
              un fácil exhibicionismo (el autor jamás olvida que 
              hay un bourgeois, dócil a todo asombro). Pero estos 
              reparos, más o menos académicos, no pueden disimular 
              la importancia de estos dos volúmenes, amargos y desesperados 
              en la superficie, tan duros que su misma dureza les sirve de ambigua 
              esperanza. Tampoco pueden disimular su calidad literaria. Si la 
              elaboración novelesca de La nausée no es siempre 
              excelente, los cuentos de Le mur muestran a un gran escritor, 
              capaz de manejarse con pareja maestría en todas las formas 
              de la narración, desde la short-story (el cuento que 
              titula el volumen) hasta la nouvelle (el último). 
              En 1939 estos cuentos permitieron la revelación de un artista. 
              Ahora se puede saber que constituyen su primera obra maestra. Transición I Les chemins de la liberté y el volumen de Théatre 
              testimonian literariamente la transición hacia un optimismo 
              viril de honda raíz conflictual. Les chemins de la liberté 
              es una trilogía novelesca. (De Torre insiste, misteriosamente, 
              en calificarla de tetralogía.) Sartre ha publicado sólo 
              dos volúmenes, ambos en 1945. L'áge de raison, 
              y Le sursis ubican su acción en el mundo de la preguerra. 
              El protagonista (si lo hay) es un joven profesor de filosofía, 
              Mathieu. L'age de raison lo muestra en París, combatido 
              por dispares intereses: la necesidad de hacer abortar a su amante, 
              Marcelle; el deseo inexpresado de conquistar a una muchacha, Ivich. 
              Mathieu (cuyo carácter, según sospecha el lector, 
              refleja de alguna manera el de su creador) no resuelve sus problemas, 
              no elige. En un caso, la decisión la toma un amigo, Daniel, 
              casándose con Marcelle. En cuanto a la muchacha, ante su 
              irresolución, vuelve a provincias. Si L'age de raison mantiene el curso normal de la narración, 
              apenas alborotado por alguna reminiscencia joyceana o por un hábil 
              manejo del suspenso, Le sursis, en cambio, se aparta radicalmente 
              de la ortodoxia novelística. Sus ocho capítulos mezclan 
              acciones y personajes con entera libertad, ostentando una técnica 
              más audaz que la de Dos Passos en U.S.A. (obra que Sartre 
              admira excesivamente) o la del Ulysses. Rápidamente, 
              Mathieu salta a un segúndo plano. La acción se dilata 
              sobre Europa, en los ocho días que precedieron al pacto de 
              Munich. A diferencia de La nausée, la angustia es 
              aquí colectiva y Sartre se complace en registrar las distintas 
              reacciones de sus personajes y (es claro) sus distintas decisiones 
              frente a la guerra que la entrega postergó. No escasean en ambos volúmenes los episodios negros. (Benda 
              señala algunos notorios; hay más.) No sirven, empero, 
              para caracterizar la novela, son incidentales y el verdadero conflicto 
              no los roza, los supera. En todo momento es evidente que la preocupación 
              del escritor, no se reduce a registrar las cohabitaciones de sus 
              personajes, sino a atender a los momentos críticos -de cualquier 
              naturaleza que sean- que les obliguen a definirse, a elegir. (Por 
              ejemplo, Daniel en el primer volumen; Mathieu, y tantos otros, en 
              el segundo.) El autor no les impone la elección, pero los 
              acosa hasta extraerles una. Y pone el acento de su obra, no sobre 
              la absurdidad del mundo y el anonadamiento del hombre (como en las 
              anteriores ficciones) sino sobre la necesidad de elegir y de realizarse. 
              Otra diferencia fundamental con la literatura del primer período; 
              el hombre no se halla incomunicado. Su acción esta vinculada 
              a otras, está, incluso estilísticamente, soldada a 
              otra. (En Le sursis, en medio de una frase cualquiera y sin 
              indicación de naturaleza alguna, Sartre cambia el sujeto, 
              traslada la acción de un extremo a otro de Europa, se sumerge 
              en otro conflicto.) Si Roquentin comunicaba su angustia por un Diario 
              íntimo -forma exacerbada de la soledad-, la crisis de Mathieu 
              o la de Daniel se ofrecen en la encrucijada do destinos individuales 
              que convergen en torno a Munich. La visión, como se comprende, es más adulta, más 
              lúcida. Ha perdido un poco de su temprana violencia y de 
              su paradójica dureza, pero se ha vuelto más justa, 
              más abarcadora de la realidad, en un plano no puramente metafísico, 
              sino histórico y, por lo tanto, social. En este sentido, 
              ambos volúmenes, y en especial el segundo, pueden servir 
              de documentos de nuestro tiempo, tan legítimos como Darkness 
              at Noon o L'espoir o Fontamara, literariamente también 
              ha madurado Sartre. Ya no se repite la deshilvanada, irregular, 
              armazón de La nausée; y Le sursis muestra 
              hasta el agotamiento del lector que su autor puede hacer lo que 
              quiere con la narración. Felizmente -ya se ha visto- no se 
              trata sólo de virtuosismo. Transición II El volumen que recoge el teatro -Les mouches (1943), Huis 
              clos (1944), Morts sans sépulture (1946) y La 
              putain respectueuse (1946) pertenece en menor grado a la literatura. 
              Cada una de estas obras es un texto literario, pero su destino no 
              se agota, ni siquiera se realiza, en la lectura. Fueron creadas 
              para integrar otra realidad estética: el teatro. Sólo 
              allí cobran cabal significado. El juicio del crítico, 
              que no las pudo ver en escena, esta afectado por esta limitación. Les mouches es la más literaria de las cuatro obras. 
              Quiero decir: la que pierde menos en la lectura. Es, también, 
              la más contaminada de existencialismo teórico; es, 
              en fin, la que documenta mejor la evolución del pensamiento 
              sartriano. En sus escenas pueden señalarse ya los gérmenes 
              del humanismo viril que ahora proclama su autor. Se trata, ya se 
              sabe, de una nueva versión de La Orestía. No 
              interesan en este momento sus innovaciones o su fidelidad. (Apunto 
              una sola invención, estilística: el texto es alternativamente 
              pomposo, o poético "a lo Giraudoux", así 
              como vulgar, lleno de coloquialismos y facilidades.) La sangrienta 
              fortuna de los Atridas sirve a Sartre de pretexto anecdótico 
              para exponer de manera clara y evidente -demasiado clara y evidente, 
              tal vez- algunos de los puntos fundamentales de su repertorio filosófico: 
              No hay Dios, el hombre es libre, es responsable por todos los hombres. 
              Y el Orestes que presenta no deja de ostentar la clara elocuencia 
              del pensador de L'étre et le néant.  Quizá esta filosofía, tan directamente difundida 
              desde la escena, conspirara contra la eficacia teatral de la pieza, 
              que obtuvo un éxito menor. (No debe olvidarse que fue montada 
              durante la ocupación alemana: 1943.) Lo cierto es que Sartre 
              abandonó al mismo tiempo el coturno y el desmesurado propósito 
              de sintetizar toda su filosofía en tres actos. Sus otras 
              obras dramáticas son, ante todo, criaturas escénicas 
              viables. Y apuntan, en la superficie, al espectador burgués, 
              al vergonzante gozador del guignol, Morts sans sépulture, 
              le ofrece torturas en escena y diálogos sádicos; Huis 
              clos, un cuarto amueblado en el infierno, donde tres seres se 
              torturan verbal y recíprocamente (L'enfer, c'est les autres, 
              dice uno); La putain respectueuse, una sazonada y caricaturesca 
              versión del conflicto racial en el sur de los Estados Unidos. 
              El lenguaje es siempre audaz y los efectos más o menos directos. 
              Cuando se leen estas obras el andamiaje asustador pierde un poco 
              su eficacia, resulta demasiado visible, incomoda. (Me refiero, en 
              especial a Morts sans sépulture.) La lectura destaca, 
              además, la existencia claudicante de los agonistas, su palpable 
              esqueleto. Pero esto no puede considerarse como un defecto, ya que 
              Sartre ha declarado reiteradamente que no cree en el teatro de personajes 
              sino en el de situaciones. Y no se puede negar que como dramaturgo 
              ha sabido elegir las situaciones de más segura eficacia, 
              así como los títulos más rotundos. (Me refiero, 
              en especial, a La putain respectueuse.) Tanto Morts sans sépulture como Huis clos 
              participan de la reacción ideológica apuntada ya en 
              Les chemins de la liberté. Las situaciones de ambas 
              piezas son desesperadas. Los maquis, muertos insepultos, 
              o las almas en el infierno, no tienen salida, no pueden actuar. 
              Pero en algunos de ellos -en el silencio de los torturados, en el 
              empecinamiento de Garcin- se advierte una dura elección, 
              el irreprimible ejercicio de la libertad.(6). Quizá el impacto dramático más pleno de Sartre 
              sea Huis clos. Es difícil que se pueda mejorar su 
              contenida violencia, su desnudez, su concentración. Más 
              depurada de lastre doctrinal explícito; más sobria 
              y avara de los efectos escénicos; equilibrando el teatro 
              de situaciones con el de caracteres, esta breve pieza supera, en 
              calidad, en importancia, la restante producción de Sartre. 
              En un plano inferior, debe colocarse La putain respectueuse, 
              de probada eficacia, pero doblemente contaminada por su aspecto 
              equívoco de pastiche de alguna obra norteamericana, y por 
              la ambigüedad de su propósito: más que una sátira 
              del prejuicio racial, de la demagogia, de la sensualidad puritana, 
              esta pieza es una farsa. Morts sans sépulture, en 
              un plano más alejado aún, oscila entre el cuadro documental 
              efectista y el melodrama, de grandes gestos y grandes palabras, 
              desposeído de criaturas escénicas que vivan su brutal 
              conflicto. Obra esencialmente impura y circunstancial, no logra 
              dominar sus heterogéneos materiales, ni alcanza la segura 
              violencia de Le mur, su probable antecedente. Este examen de la literatura de Jean-Paul Sartre es (repito) provisional. 
              Su obra literaria inaugura ahora una nueva etapa, después 
              de superar el período negro y de salvar la difícil 
              transición de la guerra. Pero todavía no ha producido 
              un ejemplar incontaminado del nuevo enfoque. Hay muchos atisbos, 
              (según se ha visto), en obras anteriores, y hasta una teoría 
              en el valioso ensayo Qu'est-ce q'ue la littérature? Pero 
              faltan los textos literarios. Tampoco ha fundado Sartre su moral, 
              aunque haya algunos anticipos de su orientación. De todos modos, aún provisional, el examen realizado no 
              parece inoportuno ni fantasmal. El existencialismo de Sartre deriva 
              evidentemente hacia un nuevo humanismo, de directa acción 
              social; su filosofía desemboca en una moral para nuestro 
              tiempo; su literatura ofrece la descripción viva, conflictual, 
              de este enfoque complejo. Esto parece incuestionable, y no está 
              de más recogerlo, aunque sea cumplir obra de mediocre profeta 
              (o sea: de buen historiador) el anunciar cosas tan evidentes." Emir Rodríguez Monegal. (1) Esta conferencia fue sumamente criticada. En 
              ella Sartre trivializa demasiado su pensamiento para volverlo accesible, 
              según observara ya A. Patri en L'Arche (18-19, 1946). 
              Pero el texto es útil para penetrar fin la zona incomunicada 
              aún del existencialismo. La editorial Sur lo ha vertido en 
              castellano. (Buenos Aires, 1947). (2) Jeau Wahl ha denunciado con finura la preocupación 
              de este nuevo existencialismo por "redondear los ángulos", 
              facilitando la concordancia, el acercamiento. (Ver Fontaine, 
              52, 1946). El mismo reproche es esgrimido y ampliado por Marc Beigbeder 
              en su valioso libro: L'homme Sartre (Bordas, 1947). (3) Erra, también, Benda al aludir incidentalmente 
              a la victima del acto gratuito de Lafcadio, en Les caves du Vatican. 
              El anciano Amedée Fleurissoire difícilmente puede 
              ser calificado de "enfant". Esta gruesa confusión 
              permite sospechar que Benda aniquila libros que no ha leído, 
              que le contaron mal. (Ver Tradition de l'existencialisme, 
              Grasset, 1947.). (4) La editorial argentina Losada ha iniciado la 
              publicación en castellano de la obra literaria de Sartre 
              con la cuidadosa versión de estos dos títulos. El 
              mismo sello anuncia ya un volumen de teatro y la trilogía 
              novelesca, los que sumados a los otros, permitirán un conocimiento 
              cabal de esta literatura al lector hispanoamericano.  (5) Sobre las vicisitudes de esta obra en Italia 
              escribió un buen Informe Renato Treves (Realidad, 
              Nº 6, 1947). En la Argentina, los cuentos de Sartre merecieron 
              el dudoso honor de ser confiscados por la policía, junto 
              a Forever Amber, a Las memorias de una cortesana, 
              a Los pulpos. (Ver telegrama de A. P. del 23/III/1948). (6) Esto es lo que no entendió Pol Gaillard 
              pese a su fina aproximación a Huis clos. (Ver Les 
              lettres françaises del 7/IX/1946). Ni siquiera en el 
              Infierno pierden los personajes de Sartre su libertad. Y cuando 
              Garcin concluye la pieza exclamando: -Eh bien, continuons, 
              ha realizado una nueva elección. |