|   | "Conversación con Juan Carlos Onetti"En Eco, Bogotá, v. 20, nº 119, marzo 1970,
 p. 442-475.
 "La fama ha terminado por dar 
              caza, al fin, a Juan Carlos Onetti. Nacido en 1909, autor de ocho 
              novelas y algunos libros de relatos y cuentos, Onetti no sobresale 
              los límites de su patria, el Uruguay, hasta bien entrada 
              la década del sesenta. Entonces, poco a poco, empiezan los 
              reconocimientos. Se le descubre y traduce en Francia, en Italia, 
              en los Estados Unidos. En la América Latina, críticos 
              y colegas leen, o releen, sus novelas y encuentran en ellas a un 
              maestro de la nueva narrativa. Recientemente, la colección 
              de sus cuentos y novelas cortas, hecha en Caracas por Monte Avila, 
              la colección de sus novelas, en México por Aguilar, 
              pone en ediciones accesibles e internacionales una producción 
              que circulaba escasamente. Todas estas señales de la fama 
              dejan, sin embargo, incambiado al escritor. Hosco, amigo del silencio, de la meditación 
              y diálogo consigo mismo, accesible sólo en raros momentos, 
              Onetti no sólo ha creado un mundo novelesco sino que también 
              ha creado la imagen de un escritor taciturno para el que dos ya 
              son una multitud, y la soledad es suficiente compañía. 
              La verdad que esconde esa leyenda es más compleja. Onetti 
              es hombre de pocas pero muy sólidas amistades, es hombre 
              de largas pasiones amorosas, de comunicación en un nivel 
              muy hondo. Pero ese Onetti íntimo rara vez es accesible. En agosto de 1969 tuve ocasión de pasar 
              una tarde, que se prolongó hasta la madrugada, en casa de 
              Onetti en Montevideo. Una frecuentación de más de 
              25 años había precedido esa conversación. Pero 
              entonces, y por primera vez, llevé un grabador para captar 
              no sólo las opiniones de Onetti sobre su propia obra, sino 
              su tono de voz. En la conversación que sigue, tanto Onetti 
              como yo hablamos en "uruguayo", es decir: en esa variante 
              del español que se usa en aquella zona del Plata. Hay muchas 
              palabras de jerga, o de lunfardo, pero las he dejado porque creo 
              que el tono de voz no se da sino a través de las palabras 
              mismas. Por otra parte, creo que el contexto las hace claras. Ellas 
              certifican una presencia que, en forma más elaborada pero 
              no menos conmovedora, se da también en su obra literaria.Yale University
 MOLLY BLOOM Y LA MELLIZA DEL CAFÉ METRO ERM: Preferiría empezar preguntándote 
              por lo que estás escribiendo ahora.JCO: Estoy haciendo una novela que va 
              a ser fatalmente muy larga. Es cierto que va a ser larga. Cada vez 
              que me pongo a escribirla se me ocurren cosas nuevas, o se imponen 
              nuevas cosas, y entonces así empieza lo que llega por ahora 
              a mil páginas. Eso tiene, indudablemente, una tarea de expurgación 
              posterior. Pero no me gusta mutilar la obra cuando la estoy escribiendo. 
              Por eso no sé lo que en definitiva va a salir.
 ERM: ¿Cuál es el tema?
 JCO: Mirá, el hombre, el hombre 
              que había huido de la ciudad maldita.
 ERM: ¿De Santa María?
 JCO: Sí, pero no pienso entrar 
              por ahora en lo de Santa María, porque detrás de Santa 
              María están exactamente cosas harto conocidas. No, 
              mirá: ese hombre se va de Santa María y se viene a 
              Montevideo. Es un poco como lo que me pasó a mí, cuando 
              volví de Buenos Aires a Montevideo, después de tantos 
              años.
 ERM: ¿Y por qué volviste?
 JCO: La verdad es que hice todo lo posible 
              por venirme a Montevideo, por razones económicas también. 
              Yo estaba viviendo en Buenos Aires, en la época de Perón, 
              y estaba escribiendo mucho, y lo que pasaba allí, políticamente, 
              no me tocaba para nada; quiero decir: yo no era argentino. No me 
              resultaba, hasta tenía el orgullo de pensar: esas cosas no 
              pasan en mi país, en el Uruguay. Un orgullo estúpido 
              pero yo sufría, sufría espiritualmente por estar allá. 
              Por eso me vine. Fue la vorágine de la vuelta, propuesta 
              en el orden de lo personal por viejos amigos que han sido amigos 
              de la juventud: Maneco Flores, Michellini, y Luis Batlle. Después 
              del triunfo de 1954, querían que me viniera a Montevideo. 
              A última hora decidí que lo haría: Venirme.
 ERM: Y te viniste a trabajar en el Municipio, 
              primero en una Biblioteca Infantil (sic) y después en otra 
              dependencia. Y, además, te viniste para seguir escribiendo: 
              El astillero, Juntacadáveres, y esa nueva novela. 
              Pero decíme: ese hombre que se escapa de la ciudad maldita, 
              ¿quién es? ¿Cuál de los personajes de 
              Santa María?
 JCO: Es un personaje apenas esbozado en 
              El astillero, un tipo que no llega a Jefe de policía, 
              es jefe del destacamento de policías. Apenas tiene una escena 
              en la novela, cuando se ahoga uno de los socios de Larsen, Gálvez, 
              ¿te acordás?, y que lo llevan a Larsen a la morgue 
              en seguida, del destacamento, para que lo identifique. Ahí 
              tienen los dos un diálogo amable, entre tira y macró... 
              Bueno, este hombre es el que dispara de allí. Bueno, dispara 
              porque tiene cierta libertad, porque él quiere ser otra cosa, 
              no eso que es allá. Y dispara hacia algo que podemos llamar 
              Montevideo. Puede ser que sea Montevideo.
 ERM: ¿En la novela se identifica 
              como Montevideo?
 JCO: Se reconoce que es Montevideo, se 
              puede declarar que es Montevideo. Lo que me pasa es que no quiero 
              seguir hablando de esto... Sabés, hay un consejo que anda 
              por ahí y es que no conviene contar el argumento de una novela 
              que estás escribiendo. Es una superstición: el que 
              cuenta el argumento, después no lo escribe más. Pero 
              esto no sé si ponerlo como superstición o como hecho. 
              Es lo que le pasa a Paco Espínola.
 ERM: Estaba pensando justamente que Paco 
              se pasa contando sus cuentos sin escribirlos.
 JCO: Tendría que escribirlos, aunque 
              me imagino que psíquicamente tendrá la sensación 
              de que cumplió, que ya escribió el cuento de tanto 
              contarlo.
 ERM: Sí, creo que tenés 
              razón. Y, además, creo que hay que respetar siempre 
              la superstición de los autores, sea o no justificada. Pero 
              en vez de contarme el argumento me gustaría que me dijeses 
              a qué parte del ciclo de novelas tuyas, lo que se ha dado 
              en llamar la Saga de Santa María, pertenece esta nueva novela. 
              Es decir: cronológicamente, ¿dónde la ubicarías 
              tú?
 JCO: Y creo que va a posteriori 
              de todo lo escrito hasta ahora. Sí, va realmente después. 
              Muy pocos personajes de las otras novelas están en ésta, 
              muy pocos.
 ERM: En cierto sentido, llegaría 
              a completar un poco el ciclo ya conocido.
 JCO: Sí, sí, y además 
              me sirve para contar muchas cosas que me ocurrieron cuando todavía 
              vivía en Montevideo, antes de irme a Buenos Aires; cosas 
              que me interesaron como tema literario. Como el personaje también 
              estuvo antes en Montevideo, puedo usar esas cosas. ¿No sé 
              si llegó a tus oídos la fabulosa historia de las mellizas?
 ERM: No, no la conozco.
 JCO: Es increíble.
 ERM: ¿Por qué no me la contás?
 JCO: Podría ser largo para contarla... 
              Bueno... Eran dos mellizas menores de edad. Andarían por 
              los 17 años. Las llamaban la melliza mayor y la melliza menor. 
              Había una discusión nunca aclarada entre ellas, porque 
              parece que el mellizo que nace primero es el mayor en realidad, 
              según la ciencia médica.
 ERM: No, creo que es al revés. 
              Según la ciencia médica, el mayor es el que nace segundo. 
              Pero del punto de vista del derecho, se considera al que nace primero 
              como el mayor.
 JCO: Mirá, no vamos a entrar en 
              discusiones. Ahora, las dos, muertas de hambre, evidentemente, se 
              dedicaban a la prostitución. Una prostitución muy 
              curiosa, porque la melliza mayor, a pesar de tener sólo 17 
              años, sabía manejarse, sabía cobrar. Ahora, 
              la otra, la melliza menor, la que me acuerdo que era rubia, esquelética, 
              facialmente parecida a Loretta Young... ¿no sé si 
              te acordás de Loretta Young?
 ERM: ¿Y vos no te acordás 
              que soy crítico de cine?
 JCO: Esa chica, se venía de un 
              lugar en las afueras de Montevideo llamado Punta de Rieles, donde 
              íbamos a veces por el camino Maldonado... Como te digo: la 
              mayor ejercía y cobraba. La otra, no cobraba ni un cobre. 
              La mayor se ponía furiosa, la retaba, la insultaba... La 
              pobrecita decía: ¿Y qué querés que haga?, 
              si cuando les digo que me paguen se ponen a reír.
 ERM: Es un buen cuento.
 JCO: ¿Cuento? Llamá a testigos.
 ERM: Bueno, los mejores cuentos son los 
              de testigos.
 JCO: Toda la barra del café Metro 
              te puede servir de testigo. Por esa época, yo iba mucho al 
              café Metro, porque ahí era el punto de reunión 
              de los amigos, allá por la media noche. Yo trabajaba, y vivía 
              en Reuter prácticamente. Te estoy hablando de cuando empezó 
              la guerra, allá por el año 39. Y Reuter estaba al 
              lado del café Metro.
 ERM: Sí, que estaba en una esquina 
              de la Plaza Libertad, cerca de donde está ahora la administración 
              de El País.
 JCO: Ahí mismo. Bueno, yo me pasaba 
              la noche en el café. Me acuerdo que una noche llegué 
              a encontrarme con la melliza, la menor. No lo vas a creer pero fatalmente 
              ella perdía el último ómnibus, o tranvía. 
              Entonces tenía que quedarse acá. Tampoco podía 
              ir a un hotel. La única solución era pasarse la noche 
              en una casa de citas. Me acuerdo que era imposible la relación, 
              muy extraña. Y siempre pasaba lo mismo. Ella se quedaba conmigo, 
              o me seguía por los cafés. Una noche, por ejemplo, 
              estábamos en un restaurante que quedaba cerca del Tupi Nambá, 
              te hablo del viejo, es claro, y yo estaba metido en una discusión 
              con uno de la barra del Metro. Era sobre Joyce. Yo lo estaba defendiendo, 
              y alguien dijo que el Ulises era un mamarracho.
 ERM: ¿Habían tomado ellos 
              la precaución de leerlo por lo menos? Entonces no estaba 
              traducido en español.
 JCO: Yo lo había leído en 
              inglés, con ayuda. Y también había leído 
              la traducción francesa que es bellísima Los otros 
              no sé. Creo que sí, pero no sé. Eso no importa. 
              Lo que te quiero contar no es eso. Me acuerdo que la melliza menor, 
              o sea mi amor, estaba limpiando los anteojos, que eran suyos, mientras 
              yo discutía con los otros. Entonces, de pronto, tiró 
              los anteojos y dijo: "Ustedes, se callan, imbéciles; 
              ustedes qué saben de Ulises, qué saben de Onetti" 
              Eso es amor, sabés.
 ERM: Eso es amor, y además sentido 
              común, porque seguramente era bien claro que tú sabías 
              más que los otros de lo que estaban hablando.
 JCO: No, no es eso. Aunque talvez yo lo 
              había leído entero.
 ERM: Y habías entendido de qué 
              se trataba.
 JCO: No sé si lo había entendido. 
              Pero había sentido el conjunto de la cosa y la extensión 
              viva que todos esos no veían.
 ERM: Este período que estás 
              evocando ahora, y que es el período en que tú estabas 
              escribiendo El pozo y trabajando como secretario de redacción 
              en la recién fundada Marcha; todo este período 
              ¿aparece reflejado de alguna manera en la novela que estás 
              haciendo?
 JCO: Claro, este período montevideano 
              aparece cuando el hombre logra escapar de la ciudad maldita. Entonces 
              lo vive. Mejor dicho: no lo vive, lo tiene dentro, y así 
              aparecen una cantidad de peripecias que yo viví, o de las 
              que fui testigo.
 ERM: ¿Se puede preguntar en qué 
              terminó la melliza que se parecía a Loretta Young, 
              o es una indiscreción la pregunta?
 JCO: Desapareció. Yo conseguí 
              que una amiga le consiguiera un puesto no de sirvienta, sino más 
              bien de compañía. Mi amiga tenía una casa muy 
              grande, frente a la Caja de Jubilaciones. Le había explicado 
              toda la historia, cómo llegué al punto de querer casarme 
              con la melliza como única solución para ella, y única 
              solución para mi conciencia. Aquel sufrimiento permanente 
              de estar hasta las doce o la una, todos los días, estar perdiendo 
              siempre el último tranvía o el ómnibus... Bueno, 
              se había arreglado todo para que yo le pagara el sueldo a 
              mi amiga y ella se lo diera a la melliza, que no se enteraba de 
              nada. Pero hubo una entrevista y parecía que la melliza estaba 
              muy contenta. Después, cuando salimos a la calle, la melliza 
              me dijo: "Para mí, es un truco. Te vas a la gran puta. 
              Ya me di cuenta cómo te mira esa mujer..." Yo creí 
              que había solucionado una existencia, ¿te das cuenta? 
              Por lo menos, le había encontrado un motivo para que no anduviera 
              yirando.
 ERM: Y a propósito de esta melliza, 
              hace tiempo que quería preguntarte una cosa. Aunque hay muchas 
              mujeres en tu obra, no hay ninguna novela cuyo personaje central 
              sea una mujer. ¿Por qué?
 JCO: Es cierto. No hay ninguna novela 
              mía cuyo personaje central sea una mujer pero en La vida 
              breve hay eso que llaman un monólogo interior pero donde 
              están respetuosamente puestos todos los puntos y comas, en 
              que una mujer está hablando de un hombre. Ahí se muestra 
              a la mujer por dentro, desde el punto de vista de ella.
 ERM: A eso voy. Lo que se te plantea allí 
              es precisamente el problema del narrador hombre que trata de mostrar 
              al personaje mujer por dentro. Muchos escritores lo pueden hacer. 
              Otros lo intentan y fracasan, como Quiroga en Historia de un 
              amor turbio. Otros ni siquiera se toman el trabajo.
 JCO: Para mí el mejor ejemplo es 
              el de Joyce. El monólogo final del Ulises, de Marion 
              Bloom, yo no sé qué fuerza de autenticidad tiene pero 
              confío muchísimo en que la tiene. ¿Hasta dónde 
              un hombre entiende a una mujer? ¿Hasta dónde una mujer 
              entiende a un macho? Además, una mujer entiende a un hombre 
              de una manera muy objetiva, lo digo muy en el sentido de pasión, 
              aparte del amor. A un hombre le debería importar una mujer 
              exclusivamente del punto de vista subjetivo, es decir, de su propio 
              punto de vista de hombre. No hablo de las excepciones. Y eso creo 
              que es lo que se ve en mi obra.
 ERM: Sí, y en tu cuento de la melliza 
              menor. Pero ya que mencionas Ulises por segunda vez, se me 
              ocurre: ¿Nunca discutiste con alguna mujer el monólogo 
              de Marion Bloom? Es decir: si a ella le parecía o no el verdadero 
              monólogo interior de una mujer.
 JCO: No, eso no, pero llegué a 
              una cosa muy divertida con una niña de Buenos Aires que me 
              pidió que le regalara el Ulises traducido. Entonces 
              yo le dije: Te lo regalo si voz me lees las cuarenta páginas 
              del monólogo a solas y en voz alta. Y ella me dijo: Claro 
              que sí. Pero creo que no había pasado de las diez 
              primeras páginas cuando se acabó la historia literaria.
 ERM: Querés decir, como dijo Dante 
              primero que vos, que aquel día no leyeron más.
 JCO: La anécdota termina ahí.
 ERM: Entonces sigo por otro lado. No sé 
              si viste la película que hicieron sobre el Ulises. 
              Casi lo único bueno, a mi juicio, es el monólogo de 
              Molly. Ahí se oye a la actriz recitar fragmentos del monólogo. 
              Sólo entonces las imágenes adquieren cierto sentido. 
              Cuando están sostenidas en la prosa de Joyce.
 JCO: Es que el texto tiene poesía. 
              Porque si vas a mirar bien no es nada más que el monólogo 
              interior de una pobre vieja, una infeliz que se acuerda cuando era 
              joven, y mezcla todas esas cosas, el clavel o la rosa, con la menstruación 
              y con los hombres que tuvo, o la tuvieron. Sin embargo, el tipo 
              salva todo eso y le emboca el tono justo.
 ERM: Sí, es un poco lo que le pasaba 
              a Swift cuando se acordaba que su Stella también iba al cuarto 
              de baño y no precisamente a lavarse los dientes. Pero nos 
              hemos ido muy lejos de esta novela que estás escribiendo 
              ahora, y la culpa es mía. Así que vuelvo a preguntarte. 
              Todo eso del período del café Metro y la melliza menor 
              y la lectura de Joyce, etc., representa la parte montevideana de 
              antes...
 JCO: Sí. Después está 
              el retorno a Santa María. Ya está todo montado pero 
              no quiero entrar en detalles. Me limito a contarte que el individuo, 
              después de un período en que él se cree en 
              libertad, o se siente libre, en Montevideo, está haciendo 
              diversas cosas, pinta, dibuja, crea; ese individuo entonces se viene 
              desesperado a Santa María. No hay nada que hacerle: es la 
              fatalidad. El no puede volverse a Santa María. No tiene permiso, 
              o pasaporte, o lo que vos quieras. Entonces el empeño del 
              hombre es buscar por todos los medios, en usar de todas las posibilidades, 
              para el retorno a Santa María, Bueno, pero hasta ahí 
              te cuento, y nada más.
 LOS DOS ASTILLEROS ERM: Me gustaría hablar un poco 
              ahora del ciclo entero de tus novelas, de la Saga de Santa María, 
              en general... Y a propósito: ¿el nombre de Santa María, 
              de dónde lo sacaste?JCO: No sé.
 ERM: Buenos Aires fue bautizada como Santa 
              María del Buen Aire. ¿Será por eso?
 JCO: El origen puede ser ese.
 ERM: Sin embargo, Santa María no 
              es Buenos Aires porque no es una gran ciudad, y además los 
              personajes a veces van desde Buenos Aires a Santa María (como 
              en La vida breve) o regresan desde Santa María a Buenos 
              Aires (como en Para una tumba sin nombre). Así que 
              es otra ciudad. Es más bien un pueblo.
 JCO: No sé por qué te tomás 
              tanto trabajo.
 ERM: A mí se me ocurrió 
              decir una vez que Santa María era una ciudad compuesta, ya 
              que tiene toques de otras ciudades del Río de la Plata, de 
              Colonia en el Uruguay, por ejemplo, y tal vez de Rosario.
 JCO: Talvez. Pero todo eso no me importa.
 ERM: Bueno, dejemos la topografía 
              entonces. De todas maneras, mi pregunta inicial iba a otro lado. 
              Lo que me gustaría conversar contigo es sobre el ciclo entero: 
              Cómo empezó a formarse en tu cabeza, cómo surgió, 
              etc. Es decir: repasar las novelas principales no del punto de vista 
              del crítico, que eso ya se ha hecho y se sigue haciendo cada 
              vez más, sino desde tu punto de vista.
 JCO: Desde mi punto de vista, no sé. 
              Son de esas cosas que pasan fatalmente. Para mí es inexplicable. 
              Se estaba formando dentro de mí sin que yo me diera cuenta. 
              Me acuerdo que estaba en Buenos Aires, viviendo en la calle Independencia 
              858, y un día que me iba a mi trabajo y mientras caminaba 
              por el corredor de mi apartamento, me cayó así, del 
              cielo, La vida breve. Y la vi. Me puse a escribirla desesperadamente.
 ERM: ¿Eso era en qué año?
 JCO: Sería dos años antes 
              de publicarla, por el 48. A tal punto vi el asunto, fue tan poco 
              deliberado, que no sé realmente por qué diablo fue 
              así. Pero ya estaba allí el final de Larsen como aspirante 
              al prostíbulo ideal, el prostíbulo perfecto de Santa 
              María. Sólo cien años después lo escribí 
              en Juntacadáveres.
 ERM: ¿Eso fue lo primero que pensaste 
              o viste?
 JCO: No, no. Fue una cosa de visión. 
              Yo veía la despedida de Larsen, el adiós de Larsen. 
              Te digo que fue como una cosa extraña, porque en el momento 
              de la visión, de ver esa extraña despedida de Larsen 
              con la policía al lado, yo no pensaba escribirlo. No pensaba 
              escribir entonces Juntacadáveres, y por consiguientes 
              no pensaba tampoco escribir El astillero. Llevar la explicación 
              por el lado del cine sería lo más comprensible: es 
              como una cosa que no sabés el sentido pero que te gustaría 
              filmarla, porque algún sentido tiene, ¿no? Lo mismo 
              me pasó, aunque en otro plano, con El astillero. Yo 
              estaba escribiendo Juntacadáveres y la llevaba más 
              que mediada, cuando de pronto, por unas de esas (uno puede tener 
              sus cosas detestables), hice una visita a un astillero que existía 
              en Buenos Aires. En realidad, eran dos: uno está en el Dock 
              Sur, y el otro está en la ciudad de Rosario.
 ERM: Que es casualmente la ciudad donde 
              muere al fin Larsen.
 JCO: Exacto. Yo conocía al astillero 
              del Dock Sur, y conocía a uno de los innumerables gerentes 
              del otro astillero, el del Rosario. Era empresa que había 
              ahecho el señor Du Petrie y que llegó a tal punto 
              que había una línea de ferrocarril exclusivamente 
              para el astillero de Rosario. Pero te quería hablar del otro 
              astillero, el del Dock Sur. La empresa estaba en quiebra. Allí 
              conocí al señor de Fleitas, un viejito duro, bien 
              vestido, muy convencido de que iban a ganar el pleito. Aunque luego 
              no se pudo cumplir con los compromisos y hubo que rematarlo todo. 
              Pero cuando lo conocí, estaba aguantando a los acreedores 
              y los embargos, muy convencido. Fui al astillero acompañado 
              de uno de los gerentes, uno de esos hombres que viven en el reino 
              de su propia ilusión.
 ERM: Es decir, que en Du Petrie tenías 
              ya a Petrus, y en el señor de Fleitas tenías a alguno 
              de los empleados de tu astillero, el de la novela.
 JCO: Sí, pero hay más. Misteriosamente 
              Du Petrie mantenía todo como si el astillero siguiera funcionando. 
              Todo estaba sellado por el juez, inmunizado por la justicia. No 
              se podía sacar ni poner nada. Pero él había 
              conseguido una llave y entraba. Tenía su oficina, una oficina 
              fabulosa, en plena calle Florida.
 ERM: ¿En Rosario o en Buenos Aires?
 JCO: No, en Buenos Aires. Todo esto que 
              te cuento pasó en Buenos Aires; el astillero de Rosario era 
              sólo parte de la empresa. Pero el valor sólo del terreno 
              del astillero era fabuloso. En la oficina de la calle Florida estaba 
              todo abandonado; una mugre, un polvo espantoso. Había una 
              de esas mesas de directorio, de madera de petiribí, una maravilla. 
              Me acuerdo que fui a verla por invitación de un nuevo socio 
              que conocí, uno de los gerentes. No te lo nombro porque es 
              el padre de un amigo, persona muy conocida. Ese hombre me invitó 
              un día a ir al astillero del Dock sur. Toda aquella riqueza 
              de material no sé si conseguí describirla bien en 
              El astillero, pero toda aquella riqueza tirada. Había 
              unos remos que estaban hechos con una madera que sólo en 
              la India se consigue. Los usaban para las canoas. Yo tuve uno varios 
              meses en mi departamento, después se lo regalé a uno 
              que remaba de veras. Y allí también había un 
              boliche que debe estar también en la novela. Me acuerdo que 
              era un galpón con techo de zinc, y en una de las vigas había 
              un letrero que decía textualmente: "Prohibido el porte 
              y el uso de armas." Genial. Fijate que todos los sábados 
              aquello era de a puñaladas y a tiros. Pero si ya ponés 
              "Prohibido el porte de armas", ¿para qué 
              vas a poner el uso también?
 ERM: Es un poco como ciertos avisos que 
              se encuentran en los ascensores franceses y que advierten que no 
              se debe abrir la puerta del ascensor cuando éste está 
              en movimiento, y aclaran: "si hay puerta".
 JCO: Como te decía: era cierto 
              el bailongo ese del porte de armas, como era cierto el astillero, 
              y los gerentes, y el dueño que se imaginaba que todo se iba 
              a arreglar. Desgraciadamente, nada de eso es una creación. 
              Todo estaba allí. Estaba pudriéndose, se estaba agujereando, 
              deshaciendo. A mí lo que me importaba de esa historia, era 
              la nueva visión y la nueva derrota. Por eso, aparece Larsen.
 ERM: Era lo que te iba a decir. Todo estaba 
              inventado, el astillero, los gerentes, el dueño, pero no 
              estaba inventado Larsen. Y eso es precisamente lo que importa.
 JCO: Claro, personalmente, la cosa para 
              mí era al revés. Porque para mí lo primero 
              era Larsen, y aquella visión que tuve y ya te conté. 
              Para mí, Larsen existe. Lo veo como un individuo que hace 
              un gesto cuya fuerza es notable porque no se puede creer en él. 
              No sé si me explico. El trata de fabricar su redención 
              por medio de una nueva esperanza. Después de haber fracasado 
              con el prostíbulo vuelve a Santa María a triunfar 
              en otra cosa. Entonces acepta el juego del astillero arruinado, 
              acepta el absurdo. Acepta el sueño de Petrus. No se puede 
              saber por qué Larsen es así en este período. 
              Y por qué tiene la ambición absurda de casarse con 
              el dueño de astillero...
 ERM: Dirás, con la hija del dueño...
 JCO: Y, había tantas obras sobre 
              temas homosexuales en el concurso de novelas de Primera Plana, 
              que me equivoco.
 ERM: Te contagiaste.
 JCO: No tanto. Bueno, Larsen quería 
              casarse con la hija de Petrus. Tampoco el casamiento era para formar 
              un hogar. Era más bien la realización de un status 
              económico. Aunque él sabe que el astillero es una 
              ruina que no tiene solución. Y la cosa se convierte, por 
              eso, en una cosa de status moral, espiritual, digamos. Pone 
              en juicio al juego mismo. Y todo termina sórdidamente: en 
              ese entrevero con la sirvienta de la hija, no con la hija misma, 
              con esa sirvienta achinada de provincia, que lo lleva a la casa 
              pero a las habitaciones del subsuelo, a las habitaciones de sirvienta, 
              con la foto de Carlitos Gardel y la Virgencita del Luján. 
              Es decir: que al final lo único que consigue Larsen es volver 
              a ser lo que era: el mismo Larsen de antes, el Larsen porteño 
              que fue.
 ERM: El macró de ciudad, 
              que aparece en Tierra de nadie, en 1941.
 JCO: Sí, se me apareció 
              allá, tenés razón.
 ERM: Ahora, precisamente, siempre me ha 
              intrigado un poco el hecho de que Larsen, a lo largo de tu obra, 
              fuera creciendo de una manera que no hacía prever para nada 
              el Larsen de la primera aparición en 1941. Ni siquiera el 
              Larsen de La vida breve.
 JCO: Lo que pasa es que para mí, 
              durante un tiempo, Larsen era sólo Larsen. No había 
              llegado a la categoría de Juntacadáveres. Es 
              decir: al principio era sólo un macró porteño, 
              un tipo que explotaba mujeres en el ambiente, y nada más. 
              Es un tipo convencional, mucho más despreciable, mucho más 
              en decadencia. Pero un día, así repentinamente, se 
              me ocurrió que este Larsen, este macró, tiene una 
              ambición: el prostíbulo perfecto, y se pone a juntar 
              mujeres (cadáveres, si querés) para realizar su sueño, 
              y se las lleva a Santa María...
 ERM: Me estás contando Juntacadáveres.
 JCO: Esa te la puedo contar. Ya la escribí. 
              Pero me preguntabas por la diferencia entre el Larsen del principio 
              y el Larsen (Juntacadáveres) de ahora. Está ahí: 
              un día sentí, porque lo sentí, que el individuo, 
              el tipo, el coso, como quieras, tiene su porcentaje de fe, y su 
              porcentaje de desinterés, o por lo menos un desinterés 
              inmediato. El individuo ese, Larsen, Junta Larsen, es un artista. 
              Claro que el concepto me salió muy entreverado.
 ERM: No creo que esté nada entreverado. 
              Al contrario, y te puedo decir más. Creo que yo entreví 
              este concepto (aunque no aplicado a Larsen) cuando hice una crítica 
              bastante detallada de La vida breve en el año 1951. 
              Allí buscaba señalar los distintos planos de interpretación 
              de la novela y cuando llegaba al plano final, en que hay una interpretación 
              precisamente del artista como creador que es paralelo al otro creador, 
              a Dios, me pareció que estaba dando una clave importante 
              para descifrar toda su obra.
 JCO: Si vos lo decís. Esas son 
              opiniones de crítico y tengo que respetarlas y callarme la 
              boca.
 ERM: Sí, pero te callas la boca 
              riéndote.
 JCO: Mirá, en lo que me corresponde 
              a mí como reporteado, te digo que sentí bruscamente 
              a Larsen como a un artista. Es decir: Larsen no iba exclusivamente 
              en busca de dinero como macró, cuando puso ese prostíbulo. 
              Sino que tenía un sueño del prostíbulo propio 
              y de la mujer perfecta para cada individuo. Era muy complicado, 
              demasiado complicado, entonces nunca pudo realizarlo del todo. Lo 
              que hizo fue una caricatura. Pero como el mundo está lleno 
              de fracasados...
 ERM: Vuelvo un poco atrás. Uno 
              de los problemas que se le planteó al lector de tu obra cuando 
              ibas publicando cada uno de los volúmenes de la Saga de Santa 
              María por separado, es precisamente el problema que El 
              astillero se publicase antes que Juntacadáveres 
              (tres años antes, en el 1961), aunque la historia que cuenta 
              ocurre varios años después.
 JCO: Creo que eso te lo expliqué 
              hace un rato.
 ERM: Empezaste a explicarlo.
 JCO: Bueno, te decía que yo llevaba 
              mediado Juntacadáveres, cuando tuve la visión 
              del derrumbamiento, de la decadencia de Larsen.
 ERM: Entonces, ¿interrumpiste la 
              obra?
 JCO: La interrumpí para escribir 
              El astillero, y sólo cuando terminé con ésta 
              volví a Juntacadáveres. Creo que eso le hizo 
              daño a esta novela. No sé, no la he vuelto a leer. 
              No he vuelto a leer nada mío, salvo cuando tengo que buscar 
              un dato para la novela que estoy escribiendo, si necesito alguna 
              documentación para no perderme.
 ERM: ¿No tenés fichas, genealogías, 
              planos, nada?
 JCO: No tengo nada. En un tiempo tenía 
              un plano de Santa María, pero como era más grande 
              que yo, entonces lo rompí.
 ERM: A propósito de esto, tengo 
              la sensación (que no está documentada porque mis ejemplares 
              de tus libros están encajonados y fuera de consulta) de que 
              Larsen cambia de tamaño, y hasta de peso y de apariencia 
              física en las novelas.
 JCO: No te entiendo.
 ERM: Sí, a veces aparece más 
              gordito y chiquito, otras más flaco y espigado. Talvez sea 
              una impresión mía, subjetiva, influencia talvez del 
              estilo o tono de cada novela.
 JCO: Puede ser. Aunque mi impresión 
              es que en Juntacadáveres todavía está 
              fuerte y poderoso, eso que llamamos pesado, pisando fuerte. En El 
              astillero está la desgracia, la decadencia de Larsen. 
              Ahora es claro: que acepto como un fracasado sólo al de El 
              astillero. Lo que pasa, se me ocurre, es que como terminé 
              de escribir Juntacadáveres después de El 
              astillero, la terminé de escribir sabiéndolo decadente, 
              ya lo sabía anciano y liquidado. Entonces sí, es posible 
              que dentro de Juntacadáveres, Larsen pierda peso.
 ERM: Yo diría que si no pierde 
              peso literalmente, lo pierde en otro sentido. Hay una diferencia 
              de tono muy grande entre la primera parte de la novela, que es cómica, 
              y tiene un empuje irónico, satírico, y la segunda 
              parte en que se anuncia ya el tono fúnebre de El astillero. 
              Lo que pasa es que ese cambio se puede explicar no sólo por 
              el hecho de que la segunda parte fue escrita después de El 
              astillero, sino porque hay también un cambio en la situación 
              de la novela. El chiste del prostíbulo ya no es un chiste 
              al final. Entonces, el cambio se justifica no sólo por los 
              azares de la composición de ambos libros sino por el sentido 
              mismo de la obra.
 JCO: No sé, yo no te puedo decir 
              si es por esos motivos, o por otros. Lo que sí te puedo decir 
              es que otros críticos han tenido otras opiniones.
 ERM: ¿Qué querés 
              decir?
 JCO: Han llegado a decir que en Juntacadáveres 
              los personajes se mueven de manera no explícita, que se termina 
              la novela sin saber cuál es el destino de ellos, etc.
 ERM: Con esa objeción también 
              se podría atacar al Ulises. Leyéndolo no se 
              sabe qué va a pasar al día siguiente, el 17 de junio 
              de 1904. El argumento me parece idiota. Y además injusto, 
              porque lo más interesante de Juntacadáveres 
              es que es precisamente un libro que está abierto hacia otras 
              novelas tuyas. Porque se continúa no sólo en El 
              astillero, cerrando el destino de Larsen, sino en Para una 
              tumba sin nombre, siguiéndole la pista a Jorge Malabia, 
              y también en la novela que ahora estás escribiendo, 
              por lo que me contás. Pero lo que yo quería discutir 
              era otra cosa: para mí hay dos puntos de vista sobre Juntacadáveres. 
              Uno es precisamente del lector que sabe que forma parte de un ciclo 
              y que puede entender perfectamente que la novela continúa 
              su desarrollo narrativo en otras. Pero está, además, 
              el punto de vista del lector que no sabe o no le interesa esto y 
              que se concentra en lo que la novela sí cuenta: la historia 
              del prostíbulo, historia que tiene principio, medio y fin, 
              y que es muy pero muy clarita.
 JCO: A ese lector no le importa más 
              que la novela. Y los otros, las personas que han seguido mi obra, 
              que me conocen desde hace años, saben que mañana, 
              a lo mejor, resucito un chivo enterrado donde se me ocurra, y donde 
              me dé la gana...
 ERM: Y tenés todo el derecho del 
              mundo. Si enterraste al chivo en Para una tumba sin nombre, 
              podés desenterrarlo donde quieras. A eso iba. Yo te diría 
              más: El astillero se presta más a ese tipo 
              de crítica que tú citabas, y que obviamente te tienen 
              con la sangre en el ojo. Porque en esa novela los antecedentes de 
              Larsen resultan más bien misteriosos, y sin haber leído 
              Juntacadáveres, no se sabe de qué derrota se 
              quiere vengar Larsen. Los antecedentes del personaje son totalmente 
              desconocidos para el lector de esa única novela.
 JCO: Claro, claro. Pero eso es lo que 
              yo quiero; que se pregunten: ¿Quién es Larsen? ¿Por 
              qué lo llaman Juntacadáveres? ¿Qué es 
              el astillero?
 ERM: Sí, pero el lector que se 
              hace estas preguntas no tiene por qué pedir al autor que 
              se las conteste con la biografía del personaje. Hay otra 
              lectura posible de la novela, en que las respuestas a esas preguntas 
              (y no a la biografía de Larsen, o del fundador del Astillero, 
              o de quien sea) están en la novela misma, y son respuestas 
              de otro tipo: respuestas existenciales, digamos. Por eso, la obra 
              puede ser leída de dos maneras completas: como obra que forma 
              parte de un ciclo, y como obra completamente independiente. Desde 
              este punto de vista es tan legítimo decir que El astillero 
              no se puede entender si no conocés todas las obras del ciclo, 
              como decir que se puede entender perfectamente por sí sola. 
              Es más: me parece que se podría sostener sin dificultad 
              que El astillero ofrece un mundo cerrado, totalmente coherente 
              y completo en sí mismo.
 JCO: Además de que el argumento 
              de que la obra no se entiende del todo o es incompleta, se puede 
              aplicar a muchas obras y muchos autores. En Balzac hay miles de 
              ejemplos de personajes que aparecen un momento en una obra y apenas 
              si uno tiene tiempo de conocerlos, y después resulta que 
              son protagonistas de otras novelas importantes. Y lo mismo te podría 
              decir de Faulkner. No hay obligación de que el autor tenga 
              que escribir una obra completa sobre cada personaje, una obra cerrada, 
              una obra perfecta.
 ERM: También hay que tener en cuenta 
              que ese desarrollo de un personaje a través de varias novelas, 
              ofrece otro interés al lector: el ver el ciclo novelesco 
              con una gran perspectiva. Así, por ejemplo, cuando vos presentás 
              a Larsen a través de las varias novelas le das al lector 
              la oportunidad de ir descubriendo a un personaje y desde ángulos 
              a veces muy distintos. En Tierra de nadie, Larsen aparece 
              con sus caracteres así más sórdidos, pero a 
              través de todas las novelas, leyéndolas no en el orden 
              de publicación, sino en el de la historia misma, vemos que 
              el personaje empieza a espiritualizarse, a trascendentalizarse casi, 
              y en El astillero ya se le ve con una dimensión superior 
              a la que hubiera podido imaginarse al conocer al personaje en la 
              primer novela
 JCO: Estoy totalmente de acuerdo. Rememorando 
              al Larsen de las primeras obras, hay que verlo como un personaje 
              totalmente cursi, un pobre desgraciado, un pobre diablo. Por el 
              ejercicio de la voluntad, que el tipo ejerce o contra la que surge, 
              se va espiritualizando. Es decir: en esos años en que el 
              tipo se pasa llevando los libros de contabilidad del Astillero es 
              para esconder que es, que ha sido, un cafisho, un explotador 
              de mujeres, toda su vida. Buenos, todo eso es para mí, al 
              menos. No sé qué puede pensar el lector, o un crítico. 
              Creo que es al crítico al que le toca en realidad discutir 
              el personaje desde el punto de vista del espiritualismo, o aún 
              del misticismo.
 ERM: Siguiendo un poco por este camino, 
              te digo que al final lo veo casi como una figura de Cristo. No sé 
              si son palabras que te parecen demasiado fuertes.
 JCO: No tanto, no.
 ERM: No digamos un Cristo, así 
              entero sino un personaje con una parte de Cristo; una víctima 
              expiatoria, un chivo emisario. Es decir: hay toda una parte de la 
              tragedia final de Larsen en El astillero que muestra un sentido 
              profundo de la expiación, y no sólo la expiación 
              por los pecados propios. Al asumir Larsen la gerencia del Astillero, 
              asume la culpa entera de la empresa. Es decir: de todos.
 JCO: Sí, eso puede ser, porque 
              hay un fondo cristiano mío. En el sentido de una cosa ideal 
              que está allí. No como una cosa deliberada, es claro.
 ERM: Sí, no tenés nada de 
              Graham Greene, por suerte, ni tus novelas son "edificantes", 
              en este sentido, ni tampoco deliberadamente alegóricas, aunque 
              puedan leerse como alegorías.
 JCO: No, no podría hacer eso, ni 
              aunque quisiera. ¿Conocés el chiste viejo del tipo 
              que le preguntaron qué mensaje tenía su novela? Les 
              contestó: Si necesita un mensaje use la Western Union. Es 
              decir: yo no puedo concebir a un individuo que se sienta a escribir 
              para transmitir un mensaje en una novela. Sí concibo, y lo 
              concibo porque yo mismo lo he hecho alguna vez, que uno se siente 
              a escribir algo semejante a un ensayo, o un artículo periodístico 
              para dar un mensaje. Pero en una novela, no. En la novela están 
              Tata Dios y Onetti, y nada más.
 ERM: Volviendo a Larsen y a El astillero, 
              no sé si sabés que esta novela fue interpretada por 
              el crítico inglés David Gallagher, en el New York 
              Times, como una alegoría de la decadencia actual del 
              Uruguay. Como además la novela está dedicada a Luis 
              Batlle, talvez sería posible atar esas dos moscas por el 
              rabo y sacar algunas conclusiones. ¿Qué te parece?
 JCO: Mirá, en primer lugar, Luis 
              Batlle era mi amigo y por eso le dediqué el libro. Como he 
              dedicado otros libros a otros amigos. Además, Batlle era 
              un gran hombre, una gran persona. Ahí tenés su retrato. 
              Miralo. Era como un niño. En cuanto a lo de si El astillero 
              es o no una alegoría, ya te dije que no me interesa ese tipo 
              de novela. No hay alegoría de ninguna decadencia. Hay una 
              decadencia real, la del astillero, la de Larsen.
 ERM: De acuerdo, y además sé 
              que te enojaste mucho cuando el editor de la segunda edición 
              de El astillero suprimió por su cuenta la dedicatoria 
              a Luis Batlle. Pero yo iba a otra cosa. La lectura de Gallagher 
              es una lectura de crítico, y puede ser legítima. En 
              ese sentido, yo sugería ir más lejos y establecer 
              ese paralelo (no directo, sino alegórico) entre el esfuerzo 
              de Larsen por salvar el astillero y salvarse, y el de Luis Batlle 
              por salvar el Uruguay y la herencia del viejo Batlle, y su propia 
              carrera. Creo que es más linda esa interpretación, 
              aunque a ti no te guste.
 JCO: No es que no me guste, entendeme. 
              Es que para mí Luis Batlle es un gran amigo, y Larsen es 
              un personaje imaginario que yo vi, completo, en un solo gesto definitorio, 
              un día de 1948. Ya te lo conté. Así que no 
              puedo ver la relación. Pero no importa.
 EL LENGUAJE DE LA NUEVA NOVELA ERM: Mirá, para agarrar las cosas 
              por otro lado, hay algo que hace siglos quería preguntarte 
              y es el problema de significación que plantea precisamente 
              una de tus novelas más importantes, La vida breve. 
              Allí tú partís de una narración de tipo 
              realista, muy en el estilo de tus novelas anteriores, El pozo, 
              Tierra de nadie, Para esta noche, pero de pronto el 
              personaje central, Brausen, se empieza a imaginar un mundo distinto 
              al real, que él llama Santa María, hasta que al final 
              de la novela se escapa de su mundo real para ir a vivir en el mundo 
              imaginario. Es decir: todo eso parece un poco Borges, o Bioy Casares.JCO: Sí, pero las cosas son distintas. 
              En primer lugar, en todo el comienzo de la novela Brausen hace algo 
              muy corriente: se imagina a sí mismo en otra vida. Todo el 
              mundo que yo conozco practica, consciente o inconscientemente, lo 
              que se llama el "bovarismo" desde hace mucho tiempo. La 
              vida imaginada. Hay gente ahora, por ejemplo, que quisiera ser Leonardo 
              Favio, o ese animal que canta por la radio...
 ERM: ¿Qué animal?
 JCO: Ese, Palito Ortega. Te das cuenta 
              que lo que le pasa a Brausen al principio es lo que le pasa a todo 
              el mundo. Cuando empieza a imaginarse Santa María, y se pone 
              a componer mentalmente un folletón, o un guión de 
              cine, para ganarse la vida, para subsistir, lo único que 
              Brausen realmente quiere, el único deseo de él, es 
              salirse de su vida, ser otro. Ni siquiera busca ser otro mejor, 
              más importante, más rico, o más inteligente. 
              No: lo que él quiere es ser otro, simplemente. Como la Bovary.
 ERM: Está bien. Eso explica el 
              punto de partida de la novela. Y además está bastante 
              claro en el libro mismo, porque Brausen empieza a vivir como cafisho 
              en el apartamento de al lado, así como la Bovary empieza 
              a tener amantes, como las heroínas de las novelas románticas. 
              Pero después, cuando Brausen se escapa de Buenos Aires (real) 
              y se va a dar a Santa María (imaginaria), ¿cómo 
              hacés para marcar la transición, cómo llevás 
              a Brausen hasta entrar en Santa María?
 JCO: Bueno, Brausen simplemente se imagina 
              a Santa María. Creo que eso ya es bastante. Cuando él 
              se imaginó Santa María, cuando él descubrió 
              que era un mundo posible, ya pudo entrar. En fin, lo que yo te quería 
              decir es esto: el individuo ese, Brausen, no tiene ningún 
              tipo fijo de aspiración. Y de pronto se encuentra con el 
              milagro ese de que escribir es como ser Dios. Vos podés escribir 
              dos paginitas, por ejemplo, y empezar: "Juan López, 
              de Tacuarembó, se levantó a las seis de la mañana 
              un día del año 1964", y entonces si a vos se 
              te ocurre, digo si a Brausen se le ocurre, podía haber puesto 
              también Cuareim en vez de Tacuarembó y Pérez 
              en lugar de López, y 1920 en vez de 1964. Bueno, entonces 
              el pobre individuo ese, Brausen digo, puede tener la sensación 
              de ser como una espada, y la espada es la palabra de Dios. Y todo 
              lo que escribe es fácil y mentirosamente definitorio. O dicho 
              de una manera más simple: el individuo ese tiene un poder. 
              Tiene un poder de decir una palabra, poner un adjetivo, modificar 
              un destino. Eso le pasa a un pobre desgraciado como Brausen, hasta 
              que descubre su poder, y entonces lo usa para entrar él mismo 
              en su mundo imaginario.
 ERM: Bueno, hay un problema estético 
              ahí, que tú estás tratando a tu manera pero 
              que a mí me gustaría tratar en forma un poco más 
              obvia. Es precisamente el problema del creador del personaje. Veamos 
              por partes. Lo que primero crea Brausen es otro personaje para vivirlo 
              él mismo. Se va a vivir con la Queca al apartamento de al 
              lado, y se convierte en macró, él que había 
              sido siempre hombre de una sola mujer, su legítima, y que 
              había vivido en el orden, y del buen lado de la ley. La segunda 
              etapa es la creación del mundo imaginario de Santa María, 
              con sus personajes bien definidos y con su historia propia. O sea: 
              la primera creación corresponde a lo que tú llamas 
              el "bovarismo" que todos tenemos en potencia y que la 
              Bovary, y Brausen, convierten en realidad. Pero la segunda etapa 
              implica una metamorfosis mucho más radical y que no todos 
              pueden realizar: es aquí que interviene la capacidad de creación 
              no ya de un personaje, una persona o máscara, sino 
              de un mundo. Aquí Brausen está actuando como creador 
              novelesco. Está actuando como Onetti, digamos. Y aquí 
              es donde aparece el parecido con Borges o Bioy, porque en ellos 
              también los personajes crean mundos imaginarios en los que 
              acaban por interpolase, como es el caso del asceta soñado 
              por otro en "Las ruinas circulares", o el protagonista 
              de La invención de Morel.
 JCO: Bueno, vos sabés que no sos 
              el primero que ha establecido esta relación con Borges. Hay 
              un crítico un poco áspero, y a lo mejor lo conocés, 
              se llama Cotelo, que siempre que escribe sobre un libro del suscripto 
              lo califica de "solipsista", frase que también 
              siempre se aplica a Borges.
 ERM: Me permitís una aclaración: 
              la vinculación entre La vida breve y la obra de Borges 
              la establecí por primera vez en un artículo de la 
              revista Número, en el año 1951. Creo que por 
              esa época, Cotelo leía a Micky Mouse.
 JCO: ¿Sos tan viejo, che? En fin. 
              Como te decía: otros críticos han hablado del asunto, 
              y francamente lo de solipsista creo que es un disparate, porque 
              como dijo Darío, ¿quién que es no es solipsista? 
              Te das cuenta: lo del solipsismo es lo más viejo del mundo.
 ERM: Sí, vos querés decir 
              que no podemos salirnos de nuestro yo, que esa es nuestra fatalidad, 
              aunque el viejito Berkeley quería decir otra cosa más 
              técnica con eso del solipsismo. Y Borges también. 
              Pero talvez lo que Cotelo quiere decir, si quiere decir algo, es 
              que por tu solipsismo (el tuyo, a tu manera) tú te acercas 
              a otro escritor solipsista, es decir, a Borges.
 JCO: No sé. Lo que te puedo decir 
              a esta altura de la noche es que en un tiempo feliz y remoto, yo 
              opiné sobre los cuentos de Borges, con gran indignación 
              de tu amiga A. B., que parecían una traducción de 
              Bartleby, aquel cuento de Melville, ¿te acordás? 
              Eso produjo naturalmente una gran indignación. Ahora, a mí, 
              personalmente, me importa un corno de dónde haya sacado Borges 
              sus cuentos: si los ha sacado de Melville, o de Marx. A mí 
              lo que me importa es el talento literario de Borges. Y por eso, 
              cuando me hablan de él en relación con mi obra, yo 
              me pregunto: poné ahí una serie de cuentos de Borges, 
              y luego poné los relatos de ese individuo de la Saga de Santa 
              María, ¿cómo se llama?, y mirá qué 
              pasa. Vos como crítico, encontrame la comparancia.
 ERM: Mirá, yo como crítico, 
              te diré que la "comparancia" sólo se puede 
              hacer en el plano de aceptar que los dos son escritores admirables.
 JCO: Sí, está bien, eso 
              en el sobreentendido que sos mi amigo, pero como crítico, 
              ¿qué dirías?
 ERM: Ya te dije, no seas pesado: como 
              crítico hay que partir del gran talento de ambos, y después 
              empezar a ver cómo hace cada uno de ustedes, porque yo incluirá 
              también a Bioy Casares en la comparación, cómo 
              hace para contar, cómo maneja el lenguaje para hacerle transmitir 
              cosas profundas...
 JCO: Ya apareció el lenguaje...
 ERM: ¿Qué tiene de malo 
              que aparezca el lenguaje? Siempre se va a terminar en el lenguaje, 
              por donde empieza todo.
 JCO: Mirá, lo que yo veo es terrorífico. 
              Terrorífico el mal que hace, por ejemplo, Cortázar, 
              o por ejemplo, Sarduy, o por ejemplo Rodríguez Monegal, así 
              por afincarse en el lenguaje como en la piedra angular de la novela. 
              Mirá, cuando estuve en Venezuela hace dos años me 
              dijeron que en una conferencia vos habías dicho allí 
              que el personaje de la novela del futuro iba a ser el lenguaje. 
              Y como me preguntaron si yo estaba de acuerdo o no con eso, les 
              contesté que no totalmente, que creía que la novela 
              del futuro debe tener como personaje al punto y coma. Claro, mi 
              contestación era un malentendido, o una broma.
 ERM: No es siquiera una broma. Nunca dije 
              eso aunque sí dije, y anda escrito por ahí, que el 
              lenguaje es el tema de la nueva novela, y es su realidad única, 
              lo que es una cosa muy distinta. Lo que pasa siempre es que es más 
              fácil no entender lo que uno dice, aunque uno se tome el 
              trabajo de escribirlo y publicarlo.
 JCO: De todas maneras, estoy de acuerdo 
              contigo, y con Cortázar y con Sarduy y tuti quanti, 
              que el medio de expresión del escritor es el lenguaje. Pero 
              el lenguaje es también el medio de expresión de un 
              tipo que está en el boliche y se pelea con otro, porque Peñarol 
              perdió con Nacional, o viceversa. Entonces, para mí, 
              el lenguaje no es una cosa exclusiva del escritor. Para volver a 
              citar a Borges, un día leí que había dicho 
              en algún lado que su mayor ambición literaria era 
              escribir una frase que pasara a ser de todos, que se convirtiera 
              en expresión anónima.
 ERM: Eso se relaciona con lo que decía 
              Mallarmé, que el poeta tomaba el lenguaje de la tribu y le 
              daba una nueva expresión. Para volver a tu ejemplo de los 
              borrachos en el café. Es claro que ellos están usando 
              el lenguaje que es de todos. Pero la diferencia con el escritor, 
              es decir contigo, es que ellos lo usan para expresarse directamente, 
              en tanto que tú lo usas para crear un mundo análogo 
              al real, paralelo, pero otro.
 JCO: Sí, pero el tipo que está 
              contando una historia, aunque sea una historia que le ha pasado 
              a él, usa también el lenguaje en un sentido creador. 
              El tipo que te dice: "Tuve que llevar al nene de urgencia al 
              hospital, le dieron inyecciones, luego lo llevé a casa, mejora, 
              ahora la patrona lo está atendiendo, mande otra vuelta de 
              grapa." Ese tipo está contando su historia con lenguaje 
              creador. ¿En qué momento, señor crítico 
              Monegal, en qué momento de su historia el lenguaje llega 
              a ser creador?
 ERM: En el sentido en que estás 
              tú hablando, el lenguaje es siempre creador. El señor 
              que cuenta la historia del nene y del hospital y la patrona es un 
              creador en la medida en que está contando todo de acuerdo 
              con ciertos procedimientos narrativos, que corresponden en su mayoría 
              a la narración oral, aunque pueda haber elementos de narración 
              escrita. Esos procedimientos los aprendió desde su nacimiento: 
              en su casa, primero, luego en la escuela, más tarde leyendo 
              el diario, o yendo al cine, escuchando la radio, mirando la televisión, 
              conversando con sus amigos en el café, en la cama con su 
              mujer, etc. El está usando, sin saberlo conscientemente, 
              determinadas fórmulas, está usando la narración 
              en primera persona, el narrador como testigo o actor, está 
              usando el diálogo (como cuando dice: "mande otra vuelta 
              de grapa", al mozo), está usando imágenes, símiles 
              o metáforas, muchas de las cuales ya pertenecen al lenguaje 
              y sólo por medio del análisis se descubre su valor 
              simbólico. ¿Te das cuenta, entre paréntesis, 
              de que en la palabra "testigo" está la metáfora 
              de "testículo"? O sea, que el personaje de tu historia 
              (porque vos sos el narrador de esa historia, ¿de acuerdo?), 
              está usando el lenguaje en sentido creador. Aunque él 
              no lo sepa. Le pasa lo que a Monsieur Jourdain. Ahora, la diferencia 
              entre tu personaje y vos es que él está usando un 
              lenguaje ya creado por otros, más o menos estratificado, 
              que él sigue en sus líneas generales, sin aportar 
              casi nada nuevo. Y vos cuando lo hacés hablar a él, 
              no hacés lo mismo: hablas de "la patrona", en vez 
              de decir: "mi mujer", como vos dirías si estuvieras 
              contando la historia en tu propio nombre. De manera que ahí 
              está la diferencia. Cuando vos le hacés decir a él, 
              "la patrona", vos estás usando conscientemente 
              un recurso estilístico que él usa inconscientemente. 
              Por ahí pasa la línea divisoria. Por ahí empieza 
              la literatura.
 JCO: Me atropellaste tan rápido 
              que me hiciste perder el hilo de lo que yo te quería decir. 
              Ahora me acuerdo. Lo que vos decís no explica a un escritor 
              como El Hachero, que escribe como hablan sus personajes. O como 
              Peloduro. Fijate que ellos usan el mismo lenguaje que yo...
 ERM: No es cierto. Cuando se refiere uno 
              al lenguaje de un escritor, hay que distinguir entre el lenguaje 
              común, que es de todos, y el lenguaje de él. Los lingüistas 
              establece la diferencia entre lenguaje (de todos) y habla 
              (del escritor). Habría que establecer entonces una serie. 
              Tu personaje del boliche usa el lenguaje común de su clase 
              y su lugar; El Hachero, o Peloduro, o tú, cuando los imitas 
              como en esta anécdota del niño enfermo, usan el lenguaje 
              común, pero conscientemente, con una función levemente 
              (o fuertememte) paródica; Borges, o tú, cuando escribís 
              como Juan Carlos Onetti, usan una habla propia. De manera que si 
              hablamos del lenguaje en la nueva novela, tanto Cortázar, 
              como Sarduy, como yo, hablamos de todo eso que es la suma del habla 
              de cada uno de los escritores principales, lo que compone un "lenguaje" 
              de la novela latinoamericana de hoy. En ese sentido, tú no 
              sólo tenés un habla particular tuya como escritor, 
              sino que eres uno de los maestros del lenguaje de la nueva novela. 
              O sea que tenemos dos ideas complementarias pero distintas: la del 
              lenguaje como sistema total de un idioma, que corresponde analizar 
              a los lingüistas, y la del lenguaje como sistema particular 
              de un escritor, o de un género entero, que corresponde a 
              los críticos literarios.
 JCO: Es muy complicado todo eso.
 ERM: Al contrario: son las mismas cosas 
              de siempre pero dichas de una manera más precisa.
 JCO: Puede ser, pero lo que yo quería 
              decirte era otra cosa. Hace pocos días, como vos sabés, 
              actué en Buenos Aires como jurado en el concurso de novela 
              Sudamericana-Primera Plana. Había una novela que, para mi 
              gusto atrasado, estaba admirablemente escrita pero era una cosa 
              así como la obra de Juan Montalvo, sólo que estos 
              no eran los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, 
              sino que eran fragmentos que se le olvidaron a Cortázar. 
              Y estaban magníficamente escritos, así, con la misma 
              relación de Montalvo con Cervantes como la de este escritor 
              desconocido para mí, Néstor Sánchez, con Cortázar. 
              Era como un juego literario, igual al que se le había ocurrido 
              realizar a Montalvo. Y Sánchez lo hizo muy bien. Pero me 
              parece que en este caso Cortázar, por lo menos en Rayuela 
              (y estamos hablando de Rayuela, es claro), tenía una 
              línea más o menos confusa, o más o menos trampeada, 
              pero que era su línea, de él. Entonces ese otro chico, 
              ¿qué hace? Escribe páginas que podría 
              haber escrito Cortázar, que están muy bien y todo, 
              pero la pregunta es ¿para qué?
 ERM: La verdad es que me parece que sos 
              un poco injusto con Néstor Sánchez que en sus novelas 
              hace algo más que fragmentos de Cortázar. Incluso 
              creo que va más lejos que Cortázar, y que muchos otros, 
              en componer fragmentos propios. Lo que Néstor Sánchez 
              hace en Nosotros dos, y sobre todo en Siberia Blues, 
              tiene no sólo que ver con Cortázar sino con la música 
              del tango y, también, aunque parezca incoherente, con la 
              L'anée dernière à Marienbad. Él 
              compone secuencias verbales que se unen por medios no convencionales: 
              yuxtaposición y contraste de series que no tienen nada que 
              ver entre sí, brusco salto de una secuencia a otra, serialización 
              de las imágenes, efectos todos que son archiconocidos en 
              la música (hasta en la popular, como la del tango) y en el 
              cine. Pero lo que vos no decís me hace pensar que lo que 
              más te llama la atención en las novelas de Sánchez 
              es aquello en que se parecen a las de Cortázar, o a Rayuela. 
              Lo que es sólo un lado de la cuestión. En el caso 
              Cortázar hay algo muy distinto a lo que hace Néstor 
              Sánchez: él ofrece una novela que es una colección 
              de fragmentos y, a la vez, una novela entera. Porque si se leen 
              las dos primeras partes de Rayuela en el orden en que están 
              enumerados los capítulos, no hay tal discontinuidad ni fragmentación. 
              Es una novela bastante corriente, o por lo menos corriente desde 
              Proust, Joyce y Virginia Woolf. Sólo al leer la novela como 
              propone Cortázar en el tablero indicador, surge la discontinuidad 
              y el fragmentarismo, y la crítica de la novela dentro de 
              la novela misma. Lo de Sánchez es más radical. No 
              hay ningún pedagogo (Cortázar fue maestro, te acordás) 
              que le diga al lector en qué orden leer la novela, porque 
              no hay un orden sino el de la propia conciencia del lector, coautor 
              y cómplice al recomponer la novela en su propia cabeza. Pero 
              volviendo a lo del lenguaje (y disculpá la lata), yo creo 
              en realidad que se trata de una nueva formulación de algo 
              que es obvio y que los escritores han sabido desde siempre. Hasta 
              el punto que lo dan por sentado y ni se preocupan por ello. El lenguaje 
              es un medio. Son los críticos, y los autores con temperamento 
              de críticos, los que llaman ahora la atención sobre 
              el medio. Tú sos el mejor ejemplo de escritor que da por 
              sentado el lenguaje, y a partir de allí, crea un habla propia.
 JCO: Discúlpame, pero discrepo. 
              Yo creo que ese tipo de novelística que Sánchez, y 
              antes Cortázar, representan, no nace de la raíz fundamental. 
              Por ejemplo, la anécdota esa que se estaba contando Brausen, 
              ese mundo que él va inventando poco a poco. Es decir: no 
              nace de una necesidad de decir cosas, sino de una cosa puramente 
              intelectual, lo cual a mí, que tengo 60 años de edad, 
              entonces por razones así seniles me resulta insoportable. 
              Yo sólo veo allí un juego intelectual.
 ERM: No te refugies en eso de la senilidad, 
              porque recuerdo perfectamente una conversación que tuvimos 
              hace como 25 años con Martínez Moreno y en la que 
              planteabas las mismas objeciones, aunque entonces no era por cierto 
              sobre Cortázar o Néstor Sánchez. Me acuerdo 
              que nos acusaste a Martínez Moreno y a mí de ser "relojeros 
              mentales". Y unos años más tarde, en Buenos Aires, 
              conversando con Borges y conmigo también te diste el gusto 
              de bajarle la mano a Henry James, el "coso" ese, como 
              decías entonces. No es la senilidad lo que te hace decir 
              estas cosas. Es que a vos, la novela intelectual, o la novela que 
              se plantea temas y problemas intelectuales, simplemente no te interesa. 
              Por eso, pensás lo que pensás de Rayuela y 
              no te gusta Néstor Sánchez.
 JCO: Si no hay amor para escribir la novela...
 ERM: No me vengás con el amor, 
              como si vos no supieras de memoria lo que te estoy diciendo. Lo 
              que pasa es que me querés hacer hablar, querés que 
              la cosa tome un aire de polémica. Pero no te voy a dar el 
              gusto. ¿Y sabés por qué? Porque la novela rioplatense 
              a la que más me hace acordar Rayuela es nada menos 
              que La vida breve. Por eso creo que cuando pase el tiempo, 
              y las diferencias de lenguaje y de técnica que ahora parecen 
              tan notables se borren un poco, entonces se va a notar que son dos 
              novelas existencialmente muy semejantes. Es decir: en ambas el problema 
              central es la proyección de un individuo en otro, su doble 
              (como en el caso de Oliveira y Traveler) o su propia máscara 
              (como en la doble vida de Brausen). El tema común de las 
              dos novelas es la búsqueda desesperada de una identidad a 
              través del conflicto entre dos mundos. En el caso de Rayuela 
              esos dos mundos corresponden a una marcada diferencia geográfica; 
              en el tuyo, son mundos que están uno dentro de otro. Pero 
              hay muchas cosas más, incluso semejanzas de detalles, de 
              temas, hasta de rasgos de estilo. Lo que pasa es que el tema da 
              para un ensayo, no para un párrafo de conversación.
 JCO: No sé, talvez tengas razón. 
              De todos modos, no tiene nada que ver con lo que yo pienso, o hago. 
              En el fondo, nunca entiendo a los críticos, ni me importa 
              entenderlos. Eso te lo digo con el mayor respeto.
 ERM: ¿Respeto? Tu madrina.
 
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