|   | "El estilo de William Wyler"En Film, publicación de Cine Universitario
 Montevideo, nº 3, mayo 1952, p. 9-17
   Un artesano Si se examina la carrera cinematográfica de William Wyler 
              a partir de 1936 y de su casi constante asociación con el 
              productor Samuel Goldwyn, un hecho parece evidente: la sostenida 
              calidad de su producción, a través de títulos 
              memorables: Infamia (These Three, 1936), Hijo y rival 
              (Come and Get It, co-dirección con Howard Hawks, 1936), 
              Fuego otoñal (Dodsworth, 1936), Callejón 
              sin salida (Dead End, 1937), Jezabel la tempestuosa (Jezebel, 
              1938), Cumbres borrascosas (Withering Heights, 1939), La Carta 
              (The Letter, 1940), El caballero del desierto (The Westerner, 
              1940), La loba (The Little Foxes, 1941), Rosa de abolengo 
              (Mrs. Miniver, 1942), Lo mejor de nuestra vida (The Best 
              Years of our Lives, 1946), La heredera (The Heiress, 1949). 
              De esos doce films, cuatro fueron producidos por Wyler, y los restantes 
              por Goldwyn.  No es posible determinar exactamente el grado de su colaboración 
              con Goldwyn, ni saber hasta qué punto intervenía Wyler, 
              en la elección de obras y técnicos. Pero un hecho 
              parece sintomático: la mejor producción de Goldwyn 
              coincide con la mejor producción de Wyler. Haya o no sido 
              el inspirador de esa política de calidad que luego Goldwyn 
              abandonó por la de taquilla, lo cierto es que trabajando 
              con Goldwyn logró Wyler un grado de libertad y de responsabilidad 
              en la filmación que no hubiera alcanzado de estar sometido 
              a la rutina de la industria hollywoodense. Su separación 
              de Goldwyn se produjo después de Lo mejor de nuestra vida, 
              y coincidió con la fundación (junto a Frank Capra, 
              George Stevens y Samuel Briskin) de la empresa productora Liberty 
              Films, luego frustrada. Desde La heredera Wyler trabaja como 
              director-productor, exclusivamente. Por otra parte, los films que 
              ha dirigido para Goldwyn y los films que ha producido por sí 
              mismo aparecen vinculados por algo más que por estar orientados 
              a un público adulto, y plantear problemas de autenticidad 
              dramática y estar basados en obras de calidad literaria indiscutible. 
              Sus films aparecen vinculados por un estilo de composición. Para muchos, el estilo de Wyler es únicamente la suma que 
              arroja la producción hollywoodense en su mejor expresión. 
              La parte que le correspondería sería la de experto 
              artesano que ensambla los esfuerzos de talentos puestos a su servicio 
              por un productor de visión. Un examen superficial de las 
              fichas técnicas de sus films parece confirmar ese enfoque. 
              Wyler aparece asociado a libretistas como Lilian Hellman, Sidney 
              Howard, Robert Sherwood, Howard Koch, John Huston, Ben Hecht y Charles 
              MacArthur, en la filmación de clásicos de la novela 
              (Cumbres borrascosas, La heredera) o en importantes dramas 
              y novelas contemporáneos (Callejón sin salida, 
              La carta, La loba, Fuego otoñal). Su colaborador casi 
              permanente en la fotografía es Gregg Toland; otras veces, 
              lo asisten Rudolph Maté (excelente en Fuego otoñal) 
              o Tony Gaudio o Joseph Ruttenberg (a quien premió la Academia 
              por Rosa de abolengo). Los films de Wyler cuentan con los 
              mejores diseñadores y modistos, las más cotizadas 
              estrellas, los mejores compositores (Aaron Copland en La heredera); 
              de aquí que parezcan ser únicamente un producto acabado, 
              perfecto, de la industria hollywoodense y que Wyler quede relegado 
              al papel de hábil orquestador. En apoyo de este enfoque podrían citarse algunos testimonios 
              de técnicos que han trabajado con él. Así, 
              por ejemplo, Gregg Toland no ha vacilado en señalar la libertad 
              que le concedía Wyler (Willy me dejaba 
              bastante solo. Mientras él ensayaba, yo trataba de encontrar 
              un método de filmación. Generalmente le gustaba). 
              Howard Koch, que escribió el libreto de La carta, 
              señaló cierta vez su firme 
              lealtad para el verdadero sentido de cada historia que está 
              filmando. Y la misma actitud personal de Wyler, lejos del 
              divismo que un día ostentaron un Vidor o un Von Sternberg 
              o un Capra, y lejos también de la peculiaridad de un Chaplin 
              o un Orson Welles, parece confirmar ese enfoque de un competente 
              artesano, muy consciente de sus propios límites. Esta misma 
              sobriedad publicitaria ha permitido que algún veloz teorizador 
              francés, que leyó mal ciertas declaraciones suyas, 
              erigiera una imagen que lo mostraba impersonal y desinteresado del 
              sentido de los films que creaba. Por otra parte, la circunstancia 
              (aparentemente sospechosa) de que sus films fueran éxitos 
              de boletería parecía acentuar este enfoque del buen 
              artesano que fabrica el producto honesto, bien terminado y bien 
              vendido.   Un estilo Y, sin embargo, un film de Wyler es una creación absolutamente 
              identificable, una creación cuya unidad de concepción 
              y realización se impone inmediatamente, cuya vinculación 
              de enfoque y estilo con su obra precedente y subsiguiente 
              es fácil de trazar. Sí, es cierto, Wyler aparece a 
              veces subordinado a la orientación o al arte de sus colaboradores; 
              pero ésa es la condición inevitable de toda creación 
              colectiva, de todo trabajo de equipo. Lo que importa determinar 
              es el alcance de esa subordinación, la naturaleza de esa 
              creación. Un examen más atento de las declaraciones 
              citadas arriba, y de otras complementarias, permiten calificar adecuadamente 
              ese trabajo colectivo. Wyler concedía a Toland una gran libertad, 
              pero una libertad subordinada a las necesidades dramáticas 
              de la obra, a la concepción que Wyler posee del drama cinematográfico. 
              El mismo Toland ha contado cómo seis semanas antes de comenzar 
              a rodarse La loba, discutió con Wyler cada una de 
              las tomas utilizando una maquette desmontable de los escenarios; 
              también discutieron la necesidad de armonizar los colores 
              de decorados y trajes; acordaron que el maquillaje de la protagonista 
              (Bette Davis) fuera completamente blanco, para indicar mejor su 
              carácter de mujer que lucha contra la edad y trata de inmovilizar 
              su belleza pasada. El mismo Wyler ha definido con precisión 
              los límites de su colaboración con Toland; al referirse 
              al pan-focus, que permite la profundidad de campo, señala: 
              Este estilo particular de fotografía 
              que ha usado Gregg Toland en los seis films que hicimos juntos ha 
              sido de enorme valor para mi labor de director. Gracias a él 
              he podido armar escenas en profundidad, manteniendo dos o más 
              personas en el cuadro al mismo tiempo y eliminando la necesidad 
              de alternar los planos de una y otra. Esto aumenta la fluencia y 
              continuidad, intensifica las relaciones dramáticas, somete 
              mejor la atención del espectador y también, es claro, 
              favorece una composición más provocativa al agregar 
              la ilusión de una tercera dimensión, la profundidad, 
              a las dos de la pantalla. También ayudan a comprender la naturaleza de sus relaciones 
              con el libretista las declaraciones de Howard Koch. Después 
              del párrafo aparte citado, dice Koch: En 
              el período de preparación, el nunca le indica al libretista 
              qué debe escribir tiene demasiado respeto por el proceso 
              creador pero es incansable en empujar al escritor hacia una 
              más amplia comprensión de la historia que tiene que 
              contar. Ya en el set Wyler enriquece más aún la acción 
              que había sido preconcebida en el libreto por su minuciosa 
              dedicación a cada detalle de la producción. 
              Y como ejemplo de este aporte de Wyler al libreto cita Koch un recurso 
              estilístico de La carta. Para expresar la obsesión 
              del crimen cometido por la protagonista (Bette Davis), Koch utilizaba 
              la luz de luna que evocaba el momento del crimen. Wyler hizo que 
              esa luz atravesara unas persianas, dibujando a los pies de la culpable 
              unas rejas premonitorias. Podría encontrarse un ejemplo más de esa minuciosa 
              colaboración de Wyler con los técnicos a su servicio 
              en unas declaraciones de Harry Horner, que diseñó 
              los decorados de La heredera. Wyler estableció no 
              sólo la importancia del decorado para el estilo, visual y 
              narrativo, del film, sino que le indicó en cada caso sus 
              necesidades dramáticas. Una de sus precisiones es, en este 
              sentido, sumamente reveladora. Horner cuenta que, como contrapeso 
              contra todo exceso de caracterización, Wyler le pidió 
              que al trazar el decorado de la casa (principal escenario del film) 
              no revelara el secreto de la historia. Vale decir: que no se supiera 
              de antemano, por la estructura sombría y sórdida, 
              el tipo de drama que habría de desarrollarse. La casa, en 
              suma, debía revelar la psicología de sus habitantes 
              pero no su destino. Podría extenderse indefinidamente este examen. Quizá 
              baste, sin embargo, con lo ya indicado para demostrar el grado de 
              intervención y la responsabilidad que caben a Wyler en la 
              preparación y creación de sus films. En cuanto al 
              éxito de boletería que los acompaña casi siempre, 
              se debe recordar que es un éxito honesto. Se debe a su capacidad 
              de contar historias de contenido humano evidente, a su arte de comunicar 
              la emoción sin sensiblería, de dar situaciones complejas 
              sin exceso de simplificaciones. Los films de Wyler son, además, 
              la casi solitaria excepción en una industria que dirige su 
              atención a una mentalidad pueril. No de balde el iconoclasta 
              Joseph Malkiewicz (director-escritor de La malvada, All About 
              Eve, 1950) señalaba a Lo mejor de nuestra vida como 
              uno de los dos únicos films adultos que produjera Hollywood 
              en una década. (El otro era Días sin huella, 
              The Last Weekend, 1945, de Billy Wilder).   Objetividad En uno de los artículos más largos que se han dedicado 
              a Wyler, André Bazin ha sostenido la teoría de su 
              impersonalidad. Para demostrarla se apoya Bazin en una análisis 
              detenido de algunos films (principalmente: La loba y Lo 
              mejor de nuestra vida) y en unas declaraciones del mismo Wyler. 
              Este había dicho: I have always tried 
              to direct my own pictures out of my own feelings, and out of my 
              own approach to life, lo que puede traducirse así: 
              He tratado siempre de dirigir mis películas de acuerdo con 
              mis sentimientos y de acuerdo con mi enfoque de la vida. 
              Pero Bazin leyó y tradujo mal estas palabras porque no advirtió 
              que el out no significaba en este caso "fuera" 
              sino que estaba articulado con el verbo to direct. Su versión 
              dice pues: J'ai toujours essayé de 
              diriger mes films sans tenir compte de mes sentiments et de ma propre 
              conception de l'existence. Que es exactamente lo contrario 
              de lo que Wyler dijo. El error de Bazin es más grave de lo que parece. Guiado 
              por esa confusión, creyó descubrir en el arte de Wyler 
              los signos de una impersonalidad que casi se confunde con indiferencia; 
              ayudado además por ese afán de teorizar que pervierte 
              casi toda la crítica francesa, llegó Bazin a hablar 
              de "profundidad de campo democrática" y otras fantasías. 
              Su mayor error fue confundir impersonalidad con objetividad. Lo 
              que caracteriza el estilo de Wyler es precisamente la objetividad. Wyler impone su punto de vista y sus convicciones a los films que 
              crea, pero lo hace en forma objetiva. Vale decir: prescinde de todo 
              alardeo subjetivo o tendencioso, de todo desplante expresionista. 
              Muestra los distintos enfoques del asunto, tratando de ser leal 
              con todos, y sostiene el que le parece justo. Su habilidad consiste 
              en confundir su punto de vista con el de la cámara, en orientar 
              el espectador sin discursos, por la mera elección del enfoque. 
              Quizá el mejor ejemplo de esa objetividad de Wyler lo proporcione 
              una escena de Lo mejor de nuestra vida. Dana Andrews visita 
              el cementerio de aviones, recorre las filas de lo que ahora es chatarra, 
              sube a un avión desmantelado, se instala en la cabina del 
              piloto y por un breve instante la emoción que ha despertado 
              ese contacto le hace sentirse otra vez en el aire, entre el rugido 
              de los motores y el estallido de las bombas. Un director corriente 
              hubiera dado por medio de un flashback o de una alucinación 
              visual o de un locutor esa experiencia del personaje. Wyler no. 
              Fotografía las cosas como son: los motores sin hélice, 
              la destrozada casilla del piloto, el actor profundamente ensimismado. 
              Apenas la banda de sonido permite reconocer su alucinación, 
              el ruido de los motores, el bombardeo. Al negarse a utilizar los 
              recursos convencionales del lenguaje cinematográfico, Wyler 
              ha dado la acción en forma doble: el espectador asiste objetivamente 
              a la acción y simultáneamente, gracias a la banda 
              de sonido, capta la experiencia del personaje. Una observación complementaria. Esta escena ha sido creada 
              enteramente por Wyler. El libretista Robert Sherwood se había 
              limitado a indicarle: Tienes que hacer algo 
              cinematográfico aquí. Ya sé exactamente, qué 
              hay que decir, pero no hay que decirlo con palabras hay que 
              decirlo con la cámara, y ése es tu oficio.   Profundidad de campo La objetividad del estilo de Wyler parece más notable si 
              se examina detenidamente uno de los recursos técnicos del 
              cine sonoro que él ha contribuído a crear: la profundidad 
              de campo. Toda su obra posterior a 1936 muestra sus experimentos 
              y sus conquistas en perfeccionar las posibilidades dramáticas 
              de este recurso. La profundidad ya aparece en Callejón 
              sin salida (fotografiada por Toland). Los dos primeros actos 
              de La carta (fotografía: Tony Gaudio) la utilizan. 
              Pero es en La loba y en Lo mejor de nuestra vida (ambas 
              de Toland) en que Wyler explota hasta el límite sus posibilidades 
              dramáticas. No es imposible demostrar que antes de Wyler ya había sido 
              empleada; tampoco es imposible documentar los experimentos simultáneos 
              de Toland con otros directores, principalmente con John Ford (Viñas 
              de ira, The Grapes of Wrath, 1940) y con Orson Welles (El 
              ciudadano, Citizen Kane, 1941). No le corresponde a Wyler la 
              invención de una técnica sino su explotación, 
              en forma concentrada y sistemática, para la exposición 
              de un conflicto dramático. En el caso citado de Ford, la 
              profundidad de campo es poco más que un pretexto para la 
              composición de imágenes hermosas. Muy distinta es 
              la utilización de Welles. Allí la profundidad de campo 
              cumple una función dramática, pero su utilización 
              aparece rígidamente subordinada a otra técnica (la 
              narración en forma de puzzle) lo que no le permite 
              desarrollar todas sus posibilidades. En apariencia, la profundidad de campo es sólo un recurso 
              técnico que facilita la ilusión de relieve en un plano, 
              y su descubrimiento significó para el cine lo que la perspectiva 
              para la pintura. En manos de Wyler, esta técnica se convirtió 
              en un recurso expresivo que permitió desarrollar ampliamente 
              su estilo dramático. La profundidad de campo le permitía 
              (según él mismo ha declarado) una composición 
              más estimulante; pero le facilitaba algo más: desarrollar 
              una acción compleja con economía y concentración, 
              sin cortes que distraen la atención, manteniendo varios personajes 
              en el cuadro y permitiendo que se siga simultáneamente la 
              acción y las consecuencias que ésta provoca; más 
              aún: la profundidad de campo le permitía desarrollar 
              varias acciones simultáneamente y sin perder nitidez expositiva. 
              La técnica favorecía la creación de un estilo 
              de exposición; la técnica se convertía en estilo. Algunos ejemplos ilustrarán el punto. La llegada de Fredric March en Lo mejor de nuestra vida, 
              su encuentro sucesivo con su hija, su hijo y su mujer, se desarrolla 
              sin cortes y en un corredor que comunica el hall del apartamento 
              con la sala. No hay diálogo; la cámara casi no se 
              mueve. Los tres encuentros quedan así fuertemente enlazados, 
              cada uno con una intensidad particular, que va aumentando a medida 
              que se acerca la culminación: el abrazo de los esposos. La 
              máxima economía de tiempo y espacio ha servido para 
              acrecer la intensidad emocional y para preservar la continuidad 
              narrativa. El procedimiento resulta invisible por su sencillez y 
              el resultado obtenido parece tanto más satisfactorio cuanto 
              menos evidente. La muerte de Herbert Marshall en La loba muestra el mismo 
              recurso utilizado en forma mucho más dramática y compleja. 
              La cámara enfoca en plano americano a Bette Davis, situada 
              exactamente en el centro del cuadro. En primer plano está 
              Marshall. Una violenta discusión le ha provocado un ataque 
              al corazón; le pide a su esposa que le alcance el remedio. 
              Ella permanece inmóvil. El debe levantarse para ir a buscarlo. 
              Es casi un inválido. Se arrastra, sale dos veces del campo 
              de la cámara que permanece inmóvil, como la protagonista. 
              Se le ve al fin subir penosamente una escalera que atraviesa la 
              escena al fondo, vacila y cae. En tanto que el rostro de Bette Davis 
              parece crudamente iluminado (recuérdese el maquillaje absolutamente 
              blanco) la figura de Marshall al fondo está deliberadamente 
              fuera de foco. Con esta forma de narración se consiguen varias 
              cosas. En primer lugar concentrar la atención en lo que importa: 
              la actitud de Bette Davis ante la desesperada intentona de Marshall. 
              La acción aparece vista simultáneamente de dos puntos 
              de vista. Vemos a Bette Davis inmóvil, acechando sin volverse 
              la muerte de Marshall; vemos y oímos a Mashall tratando de 
              alcanzar el piso de arriba donde está el remedio. Para hacer 
              sentir mejor la tortura de ella (que está de espaldas a la 
              escalera y no puede ver) la imagen de Marshall queda en flou 
              y el mismo espectador no está muy seguro de que cae, de que 
              muere en fin. Incluso la forzada inmovilidad de la cámara, 
              que puede exasperar al espectador; le permite sentir mejor la intolerable 
              tortura de Bette Davis, obligada por su voluntad criminal a la inmovilidad. 
              Su crimen es de omisión y Wyler consigue representarlo doblemente 
              por la inmovilidad de la actriz (que el texto indicaba) y la de 
              la cámara, que él agrega. Un solo cuadro permite pues 
              una narración doble y compleja, de gran intensidad.   Tensión dramática Al inmovilizar la cámara, al hacer jugar a los actores dentro 
              de su campo profundo, entrando o saliendo, alejándose o acercándose 
              según un desplazamiento muy calculado y que no excluye el 
              movimiento de la misma cámara, Wyler consigue poner el acento 
              en un elemento de enorme importancia: la tensión dramática. 
              La cámara no recoge nada superfluo, no se distrae un segundo; 
              su ojo se fija, escrutador, incansable, en una zona privilegiada 
              del escenario en que ocurre lo importante, en que se desarrolla 
              una acción que ha sido despojada de toda adiposidad y ha 
              quedado reducida a sus elementos esenciales. El juego de los actores 
              participa de esa intensidad; salen poco del campo de la cámara, 
              están ellos mismos continuamente sometidos a su escrutinio 
              y la unidad de actuación no se rompe ya que deben continuar 
              representando aunque la cámara no los enfoque directamente. Estos efectos de la profundidad de cámara parecen teatrales. 
              La inmovilidad de la cámara, la importancia que se concede 
              a la interpretación, la tensión dramática y 
              la economía con que se resuelve cada escena, hacen pensar 
              en el arte del dramaturgo y del director escénico. Es claro 
              que el campo que limita el ojo de la cámara (el cuadro) es 
              mucho más estrecho y profundo que el que proporciona el escenario 
              teatral. La concentración es mayor, por lo tanto, y además 
              debido a su profundidad es posible captar más de una acción 
              en la misma ojeada, lo que en el teatro es imposible. Esta circunstancia 
              ayuda a disipar el equívoco que pudiera plantearse: la técnica 
              expositiva de Wyler parece teatral porque explota elementos dramáticos 
              que también explota el teatro, pero su solución es 
              nítidamente cinematográfica y sólo resulta 
              alcanzable gracias al cine. Hay, por otra parte, una distinción más: en el teatro, 
              la palabra (el texto literario) es fundamental; a través 
              de ella se revelan los personajes y se plantea el conflicto dramático. 
              En el cine de Wyler es sólo un elemento complementario, una 
              manera de aclarar el conflicto que aparece ya indicado por la elección 
              de los planos y la disposición dramática dentro del 
              cuadro. Es bastante revelador, por eso mismo, que se puedan citar 
              ejemplos de intensidad dramática y de intolerable conflicto 
              en la obra de Wyler en los que no interviene para nada (o interviene 
              como elemento muy accesorio) la palabra. El juego de los actores 
              y la elección de los planos que logra la cámara en 
              profundidad son los elementos en que se apoya esa intensidad dramática, 
              ese conflicto dicho en términos estrictamente cinematográficos. 
              Más aún: aunque muchas películas de Wyler se 
              basan en piezas de teatro (seis de las doce mencionadas son obras 
              teatrales o adaptaciones teatrales de obras novelescas) lo que constituye 
              su valor dramático no es su diálogo sino la manera 
              cómo ese diálogo se inscribe en una narración 
              cinematográfica que explota con elocuencia la imagen y el 
              silencio. De aquí que deba concluirse que la técnica 
              de Wyler no es teatral sino dramática. Vale decir: es acción 
              y no meramente palabra en acción.   Exposición compleja El análisis de Lo mejor de nuestra vida, cuyo tema 
              es el regreso y la adaptación de tres soldados a la vida 
              civil, permite demostrar que Wyler es capaz de mostrar más 
              de una acción en el mismo cuadro. Posiblemente el mejor ejemplo 
              sea la escena en que Fredric March le pide a Dana Andrews que rompa 
              sus relaciones con su hija (Teresa Wright). La escena transcurre 
              en el café en que ya habían pasado todos una noche 
              de juerga. Después de la discusión del caso, Andrews 
              se levanta para llamar por teléfono a Teresa Wright. Mientras 
              tanto, March se acerca al piano en que Hoagy Carmichael está 
              enseñando a Harold Russell a tocar con sus ganchos. El cuadro 
              se compone de tal manera que en primer plano, a la derecha, están 
              Carmichael, Russell y March (acodado en el piano y aparentemente 
              atento al juego); al fondo a la izquierda, dentro de la cabina telefónica 
              está Andrews. Dos o tres veces, March mira hacia la cabina, 
              dirigiendo de esta manera la atención del espectador hacia 
              la acción, en apariencia secundaria, de Andrews. Las dos 
              acciones están nítidamente diferenciadas. Vemos y 
              oímos a Carmichael y a Russell tocar el piano ante la sonrisa 
              aprobadora de March; también vemos a Andrews hablar por teléfono 
              (aunque no lo oímos, sabemos qué dice). La sutileza 
              de la escena consiste en poner en primer plano y detallar cuidadosamente 
              una acción secundaria y trivial, y pasar a último 
              plano la más importante. Es claro que la acción del 
              primer plano cumple otro propósito lateral: mostrar la adaptación 
              de Russell a la vida cotidiana. Y, además, al poner en evidencia 
              a March, concentra la atención del espectador en sus reacciones 
              y subraya la importancia que para él tiene la llamada telefónica 
              de Andrews. Este estilo dramático tiene otro valor complementario. El 
              film quiere ser fiel a la realidad cotidiana. Al presentar una decisión 
              tan importante como la ruptura de dos enamorados, desde la cabina 
              telefónica de un café, enfocada la acción desde 
              lejos y sin que pueda oírse el previsible (y patético) 
              diálogo, acentúa Wyler esa mezcla de trascendencia 
              y trivialidad; de énfasis emocional y detalle vulgar, que 
              tiene la realidad, al tiempo que plantea toda la compleja serie 
              de acciones y reacciones desde fuera y sin (aparentemente) tomar 
              partido. Otro ejemplo del mismo film muestra a Wyler manejando simultáneamente 
              dos acciones importantes. La escena final es la de la boda de Russell 
              con Cathy O'Donnell. El padrino es Andrews; entre los invitados 
              está Teresa Wright, a quien Andrews no ve desde la ruptura. 
              El cuadro muestra en primer plano, a la izquierda, a Andrews; en 
              plano americano, a la derecha, a los novios. En el centro del cuadro, 
              al fondo está Myrna Loy, entre Teresa Wright y March. Mientras 
              casan a los novios, Andrews desvía ligeramente la mirada 
              hacia Teresa Wright y se miran. Quedan separadas, pues, nítidamente 
              dos acciones: la boda, que concluye la historieta sentimental de 
              Russell; el encuentro de Andrews-Wright, que precede a su reconciliación 
              con la que se concluye su historia y el film. Como ha demostrado 
              Bazin, es posible cortar el cuadro en dos mitades simétricas: 
              a la derecha quedaría la boda y los invitados principales; 
              a la izquierda, la pareja Andrews-Wright. Aquí, las dos acciones 
              parecen igualmente importantes ya que ambas sirven para anudar los 
              hilos de dos intrigas, pero en realidad hay una más importante 
              que otra. La reconciliación tiene a su favor el elemento 
              de sorpresa y novedad. En tanto que la boda era un acontecimiento 
              previsto, la reconciliación se produce recién entonces, 
              ante los ojos del espectador. Sin dejar que una acción entorpezca 
              a la otra, Wyler consigue extraerles el máximo de intensidad 
              y emoción al presentarlas simultáneamente y, de alguna 
              manera, contrastarlas por la aproximación. De esta utilización de la profundidad de campo para fines 
              dramáticos y para la exposición compleja de acciones 
              se deriva un tercer beneficio: el análisis dramático 
              de las relaciones humanas. Al mostrar las acciones y sus efectos 
              en un solo cuadro, al indicar sutilmente cómo reaccionan 
              recíproca y simultáneamente sus personajes, Wyler 
              consigue enseñarnos más sobre ellos que por medio 
              del diálogo o por medio de aislados primeros planos. La misma 
              posición que ocupan unos con respecto a otros en el campo 
              de la cámara demuestra sus vinculaciones e ilustra sobre 
              sus caracteres.   El ambiente Queda por analizar un elemento más que interviene importantemente 
              en la profundidad de campo: el ambiente. Uno de los efectos de la 
              profundidad de campo es que los escenarios deben ser más 
              completos, deben tener techo y estar proyectados en profundidad. 
              La cámara capta simultáneamente los personajes y el 
              decorado en que aparecen inscriptos. El diseñador de La 
              heredera ha señalado oportunamente la importancia de 
              los decorados para la iluminación de la psicología 
              de los personajes. Para el Dr. Sloper (Ralph Richardson) la casa 
              conservaba el recuerdo de su esposa; para Catherine (Olivia de Havilland) 
              representaba un encierro, un lugar de tortura; para su pretendiente 
              (Montgomery Clift) era una tentación tangible, cuya posesión 
              deseaba más que la de Catherine. La profundidad de campo 
              le permitía a Wyler situar cada personaje en el [...] y que 
              los decorados asuman un papel tan importante en el juego dramático. 
              Aquí, otra vez, la función de Wyler parece asimilarse 
              con la del director teatral. Y otra vez también es posible, 
              extremando el análisis, demostrar que el decorado no aparece 
              usurpando un lugar meramente descriptivo y que por el contrario 
              es utilizado en forma funcional, fundido a la acción, integrando 
              la acción misma. Esto no significa que ocasionalmente Wyler no utilice las panorámicas 
              para describir, rápidamente, un ambiente o para hacer culminar 
              una situación. Al comenzar La carta hay una larga 
              panorámica nocturna que se inicia en la selva, recorre las 
              cabañas sombrías y sórdidas de los nativos 
              y concluye en la imagen de Bette Davis baleando a su amante a plena 
              luz lunar. El contraste entre el ambiente pobre y sombrío 
              de los nativos y la pulcra e iluminada casa de los blancos, entre 
              el silencio del sueño y los estampidos del revólver, 
              plantea sin necesidad de palabra alguna los términos extremos 
              del ambiente en que ha de desarrollarse esta historia de crimen 
              y superstición y venganza. Jezabel concluye con una 
              panorámica en que se sigue a la carreta en que Bette Davis 
              acompaña a Henry Fonda, enfermo de fiebre amarilla, al lazareto. 
              Esta escena, de inconfundible tono épico, concluye un conflicto 
              sentimental que el film había contado con minucia y detallado 
              en todas sus implicaciones de ambiente (New Orleans hacia 1850). 
              Otra panorámica sirve para exponer una fiesta en casa de 
              David Niven y Merle Oberon (Cumbres borrascosas). El ambiente 
              queda magistralmente indicado al mostrarse el baile de los niños 
              en el vestíbulo y luego, contrastando, el baile de los mayores 
              en la sala. Más tarde, mientras una dama toca Para Elisa 
              en el piano, la cámara se pasea de un extremo a otro del 
              salón captando el juego mudo de miradas y desplazamientos 
              en que se teje la intriga sentimental de los cuatro protagonistas 
              (los nombrados, Laurence Olivier y Geraldine Fitzgerald). Un último 
              ejemplo de panorámica lo proporciona una de las obras en 
              que la profundidad de campo aparece explotada más conscientemente: 
              Lo mejor de nuestra vida. Al llegar al pueblo natal, los 
              tres protagonistas (March, Andrews, Russell) toman un taxi, y de 
              camino a sus respectivas casas, recorren las calles principales, 
              observando la agitación de todos, reconociendo los cambios, 
              comentando y riéndose. La cámara muestra así 
              la vida del pueblo, pero gracias al espejito de retroceso del taxi, 
              muestra también a los protagonistas, de modo que es posible, 
              por la profundidad de campo, asistir simultáneamente al espectáculo 
              que contemplan y a las reacciones que les provoca. Este ejemplo 
              puede ser bastante elocuente como combinación de una técnica 
              vieja, la panorámica, con una nueva o renovada, la profundidad 
              de campo.   Simbolismo implícito Ninguna escena de Wyler es completamente inexpresiva. Si ha escogido 
              el procedimiento de la profundidad de campo es precisamente porque 
              aumenta el poder dramático de la imagen, porque hace más 
              compleja la exposición, porque permite la simultaneidad de 
              puntos de vista. De aquí que sus imágenes aparezcan 
              cargadas de sentido: de aquí que se tienda a descubrir en 
              sus films un simbolismo implícito. La distribución 
              de los actores en el cuadro, la iluminación y el maquillaje, 
              los decorados y los trajes, todo contribuye a desnudar el significado 
              de la acción. Algún crítico ha señalado 
              la predilección de Wyler por incluir una escalera en el ambiente 
              de sus conflictos dramáticos. Al distribuir a los actores, 
              con prolija naturalidad, en distintos escalones, al enfocarlos de 
              arriba o de abajo, se indica fácilmente la relación 
              de uno con otro y la relación de ambos con el ambiente. En 
              una escalera Wyler ubica escenas dramáticas culminantes: 
              Marjorie Main encuentra e insulta a Humphrey Bogart (Callejón 
              sin salida); Bette Davis ruega a Margaret Lindsay que le deje 
              acompañar a Henry Fonda al lazareto (Jezabel); Merle 
              Oberon revela a David Niven que Olivier se ha fugado con Geraldine 
              Fitzgerald, y con su emoción traiciona su amor por él 
              (Cumbres borrascosas); Olivia de Havilland sube airosa una 
              escalera, mientras Montgomery Clift golpea inútilmente en 
              la puerta de la calle (La heredera). Esta utilización 
              de la escalera no obedece a un gusto o a un capricho de Wyler: la 
              escalera cumple en cada uno de los casos citados una función 
              dramática, y contribuye a iluminar el conflicto. No es el único símbolo denunciable de su vasta producción. 
              Ya se refirió Koch a la utilización de la luz lunar, 
              a través de las persianas de La carta, y Toland, a 
              su vez, indicó el simbolismo del maquillaje de Bette Davis 
              en La loba. Puede agregarse, entre muchos, un ejemplo más, 
              de Lo mejor de nuestra vida: la discusión entre March 
              y Andrews en el café. La cámara enfoca a los dos simultáneamente. 
              Están de perfil en el mismo cuadro, enfrentados simétricamente 
              y cambiando sus réplicas. Es posible seguir al mismo tiempo 
              los dos puntos de vista y el efecto que en uno causan las palabras 
              del otro. Se obtiene así una economía y una intensidad 
              mayores que en la alternancia de planos de un montaje convencional. 
              Pero hay algo más: al presentar en un mismo cuadro a los 
              dos opositores, Wyler parece querer acentuar su objetividad. A ambos 
              se les concede en la escena la misma posibilidad de defender su 
              posición, y el espectador lo siente así. El simbolismo nunca pasa a primer plano en estos films; está 
              implícito, se desprende naturalmente de la acción, 
              y no aparece dicho con énfasis o sobreimpuesto a la misma. 
              Es parte integrante de la acción dramática, es una 
              manera de exponerla, de mostrar su íntimo significado.   Sentido de la obra Un análisis del estilo de Wyler puede prescindir quizá 
              de toda búsqueda de sentido en su obra, de toda formulación 
              de un mensaje. Y, sin embargo, al repasar su estilo aparecen algunas 
              indicaciones que apuntan no exclusivamente a la forma sino al lugar 
              ideal en que forma y contenido se confunden, son inseparables. La 
              preocupación por un estilo de intensidad dramática 
              y expresividad narrativa indica las preferencias de Wyler por el 
              conflicto de pasiones, por las relaciones humanas complejas, por 
              la crónica en que personajes y ambientes forman un todo complejo 
              y bien trabado. Los films de Wyler plantean conflictos de pasiones 
              en un marco determinado de tiempo y espacio. Cada acción 
              aparece referida minuciosamente a un carácter y a un ambiente, 
              ya se trate de la tempestuosa Jezabel de New Orleans (1850), ya 
              de los sórdidos Hubbard en el Sur de los Estados Unidos hacia 
              el 1900 (La loba), ya de los tres soldados que en 1945 regresan 
              a su pueblito natal (Lo mejor de nuestra vida). En esos marcos 
              se desarrollan los conflictos humanos que siempre provocan las pasiones 
              y la convivencia. Hay, en esta serie de films, algo más que una tendencia 
              por los libretos psicológicos sobre fondo social (como se 
              ha dicho). Hay una toma de partido por determinados valores humanos, 
              por la honradez y la sinceridad. Cuando la historia que cuenta Wyler 
              es sórdida o trágica no hay discurso ni moralina, 
              pero hay una condenación dramática de la sordidez 
              o del crimen más elocuente por lo mismo que se expresa en 
              conflicto de personajes y no en palabras.  En sus minuciosas exposiciones del crimen o el vicio no es posible 
              descubrir ningún cinismo (como en Clouzot), ninguna ambigüedad 
              (como en Welles). La concepción del mundo que revelan hasta 
              sus films negros es lúcida y honesta. La maldad es mostrada 
              en su horror y en su tortura. No se cree en el triunfo del bien 
              por su sola fuerza, pero se le muestra junto al mal y se le defiende 
              con la elocuencia de su calidad, de su emoción sin cursilería. Algún crítico ha llegado a denunciar cierta tendencia 
              sentimental de sus films. No faltan en ellos las muchachas tiernas 
              y castigadas por el destino: Sylvia Sidney en Callejón 
              sin salida, Geraldine Fitzgerald en Cumbres borrascosas, 
              Doris Davenport en El caballero del desierto, Olivia de Havilland 
              en La heredera, y Teresa Wright en La loba, Rosa de 
              abolengo y Lo mejor de nuestra vida, han representado un 
              tipo femenino cuya antípoda está en Bette Davis, arpía 
              o criminal en Jezabel, La loba y La carta. 
              Pero basta recordar la delicadeza con que Wyler introduce esas figuras 
              femeninas, la sobriedad con que las hace actuar para comprender 
              que toda sospecha de cursilería está de más. 
              Hay, indudablemente, cierto sentimentalismo, pero la objetividad 
              de su estilo dramático y la intensidad de su enfoque rescatan 
              toda potencial sensiblería. Es claro que esa misma objetividad 
              de su estilo ha conspirado, a veces, contra su propia obra. El ejemplo 
              notable es Cumbres borrascosas, donde la novela de Emily 
              Brontê requería una adaptación más alucinada, 
              más demoníaca, que la que ejercía el libreto 
              de Ben Hecht y Charles MacArthur, y la dirección pulida y 
              sobria de Wyler. Hubo aquí un error de estilo, pero Wyler 
              no lo repitió después.   Futuro La objetividad parece ser la característica central del 
              estilo de Wyler; la intensidad dramática y la complejidad 
              expositiva sus notas dominantes; la fusión de personajes, 
              conflicto y ambiente, el resultado natural de su obra. Con esos 
              exigentes elementos ha compuesto Wyler una producción que 
              figura entre las más importantes del cine contemporáneo 
              y, para muchos, entre lo mejor de Hollywood. Sus dos próximos 
              films continúan la línea de la obra anterior: son 
              Detective Story, con Kirk Douglas, sobre una obra teatral 
              de Sidney Kingsley, y Sister Carrie, con Laurence Olivier 
              y Jennifer Jones, sobre la novela homónima de Theodore Dreiser. 
              El anuncio de un tercer film en preparación, Roman Holiday, 
              no aclara si también se basa en teatro o novela, pero se 
              agrega como innovación, seguramente auspiciosa, la de que 
              será suya la adaptación, no limitándose ya 
              a su notable tarea de productor y director. 
 Bibliografía El artículo de Gregg Toland puede verse en 
              la Revue du Cinéma, nº 4 (enero 1947); el de 
              Howard Koch en Sight and Sound nº 5 (julio 1950); el 
              de Harry Horner en Hollywood Quarterly, vol. V, nº 1 
              (otoño 1950); el de William Wyler sobre Toland en Sequence 
              nº 8 (verano 1949); el de André Bazin sobre Wyler en 
              la Revue du Cinéma, nos. 10-11 (febrero y marzo 1948). 
              Puede consultarse también, en Sequence nº 13 
              (1951) un excelente ensayo de Karel Reisz en que se denuncia el 
              error de traducción de Bazin y se comenta juiciosamente la 
              producción de Wyler. Son de menor interés una nota 
              de Gaetano Toschi en Cinema (noviembre 25, 1948) y un artículo 
              de André Bazin sobre la profundidad de campo en Cahiers 
              du Cinéma nº 1 (abril 1951).    |