|   | "Superrealismo y cine"En Film, publicación de Cine Universitario, nº 
              16
 agosto 1953, pp. 22-27
   El éxito de Dreams that Money Can Buy (Hans Richter, 
              1947) en los Estados Unidos, la interpolación de un sueño 
              diseñado por Salvador Dalí en la popular Spellbound 
              (Cuéntame tu vida, Alfred Hitchcock, 1945), el predicamento 
              de Orphée (Orfeo, Jean Cocteau, 1949) entre cierta 
              minoría cinematográfica, la secuencia final de Manon 
              (Henri-Georges Clouzot, 1948), los premios recaudados por Los 
              olvidados (Luis Buñuel, 1950), la comercialización 
              de un tema onírico en Belles de nuit (Beldades nocturnas, 
              René Clair, 1952), podrían considerarse otros tantos 
              síntomas de una creciente incorporación del superrealismo 
              al cine sonoro. Es cierto que los ejemplos invocados (y otros muchos 
              que podrían esgrimirse) son de desigual valor; es cierto 
              que, en más de un caso, poco tienen que ver con el movimiento 
              poético-revolucionario que con tanto celo encabezara André 
              Breton; es cierto que más de un purista estaría dispuesto 
              a excomulgar a Dalí y/o Cocteau, a despreciar los esfuerzos 
              de René Clair y hasta a poner en tela de juicio algunos episodios 
              del film de Richter. Pero más que por su valor intrínseco, 
              su pureza poética o su ajuste minucioso a una estética 
              rígida y codificada, interesan estos ejemplos por su condición 
              de síntomas de una actitud. El superrealismo está 
              empezando a ser asimilado, así sea parcialmente, por la industria 
              cinematográfica; algunos de sus postulados esenciales empiezan 
              a abrirse camino en cine y van contaminando hasta los esfuerzos 
              menos sospechosos de novedad. (La MGM pone en manos de Gene Kelly 
              su industria para filmar sus sueños coreográficos; 
              Charles Chaplin intercala en la conservadora Limelight una 
              secuencia, Spring is Here, que no sólo es onírica 
              sino que revela el significado latente de todo el film).  Esta asimilación no deja de ofrecer peligros. El más 
              obvio consiste en la vulgarización de las conquistas realizadas 
              hacia la tercera década del siglo por una vigorosa vanguardia; 
              el más grave: reducir a la adaptación de viejos recursos 
              y vieja temática toda encuesta de las posibilidades del superrealismo 
              en el cine sonoro. Y lo que hubiera sido necesario (lo que es necesario) 
              es una creación que en el lenguaje del cine sonoro y con 
              una temática de hoy exprese los contenidos latentes del mundo 
              tal como se manifiestan en el sueño, en el subconsciente, 
              en la imaginación.   un esteta opina El cine sonoro pareció traer el cese de toda actividad cinematográfica 
              del superrealismo. O, por lo menos, pareció reducirla al 
              nivel de experimento de laboratorio, de agresivo producto de vanguardia, 
              generalmente exacerbado en su hermetismo y en su pretenciosa trascendencia. 
              No era posible reunir capitales para películas que, desde 
              sus orígenes, despreciaban toda explotación comercial. 
              De aquí que la edad de oro del cine superrealista coincidiera 
              con la última década del cine mudo, entre 1920 y 1930. 
              Por otra parte, esa fue también la edad de oro del superrealismo 
              como movimiento literario y plástico. En su Primer Manifiesto 
              del Superrealismo llegó a decir André Bretón: 
              "El superrealismo reposa sobre la creencia en la realidad superior 
              de ciertas formas de asociación descuidadas hasta él, 
              en la omnipotencia del sueño, en el juego desinteresado del 
              pensamiento". El propio Bretón no tardó en 
              advertir las enormes posibilidades del cine para mostrar o 
              provocar las asociaciones inéditas de la realidad, 
              el mundo de los sueños, el pensamiento gratuito. Pero lo 
              que Bretón entrevió o codificó, hacia 1924, 
              otro superrealistas (casi todos franceses) lo intentaron realizar 
              y, a veces, realizaron.   cine superrealista  Revisada hoy gran parte de esa producción de los twenties 
              franceses, parece mayor su valor de intento desafío 
              y experimento que sus conquistas definitivas. Algunos films 
              de Man Ray, La Fête Espagnole de Germaine Dulac, La 
              Coquille et le Clergyman de la misma (escandalosamente repudiada 
              por el autor del libreto, el poeta Antonin Artaud), Entr'acte 
              de René Clair, la prefabricada Sang d'un Poète 
              (Jean Cocteau, 1930), datan hoy en más de un sentido 
              aunque posean valores históricos indiscutibles. De tanto 
              experimento, de tanta película audaz e ingenua, se salvan 
              algunos puros ejemplos: L'étoile de mer de Man Ray 
              sobre un poema de Robert Desnos, con su humorismo todavía 
              intacto; A propos de Nice donde Jean Vigo se cobraba varias 
              veces la deuda que con él tenía una sociedad corrompida. 
              Se salvan, es claro, los films realizados por Luis Buñuel 
              con la polemizada colaboración de Salvador Dalí: Le 
              chien andalou (1928) y L'âge d'or (1930). Ambos 
              films representan la culminación (asimismo) de un cine superrealista. 
              Parecieron, por su peso, por su densidad, cerrar definitivamente 
              un período. Lo que resulta común a estos intentos del primer superrealismo 
              es su condición de creaciones poéticamente ejecutadas. 
              El desprecio o la parodia de los elementos objetivos, el apartamiento 
              deliberado de la coherencia narrativa o del desarrollo dramático, 
              los convierte en poemas cinematográficos: poemas tiernos 
              y salvajes, corrosivos y escapistas. En ellos, la imagen visual 
              corresponde a la imagen verbal de la poesía. Su estructura, 
              su ritmo parecen seguir las mismas leyes que rigen la composición 
              poética.  Esta fue la trampa en que cayó Jean Cocteau en Le sang 
              d'un poète: buscar la traslación inmediata de 
              la palabra (que fuera concebida como palabra y que era por lo tanto 
              signo) a la imagen cinematográfica que es la representación 
              de la cosa misma. Mucho más sutil, Man Ray al filmar el poema 
              de Desnos soslayó siempre la imposible correspondencia y 
              buscó decir, en otro lenguaje, las equivalencias. De esta 
              manera señaló entonces el único camino del 
              cine superrealista: una creación libre, específicamente 
              cinematográfica, que no estuviera sometida a las leyes de 
              otro arte aunque lo usara de trampolín o pretexto. En su mejor hora, este cine superrealista pareció confinado 
              a la expresión poética. El desprecio de los contenidos 
              objetivos de la creación lo llevó a la pura (y arbitraria) 
              subjetividad, al dominio de la lírica. Su posibilidad de 
              difusión y de resonancia se vio, por esto, naturalmente limitada. 
              El advenimiento del sonoro amenazó su supervivencia.   la naturaleza del cine  Contra esta reducción del superrealismo al cine superrealista 
              se han alzado quienes conciben que todo cine es superrealista. 
              El último, el más audaz, de sus generalizadores es 
              Ado Kyrou, director y fundador de la revista L'âge du cinéma, 
              autor de Le surrélisme au cinéma (Paris, 1953). 
             Para Kyrou el cine es de naturaleza superrealista. El cine "puede 
              (y debe) ser el mejor trampolín desde el que el mundo moderno 
              zambullirá en las aguas magnéticas y brillantemente 
              negras del subconsciente, de la poesía, del sueño". 
              El cine es asimilado por Kyrou al sueño: "Los sueños 
              del durmiente pierden su naturaleza de sueño (tal como lo 
              consideran los campeones del verismo) para convertirse ante nuestros 
              ojos maravillados en realidad. Esta realidad está enriquecida 
              por todo su contenido latente, se convierte en absoluta, sobrerreal". 
              (Es decir: superrealista).  De aquí que en su revista o en su libro no se limite Kyrou 
              a historiar el movimiento superrealista sino que releve manifestaciones 
              superrealistas en toda forma cinematográfica; que a través 
              de toda obra cinematográfica, de Georges Meliès a 
              Michelangelo Antonioni, rastree las huellas de un cine futuro y 
              posible: el sobrerreal. Porque para Kyrou el cine es "el 
              medio de expresión soñado del contenido latente de 
              la vida". Es decir, de lo que se esconde bajo las apariencias 
              que dibuja el miope naturalismo: lo maravilloso, lo mágico, 
              el símbolo premonitorio, el sueño, el destino. "Van 
              Gogh en una de las cartas a su hermano (recuerda Kyrou), expresaba 
              su voluntad apasionada de no pintar un simple tronco de árbol, 
              tal como todos los pueden ver, sino un tronco de árbol con 
              todos sus inevitables secretos, raíces, aire, savia, nacimiento, 
              muerte. El cine puede mostrar todo eso, puede penetrar bajo tierra, 
              subir hasta las más altas ramas, entrar en el árbol, 
              seguir en el espacio de pocos segundos su nacimiento y su muerte. 
              Y esto es mucho más verdadero que en la vida cotidiana, esto 
              es real. El árbol completo en su duración y en su 
              espacio, con sus misterios está presente, como está 
              presente el reverbero en medio de la calle. Lo que es verdadero 
              para el árbol tema de interés limitado 
              es tanto más cierto para el hombre, interés principal 
              de todo poeta, pintor o cineasta". Esta convicción lo lleva a decir, un poco más abajo: 
              "Un poema está hecho de letras, un cuadro permanece 
              inmóvil, por lo tanto siempre para el gran público 
              no vive; pero el cine presenta seres en carne y hueso, por lo tanto 
              hasta el sueño de estos personajes toma carne y hueso. El 
              cine alcanza 'el punto del espíritu en donde la vida y la 
              muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable 
              y lo incomunicable, lo alto y lo bajo dejan de ser percibidos contradictoriamente'". 
              La cita que concluye Kyrou es de Breton, Segundo Manifiesto del 
              Superrealismo (1930).  Es claro que Kyrou advierte que sus palabras, y sus apasionados 
              análisis, dibujan más bien un cine posible que un 
              cine real: un cine que está ahí y que se advierte 
              a través de los contenidos superficiales que los realizadores 
              se empeñan en subrayar. El otro cine real, el que realizaron 
              deliberadamente hombres como Buñuel, se crea a partir de 
              este cine posible y demuestra las infinitas posibilidades del medio. 
              Es a la creación de ese cine auténticamente superrealista 
              que van enderezados todos los esfuerzos teóricos de Kyrou 
              y de sus colegas: un cine en que los contenidos latentes de la realidad 
              se revelan a través del sueño, del subconsciente, 
              de lo maravilloso.   algunas objeciones Pero esta confianza de los superrealistas en expresar por medio 
              del cine el funcionamiento verdadero del pensamiento o el mundo 
              de los sueños no ha sido compartida por todos. Un superrealista 
              de la primera hora, Salvador Dalí, ha expresado en un prefacio 
              a su libreto Babaouo (1932) que "contrariamente a 
              la opinión corriente, el cine es infinitamente más 
              pobre y más limitado, para la expresión del funcionamiento 
              real del pensamiento que la escritura, la pintura, la escultura 
              y la arquitectura". Por su parte, René Clair había 
              declarado hacia 1925, en una artículo titulado Cinéma 
              et Surréalisme: "Lo que me interesa en el superrealismo, 
              es lo que me revela de puro, de extraartístico. Para traducir 
              en imágenes la más pura concepción superrealista, 
              habrá que someterla a la técnica cinematográfica, 
              lo que se expone a hacer perder a ese 'automatismo psíquico 
              puro' una gran parte de su pureza ... Si el cine no puede ser un 
              medio perfecto de expresión para el superrealismo, sigue 
              siendo sin embargo, para el espíritu del espectador, un campo 
              de actividad superrealista incomparable".  En un artículo de 1951 Jacques B. Brunius ha discutido ambas 
              afirmaciones. Contra Dalí ha señalado que su opinión 
              no aparece apoyada en ningún análisis y que parece 
              sobre todo arbitraria. (Kyrou, al discutir la misma opinión, 
              ha indicado que L'âge d'or, de Buñuel y Dalí, 
              bastaría para desmentirlo). Contra René Clair ha apuntado 
              Brunius que el automatismo psíquico puro de que hablan los 
              superrealistas no existe en el vacío; se revela a través 
              de objetos o de útiles. En cuanto al sueño, ya se 
              sabe que sólo es posible anotarlo cuando se está despierto; 
              vale decir, cuando ha dejado de actuar como tal, cuando ya no es. 
              "No se trata (concluye) de fijar directamente el 
              sueño sobre una película como tampoco se trata de 
              irlo apuntando en palabras o de pintarlo automáticamente 
              sobre una tela".  Por otra parte, Brunius no deja de apuntar las evidentes similitudes 
              entre el espectador cinematográfico y el durmiente: el cine 
              parece una simulación involuntaria del sueño, con 
              la noche creada en la sala, la mirada fija en la pantalla con la 
              inmovilidad que supone, hasta la misma técnica del cine con 
              sus fundidos encadenados o su utilización del iris (tan favoritos 
              en el cine mudo), la misma azarosa cronología y el tiempo 
              sintéticamente recompuesto, el espacio que oscila desde el 
              primer plano hasta la interminable panorámica. No es posible 
              concebir, dice Brunius, un espejo más fiel de la representación 
              mental. Pero tal vez lo que explique profundamente la resistencia de Dalí 
              y de Clair a conceder toda su confianza al superrealismo en cine 
              esté en otro lado: en la circunstancia incontrovertible (y 
              que Brunius es el primero en denunciar) de que hasta ahora los esfuerzos 
              por reflejar el mundo onírico o el inconsciente en cine han 
              sido bastante mediocres. La explicación con que Brunius pretende 
              zanjar el problema no parece totalmente convincente: "Muy 
              poca gente es capaz de acordarse de sus sueños o de contarlos 
              sin hacerles sufrir increíbles racionalizaciones y deformaciones, 
              ora sea para obtener un efecto por exageración, ora sea para 
              nivelarlos anodinamente. También hay que pensar, con André 
              Breton, que 'las potencias organizadoras del espíritu humano 
              no gustan contar con las potencias aparentemente desorganizadoras 
              ... la dignidad de un hombre es puesta en dura prueba por el tenor 
              de sus sueños para que experimente a menudo la necesidad 
              de reflexionar sobre ellos, y con más razón la de 
              contarlos ...'". Tanto Brunius como su maestro Breton hablan 
              de poca gente, de hombres, pero aquí parece tratarse de artistas, 
              de poetas; es decir: de seres capaces de hacer lo que pocos semejantes 
              hacen, capaces de expresar en palabra o imagen sus sueños.   una posible salida  Al confinarse en el lirismo, al despreciar los elementos objetivos 
              (narración, drama) el cine superrealista pareció limitar 
              voluntariamente su alcance y hasta comprometió sus posibilidades 
              de supervivencia. Por eso mismo resulta tan interesante el experimento 
              intentado por Buñuel en Los Olvidados. Desde el punto 
              de vista superficial, el film no puede ser considerado como superrealista. 
              Sólo una secuencia el sueño de Pedro está 
              elaborada dentro del viejo estilo. El resto parece vincular la obra 
              de Buñuel al neorrealismo norteamericano de Wyler en Dead 
              End (Callejón sin salida, 1937) o de Michael Curtiz en 
              Angels with Dirty Faces (Ángeles con caras sucias, 
              1938) o al italiano de de Sica en Sciuscia (Lustrabotas, 
              1946) y de Castellani en Sotto il sole di Roma (Bajo el sol 
              de Roma, 1948).  Sin embargo, todo el film buscaba desnudar los contenidos latentes 
              de su conflicto. Su adhesión a una corriente realista era 
              meramente superficial; la violencia que se ejercía sobre 
              la realidad era tal que destrozaba su superficie, quedando a la 
              vista la entraña. Octavio Paz ha visto esto bien en una crónica 
              de 1951: "Los Olvidados es más que un film realista. 
              El sueño, el deseo, el horror, el delirio, el azar: la porción 
              nocturna de la vida, encuentra el lugar que le corresponde. El peso 
              de la 'realidad' que Buñuel nos hace tan sensible, es tan 
              atroz que llegamos a creer que es imposible de soportar. Y así 
              es. La realidad es imposible de soportar. He aquí porque 
              el hombre mata y muere, ama y crea".  No se trata tan sólo de que Buñuel haya agotado el 
              posible catálogo de violencias (el asalto al ciego, al hombre 
              sin piernas, los crímenes de Jaibo); es que corre por todo 
              el film una veta de sadismo que se manifiesta en cada momento: en 
              la mirada con que Jaibo codicia a la madre de Pedro, en la libidinosidad 
              del ciego, en el discurso lacrimógeno del borracho, en el 
              cuerpo de Pedro rodando entre los despojos de animales y basuras. 
              En este film el sadismo no es ocasional; está en la base 
              de la visión que ha concebido toda la obra, que la ha ejecutado 
              hasta en el menor detalle, que se ha demorado en el sufrimiento, 
              en la sangre derramada, en el castigo, en la lenta humillación. 
              Está en el artista. El caso de Los Olvidados ilustra algo más que la 
              carrera de Luis Buñuel: indica que para liberar los contenidos 
              latentes de la realidad no hay que poner el acento en la magia laboriosamente 
              fabricada, como en Orphée; hay que ponerlo en los 
              mismos objetos reales, pero con una intensidad que los atraviese 
              con la visión, que supere su realidad apariencial, que desnude 
              o revele sus contenidos latentes. Ya André Breton había 
              indicado este camino en unas palabras que vale la pena copiar: 
              "Lo que hay de admirable en lo fantástico, es que no 
              hay nada fantástico, sólo hay lo real".   E.R.M.  
 Bibliografía Además del libro de Ado Kyrou (particularmente 
              el capítulo I) conviene consultar la colección de 
              L'âge du cinéma, en especial el número 
              4-5, agosto-noviembre 1951, dedicado al Superrealismo y donde está 
              el artículo citado de Jacques B. Brunius; el Nº 6, dedicado 
              al documental experimental y al film de vanguardia; y el Nº 
              3, junio-julio 1951, con la crónica de Octavio Paz sobre 
              Los Olvidados. Esta última crónica fue también 
              publicada en FILM 1 (marzo 1952).   |