|   | "Orson Shakespeare"En Film, publicación de Cine Universitario, nº 
              13
 mayo 1953, pp. 2-4
 (Macbeth) EE. UU, 1948. Producción Mercury 
              distribuida por Republic Pictures. Productor asociado, Richard Wilson. 
              Dirección y adaptación de Orson Welles, sobre la obra 
              homónima de William Shakespeare. Fotografía, John 
              L. Russell. Escenografía y vestuario, Orson Welles y Fred 
              Ritter. Trajes femeninos, Adele Palmer. Música, Jacques Ibert. 
              Reparto: Macbeth, Orson Welles; Lady Macbeth, Jeannette Nolan; Macduff, 
              Donald O'Herlihie; Banquo, Edgar Barrier; Eclesiástico, Alan 
              Napier; Lady Macduff, Peggy Webster. "La familiaridad de Orson Welles con Macbeth no data 
              de 1948. Doce años antes, Welles había puesto en la 
              escena del teatro Lafayette, de Harlem, un Macbeth negro 
              en que la brujería medieval escocesa aparecía sustituida 
              por el vudú africano y en que el protagonista no era ya un 
              jefe de clan sino un usurpador haitiano. También en 1936, 
              Welles dio una versión radial y más ortodoxa de la 
              tragedia, ambientándola con la música excitante de 
              Bernard Harrman (el de la partitura de Citizen Kane). Y antes 
              de comenzar a rodar una sola escena de este Macbeth había 
              probado la competencia de su adaptación y del elenco en una 
              versión teatral para el UTA Centennial Drama Festival 
              en Central City, UTA. Cuando empezó a rodar Macbeth en 
              los sets de la Republic, respaldado por un presupuesto ridículo 
              para Hollywood (200.000 dólares), corriendo de uno a otro 
              extremo del escenario para supervisar y filmar las escenas que ya 
              estaban preparando intérpretes y técnicos, Orson Welles 
              no estaba improvisando. Sabía exactamente qué tenía 
              entre manos; sabía qué clase de Macbeth iba 
              a imponer al mundo cinematográfico. Welles no respetó siempre el orden de escenas de la ilustre 
              tragedia. Su film se inicia con la escena del caldero de brujas 
              (IV, 1) y concluye con un apóstrofe lanzado por las brujas 
              en I, 3. El asesinato de Lay Macduff y su heredero contra lo que 
              Shakespeare dispusiera (IV, 2). Los hombres que matan a Banquo caen 
              del árbol en que estaban agazapados en la mejor tradición 
              del Far West, según se ha apuntado. Como remate de la famosa 
              escena en que Lady Macbeth vaga sonámbula por el castillo 
              (Here's the smell of the blood still: all the perfums of Arabia 
              with no sweeten this little hand, V, 1) sino que se la muestra 
              arrojándose desde lo alto del castillo. Varios papeles secundarios 
              (Ross, Mensajero, miembro de la iglesia anglicana) aparecen sintetizados 
              por Welles en uno solo, lo que equivale por lo menos a la creación 
              de un nuevo personaje. Cambiando, suprimiendo, interpolando, Welles ha estructurado un 
              nuevo texto de Macbeth, un texto que en su versión 
              cinematográfica corre vertiginosamente, con intolerable tensión, 
              durante 95 minutos. La más corta tragedia de Shakespeare 
              ha sido usada por Welles como libreto para un melodrama de ritmo 
              alucinante. Su actitud podrá no ser alabada por los eruditos 
              y los incondicionales del bardo, pero desde el punto de vista cinematográfico 
              no es despreciable en principio. Épica primitivo Al abrir y cerrar la película con la imagen visual o auditiva 
              de las brujas, al dejar caer sobre la cabeza degollada de Macbeth 
              las palabras fatídicas: The charm's wound up (El 
              encantamiento se ha cumplido), Welles ha acentuado fuertemente 
              el tema del Destino que el texto de Shakespeare proponía 
              pero con menos énfasis. En esta versión, las fuerzas 
              del Mal presiden cada acto y Macbeth parece más un 
              endemoniado, un hechizado, que en la tragedia. El de Shakespeare 
              es un asesino pero es también un héroe trágico, 
              cuya grandeza se explicita en medio de crímenes, cuya locura 
              homicida tiene raíces hondas. La sangre del primer crimen 
              mata el sueño y eleva a Macbeth a su verdadera estatura. 
              Desde ese instante vive en las dos dimensiones del acto criminal 
              y del remordimiento. En la versión (y en la personificación) 
              de Orson Welles, Macbeth es más primitivo. Es un asesino 
              feroz, cuyo atuendo tartárico así lo señala. 
              Su misma participación en el asesinato de la esposa e hijo 
              de Macduff acentúa ese carácter sanguinario. Y aunque 
              Welles se esfuerce por recitar impecablemente los discursos y monólogos 
              que iluminan la pasión interior del personaje, la tónica 
              general de su film es la barbarie externa, el crimen en estado puro 
              o salvaje. La grandeza de Macbeth se consigue aquí por acumulación, 
              y gracias a la dimensión heroica (no trágica) que 
              alcanza su locura criminal y su fastuoso derrumbe. Welles declaró 
              haber querido realizar algo heroico (I mean this to be heroic) 
              y para ello convirtió en épica bárbara lo que 
              en Shakespeare era tragedia. Pero hay más. No sólo las brujas acentúan 
              el carácter sobrenatural y primitivo de la pieza, no sólo 
              la figura de Macbeth aparece retocada para acentuar su barbarie, 
              sino que el enfoque general del film propone una concepción 
              prehistórica. (Con ligero error, y en palabras escasamente 
              traducibles, Welles se refirió al tono trágico que 
              buscaba: Stonehenge-powerful, unrelieved tragedy; es decir: 
              tragedia paleolítica poderosa y no mitigada.) Al componer la figura del eclesiástico con fragmentos poco 
              significativos en sí de varios personajes secundarios, Welles 
              les dio sentido, incorporando a la acción un personaje que 
              representa, en ese mundo a oscuras y criminal, la Fe y el Bien. 
              La pieza se organiza entonces de acuerdo a un nuevo eje de simetría. 
              En vez de presentar como Shakespeare la historia trágica 
              de un asesino, tentado por el Destino y por su propia ambición 
              de poder, Welles ofrece la crónica vertiginosa de un episodio 
              de la lucha del Bien y del Mal, de la Superstición y la Fe, 
              de la Barbarie y la Cultura. Lo tráfico de la figura de Macbeth 
              pasa a un plano secundario y su aspecto épico se acentúa; 
              el combate abandona la intimidad de su alma y se instala entre cielo 
              y tierra, en un mundo primitivo y hostil. Fracaso dramático Macbeth es quizá la pieza mejor construida de Shakespeare. 
              En vez de dilatarse en la exposición minuciosa del conflicto 
              (como en Hamlet) esta tragedia se planta de golpe en medio 
              del asunto y lo desarrolla con rapidez y fuerza, como lo hubiera 
              hecho un Racine sin reticencias cortesanas. Esa inmediatez del procedimiento 
              le permite a Shakespeare desarrollar la crónica de crímenes 
              y usurpaciones en que incurre Macbeth, sin abandonar por ello los 
              buceos en su alma, la exposición profunda de su pasión 
              interior. La misma escasez de recursos del teatro isabelino le permitió 
              no distraerse en lo meramente narrativo, en lo superfluo. Todo lo 
              que ocurre en escena tiene contenido trágico y se anuda fuertemente 
              con el motivo central hasta su violenta culminación. En ningún 
              momento se mitiga la tensión trágica. Y esto es lo que no supo o no quiso hacer Orson Welles: preservar 
              esa sustancia trágica incontaminada. Derivó hacia 
              lo descriptivo (ambiente, trajes, juegos de luces) o hacia la acción 
              externa (carreras de caballos, batallas y no combate singulares). 
              Un ejemplo iluminará lo dicho. En su tragedia, Shakespeare 
              escamoteó la escena en que los hombres en que Macduff se 
              cubren con las ramas del bosque de Birnam para atacar a Dunsinane. 
              Le basta que Macduff de la orden (V. 4), que un Mensajero anuncie 
              el ataque a Macbeth (V. 5). Porque lo que importa no es ver a los 
              hombres convertidos en bosque que anda; lo que importa es la reacción 
              de Macbeth al saberlo, al comprender de qué manera se cumple 
              una de las profecías que anticipan su ruina. Es decir: lo 
              que importa es la tragedia (efecto en Macbeth) y no la épica 
              (narrativa del hecho). En un medio distinto, Welles no pudo o no 
              quiso evitar la presentación directa de los hombres convertidos 
              simbólicamente en bosque. La imagen no agrega nada. Su misma 
              limitada realidad disminuye el efecto que debió buscarse: 
              el horror de Macbeth. La tragedia (podría decirse parodiando 
              a Leonardo) es cosa mental. Al acentuar el enfoque externo (épico) de la pieza y del 
              protagonista, al empeorar su ya luctuosa carrera criminal, Welles 
              estaba indicando una intención o una ausencia de comprensión. 
              Otra circunstancia vino a agravar el resultado. Con la excepción 
              de un par de actores (entre los que no siempre cabe contar a él 
              mismo) el elenco demuestra una acabada competencia melodramática. 
              Vale decir: una absoluta incompetencia trágica. La más 
              notoria deficiencia es la de Lady Macbeth convertida por Jeannette 
              Nolan en una lamentable histérica. Pero el mismo Welles echa 
              a mano a todo su repertorio de truculencias, al juego desmedido 
              de la voz, olvidando que el verso de Shakespeare tiene su ritmo 
              ya prefijado y que no tolera "efectos especiales" a la 
              manera de Radiolandia. Es cierto que algunas veces logra Welles un efecto puramente dramático 
              que supera lo que el propio Shakespeare podía haber concebido. 
              La aparición del espectro de Banquo en la escena del banquete 
              (III, 4) en que el montaje habilísimo y los efectos sonoros 
              agregan sugestión a un texto intenso, demostraría 
              que Welles también es capaz de innovar en este campo. Pero 
              en general su versión se resiente de frialdad, de tratamiento 
              meramente externo. La sucesión de apariciones horrendas, 
              crímenes y violencias no conmueve la sensibilidad; hay demasiada 
              sangre y poca angustia. Una actitud estilística Felizmente, Welles supo hacer algo más que acertar o equivocarse 
              en su manejo de la sustancia dramática de la pieza. Supo 
              buscar una concepción cinematográfica que tuviera 
              sugestión propia, que no dependiera de los prestigios elusivos 
              del verso de Shakespeare. Supo tratar a Shakespeare como a un libretista 
              cinematográfico, aunque de talento. Por eso, aunque sea melodrama 
              y no tragedia, aunque no resista el cotejo con la ilustre antecesora, 
              este Macbeth es ejemplar como experimento de estilística 
              cinematográfica. La composición del castillo de Macbeth no obedece (como 
              el de Olivier-Furse para Hamlet) a un capricho escenográfico. 
              Esas paredes de roca sin tallar, esas enormes y sombrías 
              escaleras rústicas, esas habitaciones desnudas excavadas 
              en la piedra, esos pasadizos de mina, esa agua y esa humedad que 
              manan de ellas y contaminan el ambiente, dan con más elocuencia 
              que cualquier palabra el tono bárbaro de la adaptación. 
              Asimismo, esa ropa casi paleolítica, esos enormes seres cubiertos 
              de pelos y pieles, adornados con coronas de hierro y cascos con 
              cuernos, están dando la misma tónica primitiva. Y 
              esas corridas de caballos en un escenario sombrío y estéril, 
              contra cielos de plomo apenas interrumpidos por alguna roca que 
              dibuja a contraluz una horrible silueta, también están 
              configurando un enfoque que es estilo. Welles parece haber despreciado la potencial belleza de una Edad 
              Media estilizada y haber resuelto que la Escocia del siglo XI que 
              le proponía Shakespeare era demasiado moderna, que había 
              que retroceder a la prehistoria para que los crímenes de 
              Macbeth aparecieran en toda su cruda inocencia, para que la superstición 
              invasora y las brujas del Destino fueran hechos reales y no meros 
              símbolos poéticos. Welles se salteó las simetrías 
              barrocas de Shakespeare y recreó en su Macbeth una 
              comunidad primitiva, casi salvaje, en imágenes de fealdad 
              y violencia intolerables. Y allí reside, precisamente, su mayor creación: el 
              haber inventado una plástica cinematográfica que diera 
              exactamente la tónica de su adaptación, el haber logrado 
              una perfecta unidad entre la intención, el ritmo y el estilo. 
              Podrá discutirse el detalle, podrá censurarse la prisa 
              o la escasez de recursos (ambas deliberadas) con que trabajó, 
              podrá repudiarse la vulgaridad de ciertos efectos, pero no 
              podrá negarse la fuerza del impacto puramente cinematográfico 
              de este fracaso dramático, de este experimento wellsiano." ERM Bibliografía. Son muy útiles las Notes 
              on Macbeth tomadas por Harold Leonard durante la filmación 
              (en Sight and Sound, Vol. 19, Nº 1, marzo 1950). Puede 
              consultarse también el capítulo III del Orson Welles 
              de André Bazin (París, Chavane, 1950), aunque no sea 
              fácil compartir totalmente su punto de vista. Son valiosas 
              las reseñas de Jacques Bourgeois en la Revue du Cinema 
              (Nº 18, octubre 1948), de Dilys Powel en The Sunday Times 
              (mayo 27, 1951), que contiene ya el retruécano sobre Orson 
              Shakespeare, y de Philip Hope-Wallace en Sight and Sound 
              (Vol. 21, Nº 1, agosto-setiembre 1951). Hay un enfoque interesante 
              en Shakespeare Filmed de Henry Raynor (en Sight and Sound, 
              julio-setiembre, 1952). |