|   | "El cine inglés: una política diferente"En Film, publicación de Cine Universitario, nº 
              18
 octubre 1953, pp. 5-11, 19.
 "No todos los productores ingleses siguieron las directivas 
              impuestas por Rank, ejemplificadas colosalmente en el fracaso de 
              Caesar and Cleopatra (Gabriel Pascal, 1945) y Christopher 
              Columbus (Cristóbal Colon, 1949). Una empresa, en particular, se mantuvo firme en su decisión 
              de tratar de solucionar por otros medios los problemas del cine 
              inglés; sin romper con Rank y aun utilizando su organización 
              para la distribución de películas, los Estudios 
              Ealing resolvieron prescindir de grandes nombres estelares, 
              de costosas producciones de prestigio, de baratas imitaciones de 
              los baratos melodramas de Hollywood. La política de Sir Michael 
              Balcon, productor ejecutivo de Ealing, puede sintetizarse 
              en algunos principios fundamentales:- producción económica, aunque no de baja calidad 
              estética;
 - de carácter nacional en sus conflictos, en su personajes, 
              en sus escenarios;
 - original en el planteo de temas conocidos y hasta cotidianos;
 - obra de un equipo estable, de gran cohesión interna y, 
              al mismo tiempo, con libertad de expresión individual.
 Los resultados de esta política pueden verse en la obra 
              realizada por Ealing, particularmente en estos últimos 
              años. El sello Ealing resulta ahora garantía 
              de un tipo de película semi-documental en que la naturaleza 
              y el hombre aparecen sabiamente integrados o de un tipo de comedia 
              en que la fantasía se mezcla con la conservación minuciosa 
              y satírica de la realidad contemporánea; resulta garantía 
              de un estilo de exposición rápida y precisa y que, 
              a pesar de las marcadas individualidades, revela la existencia de 
              un equipo. A estos resultados ha llegado Sir Michael Balcon luego de quince 
              años al frente de los estudios Ealing. Cuando ingresó 
              en 1938, Balcon (nacido en 1896) traía su experiencia de 
              productor en Gainsbourough Pictures y, desde el sonoro, en 
              la Gaumont-British. En ambas empresas había trabajado 
              junto a Alfred Hitchcock y es seguro que algunos rasgos típicamente 
              británicos de la producción de este último 
              algo deben a Balcon. En The Man Who Knew To Much (El hombre 
              que sabía demasiado, 1934), en The Thirty-Nine Steps 
              (39 escalones, 1935), en The Secret Agent (El agente 
              secreto, 1936), en Sabotage (Sabotaje, 1936), 
              hay que buscar algunas raíces de la producción posterior 
              de Balcon. En 1938 Ealing era un pequeño estudio, fundado en 
              1930 y dirigido, hasta esa fecha, por Basil Dean (The Constant 
              Nymph, La eterna ninfa), como productor artístico, y 
              por Reginald P. Barker como encargado de la financiación. 
              Sus producciones eran populares: abundaba en comedias crudamente 
              transportadas del teatro o del music-hall; y una de sus estrellas 
              era Gracie Field. La incorporación de Balcon no modificó la estructura 
              económica (Barker sigue siendo el Managing Director) 
              pero fue orientando lentamente la producción hacia otros 
              rumbos. Los Estudios Ealing han crecido materialmente aunque 
              sin llegar a competir con los de Hollywood. Actualmente cuentan 
              cinco escenarios y producen unas seis películas al año; 
              su producción total no supera la centena. Pero la política 
              de Balcon ha dado al sello Ealing una personalidad tan indudable, 
              tan característica en su medio, como la de MGM. Formación de un estilo Fue la guerra la que facilitó a Sir Michael Balcon la posibilidad 
              de imponer -y en escala mayor- su política de un cine nacional. 
              En 1941 los Estudios Ealing fueron arrendados parcialmente 
              al gobierno para la producción de una película sobre 
              los peligros de la charla imprudente en tiempo de guerra; el film, 
              que preparaba Thorold Dickinson, sería exhibido únicamente 
              a las fuerzas armadas. Balcon vio sus posibilidades comerciales 
              y resolvió presentarlo en todos los cines. El éxito 
              de Next of Kin decidió en parte la orientación 
              futura de la producción de Ealing. Para poder llevarla 
              a cabo, Balcon se aseguró la colaboración de dos de 
              los mejores realizadores de la escuela documental; Calvalcanti y 
              su discípulo Harry Watt. Para Ealing produjo Cavalcanti 
              uno de los films más interesantes del período bélico: 
              The Foreman Went to Franco (Charles Frend, 1942); Watt dirigió 
              Nine Men (1943) que contribuyó a imponer el nuevo 
              estilo semidocumental y tuvo larga resonancia. La asociación 
              de Watt con Ealing fue más duradera que la de Cavalcanti, 
              tal vez demasiado continental en su enfoque y en su estilo. En 1945, 
              Watt habría de producir su mejor obra: The Orlanders, 
              filmada durante dos años en Australia y centrada en torno 
              de una épica cabalgata. Desde entonces, Watt habría 
              de oscilar peligrosamente entre la comedia y el film semidocumental, 
              demostrando una gran habilidad para poner al hombre en el marco 
              de la naturaleza y una igualmente grande torpeza para exponer cinematográficamente 
              sus conflictos sentimentales. Su última producción, 
              Where No Vultures Fly (Ivory Hunter, u Horizonte 
              sin buitres, 1951) lo demuestra una vez más. Aunque Dickinson 
              no volvió a Ealing hasta 1950, para dirigir Secret 
              People, aunque Cavalcanti habría de separarse de los 
              estudios después del fracaso comercial de The Life and 
              Adventures of Nicholas Nickleby (1946), aunque Watt no conseguiría 
              nunca asimilarse completamente al nuevo estilo, la contribución 
              de estos tres hombres en los primeros años de la nueva política 
              fue decisiva. Con estas producciones se había consolidado 
              un estilo semidocumental en que la ficción aparece hábilmente 
              enraizada en la circunstancia político-social de la Inglaterra 
              contemporánea. Artesanado medioeval Pero no fue en la obra de estos realizadores donde apoyó 
              Balcon su producción posterior, sino en la formación 
              de algunos jóvenes que aunque habían tenido experiencia 
              previa en el cine inglés, por primera vez se encontraban 
              alentados a trabajar con responsabilidad y en lo que más 
              les interesaba. Lo que los unía era el hecho de pertenecer 
              a la misma generación cinematográfica: eran hombres 
              de unos treinta años, que habían sufrido más 
              o menos las mismas experiencias humanas y estéticas y que 
              podían por lo tanto desarrollar una actividad común. Balcon cuidó siempre de mantener en ellos el espíritu 
              de cuerpo, que parecía reproducir las condiciones de creación 
              del artesanado medieval, según la frase de Jean Cocteau. 
              Por medio de frecuentes conferencias, de discusiones abiertas, de 
              cuidadoso examen de la labor realizada o proyectada, se estimulaba 
              la obra colectiva, sin mengua de la iniciativa individual. El misterio 
              que suele rodear a cada producción en los grandes estudios 
              estaba abolido y se buscaba que cada uno contribuyera (con censura 
              o aplausos) a la obra de todos. Por otra parte, Balcon les hizo 
              aprender el oficio desde abajo. Antes de llegar a la dirección 
              debieron pasar por el cuarto de montaje o por la producción 
              asociada; debieron colaborar en el libreto. Los ejemplos de este 
              aprendizaje son numerosos. Robert Hamer, por ejemplo, se inició 
              con el montaje de The Foreman Went to Frances y fue luego 
              productor asociado de San Demetrio, London (El petrolero 
              San Demetrio, Charles Frend, 1943); Charles Crichton, que tenía 
              experiencia en el montaje desde sus tiempos en London Films, 
              se inició con el montaje de Nine Men; Henry Cornelius 
              (que ahora tiene su propia compañía) fue productor 
              de Hue and Cry (Crichton, 1947) antes de sugerir la idea 
              de Passport to Pimlico (1949) al libretista T. E. B. Clarke 
              y encargarse él mismo de la dirección; tanto Clarke 
              como Mackendrick se iniciaron como libretistas de asuntos ajenos, 
              colaboraron en The Blue Lamp (Londres 199, Basil Dearden, 
              1950), para orientarse luego hacía libretos originales (Clarke) 
              o la dirección misma (Mackendrick). El film que impuso a los Estudios Ealing ante el gran público 
              -dentro y fuera de Inglaterra- es precisamente el mejor ejemplo 
              de este trabajo de equipo. En el libreto de Dead of Night (Al 
              morir la noche, 1945), colaboró T. E. B. Clarke; los 
              distintos episodios de este film sobrenatural fueron dirigidos por 
              Cavalcanti (responsable de la magistral secuencia del ventrílocuo), 
              Basil Dearden, Robert Hamer y Charles Crichton. Para Hamer, era 
              ésta su primera película y la manera en que manejó 
              el episodio del espejo aseguró su promoción al cargo 
              de director. Este film marca una fecha en la producción de 
              Ealing. Un hombre con ideas Dentro de la unidad de lo que se llama estilo Ealing es 
              posible distinguir algunas personales. Ante todo, la del libretista 
              T. E. B. Clarke (nacido en 1908). Algunos de sus argumentos originales 
              han proporcionado material para las mejores comedias Ealing. 
              Lo que caracteriza a Clarke es la mezcla de fantasía delirante 
              y minuciosa observación realista, o, para decirlo con palabras 
              de Lambert: su fórmula es "lo normal ultrajado por 
              lo no familiar". En sus comedias lo increíble, lo 
              audazmente original, se apoya en lo cotidiano, hasta en lo convencional: - en Hue and Cry una pandilla de muchachos se apodera por 
              algunas horas de Londres para destruir una banda de ladrones que 
              Scotland Yard no puede localizar; - en Passport to Pimlico la 
              explosión de una bomba permite revelar que un barrio de Londres 
              pertenece al (desaparecido) Gran Ducado de Borgoña y que 
              por lo tanto sus habitantes no están sujetos a las leyes 
              ni a los racionamientos de Inglaterra;- en The Lavender Hill Mob (Su primer millón) 
              un fiel empleado de Banco de Inglaterra roba lingotes de oro y consigue 
              llevarlos a París de contrabando, convertidos en souvenirs 
              turísticos;
 - en Titfield Thunderbolt (1952), y ante la amenaza de clausurar 
              una línea del ferrocarril local, los habitantes de un pueblito 
              deciden encargarse por sí mismos de la explotación 
              del servicio.
 Los temas son imposibles pero la verdad de la observación 
              satírica de tipos y costumbres, la realidad de los ambientes 
              (casi siempre londinenses), los vuelven creíbles sin quitarles 
              nada de su frescura, de su estimulante absurdidad. Quienes están 
              encargados de ejecutar estas fantasías son seres tomados 
              de la realidad: niños de los barrios pobres de Londres cuyo 
              único alimento espiritual son las revistas de crímenes 
              que utilizan para comunicarse los bandidos; castigados londinenses 
              de Pimlico a quienes la postguerra sólo aporta tarjetas de 
              racionamiento, cupones para la ropa y bares que se cierran indefectiblemente 
              a las 10 y 30, dejando toda la cerveza del mundo hasta mañana 
              (a las 12 a.m.); empleados que se han mecanizado en una función 
              que los remunera escasamente y sólo les permite vivir en 
              una apolillada pensión de suburbios, en tanto que todos los 
              días se les ofrece la tentación de la riqueza; hombres 
              para quienes todavía la infancia no ha desaparecido del todo 
              y una locomotora es la más grande de las aventuras. A la ejecución de estos temas aporta Clarke auténticas 
              cualidades de narrador cinematográficos: la verdad de los 
              tipos aparece abonada por un diálogo ágil y sensible 
              a los matices locales del idioma (el cockney está 
              admirablemente dado); la comedia se expresa por situaciones inesperadas 
              de gran eficacia visual; el humor, aunque apegado a lo tópico, 
              es inmediatamente comunicable. El éxito de algunos de estos 
              films fuera de Inglaterra (particularmente y en el Uruguay The 
              Lavender Hill Mob) parece demostrar que logran esa cualidad 
              tan elusiva de ser, a la vez, locales y universales. La guardia vieja Más que los libretos de Clarke, lo que ha dado tal vez su 
              estilo a Ealing, ha sido su equipo de jóvenes directores 
              que orgullosamente se califican a sí mismos de guardia 
              vieja. Cada uno tiene rasgos propios que pueden señalarse 
              por encima del estilo común. Charles Frend (nacido en 1909); parece haberse especializado en 
              los films de aventuras al aire libre. Después de un primer 
              film no memorable, realizó con Cavalcanti The Foreman 
              Went to France; con San Demetrio, London obtuvo una de 
              las películas más populares del período bélico. 
              Pero tal vez su mejor film hasta ahora sea Scott of the Antarctic 
              (Las aventuras del capitán Scott, 1948) que tanto 
              deseó realizar. Este film revela por igual sus cualidades 
              y sus limitaciones: la contenida emoción para el drama, la 
              gran sensibilidad para el paisaje en relación con el hombre, 
              una cierta frialdad para las escenas sentimentales y un miedo del 
              énfasis, a veces necesario. Los mismos elogios y censuras 
              ha despertado su último film, The Cruel Sea (1952) 
              sobre la novela de Nicholas Monsarrat y con un tema bélico. Crichton (de 1910) ha mostrado tal catolicidad de gustos en sus 
              numerosos trabajos que resulta un poco difícil señalar 
              cuál es su verdadero estilo. Su asociación con Clarke 
              en tres de las cuatro comedias arriba comentadas, puede conducir 
              a afirmar injustamente que cuanto hay de bueno en ellas es obra 
              del libretista. Pero el mismo Clarke ha expresado en alguna ocasión 
              lo que aporta Crichton a sus libretos: un fino aprovechamiento de 
              circunstancias no previstas. El mejor ejemplo tal vez sea el del 
              montón de arena sobre el que pasa el coche policial en la 
              secuencia del robo de los lingotes en The Lavender Hill Mob. 
              Clarke había imaginado que en sus desesperadas maniobras 
              el coche subiría el cordón de la vereda y provocaría 
              así la alteración de la voz del que trasmite la noticia 
              del robo. Crichton vio el montón de arena que estaba en la 
              calle elegida como escenario y descubrió las posibilidades 
              de esa modificación. Pero lo más característico 
              del estilo de Crichton no se encuentra, seguramente, en estas invenciones 
              de detalle sino en la concisión y ritmo de su narración, 
              y en una cualidad (elogiada por Balcon) de decir exactamente aquello 
              que quiere decir, sin miedo de repetirlo, sin riesgo de ambigüedades. 
              En contra suya, podría señalarse una tendencia a filmar 
              demasiadas películas (es, con Dearden, el más activo 
              del equipo) la que de algún modo se refleja en la calidad 
              final del producto. La especialidad de Basil Dearden (nacido en 1911, aprendizaje con 
              Basil Dean) son los melodramas sentimentales y las películas 
              de acción tensa y exposición compleja. A su obra más 
              importante se halla estrechamente asociado Michael Relph, que produjo 
              por lo menos ocho de sus once films. Ninguno de ellos es, tal vez, 
              enteramente memorable pero casi todos revelan un director seguro 
              y dinámico. Su primera película importante, The 
              Captive Heart (Corazón cautivo, 1946), reveló 
              ya su habilidad para situar una intriga sentimental de ribetes folletinescos, 
              en un marco de indudable autenticidad; la historia del oficial checo 
              que consigue burlar a los alemanes haciéndose pasar por inglés 
              se beneficiaba del tacto con que Dearden hacía verdaderos 
              la vida en el campo de prisioneros y los incidentes complementarios 
              de la acción. Otros films, desde la comercial Cage of 
              Gold (La mujer del muerto, 1949), pasando por The 
              Blue Lamp (1950) y Pool of London (Muelles de Londres, 
              1951), hasta la reciente The Square Ring (1952), han confirmado 
              esa cualidad. Distinto de sus compañeros, más esteta y literario, 
              es Robert Hamer (nacido en 1911, en el cine desde 1934). La escritura 
              es primordial en sus films y por eso Hamer colabora siempre en los 
              libretos que filma. Su mejor film es el más literario de 
              Ealing:Kind Hearts and Coronets (Los ocho sentenciados, 
              1949) que sirvió para revelar la versatilidad de Alec Guinness 
              y para demostrar las posibilidades de un contrapunto humorístico 
              entre la imagen cinematográfica y el relato oral. Hamer cree 
              despreciables a los que todavía piensan en el cine como si 
              hubiera acabado de filmarse Caligari (1920); cree que el 
              diálogo no hace daño si es usado como complemento 
              de la imagen y no como repetición de la misma. En sus mejores 
              películas, juega también un papel muy importante el 
              ambiente, recreado en sus detalles más significativos. Su 
              preocupación por el aspecto literario del libreto va acompañada 
              de una indiferencia por su desarrollo técnico. Jamás 
              prepara un shooting-script: los ángulos y las tomas 
              las resuelve directamente en el estudio. En esto difiere esencialmente 
              de su colega Alexander Mackendrick quien prepara su libretos hasta 
              el último detalle y los ilustra con precisos e imaginativos 
              dibujos. El creador de Mandy El primer trabajo de Mackendrick como director fue Whisky Galore! 
              (Dicha para todos, 1949). La crítica inglesa, que 
              no peca de nacionalismo, apuntó algunas asperezas en la continuidad 
              y un cierto deleite en registrar las variaciones topográficas 
              de la isla escocesa en que se situaba la gozosa historieta. El film 
              tenía, sin duda, defectos menores pero tenía brío 
              y gracia, conseguía armar un ambiente y sus personajes durante 
              el frenético desarrollo de su aventura; revelaba ya a un 
              talento. Ninguno de los dos films que realizó luego Mackendrick estaba 
              a la altura del primero. The Man in the White Suit (1951) 
              contaba la historia de un joven que inventa un tejido que no se 
              ensucia y es indestructible. El libreto eludía algunas implicaciones 
              sociales del tema y se resolvía en el plano de la comedia; 
              pero no dejaba de apuntar, adecuadamente, los intereses (tanto del 
              capital como del trabajo) en impedir semejante invento. Una de las 
              mejores secuencias del film era precisamente la que mostraba al 
              grande y prehistórico industrial, John Kierlaw, en su visita 
              a la fábrica de tejidos que se vanagloriaba del invento y 
              el llamado a la realidad que su intervención suponía. 
              Si el film trataba con demasiada ligereza el aspecto social del 
              tema, resultaba en cambio brillante en el manejo de la comedia. 
              A diferencia de The Lavender Hill Mob, esta película 
              no derivaba hacia lo grotesco sino que trataba de mostrar, con hábil 
              equilibrio, el patetismo implícito en la aventura. La mejor escena es la de la derrota del inventor, cuando el traje 
              blanco tejido con el hilo indestructible, se deshace en manos de 
              sus perseguidores. Mackendrick conseguía resolver una situación 
              cómica de manera sorprendente y conservando todas sus implicaciones 
              patéticas. El caso de Mandy (Murallas de silencio, 1952) es 
              distinto, Mackendirck no colaboró en su libreto y es posible 
              que de haberlo hecho el film hubiera tenido más unidad. Porque 
              para contar el duro aprendizaje de una niña sordomuda, Nigel 
              Balchin y Jack Whittingham, se creyeron obligados a explotar una 
              situación fecunda en equívocos y en supuestos adulterios 
              entre la madre y el maestro de Mandy. Sólo la sobriedad con 
              que manejó Mackendrick el tema adulto impide la destrucción 
              absoluta del clima dramático del film. Y hasta las mismas 
              situaciones folletinescas dieron pie a alguna escena tan intensa 
              como la del diálogo entre la madre y el maestro en el interior 
              del auto. El mérito real del film reside en la presentación 
              del problema de Mandy. Algunas secuencias, notablemente realizadas, 
              apuntalan el tema. Un primer episodio ocurre cuando el perrito de 
              Mandy se escapa y ésta corre a buscarlo y casi es atropellada 
              por un camión. El conductor frena y se lanza del coche para 
              insultar a la niña. Grandes planos de su cara y de sus labios 
              que gritan y de la cara horrorizada de Mandy se suceden mientras 
              la banda de sonido queda muda, aumentando con su silencio la intensidad 
              de la escena. De manera semejante están resueltas otras dos escenas: la 
              de la de agresión en el parque (con un creciente montaje 
              de primeros planos y un silencio que se va haciendo intolerable 
              hasta que lo corta el grito del padre) y, también, la de 
              las primeras sílabas que pronuncia Mandy en la escuela en 
              que el silencio, que parece crecer, exaspera la intensidad dramática. 
              Todo el film abunda en una utilización nada convencional 
              de la fotografía o del montaje; su última secuencia, 
              de diálogo tan convencional, consigue legítimos efectos 
              por un montaje en que la palabra y la imagen actúan contrapuntísticamente. A pesar de que sus primeras armas cinematográficas fueron 
              hechas en el libreto, el estilo de Mackendrick es eminentemente 
              visual. Y Mandy, descontadas sus imperfecciones, es una buena prueba 
              de ello. Tres películas no bastan para asegurar la excelencia de 
              Mackendrick, pero sí permiten asegurar su calidad como realizador 
              y permiten señalarlo como una de las promesas más 
              seguras del cine inglés. Una perspectiva En estos últimos años Sir Michael Balcon ha colocado 
              a los Estudios Ealing en un lugar prominente y sólido 
              dentro de la industria cinematográfica británica. 
              Aunque su tarea ha sido reconocida, no han faltado críticas. 
              Se ha señalado, por ejemplo, que por lo general la producción 
              Ealing no supera el nivel del entretenimiento; que su voceada 
              devoción al ambiente nacional británico es meramente 
              superficial (sociólogos amateurs, se les ha llamado), 
              que la pintura de ciertas clases sociales suele ser convencional 
              y más semejante a la versión de las comedias teatrales 
              que al producto auténtico. Dos de sus films han sido severamente criticados en este sentido. 
              Ambos puede considerarse en primer término como tributos 
              a la policía: Scotland Yard en The Blue Lamp, la policía 
              del Támesis en Pool of London. En ambas, los críticos 
              ingleses han denunciado una cierta auto complacencia, un gusto por 
              presentar a los pobres (y en particular los cockneys) como 
              seres de una sola pieza, maestros en el understatement y 
              en la sobriedad. El escenario londinense, por otra parte, sólo 
              pareció a esos críticos un pretexto para ambientar 
              historietas convencionales. Por querer hundirse en lo local, aducen, 
              se ha llegado a estereotiparlo, a falsificarlo en fin -resultado 
              no muy lejano del que ha producido en Italia el llamado neorrealismo-. Pero hay más. La preocupación por el éxito 
              comercial de sus films (Hacemos films que rinden dinero para 
              hacer más films, es uno de sus slogans) ha orientado 
              la política de Ealing según las variaciones 
              del gusto público. El estilo semidocumental de los años 
              de guerra ha sido bastante descuidado; las comedias han derivado 
              cada vez más hacia lo puramente fantástico o grotesco; 
              el melodrama y hasta el éxito teatral han pesado en la elección 
              de los últimos films. Es sintomático, por ejemplo, 
              que ni Hamer haya elegido el tema de His Excellency (1951), 
              sobre una pieza teatral de corte político, ni Mackendrick 
              haya elegido el de Mandy. Incluso aquellas características 
              que parecen dar a la producción Ealing sus más 
              sólidas virtudes (el trabajo en equipo, la producción 
              fuertemente local) han demostrado engendrar también limitaciones. 
              La producción tiende a repetirse; el mercado internacional 
              parece retraerse, Esta y otras posibles objeciones no disminuyen la importancia de 
              la obra realizada por los Estudios Ealing bajo la dirección 
              de Sir Michael Balcon. A su infatigable entusiasmo, a su habilidad 
              para rodearse de nuevos valores, a su instinto de productor, puede 
              confiarse la solución de algunos de estos problemas y de 
              los que pueda acarrear el futuro del cine inglés." Bibliografía: Pueden consultarse el suplemento 
              de Kinematograph Weekly (Oct, 4, 1951) dedicado a conmemorar 
              los 21 años de los Estudios Ealing; el artículo 
              de Thorold Dickinson sobre Balcon en The Year's Work in the Film, 
              1950; los artículos (sobre Balcon y Ealing, sobre los directores 
              de Ealing por Balcon, sobre T. E. B. Clarke por John Morley) 
              en Films in 1951, publicado por Sight and Sound para 
              The British Film Institute; un artículo de Clarke 
              en The Cinema 1951; una entrevista con Hamer, en Sight 
              and Sound, octubre-dic. 1951; otras, con Mackendrick, en la 
              misma publicación, abril 1951, y en la revista de Cine 
              Club, Montevideo, Nº 16, diciembre 1952. |