|   | "David Lean"En Film, publicación de Cine Universitario, nº 
              21
 junio 1954, pp. 28-35
 "Hacia fines de 1948 la exhibición de un film inglés 
              produjo en los Estados Unidos un movimiento de airado semitismo; 
              Fagin, uno de sus personajes, era interpretado por Alec Guinness 
              como un canalla de rasgos fuertemente hebraicos, untuoso y desagradable. 
              Comisiones de rabinos y hasta críticos cinematográficos 
              solicitaron que el film fuera retirado de circulación. El 
              productor inglés J. Arthur Rank consideró seriamente 
              la posibilidad de volver a filmar algunas escenas atenuando la caracterización 
              objetada, pero ante la imposibilidad práctica (implicaba 
              rehacer gran parte de la película) decidió suspender 
              indefinidamente su circulación en los Estados Unidos. En 
              Canadá el film fue proyectado sin tropiezos; muchos judíos 
              consideraron que si Fagin era un insulto para la raza, otro de los 
              personajes, el asesino Bill Sikes, lo era para Inglaterra. En 1951 
              Ranke volvió a lanzar el film en el mercado norteamericano 
              habiéndole podado diez minutos de Fagin (perfiles, algunos 
              primeros planos). Nadie protestó. El film era Oliver Twist 
              y su argumento original no había sido escrito por ningún 
              nazi sino por Charles Dickens en 1838. Este episodio ilustra los extremos a que puede conducir la susceptibilidad 
              nacional, o confesional, frente a un arte popular; ilustra, también, 
              sobre el impacto que la imagen cinematográfica puede lograr 
              en la conciencia del espectador; ilustra, en fin, sobre el cuidado 
              con que el realizador, David Lean, había seguido la versión 
              del dibujante George Cruikshank -coetáneo del novelista- 
              al presentar su retrato de Fagin. En el libro de Dickens, que también 
              tuvo que luchar contra acusaciones de antisemitismo y debió 
              revisar pasajes supuestamente injuriosos, Fagin es presentado como 
              un horrible judío y el autor no pierde ocasión de 
              llamarlo el Judío. El libreto del film jamás lo llama 
              judío pero muestra en su aspecto físico y en la composición 
              del personaje los rasgos exagerados que el antisemitismo ha prestado 
              a sus víctimas. Hoy, el problema de las intenciones de David Lean está resuelto. 
              Lo que el director buscó (y obtuvo) en su Fagin fue una caracterización 
              cinematográficamente expresiva, en consonancia con toda la 
              composición plástica y el brillante enfoque imaginativo 
              del film; David Lean buscó hacer Dickens (y Cruikshank) con 
              fuerza y brío. Pero su mismo acierto perjudicó al 
              film en los Estados Unidos y demoró durante años su 
              exhibición. Actualmente, el episodio de su distribución 
              accidentada es sólo una anécdota y, también, 
              un testimonio de la elocuencia gráfica de Oliver Twist. Dickens libretistas Ya Sergei M. Eisenstein había descubierto, y morosamente 
              analizado, los valores cinematográficos de la obra de Charles 
              Dickens. Desde el cine mudo, sus novelas habían sido una 
              tentación difícil de resistir; sus complicadas y sentimentales 
              historietas, sus personajes en blanco y negro, habían sido 
              trasladados, mutilados y sólo reconocibles en lo más 
              externo, para servir a las necesidades y a la duración de 
              un espectáculo nada dickensiano en su voracidad y en su ritmo. 
              El mejor intento, David Copperfield (MGM, George Cukor, 1934), 
              había sido una sinopsis de la rica novela, brillante únicamente 
              en el traslado de algunos personajes: Edna May Oliver como Miss 
              Betsy, Roland Young como Uriah Heep, W. C. Fields en un Wilkins 
              Micawber sumamente personal. Pero la extraña mezcla de ternura 
              lacrimógena y sadismo, de atormentado claroscuro, de combate 
              incesante entre las fuerzas del Mal y algunos débiles (pero 
              resistentes) seres angélicos, la sobrehumana vitalidad y 
              el humor excesivo -todo lo que constituye la esencia del estilo 
              y de la manera de Dickens-, no había conseguido mostrarse 
              en la pantalla hasta que un joven realizador inglés, después 
              de leer cuidadosamente todas las novelas, decidió emprender 
              la adaptación de Great Expectations (Grandes ilusiones, 
              1947). David Lean tenía casi cuarenta años (diez de ellos 
              dedicados a acumular experiencia en el cuarto de montaje) y cuatro 
              dramas modernos en su haber. Su versión de Great Expectations 
              consiguió expresar mucho del auténtico mundo dickensiano, 
              en particular del territorio de la infancia que tanto fascinó 
              a Proust: ese mundo gobernado por el terror y la fantasía, 
              por la lógica del corazón y el afán de aventura. 
              Algunos episodios de la primera parte de la novela -el encuentro 
              con Pip en el bosque con Magwitch, el convicto fugado, o la visita 
              a la casa de Miss Havisham, presentado por la fría Estella- 
              estaban recreados con auténtica visión de las posibilidades 
              cinematográficas de Dickens. Hasta los recursos técnicos 
              (el uso de la profundidad de campo para desrealizar los interiores, 
              los decorados deformados por la perspectiva huidiza) contribuían 
              a dar en un medio esencialmente plástico lo que Dickens había 
              sabido decir con palabras de su madurez de escritor. Lo que no pudo lograrse totalmente en el film fue el mundo adulto. 
              Media película no alcanzaba a pintar adecuadamente el ingreso 
              de Pip al frívolo y caótico mundo londinense y la 
              frustración de sus grandes ilusiones, para presentar con 
              adecuada nitidez y fuerza las distintas líneas de un argumento 
              inclinado a la bifurcación y a los golpes de efecto. La evolución 
              de los personajes, el regreso al pasado que intenta Pip en una hermosa 
              secuencia, no conseguían darse totalmente. La película 
              se cargaba de alusiones no desarrolladas, se entorpecía de 
              melodrama y de acción no digerida. Un resumen hábil, 
              fino, superficial, de la segunda mitad de la novela es lo que apenas 
              ofrecía el film. Quedaba, es cierto, la primera parte como 
              logrado intento. Al escoger en 1948 como segunda versión de Dickens a Oliver 
              Twist -una de sus novelas primeras y más crudas- Lean 
              pareció inclinado a obviar las dificultades de adaptación 
              que un texto maduro y personajes complejos podían ofrecer. 
              El problema de adaptación pareció simplificado: el 
              argumento era, casi siempre, melodrama puro: una acción cubierta 
              de casualidades y equívocos, lineal y externa. Ese niño, 
              criado en el asilo de la parroquia, que cae en menos de una pandilla 
              de ladronzuelos capitaneada por el horrible Fagin y es rescatado 
              por un amable anciano para volver de nuevo a las garras de la canalla, 
              es hijo bastardo del folletín. Pero es folletín de 
              Dickens. Las más improbables situaciones están salvadas 
              por la fuerza de caracterización, por la intuición 
              penetrante y hasta anormal que enriquece de un halo poético, 
              terrores y angustias, por el humor que sazona fuertemente hasta 
              los abismos. (Fagin es también cómico y esto lo vio 
              notablemente Guinness.) La materia podría parecer impura 
              y hasta trivial pero no lo era. Suministraba a Lean un mundo vivo 
              y exagerado, rico en contrastes de luz y sombra, lleno de furos 
              y estrépito, ennoblecido por la distancia, por la historia. Lean debió aligerar en parte la novela (suprimió 
              todo el episodio sensiblero de Mrs. Maylie), sintetizó rápida 
              y elocuentemente la infancia de Oliver, eliminó personajes. 
              Pêro lo que conservó era, indiscutiblemente, Dickens. 
              El cuidado con que eligió a sus actores (en particular Guinness 
              como Fagin, John Howard Davies como Oliver, Anthony Newley como 
              el Artful Dodger), el esmero puesto en la reconstrucción 
              del ambiente, el trabajo minucioso con todos los técnicos, 
              revelaban una fidelidad bien entendida hacia el espíritu 
              de Dickens. Es claro que no se trataba sólo de ser fiel al 
              novelista sino, también y principalmente, de ser fiel al 
              cine. El montaje como estilo En 1930 David Lean (22 años) se había incorporado 
              a la Gaumont British News como encargado del montaje de noticieros. 
              Su trabajo debía ser rápido y eficiente. No debía 
              notarse. "No es sólo la fluidez lo que cuenta", 
              ha escrito, "sino lo que dice cada corte. Un corte debe 
              significar algo". Todo su afán se concentró 
              en la significación de cada corte, en el efecto alusivo e 
              invisible del montaje. Llegó a perfeccionar su tarea al punto 
              de mostrar, cuidadosamente editados, los noticieros de la regata 
              Oxford-Cambridge sólo tres horas después de 
              terminada. Sus experiencias no se redujeron al montaje visual y 
              trabajó con el sonoro. De la técnica del noticiero 
              pasó al montaje de films de argumento; entre otros, As 
              You Like It (Como gustéis, Paul Czinner, 1935) 
              y Pygmalion (Anthony Asquith-Leslie Howard, 1938). Aprendió 
              dirección, dijo, "viendo los errores de otros directores", 
              y su temporada en el cuarto de montaje constituyó, según 
              declarara, "diez emocionantes años". Cuando 
              Noel Coward decidió filmar In Which We Serve (Hidalgos 
              de los mares, 1943), requirió a David Lean como asistente 
              de dirección, y es a su experiencia y sensibilidad que se 
              deben dos de los mejores momentos del film: el bombardeo submarino, 
              filmado en el estudio, en pequeñas tomas notablemente compuestas, 
              y el largo discurso de Celia Johnson registrado sin cortes para 
              acentuar el impacto dramático. Después de In Which We Serve, Lean realizó 
              para Coward otros tres films: Blithe Spirit, This Happy Breed 
              y Brief Encounter; luego realizó Great Expectations. 
              Al llegar a la filmación de Oliver Twist, Lean era 
              un director completamente maduro. La necesidad de comprimir una 
              historia tan extensa y compleja como la de Dickens en menos de dos 
              horas (duración actual: 1 hora y 45 minutos), lo llevó 
              a extremar el cuidado del montaje. La exposición inicial 
              es así de una rapidez y precisión increíbles. 
              No se pierde un minuto en diálogos innecesarios, se da todo 
              en imágenes; el tiempo es una materia fluida que Lean enriquece 
              de alusiones visuales o sonoras, y a la que acelera sin descanso. 
              Mientras filmaba Oliver Twist Lean hizo unas declaraciones importantes: 
              "Great Expectations pertenece ya a una técnica casi 
              anticuada: el método de contar una historia de A hasta Z. 
              Estoy seguro de que estamos al borde de algo enteramente distinto, 
              tal vez sugerido por el Citizen Kane de Orson Welles: la aproximación 
              no literal y polifacetada a un tema. Un camino que nos permitirá 
              descartar la narración directa y usar la sugestión, 
              la pantomima y el movimiento en forma más efectiva... No 
              se qué será, pero estoy seguro de que estamos al borde 
              de ello". No todo el film responde a esta velocidad y sugestión narrativa. 
              Pero sus mejores pasajes demuestran que Lean tenía razón 
              cuando se creía al borde de una nueva exposición cinematográfica. 
              El nacimiento de Oliver con que se abre el film, casi sin diálogo, 
              y fiado enteramente a la fuerza de la imagen y la sugestión 
              del montaje; el asesinato de Nancy y la larga escena subsiguiente 
              de remordimiento de Bill Sikes, son ejemplos de episodios dramáticos 
              resueltos casi sin palabras, en términos estrictamente cinematográficos. 
              Otros pasajes puramente visuales, como la huída de Oliver 
              y su captura después del robo a Mr. Brownlow, llevan el virtuosismo 
              del montaje a extremos difícilmente alcanzables. La narración 
              cinematográfica aparece en los mejores momentos del film 
              aliviada de todo lastre literario, de toda servidumbre a la palabra 
              dicha. Lo que no significa que no tenga una gran deuda (y muy legítima) 
              para con el texto mismo de Dickens al que recrea fielmente en un 
              lenguaje distintos. En esto sigue Lean también las huellas 
              de George Cruikshank. Hay tomas que reproducen casi sin alteraciones 
              los grabados: por ejemplo, el robo de Mr. Brownlow, o el encuentro 
              nocturno de Nancy con el anciano caballero, espiados ambos por el 
              Artful Dodger. De la fidelidad a la concepción de Fagin por 
              Cruikshank ya se ha hablado bastante. Al inspirarse en el célebre 
              dibujante Lean hace algo más que buscar una fuente plástica; 
              busca el clima romántico, el color oscuro y atormentado, 
              que subyace la sustancia misma ofrecida por Dickens. Vuelve a la 
              época para alcanzar al novelista en su propia circunstancia, 
              en su universo. El otro Dickens El film parece perfecto, o casi. Sin embargo, la mejor, la más 
              exigente crítica inglesa lo ha recibido con reservas. Ya 
              Gavin Lambert al comentar Great Expectations había 
              señalado que a Lean no le importa lo que está sucediendo 
              en la obra; es decir: no le importa la gran ilusión de Pip 
              y su desencanto. Al reseñar Oliver Twist, Alberta Marlow 
              reiteró el mismo reproche y se refirió a "su 
              frialdad, a la falta de profunda simpatía con el tema". 
              Con algún eufemismo, Dilys Powell alzó el mismo reparo 
              y recordó que la única escena que muestra algo cercano 
              a la ternura de Dickens es aquella en que Oliver sonríe el 
              ama de llaves de Mr. Brownlow cuando descubre que alguien puede 
              tratarlo con amor. Ese reproche de frialdad, de desinterés profundo por el 
              asunto, parece injustificado a primera vista. Tanto Great Expectations 
              como Oliver Twist abundan en pasajes de segura emoción: 
              hay en ellas terror y violencia, hay víctimas y hay amor. 
              La vida parece volcarse cálida e intensa. Sin embargo, lo 
              que en realidad se reprocha a Lean es algo más sutil. No 
              es el escamoteo de las situaciones emocionales. Se le reprocha que 
              a diferencia de Dickens no le importe la miseria de Oliver o la 
              frustración de Pip, que, a diferencia del novelista, no se 
              alce contra la injusticia o contra la maldad o contra la indiferencia 
              cruel. Que no ame y odie, él también. Todo su arte 
              parece concentrarse en cómo contar la historia, no en la 
              materia misma. De aquí que Lean haya podido pasar del sofisticado Noel 
              Coward a Dickens y de éste a H. G. Wells (en The Passionate 
              Friends) y más tarde a Terence Rattigan (en The Sound 
              Barrier). En unas declaraciones que han sido usadas en su contra, 
              ha dicho Lean: "El objeto más importante de un film 
              es pintar personajes y atmósfera. El argumento es secundario. 
              Entonces, se ha objetado, a qué elegir Dickens para quien 
              el argumento es tan importante. Y cómo se concilia este desprecio 
              del argumento con su recomendación de que el director cinematográfico 
              "debe tener un gran sentido del drama" y su definición 
              de que "un film es la realidad dramatizada". Fuera del Dickens que ha provisto a Lean con personajes y atmósfera, 
              hay un Dickens que padece por las historias que cuenta, que escribe 
              Oliver Twist como una patética denuncia de la Ley 
              de Pobres que entonces asolaba Inglaterra, que está atrozmente 
              comprometido en cada uno de los vericuetos de las historias que 
              muestra; un Dickens que opone a sus minuciosas pesadillas de horror 
              los cuadros angélicos, crudamente pintados es cierto, de 
              sus almas buenas. Ese mundo del Bien que, como observó Dilys 
              Powell, Lean ha reducido a ciertos pequeños fragmentos de 
              su Oliver Twist. La ausencia de este otro Dickens en las 
              versiones de David Lean es no sólo síntoma de su enfoque 
              del novelista sino de una peculiaridad de su estilo cinematográfico, 
              de su arte de realizador. La excepción que confirma Algunos de sus censores opuso a la fría versión de 
              Great Expectations su emotiva versión de una pieza 
              de Noel Coward: Brief Encounter (Lo que no fue, 1946). 
              Este film pareció con Le diable au corps (El diablo 
              y la dama, Claude Autant-Lara, 1946), una de las grandes historias 
              de amor de esta postguerra. A diferencia del film francés, 
              la historia que Lean contaba era absolutamente vulgar y podía 
              haberle pasado a cualquiera: dos personas, casadas ambas, se conocen 
              accidentalmente en una estación de ferrocarril, se relacionan, 
              descubren que se aman, comprender la imposibilidad de su amor y 
              se separan con una decisión que no llega a ser trágica 
              a pesar de ser dolorosa. La vulgaridad de la situación, su 
              aspecto inequívoco de déjà vu, estaba 
              rescatada por la sinceridad de la exposición, por la sobriedad 
              con que se rehuía todo fácil patetismo y se reducía 
              al mínimo un diálogo que, a pesar de todo, tenía 
              origen teatral. Por el contrario, el libreto cinematográfico 
              enfatizaba la cotidianidad y chatura del marco (la estación 
              del ferrocarril con sus personajes típicos) y hasta abusaba 
              del festejado understatement inglés para dar ciertas 
              situaciones dramáticas. De la sinceridad emanaba uno de los 
              auténticos valores del film. Era un film adulto. Y exigía 
              una público adulto que aceptaba en la pantalla que un hombre 
              (no un galán) se enamorase verdaderamente de una matrona 
              (no de la femme fatale de turno). La realización era, en apariencia, simple y en realidad 
              extremadamente sutil. Lean utilizaba un recurso fatigado por el 
              cine de estos últimos años: el racconto, en 
              su doble condición de relato visual y comentario verbal. 
              Pero lo utilizaba paralelamente al desarrollo de una acción 
              en presente, que luego habría de resolverse a su vez. Por 
              otra parte, el racconto era, en verdad, un monólogo 
              silente, una confesión muda. El film se abre con la escena 
              de la despedida de los amantes, mostrada del punto de vista de una 
              amiga de Laura que los interrumpe, habla y no se entera de nada. 
              El espectador sabe poco más; por lo menos, advierte que la 
              despedida no reanuda ya en la casa y frente al marido, absorto en 
              la solución de las palabras cruzadas del Times. A 
              través del monólogo revive la aventura, ordenada en 
              sus momento culminantes, mostrada en imágenes y comentada 
              en la banda de sonido. Cada incidente del racconto es visto 
              así a una doble luz: la imagen muestra lo que fue en su momento, 
              el comentario desentraña su significado futuro, su impacto 
              perdurable. Las vueltas al presente marcan nítidamente las 
              etapas de una aventura que cae sobre sus protagonistas sin que la 
              hubieran deseado, sin que tengan fuerzas para rechazarla.  Un solo episodio importante no es mostrado directamente: la tarde 
              en que se despiden los amantes; una breve escena inicial y otra, 
              larga, final lo sintetizan. Pero hasta esa misma omisión 
              del centro dramático actúa dramáticamente al 
              acentuar el sentido de frustración de la aventura, de cosa 
              irrealizable e inconclusa. Todo el peso del desenlace queda desplazado 
              a la escena en que la amiga descubre los amantes en el café 
              de la estación e interrumpe con su sola presencia ignorante 
              las palabras de despedida. Esta escena está mostrada dos 
              veces: desde el punto de vista de la amiga al iniciarse el film; 
              desde el punto de vista de Laura casi a su terminación. La 
              primera vez está dada externamente, es muy breve y tiene 
              poca significación. El juego alucinado de los actores (en 
              particular la mirada patética de Celia Johnson) y algún 
              gesto anormal (la caricia de Alex sobre el hombro de Laura) apuntan 
              a un significado invisible para el espectador; el mismo fragmento 
              sonoro del paso del tren expreso tiene significado. El espectador 
              ve a Laura y oye su comentario; ve su imagen desolada cuando mira 
              hacia la puerta pro la que se ha ido Alex y oye sus palabras que 
              expresan el deseo imposible de que vuelva. Y cuando se oye el tren 
              expreso y se la ve levantarse, la cámara asume su visión 
              trastornada, se inclina y la acompaña, en ángulo, 
              hasta la plataforma junto a la que pasa el tren como una exhalación; 
              entonces se le oye confesarse su impotencia ante el suicidio. Al 
              volver al café de la estación, al volver a la vida 
              cotidiana, al sacrificio de la pasión, vuelve la cámara 
              a su enfoque normal. El virtuosismo de la realización -el montaje finísimo, 
              la adecuada presentación de ambientes y personajes- estaba 
              respaldado en una concepción humana del conflicto, en una 
              simpatía por los personajes y su vulgar agonía. La conquista del hielo Sin embargo, ya era visible en Brief Encounter una condición 
              que al exagerarse había de conducir a David Lean a una frialdad 
              dramática cada vez más acentuada. La historia de los 
              amantes estaba inscripta en un marco de comedia suburbana muy convencional. 
              El café de la estación de ferrocarril insistía 
              demasiado en su condición casi sainetesca. Esto que era muy 
              Coward (y que pudo considerarse la cuota que el realizador tuvo 
              que pagar al libretista) era también muy Lean. Porque de 
              esta manera se escamoteaba un tratamiento concentrado y único 
              del tema central. A cambio de la tarde en que los amantes se despiden, 
              Lean y Coward dan mucha escena de comedia que no es relevante, que 
              es marco y ocupa demasiado espacio. Esta reticencia frente a la 
              pasión, que no llegó a ser grave por el estilo elusivo 
              de Brief Encounter, resultó perjudicial (ya se ha 
              visto)al querer adaptar a Dickens. El novelista victoriano le ofrecía 
              una sustancia turbia y cálida en que el arte de elipsis e 
              insinuaciones, característico de Lean, no se encontraba a 
              gusto. De aquí que el realizador derivara a la composición 
              externa, a la atmósfera y a la ornamentada caracterización 
              de los personajes. Más grave fue el caso de las películas posteriores, 
              en que ni siquiera los temas de Dickens podían salvar la 
              pasión. Tres films documentan hasta hoy esa creciente intimidad 
              de David Lean con los territorios glaciales. The Passionate Friends 
              (Apasionada, 1949) repetía en lenguaje abstracto y 
              pulidísimo estilo narrativo un conflicto que en Brief 
              Encounter pareció patético, el juego cerebral 
              de Ann Todd y el irónico de Claude Rains convertían 
              en un problema sin interés. Con Madeleine (El pecado 
              de Madeleine, 1950) intentó resolver David Lean un misterio 
              psicológico y moral que en vez de estimular al espectador 
              lo dejaba indiferente. La historia auténtica de Madeleine 
              Smith, joven escocesa acusada de haber envenenado a su amante, era 
              el pretexto para una narración precisa, de grandes momentos 
              cinematográficos (la posesión alternando con una erótica 
              danza regional, el juicio con su finísimo montaje) pero absolutamente 
              vacía. The Sound Barrier (Sin barreras en el cielo, 
              1952) incurre en el mismo helado virtuosismo y en la misma pureza 
              narrativa. Todo lo que es exposición cinematográfica 
              -la escena que precede a los títulos y que muestra a un avión 
              en picada, el viaje en el avión a chorro, desde Inglaterra 
              hasta Egipto por encima de luminoso Mediterráneo, la prueba 
              final- es excelente y hasta notable. El montaje sonoro parece inaugurar 
              una nueva dimensión. Pero el conflicto dramático está 
              mostrado en esquemas convencionales y no alcanza sino ocasionalmente 
              alguna convicción. Si David Lean fuera un director de la absorbente industria hollywoodense 
              -un George Stevens o un Elia Kazan- no sorprendería esta 
              inadecuación entre la forma y la sustancia de su obra. Pero 
              Lean es uno de los pocos realizadores actuales que puede escoger 
              el tema y los intérpretes de sus films, el equipo de técnicos 
              y hasta el libretista. Su obra, a partir de Brief Encounter, 
              es indiscutiblemente suya. La mengua de calor y de emoción 
              que ha ido acentuándose en cada nuevo film es índice 
              de una deficiencia suya como creador. Como Carol Reed, otro gran 
              director inglés, Lean ha desarrollado hasta la perfección 
              un estilo expositivo y una técnica de montaje absolutamente 
              personales; pero como Red, su talento parece maduro únicamente 
              en la forma. Y la forma sola -su ejemplo es elocuente- no basta 
              para la creación de un drama cinematográfico entero." Bibliografía. El mejor estudio de conjunto 
              es uno de Harry Wilson en British Film Yearbook, 1949-50 
              (hay traducción, con errores, en Gente de cine, Nº 
              120, marzo-abril 1952); puede consultarse también el de Fernaldo 
              di Giammatteo en Cinema, diciembre 15, 1949. Sobre Oliver 
              Twist en los Estados Unidos se escribió en Time, 
              octubre 3, 1948 y mayo 14, 1951. Contra Lean como adaptador de Dickens 
              puede verse Séquence, Nº 1, artículo de 
              Gavin Lamberto sobre British Films (invierno de 1947), y 
              Nº 5, artículo de Alberta Marlow sobre Oliver Twist 
              (otoño, 1948); la crónica de Dilys Poweel sobre este 
              último film está en Britain To-Day, Nº 
              149 (setiembre 1948). El libreto de Brief Encounter ha sido 
              publicado por Roger Manvell en Three British Screen Plays 
              (London, Methuen, 1950, pp. 5-82). |