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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo
 

"Borges y la política"

 

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Lo que Borges está postergando decir es que los germanófilos (los argentinos, al menos) no están interesados en Alemania. Por eso observa que en las muchas ocasiones en que ha discutido con ellos sobre Alemania, se ha sorprendido al advertir que no reconocían los nombres de Hölderlin, Schopenhauer o Leibnitz, y que su interés en aquel país se reducía a una sola cosa: Alemania era enemiga de Inglaterra. Y como ésta última se negaba (y sigue negándose, por ahora) a devolver las Islas Malvinas a la Argentina, Inglaterra es el enemigo. Otros aspectos paradójicos del germanófilo argentino son subrayados por el artículo:

Es, asimismo, antisemita: quiere expulsar de nuestro país a una comunidad eslavogermánica en la que predominan los apellidos de origen alemán (Rosenblatt, Gruenberg, Nierenstein, Lilienthal) y que habla un dialecto alemán: el yiddish o juedisch. (id.)

Una conversación imaginaria, pero típica, sirve a Borges para completar el retrato -que en ciertos aspectos anticipa argumentos de Sartre en su famoso "Retrato del Antisemita"-. La conversación siempre comienza con una discusión del Tratado de Versalles, 1919, que fue tan injusto con Alemania. Tanto Borges como su interlocutor están de acuerdo en que una nación victoriosa debe dejar de lado la opresión y la venganza. El desacuerdo empieza cuando el germanófilo deduce de esta premisa la conclusión de que ahora que Alemania es vencedora tiene derecho a destruir a sus enemigos.

Mi prodigioso interlocutor ha razonado que la antigua injusticia padecida por Alemania la autoriza en 1940 a destruir no sólo a Inglaterra y a Francia (¿por qué no a Italia?) sino también a Dinamarca, a Holanda, a Noruega: libres de toda culpa en esa injusticia. En 1919 Alemania fue maltratada por enemigos: esa todopoderosa razón le permite incendiar, arrasar y conquistar todas las naciones de Europa y quizá del orbe.... El razonamiento es monstruoso, como se ve. (id.)

A las objeciones de Borges, el imaginario interlocutor opone un panegírico de Hitler. Una última paradoja habrá de cerrar el diálogo:

Descubro, siempre, que mi interlocutor idolatra a Hitler, no a pesar de las bombas cenitales y de las invasiones fulmíneas, de las ametralladoras, de las delaciones y de los perjurios, sino a causa de esas costumbres y de esos instrumentos. Le alegra lo malvado, lo atroz. La victoria germánica no le importa; quiere la humillación de Inglaterra, el satisfactorio incendio de Londres. Admira a Hitler -como ayer admiraba a sus precursores en el submundo criminal de Chicago.(...) El hitlerista, siempre, es un rencoroso, un adorador secreto, y a veces público, de la "viveza" forajida y de la crueldad. Es, por penuria imaginativa, un hombre que postula que el porvenir no puede diferir del presente, y que Alemania, victoriosa hasta ahora, no puede empezar a perder. Es el hombre ladino que anhela estar de parte de los que vencen.
No es imposible que Adolf Hitler tenga alguna justificación; sé que los germanófilos no la tienen. (id.)

Al publicar este artículo en la primera página de El Hogar, Borges estaba realizando un acto político que habría de tener consecuencias unos años más tarde, cuando subiera al poder un militar que (aunque sin ser nazi él mismo) estaba rodeado de nazis. Incluso en el momento en que el artículo se publica, cuando la derrota de Francia y el cerco de Inglaterra por la Luftwaffe y los submarinos parecían condenar a la estrangulación el último enemigo de Hitler (Stalin estaba protegido por el pacto nazi-soviético de 1938), una actitud como la de Borges iba a contrapelo de la sociedad argentina, católica hasta el antisemitismo, y del Gobierno, fascista por sentido de clase, por vínculos económicos con la Italia de Mussolini, por resentimiento contra el imperialismo británico. Pero Borges nunca buscó ser popular. Por el contrario, ya a los 41 años empezó a cortejar la impopularidad política. En la Argentina de los años 40 esa impopularidad tenía un nombre: ser antifascista.

Una última pieza importante del dossier antinazi de Borges es el texto, "Anotación al 23 de agosto de 1944," en que celebra la liberación de París y que se publicó en Sur ese mismo año. El texto es muy conocido porque fue recogido en Otras inquisiciones (1952).(20) Además de comunicar la sorpresa ante "el grado físico de mi felicidad cuando me dijeron la liberación de París" (p. 156), Borges registra otras, la más inesperada de las cuales es advertir que muchos partidarios de Hitler también estaban entusiasmados con la liberación. Le parece inútil tratar de razonar con los mismos germanófilos los oscuros motivos de ese cambio. Esos "consanguíneos del caos" (pp. 156-157), ignoran todo sobre los móviles profundos de su conducta, como señala apoyado en una cita de Whitman que avala (inesperadamente, para él) nadie menos que el Dr. Freud. Al cabo, y después de recordar un pasaje de Man and Superman, de Bernard Shaw, Borges descubre la clave de esa enigmática conducta. Para él esa clave está en un día que es "el perfecto y detestado reverso" del que está evocando: ese 14 de junio de 1940, en que las tropas de Hitler entraron en París.

Un germanófilo, de cuyo nombre no quiero acordarme, entró ese día en mi casa; de pie, desde la puerta, anunció la vasta noticia: los ejércitos nazis habían ocupado a París. Sentí una mezcla de tristeza, de asco, de malestar. Algo que no entendí me detuvo: la insolencia del júbilo no explicaba ni la estentórea voz ni la brusca proclamación. Agregó que muy pronto esos ejércitos entrarían en Londres. Toda oposición era inútil, nada podría detener su victoria. Entonces comprendí que él también estaba aterrado. (p. 17)

La conclusión a que llega Borges después de este descubrimiento es muy elegante, en el sentido en que se habla en matemáticas de la solución breve de un problema complejo:

El nazismo adolece de irrealidad, como los infiernos de Erígena.
Es inhabitable; los hombres sólo pueden morir por él, mentir por él, matar y ensangrentar por él. Nadie, en la soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe. Arriesgo esta conjetura: Hitler quiere ser derrotado. Hitler, de un modo ciego, colabora con los inevitables ejércitos que lo aniquilarán, como los buitres de metal y el dragón (que no debieron de ignorar que eran monstruos) colaboraban, misteriosamente, con Hércules. (pp. 157-158)

Al año siguiente de publicarse en Sur esta profecía, Hitler habría de morir en las ruinas de su bunker y un oscuro y sonriente coronel tomaría las riendas del poder efectivo en Argentina. Para Borges, un nuevo ciclo de su lucha contra el nazismo habría de iniciarse. (21)

 

V.

El ascenso al poder de Juan Domingo Perón había sido lento y secreto. Sólo en octubre 17, 1945, resultó obvio para todo el mundo en la Argentina que el que realmente gobernaba no era el Presidente Farrell sino su ministro de Guerra y Secretario del Ministerio de Trabajo. Ese día, la mayor concentración de masas que se había visto hasta la fecha en Buenos Aires, pidió y obtuvo el regreso del Coronel Perón al Gobierno del que había sido eliminado ocho días antes por intrigas de colegas. El Gobierno cedió, Perón salió al balcón de la Casa Rosada a saludar a sus fieles y un grito de victoria (el mayor orgasmo colectivo que había escuchado Plaza de Mayo, según insinúa un historiador metafórico) rubricó lo que ya era evidente: Argentina tenía un segundo Rosas.(22) Lo que no había conseguido Irigoyen, lo lograba ahora Perón. El retorno del Coronel al poder le permitió preparar las elecciones de febrero 24, 1946. Con el ejército, la policía y los sindicatos (éstos sólo parcialmente) a sus órdenes, el Coronel obtuvo una victoria escasa, sólo el 51 porcentaje de los votos, pero suficiente.

Dentro del 49 porcentaje que enfáticamente votó contra Perón se encontraba no sólo la derecha más rancia sino, también la izquierda que veía en Perón un demagogo fascista, un líder populista que se había apropiado muchas cosas del socialismo para su mayor beneficio político. Por razones propias, también Borges militaba en esa inmensa minoría.

En unas declaraciones que hizo para el diario montevideano, El Plata, en octubre 31, 1945, es posible comprender que su total oposición a Perón se basaba en la convicción de que éste era nazi. Aunque Borges reconoce allí la legitimidad de muchas de las reformas sociales que Perón y los suyos proponían, al mismo tiempo condena acerbamente la ola de odio que el nuevo líder había desatado. Reconoce en esa pedagogía los síntomas que él mismo había denunciado en Alemania y en Italia. También señala que los intelectuales argentinos ya estaban combatiendo al régimen y que la única solución democrática en esta situación anómala, era ceder el poder a la Suprema Corte de Justicia, para poder llamar a elecciones realmente libres. En sus declaraciones, Borges se manifestaba, sin embargo, pesimista en cuanto al pronto retorno del país al régimen democrático.

Su pesimismo estaba justificado. Como se sabe, Perón no cedió el poder a la Suprema Corte, manipuló a los sindicatos con promesas y con beneficios, persiguió con la policía a sus enemigos políticos, concedió inmunidad a los grupos nazi-fascistas, y asumió formalmente el poder. Entretanto, Borges firmó cuanto manifiesto se le puso al alcance. La venganza de Perón tardó pero fue digna de su generosidad. Si Borges estaba equivocado en cuanto a que Perón fuera nazi (le faltaba el sistemático odio de Hitler, la locura sado-masoquista), no estaba equivocado en cuanto a su fascismo. Y fueron precisamente los métodos fascistas de la humillación y el manoseo -equivalentes del purgante que Mussolini usó contra sus enemigos- los que Perón usó contra Borges y su familia.

En aquella fecha, hacía ya unos ocho años que Borges trabaja como modesto auxiliar en la biblioteca municipal, "Miguel Cané." Ese era su único empleo. La pensión de Padre apenas daba para los gastos de la casa. De modo que resultó fácil para Perón vengarse de los manifiestos firmados por Borges. En agosto de 1946, éste fue oficialmente informado que había sido promovido a inspector de pollos y conejos en el mercado municipal de la calle Córdoba. En su "Autobiographical Essay," resume irónicamente el episodio:

I went to the City Hall to find out what it was all about. "Look here," I said, "It's rather strange that among so many others at the library I should be singled out as worthy of this new position." "Well," the clerk answered, "you were on the side of the Allies ... what do you expect?" His statement was unanswerable; the next day, I sent in my resignation. (23)

En el "Essay," y tal vez por pudor, Borges no explica en qué consistía la promoción. Es obvio que había sido elegido para ese cargo por el sentido alegórico que se da precisamente a las gallinas y conejos: animales mansos y hasta cobardes, víctimas del machismo rioplatense en sus chistes más groseros. Pero si Borges era corto de vista y nada atlético, tenía un coraje moral que no era común. Renunció a su cargo y de inmediato aceptó un homenaje de la SADE, en que fue leído un breve texto suyo sobre el episodio. Como es prácticamente desconocido, a pesar de haber sido publicado más de una vez entonces, lo reproduzco en su totalidad:

Dele-Dele

Hace un día o un mes o un año platónico (tan invasor es el olvido, tan insignificante el episodio que voy a referir) yo desempeñaba, aunque indigno, el cargo de auxiliar tercero en una biblioteca municipal de los arrabales del Sur. Nueve años concurrí a esa biblioteca, nueve años que serán en el recuerdo una sola tarde, una tarde monstruosa en cuyo decurso clasifiqué un número infinito de libros y el Reich devoró a Francia y el Reich no devoró las Islas Británicas y el nazismo, arrojado de Berlín buscó nuevas regiones. En algún resquicio de esa tarde única, yo temerariamente firmé alguna declaración democrática; hace un día o un mes o un año platónico, me ordenaron que prestara servicios en la policía municipal. Maravillado por ese brusco avatar administrativo, fui a la Intendencia. Me confiaron, ahí, que esa metamorfosis era un castigo por haber firmado aquellas declaraciones. Mientras yo recibía la noticia con debido interés, me distrajo un cartel que decoraba la solemne oficina. Era rectangular y lacónico, de formato considerable, y registraba el interesante epigrama Dele-Dele. No recuerdo la cara de mi interlocutor, no recuerdo su nombre, pero hasta el día de mi muerte recordaré esa estrafalaria inscripción. Tendré que renunciar, repetí, al bajar las escaleras de la Intendencia, pero mi destino personal me importaba menos que ese cartel simbólico.

No sé hasta dónde el episodio que he referido es una parábola. Sospecho, sin embargo, que la memoria y el olvido son dioses que saben bien lo que hacen. Si han extraviado lo demás y si retienen esa absurda leyenda, alguna justificación les asiste. La formulo así: las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez... Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor. ¿Habré de recordar a lectores de Martín Fierro y de Don Segundo que el individualismo es una vieja virtud argentina? Quiero también decirles mi orgullo por esta noche numerosa y por esta activa amistad.

Entre los discursos que se pronunciaron en la misma ocasión, el más importante fue el del Presidente de la SADE, el escritor Leonidas Barletta, militante comunista y que había sido miembro del famoso grupo de Boedo. Barletta saludó a Borges por su valentía al enfrentarse a la dictadura y no aceptar el silencio. El comienzo de su discurso es suficientemente explícito:

Nos hemos congregado en torno de esta mesa para desagraviar, en la persona de Jorge Luis Borges, a los escritores argentinos agredidos por su activa defensa de la cultura. Su obra y su conducta acreditan con exceso la representación que tácitamente le acuerda nuestro afecto y nuestra admiración. (id.)

Su largo discurso, así como el breve texto de Borges, fueron publicados por el periódico Argentina Libre.(24) Para la izquierda, que durante casi una década habría de luchar contra Perón, Borges (el exquisito, el paradójico Borges) se había convertido en símbolo de la resistencia de los intelectuales contra la dictadura. Era éste un extraño papel para un hombre irónico como él, pero Borges lo representó con la mayor sencillez posible. De esta manera, resultó evidente que Perón había elegido mal, ya que hubiera podido identificar más fácilmente entre los suyos un digno inspector de gallinas y conejos.

Unos dos años después, el Gobierno peronista habría de encontrar una nueva ocasión de humillar a los Borges. En septiembre 8, 1948, un grupo de damas de la sociedad argentina decidió reunirse en la calle Florida para cantar el Himno Nacional y repartir algunos panfletos contra la dictadura. Era de tarde y pronto un numeroso grupo de gente se había formado en torno de ellas. La policía pronto llegó a disolver la manifestación y detener a las damas principales con el argumento (correcto) de que no habían pedido permiso para manifestar. (En la redada, detalle pintoresco, cayeron dos damas uruguayas que estaban comprando zapatos en una boutique de la calle Florida y salieron imprudentemente a curiosear.) El magistrado condenó a las manifestantes a un mes de prisión. Entre las damas estaban Norah Borges y Doña Leonor Acevedo de Borges. Como la última ya había cumplido los sesenta, se la autorizó a quedarse en su departamento de la calle Maipú, con un vigilante a la puerta. Borges ha comentado el episodio en sus conversaciones con Richard Burgin. Empieza hablando de Madre:

Borges:
She is a remarkable woman. She was in prison in Perón's time.
My sister also.
Burgin: Perón put them in prison?
Borges:
Yes. My sister, well, of course, in the case of my mother it was different, because she was already an old lady -she's ninety-one now- and so her prison was her own home, no? But my sister was sent with some friends of hers to a jail for prostitutes in order to insult her. Then, she somehow smuggled a letter to us, I don't know how she managed it, saying that the prison was such a lovely place, that everybody was so kind, that being in prison was so restful, that it had a beautiful patio, black and white like a chessboard. In fact, she worded it so that we thought she was in some awful dungeon, no? Of course, what she really wanted was for us to feel, well, not to worry so much about her. She kept on saying what nice people there were, and how being in jail was much better than having to go out to cocktails or parties and so one. She was in prison with other ladies, and the other ladies told me that they felt awful about it. But my sister just said the Lord's Prayer. There were eleven of them in the same room, and my sister said her prayers, then she went to sleep immediately. All the time she was in jail, she didn't know how long a time might pass before she would see her husband, her children, and her mother or me. And afterwards she told me -but this was when she was out of jail- she said that, after all, my grandfather died for this country, my great-grandfather fought the Spaniards. They all did what they could for the country. And I, by the mere fact of being in prison, I was doing something also. So this is as it should be. (25)

Hay otro testimonio sobre el episodio. Es un libro, El grito sagrado, escrito por una de las detenidas, Adela Grondona, y publicado unos diez años después.(26) La imagen de Norah que transmite, parece certificar lo que ella decía en la carta citada por Borges, de que las cosas no estaban tan mal en la cárcel, o (al menos) que no lo estaban para Norah. Ella se pasaba encontrando cosas hermosas que alabar, una balustrada aquí, un rostro allí, y mantenía a todas las presas -damas o prostitutas eran lo mismo, para ella- alegres con sus cantos y dibujos. Y también, es claro, con sus rezos. La prisión duró un mes entero, pero habría podido ser más breve si las damas hubieran consentido en humillarse y pedir intercesión de Evita. En sus conversaciones con Burgin, Borges relata así este aspecto del episodio:

Burgin: How long was she (Norah) in prison?
Borges:
A month. Of course they told her that if she wrote a letter she would be free at once. And the same thing happened to my mother and my sister, her friends and my mother answered the same thing. They said, "If you write a letter to the Señora you'll get out." "What señora are you talking about?" "This señora is Señora Perón." "Well, as we don't know her, and she doesn't know us, it's quite meaningless for us to write to her." But what they really wanted was that those ladies would write a letter and then they would publish it, no? And then people would say how merciful Perón was, and how we were free now. The whole thing a kind of trick, it was a trick. But they saw through it. That was the kind of thing they had to undergo at the time.
Burgin: It was a horrible time.
Borges:
Oh, it was. For example, when you have a toothache, when you have to go to the dentist, the first thing that you think about when you wake up is the whole ordeal, but during some ten years, of course, I had my personal grievances too, but in those ten years the first thing I thought about when I was awake was, well, "Perón is in power." (p. 120)

Soportar a Perón, sobrevivir, ese era el problema principal para Borges en aquellos años, pero en vez de hacerlo en digno silencio (como Chaves, y su autor, Eduardo Mallea), o de rodillas, como tantos escritores y plumíferos argentinos, Borges lo hizo protestando.(27) En la ciudad ocupada por su propio Ejército en que se había convertido Buenos Aires, Borges continuó hablando y hablando hasta que un día pudo despertarse y saber que Perón había caído. O mejor dicho: que lo habían hecho caer. Pudo saber (aunque seguramente eso ya no le importaba) que el Macho, como lo llamaban los suyos, a última hora había renunciado a luchar y, muy discretamente, se había refugiado en una cañonera paraguaya, seguramente para inspeccionar in situ las gallinas y conejos que llevarían en la bodega.

La Liberación (como fue llamada entonces) trajo para Borges muchas recompensas de carácter político.(28) Fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional, recibió el Gran Premio Nacional de Literatura en 1956, fue aplaudido por haber sido uno de los pocos que en los años de la dictadura no se había callado o doblegado. A partir de entonces, Borges dejó de ser un escritor marginal, independiente, de ideas filosóficas anarquistas, para convertirse en un escritor oficial, conservador, representante de una oligarquía que prefiere cualquier gobierno al juego democrático libre. En esa decisión política de Borges influyó mucho una circunstancia privada. Debido al creciente deterioro de su vista, a partir de 1956, su médico le prohibió leer y escribir. Debió apoyarse, más que nunca, en su madre para toda clase de actividad intelectual y, sobre todo, para la información política.

A los setenta años, Madre era una mujer enormemente activa, que apenas representaba cincuenta. En realidad, ya empezaba a parecer la mujer de su hijo; confusión que aunque ella no fomentaba, la alagaba extraordinariamente. A la influencia de Madre, de Norah, y del círculo vehemente de sus muy conservadoras amistades, se debe la inscripción de Borges en el Partido Conservador. Aunque para disminuir la adhesión, él haya dicho que ser conservador es una forma de escepticismo, la decisión habría de comprometerlo con una causa, no sólo perdida sino indigna de encontrarse.(29) A partir de 1956, las opiniones políticas de Borges dejan de tener algo que ver con la realidad argentina, o mundial. Son expresión de la falta de contacto con una realidad compleja y mudable de un hombre al que la ceguera ha terminado por aislar del mundo cotidiano: el mundo de la política.

 

VI.

Ahora resulta obvio que Borges (como la mayoría de sus compatriotas) se equivocó al juzgar tan negativamente muchos aspectos de la obra de Perón. No advirtió que, a pesar de su demagogia y su falta de respeto por el proceso democrático, Perón puso al día a la Argentina en materia de legislación social y en la protección de los derechos de los trabajadores. Tampoco advirtió que en su política internacional y en su oposición al capitalismo anglo-norteamericano, Perón tenía razón, aunque sus razones pudieran estar corrompidas por una concupiscencia financiera que lo hizo amasar una fortuna personal enorme. Es decir: Borges veía al fascista Perón, al demagogo Perón, al torturador Perón, al cachador Perón. No veía los otros aspectos de una personalidad, verdaderamente carismática y que, en cierto sentido, resultó como un borrador carnavalesco de Fidel Castro. Pero si Borges no podía reconocer los aspectos positivos de Perón, tampoco los advertían los liberales que lo rodeaban, ni los izquierdistas (tanto los jóvenes parricidas corno los viejos aparatchiks) que militaban en otros bandos. Sólo cuando su segundo asalto al poder, resultó evidente que había otro Perón. Para Borges era ya demasiado tarde. Aparte las numerosas alusiones en poemas, cuentos y ensayos, el texto principal qu escribió Borges contra Perón es un cuento, redactado en colaboración con Adolfo Bioy Casares y titulado, "La fiesta del monstruo". Fechado el 24 de noviembre de 1947 este relato circuló en manuscrito y sin nombre de autor, subterráneamente, en el Río de la Plata. Fue publicado a la caída de Perón, y aún así, sólo en Montevideo, en la sección literaria del semanario Marcha, que entonces yo dirígía.(30) En un lenguaje barroco que lleva hasta sus últimos límites el lunfardo de algunos personajes de Bustos Domecq, el protagonista narra su participación en la manifestación monstruosa que para celebrar a Perón se organiza en las barriadas. El narrador es un hombre estúpido y muy venal que sólo se suma a los manifestantes por el afán de sacar tajada. Su relato (ejemplo típico de la narración que Wayne Booth llama de "unreliable narrator"),(31) resulta una parodia de una parodia. A través de la sordidez del relato, se ponen al descubierto los mecanismos demagógicos que utiliza Perón para crear manifestaciones espontáneas de apoyo a su régimen. El humor es salvaje, y la narración resultaría sólo grotesca si no condujera a un desenlace violento, y (lamentablemente) histórico. Antes de llegar a Plaza de Mayo, los manifestantes tropiezan con un joven intelectual judío, tratan de forzarlo a que grite los slogans peronistas y por no hacerlo a satisfacción, lo matan. Aunque no muy frecuentes, estos episodios ocurrieron en la Argentina de Perón, especialmente en la época en que el Coronel controlaba la policía y estaba ya consolidando su poder. Entre sus aliados ocasionales se encontraba un grupo, la Alianza nacionalista, que era nazi y que había convertido la persecución y exterminio de los judíos en deporte favorito. Perón condenó más de una vez en público estas prácticas pero nunca ordenó que la policía castigase a esos asesinos. Aunque no era nazi, le convenía tener esos mastines de reserva. (32)

Borges, pues, estaba técnicamente equivocado al creer que Perón era nazi pero no estaba equivocado al creer que Perón fomentaba a los nazis argentinos. Por eso, porque tenía razón en lo esencial, podía no importarle no tenerla en los detalles. Como ha dicho más de una vez en sus historias y cuentos, y sobre todo en "Ema Zunz," las circunstancias podrían ser falsas, pero era verdadero el ultraje cometido.(33) Para el moralista político que Borges es, en definitiva, la culpa de Perón, y de tantos otros, reside allí. Por eso, él no podía pactar, y hasta ahora no ha pactado, con hombres como éste: los villanos sonrientes de la historia argentina.

 

VII.

Si Borges se hubiera limitado a escribir sobre política, este trabajo habría terminado aquí. A partir de 1956, y con muy pequeñas excepciones (algunos notorios poemas sobre Israel, por ejemplo), no ha publicado nada sobre temas explícitamente poÍíticos.(34) Pero no ha cesado de conceder entrevistas sobre temas de actualidad y ha opinado sobre cuanto acontecimiento político sus interlocutores le han ofrecido. Negando su capacidad de opinar en tales materias, no ha dejado de hacerlo, con esa perversidad de vieillard terrible que se ha ido acentuando con los años. Sus declaraciones han alimentado el fuego y ahora hasta aquellos que soportaron durante años las peores dictaduras (la de Franco, por ejemplo) se creen con derecho a ofenderse porque Borges apoya a Pinochet, o aplaude a Nixon. Jesús había pedido que antes de tirar la primera piedra estuviéramos seguros de estar libres de culpa. Pero los críticos de Borges no tienen escrúpulos evangélicos. La profesión de lapidarios es, por lo demás, demasiado popular. A río revuelto (para citar otro lugar común) son los pescadores los que ganan. Todo esto sería aceptable -y hasta implicaría una cierta cuota de justicia poética ya que Borges, cuando muchacho, también practicó el alacranismo político y crucificó a Lugones, por ejemplo-(35) si a nivel de la crítica responsable se practicase un examen cuidadoso de la política de los textos borgianos. Es decir: sería aceptable si los críticos de Borges que militan tan visiblemente en la izquierda, realmente estudiaran del punto de vista ideológico sus textos en vez de glosar monótonamente, como el cuervo de Poe, sólo sus opiniones periodísticas. Descubrirían, entonces, no sólo que Borges ha escrito más sobre política de lo que se cree (como he tratado de demostrar aquí) sino que su obra entera tiene una ideología política.

Es claro que para analizar la ideología política del texto que llamamos Borges se necesita algo más que un recuento de sus opiniones. La ideología de un texto (como ya lo sabían Marx y Engels) (36) no coincide necesariamente siempre con la ideología manifestada por el autor en sus declaraciones políticas. En el prefacio de la Comédie Humaine, Balzac se declara monárquico y católico.(37) Su pintura de la sociedad francesa de la primera mitad del siglo XIX está, por suerte, libre de esas piadosas ficciones. Lo mismo pasa con el fascismo de D'Annunzio (que ha analizado brillantemente Paolo Valesio) o con el antisemitismo de Céline (sobre el que ha escrito un trabajo fundamental Julia Kristeva). Ni la obra de D'Annunzio defiende para nada la sociedad burguesa, conservadora de la familia y del estado, de las buenas costumbres y de la propiedad privada que son la base del fascismo, ni la de Céline defiende el ideal nazi de una sociedad basada en la disciplina y el fervor de una mística política del superhombre germánico. D'Annunzio es (como texto) un apóstol de la corrupción y del decadentismo; Céline, un partidario del caos y del absurdo, atravesado por una piedad que sólo sabe expresarse en el insulto y la cólera. La obra de Borges (el texto que llamamos Borges) no pretende conservar la sociedad burguesa sino negarla, no está a favor de la familia y las buenas costumbres sino de la extinción total de la realidad, del tiempo y el espacio, del individuo y sus ilusiones de poder político: ilusorio como todo lo cotidiano. Un mundo tan negativo, una heterotopía tan radical (como ha dicho Michel Foucault) (38) no puede ajustarse a ningún régimen fascista, se llame Franco, Pinochet o Videla el jefe. Son precisamente los edificantes enemigos de Borges, esos padres de familia que quieren gobiernos estables y fuertes para asegurar a sus proles un futuro mejor, los que sostienen regímenes totalitarios. Ellos son los que, cuando un Perón o un Franco gobiernan, bajan la cabeza. Borges, en cambio, el enfant terrible/vieillard aún más terrible sigue escribiendo contra los espejos y la cópula porque multiplican la humanidad.(39) Su mundo no es el mundo del fascio sino el horrible mundo malthusiano de la nada.

 

Yale University                                        EMIR RODRIGUEZ MONEGAL


20 Jorge Luis Borges: Otras inquisiciones (Buenos Aires, Sur, 1952). Volver

21 Aunque menos, Borges también escribió en esa época contra el stalinismo. Véanse, por ejemplo, las ironías contra el arte del realismo socialista contenidas en la reseña de "Un copioso manifiesto de Breton," publicada en el El Hogar, diciembre 2, 1938, p. 89. Me he referido a este texto en un trabajo leído en el Congreso sobre el Surrealismo, organizado por el Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana en la Universidad de Pennsylvania, Philadelphia, en agosto 24, 1975, bajo la presidencia del Profesor Peter Earle, y que será publicado en la Memoria de dicho Congreso. Volver

22 Cf. Félix Luna: El 45. Crónica de un año decisivo (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 197l), p. 293. Volver

23 "Autobiographical Essay," p. 244. Volver

24 Jorge Luis Borges: "Dele-Dele;" y Leonidas Barletta: "Desagravio a Borges," en Argentina Libre, Buenos Aires, agosto 15, 1946, p. 5. Volver

25 Cf. Richard Burgin: Conversations with Jorge Luis Borges (New York, Holt, Rinehart, Winston, 1969), pp. 118-119. Volver

26 Cf. Adela Grondona: El grito sagrado. (Treinta días en la cárcel) (Buenos Aires, 1957). Volver

27 Cf. Emir Rodríguez Monegal: El juicio de los parricidas. La nueva generación argentina y sus maestros (Buenos Aires, Deucalión, 1956), pp. 29-98. Volver

28 Cf. Jean de Milleret: Entretiens avec Jorge Luis Borges (Paris, Pierre Belfond, 1967), p. 82.Volver

29 Cf. de Milleret, 1967, pp. 220-221, en que Borges declara su "escepticismo político," y agrega que una vez, hablando en público delante de sus nuevos correligionarios, los conservadores, los decepcionó porque "mon thème a tourné autour de mon idée: Si l'on est conservateur, on n'est pas fanatique car on ne peut s'enthousiasmer pour le conservatisme, pas plus que n'est concevable un conservateur fanatique." También declara que se hizo conservador para dar "plaisir à ma mêre et ma soeur." Volver

30 H. Bustos Domecq: "La fiesta del monstruo," en Marcha, Montevideo, setiembre 30, 1955, pp. 20-23. Hay traducción al inglés, a cargo de Alfred MacAdam con Suzanne Jill Levine y Emir Rodríguez Monegal: "Monsterfest," en Fiction, New York, Vol. 5, nº 1, 1977, pp. 2-5. Volver

31 Cf. Wayne Booth: The Rhetoric of Fiction, Chicago, The University of Chicago Press, 1961. Volver

32 Un ejemplo: El 4 de octubre de 1945, "por la noche, en los alrededores de la Facultad de Ingeniería un grupo de aliancistas tiroteó a un grupo democrático y un estudiante, Aaróm Salmún Feijóo, fue asesinado por negarse a vivar a Perón." (Luna, 1971, p. 211). Uno de los slogans de los manifestantes del 17 de octubre, 1945, era: "Haga patria matando un estudiante." (id., p. 308). Otro slogan era: "Haga patria, mate un judío." (id., p. 343 n. 89). El 23 de noviembre, 1945, hubo "un pequeño 'pogrom' en el barrio Once, por cuenta de los activistas del nacionalismo." (id. p. 396). Toda esta información está extraída de una fuente neo-peronista. El autor indica que, una vez, Perón "debió publicar un comunicado. Decía que 'sujetos irresponsables al grito de Viva Rosas, Mueran los judíos, Viva Perón, escudan su indignidad para sembrar la alarma y la confusión. Quienes así proceden viven al margen de toda norma democrática y no pueden integrar las filas de ninguna fuerza política argentina.'" (id., p. 354). El comentario del autor es: "Pero los muertos estaban muertos." Volver

33 Jorge Luis Borges: "Emma Zunz," en El Aleph (Buenos Aires, Losada, 1949) p. 68. El final del cuento dice literalmente: "La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero era también el ultraje que habla padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios." Volver

34 Una de las pocas excepciones, el poema, "1972," en La rosa profunda (Buenos Aires, Emecé, 1975), p. 107, donde dice:

Pero la patria, hoy profanada quiere
Que con mi oscura pluma de gramático,
Docta en las nimiedades académicas
Y ajena a los trabajos de la espada,
Congregue el gran rumor de la epopeya
Y exija mi lugar. Lo estoy haciendo. Volver

35 Cuando Lugones publicó su Romancero (1924), Martín Fierro dedicó una parte de su "Parnaso Satírico" a la composición "Romancillo, cuasi romance del 'Roman-cero' a la izquierda," que firmaban Mar-Bor-Vall-Men, seudónimo tras el cual eran visibles Leopoldo Marechal, Jorge Luis Borges, Antonio Vallejo y Evar Méndez. Cf. Segunda época, Año III, nº 30-31, Buenos Aires, julio 8, 1926. Volver

36 Cf. Friedrich Engels: "Letter to Margaret Harkness. Beginning of April 1888 (draft)," en Marx and Engels on Literature and Art, compilado por Lee Baxandall & Stefan Morowski (St. Louis, Mil., Telos Press, 1973), pp. 115-116. Volver

37 "J'écris à la lueur de deux Vérités eternelles: la Religion, la Monarchie, deux nécessités que les évenements contemporains proclament, et vers lesquelles tout écrivain de bon sens doit essayer de ramener notre pays." ("Avant-Propos," en La Comédie Humaine, Paris, La Pléiade, Gallimard, 1966, I, p. 9). Paul Lafargue nos dice, en sus Reminiscences of Marx (1880) que éste admiraba tanto a Balzac "that he wished to write a review of his great work La Comédie Humaine as soon as he had finished his book on economics." (Bazandall & Morovski, 1973, p. 150). Volver

38 Cf. Michel Foucault: Les mots et les choses (Paris, Gallimard, 1966), p. 9. Volver

39 Jorge Luis Borges: "El tintorero enmascarado Hákim de Merv," en Historia universal de la infamia (Buenos Aires, Megáfono, 1935), p. 92; y "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius," en El jardín de senderos que se bifurcan (Buenos Aires, Sur, 1941), pp. 10-11. Un comentario de estos textos, y de su contexto literario y biográfico, se encuentra en el trabajo, "El lector como escritor," que está recogido ahora en mi libro: Borges: Hacia una poética de la lectura (Madrid, Guadarrama, 1976), pp. 41-93. Volver

 

 

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