|   | Borges en U.S.A.En: Revista Iberoamericana, v. 36, nº 70, enero-marzo 
              1970,
 p. 65-76.
 "Es casi inexplicable la fortuna de Borges en los Estados 
              Unidos. El descubrimiento de su obra aquí es muy tardío 
              y no ocurre antes de su consagración en Europa con el Premio 
              Formentor, 1961, que entonces comparte con Samuel Beckett. A partir 
              de esa fecha y de la traducción de algunos volúmenes 
              de sus cuentos, de sus ensayos (Otras inquisiciones), e incluso 
              de El hacedor (con el título en inglés de una 
              de sus piezas, Dreamtigers), la fama de Borges en los Estados 
              Unidos no cesa de crecer y desarrollarse. Poco a poco, su nombre 
              aparece asociado con los de Nabokov y Kafka cuando se quiere hacer 
              referencia a un cierto tipo de ficción en que el tiempo y 
              el espacio, la identidad personal y el destino humano aparecen cuestionados 
              por medio de audaces teorías, angustiosas experiencias, juegos 
              con la palabra y las formas. Algunos ensayos capitales (de John 
              Updike en The New Yorker, de Paul de Man en la New York 
              Review) ayudan al lector norteamericano a situar mejor esta 
              obra a la vez breve y densísima. La publicación ordenada 
              de sus Obras completas que anuncia la editorial E. P. Dutton 
              es otra prueba más de lo que puede ya calificarse de una 
              incipiente industria borgiana -en el sentido de que se puede hablar 
              de una industria bellista en Venezuela, una industria martiana en 
              Cuba, una industria cortazariana en Argentina. A esa industria, las prensas universitarias y los 
              estudios académicos de este país hace tiempo que están 
              dedicados. En los últimos dos años no menos de cuatro 
              libros sobre Borges se han publicado aquí. Los cuatro tienen 
              como origen el ámbito académico, y aunque varían 
              considerablemente de calidad y propósitos, ellos implican 
              el reconocimiento de Borges como un clásico vivo. Esta actitud 
              contrasta considerablemente con la habitual en América Latina 
              en que (con excepción del libro precursor de Ana María 
              Barrenechea, o el finísimo ensayo de Guillermo Sucre sobre 
              su poesía) no abundan los buenos libros de crítica 
              borgiana. Los mejores trabajos latinoamericanos sobre Borges siguen 
              siendo ensayos de revistas. Y aún los más acuciosos 
              de esos ensayos están limitados por la necesidad de condensar 
              en poco espacio un análisis que requiere más dilatadas 
              proporciones. Por eso mismo, conviene subrayar la importancia general 
              de estos cuatro libros que se han publicado recientemente en los 
              Estados Unidos. CONVERSACIONES MUY CÁNDIDAS De los cuatro libros, el más superficial es, sin duda, el 
              de Richard Burgin. Titulado Conversations with Jorge Luis Borges 
              (Conversaciones con J. L. B.) ha sido publicado en Nueva York por 
              Holt, Rinehart and Winston (1969). Consta de siete capítulos 
              en que Borges conversa sobre muy distintos tópicos frente 
              a la grabadora de su interlocutor. Como Burgin no es un especialista 
              en Borges sino un estudiante de Harvard, totalmente fascinado por 
              su obra, y que aprovecha la estadía del escritor argentino 
              en aquella universidad para recoger su conversación, el libro 
              se resiente de la falta de familiaridad del entrevistado con su 
              tema. A diferencia de otras entrevistas más breves (la espléndida 
              de James E. Irby; la de Ronald Christ para la Paris Review, 
              tan valiosa en su estudio de las relaciones de Borges con las letras 
              anglosajonas; la de César Fernández Moreno en Mundo 
              Nuevo, que se concentra con gran provecho sobre las letras argentinas), 
              estas conversaciones van un poco a la deriva, sometidas a lo que 
              Burgin intuye más que sabe, y a la generosa locuacidad de 
              Borges. El resultado es desigual. No hay tampoco una revisión a 
              fondo del texto que hubiera suprimido erratas y hasta errores. En 
              la página 3 se escribe la palabra Estancia, con letras 
              mayúsculas, como si fuera el nombre de una localidad y no, 
              simplemente, el nombre genérico de un establecimiento de 
              campo. En la página 12 se hace decir a Borges que era director 
              de una revista muy popular. "¿El Sur?", 
              intercala presuroso Burgin, a lo que Borges asiente. Pero por el 
              contexto del diálogo (están hablando de la publicación 
              en periódicos de los relatos de Historia Universal de 
              la Infamia) es evidente que Borges se refiere al periódico 
              Crítica, que era sí popular, y no a la minoritaria 
              revista de Victoria Ocampo. Que Borges haya asentido al error de 
              Burgin, en vez de corregirlo, es sintomático de una actitud 
              que se ha ido afirmando en él: la de confundir los datos, 
              enredar las pistas y dejar que el olvido (o las erratas, como dijo 
              una vez) perfeccionen sus textos. En la página 36, y en una 
              lista de autores policiales que Borges había hecho publicar 
              en el Séptimo Círculo aparece un Michael Linnis 
              que no es sino Michael Innes. En la página 63, Burgin 
              habla con Borges sobre Melville y le pregunta si le gusta "Bartleby". 
              Borges asiente sin explicar a su interlocutor que no sólo 
              le gusta ese relato sino que en 1943 hasta lo tradujo y prologó. 
              En la página 77 se habla de un apócrifo poeta uruguayo, 
              Julio Hacolo, que no es otro que "Julio Platero Haedo", 
              al que Borges atribuye uno de sus poemas ("Límites"). 
              En la página 82 Borges se refiere a dos cuentos suyos que 
              han sido llevados al cine, recuerda el nombre de uno, "Hombre 
              de la esquina rosada", y no puede recordar el otro. Tampoco 
              Burgin recuerda que es "Emma Zunz", filmado por Leopoldo 
              Torre Nilsson con el título de Días de odio 
              (1954). En la página 86, Borges trata de evocar la famosa 
              escena de la masacre en la escalera en Potemkin, el film 
              de Einsenstein, y comete varios errores de detalle que Burgin no 
              corrige. En la página 89, al resumir el argumento del film 
              Invasión (que Borges escribió con Bioy Casares) 
              hay un error que debe atribuirse a la transcripción de la 
              cinta magnetofónica ya que dice que la ciudad escapa 
              de manos de los invasores, en vez de decir que cae en manos 
              de los invasores. Con respecto al mismo film, y en la página 
              91, hay una referencia de Borges a uno de los personajes, moldeado 
              sobre la personalidad de Macedonio Fernández, que en la transcripción 
              de Burgin queda reducido a "Fernández". En la página 
              93 Borges sostiene que O'Neill no da indicaciones escénicas 
              muy explícitas porque "no hacía sus piezas para 
              ser leídas sino para ser actuadas". El entrevistador 
              deja pasar este lapso sin señalarle la minuciosidad con que 
              O'Neill describe (por ejemplo) hasta los libros de la biblioteca 
              de los Tyrone en Long Day's Journey into the Night. Hay más errores, pero algunos no pasan de ser (tal vez) 
              erratas. Sin embargo, el libro de Burgin tiene su interés. 
              Ante todo, porque la actitud impremeditada del entrevistador ayuda 
              el fluir de la conversación y pone a Borges a sus anchas. 
              Esto le permite evocar pausadamente su niñez y su ceguera, 
              su afición a los libros y a la metafísica, sus autores 
              favoritos, su pasión por el cine. Todo esto es bastante conocido, 
              aunque no lo sea tanto para el lector norteamericano. Pero entre 
              tanta anécdota repetida (la reiteración de entrevistas 
              hace parecer a Borges repetitivo), hay cosas nuevas, o casi, que 
              Burgin recoge con toda frescura. Así, por ejemplo, en la 
              página 3 Borges señala que "La visera fatal", 
              su primer cuento (escrito cuando tenía ocho años), 
              se inspiraba en el Quijote y estaba redactado en un español 
              arcaico. La fuente autobiográfica de "Pierre Menard, 
              autor del Quijote", queda así al descubierto. 
              Todo lo que él dice en el primer capítulo sobre sus 
              relaciones con su padre es muy revelador porque en Jorge Borges, 
              profesor de inglés, novelista frustrado, metafísico 
              amateur, traductor del inglés, hay como una prefiguración 
              de la carrera del hijo. También hay interesantes declaraciones 
              sobre el coraje y la cobardía: temas que se vinculan con 
              su culto de los antepasados heroicos y con los personajes de muchos 
              de sus cuentos y poemas. De allí, Borges deriva hacia el 
              tema de los nazis y de su propia interpretación del carácter 
              alemán. Es importante lo que dice de haber escrito "La 
              casa de Asterión", en un sólo día. En 
              este cuento, que recrea el tema del Minotauro encerrado en su laberinto, 
              Borges ha dejado una de las claves más perturbadoras para 
              el análisis de su personalidad literaria. Valiosas son asimismo sus declaraciones sobre escritores que lo 
              han influido, a los que vuelve una y otra vez en sus lecturas: Henry 
              James (cuyos cuentos le parecen mejor que las novelas), Joseph Conrad 
              (mejor novelista que James, opina), Dostoyevski (que le gustó 
              de muchacho pero que le desilusionó al releerlo más 
              tarde), Browning (injustamente olvidado), Kafka (cuyas relaciones 
              con James le fascinan), Joyce, Melville, Lovecraft (que no le gusta). 
              También habla de sus poemas y cuenta las circunstancias de 
              algunos, como el "Poema de los dones". Uno de los más 
              relevantes capítulos del libro es aquel en que Borges da 
              muy cándidas opiniones sobre escritores que ha conocido, 
              como Lorca o Pablo Neruda. Su rechazo de la poesía y del 
              teatro de Lorca es total; en cuanto a la personalidad del poeta 
              español, Borges sostiene que era un "andaluz profesional" 
              y que los andaluces que él conoció en España 
              no eran como Lorca. De Neruda afirma que es un poeta de primera 
              pero que no puede admirarlo como hombre por ciertas actitudes políticas" 
              (sus condescendencias con Perón, por ejemplo, le parecen 
              muy censurables). Aun así, hubiera preferido que dieran el 
              Premio Nobel 1967 a Neruda en vez de Asturias. De Sartre, al que 
              conoció en París, tampoco opina muy favorablemente: 
              "Nunca he tenido ninguna simpatía por una filosofía 
              patética", es su manera de liquidar el existencialismo 
              del escritor francés. Tampoco es muy condescendiente con 
              Freud, al que cree un obseso sexual, un charlatán o un loco. 
              En esto, Borges coincide con Nabokov para quien Freud es simplemente 
              un charlatán. Muy distinta es su opinión sobre Jung 
              que ha leído bastante, y que le interesa sobre todo por su 
              carácter de mitógrafo. "En Jung (declara) uno 
              encuentra una mente hospitalaria." UN RETORNO A LA POESIA Mucho más académico es el libro de Zunilda Gertel 
              sobre Borges y su retorno a la poesía, que ha publicado 
              en Nueva York la Universidad de Iowa en colaboración con 
              Las Americas Publishing Company (1969). La tesis de la señora 
              Gertel (que es de origen argentino y profesora en la Universidad 
              de Nebraska) tiene indudable mérito. Después de repasar 
              con algún detalle la evolución de la crítica 
              borgiana, la señora Gertel señala que no se ha puesto 
              bastante énfasis en el retorno de Borges a la poesía 
              a partir de 1958. Ella opina (como otros críticos) que ese 
              retorno es debido, en parte, a la circunstancia de que Borges desde 
              esa fecha ya no puede leer y por lo tanto no puede escribir, lo 
              que dificulta la composición de cuentos y ensayos, y favorece 
              la de poemas, más fáciles de redactar y memorizar 
              por su propio ritmo. Pero la señora Gertel insiste que, asimismo, 
              ese retorno se debe a un desarrollo interior del poeta y no sólo 
              a la circunstancia externa de su ceguera. Un examen de toda la producción 
              literaria de Borges le permite demostrar que entre la primera y 
              la tercera edición de sus Poemas (es decir, en el 
              lapso de 28 años que va de 1943 a 1958), Borges incorpora 
              sólo 19 nuevos poemas. En cambio, en los cuatro años 
              que van de 1958 a 1964, recoge en su Obra poética 
              exactamente 58 nuevos poemas. A partir de esta comprobación, la señora Gertel estudia 
              con bastante detalle la evolución, teórica y práctica, 
              de la poesía de Borges. Para ello resume con abundante cita 
              de artículos perdidos u olvidados, su estética desde 
              los comienzos ultraístas hasta el día de hoy. Este 
              análisis, como las precisiones iniciales sobre la crítica 
              de Borges, es lo mejor del libro. Cuando se trata de analizar la 
              poesía misma, el libro de la señora Gertel resulta 
              insuficiente. Desde este punto de vista está muy por debajo 
              del Borges poeta, de Guillermo Sucre, que ha reeditado Monte 
              Avila en Caracas. También algunos errores afean el meritorio trabajo de la 
              señora Gertel. Sin ánimo exhaustivo apunto los más 
              notorios. En la página 33, nota 9, se habla de la "visita" 
              de Roger Caillois a la Argentina en 1939, pero se omite decir que 
              el distinguido escritor francés permaneció de "visita" 
              todo el tiempo que duró la segunda guerra mundial. En la 
              página 36, nota 51, se atribuye a Borges el término 
              "nadería" que seguramente proviene de Macedonio 
              Fernández. Al referirse a los movimientos de vanguardia, 
              en la página 47, se olvida el "creacionismo", que 
              Vicente Huidobro importa a España y que está en el 
              origen del "ultraísmo", como ha sido abundantemente 
              documentado por la crítica. En la página 50 se califica 
              a Cansinos-Assens de "jefe del ultraísmo", lo que 
              es un error de óptica que se podía tener en los años 
              20 pero que ningún crítico puede tener ahora. En la 
              página 81 se refiere al tema del doble en la obra de Borges 
              pero no analiza su significado, tan importante para comprender a 
              fondo su obra. En la página 102 se menciona la Antología 
              poética argentina y se dice: "escrita en 
              colaboración con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares". 
              Debió haberse dicho: "compilada". En la página 
              122, así como en las siguientes se usa el término 
              "poesías" para referirse a "poemas". 
              En la página 126 se habla de "La noche cíclica", 
              de 1940, como del "primer poema metafísico" de 
              Borges. Pero mucho antes la autora se ha referido a "El truco", 
              que es anterior y también metafísico. Estos errores no empañan el mérito principal del 
              libro: concentrar su atención en la "unidad en la trayectoria 
              de la poesía borgiana"; subrayar la importancia de su 
              retorno a la lírica "en el hallazgo del símbolo 
              personal o 'privado', elemento conductor de la inquietud metafísica 
              que el poeta no logró expresar en su época ultraísta"; 
              la insistencia en estudiar al mismo tiempo la teoría poética 
              de Borges que "se adelanta a su creación, en cierto 
              modo la prescribe y explica también sus contradicciones como 
              una necesaria dialéctica". Por todo esto, el libro merece 
              ser mejor conocido. LA IRONIA EN DOS MAESTROS De mayor ambición es el libro de L. A. Murillo, The Cyclical 
              Night. Irony in James Joyce and Jorge Luis Borges (La noche 
              cíclica. Ironía en Joyce y Borges), que ha publicado 
              la Harvard University Press, en Cambridge, Massachussetts (1968). 
              Una primera parte del volumen está dedicada a repasar la 
              obra entera de Joyce para poner en evidencia los mecanismos de la 
              ironía. La segunda está dedicada al análisis 
              pormenorizado de cinco cuentos de Borges: "El jardín 
              de senderos que se bifurcan", "La muerte y la brújula", 
              "Emma Zunz", "La escritura del Dios" y "El 
              inmortal". Esta división y este método prestan 
              un gran flanco a la crítica ¿Por qué repasar 
              el procedimiento de la ironía en todo Joyce y sólo 
              hacerlo en cinco cuentos de Borges? La única justificación 
              posible del abrupto cambio de enfoque estaría en el hecho 
              de que la bibliografía de Joyce (que Murillo sigue fielmente) 
              ofrece el trabajo de síntesis hecho, en tanto que la de Borges 
              no. Pero por eso mismo, habría sido más importante, 
              y original, intentar un estudio completo de la ironía de 
              Borges. La segunda objeción es aún más grave. Aunque 
              Murillo alude varias veces a la parodia, no dedica ningún 
              estudio especial a esta forma retórica tan importante en 
              muchos cuentos de Borges. "Pierre Menard, autor del Quijote", 
              "El Aleph", incluso "El inmortal", serían 
              inconcebibles sino como parodias. Por otra parte, hay toda una zona 
              de la obra de Borges, escrita a medias con Bioy Casares, que es 
              esencialmente paródica y que está proclamando esta 
              condición desde el nombre del personaje que la encarna: don 
              Isidro Parodi. Los libros de "Bustos Domecq" o de su discípulo, 
              "B. Suárez Lynch", aparecen inscritos en esa ilustre 
              tradición que tiene al Quijote como obra maestra. Tampoco estudia Murillo otra forma retórica vinculada muy 
              sutilmente con la parodia: la alegoría. La preocupación 
              de Borges por esta forma no sólo se revela en incontables 
              ensayos (uno de ellos lleva el título muy explícito: 
              "De las alegorías a las novelas") y en los estudios 
              que ha dedicado a la Divina Comedia, obra principal del género, 
              sino también en estudios sobre Melville, Kafka y Chesterton, 
              para citar sólo algunos. En sus cuentos, los hay que no son 
              inocentes de contenido alegórico, como "La secta del 
              fénix", por ejemplo, o (incluso) "La escritura 
              del Dios", que tan puntualmente analiza Murillo en su libro 
              -pero no desde este ángulo. Al limitarse a la ironía, al subordinar el enfoque de Borges 
              al de Joyce, Murillo se corta posibilidades críticas muy 
              fecundas. Incluso al estudiar, en una demasiado breve introducción, 
              las relaciones entre Borges y Joyce no profundiza bastante en las 
              circunstancias mismas de esta relación. Todo esto, sin embargo, 
              no disminuye el valor de su lectura de los cinco cuentos que ha 
              elegido dentro del canon borgiano. La elección misma puede 
              ser discutible. Tal vez "El inmortal" sea un cuento menos 
              logrado de lo que cree Murillo. Las intenciones de Borges en dicho 
              cuento (que mitologiza la figura de Homero, con algunas discretas 
              adiciones de otro mito: el del Judío Errante) son muy honorables. 
              No creo que la ejecución esté a la altura del propósito. 
              La transición entre las primeras partes del cuento (el tribuno 
              Marco Flaminio Rufus en la ciudad de los inmortales) y las últimas 
              es muy brusca y deja al relato abruptamente cortado por la mitad. 
              Si la primera parte es esencialmente narrativa, la segunda incurre 
              en una forma de taquigrafía ensayística que hace difícil 
              su asimilación y contrasta demasiado con el magnífico 
              comienzo. Es como si Borges, deliberadamente, se hubiese propuesto 
              deshacer la ficción, pulverizarla en la trivialidad de la 
              minucia erudita. Pero hay como una sensación de fatiga al 
              fin. Tampoco "Emma Zunz", o "La escritura del Dios", 
              son demasiado memorables. Pero este hecho es secundario para los 
              fines de Murillo. Su lectura muy detenida de estos cuentos (lo que 
              en inglés se llama "close reading") permite iluminaciones 
              valiosas y agrega a la crítica de Borges algunas nuevas perspectivas. 
              El libro sería, desde este punto de vista, impecable si no 
              estuviese redactado en un lenguaje crítico que quiere ser 
              sutil pero la mayor parte de las veces sólo consigue ser 
              galimatíaco. En notable contraste con Borges, cuya precisión 
              es a veces intolerable, Murillo da vueltas y revueltas sobre cada 
              frase, se enreda en los complementos y sólo sabe salir del 
              paso con un vocabulario afectado que no siempre encubre un pensamiento 
              profundo. Trataré de dar una idea, en español, del 
              lenguaje de Murillo en inglés. Dice literalmente en la página 
              31: "La simultaneidad de las funciones directas e indirectas 
              del conjunto iluminado produce una difusión y un equilibrio 
              de los puntos de referencia proporcionalmente mayor o menor a medida 
              que esa simultaneidad se vuelve funcional, como la misma objetividad 
              de nuestra aprehensión personal iguala a la manera de representación 
              de Joyce". No te encumbres, que toda afectación es 
              mala, era el consejo de Maese Pedro al muchacho que narraba 
              la función de títeres (Quijote, II, 26). Murillo 
              debía escuchar este consejo. EL BRITANICO ARTE DE LA ALUSION Mucho más centrado en su tema, y por lo tanto más 
              valioso, resulta el libro de Ronald Christ, The Narrow Act. Borge's 
              Art of Allusion (El acto estrecho. El arte de la alusión 
              en Borges), que ha publicado la New York University Press (1969). 
              A partir de la alusión, y concentrándose sobre todo 
              en las referencias a las letras anglosajonas, Ronald Christ desmonta 
              delicadamente uno de los mecanismos más sutiles de la obra 
              borgiana. Dentro de la concepción de Borges de la literatura 
              como un sistema de citas (tanto sus cuentos como sus poemas o sus 
              ensayos están constantemente apoyándose en frases 
              ajenas), la alusión resulta una manera central de establecer 
              vínculos invisibles entre su obra y la literatura de la que 
              proviene. Al examinar la alusión, Christ la sitúa 
              no sólo en este contexto literario explícito, sino 
              también en su contexto estético (sirve para dar brevedad, 
              confirma el carácter "negativo" del arte de Borges) 
              y sobre todo en su contexto metafísico (también permite 
              la comprensión y la negación, desde este punto de 
              vista). En sucesivos capítulos, Christ examina el desarrollo 
              de los intereses literarios de Borges, su primer libro "universal" 
              (Historia universal de la infamia, al que reconoce una importancia 
              que por lo general la crítica borgiana no tiene en cuenta), 
              las fuentes inglesas del cosmopolitismo de Borges, el desarrollo 
              de una forma apropiada al sistema alusivo (su primer cuento en este 
              estilo es "El acercamiento a Almotásim", falsa 
              reseña bibliográfica de una novela hindú inexistente), 
              las imágenes literarias, los símbolos, y sobre todo 
              la influencia de Thomas de Quincey, para concluir con un perceptivo 
              análisis de "El inmortal". El mérito mayor de este estudio es la sutileza de las observaciones 
              del joven crítico norteamericano, su lectura realmente imaginativa 
              de muchos textos capitales, la inserción de Borges en una 
              tradición literaria y crítica que Christ conoce muy 
              bien. A partir de su análisis, se puede lograr una visión 
              más precisa del tema. Este método del libro está, 
              en parte, disminuido por algunos curiosos errores de método. 
              En primer lugar, Christ no distingue con suficiente nitidez entre 
              la alusión y la mención, o referencia explícita. 
              De ahí que confunda bajo un solo rótulo, un sistema 
              doble que en Borges suele complicarse muchas veces porque las referencias 
              explícitas (citas, con número de página, a 
              veces) son falsas. En segundo lugar, aunque Christ ha limitado su 
              examen de las alusiones al mundo literario anglosajón, falta 
              en su libro un análisis de las relaciones de Borges con algunos 
              autores anglosajones tan importantes como Poe y Henry James (mencionados 
              varias veces, pero no estudiados en detalle), como Herman Melville, 
              que ni siquiera esta mencionado una sola vez, y que sin embargo 
              ha preocupado lo suficiente a Borges como para dedicarle una de 
              sus mejores traducciones y un elogiosísimo prólogo. Otras objeciones al libro son de menor alcance. Al referirse al 
              período ultraísta de la poesía de Borges (página 
              2), Christ no menciona ni a Vicente Huidobro ni a Guillermo de Torre, 
              aunque sí menciona a Cansinos Asséns lo que significa 
              un error de óptica similar al ya apuntado en el libro de 
              Zunilda Gertel. En la página 35, cuando señala que 
              las "alusiones de Borges tienden a proceder de autores ingleses 
              y norteamericanos" hace una generalización que debe 
              ser matizada, ya que la deuda de Borges con otras culturas (las 
              orientales, las clásicas, la francesa y la española, 
              la argentina) son también muy considerables. Por otra parte, 
              sólo en la literatura alemana tres autores han alimentado 
              y enriquecido su visión: Schopenhauer, Nietzsche, Kafka. 
              Al referirse en la página 58 a la influencia de Chesterton 
              (una de las que mejor estudia) la sitúa sobre todo en los 
              relatos del Padre Brown, pero omite la de alegorías como 
              The Man Who Was Thursday (El hombre que fue jueves), una 
              de los libros más "borgianos" de Chesterton. En 
              la página 60, al referirse a los libros escritos en colaboración 
              con Bioy Casares, olvida la novela policial, Un modelo para la 
              muerte, desenfrenada parodia del género. En la página 
              63 al referirse a la influencia de Stevenson omite toda mención 
              a The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde (El extraño 
              caso del Dr. J. y el Sr. H.), libro que por tratar explícitamente 
              el tema del doble es, con el cuento "William Wilson", 
              de Poe, y "The Jolly Cornet" (EI rincón alegre), 
              de James, una de las fuentes literarias de buena parte de la obra 
              borgiana. En la página 82, al referirse a "Hombre de 
              la esquina rosada" como ejemplo de relato cuyos detalles toma 
              Borges de la realidad que lo rodea, no advierte que el cuento tiene 
              asimismo claras fuentes literarias: los relatos de los compadritos 
              y cuchilleros que Borges conoció y a los que dedica emocionadas 
              páginas en su Evaristo Carriego. En la página 
              109 no advierte que Borges se está refiriendo al famoso personaje 
              de Conan Doyle, y Christ comenta que "Philip Guedalla y John 
              H. Watson son los nombres de escritores reales, casi olvidados". 
              El primero lo es, pero el segundo es sólo el famoso Dr. Watson, 
              de las historias de Sherlock Holmes. En la página 125 se 
              confunde Christ al resumir un episodio del cuento "El Sur" 
              y afirma que el protagonista se mete en la cabeza con "la arista 
              de una puerta", en vez de una ventana. Pero estos errores, como ciertas limitaciones de enfoque de su 
              libro, no disminuyen su calidad. Por tratarse de uno de los trabajos 
              más estimulantes que se han escrito sobre Borges debe ser 
              leído con atención por todo estudioso de la obra borgiana. UN USUARIO DE SIMBOLOS Tanto el libro de Burgin como el de Christ tienen breves prólogos 
              de Borges. En el primero, con una cortesía que tan bien caracteriza 
              su estilo de criollo viejo, Borges agradece a Burgin la oportunidad 
              de reconocerse: "Releyendo estas páginas, creo que me 
              he expresado, en realidad: me he confesado, mejor que en las que 
              he escrito en la soledad, con exceso de cuidado y vigilancia (...) 
              Sé que hay gente que tiene el curioso deseo de conocerme 
              mejor. Durante setenta años, sin demasiado esfuerzo, he estado 
              trabajando con el mismo fin. Walt Whitman ya lo dijo: "Creo 
              que conozco poco o nada de mi verdadera vida". Richard Burgin 
              me ha ayudado a conocerme." En la introducción al libro de Christ aparece también 
              la misma cortesía pero hay algo más: el reconocimiento 
              del escritor que descubre en la obra del crítico "vínculos 
              secretos y afinidades" que su obra contiene y que se le habían 
              escapado. "El escritor (opina Borges) debe agradecer que se 
              le demuestre que ha ido más allá de lo que había 
              intentado más allá de sus intenciones. En este sentido, 
              tanto la obra de Christ como (hasta cierto punto) la de Murillo 
              cumplen con el propósito esencial de toda crítica: 
              iluminar la obra desde nuevas perspectivas, desentrañar el 
              subtexto, o el entretexto, que la obra también manifiesta. 
              Si el escritor (como quiere Borges en el mismo prólogo a 
              Christ) es un "usuario de símbolos", es adecuado 
              que el crítico sea un "descodificador" de esos 
              mismos símbolos. En esta tarea, pocas obras provocan más 
              al crítico que la breve, intensa, concentradísima, 
              de Borges." Yale UniversityEMIR RODRIGUEZ MONEGAL
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