|  |   PRIMERA PARTE: Lautréamont 
              COMO PRETEXTO  "Hasta cierto punto, el prólogo a El reino de este 
              mundo ha conocido una fortuna mayor que el texto mismo de la 
              obra. Multiplicado por el comentario de críticos y profesores, 
              reproducido en revistas y en colecciones de ensayos, el prólogo 
              ha sido citado y vuelto a citar, hasta completar la vuelta sobre 
              sí mismo e independizarse de la obra que precedía; 
              hasta terminar por convertirse en uno de los lugares comunes de 
              la nueva literatura latinoamericana. Ecos de su definición 
              de lo "real maravilloso" de América 
              aparecen en escritos de Mario Vargas Llosa, en declaraciones periodísticas 
              de Gabriel García Márquez, en notas críticas 
              de tantos escritores menores. Hasta cierto punto, el prólogo 
              se ha convertido en prólogo a la nueva novela latinoamericana.(1) Por eso tal vez convenga empezar este repaso de El reino de 
              este mundo por una consideración de lo que dice, y lo 
              que no dice, el prólogo. Lo que dice es, tal vez, muy evidente 
              e incluso algo obvio. Publicado en 1949, al frente de la primera 
              edición del relato, el prólogo se propone una doble 
              tarea didáctica: por un lado, explicar sus orígenes 
              y situarlo en el contexto de la historia y la geografía de 
              Haití; por otro lado, ubicar el relato, y la futura producción 
              literaria de Carpentier, en el contexto crítico contemporáneo. 
              La primera intención será discutida más adelante. 
              Ahora quisiera examinar brevemente la segunda. En el momento en 
              que se publica el relato de Carpentier, la literatura francesa y 
              (por consiguiente) la latinoamericana, estaba entregada a la cuestión 
              de la "Litterature engagée", viejo caballo polémico 
              de los años treinta que el profesor Jean-Paul Sartre y sus 
              discípulos más cercanos habían vuelto a sacar 
              al ruedo. A esa polémica estéril, Carpentier dedica 
              exactamente una frase del prólogo. Allí, después 
              de haber atacado a los traficantes de falsos misterios, dice Carpentier: No por ello va a darse la razón, 
              desde luego, a determinados partidarios de un regreso a lo real 
              -término que cobra, entonces, un significado gregariamente 
              político-, que no hacen sino sustituir los trucos del prestidigitador 
              por los lugares comunes del literato 'enrolado' o el escatológico 
              regodeo de ciertos existencialistas. (p. 12)(2) Con un golpe de pluma, Carpentier se ha desembarazado no sólo 
              del realismo socialista, de toda la literatura edificante y pedagógica, 
              de las pestes, náuseas y alienaciones que proliferaban entonces, 
              sino que ha puesto punto inicial y final a un debate que todavía 
              sigue asomando su máscara en las tertulias literarias de 
              la América Latina. Con este gesto, Carpentier se libera de 
              lo accesorio, soslaya el enfoque sociológico de lo literario, 
              y puede concentrarse en lo que le interesa. Para él la literatura nace de lo 'real' pero no de lo real 
              natural sino de lo real maravilloso. La expresión 
              no es original suya. Ya había sido fatigada por el futurista 
              Massimo Bontempelli y había asomado en los intersticios de 
              los manifiestos de André Breton y los suyos, 
              como se verá más adelante. En los años veinte, 
              una fórmula parecida, el realismo mágico, había 
              hecho fortuna entre los críticos de arte germánicos 
              y de allí pasaría a ciertos manuales de literatura 
              latinoamericanos. Todo esto es sabido, y hay trabajos eruditos sobre 
              el tema.(3) Lo que me interesa subrayar aquí 
              es que Carpentier (a la zaga de Bontempelli, Breton et alia) busca 
              su definición de lo "real maravilloso". Para ello 
              empieza por despejarse de lo maravilloso europeo, tal como lo han 
              formulado los últimos treinta años de literatura; 
              es decir: lo maravilloso del surrealismo. Dice Carpentier: Lo maravilloso, buscado a través de los viejos 
              clisés de la selva de Brocelianda, de los caballeros de la 
              Mesa Redonda, del encantador Merlín y del ciclo de Arturo. 
              Lo maravilloso, pobremente sugerido por los oficios y deformidades 
              de los personajes de feria -¿no se cansarán los jóvenes 
              poetas franceses de los fenómenos y payasos de la fete foraine, 
              de los que ya Rimbaud se había despedido en su alquimia del 
              Verbo?- Lo maravilloso, obtenido con trucos de prestidigitación, 
              reuniéndose objetos que para nada suelen encontrarse: la 
              vieja y embustera historia del encuentro fortuito del paraguas y 
              de la máquina de coser sobre una mesa de disección, 
              generador de las cucharas de armiño, los caracoles en el 
              taxi pluvioso, la cabeza de león en la pelvis de la viuda, 
              de las exposiciones surrealistas. O todavía, lo maravilloso 
              literario: el rey de la Julieta de Sade, el supermacho de Jarry, 
              el monje de Lewis, la utilería escalofriante de la novela 
              negra inglesa: Fantasmas, sacerdotes emparedados, licantropías, 
              manos clavadas sobre la puerta de un castillo. (p. 8) Las referencias no pueden ser mas explícitas. Aquí 
              Carpentier ataca no sólo la literatura surrealista, sino 
              sus más ilustres precursores. Condena en bloque a los que 
              buscan lo maravilloso en la fete foraine y sus milagros cotidianos, 
              pero también condena la espléndida herencia de la 
              novela gótica inglesa y del divino marqués. Sobre 
              todo condena los trucos de prestidigitación del más 
              delirante de todos: Isidore Ducasse, apócrifo conde de Lautréamont, 
              verdadero habitante de un Montevideo de pesadilla: la ciudad sitiada 
              diez años por Juan Manuel de Rosas durante la Guerra Grande. Al dirigir sus saetas contra tantos blancos dispersos (toda una 
              tradición literaria europea que arranca de las postrimerías 
              del siglo XVIII y se interna en los subterráneos del romanticismo 
              hasta alcanzar el sol negro del surrealismo), Carpentier está, 
              sin embargo, apuntando todas sus flechas hacia, o contra, un solo 
              blanco: André Breton. Porque es Breton el que ha concentrado 
              en su visión poética esa imaginería múltiple 
              de Rimbaud y la novela gótica, de lo maravilloso onírico 
              y el escándalo de Jarry, de la obra todavía secreta 
              de Sade. Es, sobre todo, Breton el que ha elevado a Isidore Ducasse 
              a una categoría única, por encima de todos los demás 
              dioses del panteón surrealista. Si en el primer Manifiesto 
              del Surrealismo (1924), Lautréamont aparece siempre destacado 
              por la admiración, es en el Segundo Manifiesto del Surrealismo 
              (1930), donde Breton se deja decir cosas como ésta: Je tiens à préciser que selon moi, 
              il faut se défier du culte des hommes, si grands apparemment 
              soient-ils. Un seul à part: Lautréamont, je n'en vois 
              pas qui n'aient laissé quelque trace equivoque de leur passage. 
              (p. 157)(4) La tirada continúa, como se sabe, con reservas sobre Rimbaud 
              ("Rimbaud s'est trompé, Rimbaud a voulu nous tromper"), 
              sobre Baudelaire (por la "prière a Dieu, réservoir 
              de toute force et de toute justice", como subraya el propio 
              Breton), sobre Edgar Poe ("Crachons, en passant sur Edgar Poe", 
              concluye, después de atacarlo por ser "le maître 
              des policiers scientifiques"). Estas feroces reservas contribuyen 
              a destacar aun más el elogio de Lautréamont. Por eso, 
              me parece importante subrayar que será contra el creador 
              de Maldoror que se dirigirán muchos de los dardos 
              de Carpentier: Lautréamont ocupara en él prólogo 
              a El reino de este mundo el lugar que le corresponde a Breton 
              pero a quien Carpentier prefiere no mencionar. SEGUNDA PARTE: EL ESCANDALO DEL 
              'MALDOROR' Pero antes de seguir con la lectura de este prólogo conviene 
              hacer una digresión biográfica. Como se sabe, Carpentier 
              habrá de llegar a Francia, en 1928, bajo la protección 
              de Robert Desnos. El narrador cubano había participado activamente 
              en las luchas de los intelectuales contra la dictadura de Machado, 
              había sido encarcelado (durante cuarenta días) en 
              la cárcel del Prado. A su salida de la cárcel conoce 
              a Robert Desnos, que se encontraba en Cuba como participante del 
              VII Congreso de la Prensa Latina, y corresponsal de La razón, 
              de Buenos Aires. Será Desnos quien prestará a Carpentier 
              su pasaporte y otras identificaciones para que pueda embarcar rumbo 
              a Europa. En Francia, Desnos lo presentará 
              a Breton, quien lo invita a colaborar en su revista, La révolution 
              surrealiste. De la mano de Desnos, Carpentier escribirá 
              algún texto surrealista ("El estudiante"), que 
              el poeta francés corregirá, y en general se mantendrá 
              en contacto inmediato con el grupo.(5) Esa protección de un poeta surrealista de los más 
              importantes es decisiva en esta etapa de su carrera. Recordemos, 
              al pasar, que en el primer Manifiesto, Breton había 
              dicho de Desnos: celui d'entre nous qui, peut-etre, s'est le plus 
              approché de la vérité surréaliste, celui 
              qui, dans des oeuvres encore inédites et le long des multiples 
              expériences auxquelles il s'est prête, a justifié 
              pleinement l'espoir que je plaçais dans le surréalisme 
              et me somme encore d'en attendre beaucoup. Aujourd'hui Desnos parlé 
              surréaliste a volonté. (pp. 43-44) Lamentablemente, seis años después 
              de publicado este texto, Breton y Desnos estaban peleados a muerte; 
              Breton expulsaría a Desnos del grupo surrealista; Desnos 
              se uniría a otros disidentes para firmar un texto terrible 
              contra Breton, Un cadavre (1930); Breton contraatacaría 
              en el Segundo Manifiesto.(6) Inútil 
              decir que en esta polémica, Carpentier acompañó 
              a Desnos. En un artículo poco conocido de ese mismo año, 
              "El escándalo de 'Maldoror'", publicado en la revista 
              Carteles, de La Habana (abril 20), examina Carpentier periodísticamente 
              la batalla entre Breton y los disidentes. Es un texto de escaso 
              valor literario, escrito en una vena fácil y hasta facilísima, 
              de nulo contenido crítico, pero revelador de la actitud pública 
              de Carpentier frente al surrealismo en aquellos días. El artículo glosa un escándalo ocurrido en un dancing 
              de Montparnasse pocos días antes. Por iniciativa de Roger 
              Vitrac, el corrosivo dramaturgo de Victor, ou les enfants au 
              pouvoir, se había bautizado un nuevo dancing con el ilustre 
              nombre del personaje creado en sus Cantos por Lautréamont. 
              Ese nombre era una provocación directamente orientada contra 
              Breton, cuya idolatría de Isidore Ducasse ya ha sido comentada. 
              Pero Breton no era hombre de dejar pasar tal provocación. 
              No en balde había escrito en el Segundo Manifiesto: L'acte surréaliste le plus simple consiste, 
              révolvers au poings, à descendre dans la rue et àtirer 
              au hasard, tant qu'on peut, dans la foule. (p. 155) Su venganza, esta vez, asumió sin embargo una forma menos 
              truculenta. Como la provocación no se había reducido 
              al bautismo del dancing con el sagrado nombre de Maldoror (también 
              se habían repartido entre el público ejemplares de 
              Un cadavre), Breton y los suyos primero enviaron una carta 
              al propietario del dancing ("redactada en el tono a lo Robespierre 
              que Breton adopta para las grandes ocasiones", apunta Carpentier) 
              en que lo instaban a cambiarle de nombre. Al no obtener respuesta 
              amenazaron con hacérselo cambiar a la fuerza. En su narración de estos acontecimientos, Carpentier utiliza 
              el conocido recurso (desde el prólogo del Quijote, 
              por lo menos) de inventar un amigo imaginario que es el que se encarga 
              de presentar los puntos de vista del autor. Por razones que no explica, 
              él prefiere no darse un papel, ni siquiera de testigo, en 
              estos acontecimientos. Inventa, pues, un Licenciado Martínez, 
              que habría estado en el Maldoror cuando los acólitos 
              de Breton deciden llevar a cabo sus amenazas. Por razones de síntesis, 
              reordeno aquí un poco la narración de Carpentier, 
              pero sin alterar una palabra: Habla, pues, "el licenciado Martínez": después de semanas de calma, 
              irrumpieron en el Maldoror el día en que la princesa 
              Paleologue ofrecía una fiesta en pyjamas (sic) (...) Una 
              fiesta encantadora. Todo marchaba muy bien... Pero de pronto, a 
              las doce y media en punto, entran siete señores con cara 
              trágica que nadie había invitado (recuerdo que uno 
              de ellos tenía abundante cabellera y se parecía un 
              poco a Titta Rufo).(7) Y, de repente, la emprenderá 
              a golpes, patadas y bastonazos con todas las mesas, botellas e instrumentos 
              musicales del establecimiento. Landeau, el dueño del Maldoror 
              organiza una resistencia con sus camareros y barmen. La fiesta 
              se transforma en batalla campal. Nadie sabía como pegaba 
              ni a quién pegaba. Las mujeres refugiadas en un estrado, 
              vaciaban cubos de hielo sobre los asaltantes. Los platos hendían 
              el aire. Hasta que, al final, la policía irrumpió 
              en el establecimiento, arrestando a los siete energúmenos, 
              a Landeau y a sus hombres... Lo que aconteció después, 
              lo ignoro. (pp. 16 y 74) Al contestar, Carpentier habrá de tranquilizar a su "amigo" 
              sobre el destino de los asaltantes: Dos horas después, tenga usted por seguro 
              que descansaban tranquilamente en sus lechos... Basta que la policía 
              parisiense se entere que una querella se lleva a cabo por una cuestión 
              de ideas y que sus promotores son intelectuales, para que se les 
              trate con el mayor respeto... En América habrían aprovechado 
              la oportunidad para acusarlos -sin fundamento alguno- de revolucionarios 
              o comunistas. No olvide usted, mi querido Licenciado, que he residido 
              durante más de un mes en el Prado No. 1, por haber firmado 
              un manifiesto en que declaraba "preferir el són al Charleston" 
              y lo cubano a lo extranjero. (p. 74) El interés de este artículo va un poco mas allá 
              de lo anecdótico y de su visible intento de presentar el 
              escándalo del Maldoror como la batalla de Hernani 
              del surrealismo. En dicho artículo, Carpentier también 
              hace un resumen del movimiento surrealista y se refiere (si bien 
              discretamente) a su participación en la querella literaria 
              de 1930. Allí señala, por ejemplo, la importancia 
              que los surrealistas conceden a Lautréamont: Y los suprarrealistas tienen sus clásicos. 
              Sobre todo un clásico a quienes cuidan celosamente, 
              y cuyos arcanos veneran: Isidoro Ducasse, Conde de Lautréamont, 
              autor de aquellos inquietantes Cantos de Maldoror, que lanzaron 
              maravillosos clamores de anarquía intelectual, de rebeldía 
              profunda, en los últimos años del siglo XIX... Los 
              iniciadores del movimiento suprarrealista, André Breton, 
              Louis Aragón, Robert Desnos, y otros de menor cuantía, 
              llegaron por un momento a tener el secreto anhelo de defender a 
              Isidoro Ducasse contra los peligros de una popularidad creciente 
              (ese poeta que pasó inadvertido en su época empezaba 
              a tener adeptos en lo que ha dado en llamarse el gran público)... 
              Pero nadie podía impedir que la posteridad se apresurara 
              en construir un pedestal para un hombre que sus contemporáneos 
              no supieron comprender... (p. 73) Precisamente, esa popularidad de Lautréamont (que iría 
              a justificar el bautismo del dancing con el nombre de su personaje 
              central), duplica en cierto modo la creciente popularidad del surrealismo, 
              y su expansión por el mundo. Carpentier 
              traza algunas etapas: revistas del grupo en Bélgica, exposiciones 
              de pintura surrealista en Barcelona, artículos sobre surrealismo 
              en el Brasil, la filmación en Francia de El perro andaluz 
              por dos españoles, Luis Buñuel y Salvador Dalí.(8) Estos ejemplos muestran una expansión que habría 
              de convertirse en dispersión: los más cercanos colaboradores 
              de Breton empiezan a publicar trabajos en revistas no surrealistas. 
              La reacción del maestro fue inevitable: André Breton, animador del movimiento, lanzó 
              algunos anatemas contra sus más caros amigos. La situación 
              se agravó. Y un buen día, doce escritores se separaron 
              definitivamente del núcleo central suprarrealista, publicando 
              un violentísimo manifiesto, titulado Un Cadáver, 
              contra Breton y su espíritu dictatorial, que se iba volviendo 
              tan insoportable como el de un Mussolini. Entre las doce firmas 
              que apoyan las ideas expuestas en el manifiesto, podría usted 
              hallar la mía, mi querido Licenciado. (p. 73) Una última observación sobre la óptica que 
              asume Carpentier en este período. Como se ve por este artículo, 
              su discrepancia con Breton no se extiende al surrealismo, ni a Lautréamont, 
              aunque sí (tal vez) a la beatificación de Lautréamont. 
              Por lo que dice el artículo, y también por lo que 
              no dice, es posible suponer que Carpentier comparte la actitud de 
              algunos: denunciar el tono magisterial de Breton, que podía 
              llegar hasta el anatema pronunciado con el empaque de un Robespierre. 
              Por lo tanto, es posible concluir que hacia 1930, Carpentier acompaña 
              a Desnos en sus ataques a Breton, ataques (insisto) que no se dirigen 
              contra los postulados surrealistas mismos. Por otra parte, tal vez 
              haya que tener en cuenta otro elemento, que no surge explícitamente 
              de los textos literarios pero que puede reconocerse, implícitamente, 
              en algunos. Me refiero a la discrepancia política entre Breton 
              y Desnos. El surrealismo pretendía ser no sólo una 
              revolución literaria sino una revolución total. Como 
              se sabe, Breton acompañó durante algún tiempo 
              la revolución soviética. Pero su simpatía por 
              este movimiento nunca dejó de ser crítica. Hacia 1930, 
              cuando ya se está organizando en forma cada vez más 
              totalitaria la doctrina estética del realismo socialista, 
              el grupo surrealista se divide en dos. Los que acompañan 
              a Breton se negarán a suscribir todos los postulados estéticos 
              de revolución por su parte, Desnos los suscribirá 
              reiteradas veces. La escisión literaria se dobla así 
              de una política. Hay, por suerte, más documentación 
              de primera mano sobre este período. Así, en 1931, 
              se publica en París el primer y único número 
              de una revista en español que dirige Elvira de Alvear y cuyo 
              secretario de redacción es Carpentier. En ese único 
              numero se público, entre otras cosas, una encuesta, "Conocimiento 
              de América Latina", a la que responden Ribemont-Dessaignes, 
              Michel Leiris, Georges Bataille, N. Frank, R. Vitrac, W. Mehring, 
              Philippe Soupault, Z. Reich, Robert Desnos y A. Kreymborg. Es fácil 
              advertir en esa lista a varios de los firmantes del célebre 
              manifiesto contra Breton. Para promover la revista en Cuba, Carpentier escribe un artículo, 
              "América ante la joven literatura europea", que 
              publica en Carteles (junio 28, 1931) y que dedica más 
              de la mitad del texto a resumir los puntos de vista de algunos de 
              los participantes en la encuesta. Entre ellos, destaca el de Desnos, 
              que es presentado con estas palabras: "Definiendo netamente 
              su ideología política, Robert Desnos se sitúa 
              en el plano marxista". Sigue una cita que transcribo en su 
              totalidad: Tengo la certidumbre -afirma- que esta efervescente 
              tierra virgen y fértil será el teatro de acontecimientos 
              formidables en la evolución del estado social del mundo... 
              Pero importa ante todo que la evolución social de América 
              Latina se lleve al cabo en el plano social. Lo que nos interesa 
              en las conmociones de ese continente, no es saber que un general 
              ha sido fusilado por orden de otro general; que la "libertad" 
              ha sido hallada una vez más por un partido, al derribar a 
              otro partido que, a su vez, salvará la libertad en 
              la próxima ocasión. Lo que nos interesa es el destino 
              del cortador de caña cubano, del sembrador de caña 
              del Brasil y de sus trabajadores, del peón de ganadería 
              argentino, del minero peruano, del viticultor chileno. En cuatro 
              palabras: el destino del proletariado... En la época actual, 
              época en que todo el poder del capitalismo es debido a una 
              larga experiencia social, a una técnica apropiada, a planos 
              inflexiblemente realizados, es importante que el proletariado latinoamericano 
              no se deje vencer por esa ciencia, por el capital al servicio del 
              cual labora, quiéralo o no... Menos frases, menos lirismo. 
              Si tales factores forman parte del medio, si son útiles y 
              hasta necesarios durante los días de acción, es sin 
              embargo, indispensable desterrarlos de los programas. 
              Los movimientos futuros deben ser movimientos de clases, y no movimientos 
              de minorías, animadas por las mejores intenciones, pero exentas 
              de todos los sufrimientos que hacen nacer el choque entre individuos... 
              El estado futuro de las clases trabajadoras de América Latina, 
              nos interesa más que el incendio de tal o cual palacio, el 
              nombre de tal o cual cabecilla revolucionario, los hechos de tal 
              o cual héroe. (p. 30)(9) En el mismo artículo, Carpentier aprovecha la ocasión 
              para situarse como escritor frente a las afirmaciones de sus colegas 
              europeos y para dar algunos consejos a los jóvenes escritores 
              latinoamericanos. Repasemos ambos aspectos de su declaración. 
              El mismo plantea el primer tema en estos términos: Después de transcribir estos párrafos, 
              se me antoja que mi adhesión a tales opiniones ha de colocarme 
              en una situación equívoca ante muchos ojos... ¿Cómo? 
              -me preguntarán algunos- ¿usted que ha invertido varios 
              años de labor en estudiar y definir los nuevos valores musicales, 
              pictóricos y literarios de la vieja Europa? ¿Usted 
              aprueba la afirmación de Philippe Soupault, cuando nos dice 
              que "debemos dejar de volvernos hacia ese continente?..." 
              A eso responderé que no solamente apruebo estas afirmaciones, 
              sino que las creo cada vez más necesarias en la época 
              actual. (p. 54) Pasa, luego, Carpentier a hacer un reseña del espíritu 
              de imitación que, según él, "ha tenido 
              la deplorable consecuencia de retrasar en muchos lustros nuestras 
              expresiones vernáculas". Se subraya la deuda de nuestra 
              literatura con el romanticismo, el parnasianismo, el simbolismo 
              (Darío, "hijo espiritual de Verlaine"; Herrera 
              y Reissig, de Theodore de Banville), etc., etc. La situación 
              hoy es distinta: la reacción contra tal espíritu ha 
              comenzado a producirse, pero es todavía una reacción 
              de minorías. Los Güiraldes, los Diego Rivera, los Héctor 
              Villa-Lobos, los Mariano de Azuela (sic), son todavía excepciones 
              en nuestro continente". Muchos sectores artísticos de 
              América viven actualmente bajo el signo de Gide, cuando no 
              de Cocteau o simplemente la Lacretelle. Es éste uno de los 
              males -diremos una de las debilidades- que debemos combatir arduamente. 
              (p. 54) Carpentier observa, a continuación que no basta con proponerse 
              cortar con Europa: Todo arte necesita una tradición de oficio. 
              En arte, la realización tiene tanta importancia como 
              la materia prima de una obra. (...) Por ello es menester que los 
              jóvenes de América conozcan a fondo los valores representativos 
              del arte y la literatura moderna de Europa; no para realizar una 
              despreciable labor de imitación y escribir, como hacen muchos, 
              novelistas sin temperatura ni carácter, copiadas de algún 
              modelo de allende los mares, sino para tratar de llegar al fondo 
              de las técnicas, por el análisis, y hallar métodos 
              constructivos aptos a traducir con mayor fuerza nuestros pensamientos 
              y nuestras sensibilidades de latinoamericanos. (...) Conocer técnicas 
              ejemplares para tratar de adquirir una habilidad paralela, y movilizar 
              nuestras energías en traducir América con la mayor 
              intensidad posible; tal habrá de ser siempre nuestro credo 
              por los años que corren -mientras no dispongamos, en América, 
              de una tradición de oficio. (p. 54) El artículo incluye también una breve apología 
              pro opera sua en que Carpentier detalla lo que ha realizado 
              hasta ahora y concluye: Si he creído útil, en los terrenos 
              del periodismo, el dar a conocer los valores representativos del 
              arte moderno europeo, me he separado siempre del viejo continente 
              en mi labor personal de creación. Todos mis textos publicados 
              en París y en Berlín están nutridos de esencias 
              criollas. Mis novelas en camino no se separan de nuestra isla -como 
              puede juzgarse por los fragmentos de una de ellas. Ecué-Yambá-O, 
              publicada en el primer numero de Imán. (p. 54) Es indudable la importancia de este artículo para situar 
              a Carpentier no sólo en relación con su obra futura 
              (de esto hablaremos más adelante) sino en relación 
              con la actitud política de Desnos. Al destacar la posición marxista de su amigo (posición 
              que supone adhesión a los postulados soviéticos del 
              momento), y al acompañar esa declaración de Desnos 
              con su propia adhesión a una literatura nacionalista y hasta 
              criollista, Carpentier está acentuando implícitamente 
              la separación con el grupo de Breton. Esto no quiere decir, 
              aclaro, que Carpentier comparta todos los postulados del realismo 
              socialista. Si bien la novela que estaba escribiendo entonces, que 
              publicaría sólo en 1933, está inscrita en una 
              línea realista y criollista, en ella se hace lugar (aunque 
              en forma narrativa algo torpe) al mundo mágico de la superstición 
              afro-cubana. Desde este punto de vista, Carpentier parece situarse 
              en una posición ambigua entre el realismo marxista (el héroe 
              de la novela es un "proletario") y sus propios intereses 
              en el ritual y arte afro-cubano. También resulta ambiguo 
              su apoyo a Desnos (en este artículo y en el anterior sobre 
              el escándalo del Maldoror), al tiempo que subraya 
              la necesidad del artista latinoamericano de crearse una tradición 
              de oficio. Tal es la situación de Carpentier en 1930 
              y tantos. En 1949, cuando publica El reino de este mundo, 
              muchas cosas habrían cambiado. En ese intervalo, Carpentier 
              renegaría de Ecué-Yambá-O y de su criollismo 
              superficial; también habrá de renegar (como se ha 
              visto) del realismo socialista y de la literatura falsamente "engagée". 
              Su posición frente al surrealismo habrá sufrido también 
              algunas modificaciones. Es hora de que volvamos a 1949, después 
              de esta larga digresión biográfica. TERCERA PARTE: EL DESCUBRIMIENTO 
              DE HAITI Hay una cierta ambigüedad en la actitud que muestra Carpentier 
              hacia el surrealismo en 1949. Por esos años, el escritor 
              cubano (pero de padres europeos) parece todavía muy empeñado 
              en subrayar sus raíces americanas. De ahí su rechazo 
              de la utilería maravillosa del surrealismo, que hemos citado 
              al comienzo de este trabajo, y sus ataques a Lautréamont 
              (id est: a Breton); lo que permite separarse nítidamente 
              de un movimiento que es, al fin y al cabo, europeo en sus orígenes. 
              Pero la ambigüedad de esta actitud se hace más evidente 
              si se confrontan con cuidado algunos textos del prólogo con 
              otros de los Manifiestos de Breton. Ya se ha visto que Carpentier 
              acusa a Lautréamont, sin nombrarlo, por los "trucos 
              de prestidigitación" al reunir objetos que "para 
              nada suelen encontrarse". Esta alusión a la famosa imagen 
              del paraguas y la máquina de coser sobre la mesa de disección 
              es tan clara que él mismo se encarga de explicitarla. En 
              la página siguiente hay otra referencia a Lautréamont: Pobreza imaginativa, decía Unamuno, es aprenderse 
              códigos de memoria. Y hoy existen códigos de lo fantástico, 
              basados en el principio del burro devorado por un higo, propuesto 
              por los Cantos de Maldoror como suprema inversión de la realidad... 
              (p. 9) Lo sorprendente, después de esta condena radical, es que 
              más adelante en el mismo prólogo, un paréntesis 
              rescata a Isidore Ducasse del ostracismo al que parecía condenado. 
              Dice Carpentier: (Hay, por otra parte, una rara casualidad en el hecho 
              de que Isidore Ducasse, hombre que tuvo un excepcional instinto 
              de lo fantástico-poético, hubiera nacido en América 
              y se jactara tan enfáticamente, al final de uno de sus cantos, 
              de ser "Le Montevidéen"). (p. 15) No menos paradójica es la actitud de Carpentier frente a 
              la novela gótica inglesa que él llama, a la francesa, 
              "novela negra". Ya se ha visto como él denuncia 
              su imaginería escalofriante de fantasmas, sacerdotes emparedados, 
              lobizones, etc. Este rechazo intelectual -al nivel del discurso- 
              no le impide echar mano a la misma utilería en el texto de 
              su relato. Así, en el capítulo I de la primera parte 
              de El reino de este mundo, se atribuye a Mackandal la especie 
              de que las mujeres de los reyes europeos se enrojecían las mejillas con sangre de buey 
              y enterraban fetos de infantes en un convento cuyos sótanos 
              estaban llenos de esqueletos rechazados por el cielo verdadero... 
              (p. 31) Esos esqueletos de infantes ilegítimos son parte de la imaginería 
              gótica de la estupenda novela The Monk, de Mathew 
              Lewis, uno de los padres de la visión surrealista. Al rechazar lo maravilloso onírico o poético de los 
              surrealistas europeos, Carpentier vuelve su mirada, ávida 
              de lo sobrenatural, hacia el contorno americano. Es durante un viaje 
              a Haití, en 1943, con la compañía teatral Louis 
              Jouvet, -curioso destino el de Carpentier que siempre descubre el 
              nuevo mundo de la mano de algún representante de la cultura 
              francesa-, cuando se produce la revelación. Carpentier la 
              cuenta así: A fines del año de 1943 tuve la suerte de 
              poder visitar el reino de Henri Christophe -las ruinas, tan poéticas, 
              de Sans-Souci; la mole, imponentemente intacta a pesar de rayos 
              y terremotos, de la Ciudadela La Ferrière- y de conocer la 
              todavía normanda Ciudad del Cabo -el Cap Français 
              de la antigua colonia-, donde una calle de larguísimos balcones 
              conduce al palacio de cantería habitado antaño por 
              Paulina Bonaparte. Después de sentir el nada mentido sortilegio 
              de las tierras de Haití, de haber hallado advertencias mágicas 
              en los caminos rojos de la Meseta Central, de haber oído 
              los tambores del Petro y del Rada, me vi llevado a acercar la maravillosa 
              realidad recién vivida a la agotante pretensión de 
              suscitar lo maravilloso que caracterizó ciertas literaturas 
              europeas de estos últimos treinta años. (p. 8) En 1943 Carpentier descubre en las ruinas del reino de Henri Christophe 
              y en las huellas arquitectónicas de Paulina Bonaparte, una 
              escritura de lo maravilloso que él habría de decodificar 
              en lo real y no en la literatura. Ese descubrimiento no sólo 
              lo vuelca, polémicamente, contra los productos de la industria 
              surrealista, sino que lo convierte en ávido cazador de lo 
              real. Pero lo real de esa maravillosa tierra de América. Él mismo proporciona en el prólogo una definición 
              de lo real maravilloso. Dice así: lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca 
              cuando surge de una inesperada alteración de la realidad 
              (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, 
              de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora 
              de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación 
              de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con 
              particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu 
              que lo conduce a una moda de 'estado limite'. Nada hay en esta formulación que contradiga una visión 
              muy general de lo maravilloso que ya estaba en la literatura europea 
              desde sus orígenes, y que los surrealistas habían 
              codificado a su manera. Si se acude a los textos más difundidos 
              de Breton, tal como aparecen en sus Manifiestos, es posible 
              advertir las coincidencias esenciales. Conviene advertir, sin embargo, 
              que hay una diferencia fundamental en el punto de partida: en tanto 
              que Carpentier busca lo maravilloso en lo real (limitando de esta 
              manera el campo de su búsqueda v situando en el mundo exterior 
              el objeto de su investigación), Breton no conoce ninguna 
              limitación. Antes bien, empieza su búsqueda precisamente 
              a partir del sujeto mismo. Así en el primer Manifiesto no deja de reconocer 
              la influencia de Freud y señala los sueños y la escritura 
              automática como las dos vías de acceso al subconsciente 
              creador. De ahí su famosa definición: SURREALISME, n.m. Automatisme psychique pur par lequel 
              on se propose d'exprimer, soit verbalement, soit paréecrit, 
              soit de toute autre manière, le fonctionnement réel 
              de la pensee. Dictée de la pensée, en l'absence de 
              tout contrôle exercé par la raison, en dehors de toute 
              préocupation esthétique ou morale.  ENCLY, Philos. Le surréalisme repose sur la 
              croyance à la réalité supérieure de 
              certaines formes d'associations négligées jusqu'à 
              lui, a la toute puissance du rêve, au jeu desintéressé 
              de la pensée. Il tend à ruiner définitivement 
              tous les autres mecanismes psychiques et à se substituer 
              à eux dans la résolution des principaux problèmes 
              de la vie. (p. 40) Pero esta diferencia en el punto de partida y las dimensiones de 
              la búsqueda, no impide las coincidencias en ciertos aspectos 
              básicos. Así, en el primer Manifiesto, Breton dirá 
              con esperanza: Je crois à la résolution future de 
              ces deux états, en apparence si contradictoires, que sont 
              le rêve et la réalité, en uns sorte de réalité 
              absolue, de surréalité, si I'on peut ainsi 
              dire. (p. 27) En la misma página hay una afirmación de lo maravilloso 
              que completa el enfoque de Breton del segundo de los dos términos 
              utilizados más tarde por Carpentier. Pour cette fois, mon intention était de faire 
              justitice de la baine du merveilleux qui sévit chez 
              certains hommes, de ce ridicule sous lequel ils veulent le faire 
              tomber. Tranchons-en: la merveilleux est toujours beau, n'importe 
              quel merveilleux est beau, il n'ya même que le merveilleux 
              qui soit beau. (p. 27) Un poco más adelante, en una nota al pie de la página 
              en que comenta, con elogio, The Monk ("Le souffle du 
              merveilleux l'anime tout entier"), dirá Breton: Ce quil ya d'admirable dans le fantastique, c'est 
              qu'il n'y a plus de fantastique: il n'y a que le réel. (p. 
              28) En la última instancia, lo fantástico, lo maravilloso 
              y lo real, todo es uno para Breton. En el Segundo Manifiesto 
              hay una frase en el mismo sentido: Tout porte àcroire qu'il existe un certain 
              point de l'esprit d'où la vie et la mort, la réel 
              et l'imaginaire, le passé et le futur, le communicable et 
              l'incommunicable, le haut et le bas cessent d'être perçus 
              contradictoirement. (p. 154) Con esta nota, es permisible concluir el cotejo. Si bien Carpentier 
              no comparte explícitamente los postulados del automatismo 
              o de la creación onírica, su definición de 
              lo real maravilloso no excluye precisamente esa "inesperada 
              alteración de la realidad (el milagro) ", para usar 
              sus propias palabras, que Breton y los surrealistas buscaban por 
              otros caminos más rigurosos. Incluso cuando Carpentier se 
              refiere a las escalas y categorías de la realidad, percibidas 
              con particular intensidad en virtud de una exaltación del 
              espíritu que lo conduce a un 'estado límite' ", 
              sus palabras tienen un indiscutible cuño bretoniano. La discrepancia 
              no estaría aquí, por lo tanto. Para entenderla mejor, 
              volvamos al texto de Carpentier arriba citado. Después de 
              hablar del 'estado límite', agrega esta sentencia: Para empezar, la sensación de lo maravilloso 
              supone una fe. (p. 11) Si se recuerda la inquina de Breton contra toda forma de religión 
              ("Tout est àfaire, tous les moyens doivent être 
              bons à employer pour ruiner les idées de famille, 
              de patrie, de religion", dice y subraya en el 
              Segundo Manifiesto, p. 159), es obvio que Carpentier está 
              apuntando aquí una discrepancia mayor con el surrealismo 
              ortodoxo. Por eso, insiste un poco más abajo: Los que no creen en santos no pueden 
              curarse con milagros de santos (...) De ahí que lo maravilloso 
              invocado en el descreimiento -como lo hicieron los surrealistas 
              durante tantos años- nunca fue sino una artimaña literaria, 
              tan aburrida, al prolongarse, como cierta literatura onírica 
              'arreglada', ciertos elogios de la locura, de los que estamos muy 
              de vuelta. (pp. 11-12)(10) La parrafada termina, después de atacar de paso al existencialismo 
              y a la literatura "engagée", como ya se ha visto, 
              con una afirmación contundente. Para Carpentier, los surrealistas 
              no son capaces ni  de concebir una mística válida ni de 
              abandonar los más mezquinos hábitos para jugarse el 
              alma sobre la terrible carta de una fe. (p. 12) A este fracaso, opone él su descubrimiento en Haití. 
              Allí encuentra una tierra en donde millares de hombres habrían 
              creído, según él mismo aclara en el prólogo, 
              en los poderes licantrópicos de Mackandal, a 
              punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día 
              de su ejecución. Conocía ya [dirá luego Carpentier] 
              la historia prodigiosa de Bouckmann, el iniciado jamaiquino. Había 
              estado en la Ciudadela La Ferrière, obra sin antecedentes 
              arquitectónicos, únicamente anunciada por las Prisiones 
              imaginarias del Piranese. Había respirado la atmósfera 
              creada por Henri Christophe, monarca de increíbles empeños, 
              mucho más sorprendente que todos los reyes crueles inventados 
              por los surrealistas, muy afectos a tiranías imaginarias, 
              aunque no padecidas. A cada paso hallaba lo real maravilloso. 
              (p. 13) No será, pues, en las visiones de la literatura sino en 
              las visiones de la historia; no en la imaginacion onírica 
              sino en las ruinas verdaderas; no en la geografia de los libros 
              sino en la topografia real donde habrá de encontrar Carpentier 
              lo maravilloso. Es decir: esta categoría de la obra 
              de arte (según las retóricas europeas) se le aparecerá 
              como un elemento de toda la realidad americana. Ya que no se trata 
              sólo de Haití, como aclara luego: esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no 
              era privilegio único de Haití, sino patrimonio de 
              la América entera, donde todavía no se ha terminado 
              de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías (p. 
              13) Inspirado por esta visión de la realidad americana, Carpentier 
              recorre en su discurso la historia de América, vuelve (es 
              como una obsesión) al Conde de Lautréamont para reponer 
              a aquel montevideano de París, el Mackandal licantrópico 
              de Haití. La conclusión de este rápido periplo 
              es obvia:  por la virginidad del paisaje, por la formación, 
              por la ontología, por la presencia fáustica del indio 
              y del negro, por la Revelación que constituyó su reciente 
              descubrimiento, por los fecundos mestizajes que propició, 
              América esta muy lejos de haber agotado su caudal de mitología. 
              (p. 15-16) El final del prólogo, unas cuantas líneas mis abajo, 
              no puede ser mas explícito: ¿Pero que es la historia de América 
              toda sino una crónica de lo real maravilloso? (p. 17) O sea: contra los misterios fabricados artísticamente por 
              los surrealistas europeos -los paraguas disecados, los lobisones 
              de novela, los reyes crueles de teatro- levanta Carpentier la geografía 
              y la historia de América, sus ruinas y leyendas, su entronque 
              con el vaudou, con las oscuras mitologías precolombinas, 
              su mestizaje fecundo. Años más tarde, al recoger este prólogo en 
              su libro, Tientos y diferencias, Carpentier agregaría 
              al comienzo unas páginas prescindibles sobre China, el Islam, 
              la Unión Soviética y Praga, además de un pequeño 
              desarrollo sobre las crónicas de la conquista (el libro de 
              Bernal Díaz del Castillo le parece "el único 
              libro de caballería real y fidedigno que se haya escrito") 
              y sobre las maravillas reales de su historia. También agrega 
              una nota en que afirma: El surrealismo ha dejado de constituir, para nosotros, 
              por proceso de limitación muy activo hace todavía 
              quince años, una presencia erróneamente manejada. 
              Pero nos queda lo real maravilloso de índole muy distinta, 
              cada vez más palpable y discernible, que empieza a proliferar 
              en la novelística de algunos novelistas jóvenes de 
              nuestro continente. (p. 95) No se puede encarecer bastante la importancia 
              de esta nota que, a la vez que pone en un contexto actual la actitud 
              de Carpentier hacia el surrealismo, subraya la vigencia de su concepción 
              de lo real maravilloso en la nueva novela latinoamericana. (11)   1 Véase, 
              por ejemplo, La novela en América latina: Diálogo, 
              por Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa (Lima, 
              Carlos Milla Batres y Universidad Nacional de Ingeniería, 
              s.a. 1969), especialmente las pp. 16-21. También se refiere 
              García Márquez a la realidad maravillosa de América 
              en su entrevista con Armando Durán, "Conversaciones 
              con Gabriel García Márquez", in Revista Nacional 
              de Cultura (Caracas, No. 185, julio-setiembre, 1968), pp. 20-31. 
              (Volver) 2 Cito por la 
              primera edición: México, EDIAPSA. 1949, 193 pp. Al 
              final de cada cita se indica entre paréntesis el número 
              de la página.(Volver) 3 Uno de los 
              primeros, si no el primero, en usar la expresión "realismo 
              mágico", fue el crítico alemán Franz Ruh 
              en su libro, Nach-Expressionismus. Magischer. Realismus Probleme 
              del Neusten Europaischen Malerel. (Leipzig, Klinkhardt & 
              Bierman, 192). Se ocupa el crítico sobre todo de la pintura 
              europea post-expresionista. En la Revista de Occidente (Madrid, 
              año, No. 48, junio 1927, pp. 274-301) se transcribieron algunas 
              páginas del libro, bajo el título (invertido y algo 
              simplificado) de "Realismo mágico. Problemas de la pintura 
              europea más reciente" El mismo año, la Revista 
              publicó en sus ediciones la obra completa, intercalando después 
              de Realismo mágico, el omitido título original: Post-expresionismo. 
              Es muy probable que haya sido esta doble publicación española 
              que aseguró la fortuna de la expresión "realismo 
              mágico" en la crítica de nuestra lengua. Tal 
              vez el primero en aplicársela a Carpentier haya sido Fernando 
              Alegría en un artículo, "Alejo Carpentier: Realismo 
              mágico", publicado en Humanitas (Universidad 
              de Nueva Leon, Nuevo México. No. 1, 1960) y reproducido ahora 
              en Homenaje a Alejo Carpentier (New York, Las Americas Publishing 
              Co., 1970, pp. 33-69), que editó Helmy F. Giacoman: En su 
              artículo, Alegría cita algunas frases del prólogo 
              a El reino de este mundo, sobre lo real maravilloso, y califica 
              su actitud de "realismo mágico" pero sin elucidar 
              las diferencias entre una y otra fórmula. El que intenta 
              tal elucidación es Emil Volek en "Análisis e 
              interpretación de El reino de este mundo y su lugar 
              en la obra de Alejo Carpentier", publicado Unión 
              (Habana, año VI, No. 1, 1969) y reproducido en el mismo volumen, 
              antológico (pp. 145-178).(Volver) 4 Cito por la 
              edición de los Manifestes du Surréalisme, publicada 
              por Jean-Jacques Pauvert (Paris, 1965).(Volver) 5 Sobre sus 
              relaciones con Robert Desnos ha escrito Carpentier en un artículo 
              recogido en Tientos y diferencias (Habana, Ediciones Unión, 
              196; hay Una primera edición de México, UNAM, 1964), 
              bajo el título de "Ser y estar. Robert Desnos, el hombre-poeta" 
              (pp. 75-79 de la edición cubana), También se ha referido 
              a él en una entrevista concedida a Cesar Leante y publicada 
              en el periódico Cuba (Habana, año III, No. 
              24, abril, 1964) bajo el título de "Confesiones sencillas 
              de un escritor barroco". (Está reproducida en el volumen 
              editado por Giacaman, pp. 11-31). En ambos textos hay referencias 
              explícitas a las relaciones de Carpentier con el surrealismo 
              pero he preferido estudiar aquí los textos contemporáneos 
              a los mismos incidentes, en vez de estas reminiscencias a la distancia. 
              Para todo el material complementario, me he apoyado en la erudición 
              carpenteriana del profesor Klaus Müller-Bergh, quien no sólo 
              me ha facilitado el capítulo biográfico de su libro 
              inédito sobre Carpentier, sino que también me ha proporcionado 
              copia de artículos desconocidos del narrador cubano y que 
              se citan más adelante en este trabajo. Una vez más, 
              reitero mi agradecimiento al amigo Müller Bergh.(Volver) 6 En Maurice 
              Nadeau, Histoire du Surréalisme, suivie de Documents surréalistes 
              (Paris, Editions du Seuil, 1970), se puede seguir el proceso general 
              de esta disputa. Naturalmente, Nadeau no cita, ni tal vez conoce, 
              los documentos de Carpentier aquí invocados.(Volver) 7 No sabemos 
              a quién se refiere Carpentier en este paréntesis. 
              Tal vez al propio Breton quien, de acuerdo a la fotografía 
              de la época, lucía "abundante cabellera". 
              Pero la identificación no es segura. En Nadeau no hay referencia 
              alguna a este incidente del dancing Maldoror.(Volver) 8 Carpentier, 
              por error, afirma que el film fue hecho en España. En la 
              filmografía que incluye J. Francisco Aranda en su libro sobre 
              Luis Buñuel (Barcelona, Editorial Lumen,1969, p. 400) 
              se da como rodado en París y Le Havre.(Volver) 9 En el mismo 
              número de Imán se reproduce también 
              un artículo de Robert Desnos sobre Lautréamont que 
              coincide sustancialmente con el enfoque expresado arriba por Carpentier, 
              Carpentier ha recogido este artículo de Desnos sobre Lautréamont 
              y también su respuesta a la encuesta de Imán 
              en un apéndice, "Dos textos inéditos de Robert 
              Desnos", a su libro, Tientos y Diferencias (Habana, 
              pp. 101-110).(Volver) 10 Tal vez 
              se encuentre aquí una alusión a la doctrina contenida 
              en libros como L'amour fou y Nadia, de André Breton.(Volver) 11 En un artículo 
              recogido el mismo 1949 en el volumen, Tristán e Isolda 
              en Tierra Firme. Ensayos americanos (Caracas, Imprenta Nacional, 
              p, 36), Carpentier se refiere explícitamente a Breton:  Hacia el año 1927, centenares 
              de jóvenes latinoamericanos creyeron que era un "deber 
              de modernidad" rechazar a Paul Claudel, porque unos cuantos 
              surrealistas lo hubieran tratado públicamente de cerdo en 
              un manifiesto cuya lectura actual se hace particularmente odiosa 
              a quienes supieron admirar la heroica resistencia francesa. Hoy 
              resulta evidente que, en aquellos años, teníamos mucho 
              más que aprender con la meditación de La Zapatilla 
              de Raso de Claudel, que acababa de publicarse en las ediciones 
              del Roseau d'Or, y que se emparentaba magníficamente 
              con nuestro patrimonio hispánico, que con la lectura del 
              Primer de Breton - papel de consumo exclusivamente local. Un poco más adelante, 
              volverá a citar a Claudel con elogio y lo asociará 
              con Bloy y Peguy, subrayando que en las obras de los tres encontramos 
              siempre una grandeza de tono, una cierta elevación del lirismo, 
              que se debe indudablemente -olvidemos que sea la fe católica- 
              a la presencia y militancia de una fe (p. 38). Una vez más, aunque sea 
              con el ejemplo de poetas y escritores católicos, Carpentier 
              opondrá al ateismo de Breton, la "grandeza" de 
              una fe.(Volver)   |