|  | "Tal vez se llame Jonás"(Glosas a León Felipe)
 En Marcha, Montevideo, nº 387, 11/07/1947
 p. 14-15.
   
              
                |  |  La poesía de León-Felipe, por su peculiar naturaleza, 
              plantea al crítico una penosa elección: o se mantiene 
              fuera sin poder gozar casi ninguna de sus esencias, o entra en el 
              juego y abdica su independencia, su imparcialidad, sus privilegios. 
              En efecto, el encendido acento profético de León-Felipe, 
              su desprecio apenas velado por los técnicos (eruditos, antólogos, 
              críticos), la constante y sistemática modificación 
              de los cuadros en que es ofrecida su poesía (un mismo poema 
              recorre sucesivamente todos los libros del autor, cambiando el título 
              o epíteto inicial, perdiendo líneas, ganando otras, 
              etc.), el hecho de ser sus versos comentados infatigablemente por 
              el mismo autor, todas estas circunstancias especiales (y algunas 
              que olvido) entorpecen o anulan la habitual labor crítica.Por ello, me parece más razonable, más modesto, 
              no elegir y reducirse a glosar al poeta, con un poco más 
              de lucidez o un poco más de independencia que la habitual 
              en los glosadores.
 El viento y la llama Conviene empezar por un rápido examen de la naturaleza de 
              la poesía creada por León-Felipe. Ante todo se debe 
              recordar que el protagonista es el Viento. Ya lo anticipaba el poeta 
              en su verso primero, "escrito hace ya muchos años".  No andes errantey busca tu camino.
  Dejadme,
 ya vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio...
 Ahora, ese viento fuerte se ha convertido en el Viento creador, 
              "mi antólogo, mi colaborador y el dictador. El que selecciona, 
              el que me ayuda, el que me dicta... y el que manda". 
              O, si se prefiere, esta declaración en verso: Porque el Viento es un exigente cosechero:el que elige el trigo, la uva y el verso;
 el que sella el buen pan,
 el buen vino
 y el poema eterno...
 y al fin de cuentas, mi último antólogo fidedigno 
              será Él: el Viento,
 el Viento que se lleva a la aventura el discurso y la canción...
 ¡El Viento!
 Antólogos... ¡el que decide es el Viento!
 O, redondeando más el pensamiento en otro poema: Y todo es una canción compuesta para el Viento, de la 
              cual, después, este [desmemoriado y único espectador
 apenas podrá recordar unas palabras.
 Pero estas palabras que recuerde son las que no olvidan nunca las 
              piedras.
 Porque el Viento es el único creador y el poeta sus instrumentos: Y alguien, ese Viento que busca un embudo de trasvase, dice 
              junto a mí, dándome [con el pie:
 Aquí está; haré bocina con este hueco y viejo 
              cono de metal;
 meteré por él mi palabra y llenaré de vino 
              nuevo la vieja cuba del mundo. ¡Levántate!
 ¿Y cómo es la poesía del Viento? En una declaración 
              fechada en México, 1933, decía León-Felipe: 
              "Por hoy y para mí, la Poesía no es más 
              que un sistema luminoso de señales. Hogueras que encendemos 
              aquí abajo, entre tinieblas encontradas, para que alguien 
              nos vea, para que no nos olviden. ¡Aquí estamos, Señor! 
              Y todo lo que hay en el mundo es mío y valedero para entrar 
              en un poema, para alimentar una fogata. Todo. Hasta lo literario, 
              como arda y se queme. Y no vale menos un proverbio rodado que una 
              imagen virginal; un versículo de la Revelación que 
              el último slang de las alcantarillas. Todo buen combustible 
              es material poético excelente. 'Sé que en mi palomar 
              hay palomas forasteras decía Nietzsche, pero 
              se estremecen cuando les pongo la mano encima'. Lo importante 
              es este fuego que lo conmueve todo por igual lo que viene 
              en el Viento y lo que está en mis entrañas, 
              este fuego que lo enciende, que lo funde, que lo organiza todo en 
              una arquitectura luminosa, en un guiño flamígero bajo 
              las estrellas impasibles. Y que no diga ya nadie: está fórmula 
              es vieja y vernácula y aquella otra es nueva y extranjera, 
              porque no ha habido nunca más que una sola fórmula 
              para componer un poema: la fórmula de Prometeo". Esa 
              estética es recogida, confirmada y ampliada en 1943, con 
              estas palabras: "Esta es mi estética, vieja ya y perdurable 
              aún. Vieja porque fué escrita antes de la tragedia 
              actual del mundo, y perdurable porque dentro de las tinieblas de 
              esta tragedia me sigue pareciendo la única: la estética 
              de un barco perdido en la niebla. Hoy más que nunca es para 
              mí la Poesía fuego organizado, señal, llamada 
              y llamarada de naufragio. Y 'todo buen combustible es material 
              poético excelente'. Todo. Hasta la prosa. La prosa aquí, 
              ahora no es ni excipiente ni exégesis tan sólo. Es 
              un elemento poético que gana calidad no con el ritmo sino 
              con la temperatura. La línea de la llama es hoy la línea 
              organizada y arquitectónica del poema. El fuego tiene ahora 
              una lógica y una dialéctica propias, lo mismo que 
              la razón. La imagen vale tanto como la ley, pero la imagen 
              encendida. La Poesía de esta hora, para ganar un lugar en 
              las avanzadas del conocimiento, no ha de ser música, ni medida, 
              sino fuego". Y en esta frase rotunda sintetiza León-Felipe 
              su pensamiento: "El poeta es carne encendida 
              nada más. Y la Poesía, una llama sin tregua" 
              (1). Para confirmar, en otro lado: "el 
              verso es más grito que ritmo y la canción una tea 
              encendida". Esa poesía llama, tea encendida acepta todos 
              los aportes del mundo. "Vuelvo a repetir (dice en otro momento 
              el poeta): Todo lo que hay en el mundo es mío y valedero 
              para entrar en un poema". (Ver la declaración arriba 
              transcrita). Y en una página polémica, al defenderse 
              de algunas supuestas contaminaciones del lirismo de Núñez 
              de Arce, acentúa: "Yo no repudio a D. Gaspar. Yo no 
              repudio a nadie. Todo lo que hay en el mundo es mío y valedero 
              para entrar en un poema, todo, hasta el aliento teatral y 
              tribunicio de Núñez de Arce. Whitman es también 
              teatral y tribunicio. Y yo también lo soy. Pero lo importante 
              aquí es la llama, mi llama, que lo 'enciende, que lo funde, 
              que lo organiza todo en una arquitectura luminosa, en un guiño 
              flamígero, bajo las estrellas impasibles'. En mi poesía 
              la llama es la que rima. Y la que quema el escenario de papel, la 
              tramoya, y el tablado sobre el que se empina la oratoria y la comedia". 
              (Ver Tal vez me llame Jonás, en Cuadernos Americanos, 
              Nº 3, 1942). Por otra parte su poesía insiste en el carácter colectivo, 
              lo que supone la impersonalidad. (En un reciente artículo 
              escribe: "La individualidad española tan acusada y tan 
              censurada, con frecuencia tal vez no sea (aunque ello suene a paradoja) 
              más que la fuerza de un sentimiento colectivo. A mí, 
              por lo menos, me parece que hablo siempre en nombre de muchos..."). 
              Ya en 1940 el crítico puede recoger estas palabras de León-Felipe: 
              "Las fuentes originales de nuestra inspiración están 
              cerradas hace ya mucho tiempo y los temas agotados. Los problemas 
              son los de siempre. Nuestros crímenes están enganchados 
              en la rueda de una noria y se repiten sin cesar. Son viejos e inmortales. 
              Y la única novedad que nos queda es traerlos, con la voluntad 
              implacable de los dioses, a nuestra atmósfera actual, frente 
              a nuestra sensibilidad de hoy y bajo las fórmulas vigentes 
              de nuestro conocimiento". (Ver Sobre la tragedia Niebla, 
              en Romance, Nº 10, 1940). Y en Ganarás la luz 
              (1943) imagina el poeta: "La Poesía entera del mundo 
              tal vez sea un mismo y único problema". Lo que le 
              permite sentirse fundido con todos los grandes poetas del mundo. 
              Y afirmar, ayer no más: "La evolución tradicional 
              de la poesía universal no ha muerto aún... y nada 
              se ha parado en el tiempo. Nada. Ni las obras clásicas siquiera 
              que se juzgan ya inmóviles, acabadas y perfectas. Lo que 
              suele parecer cerrado a la disciplina y al orden de los eruditos, 
              no es más que una llamada, muchas veces, a la imaginación 
              de los poetas... La gran poesía clásica, es clásica, 
              tanto por lo que lleva a los eruditos a las definiciones y a los 
              dogmas, como por lo que invita a los poetas a la fuga apoyándose 
              en sus últimos acordes". (Ver Alas y jorobas, 
              en Cuadernos Americanos, V, Nº 1, 1946). Borradas, así, las fronteras dentro de la poesía, 
              León-Felipe entra a saco en la obra de todos los poetas cuya 
              actitud comparte. Se le oye proclamar: "Estoy en mi casa. 
              Lo que hago con el libro de Jonás y con el libro de Job, 
              lo hago también con el de Whitman si se le antoja al Viento. 
              Cambio los versículos y los hago míos porque estoy 
              en un terreno mostrenco, en un predio comunal, sobre la verde yerba 
              del mundo, upon leaves of grass". Y, luego, esta hermosa 
              confesión: "Me gusta remojar la palabra divina, amasarla 
              de nuevo, ablandarla con el vaho de mi aliento, humedecer con mi 
              saliva y con mi sangre el polvo seco de los Libros Sagrados y volver 
              a hacer marchar los versículos quietos y paralíticos 
              con el ritmo de mi corazón". Pero, si la obra de los poetas que fueron es susceptible de rehacerse 
              siempre, la obra misma del poeta, de León-Felipe, no se fija 
              definitivamente nunca. "Los poemas impresos (declara) 
              siguen siendo borradores sin corregir ni terminar y abiertos a cualquier 
              luminosa colaboración". Por eso el poeta puede repetirse 
              sin cesar: "Me incluyo y me reitero. A veces coloco un mismo 
              verso y un poema completo en tres sitios distintos, pero en cada 
              momento tiene una intención diferente. Por lo demás, 
              soy pobre, vivo del ritornelo y me repito como la noria y como el 
              mundo". Por eso el poeta también se modifica. Y 
              muchas veces sin aviso previo. Uno de sus más eficaces slogans 
              de 1936 ("El poeta habla desde el nivel exacto del hombre. 
              Y los que se imaginan que habla desde las nubes, son aquellos que 
              escuchan siempre desde el fondo de un pozo") afirma en 
              1943: "El español habla desde el nivel exacto del hombre, 
              y el que piense que habla demasiado alto es porque escucha desde 
              el fondo de un pozo" (La primera versión es del Payaso 
              de las bofetadas; la segunda de Ganarás la luz). 
              Otro ejemplo: El exitoso poema Hay dos Españas, creado 
              en 1938 para denunciar una escisión trágica de España, 
              sirve, en 1943, para denunciar (con algunas variantes) una escisión 
              trágica del mundo. Entonces empieza: Hay dos mundos. Esta poesía de León-Felipe acarrea deliberadamente 
              materiales extrapoéticos, prescinde de toda preocupación 
              formal, se burla del poeta puro y de su ambiciosa alquimia. (Poesía 
              pura, le repetía Valéry a Jorge Guillén, 
              es todo lo que permanece en el poema después de haber eliminado 
              todo lo que no es poesía). Ya en Versos y oraciones 
              del caminante, León- Felipe escribía, como si 
              parodiase la definición de Valéry: Deshaced ese verso,quitadle los caireles de la rima,
 el metro, la cadencia,
 y hasta la idea misma...
 Aventad las palabras...
 y si después queda algo todavía,
 eso
 será la poesía.
 (citado por G. Díaz-Plaja, La poesía 
              lírica española, 1937).   El poeta Pero ¿quién es el poeta? Hay, al respecto, unas páginas 
              reveladoras. "Ando buscando hace ya tiempo una autobiografía 
              poemática que sea a la vez corta, exacta y confesional. Corta. 
              Como una cédula, como una ficha, más corta aún, 
              como una tarjeta de visita; como una inscripción en una piedra 
              dura, como una llamada, como un nombre en la sombra. Busco un nombre 
              solamente. Mi verdadero nombre (no mi nombre de pila ni mi nombre 
              de casta), mi nombre legítimo, nacido del vaho de mi sangre, 
              de mis humores y del viejo barro de mis huesos que es el mismo barro 
              primero de la Creación..." Y más adelante, el 
              poeta cantará: Yo no soy nadie:un hombre con un grito de estopa en la garganta
 y una gota de asfalto en la retina.
 Yo no soy nadie. ¡Dejadme dormir!
 Pero a veces oigo un viento de tormenta que me grita:
 "Levántate, ve a Nínive, ciudad grande, y pregona 
              contra ella".
 No hago caso, huyo por el mar y me tumbo en el rincón más 
              oscuro de la nave
 hasta que el Viento terco que me sigue
 vuelve a gritarme otra vez:
 "¿Qué haces aquí, dormilón? Levántate".
 Yo no soy nadie:
 un ciego que no sabe cantar. ¡Dejadme dormir!
 .......................................................................
 Pero un día me arrojaron al abismo,
 las aguas amargas me rodearon hasta el alma,
 la ova se enredó a mi cabeza,
 llegué hasta las raíces de los montes,
 la tierra echó sobre mí sus cerraduras para siempre...
 (¿Para siempre?)
 Quiero decir que he estado en el infierno...
 De allí traigo ahora mi palabra.
 Y no canto la destrucción:
 Apoyo mi lira sobre la cresta más alta de 
              este símbolo...
 Yo soy Jonás. (2)
 En efecto, quizá se llame Jonás. O, también, 
              Walt Whitman. "A este viejo poeta americano de la Democracia 
              le he justificado yo, le he prolongado, le he traducido, 
              le he falsificado y le he contradicho", afirma desafiante 
              León-Felipe (3). Y repite, como suyos, 
              los versos que el gran poeta había recogido ya el capítulo 
              VIII de los Proverbios. Y confiesa, entonces: "Ya 
              no sé si son de la Biblia, de Whitman o míos. Ellos 
              quiere decir del embudo y el Viento)". Pero acaso se llame 
              también Job, "porque si no, ¿de quién 
              son estas llagas? y ¿para qué corre el llanto? ... 
              ¿Por qué hemos aprendido a llorar?". O, en 
              fin, quizá se llame Prometeo, como insinúa, al maldecir: 
              "Y si el gran buitre no está devorando aún mis 
              entrañas y la de todos los poetas condenados del mundo. Prometeo 
              fué sólo un motivo griego decorativo en un frontón, 
              en una metopa... y no hubo nunca mitos". Pero, ninguno de estos símbolos es definitivo: ninguno nombra 
              por completo al poeta. Para definirse mejor, declara León-Felipe 
              lo que no es: ni filósofo, ni historiador, ni gran loco, 
              ni sabio, ni gran buzo. "Me reconozco a veces, sin embargo, 
              por algunos indicios (confiesa en algún lado), en 
              Edipo, en Fausto, en Prometeo, en Cristo... mas no soy irreverente 
              ni orgulloso porque he visto mi imagen también en el gusano, 
              en el lagarto, y en la iguana". Y el poeta vuelve, entonces, 
              a su símbolo primero: Jonás. Para terminar por 
              ahora su angustiada búsqueda con el estribillo predilecto: Yo no soy nadie.Un hombre con un grito de estopa en la garganta
 y una gota de asfalto en la retina;
 un ciego que no sabe cantar,
 un vagabundo sin oficio y sin gremio,
 una mezcla extraña de Viento y de sonámbulo,
 un profeta irrisible que no acierta jamás.
 Reíos de mí.
 Reíos todos de mí con el Viento.
 Reíos, españoles... reíos.
   La voz El viernes 4 de julio León-Felipe dictó una conferencia 
              en la Universidad de Montevideo. Su tema: ¿Quién 
              soy yo? Los puntos que tocó en su conferencia estaban 
              ya en sus libros principalmente en Ganarás la luz 
              (México, Cuadernos Americanos, 1943). Me pareció más 
              razonable hacer un inventario y transcripción de algunos 
              de esos temas, en vez de un juicio o reseña de la conferencia. 
              Ya a propósito de Nicolás Guillén indicaba 
              el hechizo provocado por la audición de un poema leído 
              por el mismo autor. En el caso de León-Felipe ese hechizo 
              se dobla por el calor y la intensidad de su voz, por la frescura 
              y novedad que presta a las palabras ya leídas, por el arte 
              poderoso de la declamación. Además, León-Felipe 
              no leyó los poemas en el orden en que los ofrece el libro, 
              sino que los orquestó nuevamente, enriqueciéndolos 
              por un montaje diferente. Y en algunos casos hasta los modificó. 
              Así, aquel fuerte canto que comienza: Soldado, tuya es 
              la hacienda, se transformó por el calor de la palabra 
              hablada en: Franco, tuya es la hacienda. Así, también, 
              aquel poema que concluye dramáticamente: ¡Qué 
              bien marcha el reloj! ¡Qué bien marcha el cerebro! 
              Este reloj es un reloj perfecto, relojero, se vio acrecido 
              por una improvisada onomatopeya, diciendo ahora, ¡Qué 
              bien marcha el reloj! Tic-tac, tic-tac. ¡Qué 
              bien marcha el cerebro!, etcétera. El acto de leer una conferencia o de recitar unos poemas, se convirtió 
              por la voz encendida de León-Felipe en una representación 
              dramática: la agonía de un poeta. Y mientras le oía 
              decir con ímpetu avasallador su palabra y su profecía, 
              yo recordaba aquellas declaraciones no tan viejas del poeta: 
              "La mentira es una fiel aliada del arte. En todo arte, no sólo 
              en el teatro, hay siempre disfraz y maquillaje. Y hasta en las escuelas 
              más realistas y en los artistas más sinceros se ve 
              fácilmente la tramoya. En un poema, el hombre pone la carne 
              y el artista los afeites... La realidad nos da la emoción: 
              y el arte, el artificio necesario para vestir en decoro la emoción, 
              para quitarle al dolor en bruto su gesto grotesco y animal. El poeta 
              falsifica el dolor, pero lo levanta también, lo purifica. 
              La poesía es una falsificación luminosa de la vida" 
              (Ver Contestación de León-Felipe a una Encuesta 
              organizada por la Revista Romance, Nº 4, 1940). 
 (1) Con exactitud Guillermo de Torre ha llamado slogans 
              estas frases del poeta. Son slogans, y no en sentido peyorativo. 
              (Ver. G. De Torre, Epílogo a Canto a mí mismo 
              de Walt Whitman. Buenos Aires, 1941). Volver (2) Este poema es traducción casi literal 
              de algunos versículos del Libro de Jonás (Por 
              ejemplo: I, 2:II, 6, 7) Volver (3) La traducción por León-Felipe del 
              Song of Myself de Whitman, provocó un curioso entredicho 
              entre el traductor y Jorge Luis Borges. En el número 88 de 
              la revista SUR, J. L. B. reseñó el libro, mostrando 
              las infidelidades de L.-F. hacia Whitman (contaminación de 
              Núñez de Arce, aumento infeliz del original inglés, 
              introducción de pueriles onomatopeyas); concluía Borges: 
              "La transformación es notoria; de la larga voz sálmica 
              hemos pasado a los engreídos grititos del cante jondo". 
              A las concretas acusaciones de J. L. B., contestó León-Felipe 
              con un brillante artículo: Tal vez me llame Jonás, 
              incorporado luego (en parte) a Ganarás la luz. No 
              levanta los cargos. En realidad, su concepto de la traducción 
              como su concepto de la poesía nada tenía 
              que ver con el de Borges. (Ver la primera versión del artículo 
              de L.-F. En Cuadernos Americanos, I, Nº 3, 1942). Volver   |