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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Leopold von Ranke: historiador del siglo XIX"
En Marcha, Montevideo, nº 470, 18/03/1949
p. 14-15

LEOPOLD von Ranke.- Pueblos y estados en la historia moderna. Con un estudio de G. P. Gooch, Traducción de W. Roces, México, Fondo de Cultura Económica, 1948. 542 páginas. 13 ilustraciones.

"Descubrí por comparación que la verdad era más interesante y hermosa que la ficción. Me desvié de ésta y decidí evitar toda invención e imaginación con mis trabajos y sujetarme a los hechos". Estas declaraciones de Ranke (1795-1886) no sólo sirven para precisar el momento de su vida en que decidió abandonar toda pretensión literaria (acariciaba la idea de dedicarse al teatro) para entregarse por entero a la investigación histórica, sino que facilitan además el enfoque exacto para enjuiciar su vasta obra, inspirada en un alto propósito: la objetividad. Porque Ranke accede al campo de la historiografía moderna impulsado por el afán, en apariencia modesto, de atenerse a lo que realmente sucedió. Este afán ha sido resumido en el prefacio de uno de sus libros (Historia de los pueblos latinos y germánicos, 1824) con estas palabras: "A la historia se le ha asignado la tarea de juzgar el pasado, de instruir al presente en beneficio de las edades futuras. Este trabajo no aspira a cumplir tan altas funciones. Su objeto es sólo mostrar lo que de hecho ocurrió". El lector puede preguntarse: ¿Es posible tal objetividad? Ya se sabe que el mismo Ranke ha sido acusado de parcialidad y Treitschke ha asegurado que "era demasiado cortesano para decir toda la verdad acerca de los grandes". Y por otra parte, el mismo Ranke, al definir los objetivos de la historia en una página célebre, ha demostrado que sus intenciones eran menos modestas y, en cierto sentido, comprometían la objetividad. Allí dice: "¿Qué puede haber más agradable y más grato para el espíritu humano que penetrar en la médula misma, en el más profundo secreto de los acontecimientos y observar en éste o en el otro pueblo cómo se sientan los fundamentos de las cosas humanas, cómo nacen, crecen y prosperan las fuerzas de la historia? Y no digamos, cuando se logra, poco a poco, intuir con segura confianza en uno mismo o incluso llegar a conocer perfectamente, gracias a la sagacidad de la mirada, aguzada a fuerza de ver, hacia dónde marcha la humanidad en cada una de sus épocas, a qué aspira, qué es lo que logra y alcanza en realidad. ¿No es esto, en cierto modo, una parte de la sabiduría divina? En ella, precisamente, pretendemos penetrar con ayuda de la historia, y esta ambición es la que constituye el norte de las aspiraciones de la ciencia histórica".

Por otra parte, esta objetividad de su método histórico correspondía exactamente a su carácter, a la objetividad de su propia actitud vital. Ranke dedicó sus horas a los estudios históricos, al paciente laboreo en gabinetes y archivos, a la delicada construcción de grandes síntesis, firmemente apoyadas en una pasmosa erudición. Sus incursiones en la política fueron espaciadas y no carecieron de esa soberana maestría, de esa imperturbable tranquilidad que distinguía a todos sus actos. Al morir, dejó fundada una escuela histórica, y una obra que justifica con creces el título de mayor historiador contemporáneo que le ha sido otorgado.

Uno de los aspectos más importantes de su método fue el minucioso análisis a que sometió a las autoridades tradicionales, a las fuentes más transitadas de la historia universal. Los historiadores se habían acostumbrado demasiado a depender unos de otros, y un mismo juicio o una misma versión de un hecho se repetía infinitamente, sin verificar su exactitud, hasta perder todo sentido. Ranke puso como condición previa a todo estudio el análisis riguroso de las fuentes. Ante un testimonio cualquiera comenzaba por tratar de familiarizarse con la personalidad del autor, fijando sus peculiaridades y obteniendo así un criterio para juzgar su validez. Trataba de determinar luego el origen de su información, pudiendo precisar, a su vez, la fuente en que había bebido (si no era directo) o el grado de proximidad el hecho que ofrecía (si era directo). Al respecto escribía Ranke: "Creo que pronto llegará el día en que la historia moderna se escriba, tomando como base, no los informes de los historiadores, ni siquiera de los contemporáneos de los hechos historiados, a menos que relaten lo vivido por ellos, y muchos menos de los compuestos de segunda o tercera mano, sino a base de las relaciones de los testigos oculares y de los documentos más auténticos y directos". Y este propósito estaba siempre presente en su espíritu, a tal punto que en cualquier lugar de su exposición se detenía Ranke a subrayar la importancia del testimonio directo. Así, por ejemplo, cuando habla de las tentaciones de autodestrucción que acometían a Ignacio de Loyola, anota que "Maffei, Ribadeneira, Orlandino y todos los demás hablan de estas tentaciones". Y agrega: "Pero el documento más auténtico lo constituyen siempre las actas que proceden del mismo Ignacio". (Este procedimiento parece obvio hoy. No debe olvidarse, sin embargo, que ello se debe precisamente a que Ranke logró imponerlo).

Para sus vastas construcciones históricas se guiaba Ranke por un doble criterio: las personalidades capitales de cada época; la mano divina que, invisible, conduce los acontecimientos. La historia mostraba la influencia decisiva de algunas personalidades centrales: un Carlos V, una Isabel de Inglaterra, un Luis XIV. A cada una de estas figuras, de estos actores del drama moderno, dedicó Ranke un retrato. Es claro que esta galería de retratos -algunos tan sutiles como el de Felipe II o el de Loyola; tan apasionados como el de Lutero- no se proyectaban sobre un lienzo en blanco. Desde la publicación de Los Otomanos y la Monarquía Española en los siglos XVI y XVII (1827) dedicaba Ranke un espacio mayor al nítido trazado de la circunstancia en que se inscribían los protagonistas. Y al concebir al Estado como una superpersonalidad, trascendía fácilmente Ranke lo que pudiera haber de biográfico (de individualista) en tal enfoque. Porque para él los Estados eran casi personas. En unos papeles póstumos se encuentra esta explícita declaración: "En los Estados se acusa por modo excelente, si no me equivoco, esa continuidad de la vida que atribuimos a la especie humana. Los hombres mueren y las épocas se suceden las unas a las otras; los Estados, en cambio, cuya duración de vida excede con mucho a la de los individuos mortales, gozan de una dilatada y uniforme existencia". Y para reforzar su argumentación traza Ranke un rápido esquema de la vida de Venecia.

En cuanto a lo que el historiador inglés Gooch llama "la estructura religiosa de su mente" puede afirmarse que en todo momento la obra de Ranke trasciende una concepción religiosa. En carta a su hermano Heinrich (que cita el mismo Gooche) había escrito Ranke: "Cada hecho testimonia de Él, cada momento, y por encima de todo la conexión de la historia". Esto no quiere decir que sus convicciones religiosas torcieran o forzaran sus interpretaciones. Pese a ser protestante pudo Ranke escribir una magistral historia política de los Papas, y pudo trazar, por vez primera, un cuadro coherente de la Reforma ("el tema más importante de nuestra historia patria", escribe) sin dejarse arrastrar por su credo. Porque Ranke creía -y trataba de poner en práctica tal creencia- que las pasiones del presente (es decir: las pasiones del historiador) no debían proyectarse sobre su concepción de la historia. En este sentido son ejemplares las palabras que dirige a su hijo Otto el 25 de mayo de 1873: "Las corrientes del día se esfuerzan siempre en imponerse al pasado y en interpretarlo con su propio sentido. La misión del historiador consiste en comprender y hacer que los demás comprendan el sentido de cada época por la época misma".

Tan minuciosamente respetó la objetividad que pese a ser políticamente defensor de su patria, Ranke no concibió una historia de caracteres nacionalistas, sino una historia universal, afirmando siempre en toda oportunidad tal criterio. En las páginas póstumas ya citadas puede encontrarse este pensamiento reducido a la categoría de axioma: "La historia es, por naturaleza, universal". En este sentido, y al través de toda su obra, puede descubrirse una idéntica inspiración o propósito, que Wenceslao Roces sintetiza en estas palabras: "mostrar el equilibrio y unidad de las naciones de Occidente".

Al trazar la historia de algún estado moderno (ya sea Alemania o España, Francia o Turquía) Ranke se cuida de mostrar su entronque con los otros Estados y trata de desprender de su cuadro una concepción europea. Pese a que su nombre y su obra se impusieron, el gran poeta alemán Heine, llegó a afirmar: "Pobre Ranke, tiene un lindo talento para pintar figuritas históricas y pegarlas juntas, y un alma tan buena, tan infeliz como la de un cordero". Otros se concentraron menos en la injuria y escribieron (como Gindely): "Sus citas son puras migajas unidas de cualquier modo para que aparezcan como resultado de un estudio sistemático". Para contrabalancear estos testimonios quizá sea oportuno reproducir aquí el mesurado juicio de Gooch: "Los servicios que prestó a la historia pueden resumirse brevemente. El primero consistió en divorciar el estudio del pasado de las pasiones del presente, y narrar lo que en realidad sucedió... Su segundo servicio fue el de establecer la necesidad de basar la construcción histórica en fuentes estrictamente contemporáneas. No fue el primero que utilizó los archivos, pero sí el primero que los utilizó bien (...) En tercer lugar fundó la ciencia de la prueba mediante el análisis de las autoridades, contemporáneos u otras, a la luz del temperamento del autor, su filiación y sus oportunidades de saber, y por comparación con el testimonio de otros escritores. (...) Vino a ser, por encima de toda comparación, el más grande escritor histórico de los tiempos modernos, no sólo porque fundó el estudio científico de los materiales y porque poseyó en un grado no superado el temperamento crítico, sino porque su capacidad de trabajo y su longevidad le permitieron producir un mayor número de obras de primera calidad que a cualquier otro escritor. Él afirmó en Europa la supremacía de la erudición alemana; y nadie se ha acercado nunca tanto al historiador ideal" (V. Historia e historiadores en el siglo XIX, obra que he usado para esta reseña)."

Pueblo y estados en la historia moderna es, en realidad, una antología de los más significativos trozos de Ranke. Su traductor, Wenceslao Roces, la ha preparado escogiendo los textos dentro de la vasta obra del historiador alemán. Aparecen así representados desde la famosa Historia de los Papas hasta la no menos famosa Historia de Alemania en el siglo de la Reforma. El lector español posee así un rico muestrario de una obra hasta ahora casi inaccesible en nuestra lengua.

 

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
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S. Sánchez Castro
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