|  | "La poesía de T. S. Eliot : segunda parte"En Marcha, Montevideo, nº 455, 19/11/1948
 p. 14-15
 III UN POETA METAFÍSICO
 Las proporciones modestas de este artículo no permiten ambicionar 
              una caracterización profunda de los poemas que, entre 1935 
              y 1942, escribiera Eliot y, en 1944, recogiera bajo el título 
              común de Four Quartets (Cuatro Cuartetos). Se trata 
              de una poesía cuya comprensión total no se alcanza 
              (si se alcanza) sin el conocimiento de toda la obra anterior del 
              poeta, sin la ayuda de la exégesis que desde Inglaterra, 
              desde Norteamérica, desde América hispánica, 
              merecieron sus versos en estos últimos años. Los Cuatro 
              cuartetos ostentan sendos nombres geográficos, que aluden, 
              en cierto modo, al escenario de cada poema: Burnt Norton 
              (nombre de la casa señorial que perteneció en el siglo 
              XVI a Thomas Eliot, antepasado homónimo del poeta); East 
              Coker (desde donde partió Andrew Eliot, otro antepasado, 
              hacia el Nuevo Mundo, en los albores del siglo XVII); The Dry 
              Salvages (grupo de islas cerca de la costa de Cape Ann, Massachussets, 
              donde el poeta pasó parte de su infancia); Little Gidding 
              (villorrio inglés donde Nicholas Ferrar fundó una 
              comunidad de almas justas en los primeros años del siglo 
              XVII). Esta localización geográfica no es indiferente. 
              El poeta parece trazar, apoyado en los cuatro nombres, el periplo 
              de su vida espiritual, desde sus antepasados ingleses, pasando por 
              su infancia junto al mar y a los grandes ríos norteamericanos, 
              hasta el territorio (reconquistado) de una purísima renovación 
              religiosa. Desde unos epígrafes que abren los Cuartetos, 
              la ilustre sombra de Heráclito de Efeso preside y provoca 
              la serena meditación del poeta. (Dice Heráclito: Aunque 
              el Verbo, Logos, sea el mismo para todos los hombres, cada uno vive 
              como si tuviera una sabiduría propia. Y también: 
              El camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo. No 
              es necesario subrayar el paradójico contenido cristiano de 
              estos pensamientos). También preside Heráclito el 
              simbolismo central de cada Cuarteto. Así el primero 
              (Burnt Norton) representa el Aire; el segundo (East Coker), 
              la Tierra; el tercero (The Dry Salvages), el Agua; y el cuarto, 
              el más importante (Little Gidding), el Fuego -el principal 
              de los elementos en la filosofía de Heráclito. Un último simbolismo: los cuartetos aluden también 
              al ciclo de las estaciones, desde el otoñal Burnt Norton, 
              hasta el helado Little Gidding. (El ritmo de la naturaleza, 
              que Eliot estudiara en Frazer, reaparece aquí, enlazando 
              subterráneamente estos poemas con The Waste Land). Cada uno de estos Cuartetos conserva la división 
              en cinco partes (o actos) que es característica en Eliot, 
              y ofrece una estructura musical firmísima. El nombre de Cuartetos 
              que les puso el poeta no es un mero capricho ni señala una 
              vaga analogía. Eliot ha tratado de crear con la palabra una 
              estructura equivalente a la musical. En una conferencia sobre La 
              música de la poesía (1942) afirmaba el poeta: 
              (...) creo que las propiedades musicales que más deben 
              interesar al poeta, son el sentido del ritmo y el sentido de la 
              estructura. Y más abajo afirmaba: El uso de temas 
              recurrentes es tan propio de la poesía como de la música. 
              Existen posibilidades para el verso que tienen cierta analogía 
              con el desarrollo de un tema a través de grupos diferentes 
              de instrumentos; hay posibilidades de transiciones en un poema comparables 
              a los diferentes movimientos de una sinfonía o un cuarteto; 
              hay posibilidades de un arreglo contrapuntístico del asunto 
              y materia. Esas posibilidades, que Eliot indicaba modestamente 
              a su auditorio, ya habían sido realizadas, estaban realizándose, 
              en sus propios Cuartetos.  Como ya lo hicieron algunos de los mayores creadores contemporáneos 
              -un Proust, una Virginia Wolf, un Joyce, un Huxley, un Thomas Wolfe-, 
              el poeta Eliot contempla el Tiempo e inaugura con esta reflexión 
              la densa serie de los Cuartetos: El presente y el pasadoEstán quizá presentes en el futuro,
 Y el futuro contenido en el pasado.
 Si todo tiempo está eternamente presente
 Todo tiempo es irrecuperable.
 Así abre Eliot en Burnt Norton, ante un búcaro 
              de polvorientos pétalos de rosa, o en un jardín habitado 
              por ecos otoñales, el tema general de sucesivas meditaciones. 
              La eternidad lo obsesiona; advierte que todo tiende a hacerse presente: 
              lo que pudo haber sido y lo que ha sido. Y al desovillar pausadamente 
              su poética meditación distintos motivos van jalonando 
              el avance: el alma apaciguada, en medio del combate corporal o espiritual; 
              el descenso, cada vez más profundo, hacia una soledad perpetua: 
              descenso que simboliza el tren subterráneo: hombres y 
              trozos de papel arremolinados por el helado viento; una pesada 
              nube negra que oscurece el sol y anticipa por instantes la muerte 
              del planeta; el jarrón chino cuya inmovilidad, en el centro 
              mismo del movimiento, parece ejemplar; etc., etc. En esta última 
              parte del poema Eliot alude, sin mayores elucidaciones, a motivos 
              que los posteriores Cuartetos desarrollarán cuidadosamente. 
              Burnt Norton es, en realidad, el germen de toda la serie. En torno a dos afirmaciones capitales -una inicial: En mi principio 
              está mi fin; otra simétrica: En mi fin está 
              mi principio-, se desenvuelve el segundo cuarteto: East Coker. 
              El pensamiento cíclico que revelan ambas frases alude transparentemente 
              al hecho histórico apuntado ya desde el título: así 
              como su antepasado, Andrew Eliot, partió hacia el Nuevo Mundo 
              para preservar sus derechos políticos y religiosos, el poeta 
              regresa ahora a la madre patria para fortalecer su fe, cerrando 
              el círculo o cumpliendo el ciclo. Y los temas se suceden 
              pausada y recurrentemente, en torno a un claro concepto: lo nuevo 
              procede de lo viejo. (...) SucesivamenteLas casas se yerguen y caen,
 se desmoronan, son ampliadas,
 Trasladadas, destruidas, restauradas, o en su lugar
 Hay un descampado, una fábrica, un paso,
 Viejas piedras para nuevas construcciones (...)
 Desde la vieja casa el poeta contempla el baile a campo raso, alrededor 
              de la hoguera, en la fresca noche de verano. Y esa danza de hombre 
              y mujer le parece el símbolo de su unión, el matrimonio 
              en su doble contenido sacramental y social. Este ciclo vital está 
              enlazado al de las estaciones y las estrellas, al acoplamiento de 
              las bestias y a la cosecha; para decirlo en su fuerte lenguaje popular. 
              (Por debajo del simbolismo cristiano, el lector encontrará 
              siempre en la poesía de Eliot, el simbolismo mágico 
              de la Naturaleza, fuente primera del otro.) Eliot medita, también, 
              sobre su propio tiempo, sobre el ciclo de su propia poesía; 
              advierte que hay etapas superadas, incluso llega a parodiarlas con 
              entusiasmo, e inquiere ahora la otoñal serenidad y 
              la sabiduría de los años. ¿Acaso la 
              experiencia enseña, hay ciencia en los ancianos? Contra esta 
              mentira concentra su vehemencia el poeta y exclama: El saber impone un molde, y falsifica,Porque el molde es nuevo en cada instante
 Y cada instante aporta una nueva y chocante
 Valuación de todo lo que hemos sido. (...)
 La oscuridad (metáfora de la muerte o del Tiempo) se los 
              traga a todos, como en las danzas medievales, como en Jorge Manrique. 
              Y reaparece la imagen del tren subterráneo, con su carga 
              de rostros vacíos y huecas palabras, detenido demasiado tiempo 
              entre dos estaciones; o el teatro sumergido en la oscuridad mientras 
              cambian el decorado; o la mente anestesiada que es consciente 
              aunque consciente de nada. Entonces el poeta habla a su alma: (...) Apacíguate, y espera sin esperanza..............................................................
 Porque la fe y el amor y la
 esperanza están contenidos en la espera.
 Reforzando la desolación y la angustia introduce aquí 
              Eliot la compleja imagen del hospital moderno y alude rápidamente 
              a la maldición recaída sobre Adán y su simiente: 
              Toda la tierra (dice) es nuestro hospital. (Ya en 
              The Love Song of J. Alfred Prufrock, Eliot había hablado 
              de la noche, extendida sobre el cielo, como un enfermo anestesiado 
              sobre la mesa. (Quizá no sea inútil insistir en 
              estas correspondencias que revelan la fuerte unidad de toda la poesía 
              de Eliot). Vuelve entonces el poeta la mirada a su propia imagen, 
              se observa con lucidez y confiesa: Y aquí estoy, a mitad del camino, 
              después de veinte años,Veinte años ampliamente gastados, los años de "l'entre 
              [deux guerres"
 Tratando de aprender a usar las palabras, y cada intento
 Es un nuevo partir, y una forma distinta del fracaso
 Porque sólo hemos aprendido a explotar las palabras
 Para lo que ya no tenemos
 qué decir, o de la manera en que
 ya no estamos dispuestos a decirlas. Y así cada ventura
 Es un nuevo comienzo, una
 incursión en lo inarticulado
 Con raído equipo en continuo desgaste
 En el general desorden de los imprecisos sentimientos,
 Los indisciplinados escuadrones de la emoción. Y lo que [se 
              debe conquistar
 Con firmeza y sumisión, ya ha sido descubierto
 Una o dos veces, o varias, por
 hombres a quienes no podemos ambicionar
 Emular -aunque no haya competencia-
 Queda sólo la lucha por recobrar lo perdido
 Y encontrado y perdido, una
 y otra vez; y ahora, en condiciones
 Que parecen desfavorables.
 Pero quizá no haya ganancia ni pérdida
 Para nosotros existe sólo la
 prueba. Lo demás es negocio ajeno
 Con esta desolada y clara imagen, con este viril 
              reconocimiento, se cierra el poema que anticipa en sus últimos 
              versos -el grito de la ola, el grito del viento, las vastas aguas- 
              el elemento principal del cuarteto siguiente. The Dry Salvages devuelve a Eliot al lejano 
              territorio de su infancia, junto al río, el fuerte dios 
              moreno (...) cuyo ritmo estaba presente en el dormitorio de los 
              niños; y frente al océano poblado de voces. El 
              Tiempo del agua no es el que marcan los cronómetros, ni el 
              que cuentan ansiosas preocupadas mujeres que yacen despiertas, 
              calculando el futuro. Resonante aún del tañido 
              de la campana, que escande ese tiempo oceánico, el poeta 
              canta (o insiste): No podemos concebir un tiempo sin océanoO un océano que no esté alfombrado de naufragios
 O un futuro que no esté expuesto
 Como el pasado, a no tener destino.
 Y el poeta completa su mensaje, -el fruto de su meditación 
              sucesiva-, con una exhortación a dedicar la existencia a 
              alguna empresa trascendente, sin pensar en inmediatas recompensas, 
              y retoma, para apoyar sus palabras, un pasaje del Bhagavadgita 
              en que se aconseja el desinterés. A veces me pregunto si esto es lo que quiso decir Khishna-
 Entre otras cosas- u otro modo de decir lo mismo:
 Que el futuro es una desvaída
 canción, una Rosa Real o un rocío de lavanda.
 Glosando a Heráclito (el camino hacia arriba es el camino 
              hacia abajo) Eliot enfrenta una vez más el Tiempo y recupera, 
              por tercera vez, la imagen del tren, que corre (ilusoriamente) hacia 
              el futuro, huyendo (ilusoriamente) del pasado. El cuarteto se cierra 
              con dos movimientos (para aceptar la razonable denominación 
              de Dudgeon). En uno el poeta ruega por lo que están embarcados 
              a la Señora, diosa griega y Reina del Cielo a la vez, Figlia 
              del tuo figlio, como la canta. En el otro, ataca Eliot con caudalosa 
              ironía a los que pretenden develar el futuro y anticipar 
              el tiempo, ya que aprendeherel punto de intersección de la eternidad
 con el tiempo, es oficio de santos.
 Y el poema concluye con una serena resignación en que se 
              desliza la palabra clave del siguiente cuarteto, es decir de toda 
              la obra: Encarnación. (La Salvación es posible 
              por la mediación de Cristo, Dios encarnado). En Little Gidding el poeta asiste en un lugar campestre, 
              brillante bajo la nieve, a una explosión de vida: el breve 
              sol incendia el hielo. (Recuérdese que el elemento de 
              este cuarteto es el fuego). En esta tierra, ahora en Inglaterra, 
              el poeta se arrodilla y reza, aquí donde la plegaria ha 
              sido válida. (Recuérdese que el escenario de este 
              cuarteto es el villorrio donde Nicholas Ferrer fundó una 
              capilla). Aquí -en la intersección del momento 
              intemporal, en Inglaterra y en ninguna parte. Nunca y siempre-, 
              alcanza Eliot el corazón del poema, la fuente de su deslumbrante 
              fluir. Y los motivos se suceden con dramático brío 
              y lúcida forma: los cuatro elementos de Heráclito 
              y la muerte que aportan (Hay como un eco de la cuarta parte de The 
              Waste Land); el encuentro con un maestro fallecido, cuya elocuente 
              palabra exhorta al poeta a olvidar su doctrina (cualquier doctrina), 
              a buscar palabras insospechadas, a purgar, en definitiva, sus errores 
              en el fuego; y la doble convicción que ha madurado espléndidamente 
              en Eliot a lo largo de su densa meditación: lo que importa 
              es la santidad, y sólo consumido por el fuego del Amor, purificado 
              del Deseo por el fuego del Amor, puede salvarse el hombre. O para 
              decirlo con el poeta: Ser redimido del fuego por el fuego.......................................................
 Sólo vivimos, sólo alentamos
 Consumidos por uno u otro fuego
 Y Eliot concluye este cuarteto, concluye los Cuartetos, 
              atando cabos que dejara sueltos: Lo que llamamos comienzo es a menudo finY dar fin es comenzar.
 El fin es desde donde partimos (...)
 .......................................................
 No cesamos la exploración
 Y el fin de todo nuestro explorar
 Será arribar donde partimos
 Y conocer por primera vez el sitio
 Quizá no sea necesario elucidar más cuál es 
              este fin que es también principio, cuál este tiempo 
              que es eternidad, cuál este sitio. Y al arribar a la apartada 
              capilla, meta de su peregrinaje, el poeta comprende que toda discordia, 
              -todo el trágico agitarse de los hombres con que ha poblado 
              sus Cuartetos- se disuelve en la paz de Dios. Todo estará bien yToda clase de cosas estará bien
 Cuando las lenguas de llama se enlacen
 En el último nudo de fuego.
 En este momento el poeta parece haber pasado más allá 
              de la música y la poesía hasta la unión con 
              Dios, Logos, la raíz del árbol que es la humanidad 
              y él mismo (para decirlo con palabras de Patrick Dudgeon). ¿Es lícita una poesía metafísica? En 
              un ensayo de 1921 había indicado el mismo Eliot los presupuestos 
              necesarios de toda poesía metafísica que quiera seguir 
              siendo poesía. Escribe Eliot: Los intereses posibles de 
              un poeta son limitados; cuanto más inteligente sea, tanto 
              mejor; cuanto más inteligente sea, es tanto más probable 
              que tenga intereses: nuestra única condición es que 
              los convierta en poesía, y no se limite a meditar poéticamente 
              sobre ellos. Esto es lo que ha sabido hacer magníficamente 
              Eliot en sus Cuartetos: poesía purísima y encantamiento 
              verbal, y musical; poesía ante todo y sobre todo. Y el lector 
              puede prescindir de Heráclito y del simbolismo cristiano, 
              del Tiempo y de la Salvación; puede prescindir hasta de un 
              conocimiento adecuado del vocabulario o de una penetración 
              cabal de las imágenes. Pero no podrá escapar al hechizo 
              verbal y poético de estos Cuartetos. Algunos críticos han señalado que esta poesía 
              metafísica parece ignorar la realidad contemporánea 
              del poeta. Sin embargo, no es cierto. Esta poesía de Eliot 
              no es escapista. Y aunque el poeta no necesita mencionar 
              la destrucción de su ciudad por los puntuales bombarderos 
              enemigos, aunque no tiene porque ofrecer directamente los estímulos 
              de su poesía, las imágenes que maneja (la destrucción 
              por el fuego, por ejemplo) la están aludiendo constantemente 
              -alusión poética, se entiende, no mera connotación 
              política. Patrick Dudgeon ha insistido en este aspecto, principalmente, 
              en el minucioso y desordenado ensayo que dedicara a los Cuartetos, 
              ensayo que he utilizado para componer esta síntesis. (Puede 
              verse en el Nº 146 de la revista argentina Sur). Quizá no sea excesivo afirmar que estos Cuartetos 
              constituyen la más importante poesía inglesa de estos 
              últimos años. Quizá no sea excesivo ver en 
              ellos no sólo la culminación de un poeta, sino, también, 
              la culminación de toda una poesía. NOTA: Las traducciones sólo pretenden ser literales, sólo 
              ambicionan sugerir o evocar en el lector el lejano y perfecto texto 
              inglés. He usado, como apoyo, algunas versiones (incompletas, 
              como éstas) de E. L. Revol, P. O. Dudgeon y R. Usigli.  
               
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