|  | "El teatro poético de Denis Molina"En Marcha, Montevideo, nº 456, 26/11/1948
 p. 13 y 15
 I "Denis Molina no ha pretendido actualizar la leyenda de 
                Ulises. En realidad, este Ulises es sólo cifra o metáfora 
                del ausente cuyo regreso espera alguna mujer. No hay vinculaciones 
                homéricas ni se intenta explotar el prestigio de ese nombre. 
                La fábula de Denis no decreta un tiempo o un espacio histórico. 
                Se ubica en un imaginario país y acontece en el instante 
                mismo de cada representación.  El primer acto presenta a Tana que espera, contra toda esperanza, 
                el regreso de Ulises, sin poder convencerse de su desaparición. 
                Mantiene vivo frente a sus amigas, Brusila y Angélica, 
                el recuerdo de Ulises y ha creado en torno a su ausencia y con 
                la complicidad amical, el mito poético incesantemente renovado 
                del regreso. (Una frase de Ulises ha servido para provocar la 
                cristalización poética: Tana, amor mío, 
                ¿verdad que la muerte es demasiado pequeña para 
                nuestros corazones inmensos?). Ulises ya ha regresado cuando se levanta el telón sobre 
                el segundo acto: pero no es el Ulises que Tana inventara apoyándose 
                apenas en los desvanecidos hechos reales, sino el Ulises original, 
                previo a toda metamorfosis del recuerdo. Tana lo rechaza y lucha 
                con él, para no convencerse que el Ulises soñado 
                largamente junto a las amigas jamás existió, para 
                no aceptar la prosa cotidiana que su marido puede ofrecer. La 
                casual y fugaz aparición de un desconocido contribuye a 
                acentuar más el abismo que separa a Tana de Ulises, impotente 
                para rescatar a su mujer del sueño que habita, afanoso 
                en la busca de palabras que le permitan acceder a su mundo. El tercer acto precipita la tragedia. Unas frases de Brusila, 
                equívocamente interpretadas por Ulises le hacen sospechar 
                que Tana ama a otro hombre. (Ella ama, en realidad, a otro Ulises). 
                Desesperado, la castiga, huyendo luego tras su propia sombra. 
                Cuando regresa ha comprendido que Tana no puede amarlo, que sólo 
                ama al Ulises de su memoria. Muere y su muerte libera a Tana del 
                hechizo, la devuelve a la trágica realidad de un mundo 
                sin Ulises. Este seco resumen permitirá, quizá, comprender 
                la concepción esencialmente poética del tema. Denis 
                ha planteado un conflicto, de raíz pirandelliana, en que 
                la realidad y el sueño se oponen hasta la total aniquilación, 
                enfrentándose como los agonistas del drama. El autor ha 
                partido, no de una reminiscencia literaria, sino de una experiencia 
                personal. (Se necesita ver muerto al ser querido para creer en 
                su muerte, ha dicho Denis en un reportaje). Y ha concebido una 
                clara trama para manifestar ese conflicto. Pero, ¿ha logrado 
                una obra total? ¿Ha coronado su propósito?. Desde un punto de vista panorámico, quizá sea el 
                primer acto el de más eficacia poética. El autor 
                consigue plantear allí la obsesión de Tana, consigue 
                crear un clima de tensa expectación, fuera del tiempo normal: 
                un aire clausurado. Allí es posible afirmar (como hace 
                Tana) que cuando yo digo manzano, nube, río, bajo el 
                agua un árbol mueve sus brazos; allí es posible 
                creer (como hace Tana) que la silla esté ya tibia antes 
                que Ulises la haya ocupado. Y al concluir el acto con la inmóvil 
                y tensa figura de Tana -la mano en el corazón, vuelta hacia 
                la puerta por donde ha de entrar, algún día, Ulises- 
                se cierra perfectamente el círculo. En los otros actos la confrontación y el combate entre 
                los mundos que representan Tana y Ulises no aparece lograda con 
                tanta limpieza. Y ello se debe principalmente a que el personaje 
                de Ulises está dibujado sin la imprescindible nitidez. 
                Algunas palabras, algunas actitudes, contribuyen a desvirtuar 
                su verdadero perfil, a tal punto que se puede afirmar, sin hipérbole, 
                que estilísticamente el personaje no logra definirse. Frente 
                a Tana, monótona en su obsesión, intacta en su hermético 
                universo, Ulises oscila entre la fuerte prosa de la realidad y 
                una poesía mágica que le es ajena y en la que, a 
                veces, se adelanta sin esfuerzo. Ya en su primera escena, es capaz 
                Ulises de convocar estas imágenes para apaciguar a Tana: 
                Ganas me vienen de ser la lluvia, el árbol que miras, 
                los relámpagos que te iluminan, pero como tú, tengo 
                miedo de moverme y despertar, y entonces hallarme en otro lugar 
                que no sea éste... Y este mismo Ulises, tan verboso 
                aquí, es incapaz luego de hallar la palabra que pueda romper 
                el hechizo en que está aprisionada Tana; este Ulises tan 
                sutil es impotente más tarde para comprender cuál 
                es el otro que ama Tana. Y es preciso que se desencadene 
                el conflicto para que este lúcido Ulises de la primera 
                escena comprenda que debe morir para rescatar a Tana de su sueño 
                a costa de su propia sangre. La imprecisión del personaje 
                afecta a la economía de la pieza, desequilibra el conflicto 
                sin enriquecerlo de ambigüedad; la puebla de sombras. II Carlos Denis Molina no se propuso crear apenas un poema dramático 
                sino una pieza teatral viable. Y el estreno del sábado 
                20 de noviembre sirvió (imperfectamente) para probar la 
                vigencia dramática de la obra. Es evidente que Denis no 
                se limitó a poner en escena algunos personajes que recitan 
                un diálogo. Supo utilizar el lenguaje dramático 
                para traducir una concepción poética. Así, 
                la obsesión de Tana no fue comunicada en soliloquio sino 
                que fue vivida en el juego con que inventa frente a sus amigas 
                el mito de Ulises. Así, la luz de eclipse con que se cierra 
                el primer acto permite distinguir nítidamente los dos mundos 
                conflictuales: el exterior y el de Tana. En uno el eclipse es 
                sólo un fenómeno que provoca la curiosidad o el 
                temor de los hombres; en el otro, en el de Tana, el mismo eclipse 
                es cifra del anhelado regreso de Ulises. (Esta escena encierra, 
                también, una sutil paradoja, ya que Ulises no vendrá 
                para confirmar el mundo de Tana sino para destruirlo, decretando 
                la cruda realidad en la que el eclipse es un mero fenómeno). 
                Así, también, el segundo acto no muestra la llegada 
                de Ulises sino que se abre en el corazón mismo del conflicto, 
                con la lucha ya entablada entre Ulises y Tana, en un golpe dramático 
                de seguro efecto. Así, en fin, la incomunicación 
                entre Tana y Ulises no se expresa sólo en palabras sino 
                que se logra objetivar en las dos voces que se cruzan sin encontrarse 
                sobre la escena desnuda, mientras una luz cálida e indiferente 
                baña los decorados. Pero estos aciertos ejemplares -elegidos entre los más 
                notorios- se hallan parcialmente desvirtuados por cierto desequilibrio 
                en la marcha de la acción, que no consigue siempre su exacto 
                ritmo (quizá pueda descubrirse aquí alguna intención 
                detonante, algún propósito de conquistar, por asalto, 
                la atención del espectador); o por la drástica concisión 
                con que Denis superpone en un solo instante dispares motivos dramáticos, 
                tantos y tan fugaces que en algún momento el auditorio 
                apenas puede advertirlos y sufre la paradójica impresión 
                de que no hay conflicto; o por cierta redundancia con que la palabra 
                insiste en doblar innecesariamente la acción o le sirve 
                de puntual comentario (esto fue muy evidente en todo el último 
                acto). A esta rápida enumeración cabe agregar la 
                propia floración poética del lenguaje que muchas 
                veces ataca en su raíz la misma concepción teatral 
                de la pieza. III Y este es, sin duda, el punto más vulnerable del Regreso 
                de Ulises: su desequilibrio estilístico. Denis Molina ha 
                querido ofrecer simultáneamente dos mundos opuestos: el 
                de la poesía del sueño y el de la prosa de la vigilia. 
                El tránsito de uno a otro, la yuxtaposición de uno 
                y otro, no se logra sin violencia -aunque, en muchos casos, esa 
                violencia sea deliberada y con ella busque el autor una explosión 
                más viva, una iluminación más cruda del conflicto. 
                El diálogo sufrió, por ello, una intolerable tensión 
                entre lo meramente informativo y lo poético que (en algunos 
                casos) fue apenas decorativo y reclamó una urgente poda. 
                Denis no supo acertar siempre con la voz adecuada; rompió 
                una línea con un prosaísmo o hinchó otra 
                con alguna voz prestigiosa. El compromiso entre lo elevado y lo 
                coloquial, entre el canto y la prosa llana, no encontró 
                siempre en el autor una mano experta. (Este reproche no es tan 
                grave si se considera que el autor ha ambicionado lo máximo: 
                la creación de un lenguaje que sin abdicar lo poético 
                tolere lo informativo. Antes que él, triunfaron y erraron 
                dramaturgos tan ilustres como Giraudoux o García Lorca). Y esta misma irregularidad estilística fomentó 
                el enfoque erróneo en que incurrieran los intérpretes 
                el sábado pasado. Todos recitaron o declamaron el texto 
                en un mismo estilo elevado, sacrificando el sentido, salteando 
                toda transición. El texto de Denis Molina ya es abundantemente 
                poético para que se crea necesario doblarlo de énfasis, 
                de unción superficial. Más eficaz hubiera sido decirlo 
                sin tanta prisa, más nítidamente, con mayor sobriedad. 
                Muchos efectos delicados, muchas audaces oposiciones, muchas deliberadas 
                estridencias, hubieran parecido justificadas, hubieran logrado 
                su exacta ubicación en el tiempo. IV La representación de una obra tan erizada de dificultades, 
                tan exigente, era un compromiso grave para La Isla. Y en 
                cierto sentido puede decirse que este conjunto no alcanzó 
                a cumplirlo totalmente. Aunque en la dirección Atahualpa 
                del Cioppo haya demostrado una fértil inventiva en animar 
                el texto de Denis, aunque algunos efectos técnicos resultaron 
                particularmente felices (la iluminación, la música, 
                por ejemplo), no puede dejarse de subrayar el error fundamental 
                que significó no verter el tono exacto de la obra, prescindiendo 
                de toda transitada retórica en la declamación y 
                de toda excesiva localización en el ambiente. (La obra 
                aspira a crear su propio clima, distinto, incomparable. La dirección 
                insistió, en cambio, en detalles de equívoco localismo, 
                ya en los trajes, ya en los ambientes). Frente a este error capital, 
                parecen muy secundarios otros menudos que contribuyeron a desfigurar 
                algunos pasajes o algunos personajes. Así, por ejemplo, 
                el desconocido que aparece en el acto segundo no debió 
                ser una figura de tanto volumen físico. Su entrada redujo 
                las proporciones del escenario, achicó a los protagonistas, 
                se derramó sobre los espectadores. Debió ser, en 
                cambio, un ser casi fantasmal, incorpóreo y fugaz. Así, 
                también, la protagonista, Olga Cerviño, no logró 
                dar la medida de su intenso personaje y prefirió detallar 
                con paso sonámbulo el desplazamiento de Tana o con rigidez 
                altiva su enclaustramiento interior. Y aunque Blas Braidot no 
                incurrió en muchas de las demasías verbales o coreográficas 
                de sus compañeras y dio su Ulises con bastante corrección, 
                esa neutralidad no alcanzó a vitalizar un personaje que 
                el autor ya había parcialmente invalidado."    |