|  | "La crítica literaria de Rodó" 
              En Marcha, Montevideo, nº 450, 15/10/1948
 p. 14-15
 I  "No sería difícil probar hoy, en 1948, que Rodó 
              fue un mal crítico literario. Bastaría recoger su 
              media página de elogios a Campoamor (1894), su artículo 
              laudatorio sobre Núñez de Arce (1895), sus diecinueve 
              palabras sobre Vargas Vila, tres de las cuales son adjetivos calificativos 
              (1897). Allí Rodó -entre los 23 y 26 años- 
              evidencia mal gusto y justifica más de un ataque que quiera 
              hacérsele hoy. No interesaría alegar en su descargo 
              que otros ilustres contemporáneos se equivocaron; que Azorín, 
              a los 45 años, publicaba un artículo favorable a Campoamor 
              (1919); que Menéndez Pelayo, a los 27 años, elogiaba 
              y prologaba a Núñez de Arce (1883); que Rubén 
              Darío, a los 31 años repartía sus elogios entre 
              José Martí y Vargas Vila (1898). Ese mal gusto general 
              podría explicar el de Rodó, pero no podría 
              justificarlo. (Ricardo Paseyro, en AIAPE, agosto de 1948, ha hecho 
              caudal de estos tres juicios erróneos de Rodó y ha 
              proporcionado, de paso, un cabal ejemplo de crítica parcial 
              y limitada). Tampoco sería difícil probar hoy que Rodó 
              fue un crítico literario discreto. Bastaría recoger 
              sus juicios laudatorios sobre Leopoldo Díaz (1895), sobre 
              Francisco García Calderón (1903), sobre Carlos Arturo 
              Torres (1910). Allí aplica Rodó un criterio de tolerancia 
              o de política americanista que hoy puede parecer excesivo 
              a muchos. No interesaría alegar en su descargo que Leopoldo 
              Díaz, Francisco García Calderón y Carlos Arturo 
              Torres son, en distintos planos y por distintos motivos, valores 
              aún hoy estimables. Eso explicaría la crítica 
              favorable pero no justificaría todos los elogios de Rodó. No sería difícil, además, probar hoy que Rodó 
              fue un buen crítico literario. Bastaría recoger su 
              juicio sobre Galdós (1897), sus juicios sobre Rubén 
              Darío (1839 y 1916), sus juicios sobre Juan Ramón 
              Jiménez y Rafael Barret (ambos de 1910), su juicio sobre 
              Montalvo (1913). En cada caso Rodó demuestra una comprensión 
              cabal de cada escritor, aunque algunos fueran (como J.R.J., como 
              Barret) autores noveles; maneja sin alardes eruditos una minuciosa 
              información y realiza una crítica que, en líneas 
              generales, debe llamarse empática, porque pretende 
              ubicarse dentro del clima mismo de creación de la obra, para 
              juzgarla en profundidad. Ninguno de estos tres enfoques sobre la crítica rodoniana 
              atiende a la totalidad de su obra, ni a su actitud crítica 
              general. Porque la calificación que merezca un crítico 
              literario no depende sólo de la calidad y cantidad de sus 
              juicios, individualmente considerados, sino depende también 
              de su conducta como crítico, lo que podría llamarse 
              su política literaria. Y así, cuando alguien 
              afirma que Rodó fue un mal crítico u otro sostiene 
              que fue un buen crítico, tales aseveraciones podrían 
              significar, por ejemplo, que Rodó carecía de facultad 
              crítica (también lo decreta Paseyro) o que poseía 
              una "esplendorosa facultad crítica" (según 
              escribe Real de Azúa). Pero, esas mismas frases absolutas 
              -mal crítico literario, buen crítico literario- podrían 
              significar (y eso es muy importante) que Rodó ejercía 
              una mala, o una buena, política literaria. Por eso, los que 
              se empeñan en aniquilar a Rodó por algunos de sus 
              juicios literarios o los que se empeñan en ensalzarlo por 
              otros, no enjuician a Rodó: se limitan a utilizar algunos 
              textos rodonianos para demostrar una tesis. Fabrican imágenes 
              de Rodó y luego las adoran o destruyen. El verdadero Rodó 
              resulta inafectado. Aplicar cualquiera de esos tres criterios al 
              examen de la obra de Rodó sólo podría obedecer 
              a una notoria irresponsabilidad. (1) II Más importante parece probar hoy que Rodó ejerció 
              la crítica literaria con todos los riesgos que esa actividad 
              implica, y que acertó o erró en sus juicios individuales 
              o en su política literaria, en proporción semejante 
              a la de otros críticos de este mundo. Para comprender su 
              actitud personal hay que tener en cuenta estas precisiones. 1º ETAPAS - Rodó practicó la crítica 
              literaria, como actividad principal, entre 1895 y 1897 (época 
              de la Revista Nacional). Después de Ariel (1900) 
              su ministerio americanista se impuso sobre toda otra actividad y 
              relegó el ejercicio de la crítica a un plano secundario. 
              Eso no significa que Rodó haya abandonado la crítica 
              o haya disminuido su capacidad crítica, como erróneamente 
              piensa Real de Azúa (Escritura, Nº 3, 1948). 
              Lo cierto es que, muchas veces, Rodó subordinó su 
              crítica a su milicia americanista, y utilizó en algunos 
              casos su crítica literaria para respaldar a quienes compartían 
              sus ideales. 2º CRITERIOS - Los principios que inspiraron la crítica 
              rodoniana fueron sintetizados por él mismo en unas tempranas 
              Notas sobre crítica (1896). Afirma allí una 
              "amplitud tolerante del criterio" y la "serenidad 
              en el juicio"; reclama para el alma del crítico 
              una buena porción de aquella elasticidad que Diderot veía 
              en "el alma multiforme del cómico". Allí 
              escribe: "El mejor crítico será aquel que 
              haya dado prueba de comprender ideales, épocas y gustos más 
              opuestos". Y un poco más abajo dice: "El 
              ministerio de la crítica no comprende tareas de mayor belleza 
              moral que las de ayudar a la ascensión del talento real que 
              se levanta y mantener la veneración por el grande espíritu 
              que declina". En un artículo anterior, sobre La 
              crítica de Clarín (1895), Rodó había 
              denunciado dos criterios que apartan la crítica literaria 
              de su verdadero cometido: "el criterio que se limita a investigar 
              y precisar las relaciones de la actividad literaria con elementos 
              ajenos a la consideración de sus resultados artísticos 
              y desdeña el tecnicismo propio de estos resultados, o bien 
              el individualismo doctrinal, la irresponsable genialidad del que 
              comenta sustituída a los preceptos racionales como base del 
              juicio, y el libre campear de la impresión". Frente 
              a estos criterios extraliterarios, Rodó había propuesto 
              una crítica literaria "como juicio de arte, como 
              referencia de la obra a ciertos principios que el crítico 
              tiene por verdad y en cuyo nombre aprueba y condena, siempre en 
              atención al fin directo de la actividad literaria que es 
              la realización de la belleza". Ya se sabe que Rodó 
              no cumplió siempre con este principio de crítica desinteresada. 
              Lo que cumplió siempre fue la amplitud tolerante de la 
              crítica, según él mismo la definiera en 
              su ensayo sobre Rubén Darío (1899). Allí 
              confiesa poseer "la virtud, literariamente cardinal, de 
              la amplitud. Soy un dócil secuaz para acompañar en 
              sus peregrinaciones a los poetas, adondequiera que nos llame la 
              irresponsable voluntariedad de su albedrío; mi temperamento 
              de Simbad literario es un gran curioso de sensaciones. Busco 
              de intento toda ocasión de hacer gimnasia de flexibilidad; 
              pláceme tripular, por ejemplo, la nave horaciana que conduce 
              a Atenas a Virgilio, antes de embarcarme en el bajel de Saint-Pol 
              Roux o en el raro yate de Mallarmé". 3º AUTORES - Un crítico no puede inventar una literatura. 
              Cuando Rodó era crítico profesional (1895-97) los 
              autores que él comentó eran los que importaban entonces 
              en las letras españolas e hispanoamericanas. Algunos de ellos 
              (Menéndez Pelayo, Galdós) siguen actuando hoy. Otros 
              (Campoamor, Núñez de Arce, Vargas Vila) fueron olvidados 
              por el mismo Rodó quien al no recoger sus juicios sobre ellos 
              en El Mirador de Próspero, 1913, sancionaba 
              ese olvido. (2) La aparición 
              de Rubén Darío, el triunfo del Modernismo y de la 
              llamada generación del 98, modificaron profundamente el cuadro 
              de valores. Sobre el poeta de Prosas profanas escribió 
              Rodó en 1899 el ensayo más penetrante que se le dedicara 
              entonces, incomparablemente superior al de Juan Valera sobre Azul... 
              (1888). Quien desee conocer a Rodó en el ejercicio de la 
              crítica literaria debe estudiar atentamente 
              su trabajo. (3) 4º AMERICANISMO - Después de 1900 Rodó no quiso 
              (quizá no pudo) ejercer desinteresadamente la crítica 
              literaria. En 1912 había escrito a García Godoy una 
              carta que luego recogió en El Mirador. Allí 
              afirmaba que la gran tarea de las naciones hispanoamericanas "es 
              la de formar y desenvolver su personalidad colectiva, el alma hispanoamericana, 
              el genio propio que imprima sello enérgico y distinto a su 
              sociabilidad y a su cultura. Para esta obra, un arte hondamente 
              interesado en la realidad social, una literatura que acompañe, 
              desde su alta esfera, el movimiento de la vida y de la acción, 
              pueden ser las más eficaces energías". Consecuente 
              con ese principio, sus ensayos posteriores a Ariel demuestran 
              una coexistencia de crítica literaria y milicia americanista. 
              Los mejores (Montalvo y Juan María Gutiérrez 
              y su época, ambos de 1913) ofrecen cabal ejemplo de historia 
              y crítica literaria, aplicadas al estudio 
              de la cultura americana. (4) 
              En el mismo sentido, y aunque hoy no merezcan la misma atención, 
              deben considerarse sus prólogos o reseñas de Carlos 
              Arturo Torres, García Calderón, García Godoy, 
              [...] Rodríguez, etc. Para su justo enjuiciamiento no debe 
              olvidarse que todos estos ensayos furon recogidos por el libro que 
              Rodó puso bajo la tutela del Maestro de Ariel: El Mirador 
              de Próspero.  5ª CRÍTICA DESINTERESADA - Pero Rodó no abandonó 
              totalmente la crítica desinteresada de sus primeros años. 
              De 1907 es su excelente reseña (desfavorable) de una antología 
              americana que preparara Manuel Ugarte. De [...] es una breve nota 
              (Recóndita Andalucía) sobre las poesía 
              del entonces novel poeta Juan Ramón Jiménez, nota 
              que revela la sensibilidad crítica de Rodó, esa misma 
              sensibilidad que muchos críticos de hoy niegan sin conocer. 
              De 1916 es su homenaje fúnebre a Rubén Darío, 
              hermosa página que sirve de complemento digno a su ensayo 
              sobre el poeta (Nosotros, 1912). Y en su correspondencia 
              podrían espigarse numerosos ejemplos de este tipo de crítica 
              en cartas dirigidas a Miguel de Unamuno, a Juan Ramón Jiménez, 
              a Gabriel Miró, a Leopoldo Lugones, a Horacio Quiroga, a 
              Pedro Henríquez Ureña, entre otros. 
              (5) 6º CONTEMPORÁNEOS - Resulta evidente que Rodó, 
              después de 1900, entregado como estaba a la creación 
              de [...] y a la milicia americanista, no tenía obligación 
              de conocer los nuevos valores que surgieron en América. (Nadie 
              se atrevería, por ejemplo, a reprochar a Jorge Luis Borges 
              que no haya escrito jamás una línea sobre las piezas 
              de Denis Molina, los cuentos de Martínez Moreno o los poemas 
              de Idea). Parece seguro que Rodó no publicó ningún 
              juicio crítico sobre Florencio Sánchez o sobre Julio 
              Herrera y Reissig. Es incierto, sin embargo, que no los haya conocido. 
              Pudo no gustar del naturalismo de uno o del decadentismo de otro, 
              pero en varias oportunidades documentó eficazmente su respeto 
              y su alta estima por las obras de ambos. (6) 7º - BALANCE RÁPIDO - Se puede resumir la crítica 
              literaria de Rodó en estos términos: ejerció 
              normalmente la tolerancia y la empatía; practicó 
              casi todos los tipos de crítica literaria, desde la histórica 
              hasta la social; subordinó muchas veces la crítica 
              desinteresada a la milicia americanista; descubrió nuevos 
              valores y ensalzó antiguallas, pero también omitió 
              nuevos valores y se despejó de algunas antiguallas. Su crítica 
              literaria constituye -históricamente considerada- una etapa 
              fundamental en la evolución de nuestra cultura. Merece, por 
              eso mismo, como toda su obra, como su persona, nuestro respeto más 
              sincero. III Ese respeto por la persona y por la obra de Rodó no significa 
              que hoy se deba adherir incondicionalmente a su actitud crítica 
              general, ni significa que parezca loable la mezcla de crítica 
              desinteresada con tesis políticosociales, ni significa que 
              se crea muy necesaria la tolerancia en materia crítica. Sólo 
              con ejemplar ligereza podría caerse en tales actitudes; sólo 
              con ligereza ejemplar podría afirmarse que yo haya caído 
              en tales actitudes. Ricardo Paseyro no ha tenido inconveniente en 
              ejercer tal ligereza. (V. MARCHA, 8/X/948). Aunque no pueda citar 
              un solo texto mío que pruebe sus afirmaciones no vacila en 
              calificarme, entre otras cosas, de oficiante de Rodó, 
              de rendido discípulo, de integrante de capillas. 
              (Resumo sus expresiones). Aunque sea evidente que cito a Roberto 
              Ibáñez porque constituye la principal y más 
              autorizada fuente de información sobre Rodó, y es 
              por lo tanto ineludible citarlo, no vacila Paseyro en llamarme albacea 
              de Ibáñez. Aunque no podrá encontrar jamás 
              un solo texto donde haya calificado a Rodó: mi maestro, 
              no vacila Paseyro en inventar: "el Maestro de Emir". 
              Aunque Carlos Real de Azúa haya escrito: "Ibáñez 
              ha penetrado con seguridad y tacto grandísimo en este sector 
              de su intimidad, y su resultado son dos nombres: Luisa, el amor 
              de la adolescencia, Marta el de la madurez" 
              (Escritura, art. cit.); no vacila Paseyro en escamotear la 
              fuente (que conoce) y escribir: "Hacia acá del viaje 
              a Europa, ningún amor cumplido, Dos Nombres, fija de Azúa: 
              Luisa, el de la adolescencia, Marta el de su tiempo adulto" 
              (AIAPE, art. cit.). Sólo con ejemplar ligereza podría 
              incurrirse en tales afirmaciones, en tales procedimientos.(7) No importan hoy esos errores de Ricardo Paseyro. Importa, en cambio, 
              que con la misma ejemplar ligereza Paseyro contribuya a crear una 
              falsa imagen de Rodó como crítico literario. A combatir 
              tal intento está dedicada esta nota."   (1) 
              El Instituto Nacional de Investigaciones 
              y Archivos Literarios, al organizar el Archivo Rodó, pretende 
              facilitar a los estudiosos todos los elementos para levantar una 
              imagen completa de Rodó, libre por igual de enfoques irresponsables 
              y de innecesarios cultos secretos.(Volver) (2) Rodó 
              había anticipado esta actitud al escribir, en 1896: "El 
              crítico que al cabo de dos lustros de observación 
              y de labor no encuentre en aquella parte de su obra que señala 
              el punto de partida de su pensamiento, un juicio o una idea que 
              rectificar, una página siquiera de que arrepentirse, habrá 
              logrado sólo dar prueba, cuando no de una presuntuosa obstinación, 
              de un espíritu naturalmente estacionario o de un aislamiento 
              intelectual absoluto".(Volver)
 (3) Rodó 
              señaló en el Rubén Darío de Prosas 
              profanas los siguientes elementos: un antiamericanismo involuntario; 
              una obra enteramente desinteresada y libre; su filiación 
              platónica en el arte; su pudor para entregar entrañas 
              palpitantes; su amaneramiento "voulu"; su insistencia 
              en la descripción de la suntuosidad, de la elegancia, del 
              deleite, de la exterioridad graciosa y escogida; su instinto del 
              lujo -del lujo material y del espíritu-; cierta indolente 
              "non curanza" del sentido moral; el refinamiento que empequeñece 
              su poesía del punto de vista del contenido humano y la universalidad; 
              las limitaciones de su poesía; la transformación del 
              lenguaje; el optimismo poético (que no se debe confundir, 
              advierte Rodó, con la alegría de los tontos); el erotismo 
              rococó que sustituye a la pasión fuerte y profunda; 
              la voluptuosidad que alimenta sus poesías; su maestría 
              del ritmo y de la virtud musical de la palabra; el cisne, como símbolo 
              de la nueva poesía, revolucionaria; las dos patrias ideales 
              del poeta: Francia dieciochesca y Hélade clásica; 
              su naturaleza literaria, igualmente sensible a los halagos de la 
              Virtud y a los halagos del Pecado; la precedencia de Salvador Rueda 
              en el estudio del ritmo poético español (enfoque que 
              ha precisado ahora J.R.J.); la nítida distinción entre 
              la actitud de Darío y la de sus serviles imitadores; el vaticinio 
              de sus triunfos en España. No todo es elogio en la enumeración 
              precedente. Hay, además, censuras de detalle: sobre el rebuscamiento 
              erótico, sobre la monotonía de los versos, sobre lo 
              manoseado de una imagen. Pero, en este ensayo, Rodó intenta 
              ampliamente la crítica empática y por eso se extiende 
              en la glosa del poeta. En su trabajo, Rodó demostró 
              con el ejemplo la verdad de su afirmación: 
              "Yo soy un 'modernista' también; yo pertenezco con 
              toda mi alma a la gran reacción que da carácter y 
              sentido a la evolución del pensamiento en las postrimerías 
              de este siglo; a la reacción que, partiendo del naturalismo 
              literario y del positivismo filosófico, los conduce, sin 
              desvirtuarlos en lo que tienen de fecundos, a disolverse en concepciones 
              más altas" (Roberto Ibáñez ha estudiado 
              detenidamente ese punto. El lector puede consultar su ensayo, Americanismo 
              y Modernismo, en CUADERNOS AMERICANOS, Nº 1, 1948).(Volver)
 (4) Que las 
              preocupaciones puramente estilísticas siempre ocuparon el 
              espíritu de Rodó es bien evidente en las páginas 
              que dedica al estilo de Montalvo en su ensayo. Enrique Anderson 
              Imbert (El arte de la prosa en Juan Montalvo, 1948) califica 
              este trabajo de Rodó de "magnífico ensayo".(Volver)
 (5) Estas 
              cartas fueron exhibidas en el Teatro Solís de Montevideo, 
              en la Exposición de 370 originales y documentos de José 
              Enrique Rodó, inaugurada el 19 de diciembre de 1947. Ahora 
              pueden verse en el Archivo Rodó.(Volver)
 (6) En 1908 
              (el 4 de abril) Rodó presenta, con Miguel Cortinas, Aureliano 
              Rodríguez Larreta, José P. Massera, Joaquin de Salterain 
              y Domingo Arena, ante la Cámara de Diputados, un Proyecto 
              de Ley para conceder a Florencio Sánchez "una pensión 
              anual de dos mil cuatrocientos pesos con el objeto de que se traslade 
              a Europa, a perfeccionar sus condiciones artísticas". 
              (El Proyecto murió en la Cámara de Senadores). En 
              la exposición de motivos se elogiaba ampliamente a Florencio. 
              En 1911, a pedido del Juez Letrado de lo Civil, Rodó tasó 
              las obras de Florencio Sánchez en 21 mil pesos. (V. La 
              Razón, 11/XI/1911). En 1913 (el 14 de julio) Rodó 
              presenta, con Francisco A. Schinca, Joaquín de Salterain 
              y Jaime Ferrer Olais, ante la Cámara de Diputados, un Proyecto 
              de Ley en que se propone destinar la cantidad de dos mil pesos para 
              costear la publicación de las obras inéditas de Julio 
              Herrera y Reissig. En el informe se encuentra esta 
              frase: "No se trata, pues, de un simple propósito 
              de lucro, sino de un intento más elevado y plausible: procurar 
              que no permanezcan inéditas e ignoradas, las producciones 
              de un gran ingenio, digno de una consagración póstuma 
              que repare, en cuanto es posible, el olvido a que se ha relegado 
              el prestigioso escritor, precisamente en los días en que 
              era más necesario estimular sus afanes creadores, y premiar 
              con el aplauso público sus indeclinables optimismos de artista". 
              Parece excesivo, frente a estos documentos, hablar de "feroz 
              olvido" de Rodó para con estos dos contemporáneos; 
              parece incierto escribir que "murieron a su lado, Herrera 
              y Reissig y Florencio Sánchez, y no supo verles" 
              (Paseyro, en MARCHA, 8/X/948); parece apenas recurso retórico 
              apuntar que "Herrera y Reissig llega hasta la muerte en 
              un silencio resonante de diatribas; Sánchez huye a Europa 
              y muere", mientras Rodó descubre a otros creadores. 
              (Paseyro, en AIAPE, agosto de 1948).(Volver)
 (7) Para evitar 
              nuevas ligerezas me abstuve, en esta nota, de llamar a Rodó 
              el Maestro, título que le otorgó unánimemente 
              la juventud hispanoamericana de la época, título que 
              cifra con precisión su actitud personal. (Recuérdese 
              Ariel; recuérdese El Mirador de Próspero; 
              recuérdese La despedida de Gorgias.) Todavía 
              en 1920 se le proclamaba el Maestro de América, como 
              puede verse en el Homenaje a Rodó publicado por la 
              Revista Ariel, que redactaban los estudiantes Carlos Quijano, Eugenio 
              Petit Muñoz, L. Enrique Piñeyro Chain, Alejandro Gómez 
              Haedo y Víctor Armand Ugon.(Volver)
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