|  | "Discusión en torno a uno de los Borges 
              posibles" En Marcha, Montevideo, nº 468, 15/02/1949
 p. 13-14
 "La influencia literaria de Jorge Luis Borges resulta cada 
              día más evidente. Para quien examina la literatura 
              argentina en su pasado más inmediato, su nombre aparece ocupando 
              las páginas más perdurables, las actitudes más 
              profundas. Esa influencia no cesa de crecer y podrían rastrearse 
              sus huellas en muchas obras cumplidas y en algunos intentos frustrado 
              de los últimos tiempos. Uno de los signos con que se manifiesta 
              podría encontrarse en la atención que la crítica 
              de los más jóvenes dispensa a toda producción 
              borgiana. O, precisando más los términos: uno de los 
              signos podría verse en la controversia suscitada recientemente 
              en torno a su nombre y a su actitud poética, desde algunos 
              artículos de la revista Sur. 
             Dos de los textos arriba aludidos merecen especial atención. 
              Uno, Condenación de una literatura 
              del joven ensayista H. A. Murena, porque promovió la controversia; 
              otro, Sobre una poesía condenada 
              de Carlos Mastronardi, porque refuta casi totalmente el erróneo 
              enfoque de Murena. Quizá no sea ocioso examinar aquí 
              con algún espacio las observaciones de uno y otro. CRÍTICA APRIORÍSTICA El ensayo de H. A. Murena se publicó en un número 
              doble de Sur (164-65). Es, en síntesis, 
              una condenación del nacionalismo poético que (según 
              Murena) practicaron los poetas argentinos de 1925: los llamados 
              martinfierristas por el título 
              del periódico quincenal que editaban, aunque la denominación, 
              más técnica, que merezcan sea la de ultraístas. 
              Murena comienza distinguiendo entre poesía nacional y poesía 
              nacionalista. Ataca la segunda por carecer de raíz, por inventarse 
              un pasado, por fabricar un sentimiento nacional, por no compartirlo 
              íntimamente, por no superar el pintorequismo folklórico. 
              Este ensayista ve en la generación del Martín 
              Fierro una doble y antagónica actitud: afán 
              de renovación y nacionalismo. (Uno mira hacia 
              el futuro; el otro tira hacia el pasado). Murena escoge a Jorge 
              Luis Borges como ejemplo, por ser quien consigue llevar a su 
              culminación las aspiraciones del grupo "Martín 
              Fierro"; porque tuvo el destino de confundirse casi 
              con la esencia del grupo. Luego entra a examinar la poesía 
              de Borges y redescubre, particularizándolos, los mismos defectos 
              achacados a la poesía nacionalista: carece de raíz, 
              se inventa un pasado de gauchos, coroneles y compadritos a quienes 
              el poeta venera pero cuya actitud vital le es completamente ajena, 
              fabrica un sentimiento nacional que no puede compartir, se queda 
              en la superficie de las cosas. Agrega Murena algunos rasgos más 
              particulares de esta obra poética: el monstruoso acoplamiento 
              de los símbolos casi folklóricos de lo argentino (el 
              truco, por ejemplo) con la vivencia metafísica. Y Murena 
              concluye esta parte de su análisis con esta afirmación 
              apocalíptica, en la que pretende salvar al Borges de hoy: 
              Contribuye a fundamental en forma definitiva la tesis de que 
              la voluntad nacionalista excluye la posibilidad de crear arte nacional, 
              la circunstancia de que los cuentos y ensayos de Borges, en los 
              que no rige dicha voluntad, hacen patente un espíritu que, 
              paradójicamente es ultra nihilista y, al mismo tiempo, clásico 
              hasta el sentimentalismo, un espíritu secreta e intensamente 
              acongojado por el sino de la creación y, al mismo tiempo 
              de un orgullo demoníaco y lleno de pasión destructora, 
              un espíritu que, como el de Edgar Allan Poe, sólo 
              puede haberse forjado ante esta radical soledad, un espíritu 
              de estirpe americana. Después de esta respetuosa liquidación 
              (1), el ensayista indaga 
              las imposibilidades de un sentimiento nacional argentino y apunta 
              (tras fatigosas cogitaciones laterales que ahorro al lector): que 
              no puede haber tradición; que es ésta una tierra incesantemente 
              modificada por los aluviones inmigratorios; que lo único 
              auténticamente argentino es un altanero (y vago) sentimiento 
              de soledad. El crítico acaba proponiendo, entre otras cosas, 
              que la poesía se atenga al presente, que sea universalista, 
              que no se preocupe por el origen de los estímulos a los que 
              responde. Todo el artículo evidencia una mentalidad habituada a la 
              especulación apriorística, fuertemente dogmática 
              y poco lúcida. Los errores particulares de su enfoque sobre 
              Borges y sobre el ultraísmo, 
              la revelan minuciosamente, la ponen al desnudo. CRÍTICA AMBIGUA En el número 169 de Sur 
              (noviembre de 1948) Carlos Mastronardi refuta, sin ánimo 
              de polémica, las afirmaciones de Murena. Las principales 
              rectificaciones de su artículo puede sintetizarse así: 1.- El enfoque de Murena es más histórico o sociológico 
              que literario; se atiene menos al hecho poético que invoca 
              que a discutibles interpretaciones extra artísticas. 2.- Parece difícil si no imposible, decretar (como hace 
              Murena) que el sentimiento nacional de un poeta determinado no es 
              auténtico sino ficticio. Y se pregunta Mastronardi: ¿Cuál 
              es el rasgo que nos permite distinguir lo realmente sentido de lo 
              alcanzado por deliberación y simulacro? 3.- No parece cierto que aquellos poetas de 1925 que se dedicaran 
              a los temas nacionales lo hicieran por patriotismo. Su elección 
              se debió a motivos puramente estéticos, como los que 
              impulsaron, por la misma época, a un Francis Jammes en Francia, 
              o al provincial Machado en España. (El calificativo 
              es de Mastronardi). 4.- El ultraísmo tuvo más 
              una raíz barroca que una intención popular. Y aunque 
              es cierto que en contados poemas de Borges se reflejan algunos 
              hermosos aspectos de nuestra realidad, no es menos cierto (arguye 
              Mastronardi) que nos hallamos ante un poeta demasiado definido 
              y singular para que pueda asumir un vago carácter genérico. 5.- Tampoco parece lícito que Murena rechace a los poetas 
              de la evasión, a los poetas de la ternura retrospectiva, 
              en razón del género literario que cultivan -como si 
              fuera posible abolir un género. 6.- Ni es forzoso ser homicida, autor de música típica 
              o bailarín de periferia para escribir con autoridad sobre 
              el "chulo" rioplatense. Borges no necesitaba ser gaucho 
              o compadrito para poder afirmar en sus versos esas distintas actitudes 
              vitales. 7.- Por otra parte, Murena no deja de contradecirse. En un párrafo 
              rechaza lo espacial en la poesía; en otro lo temporal; más 
              adelante, censura la poesía descriptiva. ¿Y cómo 
              hacer una poesía del presente, se pregunta Mastronardi si 
              prescindimos de todos esos elementos? Y, además, si hay plena 
              libertad en el arte (como decreta Murena), ¿por qué 
              no tocar el pasado y la evocación del pasado? Y si el artista 
              debe tener natural indiferencia en lo que se refiere a la 
              elección de temas (otro decreto de Murena), ¿por qué 
              no escoger también los históricos o evocativos, los 
              regionales? 8.- Es discutible que los poetas ultraístas se hayan movido 
              únicamente por el doble impulso que les atribuye Murena: 
              afán de renovación y nacionalismo. (Suponemos, 
              comenta Mastronardi, que esa grata dualidad, esa ofrenda a lo 
              heterogéneo, es perceptible en todo creador diverso y pródigo. 
              Y por lo tanto, podría agregarse pedagógicamente, 
              no sirve para diferencias una poesía.) Más característico 
              del ultraísmo parece ser su 
              devoción a la metáfora y su rechazo de la rima. Más 
              importante parece ser su espíritu barroco ya denunciado.  9.- La poesía ultraísta de Borges no da lugar ni 
              al efecto cromático, ni al elemento descriptivo, ni a las 
              realidades espaciales -como parece creer Murena. Más que 
              al folklore, dicha obra se destina a la metafísica, concluye 
              con acierto Mastronardi. 10.- Aunque es cierto que algunos poetas del grupo ultraísta 
              tocaron temas vernáculos, muchos otros los soslayaron. Por 
              ejemplo: Oliverio Girondo, González Lanuza, Norah Lange, 
              Molinari, Brandan Caraffa, Fijman. En ese momento, advierte 
              con reiterado gracejo Mastronardi, el tren expreso era más 
              atrayente que el acerado arrabal. 11.- En cuanto a la soledad del argentino y a la necesidad de escribir 
              para su época, Mastronardi alude respetuosa pero firmemente 
              a los que precedieron a Murena, tanto en el primero como en el segundo 
              tema: Ezequiel Martínez Estrada, Carlos Alberto Erro, Eduardo 
              Mallea, Scalabrini Ortiz, en un caso; Jean-Paul Sartre, en el otro 
              (2). Las refutaciones de Mastronardi son excelentes: revelan un mejor 
              conocimiento de la materia en discusión, un espíritu 
              crítico más fiel a los hechos que a las teorías, 
              un agradable escepticismo que después del dogmatismo mal 
              informado de Murena resulta muy estimulante. Tienen, sin embargo, 
              un defecto: Mastronardi no se decide a presentar sus objeciones 
              directamente y abusa de la perífrasis, de la ironía 
              mitigada, de la ambigüedad (3). 
              Y con ese suave balanceo de censura encubierta y elogio equívoco 
              acaba por embotar su filo y se neutraliza. Todo su artículo 
              produce en definitiva una sensación de frivolidad cuando 
              debió ser (quiso ser) agudo e implacable. UN TERCER ENFOQUE CRÍTICO Prescindiendo de toda consideración a propósito de 
              las condiciones y posibilidades de un arte nacional opuesto a uno 
              nacionalista, quedan aún sin profundizar, en el campo explorado 
              por Murena y Mastronardi algunos temas importantes. Me refiero, 
              es claro, al ultraísmo 
              y a la actitud de Borges hacia 1925. Jorge Luis Borges, que tiene la edad de nuestro siglo, había 
              pasado su adolescencia y juventud en Ginebra: época sin 
              salida, escribe, apretada, hecha de garúas y que recordaré 
              siempre con algún odio. El año 1918 fue a España. 
              Había sido primero espectador y luego actor en los movimientos 
              europeos de vanguardia. Como contertulio de Rafael Cansinos Assens 
              había paladeado el largo verso de sus salmos; como compañero 
              de Guillermo de Torre había incursionado en el ultraísmo 
              español. De esa temprana época son estos versos (tan 
              exteriores, tan poco Borges) que de Torre recogiera con elogio en 
              Literaturas europeas de vanguardia, 
              1925, y que el propio autor desconociera antes: Melodías estallan en los ojos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
 Bajo estandartes de silencio pasan las muchedumbres
 Y el sol crucificado en los ponientes
 se pluraliza en las vocinglerías
 de las torres del Kremlin.
 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
 En el cuerno salvaje de un arco iris
 clamaremos su gesta
 como bayonetas
 que portan en la punta las mañanas.
 (Rusia, ob. cit., pág. 62)
 Cuando regresa a Buenos Aires en 1921, Borges se convierte en el 
              cabecilla de un grupo de jóvenes poetas ultraístas, 
              cuyo credo poético fuera sintetizado por el mismo Borges, 
              en estos términos: 1º Reducción de la lírica 
              a su elemento primordial: la metáfora; 2º Tachadura 
              de las frases medianeras, los nexos y los adjetivos inútiles; 
              3º Abolición de los trebejos ornamentales, el confesionalismo, 
              la circunstanciación, las prédicas y la nebulosidad 
              rebuscada; 4º Síntesis de dos o más imágenes 
              en una, que ensanche de ese modo su facultad de sugerencia. 
              (Ver Nosotros, diciembre de 1921). 
              Esta poética se seculariza por medio de la fundación 
              de algunas revistas. Arriesgué (cuenta el mismo Borges), 
              con González Lanuza, con Francisco Piñero, con 
              Norah Lange, con mi primo Guillermo Juan, la publicación 
              mural"Prisma", cartelón 
              que ni las paredes leyeron, y que fue una disconformidad hermosa 
              y chambona. Después aventuramos "Proa" 
              en que salió a relucir Macedonio Fernández y que cumplió 
              tres números. El veinticuatro, a instigaciones de Brandam 
              Caraffa, fundé una segunda"Proa", 
              esta vez con Don Ricardo Güiraldes y Pablo Rojas Paz. (Ver 
              Exposición de la actual poesía 
              argentina, organizada por Pedro-Juan Vignale y César 
              Tiempo, Buenos Aires, 1927, pág. 93). La fundación (1924) del periódico quincenal Martín 
              Fierro, dirigido por Evar Méndez, da al movimiento 
              ultraísta un órgano de agitación y combate 
              que durará hasta 1927. Y cuando se recogen en volumen los 
              ensayos de Borges (Inquisiciones, 
              1925) se facilita al movimiento una excelente base teórica, 
              que aún hoy es imprescindible a todo historiador responsable 
              del ultraísmo. En las páginas 
              de ese libro y con un poco más de perspectiva que en 1921, 
              Borges puede determinar lo que une y lo que distingue al ultraísmo 
              argentino del español. Allí dice: El ultraísmo 
              de Sevilla y Madrid fue una voluntad de renuevo, fue la voluntad 
              de ceñir el tiempo del arte con un ciclo novel, fue una lírica 
              escrita como con grandes letras coloradas en las hojas del calendario 
              cuyos más preclaros emblemas -el avión, las antenas 
              y la hélice- son decidores de una actualidad cronológica. 
              El ultraísmo de Buenos Aires fue el anhelo de recabar 
              un arte absoluto que no dependiese del prestigio infiel de las voces 
              y que durase en la perennidad del idioma como una certidumbre de 
              hermosura. Bajo la enérgica claridad de las lámparas 
              fueron frecuentes, en los cenáculos españoles, los 
              nombres de Huidobro y de Apollinaire. Nosotros, mientras 
              tanto, sopesábamos líneas de Garcilaso, andariegos 
              y graves a lo largo de las estrellas del suburbio, solicitando un 
              límpido arte que fuese tan intemporal como las estrellas 
              de siempre. Abominábamos los matices borrosos del rubenismo 
              y nos enardeció la metáfora por la precisión 
              que hay en ella, por su algébrica forma de correlacionar 
              lejanías. Pero, al mismo tiempo, Borges puede advertir lo que hay de vivo 
              y de perecedero en el intento ultraísta, subrayando más 
              abajo en la misma página 97: He comprobado que, sin quererlo, 
              hemos incurrido en otra retórica, tan vinculada como las 
              antiguas al prestigio verbal. He visto que nuestra poesía, 
              cuyo vuelo juzgábamos suelto y desenfadado, ha ido trazando 
              una figura geométrica en el aire del tiempo. Bella y triste 
              sorpresa la de sentir que nuestro gesto de entonces, tan espontáneo 
              y fácil, no era sino el comienzo torpe de una liturgia. 
              Con los años, esta divergencia con el ultraísmo 
              se iría acentuando hasta llegar a repudiar casi los principios 
              del movimiento que él contribuyera a fundar y a imponer. 
              Pero, ésta es otra historia. Lo que interesa determinar aquí es que en 1925 Borges pudo 
              proponer a sus compañeros de poesía una doctrina coherente; 
              pudo ejercer una jefatura tácita aunque no tiránica. 
              (Ulises Petit de Murat, testigo del movimiento, escribió 
              al respecto: En realidad todo el mundo sabía algo de Borges 
              y hasta parecía asignársele como una especie de tácita 
              jefatura que él no ejercía más que con la temibilidad 
              de su tan destructora ironía.) Nada de esto debe entenderse 
              en sentido absoluto. Borges jamás pretendió convertirse 
              en chef d'école, y siendo tan auténticamente 
              original no podría formar discípulos. Su obra y su 
              pensamiento, eran, sin embargo, un ejemplo propuesto a la consideración 
              de sus colegas. Un ejemplo: no más. Esto resulta más perceptible si se pasa del examen de su 
              obra crítica al de su poesía. Se recordará 
              que Mastronardi censuraba a Murena por escoger a Borges (poeta 
              demasiado definido y singular, eran sus palabras) como representante 
              de la poesía ultraísta. Nada más exacto. La 
              poesía de Borges es absolutamente personal e intimista, y 
              no intenta repetir un universo, y menos aún proponerlo a 
              la imitación de sus semejantes. Ya al definir Borges al ultraísmo 
              con estas palabras, definía también su poesía: 
              El ultraísmo tiende a la meta principal de toda poesía, 
              esto es, a la trasmutación de la realidad palpable del mundo 
              en realidad interior y emocional. Lo que pudo haber engañado 
              a Murena al considerar a Borges un poeta casi folklórico 
              (es decir: nacionalista) son lo elementos materiales que le sirven 
              de metáforas y que constituyen la armazón de su orbe 
              poético: el patio, el zaguán, la calle de arrabal, 
              la esquina con almacén rosado. O, en otro orden de imágenes: 
              los cementerios, el truco, los compadritos orilleros, los coroneles 
              unitarios. Pero en esas imágenes de su cotidianidad o de 
              su memoria no culmina la poesía de Borges. Ella está 
              encerrada en el espíritu que las anima, en la vivencia emocional 
              o metafísica que comunican. Y, ¿cómo no advertir 
              que lo que importa en sus versos no es la anécdota (cuando 
              la hay) o lo descriptivo? ¿Cómo leer su poema Montevideo, 
              sin percibir la pura emoción del poeta? Mi corazón resbala 
              por la tarde como el cansancio por la [piedad de un declive.La noche nueva es como un ala sobre tus azoteas.
 Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó 
              [quietamente.
 Eres remansada y clara en la tarde como el recuerdo de una lisa 
              [amistad.
 El cariño brota de tus piedras como un pastito humilde.
 Eres remansada y clara en la tarde como el recuerdo de una
 Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más 
              leve.
 Claror de donde la mañana nos llega, sobre la dulce turbiedad 
              [de las aguas.
 Antes de iluminar mi celosía su bajo sol bienaventura tus 
              [quintas.
 Ciudad que se oye como un verso.
 Calles con luz de patio.
 Para completar esta somera ubicación de la poesía 
              de Borges habría que referirse a una común actitud 
              metafísica que informa todos sus versos (que informa, en 
              verdad, toda palabra de Borges). En ningún lado mejor que 
              en Sentirse en muerte, y usando precisamente 
              algunos de esos elementos que Murena cree folklóricos, ha 
              precisado Borges esa única vivencia metafísica que 
              obsesiona todas sus páginas, todas sus horas: el Tiempo 
              no existe. El poeta recorre una noche las calles suburbanas 
              y es golpeado por la evidencia de poseer el sentido de la eternidad. 
              Razonando luego, y entroncando esa experiencia con las arduas cogitaciones 
              de Berkeley, Hume y Schopenhauer, llega a estructurar su convicción. 
              Pero todo esto es demasiado denso para tratarlo en el breve espacio 
              de una nota. El lector curioso podrá consultar el ensayo 
              de Borges, Nueva refutación del Tiempo 
              (Buenos Aires, 1947). ----------------- Este que se acaba de esbozar arriba es uno de los Borges posibles, 
              limitado por el enfoque a los años de la primera postguerra 
              y al ejercicio del verso. La ampliación del objetivo permitiría 
              abarcar imágenes más actuales y -en el terreno literario 
              puro- la prosa más perfecta que puede producirse en nuestra 
              lengua. Queda tal propósito para otra oportunidad más 
              dilatada. Notas. 
              - (1) El título 
              original de este ensayo de Murena debió ser: Elogio de un 
              poeta y condenación de una poesía (Así 
              apareció anunciado en el número 163 de Sur). 
              (Volver)   (2) Mastronardi 
              no cita el nombre de Sartre. Lo alude con estas claras palabras: 
              Murena nos anhela más libres, más identificados 
              con el objeto poético, más atentos a las ardidas vivencias, 
              a la instantánea facticidad. El escritor consabido, el evidente 
              filósofo de la Francia desocupada, cuyo influjo parece llegar 
              al Plata., también elogia esos bienes fugaces.(Volver) (3) Así, por 
              ejemplo, para decir que el enfoque de Murena es compartido sólo 
              por el mismo Murena, escribe Mastronardi, sibilinamente: Digamos, 
              para dar término a estas páginas que intentan la justicia 
              y no la polémica que la soledad altanera del argentino, si 
              nos atenemos a la posición de nuestro joven ensayista, invade 
              también el campo de la crítica. (Volver) |