William Faulkner : Santuario 
                (Sanctuary). Prólogo de Antonio Marichalar. Traducción 
                de Lino Novás Calvo. Editorial Espasa Calpe Argentina, 
                Bs. Aires, 1945. 218 páginas.
              "En 1934 Espasa Calpe publicaba en su colección "Hechos 
                sociales", una novela norteamericana de un autor inédito 
                en español, cuya fama (en su patria y en Francia) era reciente. 
                Se trataba de Santuario de William Faulkner. En aquella 
                temprana hora tal publicación era sorprendente. Pero hay 
                que declarar que el público español permaneció 
                bastante ajeno al suceso. Hoy -después de la publicación 
                en castellano de Palmeras salvajes, Mientras yo agonizo, 
                Luz de Agosto, Victoria y otros relatos- esta reedición 
                de Santuario no resulta sorprendente, pero sirve, en cambio, 
                para actualizar el juicio sobre la obra, al mismo tiempo que plantea 
                su valoración desde un ángulo completamente nuevo. 
                En 1934 Faulkner era, a la vez, un desconocido y una revelación. 
                Hoy es un autor familiar. En 1934 la audacia de Santuario podía 
                inclinar el juicio hacia la parte más perecedera de la 
                obra: su melodramático argumento. Hoy, después de 
                un contacto continuado con el arte de su autor, Santuario es 
                susceptible de una lectura más penetrante y exacta. Aquí 
                se indicará algunos momentos de dicha lectura.
              En el prólogo para la segunda edición de Santuario 
                decía Faulkner que su intención al componer 
                este libro era la de "inventar el más horroroso 
                cuento" que pudiera imaginar. Esta declaración 
                se debe tener en cuenta porque efectivamente lo que salta a la 
                vista del lector de la obra es el horror deliberado, minucioso 
                y (si se prefiere) redundante del relato. Todas sus escenas, desde 
                el frío y húmedo contacto que provoca la figura 
                de Popeye al iniciarse la novela, pasando por la noche en que 
                Temple es acechada por los hombres de Goodwin, pasando por la 
                violación del día siguiente y por la vida en el 
                burdel de Miss Reba, pasando por los grotescos funerales de Red 
                y la sátira violenta del interrogatorio de Temple, hasta 
                el linchamiento del inocente Goodwin -todos sus momentos procuran 
                ese horror desnudo y brutal. Durante toda la obra Faulkner arrastra 
                al lector en un torbellino de locura sexual, podredumbre moral, 
                venalidad política e irresponsabilidad de la conducta, 
                que halla su juicio definitivo en la reflexión de Horace 
                después de haber oído la historia de Temple.
              En la página 154 se puede leer: "Mejor le fuera 
                estar muerta esta noche -pensó Horace siguiendo su camino-. 
                Y a mí también". Pensó en ella, 
                en Popeye, en la mujer, en el niño, en Goodwin, y se los 
                representó a todos en una sola cámara, desnuda, 
                asfixiante, perentoria, profunda: un simple momento obscuro entre 
                la indignación y la sorpresa. "Y a mí también"; 
                pensando en cómo aquélla sería la única 
                solución. Arrancado del viejo y trágico flanco del 
                mundo y cauterizado su lugar. "A mí también, 
                ahora que estamos todos aislados", pensando en un viento 
                suave y obscuro que sopla en los largos corredores del sueño, 
                en descansar bajo un techo bajo y agradable, sobre el cual se 
                siente el largo rumor de la lluvia: el mal, la injusticia, las 
                lágrimas". La actitud de Faulkner, su radical 
                desilusión, frente al conflicto y a los personajes que 
                en él se agitan, están encerradas en las palabras 
                transcriptas. Para llegar a una formulación tan desesperada 
                Faulkner ha debido desnudar al hombre y mostrarlos en su locura, 
                distendiendo y magnificando (con potencia extraordinaria) la común 
                realidad, la paciente y cálida realidad. Para cumplir ese 
                propósito ha elegido un momento de crisis: la época 
                de la prohibición, y ha ubicado sus escenas en los ambientes 
                más bajos, donde las aberraciones del hombre se manifiestan 
                totalmente. (Recuérdese la escena del burdel en Ulises). 
                La exasperada versión de Faulkner proviene, por igual, 
                de su deseo de horrorizar y de su apocalíptica concepción 
                del universo -concepción que ha desarrollado plenamente 
                a través de todas sus obras. Por otra parte, el horror 
                de que habla el autor en el prólogo es un horror trascendente. 
                No tiene nada que ver con las elucubraciones de los productores 
                de Hollywood y se halla estrechamente vinculado, en cambio, al 
                que despierta intencionalmente Dante en su Infierno; en 
                el canto XXXIII para ser más preciso.
              La vehemencia encerrada en Santuario, la desgarrada realidad 
                que presenta, le impiden llegar a la madurez artística 
                que su autor lograría más tarde con Luz de Agosto, 
                cuando el ímpetu fuera apaciguado y pudiera verterse en 
                una lúcida y apasionada estructura.
              El momento de Santuario es, por contraste, de furiosa 
                liberación. De ahí el peso de los detalles concretos 
                en toda la obra (la ineludible realidad), de ahí su brutal 
                melodramatismo. La irregular factura de la novela obedece a causas 
                diversas. Señalaré brevemente algunas. En primer 
                lugar, la acción está muy desigualmente distribuida, 
                lo que impide mantener un equilibrio de intensidad y una perfección 
                de todos los momentos. En los primeros capítulos la acción 
                se desliza lentamente para precipitarse luego, estancarse más 
                adelante y correr finalmente a su desenlace. Como ejemplo de la 
                deliberada lentitud de ciertos episodios puede recordarse la alucinada 
                noche que precede a la violación de Temple. En este episodio 
                el virtuosismo de Faulkner lo impulsa a repetir una misma escena, 
                mostrándola desde diversos personajes. Me refiero al episodio 
                en que Popeye entra en el cuarto donde yace Temple. Dicha escena 
                está contada tres veces: primero, por el autor en función 
                de Tommy (o sea, como la ve Tommy); luego, por el autor en función 
                de Mrs. Goodwin y, finalmente, por la misma Mrs. Goodwin. (Este 
                mismo recurso lo utiliza también J. C. Onetti en Para 
                esta noche, 1942). Otro procedimiento grato a Faulkner, que 
                contribuye a complicar y a oscurecer la acción, es el escamoteo 
                de parte de un episodio y su fragmentaria y sucesiva revelación 
                ulterior. Así la violación de Temple está 
                preparada, pero se suprime su indicación exacta. Más 
                adelante se insinúa claramente su consumación anterior 
                (episodio del coche con Popeye). Luego, en otro momento, Temple 
                cuenta a Horace su experiencia. Pero es recién al final 
                del libro (en la escena del juicio) cuando se presenta el último 
                elemento que permite la reconstrucción del suceso. Esta 
                manera tan peculiar de dar los elementos de una escena fundamental 
                para la comprensión del libro, no obedece al mero capricho 
                de desorientar al lector o al de convertirlo en adivino. Tiene, 
                en este caso, una explicación más razonable. Faulkner 
                estaba obligado a presentar todos los detalles y esta exposición 
                fragmentada permitía hacerlo sin caer en la descripción 
                puramente brutal. (En este sentido, el relato de Temple es casi 
                perfecto). La visión apocalíptica del mundo y la 
                violenta palabra de Faulkner limpian de toda sospecha de baja 
                complacencia a su obra. En segundo lugar, los mismos personajes 
                están desigualmente observados. Uno de los fundamentales, 
                Popeye, está dado siempre por el autor desde afuera y su 
                figura resulta por eso mismo demasiado mecánica. En cambio, 
                un personaje secundario como Miss Reba está plenamente 
                dibujado, con poderosos trazos. Los ejemplos podían multiplicarse. 
                Para terminar con esta reseña, la forma misma de la novela, 
                su estructura, es imperfecta. Un mayor desarrollo de ciertos elementos 
                hubiera permitido un equilibro más estable y duradero. 
                Un solo ejemplo: todo lo referente a la historia de Horace Benbow 
                está demasiado esquematizado. En realidad, Santuario 
                hubiera ganado en una elaboración más completa 
                como la de Luz de Agosto; su perfección se hubiera 
                podido lograr entonces.
              Quizás porque la forma de Santuario no sea acabada 
                la relativa perfección resulta más sobresaliente. 
                Ya se ha citado la noche que precede a la violación. Otros 
                ejemplos notable son: el funeral de Red, con el macabro detalle 
                de la corona mortuoria clavada en la mejilla del cadáver; 
                el pequeño intermedio cómico de los dos jóvenes 
                que se hospedan en casa de Miss Reba sin sospechar el verdadero 
                comercio a que ésta se dedica; el relato de Temple a Horace. 
                Al escribir Santuario Faulkner había logrado una 
                madurez estilística que suponían un considerable 
                adelanto con respecto a sus primeras obras. Pero Santuario 
                no representa su culminación en ningún sentido. 
                La potencia de su palabra y la vehemencia de sus situaciones señalaron 
                un primer momento feliz, ampliamente superado más tarde.
              La traducción de Novás Calvo es correcta, aunque 
                para el lector rioplatense esté sobresaturada de centroamericanismos. 
                Tiene, además, un defecto muy curioso: está mutilada. 
                Es decir, está aligerada de unas cuantas frases (en distintos 
                momentos del libro) que resultaron demasiado fuertes o demasiado 
                claras para el púdico y anónimo censor. Así, 
                p. ej., el tan citado relato de Temple está recortado de 
                tal forma que resulta casi ininteligible en la versión 
                española, mientras que en el original es suficientemente 
                explícito, sin ser (es claro) pornográfico. Al cotejar 
                la traducción con el original publicado por la Modern Library 
                en New York, he contado once supresiones, aunque no estoy seguro 
                de que sean las únicas. Es difícil afirmar quien 
                es el responsable de esas mutilaciones, aunque no creo que sea 
                el traductor. De todos modos, quien quiera que sea el responsable 
                (el irresponsable), tales supresiones son injustificables y merecen 
                una completa condenación."