ELIZABETH BOWEN: Hacia el Norte 
                (To the North), Traducción de María Antonia 
                Oyuela. Buenos Aires, Emecé Editores, 1951. 312 p.
              "
 la tragedia, que perturba la vida con su magistral 
                desproporción. Allí las figuras proyectan sombras 
                desconocidas; la pasión, ignorante del crimen, atiende 
                sólo a su propio movimiento; el acero homicida y el cordel 
                del estrangulador acompañan al beso. La inocencia corre 
                pareja con la violencia. La violencia es inocente y fría 
                como el destino. Entre el beso de la amante y el da la daga sólo 
                existe el espesor de un cabello y ninguna disparidad. Todas las 
                puertas se abren a la muerte. Baja el telón. Se cierra 
                el libro. Pero ¿quién puede decir que todo no haya 
                sido realidad?" Estas palabras de Miss Bowen arrojan 
                bastante luz, creo, sobre sus procedimientos novelescos. Porque 
                el tema profundo de sus novelas (no el que captan los lectores 
                distraídos) es precisamente la irrupción, brusca, 
                desmesurada, de la tragedia en el mundo trivializado 
 Hacia 
                el Norte (escrita en 1932) parte de un planteo corriente: 
                dos mujeres conocen a dos hombres, se relacionan con ellos, llegan 
                a muy distintos resultados. A través de episodios triviales 
                o dichosos, a través de días de trabajo o de aburrimiento; 
                de weekends apasionados en París o envueltos en 
                la lluvia y el tedio del campo, las dos parejas (Emelina y Mark, 
                Cecilia y Julian) avanzan hacia una culminación fatal y 
                perfecta, hacia la tragedia.
              Y no en melodrama. Todo el arte de Miss Bowen se concentra en 
                este máximo esfuerzo, en la prueba máxima de su 
                calidad; saltar de la visión, delicadamente satírica 
                de un cronista (irlandés) de la sociedad británica 
                al crudo golpe trágico, sin pagar tributo al melodrama, 
                da exponerse al guiñol sentimental, a la patética, 
                cursi, exhibición de vulgaridades del alma. Vale decir: 
                saltar del mundo de una Jane Austen al de un Henry James, sin 
                caer en Dickens.
              El secreto del salto (si secreto hay) quizá esté 
                en la creación de Emelina, la verdadera protagonista. La 
                presentación de la novela, a través del trivial 
                encuentro de Cecilia y Mark, en un tren que viaja por Italia hacia 
                el Norte, parece instalar la narración en ese plano de 
                conversación convencional, ocasionalmente aguda, campo 
                fértil para una sátira superficial como la que solía 
                practicar Aldous Huxley cuando era joven y no se había 
                convertido en devoto simultáneo de Buda y de Hollywood. 
                Al presentar a Emelina, Miss Bowen no hace ningún esfuerzo 
                para enriquecerla de significados: la da en su normal opacidad 
                de muchacha bonita pero aun no despierta para la vida del deseo, 
                aislada del mundo por su miopía, por su juvenil indiferencia. 
                La trama de la pasión (o de la novela), al enfrentarla 
                al ardor primario y tantas veces ensayado de Mark, consume la 
                máscara de impasibilidad, aventa los convencionalismos 
                en que estaba anulada y revela su verdadero ser, su magnífica 
                cualidad de criatura de pasión, auténtica y total. 
                (Mark queda abrumado; sólo esperaba una sórdida, 
                vulgar cohabitación). 
              Esta crisis, seguida de la liberación -gozosa, sí, 
                pero de esencia trágica por su fuerza, por su singularidad- 
                es el resquicio por el que la tragedia va a insinuarse en el mundo 
                trivial de Emelina; es la fisura por la que a una comedia de costumbres 
                se le impone la magistral desproporción de la tragedia.
              Quizás no sea ésta la mejor novela de Miss Bowen. 
                (Sus admiradores ingleses preferirán, sin duda, The 
                Heart of the Day o The Death of the Heart). Pero es, 
                con todo, una buena introducción para todo lector de español 
                a un arte refinado, a una concepción de la novela como 
                obra de grave conflicto y de atmósfera (moral, narrativa) 
                sabiamente administrada.
              Frente a tanta crónica trivial a tanto seudo-documento 
                contemporáneo, el arte de Elizabeth Bowen se yergue como 
                un ejemplo de pureza y exigencia, como una obra madura."
              Emir Rodríguez Monegal