CARLO LEVI: El reloj (L'orologio). 
                Traducción de Atilio Dabini, Buenos Aires, Editorial Losada, 
                1952. 330 páginas.
              "Aunque lo diga Carlo Levi, aunque lo certifiquen los editores 
                (italiano, argentino), este libro no es una novela. Es un largo 
                e inconexo relato de algunos hechos -reales o ficticios, poco 
                importa- que ocurrieron en Roma después de la liberación. 
                El relator es un joven periodista que (como el autor) se llama 
                Carlo y que quizá hasta se apellide Levi. No hay entrega 
                ni desarrollo: sólo hay una sucesión de cuadros 
                que muchas veces ni siquiera alcanzan la categoría (más 
                efímera) de anécdotas. En comparación, la 
                estructura errática de La piel de Curzio Malaparte 
                o de Piedad contra piedad de Guido Piovene parece sólida 
                y premeditada. A lo sumo, presenta Levi algunas historias que 
                retienen durante un número mayor de páginas la atención 
                del lector. De éstas, las mejores quizá sean las 
                de una visita a un inquilinato, invadido por las ratas, visita 
                que el relator realiza acompañando a un amigo alucinado 
                por la imagen de una mujer; o la del viejo muerto y atravesado 
                en una escalera, con su perro, aullando de terror a su lado; o 
                la del accidentado viaje a Nápoles con la escaramuza del 
                brigante solitario y todo.
              Pero el libro interesa igualmente. No como novela, es claro. 
                Sino como testimonio de un hombre y de un momento. A diferencia 
                del equívoco y desagradable Malaparte, del resentido Piovene, 
                Carlo Levi parece un hombre de postura vital positiva. Su visión 
                del caos político y social de la postguerra italiana no 
                carece de calidez humana y de penetración descriptiva. 
                Porque si Levi no es un narrador es, en cambio, un gran descriptor. 
                Tiene una pasión por los objetos, por el mundo visual, 
                que se trasmite a su prosa, que lastra sus páginas de imágenes 
                materiales. Y es a través de ese escrutinio apasionado 
                que el lector alcanza la mejor lección de la obra; la de 
                un apasionado sí al mundo, a la vida.
              No puede extrañar al lector esta pasión por los 
                objetos. Carlo Levi al mismo tiempo (o antes) que escritor es 
                pintor. Su visión del mundo es necesariamente plástica.
              Lo que no es admisible (aparte de sus infundadas pretensiones 
                de novelista) es que Levi pretenda dar alcance filosófico 
                o contenido poético a esa imagen del reloj que le sirve 
                para titular la obra y para justificar algunas reflexiones obvias 
                sobre el tiempo. No es necesario haber transitado los grandes 
                metafísicos (o en su defecto la obra incomparable de Marcel 
                Proust); basta y sobra con Fingermann o Roustan para reconocer 
                el origen de sus fatigosas lucubraciones. Pero si se descarta 
                al fastidioso reloj (y a la palabra novela) y se coloca 
                la obra en su verdadera línea de neorrealismo documental 
                -estilo que Carlo Levi ya había practicado exitosamente 
                en Cristo se detuvo en Eboli (Buenos Aires, Editorial Losada, 
                1951) pronto se advierte el interés humano y el valor testimonial 
                de este nuevo libro."