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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Un libro escandaloso"
En Marcha, Montevideo, nº 640, 26/09/1952
p. 21.

ROGER PEYREFITTE: Las embajadas (Les ambassades). Traducción de Jorge Borda. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1952, 311 páginas.

Jorge de Sarre parte para Atenas a incorporarse a la Embajada Francesa como segundo secretario. Es joven y buen mozo; es conde; no tiene mayores lazos que lo aten a la patria. Por otra parte, estamos en 1937 y parece agradable abandonar una Francia conmovida por el Frente Popular y la No Intervención en España, aturdida por una Exposición Internacional; amenazada por el creciente poder de Adolf Hitler. En Atenas, pronto descubre el protagonista que la labor de un segundo secretario de Embajada no es abrumadora; que se reduce, casi siempre, a ser un espectador. Espectador de la avaricia y de las ambiciones nobiliarias del Embajador (se complace en inventar que es descendiente de un bastardo de Lorenzo de Médicis); de las intrigas políticas del agregado militar (sabe más que el Embajador, redacta copiosos informes, tiene una red de espías con los que se encuentra en lugares frecuentados por homosexuales); de los escrúpulos lingüísticos del primer secretario (usa el Littré como libro de cabecera). También es espectador de intrigas en la sociedad: la lucha entre realistas y venizelistas, las rivalidades de Embajadas, las pequeñas conspiraciones de los franceses para no ser postergados en las fiestas y recepciones. Como espíritu sensible (y algo poeta, aunque no lo diga) Jorge de Sarre es también espectador del más extraordinario paisaje humano que nos legó la Historia: Atenas misma.

Pero también es actor. Y aquí el libro muestra su faz complementaria. Pronto Jorge de Sarre alquila un apartamento al que lleva a la hija del Embajador. Con ella (y el aditamento ocasional de un ciego que recita versos de Kavafis o de otro amante de la joven) practica el protagonista formas barrocas pero conocidas de la sensualidad. También se une -aunque solo espiritualmente- a un miembro de la Embajada alemana: un hermoso muchacho melancólico, cuya pureza priva a Jorge de Sarre la repetición de experiencias que el autor ha contado en una novela anterior. (Les amitiés particulières, 1945). Pero como otros agregados no son tan escrupulosos, el protagonista tiene oportunidad de iniciarse, así sea como espectador, en el tráfico que se realiza en ciertos establecimientos de baño, en boscosas regiones ilustres y en edificios adecuadamente amueblados. Ese amor, que antes no osaba decir su nombre y ahora lo pinta con mayúsculas luminosas, es objeto de muchas páginas. Las variaciones sobre la sexualidad culminan en una escena orgiástica en que, mientras Jorge de Sarre atiende a su amante habitual, el hermano de ésta baila desnudo con la hija del embajador de México (vestida sólo con el gran cordón de Fénix).

La ambición política, la intriga y la corrupción del poder no es, pues, el único tema de esta novela. A su lado, y a través de las experiencias del protagonista, se muestra la corrupción sexual de una clase y un ambiente privilegiados. No debe extrañar a nadie que este libro (tan fuertemente sazonado) haya sido recibido en Francia con escándalo. Hasta ahora, había parecido legítimo que Sartre mostrara (como ha dicho con gracia Paulhan) que también los filósofos van al burdel; pero que se ataque a la Carrera, eso pareció intolerable. Y sin embargo, los que leyeron, y aun releyeron, los pasajes fuertes de esta novela, no pueden desconocer que nada nuevo dice Peyrefitte. O por lo menos nada que sea auténticamente nuevo desde que Proust publicó Sodome et Gomorrhe (1922); desde que Maurice Sachs dio a conocer, en Le Sabbat (1943), los recuerdos de una tempestuosa juventud; desde que Curzio Malaparte voceó en La pelle (1949) los secretos de Polichinela de ciertos exquisitos. Peyrefitte no innova; a lo sumo mezcla con audacia e impudicia a los personajes de su ficción los nombres de diplomáticos verdaderos, lo que parece dar al libro una cierta aura de verdad.

Pero esta verdad no alcanza, por cierto, a contaminar a su novela de valores estéticos. Está bien escrita, pero en un plano de mera habilidad expositiva que consiste en contar sin tropiezos y echando mano a cualquier clisé (narrativo, verbal, emocional). Ninguno de los personajes, ninguna de las situaciones, alcanzan verdadera vida. Nada de lo que se muestra, nada de lo que se dice es memorable de manera profunda. Los hechos son casi siempre desagradables y hasta horribles; los personajes agotan la infamia. Pero no hay verdadera emoción. Todo sucede en la epidermis; todo es sofisticado, como un chisme que no nos toca, como un cuento picante que empieza por abolir la realidad.

Su novela perece ficción (es decir: mentira) no porque no sea cierta o posible la corrupción que muestra sino porque para hacerla estéticamente real es necesario que exista como novela, como creación. Y eso es lo que Peyrefitte no consigue. Eso que Marcel Proust expresó, de manera tan desgarradura, objetivando su propia corrupción.

E.R.M.

 

Responsables

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