"(Cine Arte del Sodre, Luxor, domingo 
                19) fue filmada en Francia en 1944, durante la ocupación 
                alemana. Su director y libretista, Robert Bresson, era casi desconocido. 
                (Había hecho en 1943, Les angés du peché, 
                exhibido aquí sin pena ni gloria en una versión 
                doblada en castellano). Pero sus colaboradores eran ilustres: 
                la obra se basaba en una historia que había contado Diderot 
                hacia 1773 en Jacques le fataliste; el diálogo era 
                de Jean Cocteau; la protagonista se llamaba María Casares. 
                Este film bastó para colocar a Bresson en la primera fila 
                de los realizadores franceses. Fue (es) el antecedente obligado 
                de otra obra que habría de filmar Bresson en 1950: el Diario 
                de un cura rural.
              Pero Les dames du Bois de Boulogne es algo más 
                que un antecedente: es una de las más perfectas tragedias 
                psicológicas que ha contado el cine. Es la historia de 
                una venganza minuciosa, fríamente ejecutada; y de un amor 
                que se impone a pesar de todo. Hélène ha sido abandonada 
                por Jean, el amante por dos años. Extrae a una muchacha 
                de un cabaret, la hace pasar por una jovencita de campaña 
                (lo que en realidad había sido) y la presenta a Jean. Hace 
                que éste se enamore de ella y se la niega y se la ofrece 
                hasta que consigue casarlo con ella en una elaborada ceremonia 
                a la que ha invitado a todos los que poseyeron a la muchacha.
              El film es cruel y preciso. Hay cuatro personajes principales. 
                Además de Hélène (María Casares), 
                están Jean (Paul Bernard), la muchacha (Elina Labourdette) 
                y su madre (Lucienne Bognert). Entre estos cuatro seres se ordena 
                una historia de contornos nítidos, de diálogo que 
                conserva la elegancia y la exactitud de la lengua del siglo XVIII, 
                una historia horrible y hermosa a la vez. Bresson mueve sus criaturas 
                en un decorado que es contemporáneo nuestro pero que es 
                tan abstracto, tan impersonal como el de cualquier tiempo. Una 
                magistralmente (como siempre) banda de sonido y la música 
                de J. J. Grünenwald para sugerir el mundo en que están 
                encerrados los personajes; pero los aísla dentro de su 
                conflicto y no tolera la menor digresión. (Hay un quinto 
                personaje, Jacques, que pronuncia unas palabras en una breve escena, 
                y algún criado que dice unas líneas). La cámara 
                de Philippe Agostini fotografía actores y decorados sin 
                concesiones a la composición artística y preocupada 
                tan sólo de la funcionalidad dramática. Los decorados 
                de Max Douy son también funcionales. Limitan un ambiente 
                más que describen una circunstancia o una época.
              Todo está subordinado a una versión ascética 
                del drama. La mano férrea de Bresson impide todo estallido 
                pasional. Le basta una pequeña crispación del cuerpo 
                de María Casares y una lágrima que se desliza suavemente 
                por su mejilla para decir el efecto desgarrador que le causan 
                las palabras con que su ex-amante confiesa su pasión por 
                la muchacha. El film es intenso pero contenido. Toda la violencia 
                es interior y las imágenes, como el diálogo estilizado 
                de los personajes, apuntan delicadamente a esa pasión.
              En un film tan construido, tan deliberadamente hecho a partir 
                de una visión personal, la labor del intérprete 
                está subordinada más que nunca a la mano del director. 
                Bresson consigue a ratos que Paul Bernard viva su difícil 
                personaje (que había sido escrito para Alain Cuny); consigue 
                que Elina Labourdette exprese la corrupción y el amor; 
                consigue que María Casares guarde todos sus desplantes 
                hispánicos y sea una fiera silenciosa y desesperada.
              Podría apuntarse algún defecto, algún desfallecimiento 
                pasajero del film (y hay eruditos que lo han hecho). Pero hay 
                que aceptar una creación tan íntegra y exigente, 
                tan lúcida, como ésta de Bresson sin menudear en 
                detalles. Su impacto dramático también los tolera 
                y sabe superarlos."