BALDOMERO SANIN CANO: EL HUMANISMO Y EL PROGRESO 
                DEL HOMBRE. Buenos Aires, Editorial Losada, 1955. 260 pp.
              "Ya resulta bastante sorprendente el hecho de que una colección 
                de artículos de un ensayista hispanoamericano abarque temas 
                tan separados en el tiempo y el espacio como Goethe y Germán 
                Arciniegas, Hipólito Taine y Virgil Gheorgiu, Mark Twain 
                y Giovanni Papini, Guillermo Valencia y Cyiril Connolly. Sorprendente, 
                sobre todo, porque este ensayista tiene algo importante que decir 
                de cada uno, revela una larga (y vieja) familiaridad con sus libros 
                y sus ideas, muestra una frescura de observación, una inmediatez 
                del conocimiento, que no puede improvisarse con audacia. Pero 
                a esa primera sorpresa cabe agregar otra, mayor, si se mira la 
                fecha en que nació este ensayista hispanoamericano. Porque 
                la verdad es que Baldomero Sanin Cano nació en Colombia 
                en 1861 y si se descuida, alcanzará esos cien años 
                que por normales que fueran en los tiempos de Matusalén, 
                son ahora míticos.
              Los 95 años de Sanin Cano, que le permiten recordar por 
                ejemplo que hace setenta años escribió un artículo 
                en un semanario de Medellín sobre un autor entonces casi 
                desconocido en América: Ibsen, o que le permiten apuntar 
                (tal vez con implícita nostalgia) que él pertenece 
                a la generación de hombres que eran maduros cuando la guerra 
                de 1914 estalló; esos 95 años de hoy que lo muestran 
                sólo cinco años menor que Shaw (de quien escribe 
                como coetáneo), y seis mayor que Rubén Darío, 
                y diez mayor que Rodó, patriarcas para nosotros; esos 95 
                años de Baldomero Sanin Cano son los primeros 95 años 
                de uno de los humanistas más frescos que ha producido la 
                civilización moderna. 
              No es posible medir a Sanin Cano con cánones de América 
                hispánica. Salvo Andrés Bello, salvo nuestro Vaz 
                Ferreira, no hay casi términos. El intelectual, el humanista 
                americana, se marchita pronto, se acartona, se muere antes de 
                morir. Generalmente deja de leer pasados los treinta, generalmente 
                deja de pensar pasados los cuarenta, generalmente deja de escribir 
                pasados los cincuenta. O si no deja es peor; porque gira en la 
                noria de su propio espíritu inerte, plagiándose 
                a si mismo en el vacío. Pero don Baldomero no. Don Baldomero 
                tiene otra idea de lo que es un intelectual. Ante todo para él 
                un intelectual es un hombre de su tiempo y no un hombre del año 
                que nació; un hombre que desde el mirador de los libros 
                mantiene los ojos bien abiertos sobre el mundo, este mundo. Y 
                es hombre al que no ciega la vanidad del genio.
              Para él no hay tarea pequeña. La reseña 
                bibliográfica no es despreciada por obvia. Al contrario: 
                a través de ella puede alcanzar al lector común, 
                ese lector que también necesita que para él escriban 
                los que saben, y no sólo los desaprensivos. El comentario 
                de libros de los otros es también un medio de decir lo 
                propio (ha descubierto Sanin Cano). Porque un libro leído 
                y anotado y criticado es algo más que un libro ajeno. Es 
                un libro que el lector (el crítico) ha incorporado a su 
                propia sustancia. De aquí que a través de los libros 
                de Eliot o de Peter Quennell, de Evelyn Waugh o de Christopher 
                Isherwwod ahora, como antes lo hacía a través de 
                los de Max Nordau y Nietzsche, de Enrique José Varona o 
                Macterlinck, comunique Sanin Cano su propia visión del 
                mundo y de los seres: mundo y seres de estos últimos ochenta 
                años.
              Una voz propia
              Textos y pretextos, llamó Xavier Villaurrutia a 
                un libro de ensayos suyo, adaptando un título de Huxley 
                pero con otro sentido. Textos y pretextos pudo llamar Sanin 
                Cano a su nuevo volumen de ensayos, el octavo o décimo 
                que publica en casi ochenta años de vida literaria. Porque 
                a través de lo que dice de cada tema, se escucha una voz 
                que es la voz de Sanin Cano, suya y no derivada de nadie. La voz 
                de un humanista, formando en la América de la última 
                parte del siglo XIX, a la luz y el calor de ese denso crepúsculo 
                del siglo en que las ideas francesas empezaban a ser desplazadas 
                en nuestro continente por las que provenían de Rusia y 
                del norte: de Escandinavia, pero también de Inglaterra, 
                también de los Estados Unidos.
              A diferencia de casi todos los hombres de ese tiempo (un Rodó, 
                por ejemplo) Sanin Cano se formó en el estudio directo, 
                y no a través de las ordenadas adaptaciones galas, de Ibsen 
                y Nietzsche, de Bernard Shaw y Jorge Brandes. Pasó muchos 
                años en Europa, principalmente en Inglaterra, adaptó 
                su mentalidad latina a la elegancia, a la sobriedad sajona. Y 
                sin dejar de ser uno de los más sabrosos prosistas de América, 
                dueño de un buen español (un español intenso, 
                no extenso), supo adaptar la ironía extranjera para expresar 
                mejor su propio pensamiento. No hay (como diría un Juan 
                Valera de este tiempo), nada de anglicismo mental en Sanin Cano: 
                hay algo que es más sutil. El temprano descubrimiento de 
                zonas así intactas de la expresión en lengua castellana, 
                del pensamiento en español. Esas zonas del medio tono, 
                de la ironía discreta (pero en el sentido castizo: inteligente), 
                de la palabra que brilla por el contenido y no por el mero relumbrón 
                verbal como suele suceder en los ingeniosos hispánicos.
              La prosa de un americano
              Esta nueva colección de artículos que presenta 
                la Editorial Losada incluye los textos de los últimos 
                veinticinco años. (Hay, por excepción, uno de 1893, 
                escrito a la muerte de Taine). La mayoría es de los últimos 
                diez años. Aunque han sido escritos como notas y no como 
                sesudos ensayos de doctrina, aunque han sido escritos como periodismo 
                literario(del mejor, del único posible), puede ser esgrimidos 
                como ejemplo de esa prosa de Sanin Cano que está en la 
                mejor línea de la prosa hispanoamericana: la que hunde 
                sus raíces en el idioma materno pero para despojarlo de 
                las galas que le agregaron los malos españoles de floripondio 
                finisecular y los del renacimiento barroco de este medio siglo.
              Habría que citar mucho. Pero el lector se conformará 
                con algunos ejemplos. Cuando habla de las biografías de 
                Disraeli y Fouché que popularizaron Maurois y Zweig aclara 
                (en el mejor sentido de su tradición humanística) 
                que este género de libros "hace interesante y aun 
                atractivo un tipo de hombre moralmente inferior al desdén". 
                Cuando dedica un artículo a Emil Ludwig aclara: "es 
                un suceso literario de más importancia que interés" 
                y luego agrega civilmente que ha escrito por lo menos una obra 
                por año "y algunos volúmenes de abultada 
                apariencia. Se pregunta uno (añade) a qué 
                horas leía, conversaba dormía y se entregaba su 
                autor a la diversión y el descanso". Hay aquí 
                algo más que una frase feliz, una ironía puesta 
                en su lugar: hay toda la concepción humanista del hombre 
                para quien leer y escribir no pueden ser actividades industrializadas, 
                la convicción de que el escritor no es una máquina 
                de componer libros, sino un ser que lee y redacta libros a partir 
                de una experiencia vivida día a día que también 
                incluye leer y escribir.
              Estilo de ideas
              Porque los rasgos de estilo de Sanin Cano no pueden separarse 
                de los rasgos de su pensamiento. Así por ejemplo, para 
                enfatizar la observación de que los españoles (antes 
                del siglo XVIII) no trasladaron su cultura a América, apunta: 
                "Libros venían, no se puede negar, pero en cantidad 
                insignificante y a contadas personas. A la Biblioteca Nacional 
                de Bogotá vinieron a dar los libros de los conventos y 
                de las instituciones eclesiásticas de enseñanza 
                en la época colonial. En verdad, allí no había, 
                cuando el presente escritor visitaba ese establecimiento, materia 
                explosiva suficiente para despedazar un nido de colibrí". 
                La imagen llega al fin, pero no llega como adorno sino como precipitación 
                de un pensamiento que hunde sus raíces en las convicciones 
                del escritor.
              De igual modo ,cuando comenta las acusaciones de Papini contra 
                la supuesta mediocridad cultural de América y de lo poco 
                que ésta ha contribuido a la humanidad, escribe: "Es 
                de sonreír que el señor Papini nos reproche que 
                América no ha dado más santas que Santa Rosa de 
                Lima. El señor Papini debiera saber que los santos no se 
                hacen en América sino en el Vaticano". Otra vez, 
                la frase (el epigrama) contiene algo más que un 
                juego de paradoja verbal: vive por su referencia aun mundo de 
                valores y de creencias.
              Es claro que en ocasiones la felicidad del fraseo supera el mero 
                contenido .Cuando habla de Eliot y de sus actividades extraliterarias 
                llega a decir: "La civilización lleva tan mala 
                traza que Eliot (...) ha tenido que colaborar en las funciones 
                filantrópicamente voraces de un establecimiento bancario". 
                Una herencia del estilo británico (el understatement) 
                aparece aquí vinculada con la más universal habilidad 
                de hermanar términos contrapuestos (oximoron lo 
                llamaban los griegos y ahora repiten los pedantes). Ese humor 
                de fraseo se ejerce, en la mejor tradición británica, 
                sobre los mismos ingleses, infatigables viajeros literarios :contra 
                ellos escribe:
              "Un caballero inglés de regreso a su tierra se 
                distinguió entre sus amigos por el silencio discreto y 
                obstinado que guardaba sobre las impresiones de su viaje a América".
              Los mundos distantes
              Si he empezado por acumular ejemplos de la felicidad verbal de 
                don Baldomero, no es porque piense que su estilo es lo mejor de 
                su obra. En realidad, pienso lo contrario. Lo más permanente 
                de su obra es la frescura e impavidez del enfoque, la curiosidad 
                del escritor -omnívora pero sólida- que a lo largo 
                de ochenta años (o más) le ha permitido asomarse 
                al mundo de las letras y al mundo real como si cada vez fuera 
                la primera. Todo este volumen de ensayos abunda en muestras de 
                esa observación fresca, de esas opiniones personales, generalmente 
                heterodoxas, que hacen la delicia del lector atento. Así, 
                en un artículo sobre Roberto Cunninghame Graham, (uno de 
                los mejores del volumen), apunta sobre el escritor que fue su 
                amigo: "hablaba o escribía siempre en primera persona, 
                pero nunca de sí mismo". Lema que permitiría 
                distinguir al escritor del confesionalista (use éste o 
                no la primera persona).
              Otras veces la contribución personal al tema no consiste 
                en un juicio de mundos distantes de la cultura. Sanin Cano escribe 
                sobre Wordsworth, por ejemplo, y habla de un poeta colombiano 
                que como aquel inglés fue un lakista escribe sobre Ruskin, 
                sobre el armonioso y atormentado Ruskin, y habla de Moltalvo. 
                Porque el mundo de las letras es uno para este humanista. Uno 
                el mundo que habitan Rodó y André Gide, Maeztu y 
                León Chestov.
              En este sentido unitario de su humanismo muestra don Baldomero 
                su formación decimonónica. Porque el siglo XX ha 
                querido que el nacionalismo también llegue hasta el humanismo, 
                ha querido -y ha conseguido- alzar barreras para hablar de una 
                cultura de Occidente y otra de Oriente. Sanin Cano ha ignorado 
                esas barreras. Aunque su formación profunda es británica, 
                aunque su temario es occidental, no odia el otro orbe. Cree que 
                la cultura no debe estar al servicio de los partidismos (grandes 
                o chicos, lúcidos o energuménicos) de los hombres 
                que quieren dividirse el mundo como si fuera una torta.
              El humanista de hoy y de ayer
              El humanismo de Sanin Cano tampoco es de los de torre de marfil. 
                Y cómo podría ser hombre de torre de marfil un periodista: 
                a lo sumo sería un hombre de torre de papel. El periodista 
                lucha y no puede no luchar. En todas las notas de Sanin Cano hay 
                beligerancia. Beligerancia en el buen sentido de la palabra. No 
                hay provocación personal, porque las personas no cuentan, 
                sino las ideas que sostienen, las posiciones que representan. 
                Y por eso Sanin Cano puede escribir contra Papini sin hablar de 
                la persona Papini. El humanismo de Sanin Cano encuentra su expresión 
                más cabal en el primer ensayo del volumen aunque está 
                presente en todo el libro. En algunas páginas de ese ensayos 
                se resume la verdad de este hombre admirable de 95 años 
                que ha producido América casi contra su norma de improvisación 
                y derroche, ese hombre que aún en los momento en que no 
                ve con toda lucidez (como cuando se equivoca sobre Virgil Gheorgius) 
                lo hace por las más nobles razones.
              La ley moral
              Dice Sanin Cano: "El hombre del renacimiento ensayó 
                con el humanismo una de las maneras de encontrar al hombre requerido 
                por las circunstancias de este momento fecundo de la historia 
                humana. Pero el humanismo de hoy no es el mismo del renacimiento. 
                Sin saberlo, el hombre está buscándose a sí 
                mismo por una senda de sacrificios y de angustias que pueden conducirle 
                lo mismo a la pérdida que al descubrimiento de un mundo 
                moral. Las letras humanas pueden servirle de guía en esa 
                búsqueda con tanta eficacia como las matemáticas, 
                las ciencias naturales o la psicología de Freud. Lo que 
                importa sin lugar a equívocos es hallar la ley moral o 
                que deben someter los Estados sus mutuas relaciones para usar 
                con la debida amplitud de las generosas ofertas que el progreso 
                de las ciencias está haciéndole a la vista, cada 
                día con mayor liberalidad".
              En estas palabras resuena una voz que no es la del iluso que, 
                mecido por las bellas letras o las artes, cree en el inevitable 
                progreso del hombre, en la voz de un hombre que sabe que sin una 
                ley moral, todo el progreso material, toda la aguda conciencia 
                social y económica y política, o sirven sino para 
                crear mejores medios de explotación, de dictadura, de horror. 
                Lo sabe porque Sanin Cano no ha dejado de leer, de vivir, en 1910 
                sino que ha seguido leyendo, viviendo. Y así ha visto que 
                el progreso de las ciencias y de la industria han convertido al 
                hombre en cifra, despojándole de su individualidad; ha 
                visto que la única solución ahora es que el hombre 
                unidad (el individuo vuelva a existir "como persona consciente 
                en el campo de las actividades sociales y en la soberanía 
                de la inteligencia". Esa es la doctrina última de 
                este habitante de la torre de papel."