"El mundo poético de Idea Vilariño 
              : la nueva poesía uruguaya (1945-1955)"
              En Marcha, Montevideo, nº 824, 03/08/1956
              p. 21-23. 
            
              "Felizmente, los diez años de poesía 
                que se han elegido para este examen crítico, los diez años 
                que corren de 1945 a 1955, han producido o revelado ya algunos 
                poetas de indiscutible acento personal, poseedores no sólo 
                de un instrumento lírico sino de un mundo propio, que han 
                sabido explorar con intensidad y rigor. De todos los poetas que 
                empezaron a aparecer hacia 1945 el que ha dibujado una personalidad 
                lírica más definida, de más honda continuidad, 
                es sin duda Idea Vilariño. Su obra poética es escasa 
                -cinco cuadernos que totalizan apenas unos treinta y nueve poemas-. 
                Pero la misma escasez es reveladora de una conducta literaria 
                que no cabe sino aplaudir: la selección, el rigor autocrítico, 
                la lenta maduración de cada tema, de cada verso, antes 
                de acceder a la publicidad. Por todo ello, por lo que implicas 
                su obra como tensiópn líricas y como ejemplo de 
                conducta, parece oportuno inaugurar el examen de los nuevos poetas 
                por una consideración general de su mundo poético.
              Una fisura en la carne
              En 1945 se publica un cuaderno titulado La suplicante 
                que contiene cinco poemas. El autor es Idea, así a secas, 
                sin más identificación. (Sólo en 1949 aceptaría 
                firmar con el nombre completo). En los cinco poemas de ese cuaderno 
                está ya, en potencia, toda la obra lírica de Idea. 
                En potencia o, tal vez mejor: en cifra. Porque la lucidez implacable 
                de la mirada de este poeta ya le permite ver, en esa hora del 
                mediodía en que inicia su canto, la realidad que yace bajo 
                las espléndidas apariencias humanas. El poeta contempla 
                la playa y el mar, contempla los cuerpos sobre "Las vastas 
                arenas pálidas", y en esa hora de luz -
              transparentes los aires, transparentes
                las voces, el silencio-
              Sus ojos no perciben sólo la vida: registran también 
                la muerte:
              A orillas del amor, del mar de la mañana,
                en la arena caliente, temblante de blancura,
                cada uno es un fruto madurando su muerte.
              Así, con esta mirada que descarna los seres y hace aflorar 
                su definitivo esqueleto, Idea Vilariño declara una de las 
                constantes de su poesía: la presencia de la muerte. En 
                la segunda parte de este mismo poema inaugural el poeta confirma, 
                y se confirma:
              Cuerpos tendidos, cuerpos
                Infinitos, concretos, olvidados del frío
                que los irá inundando, colmando poco a poco.
                cuerpos dorados, brazos, anudada tibieza
                olvidando la sombra ahora estremecida,
                detenida, expectante, pronta para emerger
                que escuda la piel ciega.
              La muerte, que es médula de todo ser en poesía 
                no se da aquí como pálida y entristecida presencia; 
                no es la muerte que habita un mundo gris y sin matices, un aire 
                enclaustrado y opaco, una muerte funeral. Es la muerte floreciendo 
                en plena vida, la muerte enlazada al más agudo éxtasis 
                erótico, la muerte encendida y ardiendo en el podersoso 
                instante del deseo consumado.
              Esta sazón de fruta que tú me diste, esta
                llamarada de luna, durable miel inmóvil,
                te sitúa y te acerca,
                amigo de la noche, sagrado camarada
                de las horas de amor y de silencio...
              Sin luz, apenas, sin aliento, 
                sueño
                ese incienso divino que me quemas,
                sueño ascendiendo abismo con vértigos de sombra,
                náufrago en la caricia, alta marea muda.
                Ya velado tu rostro entre líneas de niebla
                los ojos se te ahogan en climas de delicia
                y rueda por la noche tu pensamiento inerte,
                entonces el deseo sube como una luna,
                como una pura, rara, melancólica, clara, 
                luna definitiva, peldaño de la muerte.
              Esta última, estrecha unión del deseo y la muerte 
                no es ocasional en el poeta. Cuando Idea Vilariño quiere 
                cantar al amor en la culminación de su goce, ya sabe que 
                su rosa es "flor de ceniza", y advierte, estremecida:
              El amor... ah, qué rosa, qué rosa verdadera!
                Ah, qué rosa total, voluptuosa, profunda,
                de tallo ensimismado y raíces de angustia,
                desde tierras terribles, intensas, de silencio,
                pero rosa serena.
                Tenla, sosténla, siéntela, y antes que se derrumbe
                embriágate en su olor,
                Clávate en su olor, 
                clávate en las espaldas del amor, esa flor,
                esa rosa, ilusión,
                idea de la rosa,
                de la rosa perfecta.
              Y esta figura de la destrucción y la muerte ("antes 
                que se derrumbe"), advierte el poeta), esta gravitación 
                incesante de la muerte impone al ardimiento erótico que 
                atraviesa esta zona de la poesía de Idea Vilariño, 
                al deseo inagotable y todavía no desgastado por el tiempo, 
                una aterradora presencia espiritual que es como el memento mori 
                de los poetas españoles de Cuatrocientos. Como ellos, en 
                Idea Vilariño se da el lujo de la vida plena y el seguro 
                conocimiento simultáneo de su fugacidad, de su nadería. 
                El placer no aparece (todavía) contaminado por esta certidumbre 
                de la vida consciente del poeta, pero queda sí marcado, 
                conmovido en su mismo frenesí por saberse pasajero. Y así 
                el apetito se trasciende en pura llama y (apenas velada por la 
                belleza de las imágenes ypor la sensualidad poderosa del 
                ritmo), una angustia se va imponiendo poco a poco, como una fisura 
                se abre en la carne misma del poema.
              El poeta reconoce la impotencia de la materia -de su materia- 
                por alcanzar el tránsito de hacia una realidad perfecta 
                y canta ese fracaso con henchida elocuencia:
              Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa
                sabe ahí demasiado, sin tregua, y que ahora
                el mundo le deviene un milagro ajeno,
                que le abren los labios aún hondos estíos,
                que su conciencia abdica,
                que está por fin él mismo olvidado en el beso
                y un viento apasionado le desnuda las sienes,
                es entonces, al beso, que descienden los párpados
                y se estremece el aire con un dejo de vida,
                y se estremece aún
                lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
                el terciopelo ahora de la voz, y, a veces
                la ilusión ya poblada de muertes en suspenso.
              Cinco poemas bastan a este poeta nuevo para imponer no sólo 
                una voz -reconocible a pesar de claras influencias, como las de 
                Jiménez o la de nuestro Emilio Oribe-, cinco poemas han 
                bastado para fijar la voz de un nuevo poeta y dos de las constantes 
                de su mundo: el erotismo, la muerte como presencia irrenunciable. 
                Pero qué tono tan distintos el de este primer cuaderno, 
                qué sensualidad ardiente para las palabras, qué 
                blandura y persuasión meliflua del ritmo, qué use 
                y abuso de la adjetivación prestigiosa, de los signos (comas, 
                puntos suspensivos, interjecciones) que mendigan en cierto sentido 
                el énfasis. El deslumbramiento que produce este primer 
                cuaderno cuando se sale de los otros libros "nuevos" 
                del período -retóricos, sin mundo, sin un ser detrás-, 
                parece sólo entusiasmo y no expresión lograda cuando 
                se llega de la poesía actual de Idea Vilariño, cuando 
                se avanza desde este mundo ascético y duro, desde esta 
                expresión abreviada a lo más abrupto y doloroso, 
                desde este ritmo empobrecido para todo lo que sea mera sensualidad, 
                desde esta luz implacable que ilumina por dentro (no por fuera) 
                sus últimos libros.
              Contra los prestigios (las imposturas)
              El tránsito de esta poesía lúcida pero esencialmente 
                feliz del primer cuaderno a la expresión trágica 
                de sus últimos libros, no se realiza gradualmente. En realidad, 
                entre 1945 en que Idea Vilariño publica La suplicante 
                y 1947 en que sale Cielo cielo, se ha producido una 
                transformación importante en la visión del mundo 
                de este poeta. El síntoma más visible y por lo tanto 
                más externo es la misma forma del poema. Desaparecen los 
                signos de puntuación, desparecen los puntos suspensivos, 
                desaparece la coordinación sintáctica normal. Idea 
                Vilariño parece haber descubierto los juegos de la tipografía. 
                Estos elementos exteriores no eran (ya se sabe) novedosos. Aquí 
                mismo los había empleado Juan Cunha mucho antes de que 
                Idea hubiera pensado en editar -tal vez en escribir- sus versos. 
                Pero por eso mismo que era externa y en cierto sentido adjetiva, 
                fue la forma visible de su poesía (no la forma interior, 
                de la que hablará luego) la que atrajo la atención 
                de los primeros lectores. Confundidos por la ausencia de comas, 
                embelesados por un uso afectivo del lenguaje en que las convenciones 
                tradicionales de la lengua eran soslayadas -Ella la ella ella 
                la corvada, por ejemplo-, muchos de sus primeros lectores 
                creyeron estar ante una poesía hecha de palabras y de sonidos. 
                No advirtieron que esas palabras, esos sonidos, eran cifra de 
                algo que ocurría no en el plano verbal sino en el más 
                profundo plano de las intuiciones del poeta; que esas palabras, 
                esos sonidos, eran señales desesperadas del poeta por comunicar 
                directamente su angustia, su soledad, su mundo.
              Porque los cinco poemas de Cielo Cielo eran algo más 
                que ejercicios retóricos de un poeta dispuesto a tomar 
                por asalto al lector, un poeta dedicado a la entretenida tarea 
                de asustar, a abrumar, con su superioridad técnica. Era 
                en realidad el experimento, era la búsqueda, era la inquisición, 
                de una forma poética que no dependiera tanto de los prestigios 
                (de las imposturas) de toda una poesía anterior y ajena 
                al poeta. Era el apasionado hollar en la misma textura del verso 
                y del lenguaje para hacerles rendir no lo que entonces se entendía 
                por poesía sino ese otro acento, inédito (aunque 
                no valioso sólo por inédito), sincero, que el poeta 
                quería liberar dentro de síu.
              La suplicante, a pesar de su belleza indiscutible y tal 
                vez por ella misma, era un fracaso, un suntuoso fracaso. Porque 
                la angustia que latía debajo de cada verso estaba dicha 
                en términos tales que podía confundirse con la desazón 
                premeditada de una discípula de Delmira, porque esa lucidez 
                que detectaba la corrupción en la madurez del fruto podría 
                ser el hábil ejercicio de un lector del mejor Oribe. Y 
                la poesía que Idea llevaba dentro no era una poesía 
                que naciera de la poesía (aunque sea sí una poesía 
                que no desdeña el conocimiento del ajeno lirismo). Su poesía 
                nace de los más profundo de una experiencia de dolor, enfermedad, 
                angustia.
              Es lo que vino a mostrar, en un primer intento desesperado y 
                hasta incoherente, Cielo cielo. El superficial hermetismo 
                de su verso, en tan abierto contraste con la seductora facilidad 
                de La suplicante, quería decir eso: que el poeta 
                tenía que tirar por la borda toda la poesía aprendida 
                de otros para poder encontrar las palabras, los ritmos, que comunicaran 
                (cada vez más directa, más patéticamente) 
                esa experiencia personal única.
              Los temas son los mismos de La suplicante. Pero la expresión 
                es nueva. Aquí aparece la muerte como una presencia total, 
                y el canto del poeta indicar claramente la entrega, la posesión 
                del hombre por la muerte.
              Ella la ella ella la corvada
                la de hoz de mies dispuesta a tanto
                a las plantas volcada de los hombres
                que se daban se le daban se le siguen
                se dejaría dar si nadie acude
                que noche ahonda y cubre y une en lejos
                estar tocados por la misma ésta.
              En ese amargo reconocimiento de la imperfección del mundo 
                -
              y en tanto nadie nadie nadie
                dice esta noche que nos toca a todos
              -en esa visión de la noche (que es la muerte) y que cubre 
                todo-
              La noche cubre mundo ahonda todo
                desde tu valle espanto al magdalena
              - Idea encuentra la expresión que le permite acumular 
                en un solo verso "la luz cereza y el estiércol": 
                la belleza del mundo que los poetas prefieren y la sordidez del 
                mundo que enmarca y corre esa belleza. El poeta intenta refugiarse 
                en la aspereza del cielo, trata de cantar con limpio patetismo:
              Ah si encono si entonces
                ya no quiero
                ya no puede se pasa nunca alcanza
                una ola se vaga la marea
                se desconcierta así
                y el sol no existe aquí más que en palabras.
                Pero en cambio en el cielo
                caben muchas pero muchas. A veces
                se molestan se muerden
                en los labios.
              Un golpe de lucidez, una mirada clara y penetrante, cortan a 
                ratos esa vena negativa, ese no quiero que es uno de los leit-motiv 
                de toda su poesía. Idea Vilariño descubre la 
                "tarea sin grandeza amarga obra" del poeta en 
                esta tierra. Lucha por vencer sus propios límites, por 
                escapar al Tiempo y a la Muerte:
              Cómo entrar a ese tiempo sosegado
                tocarle el corazón decirle amado
                sustituye tu nombre busca el oro
                tocarle la mirada desatarle
                horas sin prisa y días desmedidos.
              El poeta lucha por fundirse; por aniquilar la nada que lo acecha, 
                por afirmar su incontenible impulso de viuda, su angustiado deseo, 
                su creciente náusea del mundo. Pero la verdad se impone 
                y dibuja con crueldad sobre la piel de esta poesía.
              De luz intensa por volver
                aún y tú antes que el día
                y que la noche y que
                y sin milagro alguno
                sin otra vez
                campana blanda
                aire macizo y dulce lleno de llanto
                no se encuentran sencuentran
                sin miradas
                lleno de llanto todo aire macizo
                boca de piel de ah de vida hastiada
                renegada de cuanto no le es boca
                llena de hastío y de dolor y de
                vida de sobra
                dada tirada así llena de llanto
                de música o lo mismo
                de materia de aire pasado y dulce
                de canto temblor pánico
                de hastío si
                de espanto si de miedo triste.
              Con esta nota desolada se cierra el cuaderno, esta nota desolada 
                que es la más constante en su poesía. Pero no la 
                única.
              Las nuevas unidades
              Dos años después, en 1949, Idea Vilariño 
                recoge en un nuevo volumen Paraíso perdido, casi 
                todos los poemas de estos dos cuadernos preliminares y les agrega 
                uno solo, el del título. El nuevo libro uniforma la escritura: 
                quita comas y puntos suspensivos y admiraciones de La suplicante; 
                omite un poema del primer cuaderno (El mar, muy influido 
                por Oribe), y deja para otra selección tres poemas de Cielo 
                cielo; el del mismo título, Callarse, El que come 
                noche.
              En total presenta siete poemas. Con este cuaderno de 1949 inaugura 
                Idea un procedimiento de edición que merece comentarse 
                por la luz que arroja sobre su tarea poética.
              A diferencia de Juan Cunha, Idea no suele rescribir sus poemas 
                (hay algún pequeño retoque, la supresión 
                de cuatro versos en el poema que se titula La suplicante). 
                En cambio, suele recomponer en nuevas unidades sus cuadernos, 
                y en esta tarea es infatigable. Por eso, Paraíso perdido, 
                como volumen, oblitera en cierto sentido los dos primeros cuadernos, 
                que pasarían a la categoría de borradores o proyectos 
                no totalmente integrados. A Paraíso perdido suceden 
                dos pequeños volúmenes: Por aire sucio en 
                1951 (con una primera edición, o primer borrador, en 1950 
                que no se puso a la venta) y Nocturnos en 1955. Todavía 
                quedaría por integrar un tercer volumen de poemas de amor 
                desesperanzado, algunos de los cuales ya han visto la luz en revistas 
                y hasta en esta misma página, pero que la autora no parece 
                muy apremiada por publicar. Tres o cuatro unidades, pues, que 
                permiten examinar mejor la verdadera poesía de Idea Vilariño, 
                su verdadero mundo poético.
              En cierto sentido, el poema que agrega a su reedición 
                de los más viejos poemas en Paraíso perdido, 
                permite definir mejor, en forma más cabal y patética, 
                la actitud esencial de esta poesía. Un rechazo obstinado 
                del mundo la define:
              Lejano infancia paraíso cielo
                oh seguro seguro paraíso.
                quiero pedir que no y volver. No quiero
                oh no quiero no quiero madre mía
                no quiero ya no quiero no este mundo.
                Harta es la luz con mano de tristeza
                harta la sucia sucia luz vestida
                hartas la voz la boca la catada
                y regustada inercia de la forma.
                Si no da para el día si el cansancio
                si la esperanza triturada y la alta
                pesadumbre no dan para la vida
                si el tiempo arrastra muerto de un costado
                si todo para arder para sumirse
                para dejar la voz templando estarse
                el cuerpo destinado la mirada
                golpeada el nombre herido rindan cuentas.
                No quiero, ya no quiero hacer señales
                mover la mano no ni la mirada
                ni el corazón. No quiero ya no quiero
                la sucia sucia sucia luz del día.
                lejano infancia paraíso cielo
                oh seguro seguro paraíso.
              Junto a la voz desolada y nostálgica de una infancia imborrables 
                (es muy fuerte en el poeta el amor a los padres, a los hermanos, 
                aunque apenas si se declare en algún poema posterior), 
                junto a la dura afirmación del ensueño destruido 
                y la sucia realidad, se descubre una voz más grave y profunda 
                que se ha despojado ya de esas ilusiones que teñían 
                antes de prestigio a la realidad y que sostiene una indomable 
                voluntad (lo único que tiene) para decir No al mundo. De 
                esta paradójica manera, lo atestigua, lo afirma al tiempo 
                que lo rechaza. Pero una experiencia más terrible aguardaba 
                todavía al poeta.
              La contaminación del aire
              Porque Idea Vilariño había sabido ver la muerte 
                que encerraban los hermosos cuerpos yacientes en la playa, Idea 
                había sabido sentir la muerte como una presencia en suspenso, 
                y había aprendido (también) que la muerte es algo 
                que llega a nosotros, y nos toca íntimamente, cuando muere 
                alguno de nuestros. Pero no había conocido del todo, y 
                sólo había conocido parcialmente, lo que era la 
                muerte de una larga enfermedad. Y para que nada le fuese ahorrado, 
                para que la suciedad del mundo fuera vivida en su propia carne 
                y piel, llegó la enfermedad en 1959. La primera edición 
                de Por aire sucio (que está fechada en diciembre 
                de ese año y que nunca se distribuyó venalmente) 
                contiene los poemas de esa temporada en el infierno. Está 
                dividida en dos partes. La segunda, Cielo cielo, recoge 
                tres poemas del cuaderno del mismo título y agrega uno, 
                Poema con esperanza que es de julio de 1948 y por lo tanto 
                bastante anterior a la enfermedad. (Es anterior incluso a Paraíso 
                perdido). En este poema se ensalza la fusión definitiva 
                de muerte y deseo que había tenido expresión primera 
                en algunos versos de La suplicante:
              Soy para ti como otra oscuridad, otra noche,
                anticipo de muerte,
                lo que en el día frío el hombre espera, aguarda,
                y llega y él se entrega a la noche, a una boca, 
                y en el olvido total lo ciega y lo anonada.
              Pero lo que era en esos versos primeros una plenitud inocente 
                de la misma experiencia angustiosa, se ha convertido ahora en 
                una desazón para la que el poeta se encuentra más 
                que los signos del dolor incontenible:
              cuando entonces dios mío
                cuando entonces dios mío
                era así y era cruel y era cansado
              Y la esperanza, que se dibuja en forma tan tenue sólo 
                al final del poema, es una pequeña esperanza vacilante, 
                casi un conjuro para no morir del todo en plena vida, o también 
                un oscuro anticipo de esa muerte que esperaba ya al poeta bajo 
                la sombría forma de enfermedad:
              y unos hombres esperan
                con el sexo en la mano cuidadoso guardado
                que terminen lod siglos porque eso ya es inútil
                y otros que no sea no
                que sea no ya ahora
                aunque a veces dios mío
                aunque a veces dios mío.
              Pero no es en esta segunda parte del volumen de 1950 (donde Idea 
                liquida la deuda con su poesía anterior a la enfermedad), 
                no es en este resto del cuaderno en donde se va a encontrar la 
                poesía más honda, la más conmovedora, de 
                este poeta. Es en la primera parte que se titula Abandono y 
                fantasmas. Los nueve poemas que la integran constituyen un 
                verdadero diario de la enfermedad: un diario escrito en las horas 
                más desesperadas y también las más lúcidas, 
                un diario en que Idea Vilariño intenta la mayor hazaña: 
                crear no con los elementos que ya ha preparado para poeta la tradición 
                en la que se apoya, sino crear con los objetos de una mitología 
                cotidiana y única que por la intensidad del sentimiento, 
                por lo horrible de la experiencia, deben alzarse a la categoría 
                de símbolos válidos para todos.
              Una mitología propia
              Es claro que no todos los poemas que integran Abandono y fantasmas 
                alcanzan ese raro nivel. Así lo ha entendido seguramente 
                la autora al suprimir dos de ellos en la segunda edición 
                del libro. Y es precisamente en uno de los suprimidos, Aquellos 
                años fiestas, en donde se advierte mejor que se está 
                todavía en la primera etapa de poetizar una experiencia 
                personal y, por eso mismo, de difícil comunicación. 
                Es ese un poema de desgarrador patetismo por la situación 
                en que aparece colocado el poeta, hundido en su enfermedad como 
                en un pozo, evocando inescapablemente los años pasados, 
                la belleza del mundo exterior y ajeno, un amor ya deborado por 
                el tiempo. Pero ese sentimiento de vacío y soledad, esa 
                presencia ominosa de la sordidez del mundo, que encierra como 
                un anillo la evocación del pasado, no consigue comunicarse 
                al lector en imágenes que tengan la misma tensión 
                emocional, el mismo valor para todos. El poeta resulta hermético, 
                aunque no se lo haya propuesto. El primer verso alcanza una formulación 
                sorprendente:
              Faroles inca ruben
              Pero esa sorpresa es sólo la primera impresión. 
                Porque lo que importa no es resolver la fórmula anecdótica 
                que yace bajo el poema (la calle Inca, el nombre del amado) sino 
                aprehender el sentimiento de desposesión y de horrible 
                recuento del pasado que el poema encierra. Y en este sentido, 
                a pesar de su aparente hermetismo, no hay nada más transparente 
                que este poema en que la acumulación de imágenes 
                de la felicidad (las flores de paraíso, la esquina, las 
                estrellas, el jardín, el olor a tierra y madreselva) aparecen 
                pautadas por el nombre de un hombre, u en minúscula porque 
                ese nombre ya ha dejado de ser propio para convertirse en cifra 
                de ese dolor, de ese grito que se alza desde el poema, de todo 
                el libro.
              En el otro extremo de la expresión poética se encuentra 
                otra pieza del libro. En ella Idea ha conseguido reducir toda 
                su enfermedad y dolor, sus muertes cotidianas, el miedo a la noche 
                y el horror de la luz que es amarilla afuera, ese cuarto negro 
                que la acecha desde la pieza de al lado, y la misma herencia que 
                trabaja desde su sangre y hace tatuajes en su piel; toda esa mitología 
                personal de enfermedad que deriva hacia la muerte, ha conseguido 
                decirla en una desnudez de palabras que resume el rechazo obstinado 
                del mundo. Se titula Eso.
              Mi cansancio
                mi angustia
                mi alegría
                mi pavor
                mi humildad
                mis noches todas
                mi nostalgia del año
                mil novecientos treinta
                mi sentido común
                mi rebeldía
                mi desdén
                mi crueldad y mi congoja
                mi abandono
                mi llanto
                mi agonía
                mi herencia irrenunciable y dolorosa
                mi sufrimiento en fin
                mi pobre vida.
              En esa sencillez ha encontrado por fin el poeta la vía 
                de escape del hermetismo que parecía crecer, cada vez más 
                invasor, dentro de su verso. En esa desnudez amarga de la expresión 
                ha descubierto el canto común que transforma una poesía 
                que pareció iniciarse como voz muy personal y ola convierte 
                en una de las esas expresiones líricas que todos pueden 
                asumir sin otro esfuerzo que el de la sinceridad. Si la madurez 
                poética se alcanza cuando el poeta sale del encierro de 
                su yo, la madurez poética ha llegado para Idea Vilariño 
                en este momento y después de una crisis angustiosa. La 
                segunda edición de Por aire sucio (a distancia de 
                ocho meses de la primera) no sólo elimina poemas de difícil 
                comunicación general; también agregar cuatro que 
                prolongan esa sencillez, esa deslumbrante desnudez de la poesía 
                a que se ha llegado al fin.
              El rechazo obstinado
              Porque Idea ha salido ya del pozo de la enfermedad pero no se 
                ha liberado del mundo; ha vuelto a la corriente de la vida, pero 
                ha vuelto sin ninguna ilusión. El mundo aparece destruido, 
                impuro.
              Todo perdido
                todo
                todo crucificado y corrompido
                y podrido hasta el tuétano
                todo desvencijado impuro y a pedazos
                definitivamente fenecido
                esperando ya qué 
                días de días.
              Una visión negra se ha ido formando a partid de la horrible 
                experiencia purificadora de la enfermedad. El poeta ha mudado 
                de piel. Y aunque la vida vuelva a sus cauces, aunque el amar 
                y las estaciones vuelvan, aunque la luz no sea ya sólo 
                el amarillo de afuera, el poeta se puede esconder las cicatrices 
                del dolor, el poeta no puede ya mentirse. Ha vivido el abandono 
                y sus fantasmas. Se sabe solo. Más solo ahora que circula 
                rozándose contra la soledad de todos. El poema que escribe 
                (Se está solo) es la última palabra de su 
                visión del mundo: la última palabra de dolor y desesperanza 
                y rechazado del mundo. Y señal también, de una indestructible 
                voluntad de testimonio. En una nota que escribió para la 
                revista Asir (mayo-junio 1952) y en la que se desliza alguna 
                incomprensión de ciertos valores profundos de esta obra 
                destaca Liber Falco este poema. Falco había conocido la 
                soledad también, y aunque su soledad era más resignada 
                y tierna, más trabajada por la dulzura, no le costó 
                reconocer en el acento con que Idea dice su letanía la 
                verdad de una experiencia sin afeites.
              El último volumen, Nocturno (1955), no hace sino 
                llevar a su culminación expresiva esta poesía madurada 
                por la enfermedad y de conquistada objetividad. La visión 
                negra del mundo se ha acentuado, si es posible; el mundo es noche 
                y el poeta ya no tiene ninguna esperanza. Sólo tiene el 
                rechazo obstinado:
              Yodo antes que este sucio
                ralente de los hombres
              La muerte acecha, como un celoso amante:
              De nuevo está la muerte
                rondando y como antes
                escrupulosamente
                me roe todo apoyo
                me quiere fiel y libre
                me aparta de los otros
                me marca
                me precisa
                para mejor borrarme
              Pero la muerte acecha a todos, porque todos
              Frutos de muerte son
              Y entonces esa misma soledad y angustia, esa muerte segura y 
                expectante, no sirve para aislar más al poeta de los hombres 
                sino para devolverlos al mundo de todos. Si él sólo 
                da testimonio de su combate (de su agonía) es porque sólo 
                es lícito dar testimonio de lo que se ha vivido. Pero no 
                porque la muerte le esté reservada, privilegio imposible. 
                Sino porque el poeta siente que la vida lo va muriendo (como a 
                todos) y por eso le alza, alza su voz, contra la aquiescencia 
                estúpida o sonámbula, y grita fuerte su No.
              Una hora absoluta
              Aunque hay otro estado, y paralelo a éste: es el deseo 
                de no ser, de abandonar la lucha, de acallar la poderosa voluntad. 
                Y entre uno y otro, entre el rechazo obstinado del mundo (que 
                por eso mismo lo crea) y el deseo de hundirse de no estar, oscila 
                el poeta. El último poema del libro declara ese combate 
                que se libra dentro de sí:
              Quiero y no quiero
                busco
                un aire negro un cieno
                relampagueante
                un alto
                una hora absoluta mía ya para siempre
              Aquí se revela la última nota de esta poesía 
                y de este mundo: el rechazo de la apariencia, el rechazo de lo 
                provisorio, el rechazo de la mentira. Por eso su voz consigue 
                ser tan dura (sin las afectaciones de la dureza), por eso su agonía 
                es tan interminable -como un coito feroz, escribe-, por eso su 
                rechazo del mundo es tan apasionado, está hondamente clavado 
                en el mundo. Porque la palma que quiere alcanzar esta alma poética 
                es el absoluto:
              Una hora absoluta mía ya para siempre.
              Esa hora elusiva, esa hora que todos buscan y todos fingen encontrar, 
                el poeta no quiere perderla. No es la blandura, no es la debilidad, 
                no es el ánimo pusilánime, lo que produce esta poesía. 
                Es la mirada que ha despojado al mundo de sus vanas apariencias, 
                que ha prescindido de las más hermosas imposturas poéticas 
                o ideológicas, una mirada que ha descarnado el mundo para 
                desnudar todo su horror. Para alzarse hasta semejante poesía 
                es necesario un ánimo muy templado, una voluntad probada, 
                un espíritu que no tolere concesiones. Esta poesía 
                no da cuartel.
              Es cierto que los hombres necesitan también que el poeta 
                les mienta felicidad, les hable de la belleza del mundo y de los 
                bienes espirituales, que los exalte hacia la concepción 
                de un provenir seguro. Pero no todos los poetas pueden dar testimonio 
                de la felicidad; no todos los poetas pueden anticipar la esperanza. 
                Hay poetas que han estado en el infierno y que traen las señales 
                del fuego en la piel de las manos y en el brillo de los ojos sombríos. 
                Baudelaire (que tanto tiene en común con esta poesía 
                que ahora comento) fue uno de ellos; también lo fue Rimbaud; 
                también lo es Idea Vilariño."