|  | "Nuestro Rubén Darío"En Mundo Nuevo, n. 7
 enero de 1967
 p. 33-46
 El contexto Art Nouveau ERM: Esta conversación sobre el 
              modernismo, Darío y otros temas afines tiene que estar centrada 
              principalmente en una reacción que casi llamaría personal. 
              En su época, el modernismo fue un movimiento sumamente polemizado 
              y suscitó los disparates críticos más divertidos, 
              tal vez, de toda la literatura latinoamericana. Ahora ya perdió 
              esa virulencia y, por el contrario, en estos últimos treinta 
              años ha caído del todo en manos de los profesionales 
              de la historia literaria, que han empezado a acumular tesis sobre 
              tesis, estudios sobre estudios, interpretaciones sobre interpretaciones, 
              en un nivel académico a veces excelente, a veces también 
              grotesco. La captura del tema por los especialistas tiene de todas 
              maneras, una ventaja obvia: quitarle la virulencia y, también, 
              el desparpajo polémico al modernismo pero tiene la desventaja, 
              muy obvia, de momificar el tema, de embalsamarlo hasta cierto punto. 
              Aquí, en Mundo Nuevo, pensamos que no hay ningún 
              interés en aumentar ese corpus fabuloso ya de materiales 
              sobre el modernismo, sobre todo si se tiene en cuenta que la doble 
              celebración sucesiva de los años 1966 y 1967 -es decir, 
              el cincuentenario de la muerte y el centenario del nacimiento de 
              Darío- ha hecho delirar aún más las máquinas 
              de escribir de toda América hispánica y también 
              de España. Por eso, si bien nos parece necesario y hasta 
              urgente hablar ahora de Darío y el modernismo, también 
              creemos que hay que hacerlo sobre una base muy distinta de la académica 
              y subrayando, al contrario, su relación muy personal y muy 
              comprometida circunstancia poética de hoy. Eso es lo nos 
              puede servir de punto de partida, sobre todo en una conversación 
              como ésta, centrada principalmente en las opiniones de dos 
              poetas. Y ahora le paso el micrófono al amigo Sarduy. SS: En definitiva, ¿en qué 
              consiste hablar de un autor? Darío, como Mallarmé, 
              está ya en la Sorbona. Darío ya es del "dominio 
              público". Ha pasado a ese contexto de biblioteca y de 
              polvo a que pertenecen los autores consagrados. Ahora, ¿cuál 
              es el rescate posible de un autor así canonizado? Yo creo 
              que el rescate de un autor, como ha ocurrido con Racine en Francia, 
              por ejemplo, es el hecho de que pueda ser interpretado a través 
              de una nueva crítica, es decir, que la prueba de "eternidad" 
              (subrayando el entrecomillado de la palabra eternidad) de un autor 
              es que su obra pueda ser asumida por un nuevo pensamiento crítico: 
              Racine es interpretado por el siglo XVIII, Voltaire y Rousseau; 
              por los románticos, Gautier y Sainte-Beuve, y en este momento 
              su obra es un tema polémico tal, que ha dividido la crítica 
              francesa en dos grupos: el Racine, de Roland Barthes, dio 
              origen a una discusión que aún dura. Entonces, y desde 
              este punto de vista. ¿Darío es rescatable o no? Es 
              la primera pregunta que hay que hacerse; es decir, ¿Darío 
              puede ser interpretado en términos de una crítica 
              nueva o no? Un fenómeno que nos da ya la pista de ese rescate 
              de Darío es el interés, la devoción o el esnobismo, 
              que suscita desde hace quizá cinco años en Europa 
              (y no sólo al nivel de los anticuarios) el Art Nouveau, 
              o estilo Liberty, o Modern Style, o Style Métro, 
              todo lo cual no es más que el marco de nuestro modernismo. 
              ¿Darío podrá ser rescatado como lo han sido 
              ya Klimt, o Aubrey Beardsley y todos esos pintores del contexto 
              estético rubéndariano? Pero ya al hablar de pintura 
              creo que me avanzo demasiado, así es que Segovia quizás 
              deba frenarme. TS: Bueno, yo no voy exactamente a frenarte. 
              Tal vez me limite a sugerir algo. Me parece que eso que tú 
              has estado diciendo ocurre sólo en un nivel, y un nivel además 
              particularmente europeo. Es decir, Rubén Darío no 
              es sólo el Art Nouveau. Sobre todo visto desde América 
              Latina, a mí me parece que el modernismo es otra cosa. En 
              un cierto sentido es verdad que Darío ya está en las 
              universidades y en las bibliotecas, aunque no, todavía, en 
              la Sorbona, sino en las bibliotecas latinoamericanas donde su presencia 
              adquiere un sentido diferente. Pero yo creo que en América 
              Latina todavía no estamos con respecto al modernismo de vuelta 
              como sí lo estamos con respecto al Art Nouveau. Es 
              decir, que si el modernismo está lejos en el sentido histórico 
              que indicaba Monegal no lo está en otros. En América 
              Latina el modernismo participa todavía de un mismo contexto 
              actual que sigue vivo y creador. Para mí vale, por ejemplo, 
              esa distinción que hace Octavio Paz en su ensayo sobre Rubén 
              Darío (él no la hace de un modo formulario pero se 
              desprende claramente de su texto), cuando examine rápidamente 
              el aspecto Art Nouveau del poeta, y pasa un poco por encima 
              para sacar de ese contexto limitado un Rubén Darío 
              vigente todavía, vivo todavía. O sea, no se trata 
              de resucitar a Rubén Darío en su contexto Art Nouveau 
              sino de ver lo que todavía está vivo en él, 
              a favor o en contra de ese contexto. Todo esto, me lo que parece, 
              es lo que se plantea desde América Latina.  ERM: Tal vez sería interesante 
              agregar aquí otra perspectiva sobre lo mismo que ustedes 
              están señalando: la inserción de Darío 
              en el Art Nouveau y lo que supone la actual renovación 
              europea y norteamericana de nuestros puntos de vista sobre ese estilo. 
              Hay aquí, sin duda, esa posibilidad de renovación 
              del punto de vista sobre Darío que apunta Sarduy. Esto me 
              parece muy interesante. También usted dice, Segovia, me parece 
              interesante porque en América Latina el proceso que se ha 
              dado históricamente frente al aspecto Art Nouveau de 
              Darío ha sido muy contrastado. Primero hay un gran deslumbramiento. 
              Cuando se está en pleno estilo, todo lo que Darío 
              tiene de "moderno" provoca entusiasmo y una gran oleada 
              de universal cursilería. Luego, a medida que pasa el Art 
              Nouveau, que es la novedad de ayer y, por lo tanto, lo pasado 
              de moda, empieza la burla. Recuerdo, por ejemplo, una frase injusta 
              de Borges que reducía a Darío al tamaño de 
              un poeta del Petit Larousse, y también unos aforismos 
              de Bergamín que denunciaban acremente su cursilería. SS: ¡Es lo mejor que tiene! ERM: Exactamente, ahora y aquí 
              Sarduy cree que la cursilería es lo mejor que tiene. Pero 
              en los años 20 no es lo mejor que Darío tiene; en 
              ese momento, Borges y Bergamín se la echan en cara. TS: Y para García Lorca también 
              es lo mejor que Darío tiene. ERM: De acuerdo. Pero la reacción 
              de Borges o de Bergamín es típica de los años 
              20, en que el Art Nouveau es lo de ayer, lo intolerable por 
              cercano. Nosotros que estamos viendo ahora el Art Nouveau como 
              algo mucho más viejo podemos volver a mirar, es decir, a 
              remirar a Darío en un contexto estético distinto. 
              Y en este sentido, lo que ahora apunta Sarduy como un nuevo camino 
              de interpretación, me parece que puede tener relevancia aun 
              en América Latina. Lo cual no es de ninguna manera contradictorio 
              con lo que usted dice, Segovia, porque confirma únicamente 
              ese punto preciso y deja abierta la discusión sobre todo 
              lo demás. Para descodificar a Darío SS: Si quieren, para adentrarnos en otro 
              nivel del problema, podríamos preguntarnos: ¿Qué 
              percepción vamos a tener ahora de Darío? Vamos a comenzar 
              por una figura de retórica: decir cómo vamos a hablar 
              de Darío. Con respecto a la pintura podemos plantearlo desde 
              otro punto de vista que es el siguiente: La percepción que 
              Darío tiene de la "realidad", su mediación, 
              su intermediario, es de orden plástico. Esta pintura a través 
              de la cual Darío descodifica la realidad es el Art Nouveau. 
              Ahora que el Art Nouveau está de vuelta, es decir, 
              ya no sólo suscita nuevos estudios críticos y una 
              inmensa exposición como "Les Sources du XX siécle", 
              que se hizo en París hace algunos años sino que hay 
              ya aquí apartamentos totalmente reamueblados en estilo Art 
              Nouveau, es decir, que ese estilo ha vuelto a ser objeto de 
              como, el intermediario de Darío con la "realidad" 
              puede ser estudiado y a través de eso se para estudiar toda 
              su obra. ERM: A propósito de esta reinterpretación 
              o lectura del Art Nouveau que se está haciendo estos 
              momentos en París, quiero recordar que movimiento más 
              importante partió de la exposición organizada en 1952 
              por un museo de Zurich, y que esta renovación alcanzó 
              uno de puntos críticos más altos en la muestra organizada 
              hacia 1960 por el Museo de Arte Moderno de New York. Tuve el privilegio 
              de visitar esa exposición en compañía de Octavio 
              Paz. Ya entonces Paz estaba oteando todo lo que el Art Nouveau 
              tenía de clave para una descodificación poética 
              del modernismo. "Fíjese -me decía, mostrándome 
              la mano y la sonrisa unas sillas en forma de concha marina, unos 
              aparadores que tiemblan como de mar o languidecen como calas, unas 
              mesitas que tienen frágiles patas florales, toda esa incontenible 
              floricultura de hierro forjado de los portales del Métro-. 
              Todo es metáfora aquí." SS: De acuerdo. En el fondo lo que ahora 
              está en discusión son las estructuras críticas 
              con las que nosotros descodificamos el Art Nouveau. No sólo 
              Darío está en discusión; los medios de percepción 
              que tenemos de Darío lo están también. Para 
              plantear las cosas de otro modo: Carlos Fuentes decía hablando 
              del Nouveau Roman, que en América Latina no es posible 
              porque nosotros justamente estamos a la búsqueda del objeto; 
              nosotros estamos, como los europeos, en un mundo saturado de objetos. 
              El Nouveau Roman no puede realizarse entre nosotros -me decía 
              Fuentes- por esta falta de objeto. Al venir a Europa, Darío 
              viene hacia un mundo de proliferación de objetos, es decir, 
              de Art Nouveau, arte por excelencia de proliferación. 
              Por eso se articula con el rococó, el flamboyant, arte flavio 
              de la escultura romana, porque son artes en que la ornamentación 
              se manifiesta como elemento predominante: artes de adjetivación, 
              como la poesía de Darío. En ellos lo accesorio 
              -el adorno- es lo esencial. TS: Conste que yo decía, desde 
              el principio que no se trataba de oponer este enfoque a otra cosa 
              contraria sino de sugerir dos niveles distintos de revaloración. 
              Voy a tratar de explicar un poco por qué lo decía. 
              Precisamente me parece que América Latina se sigue planteando 
              todavía hoy un problema del cual Rubén Darío 
              puede ser el tema y, al mismo tiempo, el ejemplo, un problema que 
              se le planteó a Rubén Darío, y es el problema 
              del casticismo. Como español americano, como gran renovador 
              de la lengua, Darío tuvo que plantearse ese problema y, al 
              mismo tiempo, tuvo que resolverlo de alguna manera. Lo que yo quería 
              precisar frente al contexto Art Nouveau de que habla Sarduy 
              es la existencia de esos dos niveles: ambos ya están en Darío 
              y también están en la crítica española 
              y latinoamericana de Darío. Hablábamos hace poco de 
              un corpus de crítica académica sobre Darío 
              pero no hay que olvidar que ese corpus pertenece a la crítica 
              en lengua española, no en lengua francesa. Ese corpus real 
              tiene muy pocos elementos de ese nivel que ahora plantea Sarduy. 
              A uno puede gustarle o no esa limitación pero hay que tener 
              en cuenta que hemos partido de la imagen que se tiene, y no que 
              tenemos sólo nosotros, de Rubén Darío en América 
              Latina. ERM: En efecto, Segovia tiene razón 
              al decir que casi toda la crítica latinoamericana va por 
              otros carriles que los que ahora apunta Sarduy, y que la crítica 
              europea prácticamente no conoce a Darío. Aunque hay 
              trabajos de distinguidos hispanistas, y hasta un ensayo nada menos 
              que de C. M. Bowra, el desconocimiento de Darío fuera del 
              área hispánica es increíble y refleja muy claramente 
              la situación de subdesarrollo de nuestra cultura. No hay 
              que olvidar que Darío murió cuando ya hacía 
              16 años que la lotería del Premio Nobel consagraba 
              a ilustres mediocridades como el francés Sully Prudhomme 
              en 1901 o el español José Echegaray en 1904, o valores 
              puramente locales como Paul Johann Ludwig von Heyse en 1910. (Estos 
              datos los traje apuntados en un papelito, no se asusten.) Pero no 
              hay que encarnizarse con la esforzada Academia sueca que ha continuado 
              trazando hasta hoy su caprichoso laberinto de consagraciones. Para 
              situarnos en un nivel de mejor información, recuerdo que 
              hace ya bastantes años, por el año 1956 tal vez, Robert 
              Bazin, un crítico francés que se especializa en literatura 
              latinoamericana, me contó que le había propuesto al 
              director de la colección "Ecrivains de Toujours", 
              de las Editions du Seuil, un Darío par lui méme, 
              y que el hombre le había dicho: "Mais qui est Darío?" SS: Me parece un poco exagerado. ERM: Es posible que la formulación 
              lo sea. El recuerdo tiende a estilizar las palabras. De todas maneras, 
              es muy exacto el desconocimiento internacional de Darío, 
              fuera del ámbito hispano. En esto tiene razón Segovia. 
              Sin embargo, hay también algún intento latinoamericano 
              de interpretación de Darío en ese contexto plástico 
              de que hablaba Sarduy. Anda por ahí un libro argentino, en 
              su tercera o cuarta edición, que se llama Rubén 
              Darío y la creación poética, que, aunque 
              es muy limitado (subrayo lo de muy) está, sin embargo, indicando, 
              desde hace unos treinta años, por lo menos, el camino de 
              una vinculación estrecha de la poesía rubendariana 
              con las artes plásticas de su tiempo. El autor del libro, 
              Arturo Marasso, trabaja con criterio un poco de entomólogo 
              más que de crítico. Pero al buscar empecinadamente 
              cuáles son las imágenes que pudo haber utilizado Darío 
              como base para las imágenes de sus poemas, encuentra muchas 
              relaciones valiosas aunque su labor es casi siempre literal. Por 
              otra parte, ya en el ensayo de Rodó (escrito, no hay que 
              olvidarlo, entre 1897 1899) hay atisbos de este enfoque. Creo que 
              se podría invocar incluso la colección de la revista 
              Mundial, que dirigió Darío, acá en París, 
              entre 1911 v 1914. He estado hojeando estos días la colección 
              y no se puede pedir una revista que sea mejor ejemplo de esa inserción 
              visual del modernismo dentro del mundo de su tiempo. La revista 
              es totalmente Art Nouveau, incluso yo diría que lo 
              es hasta en los aspectos más delirantes de lo que puede calificarse 
              como sub-Art Nouveau: el Art Nouveau llegado ya al 
              nivel de "magazine" para consumo de señoras ricas 
              y diplomáticos elegantes. Pero lo es también en sus 
              aspectos ideológicos más profundos. En sus páginas 
              se refleja y queda coagulada espléndidamente la visión 
              de un mundo de gratuidad, de lujo; queda inmovilizada cruelmente 
              esa concepción de lo que era, lo que quería ser América 
              Latina para la exportación internacional del 1900. Nada sería 
              más fecundo, por ejemplo, que un estudio que contrastase 
              las imágenes oficiales de los distintos países de 
              América Latina que ofrecen sus páginas satinadas (páginas, 
              ¡ay!, que casi siempre llevan la firma de Rubén Darío 
              aunque quién sabe si las escribió él realmente) 
              con la América real, convulsionada y agónica de esos 
              años en que la revolución mexicana y la política 
              del big stick del otro Roosevelt, eran sepultadas por las 
              oligarquías criollas detrás del albayalde y el cosmético 
              de la Belle Epoque. Ahora bien, sobre este tema preferiría 
              no hablar ahora sino un poco más adelante. Para resumir entonces 
              todo este asunto del Art Nouveau, creo que se pueden apuntar 
              aquí y allá en América Latina atisbos de una 
              interpretación como la que ahora propone en una forma mucho 
              más técnica y coherente nuestro amigo Sarduy. Es claro 
              que lo que él dice se refiere sobre todo a una crítica 
              que hay que hacer, aprovechando la nueva descodificación 
              del Art Nouveau que se ha intentado recientemente en los 
              Estados Unidos y en Europa. Es en este sentido, y por eso, que creo 
              que Sarduy tiene razón aunque sea muy correcta la observación 
              que le hace usted, Segovia. Desde mi punto de vista, creo que los 
              dos tienen razón. TS: Siempre tienen razón los dos. 
              Por eso me parece que deberíamos ir inmediatamente a elucidar 
              un poco más este problema. Lo de que el código de 
              Rubén Darío es principalmente pictórico, yo 
              no lo veo tan claro. Creo que este enfoque no agota a Darío. 
              Veo otras significaciones, por lo menos en el contexto cultural 
              latinoamericano, y me parece que también el contexto social 
              ehistórico, geográfico incluso, es muy importante 
              para entender su poesía. Por eso, no sólo en cuanto 
              a la crítica que se hace sino también incluso en cuanto 
              a la crítica que se debe hacer, yo diría que hay que 
              intentar otro enfoque. No me refiero al método crítico, 
              o no me refiero sólo al método crítico, sino 
              a todo el enfoque de Rubén Darío por el lado pictórico, 
              por el lado Art Nouveau exclusivamente. Admito que este enfoque 
              es obvio, sí, pero yo no lo vería exclusivamente por 
              ese lado. SS: Voy a precisar algo más mi 
              punto de vista. En la percepción que Darío tiene del 
              mundo como un código significante hay un intermediario. Ese 
              intermediario es siempre de orden cultural, es decir, que 
              Darío introduce en la literatura esta dimensión fundamental 
              (y que va afortunadamente a lo opuesto de todas las tendencias intuicionistas, 
              de "inspiración", etc., que han infectado nuestra 
              crítica literaria): el poema se sitúa en una esfera 
              absolutamente cultural, en lo que los estructuralistas llaman "el 
              código de papel". Este intermediario, siempre plástico 
              en él, es con frecuencia también de orden literario, 
              y cuando digo literario, digo Verlaine. No hay que caer en la pedantería 
              de Marasso que busca de dónde viene cada flor de un poema. 
              Si consideramos no ya las unidades temáticas del poema, sino 
              más bien sus núcleos estructurales; si consideramos 
              por una parte un estrato de sonidos, de música verbal, de 
              fonética, o sea, de significaciones y por otra un 
              estrato de sentido, o sea, de significados y operamos un 
              corte vertical en estos estratos podremos establecer un signo en 
              Darío. Creo (y esto no hace más, por supuesto, que 
              repetir el Darío de Paz, porque muy difícilmente podremos 
              ir más lejos que el trabajo de Cuadrivio), creo que 
              hay dos signos en Darío, o más bien hay dos épocas 
              del signo en Darío. La primera época es pitagórica; 
              es decir, Darío ve la realidad como un conjunto de cosas 
              que están investidas por una cifra, como si la realidad toda 
              estuviera en clave de número. Entonces hay una especie de 
              consonancia de las cosas: Darío asiste en ese momento a la 
              realidad como un mundo en que las cosas riman unas con otras. Después 
              hay el segundo signo rubéndariano, el signo en que las cosas 
              ya no riman, sino que son las palabras las que dan el paradigma 
              de las cosas. Y es aquí donde Darío integra una concepción 
              del signo específicamente estructural, porque es la palabra 
              misma la que da modelo, para Darío. Es decir, que hay en 
              él, como dice Paz, realidades de realidades. Claro está, 
              las palabras son matrices, reducciones estructurales y modelos (en 
              el sentido lingüístico) de las cosas, la rima adquiere 
              una categoría gnoseológica. La rima, entonces, más 
              que una simple coincidencia fonética, es el indicio de relaciones, 
              de correspondencias secretas. Y aquí Darío 
              tendrá un sitio importante en la arqueología del pensamiento 
              de ese otro Gran Descifrador, de ese lector de la realidad que fue 
              Breton. Pero si en Darío, como en los surrealistas, encontramos 
              la noción del mundo como emblema, palimpsesto, contigüidad 
              (¿o sistema?) de signos, la diferencia, y esto confirma la 
              idea del mundo como plenitud en Darío, es que él cree 
              en una posible revelación de significado, mientras que ellos 
              (Breton) creen que la operación poética por excelencia 
              consiste precisamente en vaciar el signo. A través de la 
              secousse o saccade, ese sacudimiento del signo que 
              lo vacía de significado, el poeta restituye el mundo a su 
              puro espectáculo lo convierte en un catálogo de significantes. 
              París en Nadja es ese teatro en blanco, ese palimpsesto, 
              ese texto (tejido) cuyo secreto es nada. La significación 
              no está en ninguna "verdad" final, en lo revelado, 
              sino en el acto mismo, siempre decepcionante, del desciframiento. 
              El París de Darío es el París de Nadja antes 
              de la secousse. Darío estaba habitado por un mundo 
              de referentes. Era un ingenuo: creía en el sentido. Por otro 
              lado, y dejando apenas esbozado este paralelo con Breton, la evolución 
              de Darío no deja de presentar analogías con la de 
              Mallarmé, al menos en la lectura que Maurice Blanchot hace 
              de la obra de este último. El Libro, que Mallarmé 
              proponía como modelo de todas las cosas en lugar de la consonancia 
              de éstas (noción que en él, en cierto momento, 
              había derivado de la esotérica y del romanticismo 
              alemán) no difiere esencialmente de la concepción 
              de la palabra como doble absoluto del universo en Darío. 
              Hay, sin embargo, una diferencia: en Mallarmé el universo 
              se da, en esta operación, como ausencia, como vacío, 
              como nada; en Darío, al contrario, como plenitud, como proliferación 
              incesante, como horror del vacío. Y en esto, puede ser que 
              haya una articulación posible entre Darío y el barroco 
              de América. Creo que es en esta última etapa de su 
              poesía, a partir de Prosas Profanas, que Darío 
              se convierte en un autor que puede ser rescatado totalmente por 
              la crítica actual. El casticismo hispanoamericano ERM: Ahora, si les parece, vamos a dejar 
              un poco las estructuras de la crítica actual y vamos a tomar 
              el toro por los cuernos. Es decir, vamos a mirar un poco el problema 
              concreto que nos plantea hoy la relectura de Darío. Vamos 
              a tomar el libro o los libros y vamos a mirarlos. Creo que Segovia 
              tiene algo interesante que contar sobre esta experiencia. TS: Lo que pasa es que yo no he releído 
              últimamente a Rubén Darío y no lo tengo muy 
              fresco en este momento. Pero sí releí a Darío 
              hace cosa de un año y para mí esa relectura fue casi 
              sorprendente. Con Darío me pasa (bueno, me pasa con casi 
              todos los grandes, porque yo creo que es grande Darío) que 
              cada vez que vuelvo a él me admira y me deslumbra. Hay un 
              tipo de artistas que en el recuerdo uno los valora más, pero 
              cuando los oye, o los relee, o los vuelve a mirar, tiene uno que 
              hacer un esfuerzo para que se parezcan a la vaga imagen que conservábamos. 
              Y hay otros, que al contrario, y suele suceder justamente con los 
              más obvios, en que al volver sobre ellos parece como si la 
              imagen se creciera. A mí me pasa eso, por ejemplo, con la 
              música de Beethoven. Siempre me acuerdo de que es un gran 
              músico pero eso uno lo da por sabido. Sin embargo, cada vez 
              que lo vuelvo a oír, me sorprende: ¡Ah!, digo pero 
              si es el lugar común, Beethoven, la grandeza de Beethoven... 
              Por ser tan grande, por demasiado sabida, esa imagen no está 
              bastante viva en el recuerdo. A mí me pasó eso al 
              releer a Darío. Antes que nada, desde el punto de vista del 
              oficio de poeta. Yo vuelvo a leer a Darío y me vuelve a sorprender, 
              a deslumbrar absolutamente, su poder de expresión verbal, 
              su maestría, en fin, todo eso que ya sabemos que tiene. Pero, 
              además, la última vez que leí a Darío, 
              insertándolo en mis preocupaciones del momento, encontraba 
              una gran riqueza en él desde otro punto de vista muy diferente 
              al del oficio. Comprendo que esta observación no es siquiera 
              crítica literaria ni nada, pero puesto que estamos hablando 
              desde un punto de vista muy personal, me atrevo a hablar de esto. 
              Entonces se me apareció Darío como personaje y casi 
              como símbolo y ya no hablo sólo de su obra, de un 
              fenómeno central en la historia de algo que para no llamar 
              la hispanidad (palabra muy corrompida) habría que llamar 
              el mundo de habla española. ERM: El mundo hispánico. TS: Mundo hispánico es también 
              una palabra corrompida. Hay hasta una revista que se llama así. ERM: Digamos entonces el mundo de habla 
              española. TS: Bueno, sí. Los franceses encontraron 
              esa expresión francophone, pero en el español 
              hispanófono suena espantoso. SS: ¿Hispanoparlante? TS: Hispanoparlante también suena 
              mal, en fin el mundo de habla española. ERM: El nuestro, el hispanohablante. TS: Sí, sí. Ahora ese mundo 
              para mí es muy importante. Yo nací en España 
              y me eduqué en México. Naturalmente, el aspecto lingüístico 
              de la realidad, forma para mí un mundo, mi mundo. El hecho 
              de que haya una serie de pueblos de uno y otro lado del Atlántico 
              que tienen una misma lengua... ERM: Y hasta en el Pacífico, ya 
              que no hay que olvidar las Filipinas. TS: También en el Pacífico. 
              Como decía, esos pueblos no es sólo que por tener 
              una misma lengua tengan algo en común, sino que el tener 
              una misma lengua los identifica en cierto nivel. No pongo lo uno 
              como causa de lo otro ni viceversa, sin que subrayo. Al decir pueblos 
              que hablan español ya se establece una unidad que es lingüística 
              y culturalmente válida. Entonces, en ese contexto de pueblos 
              que hablan español, Rubén Darío adquiría 
              a mis ojos una importancia fundamental, se preservaba como figura 
              casi histórica, no sólo literaria. Trataré 
              de presentar en resumen esta impresión a ver si podemos dialogar 
              un poco sobre ella. Ante todo, la figura de Darío tomaba 
              para mí el aspecto central de un retorno del idioma español 
              a España, y eso es muy importante. Ya no se trata sólo 
              de un problema poético, de la influencia de Darío 
              sobre la lírica española, etc., etc., tema en que 
              ya han abundado los historiadores y críticos literarios desde 
              Rodó por lo menos. Sino que se trata de un problema sobre 
              todo lingüístico. Con Darío, por primera vez 
              el español de América se impone claramente al español 
              de España. Eso adquiere una gran importancia, a mi juicio. 
              Creo que uno de los grandes problemas de los mundos de habla española 
              es lo que habría que llamar, aunque en un sentido muy distinto 
              del habitual, el casticismo. Siempre se ha visto éste 
              como un problema del español de España, pero yo creo 
              que también esta reflejado en el español de América. 
              Insisto en que no lo tomo ahora sólo a nivel gramatical, 
              como se suele hacer. Yo veo al casticismo, en su sentido etimológico, 
              como la castidad vuelta sobre sí misma, involuntaria, y cerrada. 
              En ese contexto, entonces, la apertura de España hacia América 
              presenta una curiosísima paradoja: España es un país 
              que tiene esa apertura, históricamente única, hacia 
              todo un continente y, sin embargo, sigue siendo un país cerrado. 
              Esto se ve, mejor que nada, en el problema del casticismo. Recuerdo 
              de paso ahora, nada más que porque viene a cuento, un artículo 
              que leí en Preuves y que creo que se va a publicar en Mundo 
              Nuevo. Es un trabajo de Herbert Lüthy, leído en 
              un congreso sobre Europa que organizó Denis de Rougemont 
              hace poco. Allí se habla al pasar de España desde 
              un punto de vista histórico pero al aplicar Lüthy su 
              tests sobre la colonización, llega a decir nada menos que 
              esto: los procesos de colonización, que para él son 
              la esencia misma de la historia, se dividen en dos clases: por un 
              lado está el proceso de España, por el otro, todos 
              los demás procesos. De aquí a decir que no hay más 
              que dos clases de historia, la historia de todos los demás 
              pueblos colonizadores y la historia de la colonización española, 
              hay sólo un paso. ERM: Voy a aprovechar esta mención 
              suya, Segovia, para aclarar que el artículo de Lüthy 
              parte de una distinción muy precisa entre colonialismo y 
              colonización. Para él, colonialismo es todo lo que 
              nosotros abominamos en este siglo, y colonización, un proceso 
              creador e inevitable en el desarrollo cultural. TS: Sí, así es en efecto, 
              y creo que la distinción de Lüthy es muy válida, 
              pero lo que quiero subrayar ahora es que, incluso desde un punto 
              de vista histórico, el mundo de habla española toma 
              un carácter muy especial. Entonces, dentro de ese mundo, 
              a mí me parece que el fenómeno del casticismo es muy 
              peculiar de la lengua española, hasta el punto que en francés 
              no existe la palabra. No creo que la haya en otra lengua, por lo 
              menos en otra lengua que yo conozca, ¿no?, hasta ese punto 
              ese fenómeno es tan de España. Justamente es en Darío 
              donde este fenómeno encuentra su crisis, su cruzamiento. 
              Crisis que desde mi punto de vista no se ha superado, que está 
              aún viva. Casi diría, desde que Darío llega 
              a España ya no se puede soslayar tampoco en América 
              el problema del casticismo en un sentido metafórico. Aunque 
              no sea el mismo, el casticismo histórico de España 
              tiene sus consecuencias en nuestra América. En ella es heredado, 
              pero también hay que resolverlo. Y ese problema me parece 
              muy importante. ERM: Claro, biográficamente, el 
              problema del viaje de Darío a España es muy significativo. 
              Sobre todo el segundo, de 1898, que es el viaje en que entra en 
              contacto con los escritores más jóvenes, porque en 
              el primero, de 1892, sólo conoció a las grandes celebridades 
              del siglo XIX, esas que su renovación poética y lingüística 
              no podía tocar para nada. El segundo viaje le permite convertirse 
              en el primer escritor latinoamericano que influye sobre importantes 
              poetas españoles. Ese viaje tiene un sentido muy claro, incluso 
              al margen de la interpretación en que está trabajando 
              usted ahora, Segovia. Yo quiero aprovechar sus palabras para hacer 
              una pequeña precisión de tipo histórico-biográfico. 
              Esta cuestión que usted ahora plantea por todo lo alto, ha 
              suscitado a nivel más literal mucha mala sangre entre los 
              críticos hispánicos. En general, los hispanoamericanos 
              ven este viaje de Darío como un desquite de América 
              Latina. El primero que lo destaca es Rodó. A pesar de ser 
              un hombre muy ponderado, Rodó era muy latinoamericanista. 
              En su estudio de 1899 y en su obituario de 1916 él subraya 
              el sentido de este viaje a España e incluso habla de un retorno 
              de las carabelas, como queriendo decir: Bueno, ahora somos nosotros 
              los que vamos a colonizar a España. En esta misma línea 
              el crítico dominicano Max Henríquez Ureña habrá 
              de publicar en 1930, y en España nada menos un libro titulado 
              obviamente El retorno de los galeones. Esta actitud ligeramente 
              "revanchista" es aceptada, curiosamente por algunos críticos 
              españoles que destacan caballerescamente a Darío. 
              Por ejemplo, recuerdo un manual en que se habla de dos grandes renovaciones 
              de la lírica española, la de Garcilaso en el Renacimiento 
              y la de Darío en el modernismo. Allí se reconoce a 
              Darío, sin ninguna clase de retaceos, la calidad de fundador. 
              Pero este reconocimiento también ha suscitado ciertas reacciones 
              de críticos españoles que no vamos a mencionar porque 
              son muy conocidos y que tratan por todos los medios de separar a 
              Darío de la innovación de la lírica española 
              posterior al 1900. Incluso hay los que, todavía hoy, tratan 
              de encerrar a Darío en esa especie de camisa de fuerza que 
              es el modernismo, como ellos lo entienden. Para hundir al intruso 
              y salvar a los compatriotas, califican a todos los poetas españoles 
              contemporáneos de Darío (que hasta cierto punto pasaron 
              por su escuela, aunque no siempre se hayan quedado en ella) de noventaiochistas. 
              De esta manera inventan, a la vez, una fructífera polémica 
              entre modernismo y noventaiocho, lo que les permite seguir produciendo 
              nuevos ensayos y libros. Todo esto me parece de muy corto alcance, 
              bueno sólo para multiplicar la burocrática vanidad 
              de academias y universidades. Además, por ese camino no se 
              puede alcanzar la trascendencia crítica que requiere una 
              interpretación profunda del problema. AI plantear !a discusión 
              en otros términos y al ver el problema del casticismo en 
              relación con el problema general histórico de España, 
              y también de América, creo que se eliminan todas estas 
              cuestiones inferiores del chauvinismo continental versus el chauvinismo 
              peninsular. La verdad es que Darío pertenece a todos. A nosotros 
              ahora no nos interesa que Darío haya ido a poner una pica 
              en España y que esa pica lleve una imaginaria bandera latinoamericana. 
              Eso ya es secundario en el contexto actual de las relaciones entre 
              la literatura de América Latina y la de España. Lo 
              que interesa, hoy, es la presencia de Darío en España 
              y, por lo tanto, de la lengua española americana en la península. 
              Porque esto significa un replanteo vivo, creador, polémico, 
              de todo el problema de la lengua española universal que se 
              había ido volviendo cada día más provinciana 
              desde la pérdida del imperio. El retorno de los galeones, 
              sí, si esos galeones retornan con algo más que oro. SS: Yo diría que ocurre un fenómeno 
              curioso y es que cuando Darío retoma el español en 
              sus manos después de haberse paseado por toda la cultura 
              francesa, griega, en fin, por esa cultura enciclopédica de 
              Petit Larousse que le reprocha Borges, lo que hace es reenviar 
              el español a su esencia. Lo que Darío vierte en ese 
              español visto a través de la cultura francesa es el 
              gran Español. El hecho de que Darío se haya ocupado 
              de Santa Teresa, por ejemplo (hace una recreación de las 
              primeras páginas de Las Moradas), de Cervantes o del 
              Cid, demuestra, por movimiento de boomerang curiosísimo, 
              que su intención era la de resituar el idioma en el espacio 
              fundamental de su creación, espacio que no había sido 
              alcanzado ni por los americanos, en esos momentos, ni por los españoles. TS: Sí, sí, me parece que 
              es eso exactamente, me parece que ahora se van uniendo todas las 
              cosas. Ese manual a que se refería Monegal no creo que tenga 
              otro sentido: decir, por ejemplo, que Garcilaso y Rubén Darío 
              son los dos grandes renovadores de la lírica española, 
              significa un poco eso. No olviden que también Garcilaso era 
              un extranjerizante en su época, un italianizante, como Darío 
              era un afrancesado. Sin embargo, Garcilaso es el que produce la 
              gran renovación lírica y el que, en algunos manuales 
              se llega a presentar como el creador del español clásico. 
              Sería justamente un tema interesantísimo ver si esa 
              esencia ontológica del español, de que habla Sarduy, 
              resulta precisamente de ser extranjerizante. SS: A Garcilaso y Darío yo agregaría 
              Góngora, que es un latinizante puro. ERM: Sí, efectivamente, cuando 
              se dice Garcilaso y Darío no se pretende reducir todo a ellos. 
              Me parece acertada la incorporación de Góngora. De 
              todos modos resulta paradójico que sean los extranjerizantes, 
              o los así llamados por los profesionales del "casticismo", 
              los que vuelven a poner en cuestión la lengua española 
              y al hacerlo la obligan a ser más auténtica. Eso es 
              lo que, además, pasa en otro nivel con Cervantes, también 
              influido por la narrativa italiana de su tiempo, y lo que pass en 
              la literatura inglesa con Shakespeare, otro extranjerizante. Como 
              ustedes saben, el tema se ha seguido polemizando hasta nuestros 
              días y con ejemplos actuales. La supuesta condición 
              extranjera de Borges y de su obra ha justificado muchas tonterías 
              en ambas márgenes del Río de la Plata. Ahora, hasta 
              los más recalcitrantes han descubierto que ese "extranjero" 
              es muy argentino, pero creo que nos vamos por las ramas. TS: De acuerdo. Vuelvo a Darío. 
              Cuando éste toma el español por su cuenta y retorna 
              a la retórica tradicional, cuando renueva las formas medievales 
              y la valoración de la poesía medieval española, 
              está haciendo una verdadera labor de casticismo. Lo curioso 
              es que a pesar de que Darío escribe en una época en 
              que ya no debía hallar en España prejuicio antimedieval, 
              todavía ese prejuicio era allí muy fuerte, precisamente 
              por ser España un país medieval. Todo esto encubre 
              una gran paradoja, porque del punto de vista general europeo España 
              era un poco el portavoz de la Edad Media frente a los países 
              racionalistas. Y, sin embargo, a nivel de los escritores españoles, 
              a nivel de la conciencia intelectual española, ocurre todo 
              lo contrario. Este es el problema del casticismo que habría 
              que examinar con más detalle. Resulta que a fines del siglo 
              XIX, España era el país de Europa donde no se podía 
              revivir la Edad Media. De ahí el escándalo que provoca 
              en ciertos escritores lo que hace Darío: revivir las formas 
              medievales y reencontrar su espíritu. Octavio Paz lo dice 
              más o menos con una frase muy acertada: "Con Rubén 
              Darío el español se pone en marcha otra vez". 
              Es una imagen muy clara que muestra cómo vuelve a la vida 
              ese español momificado de la época. En todo esto que 
              ustedes han dicho creo que encaja justamente la visión que 
              yo tenía de Darío. Creo que habría que empezar 
              entonces por el nivel de la lengua y examinar este problema del 
              casticismo que es un casticismo histórico. También 
              se podría abordar el problema en un terreno de psicología 
              social, de psicología de los pueblos o algo así. A 
              esa famosa cerrazón de España con sus ecos y su herencia 
              en América Latina, nosotros, escritores de la lengua, podemos 
              perfectamente abordarla ahora. Llegaríamos a cosas verdaderamente 
              fecundas viendo el fenómeno que se produce, por ejemplo, 
              cuando llega Darío en el segundo viaje a España. Toda 
              esa polémica, que no sólo es lingüística, 
              todavía perdura aunque es increíble. Sabemos que en 
              un nivel académico cuidadoso no se nota mucho o se disimula 
              detrás de los buenos modales y de las citas al pie de página, 
              aunque de pronto una persona tan flemática como don Ramón 
              Menéndez Pidal puede dar sustos si se pone a atacar a Las 
              Casas. Pero, en fin, en un nivel así muy académico 
              no se note mucho. Sin embargo, todos sabemos que incluso esos mismos 
              críticos que tratan con mucho respeto a Darío, fuera 
              de sus escritos están todavía llenos de actitudes 
              inconscientes hacia ese problema que él plantea. Y aquí 
              vuelvo a tomar otra de las cosas que usted decía, Monegal. 
              El chauvinismo puede ser un problema culturalmente pequeño 
              si se mantiene dentro de ciertos límites. Pero en España, 
              muchas veces, el chauvinismo encubre un problema mayor: el "casticismo" 
              de los gramáticos, el oscurantismo, el desquite contra la 
              vieja leyenda de la España negra. Ya no se trata entonces 
              de una disputa más o menos académica o filológica 
              sobre cuál es la mejor lengua, la española o la latinoamericana, 
              sino de algo mucho más grave. Para resumir un poco, porque 
              estoy hablando mucho, en mi última lectura de Darío, 
              comprendí que al volver éste con la lengua española 
              a España replanteaba al español de la península 
              el problema del casticismo. Esto se puede relacionar, me parece, 
              con algo que decíamos en la entrevista de Raimón. 
              La irrupción de Darío amenaza convertir al español 
              de España en un dialecto de la lengua española. Este 
              sería uno de los niveles en que se puede abordar el problema; 
              un nivel, me parece, lleno de sentido. Creo que la crítica 
              española nunca ha podido mirar así el problema que 
              plantea Darío. Y es muy grave que no lo haya hecho porque 
              tiene mucho que ver asimismo con ese problema de la colonización 
              como movimiento histórico general, por un lado, y por otro 
              también tiene que ver con un problema que me parece muy importante 
              hoy: el de la universalidad histórica. El surgimiento de 
              otras culturas frente a la "occidental" es lo más 
              característico de nuestra época histórica. 
              Ese surgimiento ya no puede negarse. Me parece que todo eso del 
              Tercer Mundo, o como se lo quiera llamar, tiene mucho que ver con 
              el problema de la universalidad de España visto en un amplio 
              contexto histórico. Pero para no andarnos por los cerros 
              de Ubeda, vuelvo al casticismo. España estaba en Europa y 
              Europa era (o parecía en 1900) lo universal. España 
              era lo particular dentro de lo universal. Pero de golpe a España 
              llega Darío, este hijo de un gran continente con el cual 
              España se encuentra en una relación muy particular. 
              Ese gran continente le envía a su hijo pródigo a llevarle 
              la palabra de vuelta, pero también devuelta, en el sentido 
              de devolución. América le devuelve a España 
              la palabra que ésta le ha dado. Me parece que por ahí, 
              por un terreno metafórico, podríamos ir muy lejos. 
             ERM: Y claro esa devolución suscita 
              todo un nuevo problema porque se vuelve a plantear el problema del 
              casticismo que tanto habían fatigado los académicos 
              españoles, sólo que ahora se plantea en un contexto 
              muy distinto y verdaderamente fecundo. El doble telescopio del tiempo ERM: Creo que podríamos volver 
              al tema de la lectura concreta de Darío cuyos resultados 
              metafóricos Segovia nos ha estado comunicando en un terreno 
              estrictamente personal. Me gustaría que Sarduy desarrollara 
              algo más este aspecto. SS: Creo que un poeta no hace más 
              que leer el texto que la "realidad" le presenta. Es decir, 
              que nosotros mismos somos un texto. En eso Darío me parece 
              muy actual. Por otra parte, creo que hay un aspecto negativo en 
              Darío, que es el siguiente: yo mismo he defendido la teoría 
              del intermediario. Ahora bien, como Darío utiliza intermediarios 
              que hoy en día nos parecen dudosos, a veces también 
              su percepción de la "realidad" lo es. Prosas 
              Profanas está llena de este tipo de aseveración 
              sumamente discutible, pedante y hasta ridícula de Darío 
              y con esto sé que me asimilo al pensamiento de M. Homais, 
              el personaje de Flaubert que Darío critica, porque él 
              había previsto sus detractores pero tanto peor. Darío 
              pensaba, o al menos se permitió esa boutade, esa "graciosa 
              petulancia", como escribió Rodó, que Clodion 
              era mejor que Fidias, pues las diosas del primero cantan francés 
              y las del segundo son mudas, o que "Verlaine es más 
              que Sócrates", o que "Arsenio Houssaye supera 
              al viejo Anacreonte". Cuando Darío llega a España 
              y va a escribir sobre la España que tiene allí delante, 
              ¿qué hace? Utiliza su intermediario, que en este caso 
              es la poesía de Téophile Gautier (ya Marasso ha hecho 
              ese trabajo universitario y terrible de identificar en cada verso 
              del poema español de Darío el verso francés 
              que hay detrás), pero que me interesa no es el hecho matemático 
              de que el poema de Gautier está detrás, sino que como 
              intermediario que Darío ha utilizado es "defectuoso", 
              es decir, es el cromo francés sobre España, cromo 
              que es Carmen, el cromo que son Gautier, Mérimée, 
              etc., entonces su España es una España de pacotilla. TS: Bueno, en lo que dices, veo muchas 
              cosas con las que concuerdo. Es claro que su España es de 
              pacotilla, pero también me parece claro que en su tiempo 
              así lo entendió todo el mundo. Me parece que sobre 
              esto nadie pretendió nunca lo contrario. Lo que pasa es que 
              detrás de esa España de pacotilla que repetía 
              Darío, se veía que había otra cosa. Yo creo 
              que quizá hasta el mismo Darío no era del todo inconsciente 
              de la superficialidad de algunos de sus enfoques, ERM: No sé si la superficialidad 
              de Darío frente a España chocaría tanto a un 
              cierto nivel de sus contemporáneos como nos choca ahora a 
              nosotros. No hay que olvidar que incluso muchos de los españoles 
              que en aquella época eran celebrados, como Salvador Rueda 
              o Manuel Machado o Eduardo Marquina, también caían 
              un poco en esa España de pandereta y a lo Gautier. En realidad, 
              nosotros ahora somos mucho más sensibles porque vemos la 
              España de 1898, a la que acude Darío como una España 
              trágica y esperpéntica; la vemos toda uniformada con 
              los acres colores de Unamuno o de Valle-Inclán o de Baroja 
              o de Antonio Machado. La sentimos como una España problematizada, 
              pero en el momento en que Darío la visita la ve con ojos 
              un poco anteriores a su 1898. Todavía entonces estas imágenes 
              de España, que son para nosotros hoy las únicas imágenes 
              verdaderas, no eran ni podían ser las más visibles. 
              Pienso que a un cierto nivel esas imágenes superficiales 
              de Darío, coincidían con las corrientes en su época. 
              Sin duda la superficialidad hirió ferozmente a gente como 
              Unamuno, que ya estaba vivito y coleando y que se ponía furioso 
              al oír celebrar tanto a Darío, ese Darío para 
              él intolerable de las marquesas y los abates. Esas son confusiones 
              inevitables. Como también, para salir un poco del tema español, 
              la actitud de Darío frente a América Latina, su visión 
              del continente a fines del siglo XIX y principios del XX, choca 
              a muchos de los mejores intelectuales latinoamericanos. Por ejemplo, 
              Rodó, que lo admira como poeta siente una enorme resistencia 
              a embarcarse en todos los juegos aparentemente gratuitos de Darío 
              y veladamente le reprocha no ser el poeta de América en un 
              sentido trascendente de la palabra. Acá entramos, me parece, 
              en lo que yo llamaría las confusiones provocadas por el doble 
              telescopio del tiempo. Para juzgarlo hoy a Darío nosotros 
              estamos utilizando, a la vez, nuestra visión actual de España 
              y de América Latina y de lo que decía entonces Darío. 
              Pero también nos proyectamos a aquella época y tratamos 
              de ver las cosas como las verían entonces. Para decidir hasta 
              qué grado lo que Darío decía chocaba o no chocaba 
              a sus contemporáneos, no hay más remedio que efectuar 
              un doble proceso telescópico. De todas maneras. lo que me 
              parece esencial, no es que Darío acierte o se equivoque, 
              sino que su interpretación de España o de América 
              Latina está en una línea muy particular de sensibilidad 
              a imaginación, de una literatura que se hace a través 
              de normas ya culturales, como indicaba aquí Sarduy. En eso 
              radica su "modernismo" esencial. TS: Lo que yo quería decir, aclarado 
              ahora por los comentarios de Monegal, es que justamente esa es la 
              innovación de Darío. Tal vez lo exageré al 
              sugerir que nadie ignoraba la cuota de "espagnolade" 
              de Darío y que todos veían lo que había detrás. 
              Ahora matizo un poco para señalar que lo fecundo que llevó 
              Darío a España, y también aportó a América 
              Latina, fue justamente que su España de pandereta no impedía 
              ver lo otro, lo verdaderamente creador que había en su poesía. 
              Había una novedad allí y sus lectores de entonces 
              la vieron. Lo mismo diría con respecto a América Latina 
              y esa revisión general de la cultura que es el modernismo. 
              O para formularlo de otra manera: me parece admirable, al mismo 
              tiempo que muy curioso, que se haya podido ver la revolución 
              poética que significaba Darío cuando el primer plano 
              su obra estaba lleno de los lugares comunes la época. Incluso 
              una revolución poética más fecunda, como lo 
              es en Francis la de Baudelaire pasó casi inadvertida. Rimbaud 
              es el primero en descubrir lo que había de revolucionariamente 
              poético o de poéticamente revolucionario en la poesía 
              de Baudelaire, aunque poniendo algunas reservas. Hasta que se llega 
              a entender bien esto pasa casi una generación. En cambio, 
              con Darío, se tiene una impresión paradójica 
              de que a pesar de la superficie de lugares comunes, casi todo el 
              mundo hispánico se dio cuenta de que estaba pasando algo 
              muy importante con su poesía. El mismo Unamuno al atacarlo, 
              no tenía la impresión de estar combatiendo contra 
              un literato cualquiera. Es decir, Unamuno no hubiera arremetido 
              contra Rueda de esa manera, aparte de que también Unamuno 
              se arrepintió y retiró su insulto sobre las plumas 
              del indio que, según él, se le veían a Darío 
              bajo el sombrero; todos sabían que ese señor que llegaba 
              de América Latina estaba haciendo algo muy importante.  SS: Sí, hubo allí entonces 
              una especie de corte en el idioma español. Es decir, que 
              el fundamento del español quedó alterado por Darío. 
              Ese corte que él operó se debe a que introdujo en 
              la poesía española la noción de poeta-lector, 
              es decir, que sea Mérimée, sea Gautier, sea Schuré, 
              o cualquiera el intermediario, hay en Darío una cosa cierta 
              cuando uno lo repasa, y seguramente cuando lo conocieron sus contemporáneos, 
              y es que el poeta lee, el poeta descifra la realidad por un intermediario. 
              Introduce la poesía en otra esfera totalmente distinta a 
              la esfera en que la poesía se desenvolvía, es decir, 
              la de la "inspiración". Darío provoca esa 
              falla que se opera porque él empuja la creación hacia 
              la lectura, hacia el código, hacia la cultura. ERM: En realidad, lo que hizo Darío 
              fue quitarle la máscara a la inspiración romántica 
              y mostrar que la inspiración era sobre todo un poeta que 
              lee como que ya sabían muy bien los clásicos. La Retórica como Erótica TS: Hasta cierto punto podríamos 
              decir que los poetas leen a través de la cultura. También 
              Garcilaso, y no sólo Garcilaso sino todo el Renacimiento 
              y el clasicismo españoles, están leyendo la realidad, 
              y de una manera muy evidente, a través de los poetas italianos 
              o latinos. Ahora bien, suponiendo que aceptemos la tesis de que 
              desde Garcilaso y Góngora hasta Darío no ha pasado 
              nada en la poesía española, entonces ¿qué 
              ocurre en ese intervalo? Una explicación sería que 
              la poesía se encontraba en conflicto consigna misma, el poeta 
              luchaba contra sí mismo, y que es Darío el que vuelve 
              a solucionar el conflicto, a obligar a la poesía a tomar 
              conciencia de sí misma, a asumir el papel de lectora que 
              siempre ha tenido en realidad. En este sentido, justamente, lo que 
              decía Monegal de quitarle la máscara a la inspiración 
              no me parece lo mismo que hacerla desaparecer. Quitarle la máscara 
              sería convertirla en ella misma, mientras que hacerla desaparecer 
              es convertirla en nada. No sé si la palabra inspiración 
              es la más adecuada porque sabemos que es una de las más 
              vagas que hay. Pero tanto del punto de vista de la lectura como 
              del punto de vista de algún código particular para 
              leer la "realidad", Darío consigue volver a algo 
              que ya ocurría en el Renacimiento español, algo que 
              ocultaba la poesía conflictiva del romanticismo, y que él 
              ya no tiene por qué aceptar al haberle quitado la máscara 
              a la inspiración (con muchas comillas). Aceptado esto, quiero 
              volver a una cosa que Sarduy dijo y que me sugirió súbitamente 
              otra. Cuando hablaba de los sentidos, que son tan importantes en 
              Darío, se me ocurrió bruscamente que he tenido siempre 
              una impresión al leer a Darío, una impresión 
              que nunca se me ha ocurrido precisar y que tal vez ahora pueda expresarla 
              con alguna claridad. Es una cuestión muy moderna, también. 
              Me parece que hay en Darío una poesía del cuerpo; 
              no, claro, en el sentido del cuerpo como objeto porque eso ya es 
              muy evidente, sino de revés, del cuerpo como sujeto. Hay 
              un desciframiento del mundo a través del cuerpo, un código 
              corporal del mundo. Por eso, cuando Darío asume el mundo, 
              no sólo asume la cultura como un código con el cual 
              leerlo, sino que también asume el cuerpo como lectura del 
              mundo, y lo hace de una manera quizás única en la 
              literatura española hasta ese momento. SS: Me parece que tocaste ahora el centro 
              de la visión de Darío, que es el erotismo. Vamos a 
              lanzarnos allí. Efectivamente la poesía desde siempre, 
              y Las Soledades sería una prueba fehaciente de ello, 
              son una lectura a través de códigos culturales. Por 
              supuesto: no es un azar si Góngora utiliza no sólo 
              toda la cultura del Renacimiento, sino que además utiliza 
              hasta un "período" para discutir un paisaje: las 
              islas como paréntesis. Pero esto había pasado a una 
              especie de inocencia, esto había sido incorporado al equipaje 
              inconsciente de la creación. Darío rompió totalmente 
              esa inocencia. Pero si Darío lee el mundo como un texto, 
              hace intervenir su propio cuerpo en este texto, es decir, que el 
              cuerpo es también una palabra, es también una parte 
              del texto, y entonces, como tenemos en la lectura lo somático, 
              tenemos también lo erótico. Y aquí yo creo 
              que tocaríamos una noción capital en Darío: 
              la Retórica es una Erótica. Quizá 
              como ocurre justamente, y no es un azar, en la pintura de Aubrey 
              Beardsley, en que la concepción plástica es totalmente 
              erótica: como en el cuerpo, en el cuerpo femenino, porque 
              es una erótica únicamente femenina, es la línea 
              curva la que lo define todo. No hay rectas en la pintura de Beardsley, 
              como no las hay en la de Klimt, ni en los afiches de Mucha, ni en 
              las entradas del Métro, que podemos ver aquí abajo 
              mismo, de Guimard, ni en Hennedique, ni en Horta, ni en Gallé. 
              No hay rectas, hay curva erótica. Las metáforas eróticas 
              femeninas fundamentan este arte y la retórica-erótica 
              de Darío. TS: Eso ya había sido visto muy 
              bien, hace tanto tiempo, por Ramón Gómez de la Serna 
              en el ensayo sobre lo cursi: hay allí una comprensión 
              extraordinaria del Art Nouveau, y aparece incluso la idea 
              erótica de la curva que se puede relacionar no sólo 
              con Darío, sino también con la primera época 
              de Juan Ramón Jiménez. ERM: Voy a hacer simplemente un pequeño 
              inciso para intercalar un homenaje a Pedro Salinas que en su estudio 
              sobre La poesía de Rubén Darío ha interpretado 
              su obra a través de sus temas, y sobre todo del erotismo. 
              Curiosamente en el momento en que sale el libro de Salinas (1948), 
              su interpretación parece devolvernos un Darío más 
              humano y menos culturizado. El intento de Salinas, en buena medida, 
              pudo ser leído entonces como un esfuerzo por analizar la 
              poesía de Darío dejando de lado ciertos contextos 
              culturales que eran tan evidentes desde fines de siglo. A través 
              de su ensayo resulta obvio el intento de rescatar un Darío 
              más palpitante, más corporal, más humano. Ahora, 
              lo curioso es que en la interpretación que están fabricando 
              un poco a medias entre ustedes dos, aquel contexto cultural aparece 
              insertado no como un elemento antagónico, sino como complementario 
              del erótico. Es decir, ahora no parecería haber oposición 
              entre la Erótica y la Retórica. TS: Sí, ésa es la incorporación 
              a que me refería hace un rato. Ahora con respecto al erotismo 
              de Darío yo establecería algunos matices. En primer 
              lugar, en lo que se refiere a las distintas épocas, de su 
              poesía. Tal vez en la primera parezca ser un predominio de 
              la parte erótica. Sin embargo en mi última relectura 
              de Darío me pareció clara la curva ascendente de su 
              poesía. Se ha hablado muchas veces, y parece que el mismo 
              Darío tuvo esa impresión, de que había una 
              decadencia evidente en su obra última. Creo que hay que revisar 
              ese concepto. A mí me parece que la curva de Darío 
              es perpetuamente ascendente; con baches naturalmente, pero ascendente. ERM: Lo que yo creo que hay es una evidente 
              declinación física de Darío. Para él 
              que estaba viviendo su obra no como un problema exclusivamente literario, 
              sino también como un problema existencia, esa declinación 
              podía resultar abrumadora. En los últimos años 
              Darío se desintegra físicamente, se deshace a ojos 
              vista devorado por la bebida, y entonces, claro, a él mismo 
              su esfuerzo poético le tenía que parecer contaminado 
              o infectado por esa desintegración. Sin embargo, estoy completamente 
              de acuerdo con Segovia en que, del punto de vista de la calidad, 
              no hay en su poesía un verdadero descenso, aunque pueda haber 
              mayor cantidad de mala poesía al final. Pero eso no importa 
              ya que la buena poesía de sus últimos años 
              es muy buena. TS: Eso es exactamente. SS: Hay una distinción que tiene 
              que ser expresada ahora: ¿Qué es la retórica? 
              La retórica es la ley del discurso, es decir, la ley de cómo 
              se articulan las palabras. Ahora, ¿qué es precisamente 
              para Darío el cuerpo, como hemos señalado? El cuerpo 
              es una palabra, donde está sometido a las leyes de la retórica. 
              Darío, precursor de muchas cosas lo fue también de 
              la alucinación corporal puesto que se lanzó a los 
              mundos del ajenjo, que era a los que entonces se lanzaban, bien 
              tímidos con relación a los actuales, los poetas. ERM: Las experiencias de Darío 
              con lo que Baudelaire llamaba los paraísos artificiales son 
              aparentemente bastante limitadas desde nuestro punto de vista. Hablamos 
              hoy con una perspectiva casi delirante. En este momento en que hasta 
              las personas más ortodoxas no le hacen asco a algún 
              hongo alucinógeno que otro o a algún terrón 
              de azúcar impregnado de LSD antes del desayuno, los estímulos 
              que utilizaba Darío tienen para nosotros una tosquedad como, 
              digamos, los instrumentos del hombre de la Edad de Piedra pueden 
              tener para los técnicos de hoy. Pero en fin, olvidándonos 
              un poco de los placeres a que nos tienen sometidos los adelantos 
              del progreso (como decía uno) y situándonos exclusivamente 
              en lo que ha trascendido hasta nosotros a través de informaciones 
              siempre dudosas -hay que tener en cuenta que existe una gran censura 
              y autocensura en toda la información biográfica latinoamericana; 
              no hemos llegado todavía a la objetividad o al descaro con 
              que los europeos y los norteamericanos de hoy hablan de sus antepasados 
              literarios-, lo que parece haber practicado Darío está 
              un poco en el orden de bebidas más o menos fuertes como ajenjo, 
              y tal vez alguna experiencia del haschis. Hasta este último 
              tal vez lo practicó sólo en la literatura. SS: Bueno, en fin, Darío vivió 
              en ese vértigo mido la desintegración de su soma, 
              y entonces también la de su retórica. No hay descenso, 
              hay una alucinación de esa retórica erótica, 
              el ajenjo o haschich o el erotismo de ese momento, que es también 
              un fenómeno cultural (habría que estudiar las connotaciones 
              culturales del erotismo en época 1900), eso es lo que se 
              transformó. TS: Sí, en eso estoy de acuerdo, 
              pero creo que no sólo hay un ascenso de la calidad poética, 
              también lo hay de la calidad erótica. Lo que me parece, 
              justamente es que la lectura erótica del mundo deDarío 
              es un aspecto de su lectura corporal o semántica. Como esta 
              última se va ampliando y abarcando cada vez más terreno, 
              por eso parece que la erótica disminuye. Advierto que estamos 
              hablando del cuerpo en la poesía de Darío de dos maneras 
              diferentes: por un lado como objeto, como al decir Sarduy que para 
              Darío el cuerpo es una palabra que él lee. Sí, 
              por supuesto, para todo poeta erótico y casi para todo poeta 
              que haya hablado, del cuerpo y de la mujer, o sea para todo poeta. 
              Porque son raros los que no han hablado de la mujer justamente como 
              cuerpo. En este sentido estamos de acuerdo en que tiene mucha importancia 
              el erotismo en Darío. Pero yo también quería 
              decir que por otro lado y volviendo tufrase al revés (sé 
              que es una mala pasada porque hago ambiguas las dos, y entonces 
              ya casi no quieren decir nada), la retórica también 
              se lee corpóreamente. Es decir: no sólo Darío 
              ve su cuerpo como una palabra y como un objeto de lectura, sino 
              que además, para decirlo un poco en lo jerga, ve al cuerpo 
              como un código. Esto es lo que me parece muy novedoso de 
              Darío: haber asumido toda la retórica que hay en la 
              poesía, aceptar la poesía como lectura a través 
              de códigos retóricos, llegar casi a la toma de conciencia 
              de una retórica, y después de eso o al mismo tiempo 
              tomar no sólo como tema el cuerpo, sino estar leyendo al 
              mundo corporalmente. Y no sólo eróticamente. El erotismo 
              en Darío es una traducción, el cuerpo le sirve para 
              traducir, el cuerpo descodifica el mundo. Casi habría que 
              decir esto de una manera más elemental, como lo dijiste tú 
              al principio al hablar de los sentidos. Porque ha asumido toda la 
              cultura, Darío puede volver a leer tranquilamente con sus 
              sentidos el mundo, como hacía años que no sucedía 
              en la poesía española. SS: Creo que no hay ningún malentendido 
              en lo que hemos dicho hasta ahora. Darío hace una lectura 
              somática y la exaltación de los sentidos le permite 
              una hiperlectura, una descodificación profunda del mundo. TS: Sí, desgraciadamente parece 
              que estamos de acuerdo, el poeta de América. El poeta de América ERM: Aunque ya hemos tocado un par de 
              veces el tema, me gustaría que nos centráramos ahora 
              un poco más en el enfoque estrictamente latinoamericano de 
              Darío. Es indudable que, al margen de su significación 
              universal -no el reconocimiento universal de su poesía que 
              sigue siendo ignorada en buena parte del mundo-, hay un sentido 
              en que a nosotros, como latinoamericanos, Darío nos interesa 
              muy particularmente. Y digo esto sin chauvinismo de tipo cultural 
              alguno. ¿Hasta qué punto Darío, además 
              de ser un gran poeta de la lengua, es también cifra del poeta 
              latinoamericano? Vuelvo a recordar ahora aquella frase tan famosa 
              con que Rodó comienza su estudio sobre Darío: "No 
              es el poeta de América, oí decir una vez que la corriente 
              de una animada conversación literaria se detuvo en el nombre 
              del autor de Prosas Profanas y de Azul ..." Conviene revisar 
              la fecha en que fue empezado este estudio porque indudablemente 
              en 1897, apenas publicadas Prosas Profanas, Darío 
              no puede ser considerado un "poeta de América". 
              El mismo Darío, en las provocativas palabras "liminares" 
              de aquel libro, se divirtió en sembrar los equívocos. 
              Allí dice esto que ahora les leo: "Yo detesto la 
              vida y el tiempo en que me tocó nacer. Y a un presidente 
              de la República no podré saludarle en el idioma en 
              que tecantaría a ti, (¡oh, Halagabal), de cuya corte 
              -oro, seda, mármol- me acuerdo en sueños ..." 
              Actualmente ya es más difícil, sino imposible, encarar 
              a Darío como un poeta poco o nada latinoamericano. A partir 
              de 1900 ya su obra se ocupa explícitamente de temas americanos 
              y celebra (¡oh, Halagabal!) a presidentes de la República 
              o entona un Canto a la Argentina, como es bien sabido. Incluso 
              aparece en su poesía un planteo bastante polémico 
              del latinoamericanismo frente al imperialismo norteamericano que 
              entonces encarnaba el presidente Teddy Roosevelt. La oda "A 
              Roosevelt", de Cantos de vida y esperanza, es indudablemente 
              un poema de índole muy latinoamericano. SS: Engagé.  ERM: Sí, muy comprometido, como 
              diríamos hoy. Ya en vida de Darío se discutieron copiosamente 
              estos aspectos de su americanismo. Pero creo que estamos hoy en 
              una posición más privilegiada para encararlos objetivamente 
              porque ya hace cincuenta años que han muerto y desaparecido 
              el poeta y su mundo. SS: Sí, la tesis marxista sobre 
              Darío es justa hablando grosso modo. La poesía 
              de Darío se desarrolla en un espacio ocioso; ya hemos hablado 
              de su significado central erótico. Georges Bataille ha escrito 
              que entre el erotismo y el trabajo hay una relación de opuesto 
              total. Esa percepción erótica, ese cultivo del cuerpo, 
              esa retórica-somática que Darío pudo llevar 
              hasta sus extremos, no pudo haberse realizado más que en 
              un espacio de ocio. La coincidencia de Darío con Julián 
              del Casal, por ejemplo, que pertenecía a la burguesía 
              de Cuba no es un azar. Ahora, ese argumento se podría completar, 
              quizá, sino invertir diciendo que la vida de Darío 
              también es un compromiso en el sentido siguiente: al abandonar 
              América Latina por Francia, al adoptar un afrancesamiento 
              que era más que un afrancesamiento cultural, casi un desafío 
              ¿no?, Darío nos señala la pobreza y el vacío 
              que estábamos viviendo. Creo que Darío se volvería 
              a exilar hoy. Porque en el fondo cuando se ubica en un contexto 
              europeo, sea de Madrid o de París, lo que señala sin 
              señalar a Darío es su decepción ante nuestro 
              vacío o ante la excitación política que, de 
              tiempo en tiempo, trata de anularlo. Creo que el mejor manifiesto 
              que se ha hecho contra el caudillismo de su tiempo y de todos los 
              tiempos, es el suyo: volver la cara hacia otro mundo, hacia el ailleurs. 
              Por lo que no dijo, Darío es muy engagé. Nos 
              volvió la cara; nos señaló así toda 
              nuestra pobreza moral. ERM: Pienso que lo que dice Sarduy es 
              muy acertado, en general, porque si efectivamente nos fuéramos 
              a guiar sólo por el criterio de interpretación literal 
              de Darío, censuraríamos, como ya se ha hecho tantas 
              veces su mundo de ocio, su mundo de marquesas y princesas, su nostalgia 
              de un París lejano o apócrifo, el sueño de 
              su Grecia clásica que él veía afrancesada, 
              incluso su evasión o fuga hacia la Edad Media española. 
              Ese amor suyo por Francia, y en especial por París, le ha 
              sido reprochado en todos los tonos y principalmente por los españoles, 
              desde el didáctico Juan Valera hasta el vacilante Luis Cernuda. 
              Sin embargo, pocos advierten que para Darío, Francia es sobre 
              todo una cosa mental -como decía Leonardo del Arte-. El bien 
              sabía qué luces y qué sombras metafóricas 
              ocultaba su relación con París, y en una página 
              poco leída y menos citada dejó escrito estas cosas 
              que ahora descubro en un tomo de sus Obras Completas (edición 
              Aguado, I, 1950): "Muchos de los que hemos venido a habitar 
              a París hemos traído esa misma ilusión [se 
              refiere al poeta cubano Augusto de Armas]. Mas hemos tomado rumbos 
              diferentes. Yo he sido más apasionado y he escrito cosas 
              más "parisienses" antes de venir a París 
              que durante el tiempo que he permanecido allí. Y jamás 
              pude encontrarme sino extranjero entre estas gentes. ¿Y en 
              dónde están los cuentecitos de antaño ...?" 
              La lucidez de Darío siempre derrota a sus lectores más 
              superficiales. Sin embargo la crítica de pretensiones más 
              o menos sociológicas (que no hay que confundir con la verdaderamente 
              marxista) sigue insistiendo en presentar a Darío como un 
              artista de torre de marfil, un evadido de su "realidad". 
              Pero también, y esto es lo más curioso, cuando desde 
              un punto de vista marxista más sutil, o si queremos simplemente 
              desde el punto de vista latinoamericano más auténtico, 
              se ha buscado definir a Darío como un artista comprometido 
              con su tiempo y se han subrayado las notables páginas antimperialistas 
              o antiyankees de su obra poética, también ahí 
              se incurre en otro error de literalidad, aunque ya no ramplona. 
              Se va a buscar el poema contra Roosevelt, por ejemplo, y se ve que 
              efectivamente ahí Darío canta a toda voz su oposición 
              de hombre latino a la política del big stick:  Tened cuidado. ¡Vive la América española! 
              Hay mil cachorros sueltos del León español.
 Eso dice el libro de 1905, de acuerdo, pero ¿qué 
              pasa dos años más tarde en El Canto errante? 
              Allí aparece una "Salutación al águila", 
              escrita en Río de Janeiro y mientras Darío asistía 
              como diplomático a una reunión panamericana organizada 
              desde el Norte. Ahora canta:  Que la Latina América reciba tu mágica 
              influenciay que renazca nuevo Olimpio, lleno de dioses y de héroes!
 Como ustedes recordarán esa "Salutación" 
              ya le fue reprochada en su época como una concesión 
              del Darío poeta al diplomático. El irascible Blanco 
              Fombona llegó a mandarle una carta apasionada y ruda por 
              este poema, y a la que contestó Darío con alguna dosis 
              de humor y de evasivas. Es cierto que como diplomático no 
              podía cantar cuatro verdades a un país supuestamente 
              hermano. Pero también es cierto que podía haberse 
              ahorrado la famosa "Salutación". De modo que los 
              que van a buscar en la oda "A Roosevelt" material para 
              de mostrar que Darío milita entre los defensores de América 
              Latina tienen que acusarlo luego de haber vuelto la chaqueta. Creo 
              que hay aquí un delicado aunque profundo error. Evidentemente, 
              lo que significa Darío en un sentido americano más 
              trascendente no se podrá encontrar nunca en el terreno de 
              las interpretaciones literales. Hay una página que él 
              escribe para Mundial sobre un libro de Manuel Ugarte, que 
              ese sí era un escritor comprometido contra los Estados Unidos 
              y que hacía jiras por toda América Latina para combatir 
              con vigorosas palabras al coloso yankee. En esa nota que escribe 
              Darío para Mundial y que les voy a leer ahora, recuerda 
              que "hace ya bastante tiempo, lancé a Mr. Roosevelt, 
              el fuerte cazador, un trompetazo, por otra parte, inofensivo. Pero 
              esas son cosas de poeta", se disculpa. Más adelante 
              opina que el libro de Ugarte "es interesante, muy interesante", 
              y aclara: "Aplaudo el optimismo, porque es bello y saludable. 
              Celebro la intención romántica y generosa. Y después 
              de aplaudir el libro aplaudo el viaje. Pero...en cuanto a los resultados 
              me declaro absolutamente pesimista. Unos pueblos en donde el dólar 
              impera ya, están contentísimos, según parece, 
              y en los otros, hay quienes tienen envidia a los primeros, y desean 
              que el monstruo los devore, 'Conozco, al monstruo porque he vivido 
              mucho tiempo en sus entrañas', decía José Martí 
              desde Nueva York. Y los pueblos enfermos parecen que dijesen: 'Señor 
              monstruo, le damos las gracias, puesto que nos va a comer en salsa 
              de oro'." Estas palabras de Darío son muy duras 
              y revelan el dolor bajo un aparente conformismo, me parece. Aquí 
              Darío se coloca una máscara cínica que por 
              lo tanto impide toda interpretación puramente literal de 
              su engagement. Por eso creo que tenemos la obligación 
              ahora de intentar una interpretación que supere estas literalidades. 
              Nuestra pregunta debe ser. ¿con qué está realmente 
              comprometido Darío? ¿Lo está con una posición 
              política concreta, o lo esta con una idea de la "realidad", 
              con una idea del mundo, con una idea de ciertos valores? Yo creo 
              que la última parte de la pregunta da la única respuesta 
              acertada, y como creo que esos valores que busca no los encuentra 
              realizados en su América, y tal vez ni siquiera le parecen 
              realizables en el futuro inmediato, por eso les vuelve desafiantemente 
              la espalda, y se burla, con elegante condescendencia, del fervor 
              literal y también inútil de Ugarte. De esa manera 
              sí, en vez de refugiarse a ojos cerrados en la torre de marfil, 
              Darío realiza una operación crítica de tipo 
              negativo que me parece la única forma, como decía 
              Sarduy, de rizar seriamente su pobreza, nuestra pobreza. TS: A mí también me parece 
              que nunca se de tomar el camino de la literalidad al comentar sobre 
              todo un poeta, más aún que un novelista, por ejemplo. 
              Aunque también creo que es legítimo generalizar porque 
              la función del poeta, si es que tiene alguna de este punto 
              de vista, es simplemente la de ser el portavoz, en fin, el símbolo 
              es el emblema de una cosa. Por lo tanto no se le puede reprochar 
              a la poesía de Darío sus contenidos explícitos 
              sobre estos problemas políticos. Lo Único que se le 
              podría reprochar es no corresponder a ninguna realidad dada. 
              Desde el momento en que es una poesía que expresa una realidad 
              ya no es atacable. El problema sería, claro, ver si corresponde 
              o no a una realidad latinoamericana de su tiempo. Pero me parece 
              que sobre esto estamos más o menos de acuerdo: la salida 
              de Rubén Darío de América Latina responde a 
              una necesidad profundamente latinoamericana. Yo creo que al irse 
              de América Latina, al volverse a la cultura francesa, Darío 
              cumple un destine) de universalidad que no pudo cumplir España, 
              y que antes que él habían cumplido románticos 
              latinoamericanos, de acuerdo con una tesis expuesta ya hace bastantes 
              años por Jorge Cuesta en México. ERM: Creo que los ejemplos que ya se 
              han dado para ilustrar el extranjerismo de Darío a incluso 
              los que se podrían dar ahora para poner al día el 
              tema con nombres de escritores vivos son muy elocuentes. Ya Marie 
              Vargas Llosa en su intervención en la Mesa Redonda del Pen 
              Club ha insistido en la fatalidad del exilio a que son conducidos 
              casi todos los escritores peruanos, enajenados por una sociedad 
              enajenada. Ese destino es el de casi todos los grandes escritores 
              latinoamericanos. Digamos Borges, Neruda, Octavio Paz, para remitirnos 
              únicamente a los más grandes. De alguna manera ellos 
              consiguen ser tanto más latinoamericanos cuanto más 
              profundamente asumen una perspectiva que los aleja de las contingencias 
              de sus respectivas culturas nacionales, o los libera de la inserción 
              burocrática en medios relativamente confinados. Esto que 
              es obvio en el caso de Neruda como en el de Octavio Paz, grandes 
              viajeros, es también cierto aunque menos evidente en el caso 
              de Borges. Si bien hay grandes viajes en su adolescencia y primera 
              juventud, luego no hay casi viajes en su vida hasta esta última 
              etapa. Pero el alejamiento igual se da en Borges, y se da muy significativamente 
              a través de los contextos culturales, hasta casi convertirlo 
              en un "emigrado interno" de ese Buenos Aires con el que 
              tanto sueña en sus ficciones escandinavas a orientales. En 
              todos ellos se produce, de una a otra manera la inserción 
              polémica con el medio o una fuga, o fugas, violentamente 
              glosadas en sus respectivas obras. Esto que ocurrió ya en 
              tiempos del Inca Gracilazo, ocurrió con Alarcón, con 
              Bello, con Echeverría, con Blest Gana, con Reyes, habrá 
              de ocurrir emblemáticamente también con Darío. 
              Por eso creo que en su compromisos más hondo lo que hace 
              Darío es simbolizar sobre todo un destino o una fatalidad 
              del escritor latinoamericano. " |