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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Nota sobre Biorges"
En Mundo Nuevo, n. 22
abril de 1968
p. 89-92

"Aunque buena parte de la obra de Borges no requiere otra exégesis que la que proporciona una lectura atenta, o una relectura intensa, es indudable que en muchos de sus textos más famosos, así como en buena parte de su producción más inmediata, o efímera, Borges exige de su lector, o de su crítico, un conocimiento (a veces pormenorizado) del contexto preciso en que deben insertarse sus palabras. Esto es sobre todo válido para los que ha ido publicando en los últimos diez años, a partir de ese momento (en 1956) en que los oculistas le prohíben leer y escribir, y debe apoyarse cada vez más en sus colaboradores. Desde ese momento, Borges ya no escribe sino que compone mentalmente sus textos y luego los dicta. Abandona a la fuerza un estilo de creación que había cultivado por lo menos desde la más temprana niñez, época en que ya decide ser escritor, compone un relato inspirado en la lectura del Quijote y traduce del inglés El príncipe feliz, de Oscar Wilde. Con la minucia del miope, Borges había perfeccionado su estilo en manuscritos de letra tan pequeña como una cartografía de hormigas, tan corregidos como las infinitas pesadillas de los inmortales. Desde 1956, Borges es un escritor oral, que dicta sus textos a una serie de devotos amanuenses, entre los que sobresale su madre, colaboradora íntima de su obra desde hacía ya varias décadas; es un creador que sólo puede componer poemas regulares por las apoyaturas del ritmo y de la rima, o fragmentos en prosa que no se diferencian mucho de los poemas, en concentración, brevedad y movimiento.

La transición entre el Borges escritor y el Borges dictador (uso deliberadamente un adjetivo que ya Corpus Barga había aplicado en este mismo sentido a Dostoyevski) genera transformaciones muy importantes en su estilo: transformaciones que no es del caso estudiar aquí. Lo que me importa señalar ahora es otro aspecto del mismo problema. Al no poder leer o escribir directamente, Borges debe concentrarse sobre todo en circular por un mundo en que lo escrito llega hasta él, o deriva de él, por intermedio de la palabra hablada. Esa transición entre el Borges escritor y el que compone in mente sus textos, no es brusca. Se opera en los años cuarenta, y gracias a la política anti-intelectual de ciertos segundones del general Perón, cuando Borges es destituído de su modestísimo cargo en una biblioteca municipal de Buenos Aires y debe convertirse en conferenciante y hasta en profesor para ganarse la vida. La timidez había impedido hasta esa fecha que Borges dictara una conferencia. Las raras veces en que consentía a una exposición oral, redactaba cuidadosamente un texto que alguien leía en su nombre. Pero con la destitución maquinada por subalternos del general, Borges debió atreverse a hablar en público. Entonces recurrió al expediente de aprender de memoria sus conferencias y así, poco a poco, se acostumbró a hablar ante un auditorio (con una voz llana, perdidos los apagados ojos en algún punto remoto, salmodiando las palabras) y se acostumbró finalmente a componer hablando. Un buen día dejó de recitar lo que había escrito y memorizado: improvisó. Es decir: "escribió" su primer texto con sonidos. Cuando llegó en 1956 la prohibición médica de toda lectura, de toda escritura, Borges ya estaba preparado para convertirse en dictador.

Si ahora evoco estas circunstancias biográficas (menudas pero no intrascendentes) es porque me parece necesario partir de ellas para comprender buena parte de la obra más reciente de Borges. No es casual que en los últimos años, se hayan multiplicado los libros con que su nombre aparece asociado al de alguna oscura sí que hermosa dama de la sociedad argentina; no es casual que una porción considerable de sus escritos haya sido redactada con la íntima y gozosa colaboración de Adolfo Bioy Casares, su gran amigo y discípulo. De los cinco nuevos títulos publicados por Borges a partir de 1956, sólo uno, El hacedor (1960), ha sido compuesto sin un coautor. Los demás son resultado de una colaboración: con Margarita Guerrero (Manual de zoología fantástica, 1957), con Adolfo Bioy Casares (Libro del cielo y el infierno, 1960; Crónicas de Bustos Domecq, 1967), con María E. Vázquez (Literaturas germánicas medievales, 1966).

Sin embargo, la tendencia de Borges a publicar obras en colaboración es aún más antigua. Dejando de lado algún libro como la Antología clásica argentina, 1937, en que el coautor, Pedro Henríquez Ureña, es el verdadero compilador y Borges sólo su asesor, la bibliografía borgiana registra no menos de quince libros escritos o compilados con otros escritores, entre 1940 y 1955. Hay que recordar, a propósito, que en 1938 Borges sufre un terrible accidente a la vista, en el que casi pierde también la vida, y del que queda un registro alegórico en el admirable cuento "El Sur". A partir de 1940 publicará la "Antología de la literatura fantástica" (con Silvina Ocampo y Bioy Casares), la Antologia poética argentina (1941, con los mismos), Seis problemas para don Isidro Parodi (1942, con Bioy Casares, y usando el seudónimo de H. Bustos Domecq), Los mejores cuentos policiales (1943, antología, con el mismo Bioy Casares), El compadrito (1945, antología, con Silvina Bullrich), Dos fantasías memorables (1946, con Bioy Casares y utilizando otra vez el seudónimo de Bustos Domecq), Un modelo para la muerte (1946, con el mismo Bioy pero con otro seudónimo: B. Suárez Lynch), Antiguas literaturas germánicas (1951, con Delia Ingenieros), Los mejores cuentos policiales (1951, segunda serie, con Bioy Casares), El Martín Fierro (1953, con Margarita Guerrero), Los orilleros y El paraíso de los creyentes (1955, dos libretos de cine, con Bioy Casares), Cuentos breves y extraordinarios (1955, antología, con el mismo), La hermana de Eloísa (1955, con Luisa Mercedes Levinson), Leopoldo Lugones (1955, con Bettina Edelberg), Poesía gauchesca (1955, recopilación, con Bioy Casares).

Esta enumeración demuestra, sin duda, hasta qué punto, a partir de 1938, Borges necesita colaboradores y amanuenses. También demuestra que es posible dividir sus colaboradores en dos grupos, nítidamente diferenciados: por un lado, aquellos ocasionales, que le han ayudado a preparar un libro de ensayos, han leído y copiado sus textos, traducido y preparado materiales, transcrito sus observaciones, y, por otro lado, Bioy Casares, colaborador más que excepcional. Por confidencias publicadas se sabe que Borges tiene una infinita paciencia con sus colaboradores pero también se sabe que no acepta una sola palabra que no haya sido sopesada, examinada, discutida y aprobada por él. Es posible conjeturar que en casi todos los casos de una colaboración ocasional, el resultado es fundamentalmente un libro de Borges, aunque no sea (y la distinción es muy importante) un libro escrito por Borges. Buena parte de esos libros, han sido dictados e incluso tienen su origen (el Martín Fierro, el Lugones, las dos versiones distintas de Las literaturas germánicas, por ejemplo) en cursos o en conferencias de Borges.

Una pereza activa

La colaboración habitual con Bioy Casares es de naturaleza muy distinta. Ante todo porque hay una profunda relación personal entre ambos escritores. Según cuenta Alicia Jurado en su libro (Genio y figura de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1964), Borges conoció a Bioy hacia 1940, en casa de Victoria y Silvina Ocampo. Entonces Borges tenía unos cuarenta años y Bioy unos veinticinco (es de 1914). La distancia generacional aparecía colmada por una simpatía y una comunicación que los años sólo han acentuado. Esa simpatía preexistió al trato personal. Cuando Bioy publica La estatua casera en 1935 y Luis Greve, muerto, en 1937, Borges ya lo distingue, sin conocerlo aún, en las páginas de Sur, con sendas reseñas elogiosas. El mismo año que se conocen, Bioy publica su primera novela importante, La invención de Morel, con un prólogo fundamental de Borges. Posteriormente, al publicar Bioy El sueño de los héroes, en 1955, Borges reseñará para Sur ese libro tan borgiano, del que ya es su amigo y discípulo.

Pero es en la obra escrita en colaboración, y sobre todo en los textos publicados con seudónimo, donde se descubre mejor la profunda vinculación de estos dos escritores básicamente tan diferentes. En unas declaraciones recientes (a Jean de Milleret, en un excelente libro, Entretiens avec J. L. B., París, 1967), Borges se ha referido a Bioy y a su colaboración con él para subrayar que es Bioy el más razonable y justo de los dos: él se considera el más arbitrario y maniático. Cualquiera sea la calificación que cada uno merezca, es indudable que del trabajo conjunto con Bioy, Borges no sólo ha obtenido la compensación natural de verse reflejado en un espíritu similar al suyo, no sólo ha gozado del placer de una convivencia díscipular de muy honda calidad, sino que también ha podido realizar una parte de su obra que de otro modo habría quedado inédita. No me refiero sólo a esas antologías de textos más o menos importantes, más o menos curiosos o inesperados. Esas antologías las podía haber compilado Borges con otros escritores (y de hecho hay algunas en que no colabora Bioy). Pero lo que ha recibido Borges de Bioy, y éste de él, es un estímulo que se manifiesta en el plano de la creación más perdurable.

Aunque es obvio que buena parte de la mejor obra de Bioy lleva el sello de Borges, menos obvia resulta la influencia de Bioy en la creación de algunos cuentos de Borges. No es sólo por amistad que Borges menciona a Bioy al comienzo de una de sus más felices creaciones narrativas, el cuento "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" que recogerá por primera vez en El jardín de senderos que se bifurcan, de 1941. (Desde 1944 está en Ficciones.) Es fácil conjeturar que buena parte de las invenciones borgianas han nacido de la conversación con Bioy, del estímulo de la presencia de Bioy, de la presión amistosa que el joven hombre ha ejercido sin duda sobre su amigo y maestro. En sus diálogos con Jean Milleret, Borges se ha referido a la forma activa de la pereza que es conversar con un amigo. Para Borges, conversar con Bioy ha sido, quién lo duda, una forma de ir preparando los borradores mentales de muchos de sus cuentos y artículos.

Por otra parte, la obra apócrifa que ha escrito en colaboración con Bioy es de una importancia que todavía no se ha destacado bastante. (Hay un artículo mío en Clinamen, núm. 3, Montevideo, 1947, que reseña los tres libros publicados hasta entonces por ambos.) La reciente traducción al francés de los Seis problemas para Isidro Parodi (París, Lettres Nouvelles, 1967), ha despertado una considerable curiosidad crítica en Francia. Pero esta zona del corpus borgiano permanece todavía inédita para el lector común. Un motivo importante de esta relativa ineditez es la misma actitud de ambos autores hacia esa parte de su obra. Los tres primeros volúmenes fueron publicados en el más estricto secreto. Sólo el primero (los Seis problemas) tuvo circulación comercial; los otros dos (de 1946) fueron impresos en edición no venal y no han sido reimpresos aún. Hay, incluso, un par de narraciones bastante largas ("El hijo de su amigo" y "La fiesta del monstruo") que ni siquiera han llegado a ser recogidas en volumen y yacen todavía en las páginas de Número y Marcha, de Montevideo, donde se publicaron por primera vez en 1953 y 1955 respectivamente. Es posible suponer que parte del placer de escribir estas narraciones con seudónimo consiste en publicarlas casi seudónimamente también.

Hay mucho de practical joke en la forma con que Borges y Bioy han lanzado sus obras apócrifas. Ante todo, los seudónimos elegidos. H. Bustos Domecq es un compuesto de sendos apellidos lejanos de los autores: Bustos es un bisabuelo de Borges; Domecq, de Bioy. En cuanto a B. Suárez Lynch (que se presenta como discípulo de Bustos Domecq), es también un compuesto de remotos antepasados: Suárez es bisabuelo de Borges, que lo celebra en algún poema; Lynch, de Bioy, y (también) de José Hernández, el autor del Martin Fierro. Pero el chiste práctico va más lejos aún. Tanto las Dos fantasías memorables como Un modelo para la muerte fueron publicadas por la (inexistente) editorial Oportet & Haereses, que además de aludir a los conocidos vinos, deriva textualmente de la versión latina de una epístola de San Pablo.

Un escritor compuesto

Tan elaborados como los seudónimos de los autores y editoriales son los textos que recogen esos libros. Allí Borges y Bioy crean literalmente un escritor compuesto, que podría bautizarse Biorges y en el que predomina un sentido violento del humor, una sátira literaria y social más descarnada de la que asoma en las respectivas obras no apócrifas, un placer por jugar con el lenguaje por explorar sus posibilidades paródicas, por romper y recrear sus estructuras orales, que convierten a los casi inexistentes Bustos Domecq, o Suárez Lynch, o Biorges, en uno de los más importantes prosistas argentinos de su época. Un prosista sin el cual no es posible explicar a Leopoldo Marechal en sus momentos más felices, o a Cortázar, sobre todo, en Rayuela, cuando se larga a hablar en un rioplatense inventado. Biorges estuvo aquí, habría que inscribir en muchas páginas de la más ingeniosa e inventiva literatura rioplatense de estos últimos treinta años.

El último volumen que han publicado Borges y Bioy, y que de alguna manera pretexta esta nota, aparece con la firma conjunta de ambos, reconocida ya la paternidad de Bustos Domecq.

Aunque se pueda opinar que no está a la altura de sus predecesores (sobre todo de los Seis problemas), conviene no descartarlo simplemente como un libro menor, o errático. Las Crónicas de Bustos Domecq (Buenos Aires, Losada, 1967), constituyen un documento sumamente divertido e intencionado sobre la vida literaria argentina de los últimos años. Bajo la forma de veinte crónicas escritas en un ágil estilo que parodia la cursilería y las frases hechas del periodismo provinciano de hace treinta o cuarenta años (Bustos Domecq, ay, es un pasatista desde este punto de vista), Biorges consigue burlarse abiertamente de muchas supersticiones literarias del ambiente, reduce a sus verdaderas dimensiones a algunos figurones que todavía circulan por allá y al mismo tiempo consigue crear algunos textos perdurables. Si bien toda la parodia, o la sátira, no alcanza a blancos importantes (hay mucho chiste privado, mucha alusión que sólo registrará la delicada epidermis de la víctima), en algunas crónicas, Biorges ataca brillantemente ciertas supersticiones críticas de nuestra época. A mi juicio, las mejores son "Un arte abstracto", en que aparentemente se describe la trayectoria de un especialista en restaurantes y cocinas refinadas, pero en realidad se denuncian (con el más divertido método de alusiones paralelas) muchas de las mistificaciones del arte actual; "El gremialista", en que se aniquila por el método conocido de la reducción al absurdo todo intento de asociación, sea o no humanitaria y/o política; "Vestuario", dos series en que con la más delirante imaginación consigue censurar a la vez las divagaciones del arte actual, los happenings, y la industria de la moda; "Los inmortales", relato apenas más inconexo que los habituales de Borges o Bioy cuando escriben por separado, y en que se concibe la horrible supervivencia del alma en un cuerpo robotizado por la ciencia.

Otros lectores descubrirán otros relatos o crónicas, sin duda. Lo que ahora me ha parecido necesario es llamar la atención sobre esta zona de la obra de Borges, y de Bioy Casares, para que no continúe por mucho tiempo más el equívoco sobre ese escritor original que suele firmar Honorio Bustos Domecq y que tal vez sea mejor llamar de una vez por todas con su verdadero nombre: Biorges."

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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