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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

""Paradiso" en su contexto"
En Mundo Nuevo, n. 24
junio de 1968
p. 40-44

"Nada más fácil que equivocarse al leer Paradiso, la ya célebre novela de José Lezama Lima, que acaban de reeditar simultáneamente las Ediciones Era, de México, y Flor, de Buenos Aires. Aparecida en La Habana, en 1966, la hasta ahora única novela del gran poeta católico cubano había circulado casi clandestinamente por todo el orbe hispánico. La edición original, publicada por la UNEAC, constaba sólo de cuatro mil ejemplares, la mayor parte de los cuales no consiguió burlar el bloqueo cubano. De ahí que se conociera más la novela por lo que sobre ella habían opinado con entusiasmo que a veces raya en el delirio gentes como Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa, y hasta por alguna polémica que habían suscitado sus numerosos y brillantes episodios homosexuales. Pero el libro mismo circulaba entre unos pocos que el azar había hecho propietarios, a veces fugaces, de un ejemplar de la primera edición. Ahora que el libro anda por toda América Latina conviene detenerse a mirarlo un poco y apuntar algunas de las trampas que esperan al lector desprevenido.

La más tentadora es la de asumir que se trata de una novela, más o menos autobiográfica, a la manera de A la recherche du temps perdue, de Marcel Proust, uno de sus modelos más obvios y confesos. Para practicar esta lectura bastará advertir que, como su héroe, José Cemí, también Lezama es habanero, hijo de un militar, huérfano de padre a los diez años, adorador fervoroso de su madre, estudiante rebelde en la época de Machado. También como José Cemí, el autor ha sufrido de asma desde la infancia (ese primer capítulo que describe los horrores de la asfixia no es reminiscencia de la obra proustiana sino profunda elaboración de vida vivida) y también como Cemí es dado a cultivar visiones y a ver el mundo entero bajo especie metafórica. Futuros biógrafos encontrarán sin duda más sutiles enlaces entre el personaje y el autor. Pero lo que ya se sabe autoriza naturalmente a leer Paradiso como una transposición novelesca del mundo de la infancia y adolescencia de su autor.

Incluso es posible practicar una lectura aún más superficial del libro y buscar en él huellas que lo transformarían en roman àclef. La tentación es (aparentemente) irresistible en La Habana, donde la crítica oral ha hecho circular atribuciones, con nombres y apellidos, de algunos de los episodios más grotescos o barrocos del libro. ¿Quién no sabe allí el nombre y apellido reales de ese Martincillo, el flautista, que Lezama atraviesa con metáforas fálicas en las páginas 33-36 de la primera edición? La circunstancia de que el tal ahora sea personaje importante del oficialismo cultural no atenúa, sino aguza, el humor sangriento de las alusiones. Pero por este camino (inútil advertirlo) el libro desaparece y sólo quedan pedazos que el lector manipula a su antojo. De todas las lecturas erróneas, ésta por ser la más fácil es la más peligrosa. Y la más prescindible.

La lectura autobiográfica no es, por sí misma, despreciable, ya que Paradiso contiene (entre otras cosas) una crónica deliciosa de La Habana de las primeras décadas del siglo. El libro crea hasta la mitad por lo menos una apasionante galería familiar en la que se destacan la sombría virilidad del padre, la ternura envolvente de la madre y esa constelación de parientes, que dan a toda la narración un calor y un color inolvidables. Si la obra sólo funcionara en este nivel, si sólo fuera como el Combray de Proust, aún así sería el más notable libro de reconstrucción de infancia que han producido las letras latinoamericanas de este siglo: libro en que la pasión familiar, el subsuelo edípico, alimenta una lujuriosa flora de pasiones menores y en el que la comida, el ritual de la comida desde su preparación hasta su exégesis práctica, ocupa un lugar absolutamente central.

En la segunda parte, a partir del escandaloso capítulo octavo que contiene copiosas permutaciones sexuales, la novela pierde bastante de su carácter costumbrista, se hace más esquemática y hasta toma sus ribetes de tratado. Es que Cemí ahora es un adolescente y el mundo de las ideas, las discusiones sobre el sentido del universo, la búsqueda de explicaciones racionales para todo (incluso para la homosexualidad), la amistad entendida como coloquio perpetuo, ocupan cada vez más las horas de la vigilia. También es Cemi un poeta y sus visiones, reales o literarias, empiezan a invadir cada vez más la crónica hasta ocupar un territorio enorme. Si la sombra de Proust preside la primera parte e inspira, tal vez, algunos episodios de la segunda en que la súbita revelación homosexual parece reconocer alguno de sus signos, es en El artista adolescente, de Joyce, donde se puede encontrar un modelo para la línea general de la segunda parte.

Pero, vuelvo a insistir, este tipo de lectura que persigue la anécdota de la novela, que se detiene en el decurso externo de sus personajes, que cataloga temas visibles, corre el riesgo de ser (aunque válida) una lectura apenas superficial. El libro de Lezama es algo más y algo menos que una novela y todo análisis que busque descifrarlo por el camino de la interpretación narrativa habitual se quedará sólo con la corteza.

El dedo de Dios

En El Convivio (II, 1), Dante logró postular cuatro exposiciones posibles a que se puede someter un texto. Utilizando el vocabulario de su época, señaló que conviene empezar por la exposición literal: es decir, el estudio de "la bella mentira" que recubre superficialmente la obra; lo que hoy llamaríamos su ficción, su fábula. La segunda exposición es la alegórica, la que busca la "verdad escondida" detrás dé esa mentira. La tercera es la que deduce la moral de la historia, esa moral que será de utilidad para los lectores. Y la cuarta y última es la anagógica, la que devela "las cosas sublimes", el sentido espiritual definitivo del texto. No es necesario ser un dantista para reconocer en Paradiso, la huella del gran poeta fiorentino. También como en la gran trilogía de su maestro, Lezama Lima postula sucesivas lecturas de su obra. Ya se ha visto la que correspondería a la primera exposición de Convivio. Es la más fácil y sobre la que resulta difícil discrepar. Pero al entrar a la segunda, la alegórica, es donde los lectores comienzan a convertirse en co-autores y cada uno lee en Paradiso aquel texto subyacente que le resulta más notorio.

Ya ha corrido por América Latina la voz de que el libro contiene una apología de la homosexualidad. El tema ha sido discutido públicamente en Mundo Nuevo (v. núm. 16) y puede resumirse así: o sólo presenta Lezama Lima, con un detalle que es inusual en las letras hispánicas pero que es asimismo infrecuente en otras, las relaciones carnales entre hombres sino que discute muy detalladamente en varios lugares del libro la legitimidad del homosexualismo, apoyándose tanto en los textos clásicos (Platón, etc.) como también en textos cristianos (de Santo Tomás de Aquino) que si bien no aprueban la homosexualidad no le dan un lugar demasiado bajo en la escala de los pecados. De ahí se ha partido por sostener que Paradiso encierra, debajo de su trama novelesca, un tratado a la manera del Corydon, de Gide.

Inútil decir que esta interpretación es falsa por parcial. Hay que subrayar enfáticamente que Paradiso no defiende la homosexualidad sino que la discute. De los tres personajes principales que aparecen envueltos en la discusión (Cemí, Foción y Fronesis) sólo uno (Foción) es homosexual, y no es el que aporta las mayores luces al debate. El plano anecdótico de la novela, si bien describe actos homosexuales con lujo de detalle y de metáforas, no omite la descripción de actos heterosexuales, ni sostiene que aquellos sean más válidos que éstos. Podría alegarse (lo que es cierto) que hay más inventiva lingüística en los primeros, pero también cabe observar que el terreno, literariamente al menos, es más virgen. También se ha observado que las descripciones heterosexuales bordean lo perverso; pero no lo son menos, por definición, las homosexuales. Encárese el asunto como se quiera, es evidente que es imposible reducir Paradiso a un Corydon disfrazado de novela.

Esto no quiere decir que el lado homosexual de la naturaleza humana no ocupe un lugar considerable en la novela y que Lezama Lima no sea de los que lo haya explorado en la forma más honda posible. Hay una preocupación y hay, incluso, un sistema pero esto poco tiene que ver con la lectura superficial de los que piensan que Paradiso encubre una apología de la homosexualidad. Repetidas veces, y no sólo en su novela, se ha referido Lezama a ese estado anterior a la heterosexualidad en que la naturaleza humana se reproducía por medios similares a los de un árbol que desprende una rama para crear otro árbol. Repetidas veces, en el libro y fuera de él Lezama Lima alude a la condición andrógina de una etapa de la humanidad. En este sentido, y sólo en este sentido, que soslaya por cierto todo regodeo fornicatorio, Paradiso puede ser interpretado alegóricamente como una exploración del mundo homosexual: mundo que el autor cubano presenta desde este punto de vista en sus coordenadas míticas y metafóricas.

La paradoja que encierra esta comprobación es doble: por un lado, la extrema crudeza einvención poética con que Lezama detalla los ayuntamientos entre hombres parece apoyar la tesis superficial de una apología de la homosexualidad, cuando en realidad son estos pasajes los que más daño hacen a la supuesta causa ya que subrayan (como lo indica Santo Tomas de Aquino) la pura bestialidad delacto; por otro lado, en las discusiones, asoma una interpretación (esa si alegórica) del sentido de la homosexualidad en el sistema general del mundo, interpretación que no está explicitada y que para ser descifrada totalmente requiere un conocimiento mayor no sólo del libro sino de todo el orbe poético de Lezama Lima.

Como puede advertirse se está muy lejos aquí de las interpretaciones literales, de los guiños y paladeos pornográficos, de las apresuradas lecturas de un sólo capítulo o de páginas escogidas de los siguientes. Para llegar a este nivel de comprensión del significado hondamente homosexual de Paradiso es necesario desprenderse de todo prejuicio, desde los sexuales hasta los de interpretación literal, a iniciar una lectura en profundidad que es la que sugería, y hasta cierto punto practicaba, Julio Cortázar en su admirable estudio para la revista Unión, de La Habana (año V, núm. 4), que está ahora recogido en La vuelta al día en ochenta mundos (México, 1967). Al inaugurar su ensayo con algunas sutiles referencias a Jules Verne y a su Voyage au centre de la terre, Cortázar indicaba el camino metafórico, de revelación de un sistema poético subterráneo, desde el cual es posible situar este tema de la homosexualidad en el contexto de Paradiso. Pero ya el propio Lezama, en una cita que no recoge Cortázar pero que es fundamental, había indicado el entronque de ese tema con el tema religioso, ese sí verdaderamente central en su obra. Al conversar con Fronesis en la página 405 de la edición original, dice Cemí: "Los griegos llegaron a la pareja de todas las cosas, pero el cristiano puede decir, desde la flor hasta el falo, este es el dedo de Dios".

Erróneas, por parciales

Quedan otras lecturas superficiales de Paradiso que conviene indicar, aunque tal vez no valga la pena desarrollarlas en detalle. Son las que corresponden al nivel que Dante llamaba en El Convivio de nivel moral y que ahora se llamaría, sobre todo, social, en el más amplio sentido. Publicada en la Cuba fidelista de 1966 la novela de Lezama Lima no puede escapar a una lectura que subraye su valor como pintura de una sociedad antes de la revolución, de un cierto tipo de mentalidad burguesa, de una zona muy limitada de experiencia familiar (el padre de Cemí es militar y participa en maniobras con el ejército norteamericano) así como personal (Cemí es estudiante rebelde contra la dictadura de Machado). Los críticos que hayan leído más a Lukacz que a Lezama podrán dedicar resmas de papel a demostrar el alto valor testimonial del libro en este nivel. ¿Quién lo duda? Pero de igual o aún mayor valor testimonial debe ser la prensa periódica de esa época. Para un crítico formado en la sociología no es difícil, teóricamente, situar a Paradiso. Paradójicamente, he buscado en las revistas culturales cubanas algún análisis de este tipo y no lo he encontrado. Es cierto que tampoco parecen haberse publicado muchos análisis de otro tipo pero la omisión del enfoque sociologizante es alentador en un doble sentido: porque revela que el libro los resiste y derrota por anticipado ese tipo de vulgarización antiestética y porque indica en la critica cubana tina comprensión adecuada de que ciertas obras escapan a las consignas y catecismos.

Cabría imaginar una última forma de la crítica superficial: la que se apoyara en los postulados más externos de la estilística y pretendiera analizar el libro desde el punto de vista de su estructura formal, de su composición, de su arquitectura. Una crítica de este tipo no podría dejar de señalar la repartición tripartita del volumen: catorce capítulos que se dividen desigualmente en dos partes (siete por un lado, seis por otro), con un capítulo intermedio, el octavo, que actúa a modo de línea divisoria de las aguas. Los amantes de las analoqías señalarían que algo similar ocurre con la novela de Proust ya que sus tres primeras partes están separadas de las cuatro últimas por un intermedio en que se revela (como en el capítulo octavo) la naturaleza de las actividades homosexuales de sus personajes: observación estructural, pero puramente externa, indicaría que si la primera parte es más narrativa que discursiva, la segunda lo es a la inversa. Una tercera observación inevitable: en la segunda parte, la narración "real" (es decir: la narración de lo que ocurre a Cemí y sus amigos) se duplica de narraciones "fantásticas", visiones que tiene Cemí, textos interpolados que tal vez constituyan ejercicios literarios perpetrados por él, o relatos con otros personajes incidentales cuyo entronque con los restantes (o "reales") nó está muy explicitado.

Si a este tipo de observaciones se agregan, como ha previsto Cortázar, sendos recuentos de los errores textuales, las atribuciones dudosas de imaginación y recreación en las citas, y hasta erratas, que sobreabundan en la edición original de Paradiso; no sería imposible suponer que un crítico de los de la vieja academia concluyera que la novela es otro de esos engendros literarios, auspiciados por las nuevas generaciones pero que nada tienen que decir frente a sólidos monumentos de carpintería narrativa como son los clásicos de la novela de la tierra.

La clave del sistema

Tanta dificultad no debe desanimar al lector. No sólo porque es posible, aún en las lecturas parciales, descubrir mucho bueno y aún magnífico en el libro sino porque Paradiso contiene suficientes claves para llegar a la lectura que Dante llamaba anagógica, esa lectura que pone de relieve las cosas sublimes que realmente trata el libro. Para llegar a esa lectura conviene tomar algunas precauciones. La más obvia es advertir que el libro se llama Paradiso y que Lezama se encuentra actualmente componiendo otro libro que se llama Inferno. No es necesario ser muy penetrante para deducir de este dato que Paradiso no es una novela aislada sino que forma parte de una obra más extensa que contendrá, por lo menos, también otra novela. En el número último de Unión (año VI, número 4) se adelantan unas páginas de esa nueva novela bajo el título de "Fronesis" y en ellas juega un papel importante, aunque no central, este personaje de Paradiso, lo que permite concluir que la nueva obra es continuación de la anterior.

Otra precaución complementaria es advertir que con este libro Lezama Lima no ha nacido sin gestación alguna de la cabeza de la Cuba revolucionaria y sin ningún antecedente conocido. Por el contrario, mucho antes de publicarse Paradiso, Lezama ya se había hecho una reputación en la isla como autor de algunos deslumbrantes libros de poemas y de ensayos, y como director (con José Rodríguez Feo) de la importantísima revista Orígenes. Nacido en La Habana (1910), Lezama Lima ya es un creador completo cuando se publica Paradiso. Por eso, para situar la novela en su verdadera perspectiva y poder practicar con ella la lectura anagógica no hay más remedio que referirse a la obra anterior de Lezama, cosa que no es nada fácil. En primer lugar, porque muchos de sus libros están archiagotados y, además, fueron publicados en ediciones reducidas y en Cuba. En segundo lugar, porque la lectura de los mismos (aún en el caso de obtenerlos) no es siempre fácil. Para obviar ambas dificultades se recomienda por ahora la lectura de una obra de introducción, crítica y textual, que ha publicado en La Habana, Armando Alvarez Bravo y que se titula Orbita de Lezama Lima (UNEAC, 1966). Este libro, absolutamente indispensable, indica el camino por el que llegar hasta Paradiso después de haber recorrido en profundidad el pensamiento de Lezama Lima, tal como aparece explicitado en sus conversaciones, en sus poemas y en sus ensayos críticos o narrativos. Ese pensamiento tiene una coherencia y hondura como pocas veces se advierte en las letras latinoamericanas.

Sin ánimo exhaustivo, y apenas como para indicar algunos caminos posibles, apuntaré aquí algunas de las observaciones de Lezama Lima que son como verdaderas guías para penetrar en la entraña oscura, elusiva, de Paradiso. En una carta que figura como pórtico de Orbita señala Lezama: "Mi obra ofrecerá siempre una dificultad, relatividad de un obstáculo si se quiere, después de variados entrelazamientos, de laberintos que surgían de una persecución que se hacía incesante, de provocaciones en un punto que se resolvían en las más opuestas latitudes, se llegaba a la ocupación por el hombre de su imagen del destierro, del hombre sin su primigenia naturaleza. Por la imagen el hombre recupera su naturaleza, vence el destierro, adquiere la unidad como núcleo resistente entre lo que asciende hasta la forma y desciende a las profundidades."

Esta frase encierra la clave del sistema de Lezama, sistema que tiene en su centro la noción de salvación y que encuentra como vía para ella la creación poética, Quienes olvidan que Lezama es católico, olvidan que es un poeta católico y que sólo en tanto que tal es posible comprender hondamente su sistema. De ahí que la novela se llame Paradiso, y no sólo como superficial homenaje al otro gran poeta católico. El hombre de Lezama, desterrado del paraíso de la infancia, perdido en el mundo, se salva por la poesía. Contra la afirmación heideggeriana de que el hombre es para la muerte, alza Lezama su profunda convicción de que el hombre es para la resurrección y de que esa resurrección llega por el camino de la poesía.

La creación poética no es, entonces, para Lezama un simple poetizar sino una vía, un camino. El sistema del poeta, según lo define Alvarez Bravo a la zaga delautor, está apoyado en "la profunda impresión que le causa la niñez", que "deviene en lo poético; de ella surge el poema, de ambos la poesía; de su totalidad razonada, por lo tanto, se puede sacar el sistema". La experiencia de esa profunda impresión en la niñez y de su conversión en poema y luego en poesía: ese es el tema, el verdaderamente profundo de Paradiso, así como de toda la obra de Lezama. Y en otro lugar de la citada Orbita, en una conversación con Alvarez Bravo, indica Lezama su concepción última de lo que es, y hace, el poema: "Yo creo que la maravilla del poema es que llega a crear un cuerpo, una sustancia resistente enclavada entre una metáfora, que avanza creando infinitas conexiones, y una imagen final que asegura la pervivencia de esa sustancia, de esa poiesis". De acuerdo con esta interpretación, Paradiso por ser un poema es una sustancia (una metáfora), que avanza hacia la imagen final. Como tal, sólo puede ser entendida en el contexto completo de la poesía (prosa y verso) de Lezama.

Vanidad de la crítica

Aquí es donde la lectura anagógica realmente comienza, y aquí es donde también comienzan las dificultades. El propio Lezama ha dicho en alguna parte que "sólo lo difícil es estimulante", y a la vera de una cita de Pitágoras ha comentado en Orbita: "Desde muy antiguo, Pitágoras nos dejó una gran claridad sobre las variantes de las palabras. Hay la palabra simple, la jeroglífica y la simbólica. En otros términos, el verbo que expresa, el que oculta y el que significa.". A partir de esta convicción, es fácil comprender hasta qué extremos de errores puede conducir una lectura de Paradiso que sólo tenga en cuenta las palabras que expresan y no considere las que ocultan y las que significan. Pero el propio Lezama ha anticipado las dificultades, sin duda insalvables por ahora, de una lectura verdaderamente profunda de Paradiso al analizar, muy sutilmente, en un texto de Analecta del reloj (1953) los escollos de toda exégesis. Está reproducido también en Orbita y dice:

"En un tapiz persa, un león ruge a un langostino escudado por la lámina de agua de un estanque artificial. ¿Cuál es nuestra lectura de esa paradoja combinatoria? ¿Pensamos, tal vez, en el calor frío del león, si sus bigotes llevasen las puntas a la lámina? Nuestra lectura es irónica y de invasoria delicia sensorial, ante ese agrupamiento, de una expresión que tiene que haberse percibido originalmente como simbólica y teocéntrica, y que viene a demostrarnos el relativismo o pesimismo de toda lectura de un ciclo cultural. Y es agudo y desgarrador que el pesimismo de esa lectura imposible comience por la poesía".

Lezama hablaba de esto en un ensayo sobre Góngora. Ahora, al hablar de él, no hay más remedio que acordarse delemblema persa y meditar sobre la vanidad de la crítica. Ya Borges había alegorizado esa vanidad en el destino grotesco, y tal vez, patético de Pierre Ménard, autor del Quijote. Ante Lezama, ante Paradiso y su contexto, es casi imposible no sentirse tan absurdo como Pierre Ménard. Una sola convicción sobrevive, y quiero dejarla apuntada aquí no como un final sino como un comienzo: Para poder leer hondamente Paradiso habrá que esperar que pasen algunos años, que se recojan en libro y circulen por todo el mundo latinoamericano las obras anteriores de Lezama y las posteriores que completen la novela, que se produzca esa contaminación de una orbe cultural aún indiferente por todas esas esencias que el nombre de Lezama convoca y concentra. Entonces, será posible empezar a leerlo en profundidad. Por ahora, lo único que podemos intentar es no leerlo tan superficial, tan analfabéticamente. Por sí sola, ésta ya es una tarea mayor y en el contexto actual de la narrativa latinoamericana, una tarea imprescindible."

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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