|   | La crítica literaria en el siglo XX: el ejemplo 
                de Pedro Salinas.  En: Número, nº 1,marzo-abril 1949.
 I "... un 
                aficionado a la poesía, a su ejercicio, a su historia y 
                a sus problemas".Pedro Salinas: LITERATURA ESPAÑOLA SIGLO XX.
 "Cuando en 1947-48 Pedro Salinas publica, sucesivamente, 
                sus dos grandes libros de crítica literaria sobre Jorge 
                Manrique y sobre Rubén Darío, ofrece como credenciales 
                toda una existencia dedicada al comercio de los autores españoles, 
                a la lenta y paciente revisión de sus textos, a la docencia 
                de su lírica. Esta actividad crítico-pedagógica 
                había sido iniciada oficialmente en 1914, cuando Salinas, 
                de 22 años, fue nombrado Lector de Español en la 
                Sorbona. A lo largo de todos sus días, a lo largo de sus 
                diez volúmenes en verso que encierran una poesía, 
                quizá la más pura de la lengua castellana contemporánea, 
                Salinas había desarrollado una activa y penetrante obra 
                crítica impar por su actitud, por su tono, en nuestra lengua, 
                y sólo equiparable a la creada por T. S. Eliot en Inglaterra. 
               Cuatro libros -Reality and the Poet in Spanish Poetry, 
                1940; Literatura española siglo XX, 1941; Jorge 
                Manrique o Tradición y originalidad, 1947; La poesía 
                de Rubén Darío, 1948- encierran la parte más 
                importante y visible de esa vocación. Porque Salinas no 
                accede a recoger en libro su crítica hasta haber logrado 
                una ancha madurez, humana y poética. (Su primer volumen 
                crítico es de 1940, años que La voz a tí 
                debida señalara la plenitud de su lírica.) 
                Quizá sea este rasgo de contención, de feliz equilibrio, 
                de serena perspectiva, el primero que se deba relevar al aproximarse 
                a su obra crítica. Una misma actitud prevalece en la comunicación de su poesía 
                y de sus ensayos: la difusión parcial por medio de revistas 
                literarias, el adelanto de alguna página, y luego -de tarde 
                en tarde- el volumen que amplía el radio de publicidad. 
                Y este acuerdo no debe extrañar a nadie, porque en Salinas 
                no se produce una escisión entre la naturaleza poética 
                y la naturaleza crítica; uno de esos casos que suelen prestarse 
                al fácil simetrismo: por un lado, la sensibilidad poética; 
                por el otro, la inteligencia crítica, ejerciéndose 
                aisladas, casi incomunicadas dentro del mismo individuo. No. Salinas 
                desarrolla su obra crítica -su poesía crítica- 
                con la misma actitud, con las mismas potencias, con idéntica 
                devoción, con que crea su poesía. Y si los resultados 
                finales no son equiparables -¿puede acaso encontrarse el 
                factor común entre un poema y una página crítica?-, 
                el movimiento del alma que crea poesía o que crea crítica 
                es el mismo. Por eso parece adecuado pedir en préstamo a Jean Cocteau 
                su tan fina calificación para aplicársela a Salinas. 
                Poesía crítica, aclaro, y no crítica poética, 
                en el sentido trivial de la expresión. Porque su aproximación 
                al objeto no es la de quien busca la glosa "poética". 
                Salinas se enfrenta a la realidad creada como el poeta a la realidad 
                material primera, y crea con ella, a partir de ella y trascendiéndola 
                al darse entero en el acto, una realidad crítica que no 
                difiere en su raíz de la poética que su obra lírica 
                aporta. (Difieren, eso sí, las realidades sobre las que 
                actúa el poeta: una vez es la material del mundo; otra 
                vez, la poética, realidad en segunda potencia pero no menos 
                existente que la otra.) Y esta unidad de actitud puede rastrearse 
                hasta en el vocabulario con que Salinas asedia sus distintas realidades. 
                Si es cierto -como quiere Moreno Villa- que todo poeta tiene algunas 
                palabras clave, podría indicarse, sin disputa, que una 
                de las de Salinas es querencia, en toda la fuerza con que 
                el poeta español potencializa el vocablo: fuerza de querer, 
                querer en agónica vocación del ser, intencionalidad 
                última del mundo. En las dos realidades poetizadas por 
                Manrique y por Darío señala o descubre Salinas ese 
                querer, esa querencia que es cifra de su propia poesía. 
                Así, en la arquitectura de las Coplas indica un 
                parentesco con las constelaciones celestes y apunta una diferencia: 
                que éstas son obra de una ley física natural, y 
                por tanto nada expresan, nada quieren, mientras que la constelación 
                de Manrique, recibida de la tradición, pero creada por 
                el poeta, revela un "querer" esa agrupación, 
                del poeta, un designio. Del mismo modo, al analizar uno de 
                los poemas más significativos de Darío (El Reino 
                interior) pone en evidencia la profunda querencia del 
                alma que, en sueños revela su doble anhelo: ¡Princesas, envolvedme con vuestros blancos 
                velos!¡Príncipes, estrechadme con vuestros brazos rojos!
 Y el propio Salinas en un poema titulado Querencia (Hijo 
                pródigo, N° 4, 1943) canta: Si al pasar junto a un espejo mi misma imagen me duele,
 porque no es como quería;
 si se quiebra un mito y Dafne
 llora en primavera al verse
 brazos de carne, sin hojas;
 si grita y grita el teléfono
 y la otra voz está ausente,
 y un porvenir se malogra,
 todo es adrede,
 el mundo algo quiere.
 Una misma raíz, una misma actitud. Porque así como 
                el poeta asedia la realidad material, la penetra y la vive para 
                crear su realidad poética, así el crítico 
                asedia su objeto, lo penetra y lo vive (endopáticamente, 
                como afirmaba muy bien de Torre) Para crear su realidad crítica. II "The poet places himself before 
                reality like a human body before light: in order to create something 
                else, a shadow... The poet adds shadows to the world, bright and 
                luminous shadows, like new light..."Pedro Salinas: REALITY AND THE POET IN SPANISH POETRY.
 ¿Cual es la poética de este crítico? ¿De 
                dónde parte? Él mismo se ha encargado de dilucidar 
                el punto y a sus textos, precisos y luminosos, se ha de referir 
                naturalmente todo comentario. En Reality and the Poet sostiene 
                que el poeta tiene como objetivo la creación de una 
                nueva realidad dentro de la vieja realidad. Aparecen aquí 
                ya nombrados los dos agonistas del drama, y resulta ya planteada 
                la situación inaugural y radical a la vez: el poeta, con 
                su realidad íntima, personal, enfrentado a la realidad 
                material. Y toda la acción se reduce a eso, al poeta superponiendo 
                a la dada, otra realidad: la de su poesía. (El poeta, 
                dice, agrega sombras al mundo, sombras brillantes y luminosas, 
                como nueva luz.) Frente a la concepción realista -de penosa miopía- 
                afirma redondamente Salinas: La realidad, las cosas, están 
                ya ahí creadas. Con reproducirlas tal cual, nada nuevo 
                se crea, y la poesía tiene el deber primordial de crear. 
                Pero, y ese es su conflicto, a base de lo ya creado: la realidad. 
                Su labor no puede ser otra sino trasmutar la realidad material 
                en realidad poética. O como él mismo señala 
                en otro texto no menos afirmativo: Poesía no es sino 
                el conjunto de relaciones entre esta realidad psicológica, 
                extraña y anormal, el espíritu poético, tan 
                excepcional y clarividente, y la realidad exterior, común 
                y ordinaria, la realidad del mundo exterior. Esta realidad poética que el artista instaura o crea, 
                esta trascendente y trascendida realidad, ofrece, también, 
                a la mirada del crítico la visión que el poeta tiene 
                del mundo, lo que los filósofos llaman concepción 
                del mundo. Por ella pueden precisarse los límites de la 
                realidad material que el poeta aprehende, la cantidad y calidad 
                de su vivencia del mundo. Así, por ejemplo, en las dos 
                grandes realidades poéticas que estudia Salinas pueden 
                palparse dos concepciones esenciales -la muerte en Jorge Manrique, 
                el erotismo en Rubén Darío- que si a primera vista 
                parecen inconciliables, cuando se las considera en profundidad 
                revelan su común raíz humana. Cuando el crítico maneja expresiones como concepción 
                del mundo (o su más pedante expresión: Weltanschauung); 
                cuando el crítico ataca, decidido, la realidad poética, 
                puede pensarse que, en su vanidad, pretende alcanzar -y agotar- 
                el último resquicio de lo poético. De ahí 
                a pensar que lo ciegan el orgullo o la estupidez no hay un solo 
                paso. Pero con Salinas no se corren estos riesgos. El poeta sabe 
                demasiado bien que toda realidad es inagotable. Lo proclama, por 
                ejemplo, este fragmento [El contemplado mar (poema)]: ¡Qué pareja tan hermosa esta nuestra, Contemplado!
 La mirada de mis ojos,
 y tú, que teestoy mirando.
 Todo lo que ignoro yo
 Te lo tienes olvidado;
 y ese cantar que me buscan
 las horas, sin encontrarlo,
 de la mañana a la noche,
 con blanquísimo estribillo,
 tus olas lo van cantando.
 (Variación V)
 Salinas sabe que la realidad poética puede ser asediada 
                pero no poseída totalmente. Ya en unas valiosas declaraciones 
                a Gerardo Diego reconocía la imposibilidad final de superar 
                la circunstancia que envuelve a la poesía para alcanzar 
                su último reducto. Por eso, con ejemplar humildad, no olvida 
                subrayar -oportunamente siempre- ese último resquicio de 
                misterio, de sobrenatural, de milagro, que encierra el grave juego 
                poético. Y cuando, en renovado y pujante análisis, 
                trata de agotar el símbolo del cisne en la lírica 
                de Rubén Darío, acaba por señalar sutilmente 
                que se accede a la región del milagro. Si yo no me equivoco 
                (escribe), los versos de Rubén, en cuanto tocan 
                al cisne o a lo císnico ganan un temblor, un estremecimiento 
                extraño, se animan de un alma particular, ya deriven hacia 
                un ditirambo sensual, o a la languidez melancólica. Diríase 
                que este símbolo se le adentró más que ninguno 
                en su sensibilidad, y que los versos que le dictaba provenían 
                de la fuente más honda de su ser, le salían trémulos 
                de milagro. Es claro que este milagro no tiene el significado 
                de lo incomunicable por desconocido, por ignorado. Al contrario, 
                se da en una realidad alcanzable -incluso puede afectar la forma 
                que el mismo Salinas denuncia en San Juan de la Cruz: un translucent 
                mistery, almost transparent mystery-; pero no por ello resulta 
                menos formulable por otro lenguaje que no sea el estrictamente 
                poético. Esa realidad que el poeta crea con la realidad material, ¿qué 
                relaciones guarda con su vida? O dicho de otro modo: ¿qué 
                vinculación existe, dentro de un mismo ser, entre el hombre 
                cotidiano y el poeta? A esa pregunta ha contestado Salinas con 
                un sustancioso examen de las relaciones entre el hombre Darío 
                y el poeta Darío. Ante todo, advierte, debe discernirse 
                claramente entre las mil acciones que el poeta va arrojando 
                conforme vive en cuanto simple ser humano, al fondo de cada día 
                que pasa, y esos otros actos de excepción, aspirantes a 
                la inmortalidad, sus poesías. Pero también es 
                preciso aclarar previamente las relaciones que existen entre el 
                poema y su circunstancia para no resolver (o disolver) la esencia 
                poética en el motivo o incitante que facilitó el 
                nacimiento del poema. Porque un poema no está explicado 
                cuando se sabe por qué lo escribió el autor, en 
                qué momento de su vida, obedeciendo a qué impulsos, 
                dentro de qué tradición. Se conocen entonces las 
                circunstancias de su génesis y resulta localizado y, en 
                apariencia, más nítido y accesible. La visión 
                y el enfoque se precisan, pero la íntima realidad no ha 
                sido alcanzada. Todavía no se ha abandonado la superficie; 
                hay que penetrar desde allí. La partitura, el cuadro, 
                el poema (escribe Salinas), los erigen los hombres sobre 
                sus existencias materiales, precisamente para alzarse sobre ellas, 
                para superarlas en una fabulosa operación de la fantasía 
                que es incomparablemente más que la simple dúplica, 
                copia o repetición, con que la teoría realista extravió 
                tantas cabezas. Por eso el método biográfico, 
                y todos los que con él se vinculan, no pueden servir para 
                iluminar la esencia del poema y se debe reconocer llanamente sus 
                precisos alcances para poder emplearlos con eficacia. Es claro que el conocimiento del hombre y su circunstancia facilita 
                el descubrimiento de su tema. Porque lo que se debe fijar sobre 
                la multitud de apariencias sucesivas o engañosas que ofrece 
                una obra dada, es el tema que el poeta ha tratado de expresar 
                a lo largo de su vida en tan distintas formas. Es decir: el 
                tema vital que desde los adentros preside misteriosamente esos 
                temas, los literarios; el tema que se presenta en la vida espiritual 
                del autor con más persistencia que los demás; 
                el tema que sirve a la obra de recóndito centro de irradiación, 
                de principio constantemente activo, para sus varias creaciones. 
                Tema humano genérico, preocupación de alma, nacido 
                con ella, es anterior a cualquier intento de su expresión 
                particular en un arte determinado. Y cuando el poeta se vuelca 
                sobre la realidad, ese tema dirige oscuramente el proceso creador, 
                se une en la realidad poética y logra expresarse por su 
                intermedio. Esta concepción del tema vital orienta la busca del crítico; 
                casi podría afirmarse que es su principio organizador, 
                eje de su actividad. Así, cuando Salinas arriba a la vasta 
                e irregular obra poética de Rubén Darío procura 
                discernir entre sus (en apariencia) contradictorios caracteres 
                y motivos, aquellos permanentes, para fijar, en un solo enfoque 
                unitario, su tema. Esta preocupación no es nueva. Ya en 
                un trabajo anterior, recogido en Literatura española 
                siglo XX, había esbozado una teoría de Darío 
                en la que, desarrollando una sugestión de Rodó, 
                señalaba al cisne como el símbolo progenitor 
                de la nueva poesía. Allí mismo, al ahondar más 
                el tema, había llegado a descubrir que el supremo valor 
                simbólico del cisne está en su capacidad de pasar 
                de lo más espiritual a lo más sensual, sin dejar 
                de ser él, siempre dentro de su misma naturaleza. Y el 
                cisne representaría entre los animales la coexistencia 
                en un mismo ser del impulso místico y el sensual, la personalidad 
                de Rubén Darío, en ultimo término.  Pero aquel primer enfoque no estaba libre de algunas apreciaciones 
                injustas para con Darío y (por otra parte) tampoco conseguía 
                subrayar con toda la fuerza necesaria la importancia del erotismo 
                como tema de esta poesía. Aquel trabajo era, en verdad, 
                un valioso intento de aprehender -en forma sumamente sintética- 
                un tema excesivamente complejo. El mismo Salinas lo sentía 
                así al escribir, premonitoriamente: Cuando se aborde 
                el estudio de la temática de Rubén Darío 
                será el tema del cisne uno de los capítulos más 
                seductores. En el libro sobre La poesía de Rubén 
                Darío se revela, en cambio, inequívocamente, 
                el erotismo de toda esta obra lírica. Y en alguna página 
                se precisa el sentido de lo erótico en Darío: un 
                erotismo que no debe confundirse con el solo cumplimiento del 
                deseo carnal y que no reduce su ardor sensual a la apetencia física. 
                Porque, precisamente el valor de Rubén es alzarse del 
                erotismo natural a una especie de conciencia de lo erótico, 
                que cada vez se complica con adherencias extrañas y superiores 
                al erotismo elemental, y le guía por ese camino al descubrimiento 
                de su tema, y a sus más hermosas expresiones líricas. 
                Su poetización de lo erótico es de tamaña 
                profundidad, que sacándolo del tono lúdico superficial, 
                discreteo de corte, o de grupo, lo convierte en palestra del juego 
                más trágico, del gran problema del hombre. Y 
                a lo largo de los capítulos del libro, en magistral creación, 
                se va señalando el tránsito del erotismo juvenil 
                (insuficiente e insatisfactorio en su misma avidez) al angustioso 
                y trascendido erotismo final, cuando el poeta alcanza el sentimiento 
                agónico: Lo erótico que lucha por no morir. De la misma manera, al estudiar la poesía de Manrique 
                descubre Salinas como motivo central el conflicto entre la tradición 
                en la que se inscribe el poeta y su propia originalidad, conflicto 
                que se desarrolla en torno al tema medieval de la muerte. Manrique 
                recoge el pensamiento tradicional sobre la muerte y nada le añade. 
                Pero su originalidad no resulta por ello afectada. Y ella debe 
                buscarse en la actitud del poeta hacia la tradición, en 
                lo que el poeta crea dentro de la tradición. En tres enfoque 
                directivos se puede sintetizar ese aporte: 1º) la capacidad 
                integradora de Manrique, que encierra en sus poemas todos 
                los grandes tópicos del pensar medieval: tiempo, fortuna, 
                muerte, menosprecio; que los da en toda su densidad humana; 
                2º) la capacidad de selección, que le hace 
                escoger, entre la tradición macabra de la muerte y la tradición 
                cristiana, inundada de luz, ésta última a la que 
                ennoblece con su sobriedad; 3º) la animación o 
                vivificación de las formas tradicionales, que les devuelve 
                su expresión primera, recreándolas en toda pureza. 
                Por eso se puede concluir este examen afirmando: Ese fue su 
                modo de aceptar la tradición, de someterse al mandato de 
                los que hicieron poesía de la muerte antes que él. 
                Todo tradición, sí, son las "Coplas"; 
                y todas novedad. Y lo sorprendente es que estos dos grandes poetas, disparado 
                el uno hacia el furor erótico, concentrado el otro en el 
                memento mori, descubren en última instancia un territorio 
                común. En efecto, no debe olvidarse que Jorge Manrique 
                fue un poeta erótico, que supo cantar la pasión 
                amorosa, el complicado dibujo de sus alternativas, la servidumbre 
                que impone el amante. Y aunque su Eros fue cortesano y se alimentaba 
                en una larga tradición literaria, Manrique supo comunicar 
                ese temblor íntimo que también compromete al alma. 
                Del mismo modo, Rubén Darío, ardido amante, acá 
                acaba por descubrir al tiempo y a la muerte como límites 
                inexorables de su afán y acaba por consumirse en erotismo 
                agónico. Y es precisamente al tratar esta última 
                etapa que recurre Salinas a la poesía de Manrique para 
                subrayar y profundizar su contraste, contraste que, paradójicamente, 
                los acerca y que, en definitiva, se resuelve en dos diversas actitudes 
                frente a una misma realidad obsesionante: la fugacidad de la vida. 
                Habría que revisar todo el capítulo VII (Pasó 
                un búho sobre mi frente) para mostrar cómo al 
                analizar allí los poemas de Darío, éstos 
                se enlazan, por medio de alusiones directas o indirectas, a las 
                Coplas, a las más auténticas vivencias de 
                esta poesía. Y ese finísimo contracanto que ofrece 
                Manrique se resuelve en acorde final al descubrirse un mismo movimiento 
                en el alma de los dos poetas. Se puede concluir entonces: Le 
                cercan (a Darío) los fantasmas del tiempo. Le duele 
                el tiempo, en el corazón, "triste de fiestas". 
                Estas palabras admirables despertaron, allá por los años 
                de 1905, fiera indignación en los académicos y afines. 
                Se veía en ellas irreconciliable contradicción, 
                antinomia irreparable, y se llegó a calificarlos por el 
                senado de las letras de disparate. Cuando son maravillosamente 
                expresivas, no tan sólo del modo de ánimo del poeta 
                en ese instante nocturno que nos comunica en este poema, sino 
                de todo un estado de ser frecuentísimo en la sensibilidad 
                eterna. ¿Es que cuando Jorge Manrique llama a sus versos 
                la visión de la Corte del Rey Don Juan, con sus damas preciosamente 
                arreadas, con sus galanes que trovan y danzan, con sus fuegos 
                de amadores -todo ahora hundido en el hondón de la muerte-, 
                no está queriendo hacer a los corazones lectores "tristes 
                de fiestas"? III "Todo comentario a una poesía 
                se refiere a elementos circundantes de ella: estilo, lenguaje, 
                sentimientos, aspiración, pero no a la poesía misma. 
                La poesía es una aventura hacia lo absoluto. Se llega más 
                o menos cerca, se recorre más o menos camino eso es todo." 
                Pedro Salinas, citado por Gerardo Diego en POESÍA ESPAÑOLA. 
                ANTOLOGIA.
 Con esas palabras en las que parece escucharse un último 
                y puro eco de Stéphane Mallarmé, definía 
                Salinas la incomunicabilidad final de la poesía. Pero esta 
                clara y valiente aseveración no disminuyen la penetración 
                ni el ímpetu del asedio con que él mismo cerca a 
                la poesía. Es asedio que, en definitiva, será estéril. 
               Ante todo, el crítico debe alcanzar un enfoque unitario 
                de su objeto: O sea: debe alcanzar el centro vital que preside 
                su organismo. Para ello, ya se sabe, hay que descubrir el tema 
                del poeta. Se organizará así en torno de un punto 
                toda la variada y contradictoria apariencia de la obra y la unidad 
                prevalecerá sobre la confusión. Ya se han tocado 
                los resultados prácticos de esta teoría en el caso 
                ejemplar de Rubén Darío. Salinas pudo salvar al 
                gran poeta del fragmentarismo incoherente al que lo había 
                reducido casi toda la crítica anterior, y rescató 
                así su verdadera imagen. Lograda la fijación del tema vital, Salinas procede a 
                la captación de la realidad poética, operación 
                en la que pondrá en evidencia su extraordinaria ductilidad; 
                porque para alcanzar el tema, la raíz del tema, no ataca 
                por un solo camino. Simultáneamente lo envuelve y lo rodea 
                por varios, inquiriendo profundamente los distintos planos de 
                su realidad. Para simplificar esta exposición de sus procedimientos 
                se han intentado aislar algunas muestras de distintos tipos de 
                aproximaciones (para usar la palabra tan querida a Charles Du 
                Bos). Pero la mayor parte de las veces, esta realidad crítica 
                no es susceptible de escindirse pedagógicamente en dos 
                o tres actitudes y son muy frecuentes los casos en que varias 
                se dan en un solo enfoque- como se verá a continuación. A) Aproximación poética. Hay un pasaje de 
                su Jorge Manrique, aquel que estudia las tan famosas Coplas 
                16 y 17, en que Salinas pone en evidencia su captación 
                poética de la esencia del tema. En torno del Rey Don Juan 
                el poeta congrega todo el desvanecido mundo cortesano, la sociedad 
                de graciosas damas, la música y el perfume de una época, 
                aventados por el tiempo. En medio de esa sociedad Salinas cree 
                percibir al poeta. Otro personaje hay que yo vislumbro, el 
                más conmovedor de todos, allí en medio de ese torbellino 
                de los encantos cortesanos. El mismo poeta, Jorge Manrique. ¿Quién 
                no siente que esos placeres no le fueron ajenos? ¡Cómo 
                no recordar ahora sus poesías amatorias que forman el mayor 
                bulto de todo lo que escribió! Poesías son de corte, 
                empapadas de sensualismo cortesano. ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos
 de amadores?
 ¿Qué se hizo aquel trovar?
 En esas llamas avivadas por tanto soplo retórico, se 
                ardió el poeta. Y él fue uno de esos trovadores 
                de aquel incesante trovar de palacio. Hay en estos 24 versos un 
                temblor, un estremecimiento que los distingue y los separa de 
                todos los demás de la elegía, trémolo carnal, 
                el temblor de la sensualidad, el temblor de los goces de los sentidos. B) Aproximación psicológica. Los ejemplos 
                abundan, y es explicable, porque Salinas piensa que el poema nace 
                en el alma y al alma se ha de apuntar para captarlo en estado 
                naciente. Quizá el ejemplo más claro sea aquel de 
                Rubén Darío en que partiendo de una observación 
                estilística, asciende el crítico hasta la fuente 
                del habla. Salinas estudia la Canción de otoño en 
                primavera y al llegar a los versos: Y de nuestra carne ligeraimaginar siempre un Edén,
 sin pensar que la primavera
 y la carne acaban también
 señala que Darío sujeta una a otra, primavera 
                y carne, por medio de la conjunción copulativa y. 
                Al hacerlo, al emparentar a la carne con algo pasajero como la 
                primavera, le reduce su imperio hasta entonces indisputado. Y 
                al usar el adverbio también en lugar estilísticamente 
                tan destacado como la rima, está subrayando el poeta esa 
                fugacidad irreparable. Pero el adverbio (observa) está 
                destacado, además, psicológicamente. Envuelve 
                otro desengaño. En la fase hedonística Rubén 
                se figura que lo venusino, el goce carnal dispensado por la Diosa, 
                es excepción dentro del universo, y no paga tributo al 
                tiempo; mientras todo camina rumbo a su acabamiento, el amor se 
                escabulle de la carrera, y queda al margen de lo pasajero, suspenso 
                en un sin tiempo. "También" significa que ahora 
                el amor acata la ley de lo demás. Lo erótico entra, 
                "también", en la danza general de la muerte. C) Aproximación estilística. Aunque Salinas 
                no pretende hacer análisis estilístico, ocasionalmente 
                (se acaba de ver) aplica los principios de la estilística 
                para captar en su intimidad un recurso expresivo o para revelar 
                un movimiento escondido del ritmo. Un ejemplo memorable ocurre 
                al analizar la misma Canción de otoño en primavera, 
                especialmente los versos: Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!
 Es curioso (comenta el crítico) que Rubén 
                para denotar algo que es ya vitalmente un pasado, hace uso del 
                tiempo presente. ¿Está consumada la acción? 
                En ese caso el "te fuiste" sería forma justa. 
                Indudablemente, lo que ocurre es que, psicológicamente, 
                el poeta siente ya la juventud como pasada, pero actualmente como 
                todavía no acabada de posar: más bien como pasando, 
                como iniciando su peso. Se va, no habrá quien la detenga 
                -"para no volver"- pero aún se la puede ver, 
                en ese último momento de irse. Está aquí, 
                y dentro de un instante ya no estará. Ese pormenor gramatical 
                añade al verso un particular patetismo. D) Aproximación erudita. Se logra a través 
                de los comentarios, análisis y juicios ya realizados por 
                otros. Aquí demuestra Salinas una especial maestría. 
                Quizá parezca obvio afirmar que está al tanto de 
                todos los estudios que preocuparon los temas por él abordados. 
                Lo cierto es que sin abrumar con su erudición al lector, 
                puede utilizarlos con autoridad, enjuiciarlos sin blandura pero 
                cortésmente y hasta denunciar sus flaquezas. Tal como sucede, 
                por ejemplo, con el libro de Arturo Marasso: Rubén Darío 
                y su creación poética, en el capitulo V de su 
                estudio. Pero la aproximación erudita no es nunca superflua. 
                El aporte ajeno es requerido para iluminar un punto es mencionado 
                para enriquecerlo con nuevos enfoques. Tal como sucede con la 
                interpretación que da Eliot de la tradición culta, 
                a la que Salinas incorpora la tradición analfabeta, de 
                tan ilustre linaje en la poesía española. (V. Jorge 
                Manrique, capítulo IV: La valía de la tradición.) 
                Tal como sucede cuando distingue lo permanente y lo transitorio 
                de la poesía pictórica en Darío. (V. Capítulo 
                VI: El jardín de Los pavos reales.) Siempre la aproximación 
                erudita abre nuevas perspectivas. Este análisis, que ha facilitado el examen de los distintos 
                tipos de aproximación a la realidad poética, no 
                debe hacer olvidar que dichas aproximaciones son movimientos que 
                el crítico realiza simultáneamente en un sólo 
                golpe creador, y que para exponerlos aquí en su individualidad 
                ha sido necesario desglosarlos de su contexto al descubrir el 
                fugaz momento en que uno de ellos actuaba casi solo. Pero lo que 
                distingue a la crítica de Salinas es el movimiento unitario 
                con que aborda su obra la certera y empecinada penetración 
                con que lo cala. Porque ésta es -fundamentalmente- una 
                crítica de esencias, que no se propone registrar (o describir) 
                las fases y las apariencias de una obra poética. Pretende 
                captar, en cambio, la realidad poética última, la 
                concepción del mundo, el tema vital, la originalidad profunda. 
                En todo momento el cuidado de la pieza o del verso o de la palabra 
                no hace olvidar ese último objetivo, al que apunta con 
                todo su ser el crítico. Por eso estos libros en que el 
                poeta entrega su realidad crítica, aunque abundantes en 
                páginas, sorprenden por su brevedad y su recuerdo parece 
                caber en una sola voz: Jorge Manrique o la tradición 
                de la muerte; Rubén Darío o el erotismo agónico." 
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