|   | "El mundo mágico de Carlos Fuentes"En: Número, segunda época, nº 2, julio-setiembre 
                1963.
 p. 144-159
 I. FORTUNA "Pocos escritores hispanoamericanos de su generación 
                han tenido la carrera brillante de Carlos Fuentes. Nacido en 1929, 
                antes de cumplir los treinta años publica su primera novela, 
                La región más transparente, (1958), que ya 
                alcanza tres ediciones con un total de cincuenta mil ejemplares. 
                De su segunda novela, Las buenas conciencias (1959), se 
                han hecho ya dos ediciones, la segunda popular de unos quince 
                mil ejemplares. Su tercera novela, La muerte de Artemio Cruz 
                (1962), acaba de ser publicada en la misma colección 
                popular y con el mismo tiraje de la anterior. Sus obras han sido 
                traducidas al inglés, al francés, al polaco. En 
                este momento, Fuentes es uno de los pocos novelistas hispanoamericanos 
                que puede vivir de su obra. Junto a dos de sus compatriotas, Juan 
                Rulfo y Luis Spota, figura en el reducido número de best-sellers 
                mexicanos. En un continente en que la literatura suele ser lujo 
                escuálido, su carrera indica claramente un triunfo singular. La trayectoria literaria de Fuentes ha sido favorecida por las 
                circunstancias de su vida. Hijo de un diplomático mexicano, 
                Fuentes recorre el mundo desde pequeño (Brasil, Estados 
                Unidos), aprendiendo idiomas, conociendo pueblos. Estudia dos 
                años (1941/43) en Santiago de Chile, en un colegio de habla 
                inglesa donde tiene de condiscípulo al dramaturgo y cuentista 
                Luis A. Heiremans; allí escribe y publica sus primeros 
                textos. La carrera universitaria se completa con dos años 
                de estudio (Derecho internacional) en Suiza. De esta experiencia 
                extrae Fuentes un admirable conocimiento vivo de las lenguas modernas, 
                una visión panorámica internacional, lecturas variadas, 
                un mundo cultural visto en las dimensiones cosmopolitas que inevitablemente 
                son las únicas posibles hoy.  A pesar de sus orígenes, Carlos Fuentes no se enquista 
                en una clase y, menos aún, en el círculo emprobrecedor 
                de las embajadas. Desde muchacho manifiesta convicciones de izquierda, 
                se acerca al Movimiento de Liberación Nacional que 
                en México dirige el ex-Presidente, General Cárdenas, 
                participa como periodista en conferencias internacionales y escribe 
                informes para la prensa independiente de varias naciones, tiene 
                una militancia intelectual que sitúa claramente su obra 
                junto a quienes no temen el compromiso político o social. 
                El mismo se ha definido como socialista puntualizando sus discrepancias 
                con el comunismo. En una entrevista para Ercilla, Fuentes 
                reconoció que "la visión marxista lo satisface 
                en muchos sentidos, a pesar de que ésta no posee una interpretación 
                justa de lo artístico ni de su vida personal." 
                Tal orientación y tales reservas son evidentes en un creador 
                que ha conseguido conciliar el compromiso personal con la izquierda 
                sin sucumbir a los esquemas estéticos de la URSS; que ha 
                sabido practicar con su arte un compromiso más hondo y 
                esencial, el compromiso creador. Por eso la fortuna y la obra 
                de Carlos Fuentes me parecen ejemplares de una forma de resolver 
                el conflicto que afecta tan particularmente hoy al creador de 
                esta América.  Fuentes no es un demagogo, Fuentes no es un estratega, Fuentes 
                no es un fabricante. Su actitud política es clara. También 
                es claro su compromiso literario. No cree en el realismo socialista 
                y no lo practica; no cree en las fórmulas empobrecedoras 
                del arte edificante y las soslaya; no cree en las dimensiones 
                panfletarias de la novela y se aparta de ellas. Busca aprehender 
                en sus novelas y cuentos esa realidad pluridimensional que es 
                la realidad de su México, realidad que no está hecha 
                sólo de negociados con los Estados Unidos, incumplida reforma 
                agraria, aceptación o rechazo de Fidel Castro, sino que 
                está hecha de los viejos mitos aztecas y las nuevas visiones 
                de Freud, de los sueños revolucionarios de hace cincuenta 
                años las esperanzas intactas de esta última década; 
                realidad múltiple y por eso mismo realidad mágica. Creo que es hora de empezar a analizar a Fuentes desde una perspectiva 
                interior. Ya se ha hecho el inventario externo de su obra. Pero 
                las tres publicadas, y una nouvelle que las complementa 
                y en cierto sentido les sirve de clave (Aura, 1962) justifican 
                que se intente ahora el análisis literario de Carlos Fuentes. 
                No he leído su primer libro de cuentos (Los días 
                enmascarados). La crítica ha señalado que son 
                poéticos, irónicos, kafkianos; el mismo Fuentes 
                ha subrayado su intento de explorar en ellos la supervivencia 
                de viejas culturas en el mundo mexicano a pesar de que la omisión 
                de este título puede tener su importancia, me atrevo a 
                intentar un examen general del universo novelesco de Fuentes. 
                El momento me parece oportuno. Su figura es, en más de 
                un sentido, ejemplar dentro y fuera de su patria. II. ESTILO "Escúchame, desdichada. 
                ¿quieres mi cuerpo, o mis palabras? Yo no tengo sino palabras, 
                hasta mi cuerpo es de palabras, y esas palabras pueden ser tuyas.Ixca Cienfuegos en La región más transparente.
 Retórico, han dicho muchos de sus críticos 
                y no sólo para denigrarlo. Porque una de las cosas que 
                primero advierte el lector es la compleja elaboración externa 
                de sus narraciones. La región más transparente 
                ofrece un panorama de Ciudad de México en 1951, a través 
                de las perspectivas de muchos personajes que cruzan y entrecruzan 
                sus destinos. Es cierto que uno de ellos (Ixca Cienfuegos) actúa 
                como centro, como punto de referencia, como testigo y, ocasionalmente, 
                como actor. Pero la visión que trasmite Carlos Fuentes 
                es una visión compleja, multitudinaria, simultaneísta, 
                que le permite fragmentar una reunión social en pedazos 
                interpolando episodios que ocurren simultáneamente en otros 
                lugares, o trayendo bruscamente evocaciones que asaltan a uno 
                de los asistentes y que agregan a la dimensión temporal 
                de 1951 no sólo las cuatro décadas de la revolución 
                sino el largo reinado de Porfirio Díaz, y antes aún, 
                la invasión napoleónica y se proyectan más 
                atrás hacia la Independencia, la Colonia, fabulosa época 
                azteca. Hay un epílogo en 1954 que da perspectiva a ese 
                universo en movimiento, captado por el corte horizontal en el 
                espacio y el tajo vertical del tiempo, y que tiene como centro 
                móvil, dinamizado y metamorfoseado él también, 
                a esa figura simbólica de Ixca Cienfuegos. Los antecedentes de este procedimiento son conocidos y han sido 
                registrados ya por la crítica: Manhattan Transfer, 
                de Dos Passos, Berlin Alexanderplatz, de Alfred Doeblin, 
                Le sursis de Jean-Paul Sartre, Point Counterpoint, 
                de Aldous Huxley; pero también pueden citarse algunos monumentos 
                cinematográficos como las documentales de Walter Ruttman 
                o el Citizen Kane de Orson Welles. Y en otra dimensión 
                creadora, las novelas mexicanas de D. H. Lawrence y el Ulysses 
                de Joyce, los laberínticos relatos de William Faulkner 
                (Absalom, Absalom, por ejemplo) y hasta intentos hispanoamericanos 
                que Carlos Fuentes tal vez no conoce: La bahía de silencio, 
                de Eduardo Mallea, Tierra de nadie, de Juan Carlos Onetti, 
                Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. ¿A 
                qué seguir? Sería posible incluso mencionar poemas, 
                citados explícita o implícitamente por Fuentes (desde 
                Brecht hasta Prévert, o viceversa, pasando por Apollinaire 
                y Cocteau), películas que han quedado fijas en su memoria 
                e inspiran pasajes: el enfoque cruel y grotesco de Luis Buñuel 
                (a quien Fuentes dedica Las buenas conciencias) un fragmento 
                de El ángel azul de von Sternberg. El resultado 
                es una estructura novelesca que en complejidad y brillo no tiene 
                casi equivalente en la narrativa hispanoamericana, una novela 
                de dimensiones extraordinarias, concebida y ejecutada por Carlos 
                Fuentes con pasmosa maestría. Menos compleja, menos vasta, parece en comparación La 
                muerte de Artemio Cruz que en vez de desarrollar un fresco 
                de Ciudad de México se dedica a reconstruir una existencia 
                particular a lo largo del corte vertical del tiempo, su tiempo: 
                1889/1959. Pero si el intento parece a primera vista más 
                simple, Fuentes se ha encargado de tornarlo complejo por una técnica 
                de exploración que combina ciertos ejercicios recientes 
                de la novela objetiva francesa, con los experimentos temporales 
                que hace algunas décadas está realizando la novela 
                anglosajona. Así la historia de Artemio Cruz está 
                fragmentada en doce partes que presentan el acontecimiento en 
                tres dimensiones: un presente en que el protagonista agoniza durante 
                doce horas y que es visto desde la perspectiva actual del personaje 
                y está dicho en primera persona (Yo); un futuro que es 
                puente para la indagación en segunda persona (Tú) 
                como si el personaje se hablara a sí mismo proyectando 
                su existencia para investirla de significado; un pasado en que 
                el personaje evoca en tercera persona (El) uno a uno los momentos 
                capitales de su vida, una de las elecciones definitivas que fueron 
                configurando su verdadera existencia. El propio Fuentes se ha encargado de explicar el significado 
                de estos tres puntos de vista en unas declaraciones que copio: 
                "Se relatan aquí las doce horas de agonía 
                de este viejo que muere de infarto al mesenterio, mal que los 
                médicos no descubren sino hasta el último momento. 
                En el transcurso de esas doce horas se interpolan los doce días 
                que él considera definitivos de su vida. Hay un tercer 
                elemento, el subconsciente, especie de Virgilio que lo guía 
                por los doce círculos de su infierno, y que es la otra 
                cara de su espejo, la otra mitad de Artemio Cruz: es el TU que 
                habla en futuro. Es el subconsciente que se aferra a un porvenir 
                que el Yo -el viejo moribundo- no alcanzará a conocer. 
                El viejo Yo es el presente, en tanto el El rescata el pasado de 
                Artemio Cruz. Se trata de un diálogo de espejos entre las 
                tres personas, entre los tres tiempos que forman la vida de este 
                personaje duro y enajenado. En su agonía, Artemio trata 
                de reconquistar, por medio de la memoria, sus doce días 
                definitivos, días que son, en realidad doce opciones. Su 
                biografía espiritual es más importante que su biografía 
                física. Las negativas, las traiciones, las elecciones, 
                las presiones a las que su espíritu se somete lo empujan 
                al mundo de los objetos, en el cual es un objeto más. En 
                el tiempo presente de la novela, Artemio es un hombre sin libertad: 
                la ha agotado a fuerza de elegir. Bueno o malo, al lector toca 
                decidirlo." Este resumen trasmite, además, la complejidad de la visión 
                interior de Carlos Fuentes, sobre la que habrá que decir 
                algo más adelante. Ahora baste subrayar la complejidad 
                estilística. Ya la crítica se ha encargado de señalar 
                antecedentes de este método. El más obvio es La 
                modification, de Michel Butor, en que el personaje también 
                es interpelado como Tú (vous). Antes de Butor lo habrían 
                usado, fragmentariamente, McCarthy en The Company She Keeps 
                y Eduardo Mallea en algún pasaje de La bahía 
                de silencio. La vocación en trance de agonía 
                tiene numerosos ejemplos de los cuales los más notorios 
                son As I Lay Dying, de William Faulkner, La amortajada, 
                de María Luisa Bombal, Malone meurt, de Samuel Beckett. 
                Incluso el recurso de mezclar la cronología y hacer que 
                las evocaciones se den en varios tiempos ya estaba en Eyeless 
                in Gaza, de Aldous Huxley. Hasta es posible señalar 
                que tal episodio (el encuentro con la guerrillera en España) 
                está inspirado en For Whom the Bell Tolls, de Hemingway; 
                que la batalla en el bosque deriva de The Red Badge of Courage, 
                de Stephen Crane, que en la novela hay otras alusiones a Citizen 
                Kane, a Le rideau cramoisi, de Alexandre Astruc (sobre 
                Barbey d'Aurevilly), al Angel exterminador (de Buñuel, 
                sobre texto de Bergamín). Indudablemente, Fuentes no ha 
                inventado nada. O mejor dicho, ha inventado todo. Porque lo que importa señalar ahora (como en todo rastreo 
                de Fuentes) es la transformación que opera el creador. 
                Los antecedentes son apenas puntos de partida. A lo que llega 
                Fuentes en La muerte de Artemio Cruz es a una visión 
                plural de una existencia y un destino: una visión para 
                la que la dialéctica de las tres personas se suma a la 
                dialéctica de la discontinuidad cronológica abriendo 
                nuevas perspectivas a esa evocación de un agonizante. La 
                pluralidad de antecedentes se pierde en la unidad de una visión 
                central del tema. En la superficie la obra se dispara hacia muchos 
                centros; en lo más hondo se recoge hacia la unidad esencial. 
               Frente a estos ejercicios ambiciosos, Las buenas conciencias 
                parece muy simple. Es la evocación, hecha por el protagonista 
                pero no escrita en primera persona, de una niñez y una 
                primera juventud de provincias. Aquí el modelo obvio es 
                Galdós aunque si se mira mejor se advierte la influencia 
                rectora de James Joyce y su Portrait of the Artist as a Young 
                Man. Como en este libro, muestra Fuentes en el suyo la confluencia 
                de una crisis sexual de la adolescencia como un conflicto metafísico 
                de ribetes religiosos. A la visión de Joyce agrega Fuentes 
                el énfasis sobre la conciencia social, ese ángulo 
                que ha estudiado teóricamente en Sartre y que tan a las 
                claras determina a su novela desde el título. Porque la 
                historia de Jaime Ceballos se proyecta sobre el friso de una ciudad 
                de provincias y de las fortunas que se siguen haciendo bajo los 
                distintos régimenes, haya existido o no la Revolución 
                Mexicana. En esta novela, el artificio narrativo (la benemérita 
                retórica de que se quejan algunos críticos realistas) 
                no es tan visible. De ahí que sea la preferida de los lectores 
                más superficiales.  Las buenas conciencias es la primera novela de una tetralogía, 
                Los nuevos, de la que Fuentes sólo ha publicado 
                ésta. El mismo autor se ha lamentado en público 
                por haberla anticipado sola ya que ha hecho creer a muchos que 
                abandonaba los experimentos narrativos para volcarse a un relato 
                de corte tradicional en unas declaraciones a Ercilla ha 
                indicado: "Sobre esta novela construiré tres novelas 
                más que en cuanto a tema y forma destruirán Las 
                buenas conciencias". Cabe suponer que Fuentes piensa 
                continuar la obra en un estilo menos tradicional. De ser cierta 
                esta hipótesis habría que señalar que la 
                transformación estilística acompañaría 
                así a la transformación espiritual y moral del protagonista. 
                Algo semejante a lo que ocurre también en el Portrait 
                de Joyce. En Aura reaparece la técnica del Tú, y la 
                oscilación entre futuro y presente, para contar una historia 
                de ribetes sobrenaturales que requiere una lectura muy afinada 
                para captar su clave profunda. Un crítico que vió 
                con toda lucidez su calidad literaria y hasta la filió 
                con acierto, pudo equivocarse en cuanto a su tema. Así, 
                Martínez Moreno creyó que Aura era realmente la 
                sobrina de la señora Consuelo en vez de comprender que 
                era sólo una proyección ectoplásmica lograda 
                con infinito esfuerzo por la anciana. Aura parece inspirada 
                no sólo en The Abasement of the Northmore y The 
                Jolly Corner, de Henry James (como ha apuntado Martínez 
                Moreno) sino también en The Aspern Papers, del mismo 
                James, aunque dando una vuelta de tuerca fantástica a la 
                situación de la tía y la sobrina. Si menciono ahora 
                el delicado error de este crítico es porque me parece ejemplar 
                de las dificultades que plantea Fuentes a todo lector, por más 
                atento que sea. La crítica ha subrayado, a la zaga de Castellet, 
                que ésta es la hora del lector. Fuentes es de los escritores 
                que obliga al lector a recomponer sus novelas en la memoria o 
                (hasta) en la anotación. Los suyos son libros para ser 
                leídos con lápiz, para ser marginados, para ser 
                anotados con un sistema de referencias entrecruzadas. Como empezó 
                a pasar en la literatura anglosajona a partir del Ulysses de 
                Joyce, más tarde de la obra compleja de Virginia Woolf, 
                de Huxley, de Faulkner, y de los franceses actuales que son sus 
                discípulos, estos libros de Fuentes requieren más 
                de una lectura alerta. El caso de Aura es, tal vez, excepcional 
                dentro de su obra. Ya que las tres novelas no plantean problemas 
                tan arduos.  Queda por hacer una última consideración que tal 
                vez debió ser previa. Hasta la fecha, las tres novelas 
                que ha escrito Fuentes aparecen ligadas por un método que 
                inventó o redescubrió Balzac hacia 1833 cuando componía 
                la Comédie Humaine, Balzac pensó que era posible 
                utilizar los personajes de una novela en otra, que de ese modo 
                aquellos seres de ficción que sólo habían 
                asomado como segundones en un libro tendrían la posibilidad 
                de ser protagonistas en otro, multiplicando (como espejos enfrentados) 
                las perspectivas novelescas. También Fuentes ha pensado 
                así. Uno de los personajes centrales de La región 
                más transparente, el industrial Federico Robles, es 
                mencionado al pasar en La muerte de Artemio Cruz, que asimismo 
                contiene referencias a otros personajes de aquella novela: Juan 
                Felipe Couto, Roberto Régules y señora, sobre todo 
                Jaime Ceballos que aparece casi al final de La región 
                más transparente pero cuyos orígenes pudieron 
                conocerse en Las buenas conciencias. En La muerte de 
                Artemio Cruz, Ceballos aparece en una etapa más grave, 
                más supina, de su aceptación del orden. El mismo 
                novelista se encarga de apuntar su deuda con Balzac en un diálogo 
                de La región más transparente en que uno 
                de los jóvenes ambiciosos califica a una dama más 
                o menos corrompida y corrompedora, de Vautrin con faldas. La alusión 
                a Le pére Goriot y Les illusions perdues no 
                queda ahí, ya que el diálogo la desarrolla, permitiendo 
                así el reconocimiento de una deuda. III. MATERIA -¿Qué horas son?-Las que usted guste, señor Presidente
 Diálogo evocado en La región más transparente.
 La técnica narrativa es sólo un medio. A través 
                de ella busca comunicar Fuentes su visión múltiple 
                y compleja del México actual. Esta insistencia en presentar, 
                sobre todo en sus tres novelas más importantes, un verdadero 
                friso nacional ha hecho que muchos críticos literales vean 
                sólo la materia social y política religiosa o costumbrista 
                que acerca Fuentes y hayan creído que sus ejercicios estilísticos 
                son mero adorno, superestructuras que molestan la visión 
                y deben ser eliminadas. La verdad es otra. Aunque también 
                es cierto que Fuentes quiere dar testimonio de su época 
                desde este punto de vista resulta simple analizar sus novelas. Así La región más transparente muestra 
                en constante contrapunto dialéctico las distintas capas 
                que componen la sociedad del México actual, desde los restos 
                conservados en alcanfor de la oligarquía porfirista (las 
                de Ovando) hasta los mendigos callejeros, los taximetristas, los 
                braceros que vuelven de Texas con dólares, las prostitutas 
                que hacen la calle y toman marijuana. La novela está centrada 
                sobre todo en esa clase que hizo la Revolución, que sobrevivió 
                a sus matanzas, y que aprovechó el caos para quedarse con 
                las mejores tierras, con los mejores puestos, con la amistad de 
                los Yankees. La figura principal del libro, desde este punto de 
                vista, es Federico Robles cuyo triunfo y derrota se asiste aquí. 
                Junto a él levanta otro arrivista, Roberto Régules, 
                que es el que lo suplantará, y una pléyade menor 
                en que el autor destaca a Rodrigo Pola, intelectual sin espinazo 
                que acaba vendido a la industria cinematográfica. Otras 
                capas sociales (sobre todo la aristocracia que se reúne 
                en pequeñas orgías imitadas de las europeas, que 
                juega al sexo o al intelecto, que hace copias al carbónico 
                de copias al carbónico de las copias francesas, que tampoco 
                soslaya la corrupción económica) están acremente 
                satirizadas por Fuentes en este vasto panorama. El pueblo aporta 
                su color, su miseria, sus oscuros rostros anónimos, sus 
                tragedias de crónica policial. Casi los únicos grupos 
                que están conspicuamente ausentes del cuadro son el clero 
                y los políticos de izquierda. La omisión es significativa. Pero el corte que realiza Fuentes no es sólo horizontal. 
                También se proyecta verticalmente hacia el pasado y los 
                orígenes de estos mismos seres, en busca de enlaces que 
                a primera vista parecen invisibles. Así resulta que el 
                padre de Rodrigo Pola recibió durante la revolución 
                el golpe de gracia dado por el teniente Lamacona, hermano de Mercedes 
                Zamacona, de la que tiene un hijo (sin saberlo) Federico Robles. 
                Ese hijo es Manuel Zamacona con el que se enfrenta un par de veces 
                el industrial en un imposible diálogo de sordos entre dos 
                generaciones. Otras vinculaciones más curiosas aún 
                pueden rastrearse en varias lecturas de una novela que Fuentes 
                ofrecece (como la mera realidad) en toda su pasión, su 
                ambigüedad, su caos. A través del presente y a través de la viva evocación 
                del pasado, Fuentes va pasando juicio sobre el México actual. 
                Un México que ha traicionado los postulados revolucionarios, 
                que ha permitido el anquilosamiento de toda vida política 
                en un único Partido, que ha limitado las posibilidades 
                de evolución o revolución, que ha creado una nueva 
                clase y una nueva forma de entrega al capital norteamericano. 
                Es la suya una visión de izquierda que coincide en buena 
                parte con lo que ya había apuntado Mariano Azuela en sus 
                novelas del México postrevolucionario pero que tiene una 
                diferencia fundamental con éstas. En tanto que Azuela pasaba 
                un juicio sobre todo moral, Fuentes intenta una interpretación 
                marxista de la realidad mexicana actual. Este aspecto del libro 
                justifica, sin duda, su enorme popularidad en México. Pero conviene subrayar, sin embargo, que Fuentes no es un marxista 
                de esquemas. Convencido de la naturaleza dialéctica de 
                la realidad muestra no sólo el haz sino el envés 
                de este mundo que enjuicia con tanto brío. Aunque en muchos 
                momentos se deja arrastrar por la tentación de la caricatura 
                (los intelectuales preciosistas están salvajemente expuestos), 
                aunque obliga a sus industriales a mostrar demasiado claramente 
                su perversidad (Federico Robles es a ratos apenas un robot), aunque 
                omite ciertas zonas claves de la sociedad mexicana, Fuentes consigue 
                en esta primera novela suya una visión contrapuntistica 
                de lo bueno y lo malo de la enorme capital mexicana enclavada 
                en una meseta que Alfonso Reyes haba saludado como la región 
                más transparente del aire. Al recoger la frase de su maestro 
                y convertirla en título, Fuentes la ha cargado de un significado 
                satírico. También en Artemio Cruz se puede encontrar una 
                visión realista del México actual. El personaje 
                titular es como Robles uno de los que aprovechó la revolución. 
                Es uno de los sobrevivientes; es de los que practican con más 
                brío el arte de chingar a los otros (hay cuatro 
                páginas de desborde lírico, a lo Henry Miller o 
                a lo Rabelais, sobre este apetito que encuentra equivalentes en 
                todo el orbe hispánico); es de los que han descubierto 
                que las muertes ajenas alargan la propia. Se levanta sobre la 
                anónima masa que le da origen, hijo de una sirvienta y 
                de un señorito violador (como Robles era hijo de campesinos) 
                para dominarla con su poder, con ese machismo que a la zaga de 
                España, México ha erigido en valor máximo. 
                Cruz es un prototipo, como lo es Charles Foster Kane en la película 
                de Welles y en más de un momento resulta evidente que Fuentes 
                se está acordando del film. Pero es un prototipo que también 
                le facilita la realidad mexicana y a través del que muestra 
                no sólo el destino individual del hombre sino el destino 
                del pueblo que él representa. Así como Cruz tiene 
                doce opciones que siempre le permiten elegir la muerte o el aniquilamiento 
                del otro, también México ha tenido en el mismo período 
                histórico semejantes opciones. Sólo que el personaje 
                resulta menos representativo de todo México de lo que lo 
                era la suma de destinos entrecruzados contrapuntísticamente 
                de La región más transparente. Las buenas conciencias busca a través de la sociedad 
                provinciana los orígenes de esta misma nación. Guanajuato 
                es el cogollito de donde salen algunos de esos hombres, como Jorge 
                Balcárcel, tío del protagonista, que pertenecen 
                a la oligarquía porfirista, oportunamente escapan a Europa 
                cuando la Revolución y vuelven a reconquistar sus posiciones 
                cuando ésta da paso a una nueva oligarquía. Contra 
                esa figura sórdida se levanta el protagonista en su ambición 
                de redención social y hasta religiosa. Al mostrar Fuentes 
                las etapas por las cuales Jaime Ceballos sucumbe a las fuerzas 
                del orden está ilustrando un proceso que fue en buena parte 
                el de muchos jóvenes de este tiempo. Aunque en esta novela 
                aparece un dirigente sindical perseguido y un estudiante pobre 
                y de izquierda, Fuentes sigue centrando su mirada en el proceso 
                de corrupción moral y desintegración completa de 
                las buenas conciencias. Hasta en Aura, a pesar de su inequívoco carácter 
                fantástico, es posible reconocer en cifra el proceso de 
                la creación del México actual. Porque esa doña 
                Consuelo, viuda de un general porfirista, enterrada en una casona 
                que se ha ido convirtiendo en mausoleo per el fatal encajonamiento 
                a que la someten las nuevas construcciones del México actual; 
                esa mujer que consigue por un poderoso esfuerzo de voluntad proyectar 
                la forma visible de su juventud y acechar al protagonista, un 
                joven profesor de Historia, para obligarlo a revivir con ella 
                (o con su doble) un pasado que está muerto; esa mujer simboliza 
                la reconstrucción del México de los viejos privilegios 
                sobre la estructura insolente y moderna del México actual. 
                También en esta novela de sueño y pesadilla, la 
                memoria del tiempo muerto es encarnada y vive, aunque sea con 
                una vida monstruosa. Muchas interpretaciones permite el panorama del México 
                actual que ofrece Carlos Fuentes. Sobrepasando los esquemas tradicionales 
                del realismo socialista, cree que conviene subrayar esa concepción 
                fraticida que está en el centro de sus tres novelas. Hay 
                varios momentos en que personajes de las tres novelas se trenzan 
                en un abrazo mortal: Ixca Cienfuegos y Rodrigo Pola, en La 
                región más transparente; Artemio Cruz y Gonzalo 
                Bernal en la prisión; Jaime Ceballos y su amigo Juan Manuel 
                Lorenzo en la conciencia (buena) del protagonista y en la mirada 
                de mudo reproche del amigo. Ese abrazo, ese combate equívoco, 
                da la clave de un fratricidio que la trama misma de los tres libros 
                se encarga de ilustrar también cuando muestra a Federico 
                Robles aniquilado por las maniobras de Roberto Régules; 
                al padre de Jaime Ceballos destruído lentamente por el 
                tío Jorge; Artemio Cruz levantándose sobre los cadáveres 
                de todos los que alguna vez confiaron en él. La maldición 
                cainita parece circular por el aire de estas novelas porque es 
                en esa maldición donde encuentra Fuentes la clave de ese 
                México edificado sobre los huesos de los aztecas y de los 
                indígenas de hoy, este México que detrás 
                de sus estucos barrocos, de sus incumplidas leyes agrarias, de 
                su pátina europeizante, sigue existiendo un sacrificio 
                humano. Este México actual y eterno. IV. MITO ... México siempre anda a 
                la caza de un redentor, ¿no le parece?Ixca Cienfuegos a Federico Robles en La región más 
                transparente.
 Debajo de la carne anecdótica está la savia viva 
                del mito, y allí es donde se manifiesta más libre 
                y poderosa la creación novelesca de Carlos Fuentes. Este 
                narrador cuyo realismo ha sido elogiado por muchos críticos, 
                es sobre todo un creador de mitos. En este sentido, su obra se 
                emparienta con la obra (también poderosa, también 
                mitológica) de Miguel Angel Asturias. Porque lo que sus 
                tres novelas, y Aura, muestran son las raíces religiosas 
                de México, raíces que son de hoy y de siempre. En 
                ese nivel su creación alcanza profundidades insospechables 
                a la primera lectura. Sin ánimo exhaustivo conviene indicar 
                ahora algunos planos de esta recreación mitológica. El más obvio está expuesto (casi con demasiada 
                claridad) en La región más transparente. 
                Toda la historia de la indígena Teódula Moctezuma 
                y su hija, lxca Cienfuegos es la historia de una supervivencia 
                de los viejos ritos aztecas en el México actual. Esa vieja 
                que conserva las joyas de sus antepasados debajo de la choza en 
                que vive tiene encerrados los huesos de sus muertos; esa figura 
                absurda y descomunal, que acecha a los moribundos con la esperanza 
                de convertirlos en víctimas sacrificiales, encuentra al 
                fin en la horrible muerte de Norma, la mujer de Federico Robles 
                (incendiada en el estucado palacio que le ha construido el dinero 
                de su marido), esa ofrenda ritual que anda buscando. Pero aunque 
                en esta capa de su novela se encuentra la zona más oscura 
                del alma mexicana, Fuentes no se limita a ofrecer sólo 
                esta clave. México está hecho también de otra sangre. 
                No es casual que en las tres novelas haya un conflicto doble de 
                los personajes con el padre y con la madre. Aquí Fuentes 
                no sólo echa mano de los mitos del subconstinente que exploraron 
                o inventaron Freud y Jung, sino de la misma naturaleza histórica 
                de México. En un pasaje de La región más 
                transparente, Manuel Zamacona expone su teoría sobre 
                ese padre español anónimo, ese conquistador que 
                viola a las indias, que está en los orígenes del 
                México histórico. El mito del padre desconocido 
                y la madre violada (que cabe vinular en un plano más hondo 
                con la ética de la chingada), asoma en la carne y la sangre 
                de estas tres novelas. No es casual que Robles y Zamacona sean 
                padre a hijo, y no se reconozcan en La región más 
                transparente; como tampoco es casual que Artemio Cruz mande 
                a su hijo, aunque involuntariamente, a morir en la guerra de España 
                luchando por una causa justa, él que jamás eligió 
                la justicia; como no es casual que en Las buenas conciencias, 
                el padre del protagonista acceda a las intrigas de su hermana 
                y abandone a su esposa, dejando a su hijo huérfano y perdiéndolo 
                al miscno tiempo. La relación con la madre no es menos trágica, en 
                el sentido literal de la palabra. Madres que absorben a sus hijos, 
                que quisieran devolverlos al vientre del que salieron, que buscan 
                un imposible retorno al momento de la fecundación, que 
                confunden la violación con el parto, hay varias en las 
                tres novelas. Las hay en el nivel más literal posible, 
                como la madre de Rodrigo Pola en La región más 
                transparente, pero aparecen sintetizadas sobre todo en esa 
                monstruosa asunción de Las buenas conciencias que 
                tiene un vientre estéril y roba el hijo de su cuñada, 
                y termina deseando incestuosamente a ese mismo niño que 
                ahora la tienta con su adolescencia. Las madres, como los padres, 
                están vistos a la luz de una identificación tautológica 
                que hunde sus raíces no sólo en la tradición 
                occidental más antigua (la Biblia y los trágicos 
                griegos se ocuparon de ella) sino que revierte el conflicto a 
                los mismos términos fálicos o vaginales que están 
                en el centro de todo ser. Fuentes explora estos temas no sólo 
                en la hondura de sus novelas sino en la brillante, la barroca, 
                la desmesurada estructura de metáforas y anécdotas 
                en que multiplica el vigor genésico, las posesiones, la 
                violación, el coito, y esas formas más desesperadas 
                aún de la soledad sexual, del hambre, la locura, el delirio 
                agónico. Hay un momento en La muerte de Artemio Cruz en que un 
                personaje se echa sobre la tierra como si quisiera fornicar con 
                ella. Esa fornicación literal se cumple simbólicamente 
                en estas novelas que en su trasluz mítico identifican la 
                pasión genésica de sus personajes, su delirio uterino, 
                con la posesión de las fuentes de la vida, con la nación, 
                con ese México creado y recreado por Fuentes no sólo 
                en su dimensión literal sino en su cálida entraña 
                mitológica. Pero ni siquiera este nivel agota las posibilidades 
                de interpretación de esta obra impar. Este México 
                no estaría completo sino se agregara la dimensión 
                sobrenatural. Cuando Fuentes habla de redentores, cuando llama a uno de sus 
                protagonistas, Artemio Cruz, cuando señala la identificación 
                que Jaime Ceballos hace en las buenas conciencias entre Jesús 
                y el líder obrero traicionado, entre él mismo y 
                la flagelación a que fue sometido Cristo, está dando 
                otras tantas pistas, para buscar en la doctrina cristiana una 
                clave para estas historias. En muchos lados está indicada 
                la pista pero tal vez en ninguno mejor que en ciertas palabras 
                del delirio de Artemio Cruz en que la Virgen María es presentada 
                (en una forma forma deliberadamente blasfema que hace pensar en 
                Buñuel) siendo violada por el carpintero José. Aquí 
                Fuentes busca algo más que el poder de choque de esta imagen 
                (que por otra parte ya se le había ocurrido, y aún 
                más sórdidamente al Marqués de Sade); lo 
                que anhela apresar Fuentes es ese instante de oscura y terrible 
                identificación en que la violación de la Madre de 
                Dios es la violación de todas las madres y de la misma 
                tierra. Del mismo modo que la caída y destrucción 
                de sus prototipos paternos (Federico Robles, Artemio Cruz) es 
                también la pasión y muerte de Nuestro Señor. 
                Un diálogo de Artemio Cruz da la clave: -Me cago 
                en Dios... (dice el protagonista) ...porque crees en él 
                (replica con acierto el sacerdote que le da la extremaunción) 
                Como su maestro Buñuel, Carlos Fuentes blasfema porque 
                cree, hiere porque cree, niega porque cree. Desde este punto de 
                vista, es posible leer Las buenas conciencias no sólo 
                como un ataque cruel y previsible a la perversidad de la burguesía 
                provinciana de Guanajuato, sino como una desesperada confesión 
                de impotencia: lo que destruye íntimamente al protagonista, 
                lo que lo obliga a entrar en el orden despreciado, es el fracaso 
                de su imitación de Cristo. Hay aquí un tema para 
                pensar. V. PERSPECTIVA La obra de Fuentes no carece de defectos. Ya la crítica 
                se ha encargado de señalar algunos, sobre todo en México. 
                Son defectos inevitables en un hombre tan joven (34 años 
                apenas) y que ha escrito ya tanto y con tamaño vigor y 
                ambición. El más ovio es la acumulación de 
                lecturas, técnicas e influencias que afean parcialmente 
                sus novelas. Cuando Fuentes madure cabalmente, sus episodios capitales 
                estarán más ajenos (las influencias exteriores de 
                estilo o situación y parecerán más entrañados 
                en esa visión profunda que ya es posible descubrir en él. 
                También desaparecerán (espero) algunos restos de 
                simplificaciones histórico - políticas que le hacen 
                jurar por ciertos dioses y abominar de otros; que le permiten 
                preservar (en 1962) sól1o el lado romántico de la 
                guerra civil española (hay otro, muy sórdido, que 
                los documentos ya han revelado); que le hacen omitir los aspectos 
                negativos de algunos líderes de la Revolución Mexicana 
                (como Villa) para señalar sólo los positivos. Son 
                limitaciones visibles y superables. Lo que ya ha conquistado Fuentes a pesar de su juventud es una 
                forma de plantarse hondamente frente a la realidad de su patria; 
                un afán de no reducir su complejidad y sus contradicciones, 
                su dialéctica interior, a esquemas de tal o cual cuño 
                político; una perspectiva literaria que le permite moverse 
                con toda soltura y situarse en la mejor línea de la novelística 
                contemporánea; un don de narrar que estalla en casi todas 
                sus páginas y que alcanza la felicidad (tan justamente 
                celebrada por Martínez Moreno) de su nouvelle Aura. 
                En este momento de su carrera, parece riesgoso encasillarlo, o 
                siquiera predecir el curso de su desarrollo ulterior. Se equivocan 
                visiblemente quienes (como Carlos Valdés) creen que su 
                mejor logro actual es el realismo; se equivocan quienes lo consideran 
                sólo como un cuentista extraviado en la dimensión 
                más compleja de la novela; se equivocan quienes lo consideran 
                sólo como un cuentista exraviado en la dimensión 
                más compleka de la novela; se equivocan quienes leen sólo 
                la superficie y se pierden la entraña angustiada y mitológica. 
                Fuentes está en proceso de crecimiento y desarollo. Por 
                eso mismo puede resultar prematura un análisis cerrado. 
                Conviene recapitular por ahora sus logros y dejar la perspectiva 
                abierta. Todavía habrá de crear y sorprendernos." NOTA. Los libros de Fuentes que he manejado han 
                sido publicados, con excepción de uno, por Fondo de Cultura 
                Económica de México. La nouvelle Aura pertenece 
                a Ediciones Era, colección Alacena. El artículo 
                de Carlos Martínez Moreno a que se hace alusión 
                en el texto fue publicado, con el título de Carlos Fuentes 
                y los nuevos caminos de la novela americana en la revista 
                Letras 62 (Montevideo, Nº2, diciembre 1962). El de 
                Carlos Valdés se titula Un virtuosismo gratuito 
                y está en la Revista de la Universidad de México 
                (agosto 1962). En la misma revista y número, hay un trabajo 
                de José Emilio Pacheco sobre La muerte de Artemio Cruz 
                del que he tomado la cita de Fuentes sobre esta novela. Una buena 
                introducción a Fuentes es la serie de tres artículos 
                publicados en La Mañana (Montevideo, diciembre 14/16, 
                1962) por Mario Benedetti. La entrevista concedida a Ercilla 
                de Santiago de Chile, tiene fecha de enero 17. 1962.  |