|   | "Una conciencia literaria : André Gide 
                (1869-1951) "En: Número, nº 13-14, marzo-junio 1951
 p. 124-149
 I A vrai dire, je ne sais pas ce que 
                je pense de lui. Il n'est jamais longtemps le même. Il ne 
                s'attache à rien; mais rien n'est plus attachant que sa 
                fuite. Vous le connaissez depuis trop peu de temps pour le juger. 
                Son éter se défait et se refait sans cesse. On croit 
                le saissir... c'est Protée. Il prend la forme de ce qu'il 
                aime. Et lui-même, pour le comprendre, il faut l'aimer.Les Faux-Monnayeurs
 Bastaría hojear la colección de la Nouvelle 
                Revue Française -que Gide contribuyera a fundar en 
                1909 y cuya dirección invisible ejerciera hasta 1940-; 
                bastaría examinar las páginas de cualquier historia 
                literaria contemporánea, para advertir la calidad y latitud 
                de la influencia de André Gide en las letras del siglo. 
                Ni su temprana escisión del movimiento simbolista (donde 
                aprendió la cartilla poética); ni su resistencia 
                a abrazar el catolicismo; ni su defensa apasionada de la pederastia; 
                ni su denuncia del régimen colonial francés; ni 
                su adhesión al comunismo corregida por el posterior ataque 
                al régimen soviético; ninguno de estos actos, tan 
                discutidos, tan calumniados por la pasión de los interesados, 
                disminuyeron la proyección de su obra sobre el escenario 
                contemporáneo. Sólo consiguieron renovar su público 
                e inquietarlo. Y en el momento de su muerte -octogenario como 
                Goethe- André Gide continuaba siendo una presencia viva. Quien observe su carrera literaria advertirá, ante todo, 
                que refleja una entrañable busca de sí mismo, al 
                tiempo que una trasposición en clave artística de 
                la agonía de su creador, de su pasión. En su primera 
                época, simbolista y postsimbolista, Gide se libera de sus 
                orígenes protestantes, de su educación puritana, 
                de su horror a la carne y al pecado, por medio de los Cahiers 
                d'André Walter (1892), de las Nourritures Terrestres 
                (1897), de los tratados y las soties (Traité 
                du Narcisse, 1891, hasta Les Caves du Vatican, 1914), 
                de su teatro (Le roi Candaule, 1901, Saül, 
                1903). Afirma entonces -aunque con tanta reticencia- su singularidad 
                sexual, reniega de toda atadura a la tradición social o 
                al pasado (de entonces es aquel retruécano "La 
                famille, régime cellulaire"), postula como su 
                verdadera ambición una permanente disponibilidad, una negativa 
                a elegir ("La nécessité de l'option me fut 
                toujours intolérable; choissir m'apparaissait non tant 
                élire que repousser ce que je n'élissais point"), 
                a comprometerse, a embanderarse ("J'ai peur, comprenez-moi, 
                de m'y compromettre. Je veux dire de limiter par ce que je fais, 
                ce que je pourrais faire. De penser que parce que j'ai fait ceci, 
                je ne pourrais plus faire cela, voilà qui me devient intolérable"). 
                Concibe entonces -en teoría y en la práctica de 
                sus criaturas de ficción- el acto gratuito: "Une 
                action gratuite... Et comprenez qu'il ne faut pas entendre par 
                là une action qui ne rapporte rien, car sans cela... Non, 
                mais gratuit: un acte qui n'est motivé par rien. Comprenez 
                vous? Intérêt, passion, rien. L'acte désintéressé, 
                né de soi; l'acte aussi sans but; donc sans maître; 
                l'acte libre; l'acte autochtone?"(1)  Entre tanto, su Journal íntimo va registrando las 
                variaciones de su humor, la curva de sus opiniones, los renovados 
                descubrimientos de sí mismo. Paralelamente a esa introspección, 
                desarrolla Gide una actividad crítica, forjando un instrumento 
                estilístico de precisión clásica, fijando 
                conceptos cardinales, imponiendo a la atención de sus contemporáneos, 
                un Baudelaire, un Montaigne, un Stëndhal, un Nietzsche; introduciendo 
                a William Blake en las letras francesas con su traducción 
                de Marriage of Heaven and Hell. Esta actividad pública 
                había de centrarse en vísperas de 1914 en la NRF, 
                desde donde contribuyó a orientar y ordenar las letras 
                francesas contemporáneas. (Aunque siempre mantuvo su independencia 
                y no vaciló en precisar públicamente su función: 
                "Plus je mien retire, plus on croit que c'est moi qui 
                dirige. Il est vrai que Rivière me fait cet honneur souvent 
                de me demander conseil; pour moi, qui surtout ai souci de donner 
                à chacun de l'assurance, je l'encourage en ses initiatives; 
                or, c'est toujours dans celles qui différent le plus de 
                ma façon de voir que le public se plaît à 
                recon,naître le plus mon esprit (2)." La primera guerra mundial impone una invernada que beneficia 
                al hombre. A su sombra, padece Gide una crisis religiosa que objetiva 
                en las equívocas páginas de Numquid et tu?, 
                cuaderno íntimo que publica a instancias de sus amigos 
                católicos (Du Bos particularmente). Ese acto, que parece 
                comprometerlo, no significa más que la liquidación 
                de un estado espiritual, el saldo de una deuda. Un nuevo problema, 
                para él más inmediato, altera completamente el cuadro, 
                fuerza las decisiones. La ascensión de Marcel Proust y 
                el escándalo de Sodome et Gomorrhe -que presenta 
                a los homosexuales sólo como invertidos- le obliga a iluminar 
                completamente su actitud sexual, a desprenderse de ficciones simbolistas 
                (3). Por eso, la redacción y publicación de sus 
                memorias (Si le grain ne meurt) supone un acto de incomparable 
                audacia ya que mientras Proust analizaba objetivamente a los hommes-femmes, 
                como si él mismo fuera heterosexual, Gide desplazaba todo 
                el peso de su obra (y de su confesión) hacia la iluminación 
                de su aventura moral de pederasta (4). De ambas crisis sale Gide renovado (y comprometido). Se siente 
                capaz de sobrellevar el caos de la generación de la primera 
                postguerra, la dadaísta y superrealista que encontró 
                en Les caves du Vatican un inagotable ejemplo. Es en este 
                grave momento de exposición cuando publica sus obras más 
                maduras. A las ya citadas, deben sumarse: Corydon, que 
                plantea dialécticamente una nueva actitud moral frente 
                a la pederastia (5); Dostoïevsky (1923), que so pretexto 
                de analizar al complejo novelista ruso, le permite develar sus 
                preocupaciones estético-morales; Les Faux-monnayeurs, 
                su único intento novelesco, que orquesta los temas de su 
                compleja visión del mundo y que completado por el Journal 
                des Faux-monnayeurs (1926) constituye un documento central 
                para el estudio de la crisis de la novela contemporánea. 
                Cualquiera de estos libros permite una mayor penetración 
                dentro del complejo gidiano. Hay en ellos una manera más 
                directa y total de desnudarse, de tomar partido. Al aventar la 
                crisis íntima, el escándalo (casi escribo: la excomunión) 
                de sus amigos católicos le obliga a exagerar su apartamiento 
                de la iglesia y del dogma. Charles Du Bos escribe entonces su 
                severo (y parcialmente injusto) Dialogue avec A. G. (1928), 
                donde llega a hablar de inversión espiritual, y Ramón 
                Fernández, como réplica, un penetrante A. G. 
                (1931), en el que por primera vez son examinadas con rigor lógico 
                las "contradicciones" del hombre y se propone 
                una interpretación duradera del humanismo de Gide. A partir de este momento su obra literaria -proseguida sin pausa 
                hasta el momento de su enfermedad final- se halla ligada estrechamente 
                a la actualidad política que refleja y enjuicia. Un 
                viaje por el Congo provoca la valiente denuncia del régimen 
                colonial francés (Voyage au Congo, 1927; Retour 
                du Tchad, 1928). La publicación en volumen de sus Pages 
                de Journal (1929-1932) documentó exteriormente su separación 
                definitiva del catolicismo y su conversión al comunismo 
                -dos movimientos que fueron uno solo, en verdad. ("Il 
                faut bien que au communisme, ce n'est pas Marx, c'est l'Evangile. 
                Ce sont les preceptes de l'Evangile, selon le à ma pensée, 
                au comportement de tout mon être, qui m'ont inculqué 
                le doute de -ma valeur propre, le respect d'autrui, de sa pensée, 
                de sa valeur, et qui ont en moi, fortifié ce dédain, 
                cette répugnance (qui déjà sans doute était 
                native), à toute possession particulière, à 
                tout accaparement." Oedipe (1931) fue la expresión 
                dramática de su nueva actitud moral: un humanismo ateo. 
                ("Il n'y a qu'une seule et même réponse à 
                de si diverses questions; et cette réponse unique, c'est: 
                l'Homme; et cet homme unique, pour chacun de nous, c'est: Soi.") Con Retour de l'URSS (1936) y Retouches à mon 
                Retour de l'URSS (1937) manifestó Gide, después 
                de un viaje a Rusia, su desafección al régimen soviético 
                (no al comunismo) y denunció no sólo su asombro 
                ante el estúpido endiosamiento de Stalin o ante la esclavitud 
                de los obreros rusos y la desigualdad social que el nuevo régimen 
                instaura, sino un peligro más general y permanente: la 
                creación de una mitología irracional, el dogma, 
                la abdicación de la crítica. Vale decir: el ataque 
                a las raíces del hombre y de la cultura. La publicación de su Journal (1889-1939), en vísperas 
                de la segunda guerra mundial, muestra a Gide en el colmo de su 
                fama y en plena posesión de sí mismo y de sus "contradicciones". 
                Esta obra divulgó, asimismo, la imagen más fiel 
                del hombre, por sucesiva, por retocable. Como señaló 
                un crítico y discípulo (Pierre Drieu la Rochelle): 
                "Al dejar entrever cada año tal o cual aspecto 
                de sí mismo, Gide ha concluido por determinar, a fuerza 
                de toques delicados, un contorno de su ser mucho más seguro 
                en su estremecimiento y su vibración que si hubiera forzado 
                sus rasgos y acentuado claramente las tintas." La caída 
                de Francia provocó una crisis que recoge fielmente su Journal 
                (1939-1942). Al desaliento inicial (Gide ya se sentía 
                demasiado viejo para concebir la infamia de la ocupación 
                de otra manera que como un castigo ejemplar) sucedió una 
                esperanza que se fue afirmando a medida que crecía la Resistencia. 
                Esa crisis tuvo -era previsible- una repercusión religiosa. 
                Gide, que nunca consiguió evadirse completamente del mundo 
                intelectual cristiano y cuyo vocabulario delata tan fuertemente 
                esas raíces, llegó a la concepción de un 
                Dios adogmático, creatura y creador. En las páginas 
                de su último Journal (1942-1949) se encuentran rastros 
                de esta herejía particular: "Dès l'instant 
                que j'eus compris que Dieu n'était pas encore, mais devenait, 
                et qu'il défendait de chacun de nous qu'il devînt, 
                la morale, en moi, fut restaurée. Nulle impiété, 
                nulle présomption dans cette pensée; car je me persuadais 
                à la fois que Dieu ne s'accomplissait que par l'homme et 
                qu'à travers lui; mais que si l'homme aboutissait à, 
                Dieu, la création, pour aboutir à l'homme, partait 
                de Dieu; de sorte que l'on retrouvait le divin aux deux bouts, 
                au départ comme à l'arrivée, et qu'il n'y 
                avait eu de départ que pour en arriver à Dieu. Cette 
                pensée bivalve me rassurait et je ne consentais plus à 
                dissocier l'un de l'autre: Dieu créant l'homme à 
                fin d'être crée par lui; Dieu fin de l'homme; le 
                chaos soulevé par Dieu jusqu'à l'homme, puis l'homme 
                se soulevant ensuite jusqu'à Dieu. N'admettre que l'un: 
                quelle crainte, quelle obligation! N'admettre que l'autre: quelle 
                infatuation! Il ne s'agissait plus d'obéir à Dieu, 
                mais de l'animer, de s'éprendre de lui, de l'éxiger 
                de soi par amour et de l'obtenir par vertu" (6). La liberación de Francia restituyó a Gide a su 
                centro: París. Publicó entonces su última 
                obra de creación, su testamento literario: Thésée. 
                Después del largo peregrinaje del héroe y durante 
                su diálogo con Edipo, hombre de Dios, Teseo reconoce: 
                "Cher Oedipe, ma pensée, sur cette route, ne saurait 
                accompagner la tienne. Je reste enfant de cette terre et crois 
                que l'homme, quel qu'il soit et si taré que tu le juges, 
                doit faire jeu des cartes qu'il a..." La consagración 
                del Premio Nobel 1947 confirmó a Gide la apariencia de 
                una gloria oficial. Pero él no se dejó ganar por 
                el academismo; siguió apuntando hacia la juventud y a pesar 
                de su vieja aversión al teatro no vaciló en dejarse 
                catequizar por Jean-Louis Barrault (para quien tradujo, sin poesía, 
                el Hamlet y con quien adaptó El proceso de Kafka) 
                al tiempo que trabajaba con Jean Aurenche y Pierre Bost en una 
                adaptación cinematográfica de su Symphonie pastorale 
                y se dejaba filmar por Nicole Vedrès y Marc Allegret 
                en dos mensajes inequívocamente póstumos (7).  Su incomensurable influencia -iniciada casi en los albores del 
                siglo- seguía sintiéndose, bajo una u otra forma 
                y después de incontables metamorfosis, hasta el último 
                instante. Es cierto que en los últimos años dominaba la escena 
                literaria francesa una escuela en que la lucidez no parecía 
                esencial, en que la opción era ineludible, en que el rigor 
                clásico de la prosa no contaba. También es cierto 
                que hasta para esos extremistas de 1945, Gide había sido 
                un liberador, como no dejó de reconocerlo el mismo Sartre: 
                "Su claridad, su lucidez, su racionalismo, su rechazo 
                de lo patético autorizaban a otros a arriesgar el pensamiento 
                en tentativas más dudosas, más inciertas; se sabía 
                que al mismo tiempo una inteligencia luminosa mantenía 
                los derechos del análisis, de la pureza, de una segura 
                tradicón; aunque se hubiera zozobrado en un viaje de descubrimiento, 
                no se habría arrastrado el espíritu al naufragio. 
                Todo el pensamiento francés de estos últimos treinta 
                años, lo quisiera o no, cualesquiera que fuesen por otra 
                parte sus demás coordenadas (Marx, Hegel, Kierkegaard), 
                debía definirse también con relación a Gide." Su inconmensurable influencia -iniciada casi en los albores del 
                siglo- seguía sintiéndose, bajo una u otra forma 
                y después de incontables metamorfosis, hasta el último 
                instante. II Je m'agite dans ce dilemme: être 
                moral; être sincère. Journal
 Semejante sumario recorrido sólo permite entrever la anécdota, 
                la figura (las sucesivas figuras) que presentan el hombre y la 
                obra desde fuera. Porque autobiografía o diario, poema 
                o pieza teatral, ficción confesional o tratado revelador, 
                todas sus obras muestran a Gide inmovilizado en objeto, creatura 
                de si mismo. Si se desea captar la verdadera esencia hay que trascender 
                la cantidad y la elusión de las imágenes y rehacer 
                el proceso desde dentro. Quizá un esquema (en que lo simultáneo 
                se da como sucesivo) sirva. 1. Orígenes.- La singularidad de la obra y de la 
                personalidad de Gide tiene sus raíces en la misma naturaleza 
                del hombre. La primera parte de Si le grain e meurt comunica con 
                bastante fidelidad la aterradora experiencia de sentirse diferente, 
                la lucha por integrarse al mundo de los demás, la transitoria 
                derrota de la carne. Esa singularidad, que yacía bajo todos 
                los conflictos y que Gide no podía reconocer entonces, 
                tiene un nombre técnico: pederastia. En el Journal él 
                mismo ha definido el término: "J'appelle pédéraste 
                celui qui, comme le mot l'indique, s'éprend des jeunes 
                garçons. J'appelle sodomite... celui dont le désir 
                s'adresse aux hommes jaits. J'appelle inverti celui qui, dans 
                la comédie de L'amour, assume le rôle d'une femme 
                et désire être possédé. (...) Les pédérastes, 
                dont je suis (pourquoi ne puis-je dire cela tout simplement, sans 
                qu'aussitôt vous prétendiez voir, dans mon aveu, 
                forfanterie?) sont beaucoup plus rares, les sodomites beaucoup 
                plus nombreux que je ne pouvais croire d'abord... Quant aux invertis, 
                que j'ai fort peu fréquentés, il m'a tou ours paru 
                qu'eux seuls méritaient ce reproche de déformation 
                morale ou intellectuelle..."(8) Hasta la liberación de sus escrúpulos (y de su 
                carne) ocurrida en Argel 1895, por intercesión de Oscar 
                Wilde, Gide vivió torturado por los valores de su mundo 
                familiar, los valores rígidos del protestantismo. Cuando 
                Gide comprendió cuál era su norma -es decir: que 
                su singularidad sexual era para él normalidad- se liberó 
                completamente. Descubrió asimismo la fuerza de sus deseos, 
                su inagotable capacidad erótica. ("Les souples 
                muscles de mon corps, les voluptueux détails de mes sens 
                me sont plus délicieux à activer que les ressorts 
                pourtant subtils de mon esprit.") Tal liberación arrastra naturalmente una violencia incontenible: 
                de aquí que afirme la vida con pasión; que, para 
                subsistir en un medio hostil, emprenda una renovación total 
                de los valores. Hace tabla rasa- como Descartes, pero en qué 
                otro sentido. Asalta la fe tradicional de su familia; diagnostica 
                en sus mismos orígenes el signo del desgarramiento en que 
                se reconoce; con alguna oratoria llega a preguntar al invisible 
                interlocutor de su Journal: "Est-ce ma faute à 
                moi si votreDieu prit si gran soin de me faire naître entre 
                deux étoiles, fruti de deux sangs, de deux provinces et 
                de deux confessions?" De aquí que una de sus primeras 
                salidas al mundo literario sea contra el enraizado Barrès, 
                su coetáneo. 2. Disciplina.- La liberación no postuló, 
                sin embargo, la anarquía.- En el centro de su recién 
                nacida personalidad podía descubrir Gide una disciplina 
                del espíritu, una inflexible lucidez crítica. No 
                en vano había asistido a la lección de Mallarmé 
                ("L'exemple de Mallarmé m'apprit à reporter 
                su l'ouevre d'art cette notion de la contrainte dont ma nature 
                ne pouvait absolument pas se passer"); no en vano había 
                encontrado ya en 1904 la fórmula, aparentemente paradójica, 
                de una estética: "L'art naît de contrainte, 
                vit de lutte, meurt de liberté". En esta necesidad 
                de autodisciplina tiene sus raíces la declaración, 
                tan esencialmente clásica, que reclama como beneficiosa 
                la contrainte: "Je ne pluis me retenir de croire que la 
                meilleur éducation n'est point celle qui va dans le sens 
                des penchants, mais qu'un naturel un peu vigoureux, comme est 
                le nôtre, trouve profit dans la contrariété, 
                dans la contrainte"; declaración que inspira la 
                receta siguiente: "Non s'efforcer vers la plaisir, mais 
                trouver son plaisir dans l'effort même, c'est le secret 
                de mon bonheur". Gide no se cansó de pregonarlo y buscó apoyo hasta 
                en textos extraños como cuando pretendió convertir 
                su necesidad en ley general al presentar Vol de nuit de Antoine 
                de Saint-Exupéry: "Je le suis gré particulièrement 
                (el autor) d'éclairer cette vérité paradoxale, 
                pour moi d'une importance psychologique considérable, que 
                le bonheur de l'homme n'est pas dans la liberté mais dans 
                l'acceptance d'un devoir". Hasta en las duras horas de 
                la ocupación alemana, creyó encontrar Gide una posibilidad 
                de salvación en la disciplina externa que imponían 
                las circunstancias, sin advertir que para que sea fecunda la disciplina 
                debe ser aceptada desde dentro. 3. Endopatía.- Su liberación no hubiera 
                provocado una crisis mayor si en su naturaleza no se diera además 
                una terrible necesidad: la de ser aprobado (9). Más aún: 
                la de ser amado. (En el Journal de sus últimos años 
                observa: "Un extraordinaire, un insatiable besoin d'aimer 
                et d'être aimé, je crois que c'est cela qui a dominé 
                ma vie, qui m'a poussé à écrire; besoin quasi 
                mystique, au surplus, car j'acceptais qieil ne trouvât pas, 
                de mon vivant, sa récompense.") El reconocimiento 
                interior de su singularidad, la liberación de la carne, 
                no bastaban, ya que el espíritu continuaba mortificándose. 
                Esa necesidad de adhesión, ese torturante deseo de amor, 
                nacían no de la vanidad superficial (de la que Gide estaba 
                curiosamente desposeído) sino de una casi anormal capacidad 
                de simpatía. Él mismo la denuncia en uno de sus 
                personajes, el Édouard de Les Faux-monnayeurs que 
                se le parece tanto. Dice Édouard: "Mon coeur ne 
                bat que par sympathie; je ne vis que par autrui; par procuration, 
                pourrais-je dire, par épousaille, et je ne me sens jamais 
                vivre plus inténsement que quand je m'échappe à 
                moi même pour devenir n'importe qui." Y en el ocaso 
                de sus días, un texto de su Journal permite asegurar que 
                (al menos en este punto) la identificación con Édouard 
                no es ilícita: "Livré à moi-même, 
                à moi seul, ma pensée eût peut-être 
                pris un cours différent; c'est ce que je me dis parfois, 
                sentant bien que le besoin de sympathie a toujours orienté 
                ma vie. Que de fois la crainte de peiner ne m'a-t-elle pas retenude 
                pousser jusqu'au bout la logique! C'est que he ne peux attacher 
                prix à une pensée tout abstraite et comme deshumnisée." Charles Du Bos puede testimoniar esta simpatía en acción 
                -y su aporte es más valioso en esta circunstancia por ser 
                inconsciente. Al registrar una conversación con Gide (a 
                propósito de la verdad) señala que éste pronuncia 
                las palabras que Du Bos esperaba: "J'étais hereux 
                (comenta) -heureux que ce fût de vous que vînt 
                la parole qui, à cet instant précis, exprimait si 
                exactement mon sentiment, mais qui, prononcée par moi, 
                eût été trop attendue, qui, dans notre échange, 
                ne pouvait prendre sa pleine valeur que dite par vous (10)." Tal forma de la simpatía merece llamarse, con mayor precisión, 
                endopatía. Gide no puede dejar de colocarse en la posición 
                del otro, no vivir con toda intensidad sus experiencias. Si esto 
                importa una desventaja dialéctica (es más fácil 
                sostener una posición cuando no se entienden las contrarias), 
                importa también una flexibilidad vital, una plasticidad 
                que es riqueza. De aquí, asimismo, la facilidad con que 
                encuentra el tono del alma de su antagonista; de aquí (y 
                ésta es la contraparte) una tendencia a la simulación, 
                a la hipocresía, empleando la palabra, es claro, en su 
                pleno sentido etimológico; vale decir: la tendencia a actuar, 
                a representar. (Cierta vez señaló: "Comédien? 
                peut-être. Mais c'est moi même que je joue...") 
                (11). 4. Emmanuèle.- Ese conflicto entre su singularidad 
                y su necesidad de ser amado, trascendió del campo meramente 
                interior; se organizó dramáticamente en una de esas 
                situaciones que Racine hubiera estilizado en tres horas pero que 
                en la menos coherente realidad fue representada hasta el 17 de 
                abril de 1938. Quiero decir: el conflicto se encarnó en 
                las relaciones con una de sus primas, Madeleine-Louise-Mathilde 
                Rondeaux (nacida en 1867, casada con Gide en 1895). En L'immoraliste y en La porte étroite Gide 
                había fabulado diversamente el conflicto, reduciéndolo 
                en cada caso por razones estéticas a claros esquemas de 
                delicada simetría. Pero en la realidad no hubo simetrías 
                ni compensaciones; hubo terrible, incesante agonía. No 
                es fácil, sin embargo, indicar sus alternativas ya que 
                este hombre que no ha vacilado en exponer tanto detalle íntimo 
                que otros omiten cuidadosamente, ha sido minuciosamente reticente 
                en lo que se refiere a su vida afectiva (12). Y aunque en Si 
                le grain ne meurt cuenta sus relaciones infantiles y el momento 
                en que decidió dedicar su vida al cuidado de su prima (episodio 
                que aparece trasladado a La porte étroite), insiste 
                siempre en llamarla Emmanuèle e interrumpe la narración 
                cuando se casan. Tampoco es más explicito el Journal 
                édito; cuando alude a ella es como Emmanuèle 
                o Em. La mayor parte de las veces es sólo elle; 
                incluso llega a la elipsis del sujeto. Hay que leer entre líneas 
                y eso no basta ya que (según él mismo ha señalado) 
                no se incluyen las páginas que explican e iluminan "cette 
                partie suprême de ma vie". Puesto crudamente, podría decirse que para Gide (a diferencia 
                de David Lawrence) el amor está disociado del deseo y de 
                la voluptuosidad. En Em. ama el ser espiritual al que se siente 
                unido puramente. Pero no puede sacrificar sus deseos, su necesidad 
                de placer carnal. Aunque no superara este estadio sentimental, 
                la situación sería indudablemente patética 
                como lo confirman estas palabras de una carta a Paul Claudel en 
                1914: "Je n'ai jamais éprouvé de désirs 
                devant', la femme; et la grande tristesse de ma vie, c'est que 
                le plus constant amour, le plus prolongé, le plus vif, 
                n'ait pu s'accompagnerde rien de ce qui d'ordinaire le précède. 
                Il semblait au contraire que l'amour empechât chez moi le 
                désir." Pero la necesidad de verdad (no menos 
                poderosa que el deseo carnal) lo obliga en un momento crucial 
                de su carrera a denunciar abiertamente su singularidad, exponiendo 
                brutalmente al mismo tiempo su intimidad familiar. 5. Dios.- El conflicto se agrava (y se enriquece) porque 
                Dios entra en el juego. Y como rival, según se deduce de 
                estas palabras del Journal des Faux-monnayeurs: "Il 
                est jaloux de Dieu, qui lui vole sa femme. Il sent qu'il ne peut 
                point lutter; vaincu d'avance; mais prend en haine ce rival et 
                tout ce qui dépend de Lui. Combien peu de chose, ce tout 
                petit bonheur humain qu'il lui propose, en regard de la félicité 
                éternelle." No importa que su esposa (figura de 
                una pureza excepcional) se borre de su vida, se retire a vivir 
                en Cuverville en Normandía, dejándolo libre de proseguir 
                su destino. Ausente o presente su existencia querida constituye 
                una tortura; ella es, sin metáfora, el testigo de Dios. 
                Y con ella libra Gide su combate más audaz. En su Journal 
                escribe un día: "Dans le christianisme, et chaque 
                fois qu'à nouveau j'y replonge, c'est elle encoreque je 
                poursuis. Elle le sent peut-être; mais ce qu'elle sent surtout, 
                c'est que c'est pour l'en arracher." Gide no puede pactar; ni con el amor ni con Dios. En cada denuncia, 
                en cada exposición de sí mismo, la parte más 
                dolorosa y cruel la recibe Em. Y Gide lo sabe; y no ceja. Por 
                eso cuando Claudel le exhorta duramente (en nombre de un dogma) 
                a que renuncie a su singularidad, Gide le escribe estremecido: 
                "Mais si l'amour le plus fervent, le plus fidèle 
                n'a pu obtenir aucun acquiescement de ma chair, je vous laisse 
                à penser ce que pourront obtenir ses exhortations (las 
                del abate F... ), ses réprimandes et ses conseils." 
                La muerte de Em. no trajo la paz; su figura continuó obsesionando 
                las páginas del Journal que ahora podía hacerse 
                público. En sus últimos años (en ese inevitable 
                rumiar de la vejez) Gide repasó una y otra vez su tragedia 
                interior. "Si je m'étais écouté j'aurais 
                fait quatre tours du monde... et je ne me serais pas marte. En 
                écrivant ces mots j'en tremble comme d'une impiété. 
                C'est que je suis resté malgré tout très 
                amoureux de ce qui m'a le plus gêné et que je ne 
                puis pas jurer que cette gêne ni Eme, n'ait pas o obtenu 
                de moi le meilleur." Aunque otras veces el tono no sea 
                tan positivo: "Tout ce qu'elle attendait de mot, et que 
                je n'ai pas su lui offrir; que dis-je, qui lui était dû... 
                certains jours j'y pense sans cesse. Ah! si l'âme est, ainsi 
                que tu souhaitais m'en convaincre, immortelle, et si la tienne 
                porte encore sur moi son regard, que ce soit pour savoir que je 
                me sens envers toi en état de dette éternelle... 
                Mais non; pour moi qui ne puis croire à la survie, ce n'est 
                pas ainsi que mon regret se présente: simplement je songe 
                tristement à tous les soins que j'aurais dû avoir 
                pour elle, et reste, et resterai, dans l'attente du sourire dont 
                elle m'aurait récompensé. Dans quel état 
                d'aveuglement j'ai vécu! (13)" 6. Sinceridad.-La liberación carnal sólo 
                significaba la aceptación de la vida, el ingreso a la misma. 
                Pero no proponía soluciones, aunque creaba urgentes problemas. 
                El primero (ya se ha visto) fue el de fundar una nueva estimativo. 
                Pero, ¿con qué criterio? La respuesta estuvo (para 
                Gide al menos) en la sinceridad consigo mismo. Los valores morales 
                del cristianismo (en la versión protestante de su familia 
                o de su mujer, en la católica de sus amigos) lo forzaban 
                a la mentira o a la destrucción de lo mejor de si mismo. 
                Para suplantarlos Gide encontró un fundamento en la sinceridad. 
                En páginas que Fernández llama su Discours de la 
                méthode, confiesa Gide: "Redécouvrir, au-dessous 
                de l'être factice, le naïf, n'était point, à 
                ce qu'il m'apparaissait, tâche si facile; et cette règle 
                de vie nouvelle qui devenait la mienne: agir selon la plus grande 
                sincérité, impliquait une résolution, une 
                perspicacité, un effort où toute ma volonté 
                se bandait, de sorte que jamais je ne m'apparus plus moral qu'en 
                ce temps où j'avais décidé de ne plus l'être: 
                je veux dire: de ne l'être plus qu'à ma façon. 
                Et j'en vins à comprendre que la parfaite sincérité, 
                celle qui fait selon moi l'être le plus valeureux le plus 
                digne, la sincérité non point seulement de l'acte 
                même, mais du motif, ne s'obtient qu'avec l'effort le plus 
                constant, mais le moins âpre, qu'avec le regard le plus 
                clair, j'entends par là le moins suspect de com laisance, 
                et qu'avec le plus d'ironie." Esta actitud suponía (es claro) un conocimiento minucioso 
                de sí mismo para poder determinar, con la máxima 
                precisión, el criterio de sinceridad. De aquí ese 
                profundo escrutinio que el Journal atestigua, esa indeclinable 
                lucidez (14). De aquí ese horror a la opción, a 
                comprometerse; esa negativa a fijar de antemano la posible evolución, 
                a proyectarse un destino irrevocable y forzar la espontaneidad, 
                abdicar el rigor crítico. ("La plupart de nos actions 
                nous sont dictées non pas d'après le plaisir que 
                nous prenons à les faire, mais par un besoin d'imitation 
                de nous-même et de projeter dans l'avenir notre pas sé. 
                Nous sacrifions la vérité (c'est-à-dire, 
                la sincérité) à la continuité, à 
                la pureté de la ligne.") De aquí, también, 
                la doctrina del acto gratuito, como expresión máxima 
                de una espontaneidad; de aquí, en fin, la concepción 
                del juego que se confunde con la vida misma, de la aventura del 
                vivir: "J'aime le jeu, l'inconnu, l'aventure j'aime à 
                n'être pas où l'on me croit; c'est aussi pour être 
                où il me plaît, et que l'on m'y laisse tranquille. 
                Il importe avant tout de pouvoir penser librement." 7. Contradicciones.- Al aceptar únicamente el criterio 
                de sinceridad Gide se exponía a vivir en el puro presente, 
                sin compromisos ni con el futuro ni con el pasado. Esto lo llevó 
                a concebirse como un ser dividido por el conflicto entre contrarios: 
                "Je n'ai jamais rien su renoncer; et protégeant 
                en moi, à la fois le meilleur et le pire, c'est en écartelé 
                que j'ai vécu. Mais comment expliquer que cette cohabitation 
                en moi, des extrêmes n'amenât point tant d'inquiétude 
                et de souffrance, qu'une intensification pathétique du 
                sentiment de l'existence, de la vie. Les tendances les plus opposées 
                n'ont jamais réussi à faire de moi un être 
                tourmenté; mais perplexe par le tourment accompagne un 
                état dont on souhaite de sortir, et je ne, souhaitais point 
                d'échapper à ce qui mettait en vigueur toutes les 
                virtualités de mon être; cet état de dialogue 
                qui, pour tant d'autres, est à peu près intolérable, 
                devenait pour moi nécessaîre. C'est aussi bien parce 
                que, pour ces autres, il ne peut que nuire à l'action, 
                tandis que, pour moi, loin d'aboutir à la stérilité, 
                il m'invitait au contraire à l'oeuvre d'art et précédait 
                immédiatement la création, aboutissait à 
                l'équilibre, à l'harmonie." Cada una de sus obras iniciales parecía comprometerse 
                en una posición opuesta a la de la anterior, de tal modo 
                que acababan balanceándose: L'immoraliste con La 
                porte étroite; Les Cahiers d'André Walter con 
                Les Nourritures Terrestres. Ocasionalmente alcanzaba Gide 
                (con Le retour de l'enfant prodigue, por ejemplo) una visión 
                más compleja en que se fundía lo contradictorio 
                y cada postura recibía su atención. Pero, ¿se 
                trataba realmente de contradicciones? ¿Tenía razón 
                Gide al señalar: "La complication, je ne la cherche 
                pas point; elle est en moi. Un acte me trahit, où je ne 
                reconnais point toutes les contradictions qui m'habitent?" 
                Fernández ha demostrado nítidamente que no se trataba 
                de "contradicciones", sino de un esfuerzo por reconocer 
                todas las fuerzas de la personalidad, por aceptar lealmente sus 
                elementos integrantes sin conceder a ninguno la primacía 
                o la exclusividad; es decir: un esfuerzo inusitado por no contradecirse. 
                Gide (podría afirmarse parafraseando a Vaz Ferreira) había 
                tomado por contradictorio lo que era complementario. 8. Integración.- De manera que la última 
                etapa de su obra y de su carrera (la etapa que recogiera los valores 
                perdurables de su busca) habría de ser la de integración, 
                no por empobrecimiento, no por renuncia, sino por aceptar (casi 
                escribo: cultivar) la presencia de elementos conflictuales. 
                Ya en 1910 le había escrito Charles Louis Phillippe: "Apúrate, 
                sé hombre, elige." La elección que le proponía 
                el amigo estaba orientada hacia el dogma católico y por 
                eso fue desoída. Ahora Gide había encontrado su 
                propio centro. En vísperas de la segunda guerra, ya ofrecía 
                Gide esa definitiva serenidad que, suspendida la tormenta en 1945, 
                parecería milagrosa: la serenidad conquistada en un combate 
                casi secular. Aceptada sin escándalo su singularidad sexual; 
                aceptada la sinceridad como fundamento de su estimativo moral; 
                aceptada la necesidad de un Dios creador y creatura a la vez; 
                aceptada su confianza en el individualismo como única solución 
                social para el hombre; Gide acabaría por aceptar también 
                la necesidad de contemplar su carrera y su vida como un desarrollo 
                coherente, como una figura de tan vastas proporciones que sólo 
                la perspectiva de los ochenta años permitía trazar. 
                Entonces pudo apuntar en su Journal: "Je renie 
                cet état pusillanime qui me faisait é'crire, le 
                4 de ce mois, de pénibles réflexions sur moi même, 
                etne me sens nullement appauvri. La joie est mon état normal; 
                du reste sans infatuation et sans assurance excessive, mais non 
                plus sans inutile méchanceté contre moi-même 
                et sachant à quelles défaillances physiologiques 
                sont dus ces accès d'autodénigrement. L'on peut 
                pourtant, et l'on doit, se contenter de soi sans se surfaire, 
                et s'accepter. L'important c'est de se reconnaître surtout 
                dans le meilleur et de garder partie liée avec Dieu."(15) III - Les questions morales vous intéressent? 
                - Comment donc! l'étoffe dont nos livres sont faits!
 - Mais qu'est-ce donc, selon vous, que la morale?
 - Une dépendance de l'Esthétique.
 Nouveaux Prétextes
 En una página muy conocida de su Journal ha indicado 
                Gide: "Le point de vue esthétique est le seul où 
                il faille se placer pour parler de mon oeuvre sainement." 
                (No debe sorprender, pues, que el único de los libros sobre 
                su obra que mereciera su aprobación es el de Jean Hytier 
                que parte de ese enfoque.) Esta actitud requiere examen. Ante 
                todo, porque aunque es muy cierto que Gide es un crítico 
                extraordinario y que al comentarlo -como pasa con Borges- basta 
                saber citarlo, cierto que no se pueden tomar al pie de la letra 
                todas sus afirmaciones (y esto pasa también con Borges). 
                Además, porque no es menos cierto que, como lo indica el 
                texto del epígrafe, estética significa algo más 
                para Gide que para el común de los interesados.  Nadie podrá desconocer la densidad estética de 
                su obra ni sus valores puramente literarios, de los que el estilo 
                inmaculado, no es el menor. Nadie podrá afirmar, sin embargo, 
                que su obra se agota ante la contemplación estética, 
                que sólo es un ejercicio poético o dramático. 
                La verdad es que para Gide (como íntimamente para Rodó) 
                no es posible separar la moral de la estética. (En algún 
                lado dejó escrito: "Les regles de la morale et 
                de l'esthétique sont les mêmes".(16) La 
                escisión podrá ser posible desde un punto de vista 
                intelectual, pero en el centro de su personalidad (allí 
                donde tiene sus raíces la creación) es imposible. 
                La explicación es obvia: los conflictos morales -no la 
                especulación moral que no le interesa- sólo pueden 
                plantearse a través de la obra de arte. O para decirlo 
                con palabras de uno de sus críticos: "... se ocupa, 
                según él mismo dice, en plantear bien los problemas, 
                con la esperanza de que el logro artístico, por la buena 
                iluminación de la pintura, arroje luz sobre un rincón 
                oscuro del alma humana." Desde este punto de vista resulta clara la frase de Gide; no 
                se trata de insinuar que sus obras sólo posean valor estético. 
                Se trata de apuntar que su valor moral no es separable de su valor 
                estético. Vale decir: al juzgar los valores morales de 
                una de sus obras será necesario determinar, previamente, 
                su verdadera naturaleza estética. Por eso mismo nada más 
                alejado de Gide, que la mecánica trasposición en 
                poesía o en fàbula de sus conflictos morales. (El 
                error de Zola que repite hoy Sartre.) Cada conflicto moral se 
                objetiva en imagen, forma una nueva cosa con ella; en ella encuentra 
                intensidad y pureza. De aquí que el largo y complejo drama 
                con Em. fuera trascendido en formas tan diversas, estética 
                y moralmente, como L'immoraliste o La porte étroite, 
                Le retour de l'enfant prodigue o La symphonie pastorale, 
                Les Faux-monnayeurs, para no citar sino los títulos 
                más conocidos. De aquí, también, que en cada 
                una de esas obras el lector encuentre algo más que la trasposición 
                del mencionado conflicto: encuentre una creación poética. La obra de arte no nace en Gide de la mera comezón poética; 
                nace para objetivar (e iluminar) los conflictos del hombre. ("Souvent 
                je me suis persuadé que j'avais été contraint 
                à l'oeuvre d'art, parce que je ne pouvais réaliser 
                que par elle l'accord de ces éléments trop divers, 
                qui sinon fussent restés à se combattre, vu tout 
                au moins à dialoguer en moi.") Por eso, esa misión 
                catártica que Gide recoge de Goethe, su modelo secreto; 
                por eso, también, la capacidad de comprometerse que posee 
                toda obra de arte, por su nitidez y objetividad, por su necesaria 
                unilateralidad. Por eso, en fin, esa serie de obras que un hombre 
                que no quiso embanderarse legó a las letras contemporáneas: 
                Si le grain ne meurt y Corydon; Voyage au Congo 
                y Retour de l'URSS, Souvenirs de la cour d'assis y 
                el Journal de años tan comprometidos. Otro valor 
                ancilar de la obra de arte es su condición pedagógica. 
                En este sentido, Gide la utiliza sin escrúpulos, como arma 
                de doctrina. A través de ella, pretende convertir su singularidad 
                en norma. De aquí la paradoja de su Corydon: el 
                liberador -convertido en codificador, el iconoclasta en legislador. 
                El mismo ha reconocido esa necesidad: "... il ne suffisait 
                pas de m'émanciper de la règle; je prétendais 
                légitimer mon délire, donner raison à ma 
                folie." Sería fácil exagerar estas figuras y acabar presentando 
                un Gide engagé. Menos estimulante, quizá, 
                pero más verdadero es indicar que nunca el artista renunció 
                a sus fueros. El aprendizaje simbolista había calado hondo. 
                Aunque Gide estuviera redactando la nota más efímera, 
                el artículo más circunstancial (o comprometido con 
                lo pasajero) no deponía las exigencias de un arte que tanto 
                arqueólogo disfrazado de artista, Gide supo comprender 
                que detrás del milagro del estilo alentaban en un Racine 
                o en un La Fontaine, en un Bossuet o en un Montesquieu, la pasión 
                y el ardor de vida. Y su clasicismo supo ser no sólo de 
                forma. En esto, como en tantas otras cosas, Gide asumnió 
                la actitud de una generación que produjo a Valéry, 
                a Proust, a Suarès, a Claudel, una generación que 
                tenía desprecio de la actualidad ("J'appelle journalisme 
                tout ce intéressera demain moins qu'aujourd'hui"). Por eso la ambigüedad final del arte de Gide: su milagrosa 
                oscilación entre mensaje y estructura, entre poesía 
                y moral. Esto puede verse bien si se analiza Les Faux-Monnayeurs. 
                A primera vista es sólo una novela; es ficción. 
                Pero es también na moralidad ya que trata no sólo 
                de la moneda falsa que hacen circular los personajes sino (principalmente) 
                de la moneda falsa del alma. Y es, en un plano más personal, 
                un intento de dar con iluminación natural las relaciones 
                de algunos homosexuales. (A diferencia del tinte toulouse-lautreciano 
                de Proust en Sodome et Gomorrhe, Gide busca una transparencia 
                como en Dafnis y Cloe.) Pero es, y muy principalmente, 
                una novela crítica que muestra a un novelista raté, 
                Édouard, trabajando en una obra sobre la anécdota 
                de los monederos falsos. Sus notas (su Journal) sirven 
                de comentario irónico a la propia novela. Como si estas 
                simultáneas realidades no bastaran, Gide ha llevado su 
                propio Journal des Faux-monnayeurs con lo que la creación 
                se duplica o multiplica con la autocrítica, en alucinante, 
                infinita perspectiva (17). Al hablar de problemas o conflictos morales se olvida, generalmente, 
                que esa denominación no excluye los grandes problemas del 
                hombre en sociedad, los problemas políticos y sociales. 
                Ya se conoce la reacción de Gide ante algunos de ellos. 
                El viaje a Rusia no sólo le obligó a rectificar 
                su conducta social; lo hizo también plantear en sus propios 
                términos las jerarquías: "A vrai dire, les 
                questions politiques m'intéressent moins et me paraissent 
                moins importantes que les questions sociales; les questions sociales 
                moins importantes que les questîons morales." La 
                vieja lucha entre el cristianismo original y el paganismo descubierto 
                con la liberación de la carne, la nueva entre el colectivismo 
                que las realidades políticas imponían y el irrenunciable 
                individualismo, parecieron resolverse simultáneamente en 
                lo que se ha llamado su humanismo ateo. La humanidad será 
                salvada por muy pocos, dicen que fueron sus últimas palabras. IV - Oh! disait Prométhée 
                à Coclès, quittant la chambre mortuaire, tout cela 
                est horrible! la fin de Damoclès me bouleverse. Est-il 
                vrai que ma conférence soit cause de sa maladie? - Je ne puis l'affirmer, dit le garçon, mais je sais tout 
                au moins qu'il fut très remué pour ce que vous disiez 
                de votre aigle.
 - De notre aigle, reprit Coclès.
 - J'étais si convaincu, dit Prométhée.
 - C'est pourquoi vous le convainquîtes... votre parole était 
                très vive...
 - Je pensais qu'on n'écoutait pas... j'insistais... si 
                j'avais su qu'il écoutait...
 - Qu'eussiez-vous dit?
 - La même chose, balbutia Prométhée.
 Le Prométhée mal enchainé
 Quizá no haya producido nuestro tiempo otra figura literaria 
                más compleja y elusiva que la de André Gide. Porque 
                lo que constituye su mayor atracción es precisamente su 
                ambigüedad misma; o quizá sea mejor decir: la pluralidad 
                de sus faces (18). Todavía se está demasiado cerca 
                para pretender definir su importancia en las letras contemporáneas. 
                Sin duda alguna, el hechizo de su personalidad no desaparecerá 
                totalmente, pero es posible prever ya que otras generaciones no 
                estén tan dispuestas a deletrear sus fábulas o a 
                rastrear sus confesiones con la misma devoción (y el mismo 
                placer) que las de este medio siglo. Esto no significa que hoy 
                sea necesario aceptar todo Gide. Mucho antes de que hubiera culminado 
                su carrera era posible distinguir la caducidad creciente de alguna 
                de sus creaciones. Las mismas Nourritures Terrestres (tan 
                explosivas, de tan larga proyección hasta la primera postguerra) 
                habían perdido mucho de su fascinación al imponerse 
                su mensaje; tiempos más duros estilísticamente se 
                habían apartado de sus elaborados entusiasmos. Ya en 1931 
                algún crítico (y discípulo) podía 
                señalar su impaciencia ante un estilo que había 
                llegado a agotar las posibilidades del claroscuro. Hasta su mismo 
                Journal (creación sin paralelo en las letras occidentales), 
                había perdido su tensión; sus estimulantes elipsis 
                aparecían sustituídas sin ventaja por un fatigoso 
                repasar lo dicho, por el parcial ablandamiento de la edad. El 
                mismo Gide lo advirtió y resolvió clausurarlo con 
                estas amargas palabras: "Ces lignes insignifiantes datent 
                du 12 juin 1949. Tout m'invite à croire qu'elles seront 
                les dernières de ce Journal." Pero no es la previsible caducidad de una parte de la obra de 
                un escritor lo que determina su vigencia, su sobrevida. ¿Quién 
                lee hoy Clavijo, Los tratos de Argel, De Monarchia? 
                Bastaría la salvación del Journal o de Thésée, 
                de Les Caves du Vatican o de Les Faux-monnayeurs, 
                para asegurar la duración de esta obra, su eternidad. ("Le 
                problème, pour moi, n'est pas: comment réussir? 
                mais bien: comment durer? Depuis longtemps, je ne prétends 
                gagner mon procès qu'en appel. Je n'écris que pour 
                être relu.") Hay otra forma de supervivencia; la 
                de un mensaje o un ejemplo. No todo lo que Gide afirmó 
                puede parecer valedero. Gran parte de sus formulas sólo 
                sirvieron para expresar un conflicto intransferible (todo lo que 
                se refiere a la pederastia, por ejemplo); sólo fueron hipótesis 
                de trabajo (o de vida) que el investigador desecha al superarlas. 
                Pero algunas de sus afirmaciones trascienden la circunstancia. 
                Por ejemplo, ésta del prefacio a L'immoraliste: "Jette 
                mon livre; dis-toi bien que ce n'est là qu'une des 
                mille postures possibles en face de la vie. Cherche la tienne. 
                Ce qu'un aurait aussi bien fait que toi, ne le fais pas. Ce qu'un 
                autre aurait aussi bien dit que toi, ne le dis pas, aussi bien 
                écrit que toi, ne l'écris pas. Ne t'attache en toi 
                qu'à ce que tu ne sens qu'en toi même, et crée 
                de toi, impatiemment ou patiemment, ah! le plus irremplaçable 
                des êtres." O por ejemplo, la que se ilustra no 
                con textos sino con toda la carrera de Gide: la valentía 
                en sostener sus convicciones. En este terreno intelectual se libró la lucha de Gide. 
                Esto bastaría para explicar su prolongada influencia. Mientras 
                sus coetáneos (Benda o Valéry, Claudel o Suarès) 
                quedaron fijados en actitudes de su madurez, sin alcanzar el mundo 
                de la guerra total, incapaces de renovación, rígidos 
                e incomprensibles como dioses de un Olimpo abolido, Gide preservó 
                su espontaneidad y su fascinación. Al no aceptar sus soluciones 
                anteriores, al replantear cada vez todo problema desde el principio, 
                dejó una enseñanza mucho más profunda de 
                la de un sistema o la de una fórmula general: la enseñanza 
                de un rigor y la necesidad de lucidez y verdad; la enseñanza 
                de no renunciar; la imagen del artista como un guerrillero. La muerte lo encontró octogenario pero vigoroso, fijado 
                en una madurez, en una objetividad rica de los combates librados 
                (victorias o derrotas, poco importa), amonedado en su definitiva 
                imagen: un liberador. " 1. Estas palabras de Le Prométhie mal 
                enchaini, vividas luego por Lafcadio en Les Caves du Vatican, 
                han sido precisadas (y criticadas) por Gide en estos términos: 
                -Un acte gratuit... Entendons-nous. Je n'y crois pas du tout 
                moi-même, à l'acte gratuit, c'est-à-dire à 
                un acte qui ne serai motivé par rien. Cela est essentiellement 
                inadmissible. Il n'y a pas d'effets sans causes. Les mots "acte 
                gratuit" sont une étiquette provisoire qui m'a paru 
                commode pour désigner les actes qui échappent aux 
                explications psychologiques ordinaires, les gestes que ne détermine 
                pas le simple intérêt personnel (et c'est dans ce 
                sens, en jouant un peu sur les mots, que j'ai pu parler d'actes 
                désintéssés)."2. En privado, en cambio, era más explícito. En 
                carta a Paul Claudel le comunica el proyecto original: "Une 
                revue se fonde ici dont je ne prends pas officiellement la direction... 
                mais c'est tout comme, et c'est mieux-car je laisse l'apparence 
                de la direction à trois amie plus jeunes, actifs et dévoués 
                de coeur et d'esprit à la tache de rédaction littéraire 
                que nous assumons".
 3. En obras anteriores (L'immoraliste, Saül) el tema 
                de la pederastia se había insinuado con bastante claridad, 
                según ha señalado oportunamente François 
                Porché; pero sólo cae la máscara en Corydon 
                (publicado, incompleto, en una edición no venal de doce 
                ejemplares en 1911; ampliado y en una tirada, sin nombre autor 
                ni editor, de veintiún ejemplares en 1920; entregado al 
                público por la NRF en 1924) y en Si le grain 
                ne meurt (doce ejemplares sin nombre de editor en 1920; edición 
                venal en 1926, NRF). La misma precaución bibliográfica 
                puede advertirse con Numquid et tu?, publicado por vez 
                primera, sin nombre de autor ni editor, en 1922; reeditado por 
                J. Schiffrin, en edición de tirada limitado, en 1926; en 
                edición venal recién en 1939, al reintegrarse al 
                Journal (NRF).
 4. Según cuenta Du Bos (Journal, vol. IV, marzo 
                19, 1928) el mismo Gide le confesó haber escrito Si 
                le grain ne meurt sólo para mostrar su pederastia y 
                hasta el momento en que ésta interviene (asegura Du Bos) 
                "estaba tan poco impulsado por una necesidad que con arbitrariedad 
                verdadera recogía ciertas cosas y dejaba caer otras, preocupado 
                únicamente de alcanzar el momento del relato en que partía 
                a Argelia".
 5. La importancia que se concede aquí a Corydon 
                no implica el reconocimiento de su excelencia. El mismo Gide (en 
                el Journal especialmente) ha denunciado su insatisfacción 
                y ha apuntado algunas censuras al procedimiento dialéctico 
                (de diálogo socrático en más de un sentido) 
                que creyó conveniente adoptar. Tampoco parece necesario 
                advertir que ese mismo reconocimiento no implica aprobación 
                de su tesis. Para un heterosexual resulta casi imposible el esfuerzo 
                de objetividad necesario para creer en la sinceridad (o en la 
                inteligencia) de Gide cuando sostiene los beneficios sociales 
                de la pederastia. Esta ceguera (explicable por otra parte) le 
                ha hecho mucho daño y ha pretextado abundantemente los 
                ataques nada útiles de católicos y stalinistas. 
                Hasta su amigo Du Bos, tan patéticamente desprovisto de 
                toda ironía, se permitió algunos sarcasmos con respecto 
                a los mártires de la pederastia.
 6. Aunque equivocado en el detalle, Du Bos había visto 
                claro al escribir en su Dialogue avec A. G.: "En ninguna 
                parte, repito, Gide intenta probar la existencia de Dios; pero 
                toda su obra implica su existencia, y quizá hasta debía 
                decir que la postula".
 7. En una carta de Claudel a Gide ocurre esta frase tan reveladora: 
                "Naturalmente, os enviaré localidades, si queréis 
                sobreponeros, por mí, a vuestra aversión al teatro". 
                (diciembre 8, 1912).
 8. Esta distinción muestra claramente que su defensa del 
                homosexualismo se reduce, en verdad, a una apología de 
                la pederastia; también muestra que su liberación 
                sexual no excluye el mismo tipo de intolerancia por los invertidos 
                que los heterosexuales demuestran por toda clase de homosexuales. 
                En el Journal hay muchos textos complementarios (especialmente 
                los que se refieren a Proust).
 9. En una carta de enero de 1911 le dice Jacques Rivière: 
                "¡Ah ! qué bien os
 comprendí cuando, en Cuverville, me hablasteis de esa necesidad 
                de ser amado..."
 10. Otro testimonio, también de Du Bos, en una carta a 
                Gide de noviembre de 1922: "Sinceramente -y lo siento 
                cada vez más- os habéis convertido, para mí 
                en ese amigo único al que es natural abrir todas las profundidades 
                que se disimulan a los demás, que siempre comprende, siempre 
                adivina y anticipa". (El subrayado es mío.)
 11. La endopatía es condición esencial del novelista; 
                por eso Mme. Claude-Edmonde Magny subraya la importancia que tienen 
                para Gide unas frases de Thibaudet que casi usó como epígrafe 
                de Les Faux-monnayeurs: "El novelista auténtico 
                crea a sus personajes con las infinitas direcciones de su vida 
                posible; el novelista ficticio los crea con la línea única 
                de su vida real. El genio de la novela hace vivir lo posible, 
                no hace revivir lo real". Y comenta con tino la autora 
                de Histoire du roman français: "Este texto le revela 
                la razón profunda de esta obstinada vocación de 
                novelista que siente en sí mismo: actualizar todas sus 
                posibilidades, realizarse en todas las direcciones que la vida 
                efectiva ha debido sacrificar necesarimente..."
 12. Quizá no hay mejor ejemplo de su reticencia que el 
                silencio en torno de su hija Catherine, habida de una relación 
                extramarital, y a la que Gide no se ha referido, ni en su Journal, 
                hasta la muerte de su esposa. En la mediocre biografía 
                de Klaus Mann (1942) hay alguna indicación complementaria.
 13. En muchos lugares de su obra habla Gide (con extraordinaria 
                agudeza) del demonio y de su intervención no sólo 
                en la conducta sino en la creación estética. Sus 
                críticos católicos (desde el energuménico 
                Massis hasta Du Bos y Mme. Magny) no han vacilado en tomar al 
                pie de la letra estas "confidencias". Parece 
                más razonable creer que se trata de una voluntaria mistificación 
                de Gide; que su demonio se parece más al ilustre daimon 
                goetheano que al urbano caballero que visita a lvàn 
                Karamazov en las postrimerías de la compleja novela de 
                Dostoievski.
 14. Al trazar un retrato psicológico de Gide habría 
                que subrayar su inequívoca condición de desconfiado 
                ("Pour moi qui, par méthode et par témperament, 
                m'attende toujours au pire, protégeant de cette façon 
                mon optitmisme et faisant bonheur de tout l'en-deçà....", 
                confiesa en el Journal.) Es cierto que es virtud cardinal 
                del crítico; pero eso sólo no explica que en todos 
                sus retratos muestren los ojos esa sospecha, esa infatigable inquisición, 
                por más que la politesse intervenga para suavizar las cosas.
 15. Aunque el Journal dice mucho, no dice todo, según 
                se ha visto. El propio Gide ha apuntado algunas limitaciones en 
                la carta-prólogo al libro de Klaus Mann (por ejemplo, la 
                omisión de toda referencia a Heine o a Franz Kafka). En 
                el mismo Journal se incluye esta declaración: "Trop 
                souvent, par négligence ou paresse, j'ai négligé 
                de porter dans ce carnet le signe d'une évolution de ma 
                pensée; et par là mon Journal me trahit, gardant 
                trace passagère d'un sentiment et nul reflet de ce sentiment 
                lorsque les événements l'avaient modifié, 
                parfois d'une manière définitive. C'est ainsi que 
                certains ont pu croire que je n'aimais point Rome parce que j'avais 
                dit d'abord que Je m'y ennuyais, puis laissé sans mention 
                les jours exquis et studieux que j'y al vécus par la suite." 
                (Alguna desdichada repetición, al comienzo de este pàrrafo, 
                habri moutrado al lector atento de que se trata del Gide anciano; 
                el del 8 de abril de 1941, para ser precisos.)
 16. Valdría la pena quizá trazar un paralelo entre 
                estos dos rigurosos coetáneos (Rodó era dos años 
                menor) que pasaron, cada uno encerrado en su circunstancia, sin 
                conocerse. En ambos es posible indicar una semejante concepción 
                ético-estética (Rodó la desarrolla en Ariel) 
                que traiciona el común origen simbolista. En ambos es posible 
                apuntar coincidencias fundamentales: el mensaje de la despedida 
                de Gorgias encuentra eco en la conocida frase de L'immoraliste: 
                "Jette mon livre..."; la imagen de Proteo les 
                sirve para enmascarar (objetivar) una condición 
                psicológica común; ambos creen en el fervor, en 
                la infinita multiplicidad del alma; ambos practicaron en su crítica 
                la endopatía; ambos preservaron el sagrado del alma (recuérdese 
                la parábola del rey hospitalario y las reticencias afectivas 
                de Gide.) Coinciden hasta en detalles menores: una común 
                desconfianza por Pascal que no disminuye la admiración 
                y el respeto. No se debe exagerar, sin embargo, esta aproximación. 
                No sólo porque la diferencia de ambientes y la diferente 
                longevidad los separan; hay tantas otras cosas de las que quiero 
                señalar ahora una sola: Rodó nunca alcanzó 
                la liberación carnal. Su timidez lo condenó a la 
                represión, a las relaciones clandestinas, al sórdido 
                desquite europeo. Este capítulo de su vida, sobre el que 
                pasan como sobre ascuas los hagiógrafos, ayudaría 
                a iluminar el contraste entre su prédica de liberador y 
                su existencia solitaria, enclaustrada.
 17. La cohabitación dentro de Gide de un crítico 
                y un creador ha provocado muchas explicaciones de las que la mejor 
                quizás sea la de Fernández : "Nuestra inteligencia 
                es la que, por lo general, ejerce la función crítica, 
                a menudo contra nuestra sensibilidad, la que, más rígida 
                y más maciza, resiste, se afirma como un bloque, defiende 
                su nebulosa. En Gide, por el contrario, es la sensibilidad la 
                que se disocia, hasta diría: se analiza a sí misma 
                espontáneamente. "
 18. En alguna parte ha exclamado Gide: "Ne me comprenez 
                pas si vite, je vous en prie". Esta suspensión 
                del juicio, tan patéticamente solicitada, no responde a 
                un deleite narcisista de morosa contemplación. Responde 
                al convencimiento de que todo juicio instantáneo, toda 
                rígida definición, sólo pueden mutilar su 
                verdadera y cambiante realidad. No es éste el único 
                escollo que ofrece su obra casi peor es la abundancia desorientadora 
                de los documentos acumulados por él mismo (memorias, diarios, 
                cartas) o por devotos investigadores: R. G. Nóbécourt 
                ha rastreado sus orígenes familiares, rectificando hasta 
                errores del propio Gide (Les Nourritures Normandes d'A. G., 
                1949); Robert Mallet ha editado, como si se tratara de clásicos, 
                la correspondencia con Francis Jammes (1893-1938) y con Paul Claudel 
                (1899-1926); Ivonne Duvet en Autour des Nourritures Terrestres 
                (Histoire d'un livre, 1948) ordenó una documentación 
                incomparable, abrumadora. Si a esto se suman los estudios (apologéticos 
                o encarnizados) que desde Leon-Pierre Quint y Jacques Rivière 
                hasta Julien Benda y Göran Schildt se han ido acumulando 
                de manera alarmante, se comprende fácilmente que su bibliografía 
                pueda ser a la vez, fuente de regocijo para los eruditos y masa 
                ingobernable para el mero aficionado, su profundo conocimiento 
                exige ya una especialización que no se distingue de la 
                que, hace siglos, merece un Cervantes, un Racine o un Alexander 
                Pope. Vale decir: un clásico."
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