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             "Jorge Luis Borges y la literatura fantástica" 
              En Número, año 1, nº 5, noviembre-diciembre 
              1949 
              p. 448-454 
              
            "Quizá la manera más eficaz de acceder al mundo 
              literario que cubre el nombre de Jorge Luis Borges sea aceptar, 
              de una vez por todas, que constituye una literatura dentro de otra 
              literatura. En efecto, la literatura de Borges no es sólo 
              un capítulo o una tendencia o un gran momento dentro de la 
              literatura argentina (e hispanoamericana) contemporánea. 
              Es toda una literatura, con su pluralidad de géneros, desde 
              la lírica a la crítica; con sus evidentes períodos, 
              desde la renovación criollista del 20 hasta la fantasía 
              arqueológica de hoy; con sus corrientes opuestas y hasta 
              excluyentes, desde el versolibrismo ultraísta hasta el neoclasicismo 
              de sus últimos poemas. Una literatura que 
              tiene su estilística propia, su metafísica y hasta 
              sus apócrifos (1). Una literatura que 
              no por estrechamente limitada es menos rica.(2) 
            Para acceder con éxito a esa literatura o, como en 
              este caso, a una zona de la misma no hay guía más 
              segura que la que ofrece la propia obra crítica de Borges. 
              El infrecuente rigor de esta crítica, su constante originalidad, 
              su inagotable riqueza, permitirán un mejor conocimiento de 
              los presupuestos de su misma creación. Por eso, en esta nota, 
              he aplicado a su propia obra algunos enfoques de 
              Borges sobre literatura fantástica. (3) 
              
            I 
             
              Hay quienes juzgan que la literatura fantástica es 
                un género lateral; sé que es el más antiguo, 
                sé que, bajo cualquier latitud, 1a cosmogonía y 
                la mitología son anteriores a 1a novela de costumbres. 
                (J. L. B., 1945.) 
             
            La literatura fantástica no es invención de nuestro 
              siglo. Sin embargo, por ser un género que se ha adoptado 
              últimamente con vigor polémico, presentándolo 
              como superación del fatigado realismo, parece más 
              nuestro. Pero Borges tiene razón cuando señala que 
              toda ficción (que toda literatura) fué en principio 
              fantástica, y que el realismo es creación del siglo 
              pasado. Y aunque no se comparta totalmente su afirmación 
              de la decadencia del realismo (especialmente en la novela), no puede 
              dejarse de advertir que durante todo este siglo se ha intentado 
              trascender, con mil astucias, su óptica. 
            Al examinar la literatura fantástica encuentra Borges cuatro 
              grandes procedimientos que se presentan desde los primeros tiempos 
              y que permiten al creador destruir no sólo el realismo de 
              la ficción sino la misma realidad. Ellos son: la obra de 
              arte dentro de la misma obra; la contaminación de la realidad 
              por el sueño; el viaje en el tiempo; el doble. 
            El procedimiento de la obra dentro de la obra está ya en 
              el Quijote: en la segunda parte los protagonistas han leído 
              el Quijote de 1605; está también en Hamlet: 
              los cómicos representan ante la corte una tragedia que tiene 
              gran semejanza con la de Hamlet. Pero es posible rastrearlo 
              antes del Barroco. En la Eneida (libro I) el héroe 
              troyano contempla en Cartago unas pinturas en las que se muestra 
              la destrucción de Troya, de la que acaba de escapar, y se 
              reconoce mezclado entre los príncipes aqueos. Y antes, 
              en la Ilíada, modelo de Virgilio, Helena borda un 
              doble manto de púrpura cuyo tema es el mismo del poema: el 
              combate de troyanos y aqueos por la posesión de Helena (canto 
              III). En estos ejemplos (y en otros que Borges propone) puede advertirse 
              que la misma obra literaria postula la realidad de su ficción 
              al introducirse en el mundo que sus personajes habitan. Borges no 
              ha descuidado el empleo de este procedimiento. Pero no se ha limitado 
              a trasladarlo tal como se lo ofrecía la tradición 
              literaria; lo ha invertido. En vez de testimoniar la realidad de 
              su cuento por la presencia de la misma obra de arte, ha introducido 
              en sus relatos más inauditos la realidad contemporánea 
              del lector. Así, por ejemplo, para evitar toda discusión 
              sobre la existencia de una enciclopedia apócrifa que permite 
              conocer a Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, compromete a su 
              amigo Bioy Casares en el descubrimiento y luego transcribe las opiniones, 
              también apócrifas, de Carlos Mastronardi, Ezequiel 
              Martínez Estrada, Pierre Drieu La Rochelle, Alfonso Reyes, 
              Xul Solar, Enrique Amorím, Néstor Ibarra. (Años 
              antes había citado juicios de T. S. Eliot y de Phillipe Guedalla 
              sobre un libro inexistente.) En otra variante de este recurso, utiliza 
              a esos u otros amigos como personajes (secundarios, es claro) de 
              sus ficciones: Pedro Leandro Ipuche y Bernardo Haedo en Funes 
              el memorioso; Patricio Gannon y yo en La otra muerte. 
              Una tercera variante le permite decretar que la ficción ya 
              ha sido creada por otro escritor, también ficticio, y se 
              reduce a comentarla bajo la humilde apariencia de 
              reseña bibliográfica o la más grave de necrológica: 
              El acercamiento a Almótasim, (4)Examen 
              de la obra de Herbert Quain, Pierre Menard, autor del "Quijote". 
              En todos los casos, un pedazo irrefutable de la realidad aparece 
              injertado en la ficción; aparece lastrándola de realidad. 
            El procedimiento de introducir imágenes del sueño 
              que alteran la realidad ha sido explotado por el folklore de todos 
              los pueblos; también, magistralmente, por Coleridge en una 
              nota que dice: Si un hombre atravesara el Paraíso en un 
              sueño, y 1e dieran una flor como prueba de que había 
              estado ahí, y si al despertar encontrara 
              esa flor en su mano... ¿entonces, qué? (5) 
              En uno de sus cuentos de más minuciosa elaboración, 
              Las ruinas circulares, Borges juega con el impreciso límite 
              entre la realidad y el sueño: un asceta o místico 
              de la India decide soñar un hombre e interpolarlo en la realidad. 
              Después de muchas vigilias y de algunas horas dedicadas al 
              sueño consigue crearlo. Un solo signo delatará su 
              condición irreal: será inmune al fuego. Más 
              tarde, un incendio amenaza la vida del asceta. Quiere huir; atraviesa 
              el fuego: con alivio, con humillación, con 
              terror, comprendió que él también era una apariencia, 
              que otro estaba soñándolo. (6) 
            La flor de Coleridge, combinada con otro recurso el viaje 
              en el tiempo, ha engendrado otras ficciones famosas como 
              el mismo Borges lo apunta. Así, por ejemplo, en The 
              Time Machine de H. G. Wells, el protagonista viaja hacia el 
              porvenir y trae una flor marchita. (Borges comenta: Más 
              increíble que una flor celestial o que la flor de un sueño 
              es 1a flor futura, la contradictoria flor cuyos átomos ahora 
              ocupan otros lugares y no se combinaron aún.) Y Henry 
              James, que conocía el texto de Wells, propone una versión 
              más fantástica en The Sense of the Past: un 
              retrato que data del siglo XVIII representa misteriosamente al protagonista, 
              quien fascinado por la tela logra trasladarse a la fecha en que 
              fué pintada y consigue que el pintor, tomándolo como 
              modelo, comience la obra. James crea, así, dice Borges, 
              un incomparable "regressus in infinitum", ya que su 
              héroe, Ralph Pendrel, se traslada al sig1o XVIII porque lo 
              fascina un viejo retrato, pero ese retrato requiere, para existir, 
              que Pendrel se haya trasladado al siglo XVIII. La causa es posterior 
              al efecto, el motivo del viaje es una de las consecuencias del viaje. 
            Borges ha utilizado, también, la fantasía temporal. 
              Por ejemplo, en El milagro secreto el tiempo real queda suspendido 
              mientras fluye para el protagonista un año mental; en Funes 
              la memoria estratifica el tiempo: ni uno solo de sus segundos se 
              pierde, todos quedan registrados en la inhumana vigilia del memorioso; 
              El Inmortal (bosquejo de ética para inmortales) está 
              señalando desde el título una derrota del tiempo. 
              Dejé para el final el más audaz: La otra muerte, 
              donde la voluntad de un hombre opera un milagro, le permite remontar 
              la corriente del tiempo y alterar una cobardía pasada de 
              la que se arrepintió toda la vida. 
            El último procedimiento, el de los dobles, abunda en ejemplos 
              ilustres. Borges recuerda dos: uno de los cuentos de Poe, William 
              Willson; una narración de James, The Jolly Corner, 
              que presenta la sugestiva variante de referirse a un doble que habita 
              no un tiempo real sino un tiempo posible. Este procedimiento cuenta 
              con la predilección de Borges. Hay tres cuentos que lo ensayan. 
              (Parece ocioso aclarar que siempre con curiosas variantes.) En Tres 
              versiones de Judas se sustituyen rápidamente las teorías 
              sobre la traición hasta concluir con la más fascinante: 
              Dios no se encarnó en Cristo, el perfecto, sino en Judas, 
              el traidor. En realidad, más que una blasfemia o una herejía 
              barroca lo que propone Borges es la identificación final 
              de Judas y Cristo. El procedimiento aparece explícito y desnudo 
              en El tema del traidor y del héroe, donde el jefe 
              de una conspiración resuelve traicionar a sus cómplices. 
              Éstos se enteran y deciden matarlo, pero de manera que la 
              causa se fortalezca. Lo obligan a jugar el papel de víctima, 
              de héroe, en un atentado simulado. En Los teólogos, 
              una elaborada recreación arqueológica que, felizmente, 
              tolera el buen humor, recubre el procedimiento: un teólogo 
              logra la completa destrucción (por el fuego) de un rival. 
              Al morir descubre que para Dios ambos son la misma persona. En cualquiera 
              de los tres ejemplos Borges ha preferido imaginar no dos personas 
              idénticas sino dos personas aparentemente opuestas pero complementarias. 
              En algún caso (en el segundo) ni siquiera es necesario que 
              haya dos personas; bastan distintos enfoques de la misma. (Otro 
              cuento especula con el cambio de enfoque, La forma de la espada, 
              en que la despreciable delación de un hombre es contada por 
              él mismo como si él fuera el traicionado.) 
              
            II 
             
              Sueños y símbolos e imágenes atraviesan 
                el día; un desorden de mundos imaginarios confluye sin 
                cesar en e1 mundo; nuestra propia niñez es indescifrable 
                como Persépolis o Uxmal. (J. L. B., 1946) 
             
            Quizá el error más grueso que pueda cometer un lector 
              de Borges sea el de suponer que sus ficciones se agotan después 
              de examinados sus procedimientos. Es decir: que son únicamente 
              construcciones artificiosas, sin ningún cometido. El mismo 
              Borges se ha encargado de tolerar esa injusticia. Algunas veces 
              ha señalado que son juegos de la inteligencia como 
              si sólo fueran eso. Sin embargo, él no ignora 
              (y por el contrario lo ha declarado públicamente) que la 
              literatura fantástica se vale de ficciones para expresar 
              una visión de la realidad. En suma: toda esa literatura está 
              destinada a ofrecer metáforas de la realidad, 
              por 1as que el escritor quiere trascenderla, no evadirse a un territorio 
              impune. (7) Tómese el caso (indicado por 
              el mismo crítico) de The Invisible Man de H. G. Wells 
              y de Der Prozess de Franz Kafka. Ambas obras plantean el 
              mismo tema: la soledad del hombre, su incomunicabilidad última, 
              pero utilizan distintos procedimientos narrativos. Una es una fantasía 
              científica, contada en términos de minucioso realismo; 
              la otra es una pesadilla que conserva su irrealidad, su angustia, 
              pese a estar expuesta con detalles de la más penosa o trivial 
              materialidad. 
            Del mismo modo, pueden reducirse las ficciones 
              de Borges a constantes temas humanos. (8) Así 
              por ejemplo, Pierre Menard, Averroes, La biblioteca de Babel, 
              El milagro secreto, La escritura del Dios, demuestran, de muy 
              variada manera, la vanidad final de todo esfuerzo, la locura de 
              la erudición, de la filosofía, del arte. El tema 
              del traidor y del héroe, Tres versiones de Judas, ejemplifican 
              la imposibilidad de un deslinde total entre el Bien y el Mal. La 
              Biblioteca de Babel, La lotería en Babilonia, La escritura 
              del Dios, El Aleph, presentan variantes del azar que rige este 
              mundo caótico. (En El muerto se ofrece una reducción 
              a escala del destino individual.) Examen de la obra de Herbert 
              Quain, El jardín de senderos que se bifurcan, La muerte y 
              la brújula, La casa de Asterión, proponen una 
              imagen del universo que se confunde, por su bifurcación, 
              por su simetría, con un laberinto. 
            En el centro de estas ficciones hay un mensaje nihilista 
              que no es difícil formular: el mundo coherente que creemos 
              vivir, gobernado por la razón y fijado en inmutables categorías 
              morales e intelectuales, es una invención de los hombres 
              que se superpone a la realidad absurda, caótica 
              como la caprichosa creación de Tlön, obra de 
              sabios también, se superpone a esta realidad legislada. O 
              para decirlo con sus propias palabras: ¿Cómo no 
              someterse a Tlön? a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta 
              ordenado? Inútil responder que la realidad también 
              está ordenada. Quizá lo esté, pero de acuerdo 
              a leyes divinas traduzco: a leyes inhumanas que no acabamos 
              nunca de percibir. 
              
            III 
            
              Esta vocación de vivir que nos impone las elecciones 
                ominosas de la pasión, de la amistad, de la amistad, de 
                la enemistad, nos impone otra de menos responsable importancia: 
                la de resolver este mundo. (J. L. B, 1928) 
             
            Todavía hay una última etapa. El mensaje recogido 
              no basta. Y aunque supone una lectura mucho más profunda 
              de Borges, no alcanza a tocar el centro de su literatura, de su 
              mundo. Este universo no es, en verdad, caótico, y este escritor 
              no es, en verdad nihilista. La concepción caótica 
              y nihilista se refiere sólo al mundo aparencial. Pero si 
              se es capaz de trascender la corteza y examinar gravemente nuestra 
              realidad, podrá descubrirse otra perspectiva. Para ello es 
              posible guiarse por las revelaciones contenidas 
              en Nueva refutación del Tiempo, librito de 1947.(9) 
              Allí escribe Borges: Berkeley negó que hubiera 
              un objeto detrás de los sentidos; Hume, que hubiera un sujeto 
              detrás de la percepción de los cambios. Aquél 
              había negado la materia, éste negó el espíritu; 
              aquél no había querido que agregáramos a la 
              sucesión de impresiones la noción metafísica 
              de materia, éste no quiso que agregáramos a la sucesión 
              de estados mentales la noción metafísica de un yo. 
            Prolongando entonces a estos negadores del espacio y del yo, Borges 
              niega el tiempo, y razona: Fuera de cada percepción (actual 
              o conjetural) no existe la materia; fuera de cada estado mental 
              no existe el espíritu; tampoco el tiempo existiría 
              fuera de cada instante presente. Es decir que para él 
              vivimos en un eterno presente. O como escribe Schopenhauer, en palabras 
              que el mismo Borges cita: Nadie ha vivido en el pasado, nadie 
              vivirá en el futuro; el presente es la forma de toda vida, 
              es una posesión que ningún mal puede arrebatarle. 
            Esta convicción no es sólo producto de una especulación. 
              El mismo libro nos permite conocer una experiencia en que Borges 
              vivió la eternidad. Aparece contada en el fragmento titulado 
              Sentirse en muerte de 1923. Borges recorre, feliz, la noche 
              del suburbio porteño. Se detiene a contemplar una tapia rosada. 
              Me quedé mirando esa sencillez. Pensé, con seguridad 
              en voz alta: Esto es lo mismo de hace treinta años ... Conjeturé 
              esa fecha: época reciente en otros países, pero ya 
              remota en este cambiadizo lado del mundo. Tal vez cantaba un pájaro 
              y sentí por él un cariño chico, de tamaño 
              de pájaro; pero lo más seguro es que en ese ya vertiginoso 
              silencio no hubo más ruido que el también intemporal 
              de los grillos. El fácil pensamiento "Estoy en mil ochocientos 
              y tantos" dejó de ser unas cuantas aproximativas palabras 
              y se profundizó a realidad. Me sentí muerto, me sentí 
              percibidor abstracto del mundo: indefinido temor imbuído 
              de ciencia que es la mejor claridad de la metafísica. No 
              creí, no, haber remontado las presuntivas aguas del Tiempo; 
              más bien me sospeché poseedor del sentido reticente 
              o ausente de la inconcebible palabra "eternidad". Sólo 
              después alcancé a definir esa imaginación. 
              La escribo, ahora, así: Esa pura representación de 
              hechos homogéneos noche en serenidad, parecita límpida, 
              olor provinciano de la madreselva, barro fundamental no es 
              meramente idéntica a la que hubo en esa esquina hace tantos 
              años; es, sin parecidos ni repeticiones, la misma. El tiempo, 
              si podemos intuir esa identidad, es una delusión: la indiferencia 
              e inseparabilidad de un momento de su aparente ayer y otro de su 
              aparente hoy, basta para desintegrarlo. 
            Un idealismo que lleva sus conclusiones más lejos que Berkeley, 
              Hume y Schopenhauer, tal es la cosmovisión que encierran 
              estas ficciones. A esta luz todo cambia. El tema del doble adquiere 
              nuevo significado; no se trata en verdad, de un doble ya que todos 
              los hombres son el mismo hombre y hay un solo hombre. (En la fantasía 
              arqueológica que se titula El inmortal se despliega 
              con abundantes detalles y felicidad estilística el tema.) 
              Y los juegos con el tiempo presentan otro sentido, mientras que 
              sus últimas ficciones, que muestran a Borges habitado por 
              éxtasis y revelaciones por ejemplo, El testigo 
              (en Dos fantasías memorables) o El Aleph y 
              El Zahir manan enceguecedora luz al mostrarse como 
              metáforas, patéticas o burlescas, de aquella intuición 
              fundamental de la eternidad, del cese del Tiempo, que golpeó 
              a Borges una noche de 1928 en una calle del suburbio porteño." 
            
 
            
            1. Con Adolfo Bioy Casares y bajo distintos seudónimos 
              ha compuesto Borges tres volúmenes de eficaz parodia: uno 
              de cuentos policiales adjudicado a H. Bustos Domecq (Seis problemas 
              para don Isidro Parodi, 1942); otro atribuido al mismo, de éxtasis 
              burlescos. (Dos fantasías memorables, 1946); y una novela 
              policial, firmada por un discípulo de Bustos Domecq, B. Suárez-Lynch 
              (Un modelo para la muerte, 1946). La vocación por lo apócrifo 
              los llevó a intentar también, para estos dos últimos 
              libros, una imprenta: Oportet & Haereses. Sobre estas ficciones 
              publiqué un largo artículo en Clinamen, Año 
              1, nº 3, Montevideo, julio-agosto 1947. Volver 
            2. Si Borges perteneciera a la literatura inglesa 
              ocuparía, sin disputa, un lugar junto a Charles Lamb, a Hazlitt, 
              a Carlyle, a De Quincey, a Stevenson. En las letras hispanoamericanas 
              no hay todavía sitio para esos clásicos deliberadamente 
              menores. Se es Sarmiento (se trata de ser Sarmiento) o nadie. 
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            3. Utilizo, especialmente, la conferencia que dictó 
              el 2 des setiembre "Amigos del Arte". (Véase el 
              resumen de Carlos Alberto Passos en El País, Montevideo, 
              setiembre 3 de 1949) Sobre el tema pueden consultarse dos valiosos 
              trabajos de Borges: La flor de Coleridge en La Nación , Buenos 
              Aires, setiembre 23 de 1945; Magias parciales del Quijote, en La 
              Nación, Buenos Aires, noviembre 6 de 1949. Las narraciones 
              de Borges están recogidas, principalmente, en tres volúmenes: 
              El jardín de senderos que se bifurcan (Buenos Aires, Sur, 
              1941) presenta ocho; Ficciones (Buenos Aires, Sur, 1944) incorpora 
              esas ocho y agrega seis; El Aleph (Buenos Aires, Losada, 1949) publica 
              trece nuevas. Volver 
            4. Este cuento es quizá, el primer ensayo 
              de Borges en el género fantástico. Fué publicado, 
              como nota bibliográfica, en un volumen de ensayos: Historia 
              de la eternidad, 1936. Después fue incorporado a El jardín 
              y a Ficciones. Volver 
            5. La traducción es de Borges. Véase 
              el citado ensayo, La flor de Coleridge. Volver 
            6. Este cuento no proviene de Coleridge, sino lejanamente 
              de Lewis Carroll, como puede verificarlo quien se moleste en consultar 
              la página 29 de Inquisiciones, 1925. Volver 
            7. Por eso, el mismo Borges ha rechazado las ficciones 
              de muchos que se valen irresponsablemente de la literatura fantástica 
              para justificar cualquier delirio. Volver 
            8. De Funes el memorioso escribió Borges en 
              el prólogo de Ficciones que es una larga metáfora 
              del insomnio. Igualmente podría haber escrito que La casa 
              de Asterión es una delicada metáfora de la autocrítica. 
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            9. Fue publicado en Buenos Aires, por Oportet & 
              Haerses, en edición no venal. (Véase mi reseña 
              en Marcha, Montevideo, noviembre 14 de 1947.) Volver 
              
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