|   | Inmortalidad de G. B. S.En: Número, nº 10-11, setiembre-diciembre 1950
 p. 581-593
 I "La muerte de George Bernard Shaw -el ingreso de G. B. S. 
                en la posteridad- ha desencadenado en la prensa inglesa un flujo 
                de obituarios, resúmenes y definiciones que, en muchos 
                casos, y como alguien señaló agudamente, tienen 
                el inconfundible aspecto de recalentados, habiendo estado 
                tanto tiempo, en el cajón de necrológicas. La muerte 
                (y la apoteosis) de Shaw se venía esperando de un momento 
                a otro. Y no me refiero sólo a estos dos meses de calculado 
                suspenso con que el azar quiso dramatizar sus últimos días. 
                Cada nuevo aniversario decretaba, pese a una premeditada jovialidad, 
                el mismo tono de recordación póstuma. Y mientras 
                tanto acrecía el número de volúmenes que 
                sus allegados, material y espiritualmente, publicaban cada año. 
                Después del G. B. S. 90 (1946), volumen colectivo 
                editado por el ambicioso S. Winsten, después de una espléndida 
                colección de fotografías: Bernard Shaw through 
                the Camera, después de la biografía anecdótica 
                de Hesketh Pearson o de las reminiscencias autobiográficas 
                contenidas en sus excelentes Sixteen Self Sketches (1949), 
                poco podía quedar para el comentario, inevitablemente superficial, 
                de la crónica. Y, sin embargo, ese poco bastaba para preservar 
                el hechizo de una figura que el escándalo y la veneración, 
                la polémica y el incienso, habían moldeado hasta 
                convertirla en mito de las letras contemporáneas. Y que, 
                quizá por esa misma prejuiciada devoción y prejuiciada 
                devoción y prejuiciado ataque, permanecía indefinible, 
                escapando al encasillamiento, al mármol. Al recorrer algunos de los artículos dedicados a Shaw 
                en la prensa británica de más jerarquía, 
                se tropieza, ante todo, con esa dificultad de abarcar, en un solo 
                enfoque, la pluralidad de este hombre. Uno de ellos admite: "Cuando 
                lo hemos considerado como dramaturgo, socialista, filósofo, 
                panfletario, orador, concejal, vegetariano, antiviviseccionista 
                y todo lo demás, apenas si hemos rozado los bordes de tan 
                espléndido tema. G. B. S. era tan grande que todos tenemos 
                nuestros particulares Shaws. (1)" El primer riesgo que 
                se corre, en efecto, es no poder alcanzar de golpe su magnitud, 
                su estatura; especializar -en el análisis- a un hombre 
                que se caracterizó por su denuncia de toda especialización. 
                Esta dificultad ha llevado a muchos a glosar únicamente 
                su personalidad, en tanto que otros intentaban precisar la proyección 
                de su dramaturgia o los límites de su filosofía. 
                También, con visión microscópica, algunos 
                han delineado sólo su aporte a alguna institución 
                tran fundamental en la sociedad inglesa como las cartas el editor 
                de The Times (2). Quizá no sea superfluo intentar una conciliación 
                panorámica de estas distintas versiones de un solo tema. 
                En algo parecen coincidir casi todos: con Bernard Shaw desaparece 
                un formidable testigo de nuestra época (si no: el testigo). 
                "Raras veces", escribe H. N. Brailsford, "un 
                escritor ha encarnado tan perfectamente su tiempo. Voltaire, a 
                quien se parecía Shaw por su ingenio y su sentido común 
                y su poco común humanidad, fue otro dramaturgo que resumió 
                una era ". (La mención -trivial, por inevitable- 
                del escritor francés no puede disimular que, pese a todas 
                las transformaciones de la segunda mitad del siglo XVIII, el mundo 
                concebido por Voltaire no se deshizo en pedazos ante sus ojos, 
                como le sucedió a Shaw. Y este solo desnudo hecho marca 
                una diferencia profunda entre la naturaleza y límites de 
                sus respectivos testimonios.) El mismo crítico enfatiza 
                esta situación de preeminencia recordando (con peculiar 
                fraseología) que cuando Shaw empezaba a balbucear, Carlyle 
                estaba perorando; Darwin aniquilaba la arrogancia de nuestra especie 
                mientras él asistía a los cursos en una escuela 
                metodista; El Capital de Marx y las piezas de Ibsen reventaron 
                en su camino antes de que cumpliera los treinta; y luego vinieron 
                Frazer y Freud. La increíble revolución de Lenin, 
                sus secuelas fascistas y el estallido de la bomba atómica 
                enmarcaron sus experiencias históricas, mientras que en 
                el mundo de la música (tan significativo para él 
                como el de la palabra) los esplendores y las afirmaciones de su 
                favorito Wagner cedieron el paso a las sutilezas y los experimentos 
                de Schönberg y Hindemith (3). Ese panorama velozmente evocado 
                -y que abarca casi un siglo de lúcido escrutinio- podría 
                completarse y enriquecerse con otros nombres y circunstancias, 
                de omisión imposible. (El propio Shaw ha insistido particularmente 
                en tres autores: Samuel Butler, Sidney Webb y Henri Bergson.) 
                Pero los apuntados sugieren sintéticamente aquellos hitos 
                fundamentales para Shaw, el background ideológico 
                contra el que se proyecta su figura, los nombres que combatió 
                o apoyó con igual ardor, con indeclinable vigor polémico. De este combate secular se desprendió una figura legendaria, 
                un personaje: G. B. S., cuya inmortalidad caricaturesca 
                era visible a través de la envoltura carnal. El mismo Shaw 
                ha expresado esta dualidad al señalar que G. B. S. es 
                una de mis más exitosas ficciones; aunque agrega luego: 
                se está volviendo un poco pesada, creo (4).  Esa ficción, creada con fines demagógicos, llegó 
                a suplantarlo tan absolutamente ante quienes sólo lo conocían 
                por sus declaraciones a la prensa y no por el comercio con su 
                obra, que se vio obligado a reaccionar previniendo a sus fieles: "Now it may be that a pen portrait of an 
                imaginary monster with my name attached to it may already have 
                taken possession of your own mind through your inevitable daily 
                contact with the newspaper press. If so, please class it with 
                the unicorn and the dragon, the jabberwock and the bandersnatch, 
                as a creature perhaps amusing but certainly entirely fabulous 
                (5)." Muchos de sus amigos se han lanzado ahora a su rescate póstumo, 
                tratando de develar públicamente el alma que se escondía 
                debajo de tan aterradora y elemental mascarilla. Brailsford sospecha 
                que el verdadero Shaw, era uno de los hombres más modestos 
                y ("según mi experiencia personal") uno 
                de los más generosos. En el mismo sentido se expresa St. 
                John Ervine, que llega a transcribir una carta que Shaw dirigera 
                a un músico necesitado, ofreciéndole su apoyo económico 
                en los términos más delicados (6). La clave de esta 
                aparente dualidad debe buscarse, sin duda, en la timidez de Shaw. 
                El mismo Ervine recuerda haberlo visto entrar en un cuarto que 
                creía vacío y ruborizarse ("como una muchacha 
                ") al toparse con varias personas dentro. Para superar esa 
                radical timidez, y como tantos otros, Shaw se construyó 
                un personaje de inhumano autodominio (son sus propias palabras), 
                capaz de sazonar el funeral de su madre con excelentes bromas, 
                capaz de imponerse a cualquier asamblea. Nada más elocuente 
                al respecto que la página en que cuenta How I became 
                a public speaker: "When I went with Lecky to the Zetetical 
                meeting [en el invierno de 1879], I had never spoken in 
                public. I knew nothing about public meetings or their order. I 
                had an air of impudence, but was really an arrant coward, nervous 
                and self-conscious to a heartbreaking degree. Yet I could not 
                hold my tongue. I started up and said something, in the debate, 
                and then, feeling that I had made a fool of myself, as in fact 
                I had, I was so ashamed that I wowed I would join the Society; 
                go every week; speak in every debate; and become a speaker or 
                perish in the attempt. I carried out this resolution. I suffered 
                agonies that no one suspected. During the speech of the debater 
                I resolved to follow, my heart used to beat as painfully as a 
                recruit's going under fire for the first time. I could not use 
                notes: when I looked at the paper in my hand I could not collect 
                myself enough to decipher a word. And of the four or five points 
                that were my pretext for this ghastly practice I invariably forgot 
                the best (7)." Con el tiempo, llegó a ser una especie de matón 
                intelectual (sin las desdichadas connotaciones que el término 
                suele implicar en el Río de la Plata) y más de una 
                vez amenazó barrer el suelo con sus potenciales contrincantes. 
                Pero nunca puso nada personal en sus ataques, y la precisión 
                y dureza de sus palabras iban dirigidas siempre a la doctrina 
                no al hombre. Esta misma relación impersonal se manifestaba 
                en el trato con sus amigos. Uno de ellos cuenta ahora que Shaw 
                no vacilaba en divulgar alguna confidencia si merecía la 
                pena de festejarse. No había malicia en su actitud; "sencillamente, 
                no podía comprender, por qué alguien era capaz de 
                resentirse por una divertida revelación. Su franqueza era 
                casi aterradora; pero era franco porque creía que era mejor 
                decir a la gente la verdad que envolverlos en largas y oscuras 
                evasivas" (8). Con la misma franqueza, con el mismo implícito pudor, 
                supo referirse a su vida sexual, en las distintas oportunidades 
                en que fue requerido. Dos de estos textos merecen especial recuerdo. 
                Uno, está dirigido a contestar una encuesta de The Candid 
                Friend, efímera revista de comienzos del siglo. Allí 
                asegura: "I have an imagination. Ever since I 
                can remember, I have only had to shut my eyes to be and do whatever 
                I pleased. What are your trumpery Beaumond Street luxuries to 
                me. George Bernard Sardanapalus? I exhausted romantic daydreaming 
                before I was ten years. Old. Your popular novelists are now writing 
                the stories I told to myself (and sometimes to others) before 
                I replaced muy first set of teeth. Some day I will worry to found a genuine psychology 
                of fiction by writing down the history of my imagined life : duels, 
                battles, loive affairs qith queens and all. The difficulty is 
                that so much of it is too crudely erotic bo be printable by an 
                author of any delicacy (9) ". El otro, más explícito, está dirigido a 
                prevenir todo romance, toda pornografía, en el libro que 
                Frank Harris le dedicata (1930). Entre otras cosas, declara: "The sex relations is not a personal relation. 
                I can be irresistibly desired and rapturously consummated between 
                persons who could not endure one another for a day in any other 
                relation. If I were to tell you every such adventure I have enjoyed 
                you would be none the wiser as the short of man I am. You would 
                know only what you already know: that I am a human being. If you 
                have any doubts as to many normal virility, dismiss them from 
                your mind. I was not impotent; I was not sterile; I was not homosexual; 
                and I was extremely susceptible, though not promiscuously (10). 
                " Y más adelante, después de afirmar que conservó 
                su virginidad hasta los 29 años gracias a su imaginación, 
                y que a partir de esa edad y hasta su casamiento a los 43 mantuvo 
                relaciones con distintas damas, concluye su personal enfoque de 
                la cuestión: "I was never duped by sex as a basis for permanent 
                relations, nor dreamt of marriage in connection with it. I put 
                everything else before it, and never refused or broke an engagement 
                to speak on Socialism to pass a gallant evening. I valued sexual 
                experience because of its power of producing a celestial flood 
                of emotion and exaltation which, however momentary, gave me a 
                sample of the exstasy that may one day be the normal condition 
                of conscious intellectual activity (11)." Esa cualidad de pureza, esa limitación sensual, implicaba 
                (es claro) una inconsciente intolerancia. Y muchos de los que 
                fueron sus mejores amigos llegaron a no poder soportarlo; a odiarlo 
                incluso. Ninguno como H. G. Wells que dejó preparada, como 
                bomba de tiempo, una demoledora noticia necrológica que 
                algún diario tuvo el mal gusto de publicar el día 
                siguiente del fallecimiento de Shaw. Esa venganza póstuma, 
                cuando la muerte los había nivelado en la misma impotencia 
                dialéctica, ese afán de quedarse con la última 
                palabra, sólo ha dañado a Wells, iluminando brutalmente 
                su mezquindad, frente a la generosidad casi impersonal de Shaw 
                (12). Otra cualidad del hombre que las noticias no olvidaron destacar 
                fue la extraordinaria, la irresistible vitalidad. El editor de 
                The New Statesman and Nation ha aportado un recuerdo personal 
                que vale la pensa transcribir. En 1942, cuando la situación 
                de Inglaterra era muy dura, recibió una carta de Shaw que 
                enfrentaba, con adecuada perspectiva, la crisis. Decía 
                allí : "An editor must never let the news upset him... 
                To him the collapse of the British Commonwealth in the Far East 
                must be as much in the day's work as the collapse of the Spanish 
                Empire in South America or Gibbon's Decline and Fall... 
                We shall not be consulted, and can only look at the antics of 
                Homo Insapiens, and keep up a running commentary on them... To 
                the born editor news is great fun, even as the capsizing of a 
                boat in Sidney Harbour is great fun for the sharks... I have advised 
                the nations to adopt Communism, and have carefully explained how 
                to do it without cutting one another's throats. But if they prefer 
                to do it by cutting one antother throats, I am no less a Communist. 
                Comunism will be good even for Yahoos... Clifford Sharp let himself 
                be rattled by the sinking of the Lusitanis which did not matter 
                a damn beyond bringing in America on our side. Hong Kong and the 
                rest are more serious ; but ther are not the end of the world. 
                So again, steady, boys, steady, to fight and be conquered again 
                and again (13). " II  Sólo por simplificación pedagógica parece 
                adecuado separar en este caso la personalidad de la obra. Aunque 
                quizá sea inevitable, ya que muchos de sus críticos 
                no superaron la etapa -a veces tolerable- de la reminiscencia 
                personal. Otros, felizmente, atacaron sin vacilación el 
                tema fundamental, preguntándose qué quedará 
                de su obra. O más precisamente: "Hacia fines de 
                este siglo ¿Widowers' Houses y Mrs. Warren's Profession 
                parecerán tan increíbles y anticuadas como El jardín 
                de los cerezos parece hoy a los rusos?" Esquivando la 
                respuesta, un crítico prefiere afirmar que la filosofía 
                expuesta por Shaw en Man and Superman y en Back to Methuselah 
                seguirá siendo considerada esencial (14). Otro crítico 
                no vacila en reconocerle, desde ya, un lugar entre los tres o 
                cuatro mayores dramaturgos británicos, junto a Marlowe, 
                Jonson y Driden -salteándose, es claro, a Shakespeare, 
                cuya sombra obsesionó a Shaw-; y señalando, de paso, 
                que sus mayores contribuciones al teatro contemporáneo 
                fueron las de decir al público finisecular no lo que esperaba 
                sino lo que él realmente creía, y la de trasladar 
                el acento sobre la discusión, soslayando o ridiculizando 
                las intrigas más o menos eróticas. Shaw demostró 
                que "la religión, los negocios, la historia, la 
                biología, la filosofía, el arte y toda relación 
                humana no libidinosa, son también interesantes y, en manos 
                de un gran artífice, pueden ser excitantes " (15). En el mismo sentido se ha expresado el editorial del Times 
                Literary Supplement, al concentrar particularmente la atención 
                sovbre la eficacia de su prosa y al concluir que "no sólo 
                sus piezas sino sus prefacios y panfletos estaban concebidos con 
                poder dramático y artesanía escénica. Convertían 
                la sociología en algo tan fascinante como una novela, y 
                si esto no es una extensión del arte de escribir ¿qué 
                es entonces? Encontró muerto al teatro victoriano, y lo 
                animó, no con la introducción de una nueva técnica 
                sino usando la vieja para dar a las ideas, no a las personas, 
                el fragor del drama ". De aquí deriva el crítico 
                un elogio de su estilo, suficientemente explicitado por una cita 
                del propio Shaw: "Effectiveness of assertion is the 
                alpha and omega of style. He who has nothing to assert has no 
                style and can have none; he who has something to assert will go 
                as far in power of style as its momentousness and his conviction 
                will carry him. Disprove his assertion after it is made, yet its 
                style remains... All the assertions get disproved sooner or later; 
                and so we find the world full of a magnificent débris of 
                artistic fossils, with the matter-of-fact credibility clean gone 
                out of them, but the form still splendid. And that is why the 
                old masters play the deuce with oyur mere susceptibility (16)." Creo que aquí se pone el dedo en la llaga. Porque lo que 
                importa determinar no es qué parte de la obra de Shaw permanenecerá 
                viva, sino qué tipo de vitalidad -o mejor: de viabilidad- 
                conservará. Parece ocioso (aunque provocativo) tratar de 
                anticipar la predilección del futuro por una determinada 
                escena de Pygmalion o por algunos de los ensayos en Our 
                Theatres in the Nineties. En cambio, parece más pertinente 
                la cuestión de si la parte más vital de la obra 
                de Shaw es su estructura ideológica o su artesanía 
                dramática. O dicho en su lenguaje: las aseveraciones o 
                el estilo. No es infrecuente encontrar en libros de estos últimos 
                años una valoración del teatro de Shaw bajo el rótulo 
                de teatro de ideas, o (peor) piezas coloquiales. Y uno de los 
                cargos que algunos devotos han tratado de despejar es el de la 
                inanidad de la acción de sus obras. Para combatir ese prejuicio, Joad ha señalado que el defecto 
                del teatro shaviana no es carecer de acción; es que ésta 
                es irelevante y nada tiene que ver con el asunto mismo de la pieza 
                (17). Para Bentley, la acción resulta innecesaria, dado 
                el punto de vista, tan peculiar, del dramaturgo. Para probar su 
                aserto intenta sintetizar el elusivo pensamiento de Shaw en estas 
                palabras: "En el drama de moral preestablecida no hay 
                problemas morales de ninguna especie. De aquí la necesidad 
                de mucha acción externa. Debemos ver al héroe en 
                diversas situaciones enfrentando a lo justo y a lo injusto. Debe 
                ser probado por el fuego y por el agua. Tal es la naturaleza de 
                lo que Shaw llama the tomfooleries called action o, más 
                explícitamente, vulgar attachemebnts, rapacities, generosities, 
                resentments, ambitions, misunderstandings, oddities, and so forth. 
                (18) Desde el momento en que el problema moral es de sinceridad 
                y conciencia y no meramente una prueba del poder que cada uno 
                tiene de vivir de acuerdo a las leyes morales, los sucesos externos 
                se vuelven superfluos y por tanto vulgares. Shaw denuncia crimes, 
                fights, big legacies, fires, shhipwrecks, battles, and thunderbolts 
                como mistakes in a play, even when they can be effectively 
                simulated (19)." En forma coincidente se expresa ahora 
                James Birdie al recordar que mientras Ibsen (el maestro) se vio 
                obligado a condescender a bastardos artificios para mantener la 
                atención del espectador, Shaw la obtuvo con el hechizo 
                de su dialéctica (20). Desentendiéndose del aspecto teórico de la discusión, 
                Bernard Shaw mismo había puntualizado en 1919 su posición, 
                en una frase de una carta al profesor irlandés O'Bolger. 
                En un estallido de calculafa cólera inquiere allí: "But would anyone but a buffleheaded idiot 
                of a university professor, half crazy with correcting examination 
                papers, infer that all my plays were written as economic essays, 
                and not as plays of life, character and human destiny like those 
                of Shakespear or Euripides ? (21)" Lo que devuelve la discusión al terreno de qué 
                entendía Shaw por vida, carácter y destino humano; 
                vale decir: al terreno ideológico. Uno de sus numerosos 
                discípulos espontáneos, no ha vacilado en escribir 
                un libro entero para resumir la (para él) cosmovisión 
                de Shaw, señalando al mismo tiempo su abandono de las ideas 
                del maestro. La conclusión a la que arriba es que Shaw 
                sufrió, hacia la primera década de este siglo, una 
                crisis en sus ideales que transformó su creencia profunda 
                en la Fuerza vital y en el progreso democrático en un nihlismo 
                cuidadosamente preservado en las mallas de una agudeza dialéctica 
                formidable (22). De aquí derivarían las contradicciones 
                de su filosofía, el ablandamiento de su inventiva, el indiscriminado 
                apoyo a los dictadores. De manera en cierto modo concordante -aunque 
                quizá más radical- se expresa Desmond MacCarthy: 
                "El Shaw que yo admiraba, y cuyas obras arrojaron para 
                mí tanta luz sobre la existencia, murió hace una 
                buena punta de años. Después de Saint Joan (1928), 
                aunque sus obras continuaban mostrando aquí y allá 
                su sorprendente penetración y originalidad, ninguna fue 
                realmente buena; en tanto que en las cuestiones más esenciales 
                me pareció equivocado, y a menudo en plena contradicción 
                con sus primitiva personalidad (23). " Contra este enfoque negativo de su filosofía y de su obra 
                se alza la opinión de los que, como Birdie, aseguran que 
                "no podía destruir la esperanza. Aún en 
                sus obras más pesimistas (Geneva y Too True 
                to be Good) resolvía en risas su fantástico día 
                del juicio final" (24). Por su parte, el propio Shaw, 
                en unas páginas tituladas: What is my religious faith?, 
                después de resumir brevemente su cosmovisión, 
                había concluido con una nota optimista: "Creative evolution can replace us; 
                but meanwhile we must work for our survival and development as 
                if we were Creation's last word. Defeatism is the wretchedes of 
                policies (25) " Si a estas visiones contradictorias de una misma obra -las que, 
                de algún modo, encuentran apoyo en su vastedad y en su 
                inevitable metamorfosis- se agregan las que tienen asidero, no 
                en las obras mayores de Shaw, sino en sus repentinas declaraciones 
                a la prensa, en sus escandlosas adhesiones a Italia cuando invadió 
                Abisinia, a Hitler cuando puso en marcha su culto del Superhombre, 
                a Stalin cada vez que se ha enfrentado a las democracias capitalistas; 
                entonces parece más que difícil, imposible, intentar 
                extraer una sola imagen coherente. Enfrentados a esta alternativa 
                algunos no han vacilado en declarar (como el citado Desmond MacCarthy) 
                que su doctrina política en los últimos tiempos 
                era "veneno moral", en tanto que otros han señalado 
                la deliberada contradicción entfe la generosidad de su 
                actitud en la vida privada y la frialdad, casi podría decirse 
                la inhumanidad, de sus juicios públicos. Y por eso, concluye 
                uno de estos críticos: "Su aceptación carlyleana 
                de la fuerza y su determinismo marxista torcieron su juicio (26) 
                " Es difícil no pensar que habíamucha exageración 
                en las declaraciones de su ancianidad, y una cierta patética 
                negativa a reconocer que el mundo ha cambiado y que a Stalin no 
                se le podía vencer con dialéctica, y (es claro) 
                alguna coquetería en sostener nuevas causas impopulares 
                desde el momento que las antiguas (el socialismo, un feminismo 
                asentimental) se habían vuelto por la fuerza del tiempo 
                en lugares comunes. Pero esto significa un nuevo punto de partida. III Quizá el único enfoque que estuvo casi unánimemente 
                ausente fue el estrictamente actual, el que pretendiera precisar 
                el mensaje de Shaw a la luz de nuestra experiencia presente. El 
                libro de Joad podría considerarse un esfuerzo en ese sentido; 
                pero su valor se limita a dar testimonio (bastante trivial) de 
                una generación anterior a la nuestra. Es evidente que la 
                obra de Shaw describe y condena un mundo ya muerto, y por eso 
                mismo parece tan remota como la de Voltaire; un mundo en que el 
                razonamiento dialéctico es omnipotente y el hombre es, 
                principalmente, un homo sapiens. Pero como lo puntualizó 
                con sumo respeto Aldous Huxley en una nota para su nonagésimo 
                aniversario, "homo, after all, is sapiens as well as amans, 
                credens and bellicous" (27). Y al haber prescindido Shaw 
                casi totalmente de esas otras máscaras del hombre, su obra 
                fue rápidamente superada por el Tiempo. En este sentido, 
                quizá las más sensatas palabras fueron las expresadas 
                por el Times en su obituario: "Como hombre de ideas Shaw tuvo los 
                defectos de su cualidad. Era propenso a ignorar o subestimar el 
                lado instintivo de la naturaleza humana y a dejar fuera de consideración 
                todas las cosas inexplicables que integran tantonuestra naturaleza 
                verdadera como las quepodemos explicar. Losimpulsos más 
                poderosos, incapaces de ser explicados en términos lúcidos, 
                trabajando sin visibles medios de subsistencia en procura de fines 
                heroicos o malignos, despitsaban su dialéctica. Podía 
                liquidarlos sólo como nuevas manfiestaciones de la estupidez 
                humana y podía creer, cuanto fuera posible, que era demasiado 
                poco razonable para ser verdad. Un hombre perverso solicitaba 
                casi tanto la credulidad de Shaw como un buen hombre. Este defecto 
                de comprensión humana lo condujo a suponer que la batalla 
                nunca se desarrollaba entre la virtud y el vicio o entre el deber 
                y la inclinación, sino siempre entre la estudpiez y la 
                inteligencia (28)"  La importancia secundaria que en sus obras concedió Shaw 
                a los asuntos eróticos pudo significar hacia fines de siglo 
                una generosa reacción contra la bastarda descendencia romántica. 
                Pero, al mismo tiempo significó, por su exageración, 
                por su unilateralidad, una irreparable pérdida. Esto resulta 
                evidentísimo si se compara su obra con la de algún 
                coetáneo como André Gide. Pese a todo el lastre 
                decadente (o el buen sentido: simbolista) que puede arrastrar 
                su exploración en las profundidades de la sensualidad y 
                del estilo o su morbosa necesidad de registrar las infinitesimales 
                variaciones del yo, la hazaña de Gide resulta indiscutiblemente 
                más de este tiempo; vale decir, más viva. Reconocer estas limitaciones no significa negar que la sombra 
                de Shaw se proyecte, largamente, sobre nuestro escenario cultural. 
                Y si se tiene presente que su teatro fundió el drama y 
                la comedia con la economía política, la ciencia 
                y algunos problemas estéticos o técnicos, no resultará 
                difícil comprender que, de algún modo, el teatro 
                de Sartre y de Camus, las novelas de Malraux y de Koestler, los 
                ensayos y las sátiras de George Orwell, están recogiendo 
                gran parte de la herencia de Shaw. Lo que no significa, indudablemente, 
                que conserven su ideario o repitan sus consignas. Por el contrario, 
                en la obra de todos los citados es cruelmente visible su desconfianza 
                y su denuncia del homo sapiens, y la necesidad agónica 
                de fundar sobre otras bases, menos racionales pero no menos lúcidas, 
                un nuevo humanismo. Hace ya muchos años que Bernard Shaw pertenecía 
                a la posteridad. Afirmar esto no implica faltar a su memoria por 
                comezón de lo nuevo. Significa apenas establecer un hecho, 
                tan visible que hasta él mismo lo reconocía, como 
                se puede deducir de una de sus últimas declaraciones. No 
                vacilo en reproducirla, pese a su abundante difusión, porque 
                me parece las más adecuada para cerrar con su inagotable 
                humor y su conciencia de larealidad esta reseña. Algunos empresarios neoyorkinos quisieron filmar una película 
                de diez o quince minutos en que Shaw se despidiera de la humanidad. 
                El maestro contestó: "Completamente imposible ahora. 
                El Bernard Shaw que ustedes conciben está muerto y no puede 
                ser resucitado por un espectro anciano, exactamente igual a cualquier 
                otro viejo chocho con una barba blanca, pitando y croando por 
                el micrófono" (29). EMIR RODRÍGUEZ MONEGAL Cambridge, noviembre de 1950. 1. Our Private Shaws, en The New Statesman 
                and Nation, London, noviembre 11, 1950, p. 415.2. Shaw to the Editor, en The Times, London, noviembre 
                4 de 1950.
 3. G. B. S., en The Statesman and Nation, London, noviembre 
                11, 1950, pp. 421-22.
 4. Sixteen Self Sketches, London, Constable and Co., 1949, 
                p. 54.
 5. En la actualidad, es posible que un retrato a pluma de un 
                monstruo imaginario, con mi nombre adjunto, haya tomado posesión 
                de vuestro entendimiento a través del inevitable contacto 
                diario con la prensa. Si es así, clasificadlo, junto con 
                el unicornio y el dragón, el Jabberwock y el Bandersnatch, 
                como una criatura divertida aunque de seguro enteramente fabulosa. 
                (Citado por Eric Bentley, The Modern Theatre. London, 
                Robert Hale, 1948, p. 92.)
 6. Bernard Shaw, en The Spectator, London, noviembre 10, 
                1950, pp. 454-55.
 7. Cuando fui con Lecky al mitín cetético (en 
                el invierno de 1879) yo no había hablado nunca en público. 
                Nada sabía acerca de mitines públicos o de sus reglas. 
                Tyenía un aire desfachatado, pero en realidad era un maldito 
                cobarde, nervioso y afetcado en un grado lamentable. No pude, 
                empero,contener mi lengua. Salté y dije algo en el debate, 
                y luego, sintiendo que había hecho el papel del tonto, 
                como en efecto lo había hecho,quedé tan avergonzado 
                que hubiera querido ingresar a la Sociedad, concurrir todas las 
                semanadas, hablar en todos los debates y convertirme en un oradoro 
                perecer en la tantativa. Llevé a cabo esta resolución. 
                Sufrí agonías que nadie sospechaba. Mientras duraba 
                la arenga del controversista que yo decidía continuar, 
                mi corazón latía tan penosamente como el de un recluta 
                que por primera vez estuviera bajo fuego. No podía usar 
                las notas; cuando miraba el papel que tenía en mi mano, 
                no conseguía sosegarme lo bastante como para descifrar 
                una palabra. Y de los cuatro o cinco puntos que constituían 
                mi pretexto para esa horrible experiencia, invariablemente olvidaba 
                el mejor. (Ob. cit., pp. 56-57.)
 8. St. John Ervine, art. Cit., p. 454.
 9. " ...tengo una imaginación ! Siempre, 
                desde que recuerdo, sólo he tenido que cerrar los ojos 
                para ser y hacer aquello que quería. ¿Qué 
                son para mí, George Bernard Sardanapalus,vuestros engañosos 
                lujos de BondStreet ? Antes de la edad de diez años, agoté 
                las ilusiones románticas. Vuestros novelistas populares 
                están escribiendo ahora las historias que yo me contaba 
                (que a veces contaba a otros) antes de cambiar mis primeros dientes. 
                Algún día probaré de establecer una psicología 
                verdadera de la ficción redactando la historia de mi vida 
                imaginada; duelos, batallas, lances de amor con reinas y todo. 
                La dificultad estriba en que buenaparte de ello es excesiva, crudamente 
                erótico, para ser publicado por un autor de cierta delicadeza. 
                (Recogido en Sixteen Self Sketches, ed.cit., pp. 51-2).
 10. "La relación sexual no es una relación 
                personal. Puede ser irresistiblemente deseada y llevada a cabo 
                con éxtasis, entre personas que no podrían soportarse 
                mutuamente ni un solo día en cualquier otra clase de relación. 
                Si yo me pusiera a contarle todas las aventuras de este tipo que 
                he disfrutado, usted no quedaría mejor instruido acerca 
                de la clase de hombre que soy. Sabría tan sólo lo 
                que ahora sabe: que soy un ser humano. Si tiene usted alguna duda 
                acerca de mi virilidad normal, deséchela de su pensamiento. 
                No soy impotente, ni estéril, ni homosexual ; y soy extremadamente 
                enamoradizo, aunque no en forma promiscua."
 11. "Nunca fui tan engañado por el sexo como para 
                considerarlo una bse de relaciones permanentes, ni soñé 
                con el matrimonio a propósito del sexo. Por encima de éste 
                coloqué todo lo demás y nunca la posibilidad de 
                una noche galante me hizo rechazar un compromiso para hablar sobre 
                socialismo. Valoro la experiencia sexual a causa de que puede 
                producir un desborde celestial de emoción y exalatación, 
                las cuales, aunque momentáneas, me otorgan una muestra 
                del éxtasis que puede ser algún día la condición 
                normal de la actividad intelectual consciente". (En el 
                mismo libro, pp. 113-15).
 12. Ver el Marginal Comment de Harold Nicolson, en The 
                Spectator, London, noviembre 10, 1950, p. 460.
 13. "Un editor no debe dejar nunca que las noticias le 
                trastorne. El derrumbe del Imperio Británico en el Lejano 
                Oriente debe representar para él, en el trabajo del día, 
                tanto como el derrumbe del Imperio Española en Suda América 
                o el Decline and Fall... He aconsejado a las naciones que adopten 
                el comunismo y les he explicado cuidadosamente cómo deben 
                hacerlo sin degollarse entre sí. Pero si prefieren hacerlo 
                degollándose, no soy por eso menos comunista. El comunismo 
                será bueno hasta para Yahoos... Clifford Sharp se dejó 
                consternar por el hundimiento del Lusitania, el cual representó 
                muy poca cosa, aparte de volcar a América de nuestro lado. 
                Hong Kons y el resto son algo más serio, pero no signfician 
                el fin del mundo. Así que de nuevo firmes, muchachos, firmes, 
                a pelear y ser conquistados una y otra vez ". (Art. Cit., 
                p. 415).
 14. H. N. Brailsford, art. Cit., p. 422.
 15. James Bridie, Shaw as Polaywright, en The New Statesman 
                and Nation, London, noviembre 11,1950, p. 422.
 16. "La eficacia de lo que se afirma es el alfa y omega 
                del estilo. Quien nada tiene para afirmar, no posee, no puede 
                poseer ningún estilo. Quien tiene algo para firmar, irá 
                tan lejos -en lo que se refiere al poder del estilo- como le lleven 
                la importancia de éste y su propia convicción. Refutada 
                su aseveración después de hecha, y aún quedará 
                su estilo. Todas las afirmaciones son refutadas tarde o temprano; 
                y así hallamos el mundo lleno de admirables débris 
                de fósiles artísticos, limpiamente extinguida de 
                los mismos la credibilidad que se atiene los hechos, pero conservando 
                aúnespléndida la forma. He ahí el por qué 
                los antiguos maetsros desconciertan nuestras meras susceptibilidades 
                ". (Bernard Shaw, en The Times Literary Supplement, 
                London, noviembre 10, 1950, p.709).
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