|  |     "Un precursor del modernismo, un post-romántico, un 
              poeta absolutamente original y único. Quienes recorran la 
              frondosa y reiterativa bibliografía martiana no podrán 
              no encontrar esas fórmulas que pretenden fijar la naturaleza 
              de su poesía y su ubicación en las letras hispánicas. 
              Cada uno de los defensores de las distintas posturas no deja de 
              encarar el problema en su totalidad, considerando también 
              lo que partidarios de tesis contrarias han dicho y balanceado contra 
              ellas su propia definición. El problema -mucho me temo- está 
              empezando a parecer académico: un sujet de dissertation, 
              como las festejadas comparaciones entre Corneille y Racine o entre 
              Don Quijote y Hamlet. ¿Por qué volver entonces a plantearlo? Por la convicción 
              de que un repaso ordenado del problema -un repaso que tenga en cuenta 
              los trabajos críticos y, también, la poesía 
              de Martí; un repaso que no pretenda originalidad (pero tampoco 
              la evite)- puede contribuir a la determinación de los aspectos 
              profundos del problema. Vale decir: al relevamiento de sus raíces 
              críticas y no de su su superficie más o menos anecdótica, 
              más o menos casual. Se puede llegar, así, a fijar 
              los límites exactos de la cuestión; se puede ilustrar, 
              de paso, algunas confusiones habituales de la crítica literaria 
              hispanoamericana. PRIMERA PARTE: LA CRÍTICA I La obra lírica de Martí aparece en las historias 
              literarias más corrientes inscritas en el movimiento que 
              se llama Modernismo; Martí resulta un Precursor. Junto 
              a él se alzan en América algunos nombres (Manuel Gutiérrez 
              Nájera, Salvador Díaz Mirón, José Asunción 
              Silva, Julián del Casal y algún otro); inmediato en 
              la sucesión poética aparece el gran nombre de Rubén 
              Darío que lograr cubrir el horizonte y teñirlo de 
              Modernismo. Luego vienen: Amado Nervo, Luis G. Urbina, Leopoldo 
              Lugones, Julio Herrera y Reissig y otros, en América; Miguel 
              de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez en 
              España. La más consultada crítica se ha acostumbrado 
              a ordenar esa sucesión cronológica tomando como punto 
              de referencia a Rubén Darío y su vasta 
              obra resonante. Con él se impone el Modernismo. Quienes lo 
              anteceden inmediatamente son precursores; quienes lo siguen (aunque 
              no por sus huellas y, a veces, lejos de las mismas) son postmodernistas 
              o epígonos (1). La clasificación 
              es cómoda y simétrica. Satisface al ojo y a la geometría. 
              Pero ¿es real? En el caso concreto de Martí, ¿se aclara todo presentándolo 
              como precursor del Modernismo? Para contestar esta pregunta más 
              vale examinar el problema de sus orígenes, desde que aparecen, 
              separados por unos diez años, sus dos volúmenes de 
              poesía: Ismaelillo (1882), Versos sencillos (1891). II Parece todavía insuficiente el material que se ha podido 
              reunir sobre las relaciones (personales, literarias) de Martí 
              con sus más distinguidos coetáneos líricos. 
              Es probable que desde su llegada a México en 1875 haya sido 
              amigo de Gutiérrez Nájera (nacido en 1859 y seis años 
              menor). En 1889 Gutiérrez Nájera publica un artículo 
              elogiando con emoción, La Edad de Oro ("¡Qué 
              obra tan buena y qué buena obra es La Edad de Oro!"). 
              En ocasión de un nuevo viaje del poeta cubano a México 
              (1893), éste dedica unos versos a Cecilia Gutérrez 
              Nájera y Maillafert. Allí pueden subrayarse (con Eugenio 
              Florit) algunos hallazgos poéticos: Música azul 
              y clavellín de nieve, dice dando razón a los que 
              lo llaman anunciados del Modernismo. Estas circunstancias (y alguna 
              otra, menor, que omito) documentan una amistad pero nada explican 
              de sus relaciones literarias. Menos aún puede decirse de Salvador Díaz Mirón 
              (del mismo año que Martí). Se sabe que coincidieron 
              en México, en 1875, que hay cartas de Martí al poeta 
              mexicano (que no han sido publicadas) y que Díaz Mirón 
              creía a Martí "un gran poeta". La crítica 
              (Lazo, Augier) ha apuntado semejanzas entre algunos 
              poemas de ambos pero no bastan para iluminar profundamente la relación. 
              De Asunción Silva (de 1865 y doce años menor) se ha 
              escrito que "conservaba como un devocionario el diminuto Ismaelillo" 
              que le había sido dedicado por el propio Martí. Lo 
              que sólo aclara una sentida admiración (2). El propio Martí ha señalado la inexistencia de todo 
              contacto personal con su coterráneo Julián del Casal 
              (diez años menor). En un artículo necrológico 
              (publicado en Patria, 1893), Martí no sólo 
              lamenta no haberlo conocido; también caracteriza agudamente 
              su poesía, sin dejar de apuntar la (para él) debilidad 
              intrínseca: "De él se puede decir que, pagado 
              del arte, por gustar del de Francia tan de cerca, le tomó 
              la poesía nula, y de desgano falso e innecesario, con que 
              los orífices del verso parisiense entretuvieron estos años 
              últimos, el vacío ideal de su época transitoria. 
              En el mundo, si se le lleva con dignidad, hay aún poesía 
              para mucho; todo es el valor natural con que se encare y dome la 
              injusticia aparente de la vida; mientras haya un bien que hacer, 
              un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón 
              del monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor 
              el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado 
              de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afearla 
              la venganza y la codicia. El sello de la grandeza es ese triunfo. 
              De Antonio Pérez es esta verdad: "Sólo los grandes 
              estómagos digieren veneno." Al limitarlo, con tan delicada censura, Martí contribuye 
              a explanar su propio credo poético, su propia actitud de 
              poeta. Pero no todo es señalar implícitamente las 
              diferencias; hay también algo que es más importante 
              y que merece citarse una vez más:  "... en América está ya en flor 
              la gente nueva, que pide peso a la prosa y condición al verso 
              y quiere trabajo y realidad en la política y en la literatura. 
              Lo hinchado cansó, y la política hueca y rudimentaria, 
              y aquella falsa lozanía de las letras que recuerda los perros 
              aventados del loco de Cervantes. Es como una familia en América 
              esta generación literaria, que principió por el rebusco 
              imitado, y está ya en la elegancia suelta y concisa, y en 
              la expresión artística y sincera, breve y tallada, 
              del sentimiento personal y del juicio criollo y directo. El verso, 
              para estos trabajadores, ha de ir sonando y volando. El verso, hijo 
              de la emoción ha de ser fino y profundo, como una nota de 
              arpa. No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción 
              noble y graciosa." Lo que Martí apunta allí, con penetración 
              que anticipa y supera anchamente a la de muchos de sus críticos, 
              es la existencia de una nueva actitud literaria, una actitud que 
              supone una nueva generación que busca una nueva concepción 
              de lo poético (y de lo político, tan importante para 
              Martí), que apunta hacia una temática renovada, hacia 
              una sensibilidad original. Una generación y no una escuela 
              poética; una actitud sentida y expresada por muchos sin sujeción 
              a normas o academias, vivida simultáneamente y, tal vez, 
              independientemente. Esas palabras de Martí son, en cierto sentido, el 
              balance de la generación que precede a Darío, su generación. 
              Y también el balance de su propia poesía, realizado 
              cuando está por clausurarse (por mano de la muerte) la obra 
              de casi todos. Es lástima que no se hayan escuchado más 
              (3). III En la Vida de Darío escrita por él mismo (dictada 
              en Buenos Aires, 1912) se narra el encuentro con Martí, en 
              New York, 1893. Gonzalo de Quesada lo viene a buscar al hotel en 
              que se hospedada diciéndole que el "Maestro" deseaba 
              verlo cuanto antes y que lo esperaba esa misma noche en Harmand 
              Hall. "Yo admiraba altamente el vigor general de aquel 
              escritor único, a quien había conocido por aquellas 
              formidables y líricas correspondencias que enviaba a diarios 
              hispanoamericanos como La Opinión Nacional de Caracas; 
              El Partido Liberal, de México, y, sobre todo, La 
              Nación, de Buenos Aires. Escribía una prosa profusa, 
              llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música. 
              Se transparentaba el cultivo de los clásicos españoles 
              y el conocimiento de todas las literaturas antiguas y modernas; 
              y, sobre todo, el espíritu de un alto y maravilloso poeta. 
              Fui puntual a la cita, y en los comienzos de la noche entraba en 
              compañía de Gonzalo de Quesada por una de las puertas 
              laterales del edificio en donde debía hablar el gran combatiente. 
              Pasamos por un pasadizo sombrío; y de pronto, en un cuarto 
              lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño 
              de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo 
              tiempo, y que me decía esta única palabra: "¡Hijo!" 
             Más adelante completa Darío el retrato y el juicio 
              con esta evocación:  "Allí [en casa de una amiga del poeta] 
              escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he 
              encontrado, ni en Castelar mismo, un conversador 
              tan admirable. Era armonioso y familiar, dotado de una prodigiosa 
              memoria, y ágil y pronto para la cita, para la imagen. Pasé 
              con él momentos inolvidables, luego me despedí. El 
              tenía que partir esa misma noche para Tampa con objeto de 
              arreglar no se qué preciosas disposiciones de organización. 
              No le volví a ver más (4)." Cuando lo conoció, Darío (catorce años menor) 
              ya era el poeta de Azul... (1888 y 1890), el que habría 
              de imponer en todo el mundo de habla hispánica el Modernismo. 
              Su encuentro con Martí es lo suficientemente fugaz (aunque 
              simbólico y arreglado de mano maestra por el destino) como 
              para no permitir ninguna conjetura. Lo que dice Darío de 
              Martí ("el espíritu de un alto y maravilloso 
              poeta", y no la obra) parece reticente y, además, 
              está visto con la perspectiva que ya le daban los años. 
              Sin embargo, esta visión totalizadora y más personal 
              que literaria tiene menos interés que la que surge del cotejo 
              de textos anteriores del mismo Darío. Entre otras cosas, 
              tiene el defecto de haber sido dictada cuando Darío todavía 
              no conocía bien la obra lírica de Martí (5) El primer artículo que Darío dedica a Martí 
              se publica en La Nación de Buenos Aires en 1895, en 
              ocasión de la muerte del poeta cubano. Darío llama 
              a Martí genio y superhombre; elogia su visión de los 
              Estados Unidos y la compara, con ventaja, con la que entonces ofrecían 
              Paul Bourget y Groussac. Pero lo que, sin duda, más impresionaba 
              a Darío en Martí era el gran prosista: "...tenía que vivir, tenía que 
              trabajar, entonces eran aquellas cascadas literarias que a estas 
              columnas venían y otras que iban a diarios de México 
              y Venezuela. No hay duda de que ese tiempo fue el más hermoso 
              tiempo de José Martí. Entonces fue cuando se mostró 
              su personalidad intelectual más bellamente. En aquellas kilométricas 
              epístolas, si apartáis una que otra rara ramazón 
              sin flor o fruto, hallaréis en el fondo, en lo macizo del 
              terreno, regentes y ko-hinoores. "Allí aparecía Martí pensador, 
              Martí filósofo, Martí pintor, Martí 
              músico, Martí poeta siempre." Al fin, un poco más adelante, habla de su poesía: "Y era poeta; y hacía versos. "Sí, aquel prosista que siempre fiel 
              a la Castalia clásica se abrevó en ella todos los 
              días, al propio tiempo que por su constante comunión 
              con todo lo moderno y su saber universal y políglota, formaba 
              su manera especial y peculiarísima, mezclando en su estilo 
              a Saavedra Fajardo con Gautier, con Goncourt -con el que gustéis, 
              pues de todo tiene-; usando a la continua del hipérbaton 
              inglés, lanzando a escape sus cuadrigas de metáforas, 
              retorciendo sus espirales de figuras; pintando ya con minucia de 
              prerrafaelista las más pequeñas hojas del paisaje, 
              ya manchas, a pinceladas súbitas, a golpes de espátula, 
              dando vida a las figuras; aquel fuerte cazador hacía versos, 
              y casi siempre versos pequeñitos, versos sencillos -¿no 
              se llamaba así un librito de ellos?- versos de tristezas 
              patrióticas, de duelos de amor, ricos de rima o armonizados 
              siempre con tacto; una primera y rara colección está 
              dedicada a un hijo a quien adoró y a quien perió por 
              siempre: "Ismaelillo": "Los Versos sencillos, publicados en 
              Nueva York en linda edición, en forma de eucologio, tienen 
              verdaderas joyas. Otros versos hay, y entre los más bellos 
              Los zapatitos de rosa. Creo que como Banville la palabra 
              "lira", y Leconte de Lisle la palabra "negro", 
              Martí la que más ha empleado es "rosa". Es notable el contraste entre la caracterización viril y 
              acertada de la prosa de Martí y la indisimulable condescendencia 
              (e injusticia) con que Darío alude a la obra lírica. 
              Una confidencia posterior del crítico despeja la incógnita; 
              al comentar en 1913 los Versos libres escribe Darío: "Cuando al saberse la noticia de su muerte, 
              en el campo de batalla, escribí en La Nación 
              su necrológica -que forma parte del libro Los raros- 
              yo no conocía sino muy escasos trabajos poéticos de 
              Martí. Por eso fue mi juicio somero y casi negativo en cuanto 
              a aquellas relativas facultades." Pero aun sin la confidencia, en la reticencia, en la 
              frivolidad involuntaria, en el error con que caracteriza Darío 
              a Martí, ya resultaba evidente su poca familiaridad; y hasta 
              los mismos versos inéditos que inserta en su artículo 
              (las Rimas) muestran a un Martí cortesano y madrigalesco, 
              un poeta que justifica el calificativo de juguete con que Darío 
              se refiere a una de sus composiciones (6). Recién en 1913, cuando recibe la colección póstuma 
              de Versos libres, puede reconocer Darío la calidad 
              lírica de Martí. Examina entonces, en artículos 
              publicados en La Nación, la obra poética martiana. 
              Después de la confidencia sobre el artículo necrológico, 
              Darío apunta algunas calidades en la obra de Martí 
              que merecen examinarse. El Ismaelillo le parece un "minúsculo 
              devocionario lírico, un Arte de ser Padre, lleno de gracias 
              sentimentales y de juegos políticos". De los Versos sencillos escribe: "La sencillez de Martí es de 
              las cosas más difíciles, pues a ella no se llega sin 
              potente dominio del verbo y muchos conocimientos. [¡Qué 
              distinto de aquello de: "versos pequeñitos, versos sencillos"!] 
              ¡Con decir que en determinados 
              poemas el verso menor privado del consonante se ha creído 
              en Francia recientemente invención y originalidad de tal 
              notorio "unanimista"! El capricho del gran cubano, en 
              rima y ordenación, es de lo más ordenado y de base 
              clásica, y en señalados puntos, reminiscencia de sus 
              relaciones con el parnaso inglés. Un profano -y profanos 
              ilustrados, que los hay- confundiría tales redondillas con 
              la manera de Campoamor, pongo por ejemplo; pero la personalidad 
              se descubre en seguida por la comparación, por el inesperado 
              adjetivo, por un hervor de tierra cálida y un relámpago 
              que en seguida se revelan. [¿Donde 
              están ahora aquellas joyas, aquellas rosas, aquellos juguetes?]" Y también: "El vasto patriota fue un formidable amante. 
              Su lenguaje pasional no es el de los corrientes madrigales, sino 
              el de la misma vida. La naturaleza es su cómplice. Las cosas 
              más comunes le sirven poéticamente. Y narra en verso, 
              con la sencillez de la prosa de los sucesos usuales; más 
              con cuánta emoción comunicativa." "Es de una concisión, de un vigor, de 
              una potencia poética en verdad admirables. El idioma se flexibiliza 
              con la facilidad expresiva. Era aquél un lirio natural, y 
              si su prosa contiene muy a menudo versos, por sus versos corren 
              cristalinas y fluyentes linfas de prosa armoniosa. Y por todo, un 
              estremecedor aliento romántico que anima doblemente lo real 
              de la visión o del recuerdo." Al referirse a los Versos libres no pierde ocasión 
              de aclarar el doble sentido del título: "Versos libres, es decir, los versos 
              blancos castellanos, sin consonancia, que generalmente se han prestado 
              a bizarrías clásicas, en los Moratines, en los Núñez 
              de Arce, o en los Meléndez Pelayo, -para hablar de los mayores-, 
              y versos libres, es decir, de un hombre de libertad, versos del 
              cubano que ha luchado, que ha vivido, que ha pensado, que debía 
              morir por la libertad." Y pronuncia entonces Darío palabras que no han dejado de 
              escucharse: "¿No se diría un precursor del 
              movimiento que me tocara iniciar años después? Estos 
              Versos libres fueron escritos en 1882, y han permanecido 
              inéditos hasta ahora. Versos de sufrimiento y de anhelo patriótico, 
              versos de fuego y de vergüenza, versos de quien debía 
              caer en una hora futura de la guerra, dando sangre y vida por el 
              ideal de su Estrella solitaria. Versos de Martirio, de recuerdos 
              amargos. ¿No había llevado el apóstol cadena 
              de presidiario en lo florido de su juventud? Y canta en el verso 
              libre clásico, harto conocido para su cultura, 
              en un verso libre impecable de cesuras y lleno de gallardías 
              y bizarrías; mas un verso libre renovado, con savias nuevas, 
              con las novedades y audacias de vocabulario, de adjetivación, 
              de metáfora, que resaltan en la rítmica y soberbia 
              prosa Martiana (7)." Toda la apreciación crítica es sutil y profunda; 
              señala (y describe) valores esenciales en la poesía 
              de Martí. Pero le cuelga el mote de precursor que origina 
              tantos malentendidos y que parece inaugurar el ciclo de la confusión. Este somero examen permite adelantar alguna conclusión. 
              Es evidente que (como también señala Iduarte) Martí 
              no pudo influir poéticamente en Darío. Cuando Darío 
              leyó realmente a Martí en 1913, su propia obra estaba 
              completamente formada; ya había cumplido su ciclo poético, 
              desde la segunda edición de Azul... (1890) hasta Cantos 
              de vida y esperanza (1905) y Poema del Otoño (1910), 
              pasando por las dos ediciones (1896, 1901) de las reveladoras Prosas 
              profanas. El valor de precursor que le asignó 
              (sin calificaciones iluminadoras) no podría 
              llevar entonces implícito el de Maestro. Martí preocupó 
              algunos temas y algunos motivos y algunos ritmos que luego haría 
              suyos Darío. Eso y nada más. Pero del punto de vista 
              de su poesía (que es el que en definitiva cuenta) Martí 
              hizo mucho más. Hizo todo por lo que importa todavía 
              y siempre (8). IV La historia se repite (o se agrava) con los otros poetas del Modernismo. 
              No sólo no influyó Martí en ellos; fue también 
              desconocido por muchos (Julio Herrera y Reissig, por ejemplo); entre 
              quienes conocieron sus versos no faltó algún negador, 
              algún reticente. (Bastaría citar este juicio de Amado 
              Nervo, escrito en 1896: "Es, por lo contrario, tal 
              forma en él, desaliñada, frecuentemente exótica 
              y aun extravagante. Sus procedimientos literarios son poco armoniosos 
              y aun se distinguen, a veces, por su incoherencia, pero bajo tal 
              desordenado atavío, adivinábase siempre una inspiración 
              poderosa que, bien encauzada, hubiera hecho admirar su hermosura 
              y embelesos (9).") Sin embargo, una resonancia importante puede encontrarse en poetas 
              que no aparecen dócilmente inscritos en el Modernismo y que, 
              en más de un sentido, representan una reacción anti-modernistas 
              o una superación de las formas vacías del mismo. Los 
              más interesantes son, sin duda, Miguel de Unamuno y Juan 
              Ramón Jiménez.  Unamuno (once años menor que Martí) dedicó 
              dos artículos a su obra: uno, de 1919, con el comentario 
              a la edición póstuma de los Versos libres (1913); 
              otro, de 1921, sobre su epistolario, también póstumo 
              (tomo XV de sus Obras Completas). En ellos se encuentran 
              enfoques tan importantes como este: "Todavía siento resonar en mis entrañas 
              el eco de los Versos Libres de José Martí que, 
              gracias a Gonzalo de Quesada, pude leer hace unos meses. Pensé 
              escribir sobre ellos a raíz de haberlos leído, cuando 
              mi espíritu vibraba por la recia sacudida de aquellos ritmos 
              selváticos, de selva bravo. Mas opté por dejar pasar 
              el tiempo y que la primera impresión se sedimentara y se 
              depurase. Y hoy quiero hablar de ellos.  "Los leí dos veces y en voz alta; una 
              de ellas leyéndoselos a un amigo mío ciego y poeta. 
              La oscuridad, la confusión, el desorden mismo de esos versos 
              libres nos encantaron. Esa poesía greñuda, desmelenada, 
              sin afeite, nos traía viento libre de selva que barrió 
              el vaho cargado de perfumes afeminados, de salón de esos 
              versos cantables, de vaivén de hamaca, de sonsonete dulzarrón, 
              con que se recrean las señoritas que saben aporrear el piano. Dicen buen Pedro, que de mí murmuras porque tras mis orejas el cabello
 en crespas hondas su caudal levanta.
 "Y asó, como la melena de Martí, 
              son sus versos libres, los más suyos, los más íntimos." Unamuno apunta allí algo más que una preferencia 
              marcada por los Versos libres; apunta el reconocimiento de 
              una voz viril en Martí, una voz que carece de las amaneradas 
              gracias del peor modernismo y que el propio Unamuno levanta como 
              ejemplo contra este. Es curiosa esta visión si se la compara 
              con la que, coetáneamente dibujaba Darío. Ella permite 
              anticipar la natural conclusión de que cada uno de estos 
              críticos-poetas veía en Martí lo que más 
              cerca estaba de su propia obra y de su propia actitud. Pero Unamuno apunta otras cosas, tal vez más importantes: 
             "... si es como algunos enseñan que ni 
              lo orgánico brotó de lo inorgánico ni esto 
              es una reducción de aquello, sino ambos diferenciaciones 
              de un estado primitivo de la materia, estado inestable y caótico, 
              es muy fácil que ni el verso sea una sistematización 
              de cierta prosa ritmoide, ni la prosa una reducción del verso 
              -pues hay quienes sostienen que el verso fue anterior a la prosa, 
              porque a falta de escritura se fiaban mejor a la memoria con el 
              ritmo las fábulas, consejos y leyendas- sino que prosa y 
              verso sean diferenciaciones sistematizadas de una forma primitiva 
              de expresión protoplasmática, por decirlo así. 
              Es la forma que representaban los salmos hebraicos, la de Walt Whitman, 
              y también la de los versos libres de Martí. No hay 
              en ellos más freno que el ritmo del endecasílabo, 
              el más suelto, el más libre, el más variado 
              y proteico que hay en nuestra lengua. Y más que un freno 
              es una espuela ese ritmo; una espuela pare un pensamiento ya de 
              suyo desbocado." También hay alguna intuición crítica notable 
              en el articulo sobre el estilo de sus cartas. Aunque periférico 
              al tema de esta nota, merece citarse: "El estilo epistolar de Martí, en el 
              que aparecen de cuando en cuando endecasílabos y octosílabos, 
              es excesivamente elíptico, torturado, recortado y con frecuencia 
              oscuro. A las veces recuerda al de Santa Teresa. Ni está 
              siempre escrito en prosa sino en esa expresión informe, protoplasmática, 
              que precedió a la prosa y al verso. Sus palabras parecen 
              creaciones, actos. Están, desde luego, escritas en una lengua 
              conversacional, pero de uno que habla mucho consigo mismo, son de 
              estilo de monólogo ardoso." Casi todo esto podría decirse también de una zona, 
              muy importante, de la poesía de Martí. En suma: Unamuno ve y aplaude (legítimamente) en Martí 
              aquello que es más unamunesco en su obra, aquello por lo 
              que el gran cubano rompe no sólo con el postromanticismo 
              sino con el decadentismo que contamina tanto esfuerzo modernista. 
              Martí como precursor del Modernismo sería, sin duda, 
              un enfoque disparatado para Unamuno. En él reconoce el vasco 
              la estirpe honda y fuerte, visible en su propia obra, en su verso 
              duro y rotundo. Tras las palabras de Unamuno hay 
              el reconocimiento implícito del parentesco, aunque no de 
              magisterio que la mera cronología demuestra imposible. En 
              una carta a Artemio Precioso resume felizmente su posición 
              Unamuno: "Pienso en Martí que tanto me ha enseñado 
              a sentir, más que a pensar (10)." El testimonio de Juan Ramón Jiménez (nacido en 1881, 
              casi treinta años después de Martí) es de distinta 
              naturaleza. Se refiere principalmente al efecto que le produjo la 
              primera lectura de Martí (o, tal vez, al recuerdo creado 
              sobre ese efecto) "Desde que, casi niño, leí unos 
              versos de Martí, no se ya dónde: Sueño con claustros de mármolDonde en silencio divino
 Los héroes, de pie, reposan:
 De noche, a la luz del alma,
 Hablo con ellos: ¡de noche!
 "pensé en él". No me dejaba. 
              Lo veía entonces como alguien raro y distinto, no ya de nosotros 
              los españoles sino de los cubanos, los hispanoamericanos 
              en general. Lo veía más derecho, más acerado, 
              más directo, más fino, más secreto, más 
              nacional y más universal. Ente muy otro que su contemporáneo Julián 
              del Casal (tan cubano, por otra parte, de aquel momento desorientado, 
              lo mal entendido del modernismo, la pega) cuya obra artificiosa 
              nos trajo también a España Darío, luego Salvador 
              Rueda y Francisco Villaespesa después. Casal nunca fue de 
              mi gusto. Si Darío era muy francés, de lo decadente, 
              como Casal, el profundo acento indio, español, elemental, 
              de su mejor poesía, tan rica y gallarda, me fascinaba. Yo 
              he sentido y expresado, quizás, un preciosísimo interior, 
              visión acaso exquisita y tal vez difícil de un proceso 
              psicolójico, "paisaje del corazón", o metafísico, 
              "paisaje del cerebro"; pero nunca me conquistaron las 
              princesas esóticas, los griegos y romanos de medallón, 
              las japonerías "caprichosas" ni los hidalgos "edad 
              de oro". El modernismo, para mí, era novedad diferente, 
              era libertad interior. No, Martí fue otra cosa, y Martí 
              estaba, por esa "otra cosa", muy cerca de mí. Y, 
              cómo dudarlo, Martí era tan moderno como los otros 
              modernistas hispanoamericanos. "Poco había leído yo entonces 
              de Martí; lo suficiente, sin embargo, para entenderlo en 
              espíritu y letra. Sus libros, como la mayoría de los 
              libros hispanoamericanos no impresos en París, era raro encontrarlos 
              por España. Su prosa, tan española, demasiado española 
              acaso, con esceso de jiro clasicista, casi no la conocía." 
             Otra vez, como en el caso de Unamuno, puede advertirse 
              la visión de Martí como despegado del núcleo 
              modernista y hasta opuesto a ellos (y en este caso, subrayada nítidamente 
              la modernidad del poeta); otra vez, el reconocimiento de los valores 
              que preanunciaban los mismos de Jiménez, hasta en la elección 
              de los versos citados (11). No cabe hablar en ninguno de los dos casos estudiados de magisterio 
              poético. Tanto Unamuno como Jiménez son explícitos 
              al respecto. Pero sí cabe hablar de otra cosa: de la virtud 
              de Martí de despertar resonancias y reconocimientos, de mostrarse 
              su poesía inscrita en una línea poética que, 
              para muchos, parece indicar la buena ruta. Lo que esto significa 
              profundamente se verá luego. V La frase de Darío ("¿No se diría un precursor 
              del movimiento que me tocara iniciar años después?") 
              hizo fortuna entre los críticos. Aunque no todos se redujeron 
              a contemplar (y repetir) el concepto sin profundizar sus equívocos 
              términos, casi todos encararon la ubicación de Martí 
              (lo que Sartre llamaría su situación) tomando como 
              punto de referencia la obra y el movimiento realizados por Darío. 
              Uno de los que con mayor precisión intentó ubicar 
              a Martí fue Federico de Onís en 1934. Sus palabras 
              merecen transcribirse: "Martí es uno de los escritores más 
              profundamente originales que hasta ahora ha producido América. 
              Aunque su vida atormentada no le permitió la concentración 
              y la quietud necesarias para escribir obras de gran aliento, la 
              mayor parte de su producción tuvo que ser periodística 
              y de ocasión, hay en sus artículos -la mayor parte 
              escritos para La Nación, de Buenos Aires-, en sus 
              prólogos, en sus discursos, una ideología cuajada 
              de chispazos geniales y expresada en uno de los estilos más 
              personales de la literatura castellana. Su poesía -a veces 
              no estimada bastante- no es inferior a su prosa, a pesar de la humildad 
              aparente de sus temas y de sus formas. Desde los endecasílabos 
              "hirsutos" de sus Versos libres, obra de juventud, 
              hasta los octosílabos de sabor popular de sus Versos sencillos, 
              obra de madurez, el alma ardiente y tierna, delicada y profunda, 
              de Martí, ha dejado en su libertad complejo de sí 
              mismo, en supremo esfuerzo y originalidad. Por eso su poesía, 
              al parecer tan tradicionalista, tiene muy poco que ver con la retórica 
              de su tiempo, y su originalidad innovadora tampoco basta para encasillarle 
              entre los precursores del modernismo. El espíritu de Martí 
              no es de época ni de escuela: su temperamento es romántico, 
              lleno de fe en los ideales humanos del siglo XIX, sin sombra de 
              pesimismo ni decadencia; pero su arte arraiga de modo muy suyo en 
              lo mejor del espíritu español, lo clásico y 
              lo popular, y en su amplia cultura moderna donde entra por mucho 
              lo inglés y lo norteamericano; su modernidad apuntaba más 
              lejos que la de los modernistas, y hoy es más valida y patente 
              que entonces (12)."  Originalidad profunda, imposibilidad de encasillarlo como precursor, 
              temperamento romántico y arte moderno (más moderno 
              que el de los modernistas). Esas notas que apunta sagazmente Onís 
              bastarían para cerrar el debate si no fuera que por su misma 
              capacidad de síntesis expresiva no implicaran, paralelamente, 
              una reticencia, un sobreentendido de cosas esenciales. Al no apoyar 
              cada uno de sus enfoques en los textos necesarios, al no desarrollar 
              algunas excelentes intuiciones. Onís deja abierto el debate. 
              Por otra parte, hasta el mismo método crítico empleado 
              (el histórico-literario, que discierne escuelas y movimientos, 
              sucesión de rótulos y de actitudes polémicas) 
              contribuyó a fomentar el desenfoque crítico, al hacer 
              prevalecer la condición de antecesor -ya que no de precursor- 
              que tiene Martí con respecto a Darío, sobre su propia 
              condición de creador original de su propia poesía. 
              Es cierto que Onís se cuida de calificar de premodernista 
              al grupo en que figura Martí (junto a Gutiérrez Nájera, 
              a Díaz Mirón, a Julián del Casal, a José 
              Asunción Silva, a Salvador Rueda, a Leopoldo Díaz 
              y otros); su libro dice, juiciosamente: Transición del 
              Romanticismo al Modernismo. Pero esta misma cautela no disimula, 
              antes subraya, la inadecuación del método crítico. En las huellas de Onís, aceptando su método y hasta 
              su nomenclatura, otros hn intentado precisar este enfoque del problema. 
              Así, por ejemplo, Eugenio Florit ha escrito en 1941:  "Y es que en él, alta arista, que une 
              dos lomas de diferente ladera, viene el romanticismo a dar últimos 
              gemidos y apóstrofes postreros, para verterse después 
              en el lujo moldeado y exacto del puro verso con que lo moderno se 
              entra por la lírica de los últimos años del 
              siglo XIX. Se me ocurre decir aquí, pues, que en Martí 
              termina lo romántico de escuela poética y comienza 
              lo otro, lo que llegó en Rubén Darío a su más 
              alta cumbre. La evidente dualidad que se observa en la vida de nuestro 
              revolucionario: el aliento romántico y el sentido práctico 
              de la realidad circundante, tienen un equivalente en las dos fases 
              de su poesía. No fue él, desde luego, precisamente 
              un modernista -en lo que para nosotros significa el término 
              como denominación de un movimiento literario- porque estaba 
              haciendo revolución, estaba soñando con libertar a 
              un pueblo y para eso había que ser romántico. O mejor: 
              porque lo era -hijo de su siglo y de su dolor de hombre hambriento 
              de patria libre-, hizo revolución y soñó con 
              libertades. Hace poco tiempo Pedro Henríquez Ureña, 
              en admirable conferencia, se refería a esto. Y nos hacía 
              notar que América no pudo dar más que poesía 
              romántica mientras no terminó el ciclo revolucionario, 
              al lograrse lo independencia de sus pueblos. A la única guerra 
              justa, la que se empeña en destruir una tiranía, no 
              se la alienta con estrofas de terciopelo, sino con férreos 
              gritos. Cuando se hace la calma -aunque sea esa calma un poco turbia 
              de nuestras inquietas repúblicas-, el poeta puede llegar 
              a lo que piensa, después de lo que se vierte en una desordenada 
              forma. Porque Martí no llegó nunca a ese momento de 
              lujo, lo vemos a las puertas de la nueva escuela, señalando 
              el camino que otros, más afortunados que él, habían 
              de seguir." Más adelante, Florit emplea expresiones ("poeta de 
              transición") que revelan un acuerdo con Onís 
              y hasta algo más que un acuerdo, como indican estas palabras: 
              "... la poesía de Martí es de tal naturaleza 
              que no podemos encerrarla en los estrechos moldes de una clasificación 
              determinada. Su romanticismo o su modernidad saltan por encima de 
              tales barreras, y llegan hasta nosotros siempre frescos, originales 
              siempre." Pero, aparte tales paráfrasis; lo que aporta 
              Florit (y eso sólo justifica su intento) es la ejemplificación, 
              que faltaba tan lamentablemente en Onís. Es decir, la señalación 
              precisa y comentada de las distintas voces (o 
              acentos, como el prefiere escribir) del poeta. En este sentido, 
              su tarea resulta complementaria de la anterior; aunque tampoco consiga 
              superar (hasta en esto fiel) las limitaciones del método 
              de Onís (13). En otro planteo de síntesis y ubicación (el intentado 
              por Andrés Iduarte en su libro Martí escritor, 
              1945), se vuelve a advertir la huella crítica de Onís 
              y su método. Iduarte, después de considerar la nula 
              influencia del poeta sobre los modernistas, escribe:  "Martí, pues, se borra de la escena poética, 
              cuando menos en lo visible. Por esto se le llama sólo precursor. 
              El precursor apunta y muere: él apunta y muere para los modernistas, 
              para casi todos los que hacen familia y escuela durante varios años 
              brillantes. Pero ¿esto es definitivo? ¿es definitiva 
              esta calificación de escuela, temporal, por grande y valioso 
              que sea el nodernismo?"  Pasa a reconsiderar entonces la opinión de Darío 
              (que lo llama poeta y antecesor), de Unamuno (que declara su magisterio 
              emocional), de Gabriela Mistral (que lo reconoce Maestro), de Juan 
              Ramón Jiménez (que indica las huellas en su propia 
              obra). También considera una hipotética influencia 
              en Antonio Machado. Cita las citadas palabras de Onís en 
              su Antología, y concluye con estas suyas:  "¿Cuánto queda de la pega del 
              modernismo, de las japonerías y las princesas de que se ríe 
              Juan Ramón, y del decadentimos y del pesimismo? Y el entendimiento 
              de Martí por la mejor poesía y de aguda crítica 
              ¿no coincide con la vuelta al folklore, a lo popular que 
              él amó junto a lo clásico? "Su modernidad 
              apuntaba más lejos que la de los modernistas -cree Onís. 
              Y es más válida y patente que entonces". ¿No 
              lo está siendo más cada día? Martí no 
              es sólo un precursos, que viene y se va. Es el libertador 
              del prosaísmo y la academia. Es el punto de partida más 
              visible de una gran revolución literaria. Como estuvo y está 
              en el corazón de lo mejor del modernismo sin escuelas que 
              pudo conocerlo -Darío, Unamuno, Juan Ramón, Gabriela 
              Mistral-, lo está en la de toda verdadera poesía, 
              sobrepasando modas y derrotando cenáculos."  El capitulillo en que Iduarte explana el enfoque se titula, por 
              esto, Más que un precursor. Sus palabras (es fácil 
              verificarlo) no superan lo dicho por Onís y reiteran una 
              misma consideración histórico-literaria (14). Una conclusión se impone antes de cerrar esta etapa del 
              análisis. La mejor crítica (no la de los veloces manuales) 
              rechaza la calificación de precursor y propone un enfoque 
              que atienda a la originalidad y la importancia intrínseca 
              de la poesía de Martí. Pero no propone una visión 
              crítica que sustituya a la de escuelas o movimientos literarios, 
              a la ordenación por rótulos y por el hilo (azar) cronológico. 
              De tal manera que Martí -precediendo a Darío o siendo 
              sucedido por él- no puede dejar de ser juzgado por esa vecindad 
              inquietante y aunque no se le llame precursor no deja de integrar 
              la cohorte de antecesores. Para superar este planteo hace falta 
              una modificación del método crítico. Conviene 
              empezar entonces por una reconsideración sumaria de la poesía 
              de Martí.   1. Cf. Max Daireaux: Littérature 
              Hispano-Américaine, París, 1930, p. 86; Luis Alberto 
              Sánchez: Historia de la Literatura Americana, Santiago 
              de Chile, 1937, pp. 437, 450-51; Julio A. Leguizamón: Historia 
              de la Literatura Hispanoamericana, Buenos Aires, 1945, II, p. 
              265; Arturo Torres Ríoseco: La gran literatura iberoamericana, 
              Buenos Aires, 1945, pp. 102-03. Más exacto, más 
              fino, Pedro Henríquez Ureña (Las Corrientes 
              Literarias en la América Hispánica, México, 
              1949, pp. 162-172), distingue que algunas etapas en la renovación 
              modernista y da a Martí el lugar que, históricamente, 
              le corresponde. En las huellas de Onís, Guillermo Díaz 
              Plaja (Historia de la poesía lírica española, 
              Barcelona, 1948, p. 354) y Julio Torri (La literatura española, 
              México, 1952, p. 366) enuncian sintéticamente un enfoque 
              que luego se examina más detenidamente en el texto. (Volver) 
             2. Cd. Andrés Iduarte: Martí 
              escritor (México, 1945. pp. 347-351)(Volver) 3. También estudia Iduarte 
              (loc. cit.) la relación con Julián del Casal, aunque 
              no críticamente. Es decir: no atiende a lo que de revelador 
              de las simpatías y diferencias tiene el artículo de 
              Martí, ni (tampoco) lo que significan profundamente las palabras, 
              que asimismo cita, sobre la nueva generación. El texto completo 
              de Martí se encuentra reproducido en la edición de 
              Obras Completas de la Editorial Lex (tomo I, pp. 822-823) 
              y en el Apéndice a Julián del Casal y el modernismo 
              hispanoamericano (México, 1952, pp. 259-60) de José 
              María Monner Sans.(Volver) 4. Cf., ob. cit., Cap. 31, Barcelona, 
              1915, pp. 141-46; reproducido en Obras Completas, Madrid, 
              1950, I, pp. 98-102.(Volver) 5. En una carta de Darío 
              a Pedro Nolasco Prendes hay una curiosa referencia a Martí. 
              La carta es de noviembre 12, 1888 y dice: "Todos estamos 
              de acuerdo en que los versos que se hacen prosa pierden; como toda 
              prosa que se pone en verso, tomando gallardías y alientos 
              nuevos y propios, gana. Si yo pudiera poner en verso las grandezas 
              luminosas de José Martí! O ¡si José Martí 
              pudiera escribir su prosa en verso! (Cf. El Archivo de Rubén 
              Darío por Alberto Ghiraldo, Buenos Aires, 1943, p.314.)(Volver) 6. El artículo necrológico 
              está recogido en Los Raros (1896). Cf. Obras Completas, 
              II, pp. 480-92.(Volver) 7. En un librito publicado en Buenos 
              Aires (Ediciones Mínimas, 1919) se recogieron algunos versos 
              de Martí con notas de Rubén Darío. Las notas 
              están tomadas de los artículos de La Nación. 
              También Iduarte (ob. cit., pp. 352-60) estudia las relaciones 
              entre Martí y Darío; pero su examen difiere en muchos 
              aspectos del aquí realizado; entre otras cosas porque no 
              comenta adecuadamente los textos que cita.(Volver) 8. Muy otro es el problema de la 
              influencia de la prosa de Martí en la de Darío. Ya 
              la señaló Jiménez en su artículo de 
              Española de tres mundos (Buenos Aires, 1942, pp, 32-35). 
              Iduarte lo reproduce en su estudio (pp. 354-360; ha sido desarrollada 
              en Rubén Darío y sús amigos dominicanos 
              de Osvaldo Bazil (Bogotá, 1948) y vuelta a considerar 
              por Guillermo Díaz Plaja en Modernismo frente a 98 (Madrid, 
              1951, pp. 305-07). Pero excede, naturalmente, los límites 
              de este trabajo. (Volver)  9. Cf. Iduarte, ob. cit., 
              p. 360.(Volver) 10. Ambos artículos de Unamuno 
              están recogidos en los Anales de la Universidad de Chile 
              (Año CXI, Nº 98, enero-marzo 1953, pp. 72-81). La 
              carta a Precioso está citada por Iduarte, ob. cit., p. 363.(Volver) 11. Cf. Españoles de 
              tres mundos, pp. 38-34.(Volver) 12. Cf. Antología de 
              la poesía española e hispanoamericana (1882-1932), 
              Madrid, 1934, pp. 345.(Volver) 13. El artículo de Florit 
              está reproducido en los Anales de la Universidad de Chile 
              (ob. cit., pp. 82-96)(Volver) 14. Cf. Ob. Cit. 362-64.(Volver) |