|   | Las relaciones de Rodó y Francisco García 
                CalderónEn: Número, Montevideo, Año 5, nº 23.24, 
                abril-setiembre 1953
 p. 255-262
 Con esta crónica se asocia NÚMERO 
                a los homenajes a la memoria de Francisco García Calderón 
                (1883-1953). "EN UN PROLOGO DE 1927, Gabriela Mistral 
                llamó a Francisco García Calderón "heredero 
                efectivo y quizás único del uruguayo"; 
                años más tarde, en 1944, Luis Alberto Sánchez 
                lo llama "legatario de Rodó" (1). 
                Ambos juicios apuntan a esa condición de discípulo 
                que -en el mejor y más original sentido rodoniano de la 
                palabra- supo ser García Calderón: un discípulo 
                de algunas directivas del maestro, un discípulo que desarrolla 
                y perfecciona aspectos que en el maestro sólo quedaron 
                apuntados.  Este discípulo sólo lo fue en lo intelectual. Nunca 
                conoció a Rodó; se formó en otras tierras 
                de América y fijó su mirada en Europa, desde donde 
                participó (como avanzada, como guía, como divulgador) 
                del movimiento literario hispanoamericano. Pero fue de los que 
                con más finura recogió ciertos elementos perdurables 
                de la enseñanza de Rodó: la visión de una 
                América intelectual y una; el rigor crítico en la 
                faena intelectual y en el estilo; la cultura 
                como herencia que urge conquistar para preservarla y trasmitirla. Sus relaciones epistolares parecen iniciarse con una carta de 
                Francisco García Calderón que Rodó recibe 
                hacia 1903 (2). Allí solicitaba el joven 
                crítico peruano (había nacido en Lima, en 1883) 
                un prólogo para su primer libro: De Litteris. En 
                agosto 28 del mismo año, Rodó contesta aceptando 
                el encargo, que cumple de inmediato. El libro (publicado en Lima, 
                1904) contiene un ensayo sobre la obra de Rodó: Una 
                nueva manera de crítica, que se apoya en los opúsculos 
                cuyo título común es La vida nueva. Pero 
                García Calderón hacía algo más que 
                glosar, con entusiasmo, ese aspecto de la personalidad de 
                Rodó; mostraba, también, la amplitud del espíritu 
                del crítico, su estética y su visión filosófica, 
                el peso de su palabra sobre América. Algunos párrafos 
                de ese análisis saludaban en Rodó al "verdadero 
                guía de espíritus" americanos, alguien 
                que "puede ejercer un verdadero señorío 
                sobre los espíritus nuevos", que "está 
                llamado a entrar en esa categoría selecta de espíritu 
                que tienen 'cura de almas'" (3). En su prólogo Rodó distingue, con precisión, 
                las tres clases de creador que produce esta tierra americana: 
                el colorista instintivo, el poeta o escritor de intensidad sentimental, 
                el espíritu de serenidad y pensamiento. A esta tercera 
                clase, que lleva todos sus sufragios, pertenece el joven escritor 
                peruano. Ya se sabe que Rodó no escatimó (en prólogos, 
                en cartas) esta dádiva del aplauso generoso; 
                que mucha mediocridad pudo envanecerse de una inoportuna adhesión 
                suya. Pero en el caso de Francisco García Calderón 
                el elogio no era desmedido y era, sí, profético. 
                Al recoger Rodó estas breves páginas en El Mirador 
                de Próspero (1913) sancionó doblemente su contenido 
                (4). La correspondencia, iniciada de manera tan auspiciosa, se continuó 
                con una carta de Rodó cuyo borrador (fechado en agosto 
                1904) dice así: "Mi estimado amigo:  "Muy bien venido su primogénito literario. 
                Las páginas nuevas para mí, me han agradado mucho, 
                especialmente el estudio sobre Brunetière, y aún 
                más, el relativo a Spencer. Es a cumbres como está 
                adonde hay que levantar la mirada. La juventud, más o menos 
                intelectual, en nuestra América, suele estar enterada de 
                la existencia y las obras de cualquier poetillo de Bulevar, aún 
                cuando en Francia nadie lo tome en serio, y entre tanto yo sospecho 
                que sólo una mínima y muy escogida parte de esa 
                juventud ha leído a un Spencer, a un Taine, a un Renán, 
                a un Carlyle, a un Macaulay, a un Sainte-Beuve, a un Guyau; a 
                aquellos, en fin, que la enseñarían a pensar alto 
                y a dar médula y sazón ideal a su literatura. "La actitud, la posición de espíritu, 
                con que Vd. encara, al pasar, los grandes problemas ideales y 
                de trascendencia religiosa, me es muy simpática; porque 
                entre las muchas formas de la vulgaridad de la inteligencia y 
                el sentimiento, las que más me desagradan son acaso la 
                afirmación de la fe mecánica y sin jugo (no la afirmación 
                musical de la fe honda, personal) y, todavía más, 
                la negación frívola y declaratoria, que cree que 
                el misterio del mundo puede descifrarse con un no y cuatro absolutos 
                de esprit fort. Para mí el modo de tratar estas cuestiones 
                es, en general, la piedra de toque infalible con que apreciar 
                la superioridad, delicadeza y profundidad de un espíritu. 
                Vd. las roza, de paso, con exquisito facto, que manifiesta una 
                rara distinción de alma, entre tanto creyente sin personalidad 
                ni unción, y tanto escéptico de alma de cántaro, 
                como representan el sentido vulgar de la humanidad en cuanto a 
                las cuestiones de tejas arriba." Aparentemente, Rodó nunca envió esta carta a García 
                Calderón, y es lástima porque en ella quedan registrados 
                algunos elementos importantes para la comprensión de su 
                actitud frente al problema religioso, elementos que anticipan 
                el enfoque de su folleto Liberalismo y Jacobinismo (1906). 
                Envió, en cambio, y fechado al día siguiente, otro 
                texto que ha sido recogido en un Epistolario de Rodó 
                (1921). Se trata de una de las cartas más reveladoras de 
                toda la correspondencia rodoniana y confirma la impresión, 
                ya visible en el borrador citado, de la franqueza con que se dirigía 
                Rodó a este joven corresponsal. El texto de esta carta es demasiado conocido para que sea necesario 
                transcribirlo. Rodó apunta en ella algunos temas fundamentales 
                de su vida (política y literaria): su actitud frente a 
                la guerra civil que entonces malgastaba al país, su convicción 
                del deber político del hombre americano y su esperanza, 
                algo defraudada, en la acción de los hombres de pensamiento 
                sobre la realidad americana; la reafirmación 
                de los ideales expresados con tanta unción en Ariel 
                y de la fe en la juventud que llega para desvanecer los malos 
                efectos del decadentismo europeo. La carta se cierra con 
                una descripción de su manera de producir que constituye 
                una de las más importantes revelaciones autobiográficas 
                de Rodó. También se habla en ella de Miguel de Unamuno, 
                a quien ha recomendado los libros de García Calderón 
                (5). No debe dejarse de subrayar ese detalle que revela el cuidado 
                de Rodó por vincular entre sí a sus amistades epistolares. 
                Toda la generosidad de su intelecto y un noble sentido de difusión 
                proselitista se transparentan en estas palabras y volverán 
                a hacerse presentes en otras oportunidades en su copiosa correspondencia. 
                Así, por ejemplo; en carta a Pedro Henríquez Ureña 
                de febrero 20, 1906, le recomienda a Francisco García Calderón 
                en estos términos: "La lectura de su libro [Ensayos críticos. 
                1905] trajo inmediatamente a mi memoria un hombre que no sé 
                si será conocido para Vd.; el nombre de un joven crítico 
                peruano, Francisco García Calderón, muy semejante 
                a Vd. en tendencias, méritos y caracteres de pensamiento 
                y estilo, y en quien también veo una brillante 
                esperanza para la crítica hispanoamericana. Si no cultiva 
                Vd. relación intelectual con él, entáblela, 
                y comuníquense sus impresiones, y trabajen juntos al través 
                de la distancia material; porque es de la aproximación 
                de espíritus tan bien dotados y orientados de donde puede 
                surgir impulso de vida para la crítica, y en general, para 
                la literatura de la América nueva (6)." En el mismo sentido se dirige a García Calderón 
                para recomendarle a Pedro Henríquez Ureña, en una 
                carta cuyo borrador (fechado en junio 28, 1906) dice así: "Mi siempre recordado amigo: Grande fue mi 
                contento [?] al tener noticias de Vd. La interrupción de 
                nuestra correspondencia hacía sospechar que alguna de mis 
                últimas cartas (o de las suyas) se hubiese perdido. Escribo 
                pocas cartas, y a muy pocas personas; pero con espíritus 
                como el de Vd. no deseo perder esa comunicación. 
                Le acompaño de todas veras en el duelo que le aflige, y 
                deseo que el restablecimiento de su salud sea completo y le permita 
                entrar en plena actividad mental. Interesantísima, su conferencia 
                [Menénde Pidal y la cultura española, 1905]. (7) 
                Lo sólido y bien pensado de la forma. Cada vez que leo 
                algo nuevo de Vd. siento confirmadas y realzadas las grandes esperanzas 
                que me hicieron concebir sus primeros ensayos de "Actualidades". 
                Este último trabajo que Vd. me envía es obra de 
                plena madurez. ¡Qué impresión gratísima 
                la de encontrar cosas así, en medio de tanta hojarasca 
                y tanto remedo vano como se produce en nuestra América! 
                Por dicha, parece que vientos nuevos se levantan y que nuestros 
                esfuerzos por orientar la producción americana en sentido 
                original y fecundo no serán perdidos. Se perciben ya los 
                resultados de la siembra. ¿Ha leido Vd. la "Revista 
                Crítica" que en Vera Cruz comenzaron a publicar, en 
                enero, Henríquez Ureña y Carricarte? Es digna de 
                todo estímulo y ayuda. Henríquez Ureña, que 
                el año pasado publicó en La Habana un tomo de "Ensayos 
                críticos", es espíritu muy cultivado y de fino 
                sentido literario, que tiene mucho de nuestra orientación. 
                Escribiéndole hace pocos días, le hablaba yo de 
                Vd. y le indicaba que solicitase la cooperación de su pluma 
                para la "Revista". La dirección de esta es: Vera 
                Cruz, Mejico -Apartado 183. "No abandono mi propósito de ir en 
                breve a Europa. Allí (probablemente en París o Barcelona) 
                publicaré "Proteo", obra extensa en que cifro 
                muchas esperanzas. Escribo poco en periódicos. De lo que 
                últimamente he escrito, le envío algo correspondiendo 
                a su amable deseo. Decepcionado de la acción política, 
                mi refugio y mi entusiasmo están en la labor intelectual, 
                y el estímulo llega a mí en esa corriente afectuosa 
                de benevolencia y simpatía con que la juventud americana 
                y española me honra y acompaña. Todavía "Ariel" 
                está despertando ecos que [inconcluso] Nada sé de 
                la tesis de "Ariel" a que Vd. se refiere. Desearía 
                conocerla. ¿Podría enviarmela Vd.? Con vivo interés 
                espero también su nueva colección de artículos 
                críticos. ¿Aparecerá pronto? Escríbame 
                sobre sus proyectos y sus impresiones; comuníqueme todo 
                lo que [pueda] sobre ello, partiendo de la seguridad del afecto 
                y las esperanzas con que sigo su labor, hábleme también 
                de lo que el nuevo y grande ambiente [París] sugiere a 
                su espíritu, y de lo que sienta sobre la actividad intelectual 
                del grupo hispanoamericano radicado en esa capital del mundo. "No me olvido y crea siempre en la amistad 
                muy sincera que de corazón le profesa"  Jose Enrique Rodó "P. D. En "La Razón", que 
                le envío, escribí una breve nota bibliográfica 
                sobre su último opúsculo." No han sido registradas todavía las cartas que cambiaron 
                a partir de esta fecha, Rodó y García Calderón. 
                Esto no significa que su comercio epistolar se haya suspendido. 
                Por el contrario, existen referencias en cartas de Rodó 
                a otros corresponsales que demuestran la continuidad de sus relaciones. 
                Así, por ejemplo, en carta a Hugo D. Barbagelata, de fecha 
                Julio 2, 1909, comunica que envió a García Calderón 
                un ejemplar por correo certificado de su Proteo y agrega: "Si no he escrito a tan predilecto amigo, 
                es simplemente porque en estos últimos tiempos he tenido 
                casi abandonada mi correspondencia literaria y no he escrito a 
                nadie. Pero recibí las obras que él me envió 
                y las leí con el interés y la admiración 
                que en mí despiertan siempre las producciones de tan privilegiado 
                espíritu. En breve he de escribirle." Y en otra carta al mismo (enero 29, 1910) apunta: "De García Calderón he tenido 
                la satisfacción de recibir carta hace poco. Espero con 
                el mayor interés su anunciado libro [Profesores de idealismo], 
                que editara la casa 0llendorf, según creo (8)." Es posible encontrar asimismo en libros publicados a partir de 
                1906 por García Calderón constantes referencias 
                a la obra de Rodó. Uno de los mejores ensayos dedicados 
                a estudiar el significado del Ariel rodoniano frente al simbolismo 
                de The Tempest o del Caliban fue publicado por el 
                crítico peruano en Hombres e ideas de nuestro tiempo 
                (1907). Una indicación de la Nota preliminar señala 
                que es inédito. Con amplio poder de síntesis expresa 
                allí García Calderón el significado esencial 
                de las tres obras. Es muy importante la oposición que establece 
                entre la orientación de Renán y la de Rodó 
                así como su análisis de los motivos que estructuran 
                la oración de Rodó: la aristocracia 
                dentro de la igualdad, la vida interior "celosa y fecunda" 
                (consejo de "exquisito valor" en esta América, 
                apunta), la defensa del ideal español y latino. Ni una 
                palabra dedica García Calderón al ataque contra 
                los Estados Unidos. Esta omisión es, sin duda, deliberada; 
                lo que su artículo ha tratado de mostrar es el tema profundo 
                de Ariel, su significación perdurable, no su pretexto 
                ocasional (9). Por su parte, el crítico y maestro no dejó de mencionar 
                públicamente y con encomio la obra de su discípulo. 
                Ya en 1907 se le ve denunciando la omisión de Francisco 
                García Calderón en la antología hispanoamericana 
                publicada en París por Manuel Ugarte (1906). Rodó 
                apunta: "Francisco García Calderón, que 
                empieza por donde otros honrosamente concluyen, 
                pudo acompañarle [a Clemente Palma, otro omitido] con honor 
                para la crítica del continente." Y en el prólogo 
                a la segunda edición de Idola Fori, subraya Rodó 
                el comentario de Carlos Arturo Torres a una obra de García 
                Calderón y agrega: "trabajo digno de su firme y 
                cultivado talento (10)." En 1910 publica García Calderón un nuevo libro 
                de ensayos: Profesores de idealismo. No hay allí ningún 
                artículo particular sobre Rodó pero se incluye el 
                texto castellano de una Memoria presentada por García 
                Calderón al Congreso de Filosofía de Heidelberg 
                (setiembre 1906) y titulada: Las corrientes filosóficas 
                en la América latina. Se escribe allí: "... las nuevas generaciones le leen y comentan 
                sin cesar [a Guyau]; y un joven pensador, brillante defensor del 
                idealismo y del latinismo en nuestra América, Jose Enrique 
                Rodó, del Uruguay, ha hecho grandes elogios de él 
                en un libro pequeño, Ariel, cuyo título es 
                un símbolo de renacimiento y de idealismo generoso. (11)." 
               En dos obras publicadas luego reitera García Calderón 
                algunos juicios sobre Rodó, al tiempo que precisa (con 
                la perspectiva y el necesario alejamiento que Europa y los años 
                empiezan a darle) el alcance exacto de su prédica. 
                Les démocraties latines de l'Amérique contiene 
                más de una referencia a Rodó: elogia su trabajo 
                sobre Rubén Darío, resume (con brevedad, con estima) 
                su obra crítica y la naturaleza de su enfoque ("au 
                lieu de l'analyse minutieuse, ... d'artistiques commentaires"), 
                insiste en sus relaciones filosóficas con Guyau (12). 
                Es mucho más importante el estudio que dedica a La creación 
                de un continente al americanismo de Rodó. Este análisis 
                completa, el ya mencionado, de 1907. Después de un resumen 
                de las ideas principales del opúsculo, examina el juicio 
                sobre la democracia norteamericana. Cree ahora que "son 
                las mejores páginas de un sermón laico, serenas, 
                precisas, harmoniosas". Sus palabras no dejan de expresar, 
                con sumo tacto, algunas reservas. "Oponiendo a la utilitaria democracia sajona 
                el ideal latino, ha hecho comprender a las nuevas generaciones 
                americanas la dirección necesaria de su esfuerzo. Parece 
                su enseñanza prematura en naciones donde rodea a la capital, 
                estrecho núcleo de civilización, una vasta zona 
                semibárbara. ¿Cómo fundar la verdadera democracia, 
                la libre sucesión de las capacidades, cuando dominó 
                el caciquismo y se perpetúan sobre la multitud analfabeta 
                antiguas tiranías feudales? Rodó aconseja el ocio 
                clásico en repúblicas amenazadas por una abundante 
                burocracia, el reposo consagrado a la alta cultura cuando la tierra 
                solicita todos los esfuerzos y de la conquista de la riqueza nace 
                un brillante materialismo. Su misma campaña liberal, emergía 
                del estrecho dogmatismo, parece extraña en estas naciones 
                abrumadas por una doble herencia católica y jacobina. Aunque 
                no corresponda al presente estado de estas democracias 
                la noble doctrina de Ariel, ella señala la dirección 
                futura a pueblos enriquecidos y poblados por inmigrantes. De la 
                misma manera, en los discursos de Fichte, halló la Alemania 
                anarquizada las firmes líneas del renacimiento, el evangelio 
                de la unidad y del patriotismo (13)." Y cuando Rodó publica El Mirador de Próspero, 
                García Calderón escribe desde París unas 
                breves y penetrantes páginas sobre el libro de ensayos. 
                Allí apunta con razón que esta obra"nos revela mejor que Ariel o 
                Los Motivos de Proteo a un Rodó integral, crítico 
                y pensador, conferencista y ensayista, poeta a quien la naturaleza 
                'habla siempre el lenguaje del espíritu', para quien el 
                ideal lírico sería "cincelar con el cincel 
                de Heredia la carne viva de Musset', prosador 
                incomparable, rotundo y sutil, musical y profético que 
                ha sentido todas las voluptuosidades en la lucha con las palabras 
                -'esos monstruos minúsculos'- que lo exaltaba como `una 
                desesperada contienda por la fortuna y el honor' (14)
 Estas palabras reconocen en la obra más importante de 
                Rodó las señales inequívocas de su verdadera 
                madurez. Ellas cierran, en lo esencial, un comercio que muestra 
                a ambos escritores a su mejor luz." 1. Cf. Prólogo de Gabriela Mistral 
                a Los creadores de la nueva América de Benjamín 
                Carrión, Madrid, Sociedad General Española de Librería, 
                1928, p. 16; Luis Alberto Sánchez: Nueva Historia de 
                la Literatura Americana, Buenos Aires, Editorial Américales, 
                1944, p. 348. En Balance y liquidación del 900 (Santiago 
                de Chile, Ediciones Ercilla, 1941, pp. 98-101) hace Sánchez 
                un análisis muy negativo de Francisco García Calderón; 
                en parte lo rectifica o suaviza una nota necrológica publicada 
                en El Día, suplemento dominical, Año XXII, 
                Nº 1075, Montevideo, agosto 23, 1953. Sobre los errores de 
                S ánchez al estudiar a Rodó y el arielismo puede 
                verse alguna indicación en un trabajo de 1948 publicado 
                en mi José E. Rodó en el Novecientos (Montevideo, 
                Ediciones Número, 1950, pp. 75-76) y un extenso artículo 
                de Carlos Real de Azúa, El inventor del arielismo, en Marcha, 
                Año XIV, Nº 675, junio 20, 1953, pp. 14-15. (Volver) 2. Entre 1948 y 1950 he consultado el Archivo 
                Rodó que pertenece a la Biblioteca Nacional, 
                Montevideo. Los borradores inéditos que cito privienen 
                de allí. Estos borradores presentan algunas omisiones o 
                contienen palabras ilegibles y frases inconclusas. Dichas peculiaridades 
                se indican en el texto por medio de paréntesis rectos.(Volver) 3. Cf. De Litteris, Lima, Librería 
                e imprenta Gil, 1904, pp. 15-23. En un volemen posterior, Ideologías 
                (París, Garnier Hermanos, s. a. (1918) reprodujo García 
                Calderón trabajos de este su primer libro de ensayos, pero 
                suprimió algunos (Clarín y los prólogos, 
                Nuñez de Arce, Una novela de Altamira, Hacia el Porvenir) 
                y modifició el orden de escritos: el artículo sobre 
                Rodó pasa del segundo al último lugar.(Volver) 4. Cf. De Litteris, ed. cit., pp. V-VII; 
                El Mirador de Próspero, Montevideo. José 
                María Serrano, editor, 1913, pp. 324-26; Ideologías, 
                ed. cit., pp. 3-5. (En un acápite dice aquí García 
                Calderón: "Para De Litteris, colección de 
                artículos de la primera juventud del autor, escribió 
                Rodó, en 1903, un prólogo generoso.")(Volver) 5. Cf. Epistolario, recogido y publicado 
                por Hugo D. Barbagelata, París, Agencia General de Librería, 
                1921. pp. 26-30. Es la única carta de Rodó a Gacía 
                Calderón que se reproduce allí. (Volver) 6. Cf. Epistolario, ed. cit., p. 43.(Volver) 7. Está recogida en Hombres e ideas 
                de nuestro tiempo, Valencia, F. Sempere y Cía., s. 
                a. [1907], pp. 91-112.(Volver) 8. Cf. Epistolario, ed. cit., pp. 83 
                y 88, respectivamente. En la página 92 se transcribe otra 
                carta al mismo (enero 14, 1914, aunque por errata se ha impreso: 
                1917) en que asegura Rodó: "De García Calderón 
                no tengo noticia hace tiempo, pero la culpa es exclusivamente 
                mía, que le debo carta no sé desde cuándo. 
                Salúdelo Vd. en mi nombre..."(Volver) 9. Cf. ob. cit. Ariel y Calibán, 
                pp. 189-99. (Volver) 10. Ambos textos están recogidos en 
                El Mirador de Próspero, ed. cit., pp. 306 y 46, 
                respectivamente.(Volver) 11. Cf. Profesores de idealismo, París, 
                Ollendorff, s. a. (1910), PP. 158-59. El texto castellano es obra 
                de Pedro Henríquez Ureña, quien lo había 
                traducido del francés y publicado con notas propias (eruditas, 
                complementarias) en la Revista Moderna de México, 
                García Calderón reproduce la traducción y 
                las notas en su libro.(Volver) 12. Ct. Las démocraties latines de 
                I'Amérique, París, Ernest Flammarion, éditeur, 
                1912, pp. 241, 244 y 256. (Volver) 13. Cf. La creación de un continente, 
                París, Librería Paul Olindorff, s. a. (1913). pp. 
                95-99.(Volver) 14. El artículo es reproducido en Rodó 
                y sus críticos, recopilación de Hugo D. Barbagelata, 
                París, Agencia General de Librería, 1920, pp. 194-97. 
                A la muerte de Rodó, García Calderón redactó 
                el texto que se inscribiría en el pergamino firmado por 
                ilustres escritores de América y España, y que fue 
                entregado a la madre del crítico uruguayo. Cf. El Siglo, 
                Montevideo, agosto 30, 1917.(Volver) |