|  |   Este trabajo -que fue leído en una versión 
              abreviada por la Radio Oficial, Montevideo, setiembre 20, 1951- 
              forma parte de un estudio iniciado en 1950 sobre los Orígenes 
              del Romanticismo en Hispanoamérica y que se centra en 
              la actuación de Andrés Bello en Londres (1810-1829) I "UNO DE LOS LUGARES COMUNES de cierta crítica hispanoamericana 
              es la clasificación de Andrés Bello como poeta neoclásico 
              con todo lo que ello implica: apego a la tradición retórica 
              y poética grecolatina, aceptación ciega de las tres 
              unidades dramáticas, sumisión a la autoridad de la 
              Academia Española de la Lengua, aversión y desprecio 
              por el Romanticismo. Quisiera examinar hoy este último cargo: 
              Andrés Bello, se ha afirmado a menudo, era enemigo del Romanticismo. 
              Para demostrarlo se invoca la celebre polémica con Domingo 
              Faustino Sarmiento en Chile, 1842, a propósito de la lengua 
              española tal como se la habla -o como se la debe hablar- 
              en América. En esa polémica, el argentino sostuvo, 
              demoledoramente, la tesis romántica de que el pueblo era 
              autoridad en materia de lengua, mientras el ilustre gramático 
              sostuvo los fueros académicos y las autoridades literarias. Si esta polémica -que algunos, engañados, podrían 
              calificar de lateral, ya que (aparentemente) no compromete la esencia 
              del Romanticismo como postura de vida y como actitud estética 
              profunda-; si esta polémica no bastara, habría que 
              invocar aquella otra no menos famosa y del mismo año, en 
              que Sarmiento arremetió contra el concepto que del Romanticismo 
              sustentaban los redactores de El Semanario de Santiago, discípulos 
              de Bello en su mayoría. El argentino abrumó a sus 
              contrincantes con una más desprejuiciada concepción 
              de la polémica y con una incontenible pujanza verbal. Aunque 
              Bello tuvo limitada participación en la primer polémica 
              y ninguna en la segunda, fueron (aparentemente) sus ideas y sus 
              doctrinas las que utilizaron los adversarios de Sarmiento, fueron 
              sus doctrinas y sus ideas las que combatió Sarmiento. De 
              entonces data la presentación de Bello no sólo como 
              neoclásico furibundo sino como adversario tenaz y obtuso 
              del Romanticismo. Ya se sabe que no hay nada más difícil de despejar 
              que un malentendido; ya se sabe que la actitud que alguien asume 
              en una polémica difícilmente lo retrata por entero. 
              Y, sin embargo, es esa actitud transitoria la que los coetáneos 
              se empeñarán en recoger como totalizadora, como ejemplar 
              y representativa. Nadie fue en 1842 a leer los otros textos de Bello 
              sobre el Romanticismo, sus propios textos y no las deformaciones 
              bien intencionadas de sus discípulos, sus textos que datan 
              (en algunos casos) de varias décadas; nadie buscó 
              las razones de su elusiva actitud en la polémica, de su reticencia. 
              Para todos fue entonces clara una cosa: Bello se presentaba simultáneamente 
              como campeón de los neoclásicos y enemigo de los románticos. 
              Bello era, en 1842, un anacronismo. (El calificativo, que prendió, 
              es de Sarmiento.) Esa simplificación -quizá seductora por su implícita 
              simetría- fue divulgada por los interesados, ampliada y popularizada 
              luego por historiadores de la literatura hispanoamericana, demasiado 
              atareados para leer todo nuevamente; demasiado 
              inclinados a aceptar cualquier fórmula que evitara un delicado 
              examen. La interpretación de Bello como enemigo del Romanticismo 
              ha venido rodando y rodando, de un manual literario a otro, copiando 
              el nuevo historiador a su inmediato predecesor, hasta convertirse 
              hoy en hecho casi universalmente aceptado por la docencia y el periodismo 
              literario, en lugar común (1). Por hermosa que parezca la imagen de Bello obstinadamente neoclásico 
              y antiromántico no hay más remedio que pronunciarla 
              falsa. Bello no fue enemigo del Romanticismo. Es más: Bello 
              fue uno de los primeros americanos que conoció el Romanticismo; 
              Bello fue uno de los primeros poetas de habla hispánica en 
              acusar caracteres románticos. Un repaso de su carrera literaria 
              y de su obra (crítica, poética) permitirá demostrar 
              estas afirmaciones. II LONDRES (1810-1829) Durante casi veinte años -entre julio de 1810 y febrero 
              de 1829- vivió Andrés Bello en Londres; allí 
              trabajó como diplomático y como maestro de español, 
              allí padeció miseria, allí formó (dos 
              veces) su hogar y nacieron muchos de sus hijos, 
              allí estudio -sin parar y sin pausa- acumulando materiales 
              que al conocerse asombrarían al mundo hispánico (2). 
              Esos años marcan el triunfo en Inglaterra de la segunda generación 
              romántica. Precedida por el movimiento gótico del 
              siglo XVIII, anunciada por tantos poetas del sepulcro, en esos años 
              se producen algunas de las obras maestras del Romanticismo inglés: 
              The Excursion de Wordsworth es de 1814; 
              Kubla Khan de Coleridge, de 1817; del mismo año su 
              importante Biographia Literaria; los dos primeros cantos 
              de Childe Harold de Byron son de 1812, The Corsair 
              de 1814, Manfred de 1817, el Don Juan de sus últimos 
              años (1818-1823); el Adonais de Shelley es de 1821; 
              de 1820 el volumen de poemas de Keats (3). Aunque por su temperamento y por su educación, estaba muy 
              ligado a la sensibilidad y arte neoclásicas, aunque por sus 
              amistades estuviera más vinculado a las formas tradicionales 
              de la vida inglesa, Bello no pudo permanecer completamente ajeno 
              a este poderoso movimiento que renovó las letras inglesas 
              y habría de proyectarse de inmediato sobre la cultura occidental. 
              Bello supo leer y apreciar a algunos representantes de lanueva escuela, 
              en particular aquellos que en pleno siglo XVIII anunciaron sus caracteres. 
              Y de los nuevos, alguno despertó pronto uninterés 
              que las circunstancias de una vida azarosa y entregada alestudio 
              y a la erudición no lograron conmover. Pero, a pesar de este 
              conocimiento, no se convirtió en un propagandista de la nueva 
              escuela. Porque a Bello -como decía Unamuno de su España- 
              le dolía América. Su única preocupación 
              en estos años de Londres, su única 
              inspiración, era América. Por eso no escribió 
              sobre los poetas románticos que leía en Inglaterra, 
              y continuó entregado a los temas de América. Por eso 
              asoció su nombre al de Blanco White, emigrante liberal español 
              que publicaba en Inglaterra y en nuestra lengua 
              un periódico político cultural: El Español 
              (1810-1814) (4); por eso emprendió con 
              el colombiano García del Río la redacción en 
              español de dos revistas que habrían de ser las dos 
              primeras grandes publicaciones de la América nueva: La 
              Biblioteca Americana (1823 ) y E Repertorio Americano 
              (1826-1827) (5). A pesar de no ocuparse de las letras inglesas, es posible rastrear 
              en las páginas de ambas publicaciones las huellas del conocimiento 
              que Bello tenía de la escuela romántica, entonces 
              en pleno proceso de expansión. En varias oportunidades pueden 
              encontrarse referencias laterales a autores o temas del Romanticismo, 
              referencias que revelan no sólo un conocimiento directo sino 
              hasta una familiaridad con algunos de sus textos. 
              Así, por ejemplo, al comentar en 1827 las poesías 
              del cubano José María de Heredia afirma Bello: "Sus 
              cuadros llevan, por lo regular, un tinte sombrío; y domina 
              en sus sentimientos una melancolía, que de cuando en cuando 
              raya en misantrópica, y en que nos parece percibir cierto 
              sabor al genio y estilo de Lord Byron (6)." 
              Aunque Bello no desarrolla la semejanza, es evidente 
              (por la índole de la afirmación y por el cuidado y 
              la responsabilidad con que ejercía la crítica) que 
              su indicación supone el conocimiento respecto del poeta inglés. 
              Bello aparece, pues, citando a Byron en una fecha en que en España 
              y en América era prácticamente desconocido (7). 
              Pero eso no es todo. De 1826 (y en la misma publicación) 
              es una referencia a Walter Scott. Al comentar la 
              traducción castellana, editada en Inglaterra por Rodolfo 
              Ackermann, de El Talismán y de Ivanhoe, Bello 
              examina el valor de la versión y se refiere a "su 
              admirable original". Toda la breve nota revela el aprecio 
              por la obra entera de Scott, a la que se refiere el cronista con 
              familiaridad (8). Pero ya en artículos anteriores de la Biblioteca Americana 
              y en pleno 1823 era posible relevar indicaciones de un conocimiento 
              de poetas románticos (o prerrománticos) ingleses. 
              Así, por ejemplo, al comentar las Obras 
              poéticas de Cienfuegos menciona Bello, en enumeración 
              algo caótica, a algunos poetas filosóficos del siglo 
              XVIII entre los que incluye a Goldsmith y al célebre Thomas 
              Gray, autor de la Elegy written in a Country 
              Churchyard (1750) (9); en una Noticia de 
              la obra de Sismondi sobre "la literatura del Mediodía 
              de Europa" (libro publicado en 1819) Bello cita a Robert 
              Southey con encomio por su traducción de la Crónica 
              del Cid (1808) (10). Estas y otras indicaciones 
              qua podrían alinearse revelan en Bello una frecuentación 
              de la literatura que en ese momento se creaba en Inglaterra. No 
              era, seguramente, un conocimiento profundo ni implicaba una aceptación 
              de toda la estética romántica. Pero demostraba una 
              familiaridad sin sospecha de aversión, sin tinte polémico 
              alguno. III SANTIAGO (1829-1842) Ya en Chile (adonde llegó Bello en junio 25, 1829) es posible 
              recoger juicios y observaciones -algunos muy anteriores a las polémicas 
              de 1842- que demuestran su contacto con el movimiento romántico 
              en un grado que no admite equívocos. Uno de los primeros 
              textos es un artículo de 1832, publicado 
              anónimamente en El Araucano; se protesta allí 
              contra la censura postal de libros y se elogia a Delfina 
              de Mme. de Stael, "cuyas obras se distinguen por la pureza 
              de los sentimientos morales", y a la 
              que se compara con Richardson -autor de la lacrimógena Pamela 
              (1740) y precursor de Rousseau- y con Walter Scott (11). 
              En 1839 Bello tradujo y adaptó para el Teatro de Santiago 
              Teresa de Alexandre Dumas (12). En noviembre 
              27 de 1840, al comentar en El Araucano las Leyendas españolas 
              de José Joaquín de Moratín establece una relación 
              entre éstas y algunas obras de Byron; señala en particular 
              la afinidad con el Beppo y con el Don Juan "Por 
              el estilo alternativamente vigoroso y festivo, 
              por las largas digresiones que interrumpen a cada paso la narración 
              (y no es lo parte en que brilla menos la viva fantasía del 
              poeta), y por el desenfado y soltura de la versificación, 
              que parece jugar con las dificultades (13)." 
              Hacia esta misma fecha, Bello empezó a traducir con miras 
              a la publicación un artículo crítico, 
              sumamente elogioso, de Edward Lytton Bulwer sobre Byron. Bello trasladó 
              también los versos que citaba el crítico inglés 
              y esto lo incitó a intentar la versión de uno de sus 
              dramas: Marino Faliero (1820). No llegó a concluir 
              la traducción ni del artículo de Bulwer ni del drama; 
              pero Amuchátegui ha rescatado ambos de su papelería 
              (14).  En febrero 5, 1841, y a propósito de La Araucana 
              de Ercilla, escribe Bello algunas consideraciones importantes sobre 
              la épica moderna y sus caracteres románticos: "El que introdujese hoy día la maquinaría 
              de la Jerusalén libertada en un poema épico, se expondría 
              ciertamente a descontentar a sus lectores. "Y no se crea que la musa épica tiene 
              por eso un campo menos vasto en que explayarse. Por el contrario, 
              nunca ha podido disponer de tanta multitud de objetos eminentemente 
              poéticos y pintorescos. La sociedad humana contemplada a 
              la luz de la historia en la serie progresiva de sus transformaciones, 
              las variadas fases que ella nos presenta en las oleadas de sus revoluciones 
              religiosas y políticas, son una veta inagotable de materiales 
              para los trabajos del novelista y del poeta. Walter Scott y lord 
              Byron han hecho sentir el realce que el espíritu de facción 
              y de secta es capaz de dar a los caracteres morales, y el profundo 
              interés que las perturbaciones del equilibrio social pueden 
              derramar sobre la vida doméstica. Aun el espectáculo 
              del mundo físico, ¿cuantos nuevos recursos no ofrece 
              al pincel poético, ahora que la tierra explorada hasta en 
              sus últimos ángulos nos brinda con una copia infinita 
              de tintes locales para hermosear las decoraciones de este drama 
              de la vida real, tan vario, y tan fecundo de emociones? Añádanse 
              a esto las conquistas de las artes, los prodigios de la industria, 
              los arcanos de la naturaleza revelados a la ciencia; y dígase 
              si, descartadas las agencias de seres sobrenaturales, y la Magia, 
              no estamos en posesión de un caudal de materiales épicos 
              y poéticos, no solo más cuantiosos y varios, sino 
              de mejor calidad, que el que beneficiaron el Ariosto y el Tasso. 
              ¡Cuántos siglos hace que la navegación y la 
              guerra suministran medios poderosos de excitación para la 
              historia ficticia! Y, sin embargo, lord Byron ha probado prácticamente 
              que los viajes y los hechos de armas bajo las 
              formas modernas son tan adaptables a la epopeya, como lo eran bajo 
              las formas antiguas; que es posible interesar vivamente en estos 
              sin, traducir a Homero; y que la guerra, cual hoy se hace, las batallas, 
              sitios y asaltos de nuestros días, son objetos susceptibles 
              de matices tan brillantes, como los combates de los griegos y los 
              troyanos, y el saco y ruina de Ilión (15)". Estas palabras no revelan, seguramente, a un fanático del 
              neoclasicismo, a un enemigo de la nueva literatura. Pero hay un 
              texto, más elocuente, aún, de noviembre 5, 1841, y 
              que fija la actitud de Bello frente al Romanticismo algunos meses 
              antes de la polémica. Se trata del comentario con que abre 
              su reseña del Juicio crítico de los principales poetas 
              españoles de la ultima era de José Guzmán 
              Hermosilla.  "En literatura, los clásicos y los románticos 
              tienen cierta semejanza no lejana con lo que son en la política 
              los legitimistas y los liberales. Mientras que para los primeros 
              es inapelable la autoridad de las doctrinas y prácticas que 
              llevan el sello de la antigüedad, y el dar un paso fuera de 
              aquellos trillados senderos es rebelarse contra los sanos principios, 
              los segundos, en su conato de emancipar el ingenio de trabas inútiles, 
              y por lo mismo perniciosas, confunden a veces la libertad con la 
              más desenfrenada licencia. La escuela clásica divide 
              y separa los géneros con el mismo cuidado que la secta legitimista 
              las varías jerarquías sociales; la gravedad aristocrática 
              de su tragedia y su oda no consiente el más ligero roce de 
              lo plebeyo, familiar o doméstico. La escuela romántica, 
              por el contrario, hace gala de acercar y confundir las condiciones; 
              lo cómico y lo trágico se tocan, o más bien, 
              se penetran íntimamente en sus heterogéneos dramas; 
              el interés, de los espectadores se reparte entre el bufón 
              y el monarca, entre la prostituta y la princesa; y el esplendor 
              de las cortes contrasta con el sórdido egoísmo de 
              los sentimientos que encubre, y que se hace estudio de poner a la 
              vista con recarga esos colores. Pudiera llevarse mucho más 
              allá este paralelo, y acaso les presentaría afinidades 
              y analogías curiosas. Pero lo más notable es la natural 
              alianza del legitimismo literario con el político. La poesía 
              romántica es de alcurnia inglesa, como el gobierno representativo 
              y el juicio por jurados. Sus irrupciones han sido simultáneas 
              con las de la democracia en los pueblos del mediodía 
              de Europa. Y los mismos escritores que han lidiado contra el progreso 
              en materias de legislación y gobierno, han sustentado no 
              pocas veces la lucha contra la nueva revolución literaria, 
              defendiendo a todo trance las antiguallas autorizadas por el respeto 
              supersticioso de Vuestros mayores: Los códigos poéticos 
              de Atenas y Roma, y de la Francia de Luis XIV (16)." Bello elogiando a Mme. de Stael, Bello traduciendo a Alexandre 
              Dumas y a Byron, Bello aplaudiendo la épica moderna y censurando 
              a Hermosilla, son otras tantas actitudes que el planteo de 1842 
              hará parecer imposibles. Y, sin embargo, hay en el último 
              texto citado algo que las explica profundamente. Bello no contempla 
              la batalla entre clásicos y románticos como un partidario 
              del neoclasicismo; si sus simpatías no estaban ciegamente 
              volcadas hacia el Romanticismo tampoco estaban ciegamente prejuiciadas 
              por el neoclasicismo. Bello no tomaba partido. Como hombre auténticamente 
              libre veía los excesos de la escuela clásica (trillados 
              senderos, trabas inútiles y por lo mismo perniciosas, antiguallas 
              autorizadas por el respeto supersticioso) pero vela también 
              los excesos de la romántica (confunden a veces la libertad 
              con la más desenfrenada licencia). Prefería mantenerse 
              al margen, tomando de cada escuela lo que más se compadecía 
              con su temperamento y con sus gustos. Traduciendo a Byron y venerando 
              a Virgilio. En sus palabras hay, además, una clara simpatía por 
              el nuevo movimiento. Desde la mención (tan reveladora de 
              su formación inglesa) sobre la alcurnia de la poesía 
              romántica, hasta su atinada caracterización social 
              del drama nuevo, todo en estas palabras de Bello desnuda al espíritu 
              ecléctico y objetivo que busca la verdad estética 
              y no procede con prejuicios; desnuda, también, una actitud 
              liberal de comprensión y aliento de las obras auténticamente 
              nuevas. A este Bello es al que los fogosos románticos de 
              1842 presentarían como campeón de la reacción, 
              devoto de Hermosilla y fanático de las reglas. IV LONDRES Y SANTIAGO (1810-1842) Una contraprueba de esta misma actitud podría verse en las 
              censuras que el mismo Bello hizo -en Inglaterra o en Chile y siempre 
              antes de la polémica de 1842- a algunas puntos considerados 
              fundamentales en la estética neoclásica. Así, 
              por ejemplo, en octubre 1826 publica una reseña de Revista 
              del antiguo teatro español, o selección de piezas 
              dramáticas desde el tiempo de Lope de Vega hasta el de Cañizares, 
              castigadas y arregladas a los preceptos del arte, por el emigrado 
              [español] don Pablo Mendíbil. 
              Ya el título del volumen, con su obsoleto castigadas, 
              esta indicando la actitud neoclásica de Mendíbil. 
              El critico comenta con mesura: "Tal vez desearían 
              algunos que el señor Mendíbil no se hubiese propuesto 
              para la ejecución de su utilísimo designio cánones 
              dramáticos, que, por su severidad, probablemente lo harán 
              sacrificar, no solo escenas, sino dramas enteros de mucho mérito 
              (17)".  Bello, que conocía como 
              pocos en su tiempo la literatura española y que fue uno de 
              los primeros en estudiar sus monumentos literarios medievales, revela 
              en esas medidas palabras una simpatía por el teatro del gran 
              siglo que resultaría imposible en un fanático de las 
              reglas. Del año siguiente es una reseña de las obras 
              dramáticas y líricas de Moratín 
              en que apunta Bello: "¡Ojalá que la severidad 
              de las reglas que se ha impuesto [Moratín] no frustre en 
              otros intentos menos privilegiados las disposiciones que, con algún 
              ensanche más, podrían quizá contribuir a que 
              la parte más racional de sus reformas se adoptase con menos 
              dificultad y repugnancia!" (18) Otra 
              vez la nota de moderación y equilibrio. Más importantes, por su gran proyección, parecen 
              estas palabras de un artículo publicado en Chile en junto 
              21, 1833. Allí examina Bello el valor de las tres unidades 
              dramáticas y dice: "Mirando las reglas como fútiles 
              avisos para facilitar el objeto del arte, que es el placer de los 
              espectadores, nos parece que, si el autor acierta a producir ese 
              efecto sin ellas, se le deben perdonar las irregularidades. Las 
              reglas no son el fin del arte, sino los medios que él emplea 
              para obtenerlo." Y más adelante agrega: "La 
              regularidad de la tragedia y comedia francesas parece ser a muchos 
              monótona y fastidiosa. Se ha reconocido, aun en Paris, la 
              necesidad de variar los procederes del arte dramático; las 
              unidades han dejado de mirarse como preceptos inviolables; y en 
              el código de las leyes fundamentales del teatro, solo quedan 
              aquellas cuya necesidad para divertir e interesar 
              es indispensable, y que pueden todas reducirse a una sola: la fiel 
              representación de las pasiones humanas y de sus consecuencias 
              naturales, hecha de modo que simpaticemos vivamente con ellas, y 
              enderezada a corregir los vicios y desterrar los ridículos 
              que turban y afean la sociedad."(19) El mismo año, y contestando a un ataque periodístico 
              en que se le tachaba -a él sí- de desconocer las reglas 
              dramáticas, Bello había expresado inmejorablemente 
              su posición ecléctica. "El mundo dramático está ahora dividido en 
              dos sectas: la clásica y la romántica. Ambas a la 
              verdad existen siglos hace; pero en estos últimos años, 
              es cuando se han abanderizado bajo estos dos nombres los poetas 
              y los críticos, profesando abiertamente principios opuestos. 
              Como ambas se proponen un mismo modelo, que es la naturaleza, y 
              un mismo fin, que es el pincel de los espectadores, es necesario 
              que, en una y otra, sean también idénticas muchas 
              de las reglas del drama. En una y otra, el lenguaje de los afectos 
              debe ser sencillo y enérgico; los caracteres, bien sostenidos; 
              los lances, verosímiles. En una y otra, es menester que el 
              poeta de toda edad, sexo y condición, a cada país 
              y a cada siglo, el colorido que le es propio. El alma humana es 
              siempre la mina de que debe sacarhsus materiales; y a las nativas 
              inclinaciones y movimientos del corazón, es menester que 
              adapte siempre sus obras, para que pagan en él una impresión 
              profunda y grata. Una gran parte de los preceptos de Aristóteles 
              y Horacio son, pues, de tan precisa observación en la escuela 
              clásica, como en la romántica; y no pueden menos de 
              serlo, porque son versiones y corolarios del principio de la fidelidad 
              de la imitación y medios indispensables para agradar. "Pero hay otras reglas que los críticos de la escuela 
              clásica miran como obligatorias, y los de la escuela romántica, 
              como inútiles o tal vez perniciosas. A este número 
              pertenecen las tres unidades, y principalmente las de lugar y tiempo. 
              Sobre estas rueda la cuestión entre unos y otros.(...) Sólo 
              el que sea completamente extranjero a las discusiones literarias 
              del día, puede atribuirnos una idea tan absurda, como la 
              de querer dar por tierra con todas las reglas, sin excepción, 
              como si la poesía no fuera un arte y pudiese haber arte sin 
              ellas. "Si hubiéramos dicho (...) que estas reglas son 
              puramente convencionales, trabas que embarazan inútilmente 
              al poeta y le privan de una infinidad de recursos; que los Corneilles 
              y Racine no han obtenido con el auxilio de estas reglas, sino a 
              pesar de ellas, sus grandes sucesos dramáticos; y que por 
              no salir del limitado reinado de un salón, y del 
              círculo estrecho de las 24 horas, son los Corneilles y los 
              Racines han caído a veces en incongruencias monstruosas, 
              no hubiéramos hecho más que repetir lo que han dicho 
              casi todos los críticos ingleses y alemanes y algunos franceses 
              (20)." Tal es la posición de Bello en 1833. Su eclecticismo habría 
              de acentuarse con los años; su visión del conflicto 
              que separaba a los neoclásicos y románticos, se afinaría 
              con la contemplación de los estragos y las limitaciones suscitados 
              por ambas banderías. Cuando ocurre la polémica de 
              1842, Bello ya esta de vuelta. Pero los azares de la lucha quisieron 
              que su voz pareciera indisolublemente ligada a la reacción. V SANTIAGO (1842) A la luz del examen realizado en las páginas precedentes 
              conviene plantear - una vez más- la intervención de 
              Bello en la primera polémica de 1842. La agitación 
              fue provocada por un artículo del Mercurio de abril 27 en 
              que Sarmiento comentaba unos ejercicios populares de la lengua castellana, 
              publicados sin nombre de autor por el mismo periódico. Entre 
              consideraciones quo no vienen al caso, Sarmiento exponía 
              la tesis romántica de la soberanía del pueblo en materia 
              idiomática. "La soberanía del pueblo tiene todo su 
              valor y su predominio en el idioma; los gramáticos son como 
              el senado conservador, creado para resistir a los embates populares, 
              para conservar la rutina y las tradiciones. Son a nuestro juicio, 
              si nos perdonan la mala palabra, el partido retrógrado, estacionario, 
              de la sociedad habladora; pero, como los de su clase en política, 
              su derecho está reducido a gritar y desternillarse contra 
              la corrupción, contra los abusos, contra las innovaciones. 
              El torrente los empuja y hoy admiten una palabra nueva, mañana 
              un extranjerismo vivito, al otro día una vulgaridad chocante; 
              pero, ¿qué se ha de hacer? todos han dado en usarla, 
              todos la escriben y la hablan, fuerza es agregarla al diccionario, 
              y quieran que no, enojados y mohinos, la agregan, y que no hay remedio, 
              y el pueblo triunfa y lo corrompe y lo adultera todo."  Más adelante, el artículo incluía esta categórica 
              afirmación:  "La gramática no se ha hecho para el 
              pueblo; los preceptos del maestro entran por un oído del 
              niño y salen por otro; se le enseña a conocer cómo 
              se dice, pero ya se guardará muy bien de decir cómo 
              lo enseñan; el habito y el ejemplo dominante podrán 
              siempre más. Mejor es, pues, no andarse con reglas ni con 
              autores." (21). La intervención de Bello en la polémica se redujo 
              a un artículo, publicado en el Mercurio (mayo 12) con el 
              seudónimo de Un Quídam. El punto de vista está 
              expresado con mesura no exenta de ironía. Bello piensa que 
              la crítica a los Ejercicios se ha expresado muy a 
              la ligera y apunta que no puede menos de disentir "al mismo 
              tiempo de los ilustrados redactores del Mercurio [es decir: 
              Sarmiento en la parte de su artículo que precede 
              a los Ejercicios, en que se muestran tan licenciosamente populares 
              en cuanto a lo que debe ser el lenguaje, como rigorista y algún 
              tanto arbitrario del actor de aquellos". Con perspicacia ha señalado Bello la contradicción 
              entre el punto de vista de Sarmiento (licenciosamente popular, le 
              parece) y el del autor de los Ejercicios. Esta contradicción 
              no pareció advertirla, por cierto, Sarmiento. Pero lo fundamental 
              de su refutación se sintetiza en esta frase: "En las lenguas, como en la política, 
              es indispensable que haya un cuerpo de sabios, que así dicte 
              las leyes convenientes a sus necesidades, como las del habla en 
              que ha de expresarlas; y no será menos ridículo confiar 
              al pueblo la decisión de sus leyes, que autorizarle en la 
              formación del idioma. En vano claman por esa libertad romántico-licenciosa 
              del lenguaje, los que por prurito de novedad o por eximirse del 
              trabajo de estudiar su lengua, quisieran hablar; escribir a su discreción. 
              Consúltese, en último comprobante del juicio expuesto, 
              cómo hablan y escriben los pueblos cultos que tienen un antiguo 
              idioma, y se verá que el italiano, el español, el 
              francés de nuestros días, es el mismo del Ariosto 
              y del Tasso, de Lope Vega y de Cervantes, de Voltaire y de Rousseau." Bello había deslizado, asimismo, alguna punzante ironía 
              contra cierto pueblo americano, "otro tiempo tan ilustre, 
              en cuyos periódicos se ve degenerado el castellano en un 
              dialecto español gálico, que parece decir de aquella 
              sociedad lo que el padre Isla de la matritense: Yo conocí en Madrid una condesaQue aprendió a estornudar a la francesa." (22)
 En su contestación (Mercurio, mayo 19 y 22) no dejó 
              de recoger Sarmiento la alusión al Río de la Plata 
              y aceptó el desafío, y aun la calificación 
              de libertad romántico licenciosa. Su tesis (de estirpe romántica) 
              es que un idioma es la expresión de las ideas de un pueblo 
              y un pueblo ha de tomar sus ideas donde ellas están independientemente 
              del criterio de pureza idiomática o de perfección 
              académica; que la literatura española ha perdido toda 
              fuerza y que América ya no esta dispuesta a esperar que la 
              mercadería ideológica extranjera pase por cabezas 
              españolas para poder consumirla; que la función real 
              de la Academia Española es recoger, como en un armario, las 
              palabras que usan pueblo y poetas y no autorizar el uso de las mismas: 
              que las lenguas vuelven hoy pueblo (tesis del primer artículo); 
              que el influjo de los gramáticos, el temor de las reglas, 
              el respeto a los admirables modelos, tienen agarrotada la imaginación 
              de los chilenos. No contento Sarmiento con exceder los términos naturales 
              de la polémica, introdujo en su respuesta una alusión 
              personal de indudable resonancia: "Por lo que a nosotros respecta, si la ley del 
              ostracismo estuviese en uso en nuestra democracia, habríamos 
              pedido en tiempo el destierro de un gran literato que vive entre 
              nosotros, sin otro motivo que serlo demasiado y haber profundizado, 
              más allá de lo que nuestra naciente civilización 
              exige, los arcanos del idioma, y haber hecho gustar a nuestra juventud 
              del estudio de las exterioridades del pensamiento y de 
              las formas en que se desenvuelve nuestra lengua, con menoscabo de 
              las ideas y de la verdadera ilustración. Se lo habríamos 
              mandado a Sicilia, a Salvá y a Hermosilla que con todos sus 
              estudios no es más que un retrógrado absolutista, 
              y lo habríamos aplaudido cuando lo viésemos revolcarlo 
              en su propia cancha; allá está su puesto, aquí 
              es un anacronismo perjudicial." (23)  Estas palabras aluden transparentemente a Bello. Aunque su tono 
              es más chacotón que injurioso, no dejan de arrastrar 
              un reproche grave. El calificativo de anacronismo con que termina 
              la tirada parece reducir a Bello a la categoría de obsoleto 
              gramatiquero. Otra es, sin embargo, la correcta interpretación. 
              Sarmiento quiso decir (y dijo, aunque ambiguamente por defectos 
              de una sintaxis hirsuta) que Bello se adelantaba a su época, 
              que su formación era superior a la del medio, que la severidad 
              de sus patrones críticos excedían las posibilidades 
              de una sociedad en formación. Y era cierto. Pero la solución 
              no estaba en el ostracismo. Pese a la fuerza y al atractivo de su 
              exposición Sarmiento cometía un error profundo al 
              juzgar a Bello: no comprendía que América necesitaba 
              (necesita) el rigor y la exigencia, no la irresponsable tolerancia. 
             Las palabras de Sarmiento fueron mal interpretadas. Se creyó 
              que la expresión "con todos sus estudios no es más 
              que un retrógrado absolutista", se refería 
              a Bello y no a Hermosilla; se pensó que proponía con 
              toda seriedad el ostracismo y los discípulos de Bello salieron 
              a la arena. En una de sus contestaciones (Mercurio, junio 
              5) se vio obligado Sarmiento a precisar:  "... es muy material entender que, al hablar 
              del ostracismo, hemos querido realmente deshacernos de un gran literato, 
              para quien personalmente no tenemos sino motivos de respeto y de 
              gratitud; el ostracismo supone un mérito y virtudes tan encumbradas 
              que amenazan sofocar la libertad de la república." (24) La polémica ya había dejado de tener interés 
              para Bello. Es fácil compartir sus escrúpulos. Bien 
              o mal intencionado, Sarmiento había llevado las cosas a un 
              terreno que no era compatible con el severo magisterio de Bello; 
              por otra parte, la inicial polémica lingüística 
              se había contaminado de temas, introducidos 
              por el argentino, que eran completamente ajenos: la decadencia de 
              la cultura de España, la escasa imaginación creadora 
              y esterilidad poética de los chilenos, el ostracismo de Bello. 
              El alejamiento del maestro no impidió que (con o sin su ayuda, 
              es difícil decidir) los discípulos contestasen (25) 
              La polémica adquirió pronto tintes nacionalistas; 
              al argentino se le echó en cara su condición de extranjero. 
              Sarmiento hace la discusión del terreno lingüístico 
              y la llevó al literario; con la desinteresada 
              cooperación de Larra, proclamó su fe romántica 
              en palabras que ya son célebres. Todo esto excedió 
              anchamente los límites iniciales de la polémica sobre 
              el habla, aunque sirvió para preparar el clima de la segunda, 
              su natural corolario (26). El apartamiento de Bello del campo polémico no implico, 
              es claro, una abdicación. Bello prepara cuidadosamente una 
              respuesta. O mejor dicho: prepara una ocasión de pronunciarse 
              sobre el fondo del asunto, sin sufrir las inevitables simplificaciones 
              polémicas. La ocasión fue la instalación solemne 
              de la Universidad de Chile, en setiembre 17, 1843. En el discurso 
              que entonces pronunció se dicen estas, sus verdades: "Yo no abogaré jamás por el purismo 
              exagerado que condena todo lo nuevo en materia de idioma; creo, 
              por el contrario, que la multitud de ideas nuevas que pasan diariamente 
              del comercio literario a la circulación general, exige voces 
              nuevas que las representen. ¿Hallaremos en el diccionario 
              de Cervantes y de Fray Luis de Granada -no quiero ir tan lejos-, 
              hallaremos en el diccionario de Iriarte y Moratín, medios 
              adecuados, signos lúcidos para expresar las nociones comunes 
              que flotan hoy sobre las inteligencias medianamente cultivadas para 
              expresar el pensamiento social? Nuevas instituciones, nuevas leyes, 
              nuevas costumbres; variadas por todas partes a nuestros ojos la 
              materia y las formas; y viejas voces, vieja fraseología: 
              Sobre ser desacordada esa pretensión, porque pugnarla con 
              el primero de los objetos de la lengua, la fácil y clara 
              trasmisión del pensamiento, sería del todo inasequible. 
              Pero se puede ensanchar el lenguaje, se puede enriquecerlo, se puede 
              acomodarlo a todas las exigencias de la sociedad, y aun a las de 
              la moda, que ejerce un imperio incontestable sobre la literatura, 
              sin adulterarlo, sin viciar sus construcciones, sin hacer violencia 
              a su genio. ¿Es acaso distinta de la de Pascal y Racine, 
              la lengua de Chateaubriand y Villemain? ¿Y no transparenta 
              perfectamente la de estos dos escritores el pensamiento social de 
              la Francia de nuestros días, tan diferente de la Francia 
              de Luis XIV? Hay más: demos anchas a esta especie de culteranismo; 
              demos carta de nacionalidad a todos los caprichos de un extravagante 
              neologismo; y nuestra América reproducirá dentro de 
              poco la confusión de idiomas, dialectos y jerigonzas, el 
              caos babilónico de la edad media; y diez pueblos perderán 
              uno de sus vínculos más poderosos de fraternidad, 
              uno de sus aids preciosos instrumentos de correspondencia y comercio." Más adelante, su discurso incurre también en una 
              profesión de fe estética, muy oportuna después 
              de la polémica sobre el Romanticismo que había agitado 
              a toda la juventud de la época. "¡El arte! Al oír esta palabra, 
              aunque tomada de los labios mismos de Goethe, habrá algunos 
              que me coloquen entre los partidarios de las reglas convencionales, 
              que usurparon mucho tiempo ese nombre. Protesto solemnemente contra 
              semejante aserción; y no creo que mis antecedentes la justifiquen. 
              Yo no encuentro el arte en los preceptos estériles de la 
              escuela, en las inexorables unidades, en la muralla de bronce entre 
              los diferentes estilos y géneros, en las cadenas con que 
              se ha querido aprisionar al poeta a nombre de Aristóteles 
              y Horacio, y atribuyéndoles a veces lo que jamás pensaron. 
              Pero creo que hay un arte fundado en las relaciones impalpables, 
              etéreas, de la Belleza ideal; relaciones 
              delicadas, pero accesibles a la mirada de lince del genio competentemente 
              preparado; creo que sin ese arte la fantasía, en vez de encarnar 
              en sus obras el tema de lo bello, aborta esfinges, creaciones enigmáticas 
              y monstruosas. Esta es mi fe literaria. Libertad en todo; pero yo 
              no veo libertad, sino embriaguez licenciosa, en las orgías 
              de la imaginación." (27) Estas palabras que cierran magistralmente las polémicas 
              confirman (y amplían) la primera exposición de Bello, 
              la que publicara bajo el seudónimo de Un Quídam. 
              Pero por la ocasión en que fueron pronunciadas, por el tono 
              encendido del discurso y hasta por anticipar solemnemente algunas 
              de sus inquietudes (la babelización de América) adquieren 
              una importancia excepcional.   1. Un ensayo de Miguel Antonio Caro, publicado 
              en 1881, resume con simpatía el enfoque neoclásico 
              de su obra poética, al tiempo que muestra a Bello como paladín 
              de la cultura europea contra la indigena barbarie americana que 
              representa Sarmiento. Cf. Páginas de crítica, 
              Madrid, Editorial América, s. a.; especialmente pp. 39-41 
              y 77. A la zaga de Caro en su interpretación neoclásica, 
              pero simplificando y exagerando, puede verse Luis Alberto Sánchez: 
              Breve Historia de la Literatura Americana, Santiago de Chile, 
              Editorial Ercilla, 1937, pp. 189-194; Julio A. Leguizamón: 
              Historia de la Literatura Hispanoamericana, Buenos Aires, 
              Editoriales Reunidas, 1945, tomo I, p. 420; y Robert Bazin: Histoire 
              de la Littérature Américaine de Langue Espagnole, 
              Paris, Librairie Hachette, 1953, p. 36. (Volver) 2. Cf. Miguel Luis Amunátegui: Vida 
              de don Andrés Bello, Santiago de Chile, 1882, 672 pp. 
              [La citaré como Vida.] Es el trabajo más completo 
              y todavía no ha sido superado. Amunátegui fue discípulo 
              de Bello y heredó su Archivo. En su biografía y en 
              otros trabajos sobre el maestro cita casi todos los textos que sirven 
              para documentar el conocimiento que Bello tenía de los poetas 
              ingleses del Romanticismo. Pero Amunátegui no los estudia 
              a la luz de la polémica de 1842, como se hace aquí. 
              De los trabajos biográficos modernos, que completan en muchos 
              detalles esta obra clásica, los mejores y más accesibles 
              son: Eugenio Orrego Vicuña: Don Andrés Bello, 
              Santiago, Universidad de Chile, 1935, 285 pp. (es el más 
              completo) y Pedro Lira Urquieta : Andrés Bello, México, 
              Fondo de Cultura Económica, 1948, 211 pp.(Volver) 3. El Romanticismo inglés se inicia en 
              pleno siglo XVIII con los poetas del sepulcro y las novelas góticas. 
              Este movimiento, que se conoce con el nombre de Prerromanticismo, 
              ha contaminado hasta a Alexander Pope, cuya Elegy to the Memory 
              of and Infortunate Lady (publicada en 1717 ) muestra rasgos 
              inequívocamente románticos. Con Blake, Wordsworth, 
              Scott y Coleridge aparece la primera generación romántica; 
              Byron, Shelley y Keats marcan la segunda, la de más ancha 
              difusión continental. Un cuadro general y nítido de 
              este movimiento puede verse en Paul Van Tieghem: Le Romantisme 
              dans la Littérature Européenne, Paris, Editions 
              Albin Michel, 1948, pp. 23-30 y 144-154.(Volver) 4. Sobre las relaciones de Blanco White con el 
              Romanticismo puede verse: I. L. McClelland: The Origins of the 
              Romantic Movement in Spain [Origins], Liverpool, Institute 
              of Hispanic Studies, 1937, pp. 344-48; E. Allíson Peers: 
              A Short History of the Romantic Movement in Spain [Short 
              History], Liverpool, Institute of Hispanic Studies, 1949, p. 
              9 y192. En Londres se encontraron los hispanoamericanos con emigrados 
              españoles; de su amistad y del contacto con las letras inglesas 
              surgió un movimiento que habría de contribuir a la 
              preparación del Romanticismo en los pueblos hispánicos.(Volver) 5. En el Prospecto del Repertorio Americano, 
              publicado en Londres en Julio 1º, 1826, reafirman los editores 
              su preocupación americana y aluden a una declaración 
              similar hecha en el Prospecto de la Biblioteca Americana. 
              El único ejemplar de esta revista que he podido consultar, 
              el del British Museum, no tiene Prospecto. (El ejemplar 
              del British Museum ostenta, pegada, una carta en inglés 
              de García del Río a J. Planta, dedicándole 
              la revista y solicitando autorización para asistir al Reading 
              Room. (Volver) 6. Cf. Repertorio Americano [Repertorio], 
              enero 1827, II, pp. 34. Reproducido en Obras Completas de Andrés 
              Bello [Obras]. Santiago. 1884, VII, p. 264. Bello se adelantó 
              al juicio de la crítica al señalar la influencia de 
              Byron en la poesía de Heredia. En su estudio de 1833 (Antología 
              de Poetas Hispanoamericanos) Marcelino Menéndez Pelayo 
              se ha referido a este tema. Cf. Historia de la Poesía 
              Hispano-americana [Historia]. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones 
              Científicas, 1948, pp.235-36.(Volver) 7. Cf. Short History, pp. 32-33; se menciona 
              allí un periódico literario, El Europeo, que 
              era publicaba en Barcelona entre 1833-24 yen que ya se traducía 
              a Scott y a Byron. La singularidad de esta publicación está 
              enfatizada por el propio Allíson Peers al calificarla de 
              An Early Milestone. Fuera de Heredia, que vivió dos 
              años en los Estados Unidos (1823-25), es probable que ningún 
              otro poeta importante de Hispanoamérica conociera a Byron 
              en 1827.(Volver) 8. Cf. Repertorio, octubre 1826, I, pp. 
              318-20. Los comentarios del Boletín Bibliográfico 
              no llevan siquiera iniciales pero Miguel Luis Amunátegui 
              ha identificado este como de Bello en la Introducción 
              a Obras, VII, p. xxxix-xli, donde se reproduce completo. 
              Por otra parte este juicio sobre Scott coincide con el emitido en 
              artículos firmados y de fecha posterior como la reseña 
              del Curso de historia de la filosofía moral del siglo 
              XVIII, de Víctor Cousin, en El Araucano (mayo 
              23, 1845) que está reproducido en la Introducción 
              a Obras, VII, pp. XCVI-XCVII: o como el artículo sobre 
              los Ensayos literarios y críticos de Alberto Lista, 
              en la Revista de Santiago (junio 3, 1843), también 
              en Obras, VII, pp. 419-431.(Volver) 9. Cf. Biblioteca Americana [Biblioteca], 
              I, p. 43 ; Obras, VII, pp. 229-244.(Volver) 10. Cf. Biblioteca, II, p. 43: Obras, 
              VI, p. 240. Hay otra huella de sus lecturas románticas en 
              el comentario a las Meditaciones poéticas de José 
              Joaquín de Mora, en Repertorio, abril 1827, III, p. 
              312-13. Menciona allí El sepulcro, poema de Robert 
              Blair que mereció los honores de ser ilustrado por William 
              Blake. El artículo, anónimo, está identificado 
              y reproducido por Amunátegui en la Introducción 
              a Obras, VII. pp. XLI-XLII.(Volver) 11. Cf. El Araucano, abril 21, 1832. Aunque 
              se publicó sin firma, Amunátegui lo identifica y lo 
              transcribe en Vida, pp. 394-96.(Volver) 12. Cf. Vida, p. 449; Obras, III, 
              Introducción, p. LXXIII. Fue estrenada en noviembre 
              1839, en función a beneficio de Carmen Aguilar, actriz española. 
              Hay edición de esta obra: Santiago, Imprenta del Siglo, 1846. 
              Cf. Orrego Vicuña, ob. cit., pp. 135 y 240.(Volver) 13. Cf. Obras, VII, pp. 301.(Volver) 14. Cf. Obras, III, Introducción, 
              pp. XXXVI-LI. El fragmento de Marino Faliero ha sido incluido 
              por Eugenio Orrego Vicuña en su edición de la Antología 
              poética de Bello [Antología], Buenos Aires, Editorial 
              Estrada, 1945, pp. 272-86.(Volver) 15. Cf. El Araucano, febrero 5, 1841 ; 
              Obras, VI, p. 463. El artículo contiene también 
              una censura de la pomposidad y artificio que prevaleció en 
              la poesía española a partir del siglo XVII, es decir: 
              a partir del predominio neoclásico. Escribe Bello: "El 
              estilo de la poesía seria se hizo demasiadamente artificial; 
              y de puro elegante y remontado, perdió mucha parte de la 
              antigua facilidad y soltura y acertó pocas veces a trasladar 
              con vigor y pureza sus emociones del alma. Corneille o Pope pudieran 
              ser representados con tal cual fidelidad en castellano; pero ¿cómo 
              traducir en esa lengua los más bellos pasajes de las tragedias 
              de Shakespeare, a de los poemas de Byron?"(Volver) 16. Cf. El Araucano, noviembre 5, 1841. 
              Este es el primero de una serie de artículos en que Bello 
              analiza la obra de Hermosilla (los otros: noviembre 12 y diciembre 
              3, 1847, y abril 22, 1842). Cf. Obras, VII, pp. 265-293. 
              También en enero 14, 1842, y en El Araucano, se despachó 
              Bello contra Hermosilla a propósito de los Romances históricos 
              del duque de Rivas, uno de los autores románticos que siempre 
              cita con encomio. Cf. Obras, VII. pp. 313-316. En ambos artículos, 
              Bello censura a los poetas cristianos (especialmente a Moratín) 
              por abusar de la mitología pagana.(Volver) 17. Cf. Repertorio, I, p. 318. Sin firma 
              pero identificado por Amunátegui que lo reproduce, íntegro, 
              en Obras. VII, Introducción, pp. XIII-XIV. 
              En Vida, p. 6, se comunica el gusto precoz de Bello por las 
              comedias de Calderón.(Volver) 18. Cf. Repertorio, III, pp. 313-14. Identificado 
              por Amunátegui y reproducido en Obras, VII, Introducción, 
              pp. XVI-XVII.(Volver) 19. Cf. El Araucano, junio 21, 1833; Vida, 
              pp. 440-41. (Volver) 20. Cf. Teatro, en El Araucano. 
              julio 5, 1833; Obras, VIII, pp. 201-206. En Vida, 
              p. 444-49, se cita el comentario de otras obras dramáticas 
              del romanticismo. Bello fue el iniciador de la crítica teatral 
              en Chile.(Volver) 21. Los artículos polémicos de 
              Sarmiento están en sus Obras, I, Artículos críticos 
              y literarios, 1841-42. Santiago, 1887. Reproducidos recientemente 
              en Prosa de ver y pensar [Prosa], selección de Eduardo 
              Mallea, Buen Aires. Emecé Editores, 1943, pp. 81-140. Sobre 
              la polémica, y de un punto de vista sarmientino, el documentado 
              estudio de Armando Donoso: Sarmiento en el destierro, Buenos 
              Aires, M. Gleizer. Editor, 1927. Detrás del planteo lingüístico 
              y literario existía uno, político, que Donoso destaca 
              oportunamente. En las pp. 49-98 se reproducen los artículos 
              de Sarmiento.(Volver) 22. El artículo de Bello no está 
              en sus Obras; tal vez Amunátegui no consideró 
              oportuno incluirlo. Está en las Obras de Sarmiento 
              y en Prosa, pp. 141-144.(Volver) 23. Cf. Prosa, p. 105.(Volver) 24. Cf. Prosa, p. 115. (Volver) 25. El editor de las Obras de Sarmiento 
              opina que Bello los ayudó. Cf. Prosa, p. 144.(Volver) 26. El lector puede consultar los textos recogidos 
              por Norberto Pinilla en su excelente antología: La polémica 
              del Romanticismo, Buenos Aires, Editorial Americana, 1943. Falta 
              allí el discurso pronunciado por Lastarria en mayo 3, 1843; 
              Cf. Recuerdos literarios [Recuerdos] del mismo: Santiago, 
              1878, pp. 113- 135. En el libro de Donoso se estudia también 
              esta agenda polémica y se reproducen (pp. 106-151) los textos 
              de Sarmiento; Donoso agrega uno, sobre El Semanario, que 
              precede en pocos días a la polémica (es de julio 19). 
              A pesar de las dos omisiones señaladas, el libro de Pinilla 
              es el que permite seguir mejor la polémica.(Volver) 27. Cf. Obras, VIII, pp. 314-15 y 318. 
              En Recuerdos, pp. 233-266, se comenta (desfavorablemente) 
              este discurso.(Volver)   |