|   | "Rodó y algunos coetáneos (*)"En: Número, nº 3-4, mayo 1964
 p.
 I "NO SE HAN ESTUDIADO suficientemente las relaciones que 
                unieron (o desunieron) a los escritores uruguayos del Novecientos. 
                Y nada más importante para la cabal comprensión 
                de cada uno que el minucioso examen de esas relaciones. El tema 
                ha sido casi siempre abordado unilateralmente: desde Rodó, 
                desde Herrera y Reissig, desde Florencio Sánchez, desde 
                Quiroga, desde Reyles, desde Javier de Viana, desde María 
                Eugenia Vaz Ferreira, desde Delmira Agustini para citar algunos 
                ejemplos ilustres. Quizá no sea vana tarea la de intentar 
                (a modo de ejemplo) un esquema plural de las relaciones que mantuvieron 
                Rodó y Julio Herrera, Rodó y Florencio Sánchez. Con esta nota no se pretende agotar el tema o llegar a conclusiones 
                definitivas. Tal pretensión resultaría vana en el 
                actual estadio de esta investigación. Se pretende, en cambio, 
                exponer objetivamente los elementos que un primer y rápido 
                estudio puede aportar; se pretende, también, trazar algunas 
                coordenadas que faciliten el ulterior desarrollo del tema; no 
                se pretende en fin, introducir revelaciones sensacionales sino 
                actualizar una documentación que pese a ser conocida por 
                los estudiosos permanece ignorada hasta por aquellos que no se 
                recatan de opinar o decretar.(1) II Las relaciones personales entre Rodó y Julio Herrera sufrieron 
                diversas alternativas cuyo trazo quizá quepa en estas líneas: 
                de una primera época en que se frecuentaban, por una (casi 
                inmediata) en que sus tendencias literarias y hasta políticas 
                se oponen, hasta un momento final en que Rodó, sin alterar 
                ni violentar sus convicciones, pudo reconocer -objetivamente- 
                la indiscutible calidad del poeta. La primera etapa se halla hoy bastante bien documentada. Cuando 
                Julio Herrera y Reissig publica en 1898, y en folleto, su Canto 
                a Lamartine, Rodó -cuatro años mayor pero mucho 
                más maduro- gozaba ya de una sólida reputación 
                de crítico literario, adquirida por su labor en la Revista 
                Nacional (1895-97) y por su opúsculo La vida nueva 
                I (1897) -reputación que fuera sancionada, además, 
                por los juicios de personalidades tan eminentes en su época 
                como Leopoldo Alas, Salvador Rueda y Rafael Altamira. El novel 
                poeta envía entonces su Canto al joven crítico 
                con esta reticente dedicatoria: "Al distinguido Literato, 
                autor de la "Vida Nueva" José E. Rodó".(2) 
                Aunque se ignora si Rodó acusó recibo del poema, 
                es casi seguro que lo haya hecho. Y no sólo porque acostumbraba 
                cumplir con las normas de la más elemental cortesía 
                literaria, sino también porque debe haber mirado con benevolencia 
                la producción del joven. Lo cierto es que no publicó 
                ningún juicio crítico sobre el Canto a Lamartine. 
                E hizo bien, ya que Julio Herrera y Reissig era entonces un anacrónico 
                epígono del romanticismo español, un mediocre versificador, 
                un lírico trivial. (En una estrofa canta: Tu casta poesíaVivirá mientras haya juventud,
 Mientras que pueda el alma sollozar,
 Mientras inspire gloria la virtud,
 Mientras derrame un beso de armonía
 El corazón humano al despertar!)
 Y Rodó ya se encontraba bajo el influjo de la poesía 
                de Rubén Darío. Anticipándose algo a la metamorfosis de Herrera y Reissig, 
                Rodó penetraba en el clima del Modernismo. Su ensayo sobre 
                Rubén Darío, publicado en 1899, testimonia su entusiástica 
                incorporación a esta corriente poderosa que modificaría 
                profundamente el curso de la literatura en lengua española. 
                (Alguna reserva, algún reparo circunstancial, la independencia 
                espiritual que Rodó siempre preservara, no disminuyen demasiado 
                su cálida adhesión -en espíritu y forma- 
                al Modernismo.) Rodó envió a Julio Herrera un ejemplar 
                del ensayo, y el joven poeta se apresuró a agradecerle 
                el libro en un par de tarjetas que documenta doblemente su aplauso 
                a la obra crítica y su tácito reconocimiento de 
                la jerarquía de su autor. El que prodigaba sin rubores 
                el incienso, dice: "Julio Herrera y Reissig saluda afectuosamente 
                a José Enrique Rodó y le agradece el de su preciosa 
                producción, en la que ha vuelto a cincelar y a sondar con 
                una galanura de lenguaje y profundidad de juicio admirables. Puede 
                estar satisfecho el laureado Rubén Darío de esta 
                nueva condecoración de triunfo, al haber encontrado un 
                prosista poeta y un Fidias crítico que haya adivinado y 
                esculturado, al mismo tiempo, Musa exótica y crepuscular 
                del autor de Azul, presentándole todas sus andrajosidades 
                sublimes, y todas sus exquisiteces voluptuosas, sus lujos orientales, 
                su coquetería parisiense, su sensualidad artística, 
                su rareza bizantina, su desnudez aristocrática, su galantería 
                Borbónica y su delicadeza florentina! Rodó es un 
                anatómico que enflorece donde examina y hace hablar lo 
                que cincela. La antorcha de su erudición rasga y alumbra; 
                su lente acerca sin agrandar; su intuición de Moisés 
                artístico, señala y profetiza. Su pluma, despierta: 
                es el Pigmaleon [sic] de nuestra literatura! ¡choque su 
                copa con la de su particular amigo". La relación 
                personal parece establecida. En julio del mismo 1899, Herrera solicita de Rodó una 
                colaboración para su próxima publicación 
                literaria: La Revista. Le escribe en términos de 
                profundo aprecio y le ruega que pase "por ésta 
                su casa", pagándole así una de las tantas 
                visitas que le adeuda. Se despide reiterándose su siempre 
                amigo. De estas expresiones puede deducirse un trato personal. 
                Lo que quizá no signifique verdadera amistad. ¿Acaso 
                era posible? Aunque en ese momento ninguno de los dos había 
                completado su fisonomía -humana y literaria-, y ambos estaban 
                en vísperas de una poderosa transformación que los 
                dividiría profundamente, sus intereses pudieron no coincidir. 
                Por otra parte, ya los separaba, por un lado, la mayor madurez 
                intelectual de Rodó, su constante ejercicio del pensamiento, 
                y, por el otro, la pasajera indiferenciación poética 
                de Julio Herrera, su acusado sensualismo. El 1900 presenciaría una transformación radical 
                en estas relaciones superficiales. Para Rodó significó, 
                con la publicación de Ariel (que no envió 
                al poeta), la sustitución de su entusiasmo modernista por 
                la milicia de América, al mismo tiempo que una subordinación 
                mayor de la crítica desinteresada a una política 
                literaria de proyecciones continentales.(3) Para Herrera y Reissig 
                el Novecientos trajo con el agravamiento de su corazón 
                la revelación de su auténtica personalidad poética. 
                El joven eufórico y convencional del Canto a Lamartine 
                aprende a conocerse gracias a la veloz madurez que opera la taquicardia, 
                gracias (también) a la doble presencia poética y 
                humana de Lugones y Roberto de las Carreras. Herrera fundó 
                entonces la Torre de los Panoramas, cenáculo literario 
                que escandalizó a nuestros abuelos. (Era, en realidad, 
                un altillo desmantelado, en la casa paterna, donde Julio recibía 
                a sus amistades. Cuando murió don Manuel Herrera, en 1907, 
                el poeta debió abandonar la Torre.) Los destinos de Rodó y Julio Herrera se separaron entonces 
                definitivamente. Si nunca había existido entre ambos más 
                que una relación superficial, ahora no podía subsistir 
                ni siquiera esa relación. Rodó abandonaba disgustado 
                el mundo poético del Modernismo para entregarse a la lucha 
                americanista, mientras Herrera se amurallaba en su Torre para 
                crear la más pura poesía de nuestras letras, para 
                cultivar la leyenda escandalosa de su intensa personalidad, para 
                ingresar como príncipe en ese mismo Modernismo que Rodó 
                ya abandonara. Éste creyó entonces que la hora de 
                América no permitió exquisiteces exóticas, 
                torres de marfil o estremecimientos decadentes y en carta privada 
                a Manuel Díaz Rodríguez (21-I-1904) resumiría 
                su posición con estas palabras: "... siempre que 
                me ha tocado dar juicio sobre la literatura contemporánea 
                he insistido en que su defecto radical y más grave es su 
                despreocupación infantil respecto de toda idea, de todo 
                sentimiento, de todo alto interés que afecten a las sociedades 
                en que esa literatura se produce. Vive cultivando formas, sonidos 
                y colores. Y yo, que como el que más gusto, en el arte 
                literario, de lo que esencialmente es arte; yo que venero la forma, 
                el estilo, y me deleito en el color, no por eso limito mi concepto 
                de la literatura a lo que en ella hay de desinteresado, de asimilable 
                al " juego " -como del arte opina Spencer-; sino que 
                he creído siempre en la trascendencia social, en lo que 
                tiene de propaganda de ideas, de eficaz instrumento de labor civilizadora". 
                No advirtió (no pareció advertir) Rodó que 
                la milicia americanista podía no abolir ese mundo enrarecido 
                pero americano del Modernismo. Y desde entonces calló unánimemente 
                frente a Rubén Darío, frente a Lugones, frente a 
                Julio Herrera, frente a Quiroga. No quiso combatirlos pero predicó 
                su mensaje al margen de aquellos artistas. Y como si el azar quisiera ahondar más la diferencia de 
                carácter y tendencias que separaban ya a Julio Herrera 
                de Rodó, la pequeña y poderosa pasión política 
                vino a enfrentarlos. A fines de 1900 Rodó capitanea, con 
                otros jóvenes, el movimiento unificador del Partido Colorado, 
                dividido entonces en fracciones rivales que aseguraban su debilidad, 
                su segura derrota, frente al Nacionalismo. Para lograr la unificación, 
                los jóvenes prepararon un banquete mayúsculo en 
                el que confraternizarían los cabecillas de cada fracción. 
                En una violenta conferencia (19-XII-900), el poeta desciende a 
                la arena política y pretende liquidar, por el ridículo, 
                el acto. Su posición puede sintetizarse en esta frase que 
                él mismo acuñó: "¡Anhelamos, 
                queremos, ansiamos una confraternización de ideales, pero 
                nos reímos de una confraternización de estómagos!".(4) 
                Toda la inflamada y fácil diatriba no impidió el 
                triunfo total de los unificadores y el banquete se realizó 
                el 21 de enero del 901. Rodó, que fue uno de sus oradores, 
                predicó entonces (según palabras de un diario de 
                la época), la obediencia a los principios y no a las pasiones, 
                a la fuerza y no a la violencia.(5) En 1902, y para subrayar aun más su posición política, 
                Julio Herrera publica en la revista Vida Moderna (Nº 
                22, setiembre) su escandalosa carta a Carlos Oneto y Viana: Epílogo 
                wagneriano a "La política de fusión" con 
                surtidos de psicología sobre el Imperio de Zapicán.(6) 
                Allí, bajo la protección de un epígrafe de 
                Nietzsche (donde se dice, entre otras cosas: abomino todo sacrificio 
                al dios vulgo o al dios éxito. Me repugna lo trivial), 
                el poeta insulta con brío al Uruguay, a los partidos tradicionales, 
                a los cabecillas y propone una política sin partidos. En 
                su furor apocalíptico hace algunas honrosas excepciones. 
                (La suya, es claro; no la de Rodó, por cierto.) ¿Cómo 
                pudo juzgar Rodó aquella conferencia y esta carta? Es probable 
                que las considerara un exabrupto. Y aunque quizá no sea 
                legítimo deducir que este antagonismo político haya 
                suscitado uno personal, parece evidente que estas actitudes del 
                poeta no pueden haber contribuido a borrar diferencias.(7) En los años subsiguientes, Rodó y Julio Herrera 
                realizan con total independencia sus respectivas obras. La separación 
                entre ambos parece ahondarse, como lo indican, indirectamente, 
                algunas cartas del Archivo Rodó. De 1904 es el borrador 
                de una, a Juan Francisco Piquet, en el que Rodó escribe 
                : "También le envío una preciosa composición 
                publicada en un diario, y que lleva al pie la firma de una eminencia 
                que con obras de esa magnitud no tardará en levantarse 
                a la sublime altura de los super-hombres nietzschianos, dejando 
                humillados y casi abollados a los más grandes vates de 
                los tiempos presente y futuros". Quizás estas 
                palabras no se refirieran a Julio Herrera. Pero parece indudable 
                que aluden a un tipo de poema en que solía incurrir el 
                pontífice de la Torre. Apoyan esta interpretación 
                unos párrafos de una carta contemporánea en que 
                Rodó agradece a Quiroga el envío de El crimen 
                del otro (1904). Con una clara alusión al decadentismo 
                del primer libro de Quiroga (Los arrecifes de coral, 1901) 
                le expresa: "Me complace muy de veras ver vinculado su 
                nombre a un libro de real y positivo mérito que se levanta 
                sobre los comienzos literarios de Ud., no porque revelaran falta 
                de talento, sino porque acusaban, en mi sentir, una mala orientación" 
                (9-IV-904). En el mismo sentido, y esbozando un panorama americano, 
                había escrito, el 20 de marzo del mismo año, a don 
                Miguel de Unamuno: "La vida literaria se arrastra por 
                aquí (y, en general, en América) muy perezosa y 
                lánguida. Hay cierto estupor. Por fortuna va pasando si 
                no ha pasado ya aquella ráfaga de "decadentismo" 
                estrafalario y huero que nos infestó hace ocho o diez años. 
                Yo creo que pocas veces, en pueblos civilizados "del todo", 
                se habrá dado ejemplo de tan pueril trivialidad literaria, 
                y tanta perversión del gusto, y tanta confusión 
                de ideas críticas, y tanta ignorancia audaz, y tanta manía 
                de imitación servil e inconsulta, como se vio en algunas 
                partes de nuestra América con motivo de aquella carnavalada. 
                En Montevideo, no es donde hizo más estragos, por fortuna. 
                Aquí hay formado un cierto espíritu de crítica 
                perspicaz y vigilante, y respiramos un ambiente más "europeo", 
                en estas cosas, que en otras partes de América, sin exceptuar 
                algunas donde la grandeza material es mayor y la civilización 
                más "aparente" y suntuosa". No es ilícito 
                suponer que Rodó vinculara, de alguna manera, este decadentismo 
                a ciertas expresiones poéticas, a ciertas actitudes, de 
                Julio Herrera y Reissig. La deliberada y minuciosa hostilidad de Julio Herrera hacia el 
                burgués ambiente montevideano favorecía el desconocimiento 
                o la incomprensión de su poesía. También 
                favorecía el desconocimiento o la incomprensión, 
                su mala política literaria. Es cierto que Herrera publicaba 
                sus versos y sus artículos críticos en revistas 
                y periódicos, pero descuidaba recogerlos en volumen y sólo 
                los muy devotos podían seguir la trayectoria de su poesía 
                al través de las dispersas publicaciones. (Aun hoy no se 
                ha trazado su bibliografía completa.) Es cierto, además, 
                que en 1905 Raúl Montero Bustamante escogió 19 poemas 
                de Julio Herrera para su generoso y poblado Parnaso Oriental. 
                Pero eso no significaba la consagración, ya que Julio Herrera 
                alternaba con otros noventa poetas (incluso Rodó) y sus 
                composiciones competían con unas trescientas; además, 
                el editor acompañó sus versos de una nota en que 
                divagaba abundantemente sobre él, al mismo tiempo que lo 
                envejecía en dos años. (Entre otras cosas expresaba, 
                en las págs. 285-86: "De su musa extraña 
                y versátil, de su misantropía literaria, de su rebeldía 
                intelectual, de su "dandysmo" sombrío y trágico 
                a lo Jorge Brummel, de su rara imaginación, macabra hasta 
                Verhaeren, alegre hasta los copleros populares, de sus canciones 
                de un enfermo sonambulismo, sólo queda en el espíritu 
                una perturbación vaga, un temor lejano de algo desconocido...") Cuando en 1908 Rodó presentó ante la Cámara 
                de Representantes el Proyecto de Ley para pensionar a Florencio 
                Sánchez en su viaje a Europa, los amigos de Herrera y Reissig 
                se escandalizaron, y uno de ellos, Pablo de Grecia, salió 
                a la prensa a preguntar por qué no mandaban también 
                a Europa al poeta. Su artículo (La Razón, 
                7-IV-908) desencadenó una polémica cuyo resultado 
                final fue dividir la opinión pública en tres partidos: 
                el de los que negaban de plano al pontífice de la Torre, 
                el de los que lo admitían pero lo igualaban o postergaban 
                a un Roxlo, a un Papini y Zás, a un Frugoni, a un Falco, 
                y el de los que lo proclamaban -con celo casi electoral- el mayor 
                poeta uruguayo.(9) En ese instante César Miranda pudo haber 
                dicho a Julio Herrera lo que años antes dijera Valéry 
                a Mallarmé: "Uno le censura; otro le desdeña. 
                Irrita usted, causa lástima. El gacetillero, a expensas 
                de usted, advierte fácilmente al universo, y sus amigos 
                sacuden la cabeza... Pero ¿sabe usted, siente esto: que 
                hay en cada ciudad de Francia un joven secreto que se haría 
                despedazar por sus versos y por usted mismo?". Rodó 
                no era (nunca fue) ese joven secreto. Si durante la polémica 
                hubiera escrito en favor del poeta, el peso de su palabra magistral 
                hubiera quizá consagrado objetiva y definitivamente a Julio 
                Herrera y Reissig. Pero Rodó guardó silencio porque 
                no creía a Herrera el mayor Poeta uruguayo, porque no podía 
                aceptar su (para él) enrarecido mundo poético. Ese 
                silencio significativo traducía, además, la profunda 
                y recíproca incomprensión que el tiempo había 
                ahondado entre ambos. Dos episodios ocurridos con escaso intervalo no contribuyeron 
                a mejorar la situación. El Concurso de obras teatrales 
                en un acto organizado por el Conservatorio Labardén, de 
                Buenos Aires, en los primeros meses de 1908, fue la ocasión 
                escogida por el azar para enfrentar -una vez más- a Rodó 
                y Julio Herrera. Queda de este episodio el testimonio ofrecido 
                por Pérez Petit en su Rodó (págs. 269-278). 
                El caudaloso ensayista integró con Rodó y Elías 
                Regules el jurado que debía fallar en dicho concurso. Al 
                mismo presentó Herrera una pieza, titulada La sombra, 
                que no alcanzó a ser juzgada porque se perdió el 
                único ejemplar enviado. Pérez Petit adjudica la 
                entera responsabilidad de tal pérdida a Rodó, a 
                quien (por otra parte) presenta como desaprensivo en el cumplimiento 
                de sus deberes de jurado. De su relato surge, sin embargo, otra 
                posibilidad -la de que haya sido él mismo el involuntario 
                responsable de la pérdida. Ahora parece bastante difícil 
                resolver el punto. Puede suponerse, sin mayor violencia, que este 
                incidente debió haber suscitado una reacción nada 
                favorable al jurado en el poeta.(10) Al año siguiente, Rodó tuvo ocasión de tributar 
                a Julio Herrera un equívoco homenaje que, por su especial 
                difusión, no pudo pasar inadvertido a este último. 
                Como colaborador de la discutida Biblioteca Internacional de 
                Obras Famosas, y encargado de la selección de autores 
                uruguayos, Rodó escogió tres poemas de Herrera (El 
                banco del suplicio, El suicidio de las almas, El viaje) y 
                los presentó con una nota de insuperable sobriedad, de 
                casi invisible elogio, que de ningún modo puede estimarse 
                como juicio crítico. Dice allí: "Julio Herrera 
                y Reissig, nació en Montevideo en 1878. Fundó, siendo 
                un niño, el periódico literario "La Revista", 
                donde aparecieron primeras composiciones poéticas y ensayos 
                de crítica y literatura que también era autor. Formó 
                alrededor suyo un grupo de juventud apasionada por las letras, 
                que recibía las influencias del movimiento literario modernista. 
                Luego de haber trabajado con gran asiduidad en aquel periódico 
                y en otros de que fue colaborador, dentro y fuera de su país, 
                su producción ha sufrido breve eclipse, que resurgirá 
                pronto con el anunciado libro "Los peregrinos de piedra", 
                que ya está en prensa". (Véase ob. cit., 
                tomo XX, págs. 10224-25.) La selección no permite 
                asegurar, por otra parte, que conociera bien la producción 
                herreriana, ya que puede suponerse que se limitó a transcribir, 
                algunos de los poemas escogidos por Pedro Bustamante para su Parnaso 
                de 1905. (Adviértase, al pasar Rodó leyó 
                mal, en el mismo libro, la fecha de nacimiento del poeta; por 
                error dice allí: 1873, y al confundir el tres con el ocho, 
                rejuveneció a Herrera en tres años.) Luego de la muerte del poeta, cuando aparece en 1910 su primer 
                volumen de versos (Los peregrinos de piedra), Rodó 
                continúa guardando silencio hasta encontrar, el 14 de julio 
                de 1913, la ocasión de testimoniar su respeto y su alta 
                estima por la obra de Julio Herrera y Reissig. En el Informe con 
                que se acompaña el Proyecto de Ley presentado ante la Cámara 
                de Representantes y en el que se propone destinar la cantidad 
                de dos mil pesos para costear la publicación de las obras 
                inéditas del poeta, se encuentra, suscrito por Rodó, 
                el más amplio reconocimiento del valor objetivo de estas 
                obras. Allí se aclara el sentido de la Ley con estas palabras, 
                en que puede advertirse la intención reparatoria: "No 
                se trata, pues, de un simple propósito de lucro, sino de 
                un intento más elevado y plausible: procurar que no permanezcan 
                inéditas e ignoradas, las producciones de un gran ingenio, 
                digno de una consagración póstuma que repare, en 
                cuanto es posible, el olvido a que se ha relegado el prestigioso 
                escritor, precisamente en los días en que era más 
                necesario estimular sus afanes creadores, y premiar con el aplauso 
                público sus indeclinables optimismos de artista". 
                Es claro que esta declaración, infortunadamente, sólo 
                podría interesar a la inmortalidad del gran lírico. III Si el destino de Julio Herrera aparece muchas veces enfrentado 
                con el de Rodó, no sucede lo mismo con el de Florencio 
                Sánchez. Y aún prescindiendo de las distintas esferas 
                sociales (Rodó catedrático, diputado, crítico 
                literario, pensador; y Sánchez bohemio, dramaturgo, anarquizante) 
                y atendiendo únicamente a las obras respectivas, resulta 
                evidente que mientras Rodó representa al literato de gabinete, 
                Florencio representa al escritor de la calle. Es claro que el 
                triunfo unánime del teatro de Sánchez lo impone 
                a la consideración de todos los públicos, y sus 
                obras logran también el aplauso de los entendidos. En Montevideo 
                fue Samuel Blixen -el primer crítico teatral de la época- 
                quien consagró a Florencio con ocasión del estreno 
                en esta capital de M'hijo el dotor el 15 de octubre de 
                1903. Es posible que entonces Rodó no acostumbrara concurrir 
                habitualmente al teatro. (Se hallaba sumergido en la creación 
                de Proteo y en una lectura privada de intensa labor política.) 
                Pero fue invitado a una lectura privada del drama de Florencio 
                Sánchez a realizarse el 5 de setiembre en la redacción 
                del Diario Nuevo, y allí pudo conocer y hasta relacionarse 
                con el dramaturgo. No ha quedado, sin embargo, ningún testimonio 
                de esta aproximación. Aunque no es difícil conjeturar 
                que la vinculación entre ambos, por cordial que pudiera 
                haber sido, no podía afectar en nada la profunda divergencia 
                de sus obras. El idealismo filosófico de Rodó, su 
                arte depurado y sereno, la sobriedad y limpieza de sus recursos, 
                nada tenían en común con el crudo naturalismo de 
                Sánchez, con su vigoroso melodramatismo, con su pensamiento 
                simplista y directo. Es cierto que, más tarde, Florencio 
                evolucionará hacia formas más refinadas, menos eficaces, 
                quizá, desde el punto de vista teatral. Pero en este primer 
                momento, se comprende fácilmente que Rodó no pudiera 
                sancionar con su adhesión absoluta el teatro de Florencio 
                Sánchez.(11) Si no se han podido documentar las relaciones personales entre 
                Rodó y Florencio Sánchez en 1903, las mismas resultan 
                evidentes hacia 1908. La carrera de éxitos del joven dramaturgo 
                volvía imperiosa una consagración universal. Florencio 
                soñaba con estrenar en Europa. Pero no podía irse. 
                Una gestión directa ante el presidente Williman fracasa 
                por motivos circunstanciales y entonces Rodó decide presentar 
                ante la Cámara de Representantes, y al frente de una coalición 
                de diputados de distintos partidos, un Proyecto de Ley para enviar 
                a Florencio a Europa. La iniciativa la reconoce el mismo dramaturgo 
                en una carta contemporánea a don Joaquín Sánchez 
                Carballo, su primo: "Rodó presentará la 
                semana próxima probablemente un proyecto por el que se 
                me acuerda una pensión de 200 pesos por dos años. 
                Irá firmado por un grupo de diputados blancos y colorados 
                de los más representativos y tengo la seguridad casi de 
                que se vote por unanimidad".(12) En la exposición 
                de motivos que acompañaba al Proyecto de Ley se elogiaba 
                ampliamente al dramaturgo y se transcribían, como la opinión 
                más autorizada, estas palabras de Blixen: "Si fuera 
                posible enviar a Sánchez al viejo mundo, pensionándolo 
                para que allí trabajara tranquilo tres o cuatro años, 
                el país podría hacer ese pequeño sacrificio 
                para proporcionarse el lujo de contar dentro de poco con un hijo 
                universalmente célebre" (V. Diario de la Cámara 
                de Representantes, 4-IV-908.) El Proyecto murió en 
                la Cámara de Senadores. Pero Williman decidió mandar 
                directamente a Florencio. Es imposible no subrayar la paradoja que implican estas gestiones 
                de Rodó. Desde 1903 estaba decidido a irse a Europa. Durante 
                muchos años ambicionó publicar allí su Proteo. 
                (En uno de los cuadernos preparatorios de dicha obra, conservado 
                en el Archivo Rodó, se encuentra un proyecto de carátula, 
                así concebido: José Enrique Rodó PROTEO ... para los que están de la parte de afuera, 
                todo se hace por vía de parábolas.San Marcos, cap. IV, v. Il.
 Barcelona
 1905.)
 Sin embargo, ya desde 1904 se puede documentar, con la correspondencia, 
                su voluntad de publicar la obra en Europa, tal como lo expresa, 
                p. ej., en carta a Juan Francisco Piquet (20-IV-904): "Lo 
                que si está decidido es que "Proteo" se publicará 
                fuera del país, no bien esté terminado".(13) 
                Su tan acariciado proyecto, que suponía (es claro) un viaje 
                a Europa, se refleja, con insistencia y a través de patéticas 
                fluctuaciones, en sus cartas. Ya en 1904 le habla a Unamuno de 
                ir a oxigenar el alma con una larga estadía en Europa (20-V-904). 
                Pero es a Piquet, confidente de sus más íntimos 
                proyectos literarios, al que seguramente escribe, en plena exaltación, 
                estas líneas cuyo borrador preserva los irregulares trazos 
                de la extrema tensión emocional con que fuera compuesto: 
                "¡Gloria in excelsis Deo! He terminado [mi) labor! 
                Con esta fecha envío a la casa de Fernando Fe, en Madrid, 
                los originales de Proteo, por intermedio de una casa librera de 
                esta ciudad. Y para fines del futuro abril (o del futuro mayo, 
                a más tardar para fines de junio) está completamente 
                resuelto mi viaje al viejo continente. Iré, primero, por 
                pocos días a Madrid -a fin de ver terminada la impresión 
                de la obra-, de allí pasaré a Salamanca, a ver a 
                Unamuno; a Oviedo, a ver a Altamira y Posada; a Sevilla, a ver 
                a Rueda; a Valencia, a ver a Blasco lbáñez: todo 
                de paso. Terminaré mi gira por Barcelona; sólo a 
                fin de conocer la tierra de mis abuelos -y de allí, tras 
                brevísima permanencia, me pondré en Italia -(esto 
                será, según calculo, para comienzos de julio)- y 
                de Italia (dos meses de estadía) en París donde 
                permaneceré cuatro meses; y a Londres, donde quedaré 
                un mes -hasta marzo de 1906, en que regresaré a mi país- 
                para ver cómo están las cosas. Luego, según 
                todas las probabilidades, regresaré a Europa para radicarme 
                definitivamente: desde fines de 1906".(14) Un fuerte quebranto económico y la minuciosa explotación 
                a que lo sometieron algunos individuos, a quienes Pérez 
                Petit califica -quizá sin exceso- de vampiros (ob. cit., 
                pág. 248), impidieron que Rodó pudiera costearse 
                el viaje tan anhelado. Y su orgullo le prohibió siempre 
                pedir para si lo que solicitaba para otros. Por parte, su franca 
                oposición a la política gubernista le costó 
                la injustísima postergación, como, p. ej., cuando 
                fue suplantado, por alguien más adicto a los poderes públicos, 
                en la delegación uruguaya que asistió a las fiestas 
                del centenario de las cortes de Cádiz, en 1912.  Estas humillaciones ahondaban más su natural reserva que 
                podía franquearse -y con tanto pudor y tantas reticencias- 
                en las cartas íntimas. En una a Hugo D. Barbagelata escribe 
                Rodó con lucidez: "Respecto de mi viaje a Europa, 
                bien quisiera realizarlo pero no entra eso en el número 
                de las posibilidades actuales. Ya sabe Vd. que ni de este gobierno 
                puedo esperar atenciones, ni yo las aceptaría, siendo radicalmente 
                adversario de él y combatiéndolo como lo combato, 
                por la prensa. Si yo fuera argentino o chileno habría ido 
                a Europa veinte veces, porque en esas vecindades se cotiza un 
                poco más alto la representación de ciertos nombres... 
                Acuérdese Vd. de lo que pasa cuando las cortes de Cádiz. 
                Estas son pequeñeces de nuestro terruño, de las 
                que no debemos hablar más que entre nosotros mismos". 
                (El borrador aparece fechado el 11-II-914) Y recién en 
                1916 podrá Rodó realizar su ambición, pero 
                no irá a Europa pensionado por el gobierno (como Sánchez 
                o como Ernesto Herrera);(15) irá como corresponsal de la 
                revista argentina Caras y Caretas. (Esta digresión 
                podrá parecer inoportuna. La creo necesaria hoy, que tantos 
                olvidan o ignoran sobre qué agonía doméstica 
                se levantaba la figura del que toda América proclamaba 
                Maestro) Después de la muerte de Florencio Sánchez, Rodó 
                documenta una vez más su respeto y alta estima por su obra. 
                Al tasar en 21 mil pesos las piezas del dramaturgo escribe en 
                el Informe con que acompaña la tasación: "Teniendo 
                en cuenta la alta valía literaria de dichas obras y el 
                excepcional favor de que disfrutan en el público del Río 
                de la Plata", etc., etc. (El texto completo puede verse 
                en La Razón del 11-XI-911. IV Algunas publicaciones de los últimos años han dado 
                cierta actualidad al silencio de Rodó frente a Julio Herrera 
                y Reissig, frente a Florencio Sánchez. El examen de sus 
                relaciones personales permite afirmar, creo, que ese silencio 
                no obedeció ni a indiferencia ni a desconocimiento, sino 
                a una profunda divergencia de criterios, de tendencias artísticas, 
                de política literaria, de gustos, de caracteres, hasta 
                de calidades humanas. También permite enunciar estas conclusiones: 
                Rodó, después de 1900, entregado como estaba a la 
                creación de Proteo y a la milicia americanista, y luego 
                de espaciar cada vez más el ejercicio de la crítica 
                literaria, no tenía obligación de vocear los nuevos 
                valores que surgieron en América. Parece seguro que Rodó 
                no publicó ningún juicio crítico importante 
                sobre Florencio Sánchez o sobre Julio Herrera y Reissig. 
                Es incierto, sin embargo, que no los haya conocido. Pudo no gustar 
                del naturalismo de uno o del decadentismo del otro, pero en varias 
                oportunidades documentó eficazmente su respeto y su alta 
                estima por las obras de ambos." (*) Una primera versión de este trabajo se publicó 
                en Marcha, año X, Nº 452, Montevideo, 29-X-48, 
                págs. 13 y 15. La documentación ha sido ampliada 
                ahora considerablemente. 1. Este tema ha sido pre-ocupado por el profesor 
                Roberto Ibáñez. En su curso sobre Julio Herrera 
                y Reissig (Facultad de Humanidades, 1947); en algunas publicaciones 
                periódicas (Marcha, Anales del Ateneo, Cuadernos Americanos), 
                en su libro inédito, Imagen documental de Rodó, 
                lbáñez se ha remitido repetidamente a los mismos 
                textos, a los mismos testimonios, a los mismos documentos que 
                se utilizan aquí. La coincidencia en el enfoque es, en 
                muchos casos, inevitable y corresponde, por tanto, reconocer una 
                vez más la deuda hacia esta labor ejemplar.2. Por esa misma época, y en un papel que no llegó 
                a ser publicado, Julio Herrera satirizaba el artículo de 
                Rodó, intitulado El que vendrá, precisamente 
                uno de los dos que integran La vida nueva. Escribía 
                entonces: "A propósito, la ingenuidad de un crítico 
                uruguayo que para dar a entender en una de sus obras que la Humanidad 
                desalentada espera su salvación de un poeta o de un novelador. 
                No [hay en] las historias de las infelicidades místicas 
                y candorosas algo que se pueda comparar a la invocación 
                con que el visionario del porvenir de la especie remata su animado 
                opúsculo. Nada representan los Darwin, los Comte, los Spencer, 
                los Littré, los Renin, los Claudio Bernard, los Proudhon, 
                los Marx, los Stirner, los Arnold Rudge, los Ruskin, los Nietzsche. 
                No es un filósofo quien desentrañará la verdad, 
                quien marcará nuevos rumbos al ser humano; no será 
                un pensador, un sociólogo, el [profeta] iluminado del siglo 
                XX. Los que piensan, al sentir del crítico, son los literatos. 
                Ellos son los que adormecerán con su nephente milagroso 
                las desventuras humanas. Oigamos a nuestro crítico; anonadémonos 
                ante su unción de Bautista inquieto y apesadumbrado, nunciador 
                de un orto nuevo de progreso y de felicidad." (En el 
                Archivo Julio Herrera y Reissig se custodia este texto 
                que pertenece a una obra inédita: Parentesco del hombre 
                con el suelo.)
 3. En carta a Unamuno escribiría el 20 de marzo de 1904: 
                "Yo no aspiro a la torre de marfil: me place la literatura 
                que, a su modo, es milicia...". (véase el texto 
                completo en este mismo Número.)
 4. En un folleto de 16 páginas publica Herrera la conferencia 
                (Montevideo, Tipografía L'Italia al Plata, diciembre 19 
                de 1900). El Día del 20 de diciembre insertó 
                una nota que resumía, con rara objetividad, el contenido 
                de la pieza oratoria: El "Sr. Herrera y Reissig diserta 
                sobre el banquete de la confraternidad colorada, oponiéndose 
                resueltamente a su realización, porque él no implica 
                otra cosa que simples uniones estomacales, según el criterio 
                del conferenciante. También el Sr. Herrera comentó 
                a propósito de esta fiesta, la política de algunos 
                personajes colorados, expresándose en términos severos. 
                En algunos párrafos de su conferencia fue muy aplaudido 
                el señor Herrera y Reissig".
 5. La actuación de Rodó está reseñada 
                en la biografía de Pérez Petit (ed. de 1937, págs. 
                200-210). En El Día (22-I-901) se transcribió, 
                íntegro, el discurso de Rodó, del que el libro citado 
                ofrece sólo algunas páginas.
 6. Ha sido reeditada por Claudio García y Cía. (Montevideo, 
                [1943]), con un prólogo anónimo en el que se comenta 
                el paradójico patriotismo de Julio Herrera.
 7. Puede señalarse aún otro elemento -lateral- de 
                fricción. En la polémica sostenida entre Vasseur 
                y Roberto de las Carreras que se transcribe en este mismo Número 
                puede verse una malévola alusión a Rodó. 
                Al trazar de las Carreras una larga teoría de literatos 
                que (según él) despreciaban a su contrincante, incluye 
                a Rubén Darío y lo califica: el titeador 
                de Rodó. Se alude aquí, sin duda, al desdichado 
                episodio de la edición aumentada de Prosas Profanas (París, 
                Bouret, 1901). Darío solicitó y obtuvo de Rodó 
                la autorización para transcribir como prólogo del 
                libro su estudio, publicado independientemente en 1899. Pero por 
                lamentable descuido (cuya responsabilidad total recae sobre el 
                poeta) el estudio se imprimió sin firma, lo que suscitó 
                la justificada amargura en Rodó. Por la mención 
                que hace de las Carreras puede verse que algunos aprovecharon 
                el incidente para envenenadas apreciaciones. Rodó no pudo 
                desconocer este puntazo del extravagante compatriota; tampoco 
                pudo desconocer que en esta polémica de las Carreras estuvo 
                estrechamente asistido (si no sustituido) por Julio Herrera y 
                Reissig. (Sobre las relaciones, personales y literarias, entre 
                Rodó y Darío ha preparado un largo ensayo, aun inédito, 
                el profesor lbáñez. Allí se estudia detenidamente 
                el incidente de la edición Bouret y se transcriben las 
                cartas y documentos que la ilustran.)
 8. La resistencia que ofreció Rodó a lo que él 
                calificaba de decadentismo data de los orígenes de su carrera 
                literaria. En su Archivo se puede ver el borrador de una 
                carta a Leopoldo Alas en que expresa: "Si no desconfiara 
                de mis fuerzas para tal empresa, diría que el plan de esa 
                colección [alude a La vida nueva, cuyo primer volumen, 
                recién publicado, le envía] se basa en el anhelo 
                de "encauzar" al modernismo americano dentro de tendencias 
                ajenas a las perversas del decadentismo "azul" ... o 
                "candoroso", según Ud. y yo hemos convenido en 
                llamarle, valiéndonos, como Ud. dice, de un eufemismo". 
                La fecha es: 5-IX-897. Dos años después, Rodó 
                acusaría el impacto de Prosas Profanas en su estudio 
                sobre Darío (1899), para volver, en 1900, a una 
                posición de enjuiciamiento severo del Modernismo en lo 
                que tenía de exotismo decadente.
 9. En este mismo Número se transcriben o resumen 
                los textos de esta polémica.
 10. Durante mucho tiempo se creyó perdida La sombra. 
                Actualmente se han conseguido reunir en el Archivo Herrera 
                y Reissig varias copias autografiadas por familiares y amigos 
                del poeta. Su lectura confirma el juicio que (siempre según 
                Pérez Petit) emitió Rodó sobre el conjunto: 
                "...si las hacemos representar todas, nos matan". 
                (Véase ob. cit., pág. 276.)
 11. Para la misma Biblioteca Internacional seleccionó 
                Rodó el acto tercero de
 Nuestros hijos. La nota de presentación, que permite deducir 
                cuáles eran sus piezas favoritas, dice Florencio Sánchez, 
                autor dramático uruguayo. Sus obras han sido representadas 
                con extraordinario éxito en los teatros de su país 
                y de la República Argentina. Cultiva preferentemente el 
                drama llamado "de tesis". Entre sus producciones 
                han sido las más celebradas: "Nuestros hijos" 
                y "Los derechos de la salud". En 1909 fue a Europa, 
                pensionado por el gobierno de su país, con el propósito 
                de hacer representar sus obras en los teatros europeos. (Véase 
                ob. cit., tomo XX, pp. 10151-62.)
 12. Esta carta fue publicada por el diario montevideano Las 
                Noticias el 7 de noviembre de 1922. Por error se indica allí 
                que el destinatario era D. Joaquín de Vedia; por error, 
                también, Fernando García Esteban (Vida de Florencio 
                Sánchez, 1939) retrasa, en un año, la fecha 
                de publicación.
 13. Esta carta puede leerse en el Epistolario de Rodó 
                (París, 1921, pág. 34). En el Archivo se 
                encuentran borradores de cartas a Piquet (19-1-904; 1905), a Unamuno 
                (20-III-904) y a Francisco García Calderón (2-VIII-904; 
                28-VI-906) que corroboran la decisión.
 14. El espacio en blanco en la transcripción de esta carta 
                corresponde del original. Por las indicaciones del mismo texto 
                puede conjeturarse que fue escrita a fines de 1904 o a principios 
                de 1905, aunque quizá este último sea lo más 
                probable. Otras cartas aportan elementos en el mismo sentido, 
                principalmente una a Manuel Díaz Rodríguez (20-1-904), 
                otra a Alfredo L. Palacios, en la que se anuncia como inminente 
                la partida (29-IV-905), y tres a Piquet que permiten seguir el 
                proceso de su desilusión (19-1-904; 20-IV-904; 20-VIII-909).
 15. Tampoco debe olvidarse que Rodó presentó, el 
                24 de abril de 1913, ante la Cámara de Representantes, 
                y en compañía de Zorrilla, Callorda, Ferrer Olais, 
                Salterain, Schinca y Ramón Guerra, un Proyecto de ley que 
                concedería a Ernesto Herrera "una pensión 
                graciable de novecientos sesenta pesos anuales por el término 
                de tres años, con el objeto de que perfeccionase sus condiciones 
                artísticas en Europa".
 |