|   | "Las metamorfosis del texto" En: Plural, México, nº 16, enero 1973, 
              p. 11-15.  "UNO Hay un nivel de significación en que Cobra (Buenos 
              Aires, Editorial Sudamericana, 1972, 263 pp.) es apenas la crónica 
              de las metamorfosis que sufre el(a) protagonista. Crónica 
              en dos partes, especularmente enfrentadas y que se concentra en 
              presentar las mutaciones que sufre  (a) ese travestido del Teatro Lírico de Muñecas (París, 
              años sesenta) que  (b) es, también, su propia reducción en forma de 
              enana blanca (Pup); y  (c) es, asimismo, el quinto de una banda de motociclistas (blusons 
              noirs) que parten de Saint-Germain des Pres para cumplir un rito 
              de iniciación erótica, en un bosque que se parece 
              sospechosamente a los paisajes de la pintura china (o, tal vez, 
              no hay iniciación, no hay rito, sino palabras que hablan 
              de iniciación, bosque, rito, etc ; y  (d) es, acaso, miembro de una banda de lamas tibetanos que parecen 
              hippies (o de una banda de hippies disfrazados de lamas tibetanos) 
              que se droga y fornica, o fornica y se droga, o drogafornica, en 
              los barrios bajos de Amsterdam; y  (e) es, al mismo tiempo, o sucesivamente (no hay cronología 
              válida aunque hay sucesión lineal de episodios sobre 
              las páginas, convencionalmente encuadernadas en un sólido 
              que se llama libro), un dócil candidato a la cuchilla castradora 
              del Dr. Katzob (ne Cadillac, otro travestido) que ejerce su oficio 
              en los intersticios que le deja un tráfico de drogas en Marruecos; 
              y  (f) es, finalmente (pero quién puede asegurar que no sea 
              éste el verdadero comienzo) un turista ávido de tantrismos, 
              que ha leído sin duda a Octavio Paz y que recorre una India 
              de pacotilla que es, a la vez, y complementariamente, el escenario 
              imaginado de les lndes Galantes y de las imposiblemente bautizadas 
              Indias del inocente don Cristóforo. DOS Estas metamorfosis del protagonista no son las únicas. Cobra 
              es, también, esa "mujer" asustada, de sombrero 
              con borlas cardenalicias que aparece y reaparece en las calles de 
              París (acaba de salir de la leprosa entrada del Metro) y 
              que los otros personajes, y nosotros los lectores, sus cómplices, 
              descubrimos pautando la narracción en los lugares más 
              inesperados;  y es (por qué no, si el autor lo dice y lo repite) una serpiente 
              de la India, fálica e insaciable que se enrosca sobre sí 
              misma para morderse la cola cuando no está devorando viva 
              (todos los orificios son viables para ella) alguna víctima 
              cómplice, y es, naturalmente ya que Sarduy me lo explicó 
              en una entrevista (Revista de Occidente, Núm. 93, 
              diciembre 1970, pp. 315-343), el anagrama de un grupo de pintores 
              (Appel, Aleschinsky, Corneille, Jorn) que provenía simultánea 
              y sin duda sucesivamente de COpenhague, BRuselas y Amsterdam (lo 
              que da COBRA); y es, al mismo tiempo, en español al menos, 
              voz del verbo cobrar, aunque ésto solo tenga importancia 
              al nivel de una reinterpretación del capitalismo burgués 
              y su horror al gaspillage (es decir, al barroco, es decir, al sexo, 
              es decir, al arte); y es, finalmente (por ahora), nombre que alude 
              por contigüidad a la palabra española cobre que 
              en la mitología cubana es el emblema de Ochum, la diosa yoruba 
              y de su equivalente católica, la Caridad del Cobre, con lo 
              que el travestido del Teatro Lírico de Muñecas de 
              la Place Pigalle termina cómodamente incrustado en el espacio 
              metafórico cubano. Nuevo Colón (pero reflejado en un espejo; es decir: invertido 
              especularmente), Cobra viaja a las Indias para reencontrar sus (nuestras) 
              Indias. TRES Hay otra metamorfosis a las que el texto también alude pero 
              que exigen una lectura extra-e-intratextual . Quien haya leído 
              De dónde son los cantantes (México, Joaquín 
              Mortiz, 1967, 153 pp.) no podrá no reconocer en la pareja 
              que forman ahora Cobra y la Señora, la dueña del Teatro 
              Lírico de Muñecas, así como en la pareja de 
              la enana blanca y la reducción de la Señora (o Señora), 
              a otra pareja ya célebre en las letras hispanoamericanas. 
              Me refiero a las ubicuas Auxilio y Socorro, esos dos travestidos 
              que recorren las tres partes de aquella novela, mudando pelucas 
              y apodos, vestidos y posiciones, pero conservando siempre la misma 
              capacidad mimética del habla. En otro avatar, Auxilio y Socorro 
              se multiplican especularmente en esta nueva novela. El periplo que 
              habían concluído en Cuba (una Cuba extrañamente 
              abrumada por la nieve) se continua desde el otro lado del mar de 
              sargazos en París y en Amsterdam, en Marruecos y en la India, 
              pero sobre todo en la página blanca recubierta de signos 
              negros que es Cobra. Pero no son sólo las inefables 
              Auxilio y Socorro los que reaparecen en Cobra: es la otra 
              novela entera, o (mejor dicho) la cita, la alusión, la iconografía 
              de su texto:  como en la página 61, cuando se habla de los "cintajos 
              y floreros que hubieran dado envidia a la misma Dolores Rondón", 
              protagonista del segundo episodio de De donde son los cantantes;  y como en la página 69 en que se describe un cofre de plata 
              que ilustra el tercer episodio de la otra novela: "En el 
              reverso de la tapa se extendía un paisaje logrado con incrustaciones 
              minuciosas: a una ciudad tropical -al fondo se veían palmeras, 
              fachadas coloniales, un ingenio azucarero- entraba un Cristo de 
              madera, magestuoso y muriente.(...) . Dos mujerangas vestidas de 
              negro, pero violentamente pintadas, corren hacia el primer plano, 
              los brazos abiertos, dando gritos:  y como en la página 91 en que la señora y Pup encuentran 
              en Toledo (sí, es claro), a sus precursores: "Auxilio 
              y Socorro. Más que textuales apergaminadas y retóricas: 
              de tan toledanas, de tan hispánicas carpetovetónicas": 
              texto en que se escucha (además) un eco del Don Julián, 
              de Juan Goytisolo. CUATRO Roberto González Echeverría (ver Revista Iberoamericana, 
              núm. 76-77, Pittsburgh, julio-diciembre 1971, pp. 725-740, 
              y Review 72, Núm. 6, New York, Fall, 1972, pp 28-31) 
              ya ha elucidado muchas de las alusiones extra-textuales de la obra 
              anterior de Severo Sarduy. Por ejemplo,  (a) su inserción literaria en un contexto cubano de los 
              años cuarenta y cincuenta, presidido por la figura inmensa 
              de José Lezama Lima por el contacto con el grupo (disidente) 
              de Rodríguez Feo en la revista Ciclón, y con 
              el grupo, más nuevo, de Cabrera Infante en Lunes de revolución; 
             (b) su inserción en el contexto parisino, de los años 
              sesenta, con el grupo estructuralista de Tel Quel (años 
              después Philippe Solliers traduciría Cobra 
              en francés, París, Editions du Seuil 1972, 167 pp.); 
             (c) su aprendizaje junto a Roland Barthes de L'Ecole Pratique des 
              Hautes Etudes, del que derivarían algunos estudios críticos 
              coleccionados en Escrito sobre un cuerpo (Buenos Aires, Editorial 
              Sudamericana, 1969, 107 pp.);  (d) su inserción en un contexto de literatura hispanoamericana 
              más general a través de la permanente colaboración 
              en Mundo Nuevo (Nueva época", Núms. 1-25, 
              París), de la que derivarían algunos estudios centrales 
              del libro citado en el párrafo anterior. Como resultado de 
              esta múltiple experiencia, (González dixit) Sarduy 
              funda en dos preceptos su su retórica de la ficción: (1) "La autonomía de la escritura o sea la escritura 
              como sistema específico sujeto a sus propias leyes, no circunscritas 
              a un significado sino abierta a una de significados. (RI, 731). (2) "La organización del subconsciente como discurso; 
              es decir, la estructuración de todo conocimiento como un 
              lenguaje que enmascara la falta de sujeto, que crea (he aquí 
              la dimensión ontológica de que hablaba Sarduy) una 
              persona allí donde se manifiesta su ausencia." 
              (id., 731-732)  La conclusión (después de una cita de Lacan que, 
              realmente, aclara las cosas): "La novela se convierte así 
              en representación de una representación de una representación 
              de una representación, aboliendo a su autor, que queda sumido 
              en el lenguaje, en el discurso que se habla a través de él." 
              (id., 732). O dicho en términos de Cobra: No hay tales metamorfosis 
              del "protagonista", o de sus acólitos, hay sólo 
              metamorfosis del texto: un texto que se vuelve obre sí mismo 
              (como una cobra) para citarse, criticarse, parodiarse, morderse 
              su propia cola, formando una estructura perfectamente circular en 
              cuyo centro sólo es advertible la ausencia del sujeto. Las 
              máscaras de que se vale la protagonista (Pup, o la señora 
              enajenada del sombrero cardenalicio, el blouson noir de Saint-Germain 
              des Près, el falso lama hippie auténtico de Amsterdam, 
              la cobra que se revuelve sobre sí misma) son apenas eso: 
              representación de una representación de una representación 
              que sólo existe a nivel del discurso. QUINTA Lo que obliga a precisar aún más las metamorfosis 
              del texto. Porque no sólo Cobra cambia, se disfraza, muere 
              para reaparecer en un nuevo avatar, una nueva persona. También 
              el texto de la novela padece similares metamorfosis. Así 
              como Cobra es siempre un hombre, evidentemente un hombre, centralmente 
              un hombre, a pesar de las toneladas de pinturas, de joyas, de ropas 
              que se echa encima (el travestido es siempre una imagen doblada 
              en que lo masculino resulta más subrayado por la misma ficción 
              femenina), también el texto es siempre el mismo a pesar de 
              las metamorfosis de episodios, personajes, lugares. Tiempos y espacios 
              cambian, las figuras que los pueblan cambian vertiginosamente: el 
              texto sigue inmovilizado en su propia superficie cambiante. Está 
              sádicamente fijado. Para subrayar (o revelar) esa fijeza, Sarduy se cita a sí 
              mismo constantemente. O mejor dicho; Cobra se cita a sí 
              misma. Ya se han visto las menciones o alusiones al texto gemelo 
              de la novela interior. Conviene ver ahora la autocita del 
              libro. El capítulo primero de la Primera Parte (I), "Teatro 
              Lírico de Muñecas", utiliza el socorrido recurso 
              del autor que, como puntual cicerone, informa al lector: "... 
              como les decía hace un párrafo ..." (p. 13), 
              o, más escolarmente: (-cf.: Capítulo V- (p. 14).La cita explícita, la intromisión de la inmensa mano 
              del autor en el espacio titiritesco del texto, no es el único 
              recurso. Más frecuente, a medida que la novela desenvuelve 
              su flexible cuerpo de cobra, es la cita sin comillas, la repetición 
              de un fragmento (unas líneas a veces) que citado fuera decontexto 
              parece (es) nuevo y viejo. Hay algunas que podrían llamarse, 
              en más de un sentido, lugares comunes, porque son 
              sitios privilegiados de la narración: nódulos en que 
              el texto se espesa al concentrarse sobre sí mismo y en que 
              la pura superficie se vuelve relieve. Una de estos lugares: la "mujer" 
              (Cobra, es claro) que sale del Metro: "Va contra las paredes 
              envuelta en una boa negra, cubierta por un sombrero de Cardenal, 
              cabizbaja, como siu acabara de perder un rubí, para que el 
              pelo le encubra, como aVeronica Lake, o una leprosa, la cara." 
              (p. 127). Texto que reaparece, no menos de dos veces, en el curso 
              de la narración.
 (a) cuando Cobra está en un bar, a punto de ser iniciado 
              por los blousons noirs, la "otra" imagen de sí 
              mismo, sale, asustada, del Metro: "Llevaba un sombrero rojo 
              cuyos cordones, cayendo hasta una capa negra, del rostro ocultaban 
              las flores de oro." (p. 143); (b) El mismo texto reaparece, citado en su integridad, en otro 
              episodio, cuando Cobra y sus compañeros son (nueva metamorfosis) 
              un grupo de hippies disfrazados de lamas tibetanos, o a la 
              inversa, un puñado de lamas que parecen hippies. Ahora 
              el escenario es Amsterdam; sin embargo, la misma mujer asustada 
              (Cobra) sale de la misma puerta del Metro, con el mismo sombrero 
              cardenalicio. (La cita no es sólo del texto de Cobra: por un proceso que 
              los latinos Ilaman de contaminación, el texto de Sarduy a 
              veces se enriquece, o dobla, de un texto ajeno. Cuando se da la 
              primera aparición de la mujer asustada en el Metro, se cita 
              en cursiva un largo texto: Está maquillada con violencia, 
              la boca de ramajes pintada. Las órbitas son negras y plateadas 
              de alúmina, estrechas entre las cejas y luego prolongadas 
              por otras volutas, pintura y metal pulverizados, hasta las sienes, 
              hasta la base de la nariz, en anchas orlas y arabescos como de ojos 
              de cisne, pero de colores más ricos y mayizados; del borde 
              de los párpados penden no cejas sino franjas de ínfimas 
              piedras preciosas. Desde los pies hasta el cuello es mujer;arriba su cuerpo se transforma en una especie de animal heráldico 
              de hocico barroco. (p 126)
 Al volver a citar la salida de la "mujer" (p. 143), el 
              texto continúa repitiendo, hasta mediada la página 
              siguiente, palabra por palabra, la descripción ya copiada. 
              Esta misma descripción había sido citada por Sarduy 
              en Escrito sobre un cuerpo, en el ensayo inicial, "Del 
              Yin al Yang", que fue originalmente publicado en Mundo Nuevo 
              (núm. 13, París, Julio 1967, pp. 4-13). Al comentar 
              la novela Storia di Vous de Giancarlo Marmori, Sarduy transcribe 
              el texto, que es el mismo que ahora cita Cobra, con una diferencia: 
              la omisión del nombre de Vous, protagonista de Marmori, para 
              que la cita ajena pueda aplicarse idénticamente a Cobra. 
              La contaminación es doble y asegura, además, otra 
              metamorfosis del texto.) SEIS La cita no es únicamente textual en Cobra. También 
              suele ser inconográfica. No es difícil reconocer, 
              aquí y allá, algunos discretos o explícitos 
              homenajes a conocidos pintores o escultores: Calder (p. 11). Eero 
              Saarinen (p. 31), Velázquez (alusión a las Meninas, 
              p. 47), Rembrandt (la guardia "nocturne", p. 47), Carreño 
              (p. 88, nota), San Francis (p. 109), Canova (p. 113), Vieira da 
              Silva (p. 142), Albers (p, 176), Karel Appel (p. 177). Murillo (p. 
              191). Duchamp (alusión a los objets trouvés, 
              p 196), O Aleijadinho (p. 203), etc. (Hay muchos más, sin 
              duda.) Sin hablar, es claro, de todas las citas, alusiones, parodias, 
              a la culture Pop, desde el uso frecuente de marcas de fábrica 
              (Shell, Coca-Cola, Life) hasta las referencias a estrellas de cine 
              (la Garbo, Marlene, Veronica Lake), a músicos de hoy (los 
              Beetles, Ravi Shankar), a los pintores (una cita textual de las 
              palabras de un cuadro de Roy Lichtenstein, p. 143). Toda una iconografía, 
              toda una cultura aural, todo un sistema de signos que también 
              remite a la literatura hippie por la via de William Burroughs (a 
              quien se interpola en la p. 96, episodio marroquí) o de Juan 
              Goytisolo (cuyo Conde don Julián integra de pleno derecho 
              el travestismo de este mismo episodio, p. 97). Pero si las citas (textuales o iconográficas, que es lo 
              mismo) se multiplican y proliferan para recoger o señalar 
              significaciones fuera del texto, la mera acción de 
              convertirlas en palabras del texto sirve pare incrustarlas 
              en él; es decir: para reconvertirlas a la realidad (espacio 
              único) del texto de Cobra. Ahora son el texto. SIETE Uno de los ejemplos más claros de esa metamorfosis por incorporación 
              (contaminación) es ese pasaje (pp. 173-174) en que Sarduy 
              describe como unas niñas contemplan un cadáver: "En una mesa verde, escueta como un cadalso, la cabeza 
              recostada a una estaca, yacía un joven boquiabierto y desdentado, 
              el abdomen vacío, los ojos hinchados, esférulas que 
              dividían ranuras negras."Junto al cuerpo tendido, permanecían cuatro niñas 
              igualmente grisáceas y peinadas, cubiertas con enormes pamelas 
              de encaje que puntuaban flores amarillas. Una de ellas habíadoblado 
              hacia abajo las alas del sombrero -solo se veía su boca-, 
              la otra las habíaplegado hacia arriba y mostraba su rostro, 
              altiva.
 "Más pequeña que las precedentes, una regordeta, 
              que apretaba una gasa azul bordada de escamas, del pellejo que muda 
              una serpiente, bajo su bonete desmesurado, de algas rosadas, abría 
              la boca, el mentón apoyado en una mano abierta, el codo apoyado 
              sobre el cadáver.
 "Del sótano subía otra niña. No la cubría 
              un sombrero, sino, por supuesto, un paraguas abierto. "
 Inútil buscar algunos detalles de este "tableau" 
              en el cuadro de Leonor Fini que le sirve de pretexto. Bastará 
              revisar la reproducción que incluye el excelente libro de 
              Constantin Jelenski (Leonor Fini, Lausanne, La Guilde du Livre, 
              1968, p. 153: "Leçon d'anatomie") para advertir 
              alguna discrepancia -el cadáver no parece de un joven sino 
              de un viejo; no hay tal niña subiendo del sótano, 
              con o sin paraguas abierto-. De todos modos, esos cambios no importan. 
              En Cobra, el cuadro de Leonor Fini se convierte en texto 
              de Sarduy. OCHO
 Otras citas son no menos explícitas aunque también 
              contienen sus distorsionantes efectos de contaminación, o 
              metamorfosis. Al presentar la operación a que será 
              sometida Cobra por el Dr. Katzob para poder ser (al fin) una mujer 
              remendada, se alude más de una vez al Leng'-T'che, "la 
              tortura china de los cien pedazos" (p. 89). Esa tortura -que 
              consiste en ir cortando (o trinchando) un individuo de manera de 
              irle quitando pedazos, articulaciones, miembros superfluos pero 
              sin tocar ningún centro vital, para que el paciente pueda 
              asistir (relativamente vivo) a la ceremonia proviene a la vez de 
              un texto y unas fotografías. Las fotografías estaban 
              en el Traité de Psychologie, de Georges Dumas, antes de ser 
              recogidas por Georges Bataille para ilustrar su vertiginoso libro, 
              Les larmes d´Eros (París, Pauvert, 1961, pp. 232-234; 
              son cuatro). De allí pasaron al capítulo 14 de Rayuela 
              (Cortázar modifica la fecha en que fueron tomadas y hasta 
              la nacionalidad del fotógrafo; introduce como testigo una 
              inidentificable mujer) y también a la novela de Salvador 
              Elizondo, Farabeuf (en que el supliciado es una mujer, lo 
              que es por lo menos dudoso). En el ensayo, "Del Yin al Yang" 
              (ya mencionado en este trabajo), sigue Sarduy la pista de esa imagen 
              sádica desde Bataille a Elizondo, partiendo del divino Marqués, 
              que es el teorizador, y pasando por Marmori, por Cortázar.
 Las fotografías y el texto (o textos) que enriquecen, o 
              deforman su iconografía sufren varias metamorfosis en Cobra. 
              Indico dos: (a) Al operar el Dr. Katzob a Cobra y despojarla de lo superfluo, 
              se escribe: "Sea un hombrecillo que sonríe, atado 
              a un madero. Atracarlo de opio. Uno a uno, sin sangre -en los tendones 
              de las articulaciones breves tajos-, separarlo en pedazos, uno a 
              uno, hasta cien. Que un traficante, fumando en pipa, lo señale. 
              Una foto. Que una mujer ría." (p. 114) La foto viene 
              de Bataille; la mujer, de Cortázar-Elizondo; la risa, de 
              Cobra. (b) La castración es mostrada en primer plano metafórico: 
              "Ramas rojas que bajan bifurcándose, rápidas, 
              por los lados de un triángulo -el vértice arrancado- 
              sobre la piel blanca de los muslos, por la superficie de níquel, 
              contorneando las caderas, entre el tronco y los brazos, encharcándose 
              en las axilas, hilillos veloces sobre loshombros, empegotándole 
              el pelo: dos chorros de sangre, hasta el suelo." (p. 115) 
              El texto paralelo de Cortázar es este: "... y acercándose 
              bastante la foto a la cara se veía que el cambio no era en 
              los muslos sino entre las ingles, en lugar de la mancha borrosa 
              de la primera foto había un agujero chorreado, una especie 
              de sexo de niña violada de donde saltaba la sangre en hilos 
              que resbalaban por los muslos."(capítulo 14, p. 72).El hombre (mujer, según Elizondo) de la tortura del Leng-T'che 
              es metamorfoseado por Cortázar en una niña violada 
              y por Sarduy en un travestido cuyo doble (la enana Pup) está 
              sufriendo por simpatía las torturas de la castración. 
              De foto a texto y a texto y a texto, las metamorfosis del sistema 
              de signos no cesan.
 NUEVE Aunque Sarduy advierte en su ensayo sobre Lezama Lima: "No 
              caer en la trampa de la crítica: un lenguaje mimético, 
              una recreación del estilo, que se vuelve una repartición 
              de los tics del autor. Evitar todo giro lezamesco." (Escrito 
              sobre un cuerpo, p. 67), parece inevitable acudir a la colección 
              citada de sus ensayos para elucidar algunos aspectos de Cobra. Se 
              puede empezar por la obsesión citacional que él comparte 
              con Lezama. En la página 63 al discutir una defensa de la erudición 
              descabalada de Lezama que hace Cortázar en un célebre 
              ensayo (ahora está en La vuelta al día en ochenta 
              mundos, México-Buenos Aires, Siglo XXI, 1967, pp. 135-145), 
              apunta sabiamente Sarduy: "hablar de los errores de Lezama 
              -aunque sea para decir que no tienen importancia es ya no haberlo 
              leído. Si su Historia, su Arqueología, su Estética 
              son delirantes, si su latín es irrisorio, si su francés 
              parece la pesadilla de un tipógrafo marsellés y para 
              su alemán se agotan en vano los diccionarios, es porque en 
              la página lezamesca lo que cuenta no es la veracidad -en 
              el sentido de identidad con algo no verbal- de la palabra, sino 
              su presencia dialógica, su espejo. Cuenta la textura 
              francés, latín, cultura, el valor cromático, 
              el estrato que significan en el corte vertical de la escritura, 
              en su despliegue de sapiencia paralela. (p. 63)" Por eso, 
              podría decirse de la erudición de Sarduy, de su Historia, 
              su Arqueología, su latín, lo que él dice de 
              los de Lezama; por eso el subrayado crítico debe estar no 
              fuera del texto sino en el texto: en la presencia 
              dialógica de la cita. En otro ensayo, sobre el libro Compact, de Maurice Roche, 
              hay otra indicación útil para la crítica de 
              Sarduy: "La literatura es (...) un arte del tatuaje: inscribe, 
              cifra en la masa amorfa del lenguaje informativo los verdaderos 
              signos de la significación. (...) La escritura sería 
              el arte de esos grafos, de lo pictural asumido por el discurso pero 
              también el arte de la proliferación." (p. 
              52) A la luz de este texto se advierte mejor el sentido de algunas 
              correspondencias (usa la palabra en homenaje irónico a Baudelaire) 
              entre el texto y la anécdota de Cobra: entre trama 
              y trama. Si al nivel escriptural toda la novela es un tatuaje de 
              textos (cifra sobre cifra sobre cifra) , al nivel metafórico 
              de la anécdota Cobra prolifera los tatuajes. Un ejemplo: 
              para la representación en el Teatro Lírico de Muñecas, 
              Cobra se cubre y recubre durante seis horas: "Empezaba a 
              transformarse a las seis para el espectáculo de las doce; 
              en ese ritual llorante habría que merecer cada ornamento: 
              las pestañas postizas y la corona, los pigmentos, que no 
              podían tocar los profanos, los lentes de contacto amarillos 
              -ojos de tigre- los polvos de las grandes motas blancas." 
              (p. 12) A partir de allí, Cobra pasará por sucesivas 
              y a veces simultáneas metamorfosis (véase el párrafo 
              primero de este trabajo), cuyo significado central, reiterativo, 
              circular, es el mismo: el tatuaje, la inscripción sobre su 
              piel (por la pintura, por el vestido, por las joyas, pero también 
              por la cuchilla del Dr. Katzob que trincha en su carne, que cava 
              espacios sedosos y húmedos que antes no existían, 
              la escritura, en fin. Y la proliferación, es claro. El texto crítico de Sarduy sobre Roche continúa, 
              programático: "Puede ser que Compact no sea un hecho 
              aislado, sino uno de los trabajos inaugurales de una nueva literatura 
              en la cual el lenguaje aparecerá como el espacio de la acción 
              de cifras, como una superficie de transformaciones ilimitadas. El 
              travestismo, las metamorfosis continuas de personajes, la referencia 
              a otras culturas, la mezcla de idiomas, la división del libro 
              en registros (o voces) serían, exaltando el cuerpo -danza, 
              gestos, todos los significados somáticos-, las características 
              de esa escritura. El carnaval, el Circus -así se titula nuevo 
              libro de Maurice Roche- y el teatro erótico serían 
              los lugares privilegiados para desplegar esa ficción. Más 
              allá de las censuras, del pensamiento común, en esta 
              escena de la escritura vendrían a dialogar todos los textos 
              anteriores y contemporáneos del libro, se harían explícitas 
              todas las traducciones que hay en el interior de un mismo idioma. 
              Literatura en que todas las corrientes, no del pensamiento sino 
              del lenguaje que nos piensa, se harían visibles, confrontarían 
              sus texturas en el émbito de la página." 
              (p. 52) Este programa, que Sarduy diseña sobre el pretexto 
              visible de Roche, ha sido llevado a cabo por élmismo en sus 
              ficciones. Publicado en mayo 1968, en el periódico Confrontations 
              (p. 2), este programa aparece cuando ya Sarduy ha escrito y publicado 
              Gestos (1963) y De dónde son los cantantes 
              (1967), y lleva proyectada Cobra. Es fácil reconocer 
              en él los topoi de estas ficciones (travestismo, carnaval, 
              teatro erótico) así como los procedimientos (metamorfosis, 
              citas en varios idiomas, registros de voces, traducciones), que 
              se confunden en una sola superficie textual: las metamorfosis dialoguísticas 
              del texto. DIEZ Pero ni siquiera es necesario salir de Cobra. la novela 
              misma provee los elementos básicos de su exégesis. 
              Basta remitirse al capítulo primero en que a medida que el 
              texto define las etapas de la primera metamortosis del protagonista, 
              el autor acota retóricamente las metamorfosis del texto. 
              Enfiladas ordenadamente al comienzo de sucesivos párrafos, 
              esas acotaciones indican: La escritura es el arte de la elipsis (y a continuación 
              se ilustra esa figura condensando en pocos párrafos la corte 
              de admiradores de Cobra:
 La escritura es el arte de la digresión (p. 16), 
              frase que sirve para introducir al indio "costumista" 
              que viene al Teatró Lírico de Muñecas a travestir 
              de dibujos y arabescos los travestidos;  La escritura es el arte de recrear la realidad (p. 17) en 
              que se da otra (segunda) versión Ilegada del "costumista";
 La escritura es el arte de restituir la historia (p. 18), 
              frase alarmante que introduce (la seguramente falsa) biografía 
              del personaje en cuestión:
 La escritura es el arte de descomponer un orden y componer un 
              desorden (p. 20) en details la (seguramente imaginaria) orgía 
              del costumista con las entreabiertas ninfas travestidas; La escritura es el arte del remiendo (p. 25) en que el célebre 
              "bricolage" de Levi Strauss adquiere un connotación 
              literalmente textual y sirve para demostrar que la orgía 
              arriba citada es, muy probablemente, imaginaria.  Texto sobre metamorfosis que se metamorfosea continuamente; narración 
              que se interrumpe para definirse retóricamente y para hacer 
              recordar al lector que no hay otra realidad del texto; serpiente 
              que se retuerce sobre sí misma para morderse la cola, en 
              un doble ejercicio erótico-tánático: eso es 
              el texto de Cobra. Al menos, así lo quiere hacer leer 
              su autor. Lo que abre otra perspectiva. ONCE Para entender mejor qué ocurre en el espacio central de 
              esas metamorfosis del texto, (si hay tal espacio), conviene repasar 
              el tantas veces citado ensayo, "Del Yin al Yang'. Al hablar 
              de la novela, Storia de Vous, Sarduy advierte que la figuración 
              sádica crea en su retraimiento una "especie de estructura 
              de centro vacío" (p. 21). La referencia explícita 
              aquí es a la primera del ensayo en que se estudia a Sade. 
              Allí se aAdvierte que en su delirio textual, el marqués 
              busca una sola cosa: "Fijar, impedir el movimiento" (p.11). 
              Es decir: privar al Otro de libertad, reducirlo al estado de objeto, 
              atado, fijado, lo que restituye al sádico "su total 
              arbitrio, lo devuelve al estado inicial de posible absoluto, lo 
              libera, lo 'desatae'." (idem) Es claro que en la realidad histórica, Sade casi nunca realizó 
              su propósito. Hay alguna oscura historia de prostitutas, 
              cantáridas, flagelación y sodomía, pero qué 
              mediocre resulta todo frente a los excesos textuales de sus Obras 
              Completas. Sade realizó sí su experiencia en 
              el texto, la practicó a través de una representación, 
              en el sentido más literal de la palabra: un teatro, un escenario, 
              un espectáculo: "El teatro como espacio de la representación, 
              como exigencia de abertura escénica y mirada del exterior, 
              como espectáculo, está presente en cada obra de Sade" 
              (idem). Ya se sabe que el marqués fue autor dramático 
              y actor, que inventó el psicodrama cuando se encontraba recluido 
              en Charenton (Peter Weiss ha popularizado en su Marat-Sade este 
              aspecto de su carrera). Por eso, Sarduy insiste en los términos 
              de la trilogía: encierro, teatro y sadismo. 
              (p. 12). Prosiguiendo su análisis, Sarduy muestr aluego que 
              el sadismo, como ideología, supone un espacio que es primero 
              cristiano, y que al ser refutado por Sade pasa a ser deísta 
              para terminar siendo gobernado por un dios malvado. (p. 13). 
              Esa "refutación de la impostura divina se complace 
              en su reiteración continua (...) este rechazo, esa plegaria 
              al revés, ese otro conjunto, tienen un valor erótico." 
              (idem). Sarduy continúa: "la blasfemia como acto erótico 
              consagra cada jornada a la burla del poder individible (Dios) para 
              permitir la caída del poder visible (el Rey), reivindica 
              cada acto en nombre del ateísmo y la revolución." 
              (ídem). Lo más importante para Sade no es sólo 
              la repetición de la alsfemia sino que la repetición 
              (en el sentido francés: ensayo de una obra teatral) "es 
              el soporte último de la imaginación sádica 
              y, sin duda, de toda perversión." (ídem). Del 
              encierro en la cárcel a la repetición de la blasfemia 
              y la repetición de la pieza teatral y a la repetición 
              del ritual de las perversiones, Sarduy ha hecho recorrer a su lector 
              el camino que lleva a una definición del ritual de las perversiones. 
              "Pervertirse no es sólo ampliar lo sgestos de la 
              sexualidad, sino también reducirlos. (...) El perverso explora 
              un instante, en la vasta combinatoria sexual sólo un juego 
              lo seduce y justifica. Pero ese instante, fugaz entre todos, en 
              que la configuración de su deseo se realiza, se retira cada 
              vez más, es cada vez más inalcanzable, como si algo 
              que cae, que se pierde, viniera a romper, a crear, un hiato, una 
              falla entre la realidad y el deseo. (...) En el fondo, el sadismo 
              carece de sujeto, es pura búsqueda del objeto" (p. 
              13-14) Por eso, el capítulo sobre Sade concluye con estas 
              palabras: "Misa y orgía, ritos de iguales ambiciones, 
              de iguales imposibles" (p. 15) Si el capitulito sobre Sade 
              (para el que Sarduy se apoya en lecturas francesas muy conocidas) 
              contribuye a aclarar el aspecto "`perverso" de Cobra 
              -no hay sino transferir a su representación esa "ideología" 
              sádica-, el capitulito sobre Bataille ilumina el problema 
              de la Muerte, con mayúscula, y la muertecita (o muerte 
              del orgasmo), como dicen los franceses con tierno diminutivo. Lo 
              que introduce Bataille es el horror. En la iconografía de 
              Les larmes d'Eros y en el texto de su última novela 
              inconclusa Ma mére se encuentran mezclados la obscenidad 
              y el crimen. "Pero en esas imágenes están la 
              belleza y el amor ..." (p. 17), porque es la madre del narrador 
              la que aparece como modelo en las fotografías de "repugnantes 
              posturas" a que se refiere Bataille: "La madre y la 
              ignominia estarán ya para siempre fundadas: Dios y el horror 
              ." (p. 17) Por eso, Sarduy habrá de citar las palabras 
              finales de la novela, y del propio Bataille (que murió antes 
              de terminarla). "La alegría y el terror anudaron en 
              mí un lazo que me asfixió. Me asfixiaba y gemía 
              de voluptuosidad. Mientras más esas imágenes me 
              aterrorizaban, más gozaba al verlas" (p. 17) También en Sade hay terror, pero transferido al Otro, a 
              la víctima. Ya en un célebre ensayo de Jean Paulham 
              ("Le marquis de Sade et sa complice") se acalaraba esa 
              transferencia y se demostraba, con elegancia, que Sade era realmente 
              masoquista. Pero a Sarduy le interesa menos el aspecto "ideológico" 
              de esta pareja Sade-Bataille que la consecuencia literaria, o sea 
              textual de la misma relación. Por eso, su capitulito sobre 
              Bataille continúa desarrollando el tema de las transgresiones 
              del pensamiento (son tres: el propio pensamiento, el erotismo y 
              la muerte) para llegar a la conclusión que la sociedad burguesa 
              ha mitigado la resistencia que le inspiraban el erotismo y la muerte 
              "para intensificar, hasta lo patológico, la que le inspira 
              el pensamiento que se piensa a sí mismo." Sarduy continúa: 
              "Blasfemia, homosexualidad, incesto, sadismo, masoquismo 
              y muerte son ya transgresiones relativamente toleradas. (No hablo 
              de la transgresión pueril que es el arte de "de denuncia": 
              el pensamiento burgués no sólo no se molesta, sino 
              que se satisface ante la representación de la burguesía 
              como explotación, el capitalismo como podredumbre.) Lo único 
              que la burguesía no soporta, lo que la "saca de quicio" 
              es la idea de que el pensamiento pueda pensar sobre el pensamiento, 
              de que el lenguaje pueda hablar del lenguaje, de que no 
              escriba sobre algo sino escriba algo (como proponía Joyce). 
              Frente a esta transgresión, que era para Bataille el sentido 
              del despertar, se encuentran, repentina y definitivamente de acuerdo, 
              creyentes y ateos, capitalistas y comunistas, aristócratas 
              y proletarios, lectores de Mauriac y de Sartre. La desconfianza 
              y la agresividad que suscitan las búsquedas críticas 
              actuales ilustran la unidad de las ideologías más 
              opuestas ante la verdad del despertar de Bataille". (p. 
              19-20) El centro vacío de la configuración sádica 
              a que se refería Sarduy al hablar de Storia de Vous 
              (p. 21) es precisamente esa ausencia de significado, de remisión 
              del texto a otra cosa que así mismo , para decirlo de otro 
              modo: el escándalo de la transgresión de ese pensamiento 
              que se piensa a sí mismo ,de ese lenguaje que habla del lenguaje, 
              de la obra que se vuelve sobre sí misma, como una serpiente 
              que se muerde la cola. Es decir: como Cobra en que las otras 
              transgresiones (erotismo perverso, la muerte y la muertecita) son 
              sólo significaciones dentro de un texto que dibuja un espacio 
              central vacío de significado. Esta novela se quiere sólo 
              escritura literal y significativa, apenas en el nivel de su superfiice 
              textual. Cobra es de esos libros que describen la ausencia 
              del centro, el vacío, el espacio abierto de la mirada, del 
              Otro, la falla de que habla Lacan, esa lejanía del significado 
              que el proceso simbólico de la escritura designa, según 
              Barthes.  De ahí que sea imposible cubrir la totalidad de su texto 
              (poético) por medio del discurso crítico, y que hay 
              que resignarse a quedar siempre rozando las alusiones, descodificando 
              significaciones parciales, contabilizando metamorfosis sin lograr 
              avanzar del todo sobre la superficie siempre fija, siempre cambiante, 
              del texto. No hay otro que el que está permanentemente a 
              la vista. Y sin embargo.  DOCE La tapa de Cobra reproduce en colores un fragmento de una 
              ilustración que se encuentra entera en el libroTantra 
              Art, de Ajit Mookerjee (New , Random House, 1968), y que también 
              reproduce en blanco y negro Conjunciones y disyunciones de 
              Octavio Paz. Allí (p. 145, de la edición de Joaquín 
              Mortiz, México, 1969), es identificada como: "Yogin 
              con seis cakras. Escuela kangra siglo XVIII". En el texto de 
              Cobra hay una descripción del Yogin: "del pene 
              brotan dos ríos -tu piel es un amapa-: Uno, impetuoso, asciende 
              por el lado derecho del cuerpo, ronco, arrastrando arena -te cubro 
              de yeso, con tinta negra y un pincel finísimo te dibujo ascendiendo 
              por el lado derecho, en una torrente que con mi respiración 
              crece, engarzadas unas en las otras, las consonantes; el otro, manso, 
              claro, sube por el costado izquierdo, lentas espirales verdes, algas 
              en los meandros, rumor de polen cayendo, transferencia- te dibujo 
              las vocales. El centro de tu cuerpo:seis corolas,
 seis nudos,
 seis parejas templando:
 El semen retenido:
 sílabas que se anudan:
 ajorcas los tobillos,
 letras las rodillas,
 sonidos en las muñecas,
 mantras el cuello.
 El semen retenido: serpiente que se enrosca y asciende:cascabeles entre las bisagras de las vértebras: alrededor 
              de los huesos aros de escamas y piel luciente: aceitados cartílagos 
              se deslizan, ciñen la médula.
 Loto que estalla en lo alto del cráneo. Pensamiento en blanco.
 Una línea negra limita la figura.tres canales la surcan
 que interrumpen flores
 el cuerpotres ejes
 letras los pétalos
 En el texto de Cobra, el diseño tántrico es 
              convertido en un ideograma que es a la vez convertido en escritura 
              y que se desdobla, especularmente, en desripción de la imagen 
              y descripción del texto: las consonantes son dibujadas 
              con el mismo pincel que dibuja la figura; las vocales sufren 
              el mismo doble proceso, las sílabas "se anudan" 
              como las ajorcas a los tobillos, las letras son rodillas, los sonidos 
              muñecas, el cuello es un mantras. Pero la palabra figura 
              misma es ambivalente y funciona por igual en el mundo de la iconografía 
              y de la literatura: es imagen visual y textual, es diseño 
              y tropo. Por eso el texto concluye:  letras los párpados.  Para "leerlo" adecuadamente es insuficiente la ilustración 
              de la tapa de Cobra. No reproduce sino tres y media de las 
              seis cakras con las seis parejas templandoras, como dice el autor 
              con un cubanismo no del todo indescifrable. Pero la tapa omite precisamente 
              el origen de ese doble chorro que parte del plexo solar y se viene 
              a juntar con la figura dorada que reposa sobre las cejas del contemplador: 
              "falta, dicho brutalmente, el "pene" a que se refiere 
              la glosa del texto de Cobra. Ese corte de la imagen (alusión 
              tal vez al destino del protagonista bajo la cuchilla del Dr. Katzob) 
              impide al lector de Cobra examinar el documento iconográfico 
              completo. Felizmente, la glosa textual es más explícita. Paralelamente al texto de Cobra se impone un examen de Conjunciones 
              y disyunciones. Aquí está la clave no sólo 
              de esa imagen tántrica sino de muchos aspectos del "indianismo" 
              de la novela y de su autor. Bastará citar un fragmento de 
              la página 81, la misma que enfrenta a la reproducción 
              de yogin: "para el tantrismo el cuerpo es el doble real del 
              universo que, a su vez, es una manifestación del cuerpo diamantino 
              e incorruptible del Buda. Por eso postula una anatomía y 
              fisiología simbólicas (...) que concibe al cuerpo 
              como un microcosmos con seis nudos de energía sexual, nerviosa 
              y síquica, estos centros (cakras) se comunican entre sí 
              desde los órganos genitales hasta el cerebro por dos canales: 
              rasanâ y lalanâ. No se olvide que se trata 
              de una anatomía simbólica: el cuerpo humano concebido 
              como mandala que sirve de "apoyo" a la meditación 
              y como altar en que se consuma un sacrificio. Las dos venas 
              nacen en el plexo sacro, lugar del linga (pene) y del yoni 
              (vulva). La primera asciende por el lado derecho y polariza el aspecto 
              masculino; la segunda subre por el costado izquierdo y simboliza 
              el aspecto femenino." Un rápido cotejo de este texto (que continúa detallando 
              tras correspondencias) con el de Cobra permite advertir que 
              Sarduy no respeta la anatomía simbólica del tantrismo 
              e impone su propia concepción sobre la original: su texto 
              se convierte así en palimpsesto. No hay en Cobra dos sexos 
              que determinan el lugar común del pene y la vulva sino uno 
              solo, el pene, cuya ausencia en la tapa prefigura asimismo la ausencia 
              dentro del texto. Pero si Sarduy no respeta su fuente (como tampoco 
              respetaba la fotografía de Bataille, el texto de Marmori 
              o el cuadro de Leonor Fini), sí respeta el lenguaje simbólico 
              que encierra la figura del Yogín. Continúa Paz: "Si 
              el cuerpo es tierra, y tierra santa, también es lenguaje 
              .-y lenguaje simbólico: en cada fonema y cada sílaba 
              late una semilla (bija) que, al actualizarse en sonido, emite 
              una vibración sagrada y un sentido oculto. Rasanâ 
              representa a las consonantes y lalanâ a las vocales. 
              Las dos venas o canales del cuerpo son ahora el lado masculino y 
              femenino del habla..." (p. 83), Por eso podrá Paz señalar, un poco más adelante: 
              "Las metáforas tántricas no sólo están 
              destinadas a ocultar al intruso el verdadero significado de los 
              ritos sino que son manifestaciones verbales de la analogía 
              universal en que se funda la poesía. Estos textos está 
              regidos por la misma necesidad psicológica y artística 
              que llevó a nuestros poetas barrocos a construirse un idioma 
              dentro del idioma español, la misma que inspira el lenguaje 
              de Joyce y el de los surrealistas: la concepción de la escritura 
              como el doble del cosmos. Si el cuerpo es un cosmos para Sahâra, 
              su poema es un cuerpo -y ese cuerpo verbal es sûnyatâ" 
              (p. 83) Cobra es, por eso, también un libro escrito sobre 
              un cuerpo. TRECE Si he aprovechado estos textos de Paz para ilustrar (así 
              sea primariamente) algunos de Sarduy es no sólo porque Cobra 
              los alude en forma transparente sino porque la cita de Paz llega 
              hasta la misma literalidad del texto. En primer lugar, el fragmento 
              en que se describe el Yogín tántrico pertenece a un 
              capítulo de la segunda parte titulado (como el poema de Paz), 
              "Blanco". En segundo lugar, el "Diario Indio" 
              con que concluye la novela tiene dos acápites, uno en prosa 
              y otro en verso, ambos de Paz: el acápite en prosa define 
              un espacio en el que "cabe todo y que no contiene sino aire 
              y unas cuantas imágenes que se disipan". (p. 230) Ese 
              espacio, para Sarduy, es el de la India que él (como Cobra) 
              ha visitado turísticamente. Es la suya una India de pacotilla, 
              voluntariamente descodificada en textos ajenos que, aun en su "realidad" 
              textual" no dejan de leerse como de segunda mano. Hay, por 
              ejemplo, una cómica secuencia en que Tundra, Escorpión, 
              Totem y Tigre buscan un camino instantáneo para llegar al 
              budismo y sólo encuentran (como los turistas de otras partes 
              del mundo) sino piadosos traficantes que quieren venderles cuadros, 
              amuletos, mandalas, y cuyos hijos en las abarrotadas trastiendas 
              "hablan por un teléfono rojo, de material plástico". 
              La secuencia (pp. 257-259) es deliberadamente paródica. En 
              una conversación que tuve con Sarduy (está en la entrevista 
              de Revista de Occidente), el autor aclara su intención: 
              "... no se trata de una India trascendental, metafísica 
              o profunda sino al contrario, una exaltación de la superficie 
              y yo diría hasta de la pacotilla india. Yo creo, y me hubiese 
              gustado que Octavio Paz estuviese de acuerdo -pienso que lo está- 
              que la única descodificación que podemos hacer en 
              tanto que occidentales, que la única lectura no neurótica 
              de la India que no es posible a partir de nuestro logocentrismo 
              es ésa que privilegia su superficie". (pp. 318-319). Lo que no impide, es claro, que en la novela se aprovechen elementos 
              más complejos de esa misma superficie. Para indicar uno solo: 
              esa imagen del Diamante que (ya se ha visto por la cita de 
              Paz) alude al cuerpo "diamantino e incorruptible del Buda". 
              Cobra concluye precisamente con estos dos versos: Que a la flor de lotoel Diamante advenga. (p. 263)
 en que se une al Diamante con mayúscula (el Buda) la imagen 
              de la flor de loto, "que estalla en lo alto del cráneo", 
              según el mismo texto de Cobra al describir al Yogín. 
              Pero si el diamante, y la flor de loto, funcionan metafóricamente 
              al nivel de imágenes tántricas, en el cuerpo de la 
              novela (es decir: en su texto) también reaparece el diamante 
              aunque convenientemente metamorfoseado. En forma explícita, 
              tiene forma de diamante el diagrama por medio del cual el Dr. Katzob 
              explica el método que habrá de servir a para transferir 
              a la enana Pup la tortura que sufre al ser castrado y excavado por 
              el cuchillo del cirujano (pp. 106-107). Pero de una manera menos 
              explícita, el diamante es también el emblema del amor 
              en el poema erótico "A Totem", que aparece en las 
              dos secuencias tituladas, "Eat Flowers!" (pp. 169-171); 
              el poema comienza: No las redes vacíassino el soporte de las formas todas:
 quisiste el amor -la disolución-,
 el cuerpo del Diamante.
 en que el budismo tántrico facilita la clave del "cuerpo 
              diamantino e incorruptible del Buda". Es claro que no hay que 
              tomar exactamente al pie de la letra esa utilización de la 
              cifra tántrica. Como indica otro pasaje del mismo texto, 
              no es seguro que nunca pueda conocerse la verdad: De cierto os digo que cualquier cosa es la verdad, que un verdadero 
              dios en nada podría distinguirse de un loco o un farsante. 
              (p. 179) observa un maestro budista al salir del W. C. en que ha sometido 
              a la fellatio a un rubio discípulo holandés. Lo que 
              no impiede que el diamante sea (en Cobra como en los textos 
              tántricos) una mandala: es decir: un doble simbólico 
              del universo. Como el Yogín. Todo es metáfora, tropo, 
              texto. CATORCE El poema de Octavio Paz que se cita al comienzo del "Diario 
              Indio" dice muy precisamente:  La Boca HablaLa cobra
 fabla de la obra
 en la boca del abra
 recobra
 el habla:
 El Vocablo. (p. 229)
 Antes (p. 118) había dicho Sarduy:Se recobra.
 Se enrosca.
 (La boca abre.)
 El cotejo de textos, esta vez dentro del texto mismo de Cobra 
              (no importa que uno sea de Paz, el otro del autor) permite advertir 
              que la relación Cobra-boca-habla-obra-vocablo no sólo 
              funciona al nivel de las asonancias y consonancias sino al nivel 
              metafórico del libro entero: Cobra (el libro) habla; 
              Cobra (el protagonista) es una boca que habla y que obra: Cobra 
              (libro y protagonista) existen simultáneamente al nivel del 
              texto y se confunden en la superficie del texto. QUINCE Repaso lo escrito y compruebo (sin sorpresa) que no he dicho nada 
              del escamoteo textual del "opio" dentro o detrás 
              del inocente "apio" que practica Cobra y sobre 
              el que conversamos con Sarduy (ver Revista de Occidente); 
              que no he citado a Derrida ni una sola vez (ver Roberto González 
              en Review 72) ni tampoco a James Bond que en el inefable 
              Goldfinger es víctima de la aurificación de 
              una muchacha a la que el villano concede esa forma sádicamente 
              suntuosa de morir; que me quedó para otra vez la explicación 
              de por qué en el "Diario Indio" se insertan fragmentos 
              del Diario de Cristóbal Colón en su primer 
              viaje de descubrimiento; que no me ha quedado tiempo para hablar 
              de Julia Kristeva y su lectura de Bakhtine (que tanto ha influido 
              en la noción de carnaval y parodia en Sarduy); que apenas 
              he mencionado a Lezama sin seguir sus (y de Sarduy) interpretaciones 
              del barroco: que se me acaba el papel y el espacio imaginario concedido 
              por Plural y todavía creo que estoy al comienzo. Pero 
              eso pasa siempre que se emprende la lectura de una (C) obra. Nota: A lo largo del texto de Cobra, Sarduy 
              usa la expresión francesa "travestí". Prefiero 
              seguir a Corominas (IV, 718, b) que da: "Travestido 
              'disfrazado' h. 1575, tomado del it. travestito, íd. |