|   | Onetti: una escritura censuradaEn: Plural, v. 4, nº 43, abril 1975,
 p. 68-71.
 Juan Carlos Onetti: Tiempo de abrazar y los cuentos 
              de 1933 a 1950. Precedidos de "Onetti antes de Onetti", 
              por Jorge Ruffinelli, Montevideo: Arca, 1974, 247 pp. Onetti tardó bastante en llegar a ser Onetti; es decir, 
              a convertirse en ese nombre que cubre un texto vario y disperso 
              pero de gran coherencia temática y estilística. Su 
              primer libro, El pozo, se publica en 1939, cuando el escritor 
              anda por los treinta años. En la década siguiente 
              salen tres novelas más (Tierra de nadie, 1941; Para 
              esta noche, 1943; La vida breve, 1950) y nueve textos 
              breves, algunos de los cuales son realmente cuentos, otros apenas 
              capítulos de novelas abandonadas, o páginas que en 
              la revisión final de las publicadas fueron excluidas por 
              el autor. De esos nueve "cuentos, Onetti autorizó en 
              1951 la selección de cuatro en un volumen que yo preparé 
              para las ediciones Número, de Montevideo, y que presentó 
              Mario Benedetti en un prólogo. El título de ese volumen 
              era Un sueño realizado y otros cuentos. Además 
              del relato que le da título, incluía: "Bienvenido, 
              bob", "Esbjerg en la costa" y "La casa en la 
              arena". Este último era originariamente un capítulo 
              de La vida breve. Probablemente fue eliminado del libro más 
              tarde debido a que no se relacionaba centralmente con la novela 
              y contribuía a alargarla un poco más. Pero recuerdo 
              haberlo leído en el manuscrito ya en 1949. Estas precisiones no tienen otro objeto que subrayar un detalle 
              importante: Onetti no sólo tardó en descubrir a Onetti; 
              también hizo todo lo posible para que las etapas (sin duda 
              difíciles) de ese descubrimiento quedaran obliteradas. Aunque 
              publicó en revistas y páginas literarias de periódicos 
              algunas de sus producciones iniciales, no tuvo apuro por recogerlas 
              en libros y además permitió la circulación 
              de leyendas sobre el extravío, aparentemente definitivo, 
              de sus ejercicios narrativos iniciales. Durante mucho tiempo se 
              supo que una de sus primeras novelas, Tiempo de abrazar, 
              con la que había obtenido mención en un concurso, 
              de 1940, estaba perdida. Hubo muchas conjeturas al respecto pero 
              sólo ahora pueden ser suplantadas por el análisis. 
              De otras novelas desaparecidas sólo quedaban datos contradictorios. 
              Así, en 1945 yo publiqué en Marcha un fragmento, 
              "Nueve de Julio", que formaba entonces parte de la novela 
              en preparación, La cara de la desgracia. Cuando la 
              novela corta de este nombre se publicó en 1960 no parecía 
              tener nada que ver con aquel fragmento y sí mucho con el 
              cuento, "La larga historia", de 1944. Aunque la presente 
              recopilación ayuda a aclarar ciertos misterios bibliográficos, 
              no los resuelve todos. Lo único que queda bien claro es que 
              Onetti no quiso hasta ahora recoger en volumen esos borradores de 
              su aprendizaje narrativo, que por casi treinta años los censuró 
              con éxito. Similar decisión tomó con respecto a los cuentos 
              anteriores a 1950. Con excepción de los recogidos por Número, 
              Onetti se olvidó de ellos y facilitó de esta manera 
              el olvido de los especialistas. Ha sido necesaria la meritoria labor 
              bibliográfica de Hugo Verani y Jorge Ruffinelli, para poder 
              rescatar toda su producción primera. Al repasarla ahora, 
              se advierte que Onetti tenía razón en haberla censurado. 
              Son relatos que tienen escaso interés en sí mismos 
              y sólo valen (aunque desde este punto de vista valen mucho) 
              porque permiten un conocimiento más preciso de lo que era 
              el texto de Onetti antes de adquirir su textura familiar. Esos relatos 
              ofrecen una perspectiva (deformada pero fascinante) sobre el descubrimiento 
              de una escritura censurada, Borradores de un texto futuro Tres tipos de textos se recogen en este volumen: (I) doce relatos 
              breves que por simplificar el recopilador llama "cuentos", 
              aunque no todos lo son, como ya se ha visto; (II) un relato inédito 
              e inconcluso que probablemente habría llegado a tener las 
              dimensiones de una nouvelle; (III) una novela, también inconclusa, 
              que consta de doce capítulos iniciales, hasta ahora inéditos, 
              y de un grupo de fragmentos que habían sido anticipados en 
              el semanario Marcha durante el año 1943. Conviene 
              empezar por los "cuentos". Ante todo, los doce no son del mismo período ni revelan 
              el mismo proyecto narrativo. Los cuatro primeros -"Avenida 
              de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo", 1933; "El obstáculo", 
              1935; "El posible Baldi", 1936; "Convalecencia", 
              1940- son contemporáneos de la nouvelle y de la novela inconclusa, 
              y permiten documentar la etapas del descubrimiento de Onetti por 
              Onetti. Ya se encuentran en ellos aspectos fundamentales del mundo 
              onettiano: personajes que se evaden por medio de sueños masturbatorios 
              de la sordidez de la vida cotidiana, p. 1; el prototipo de la mujer 
              apenas núbil en la que se adivina la decadencia futura, esas 
              Lolitas avant la lettre, corrompibles y corrompidas que definen 
              una zona fundamental de la ficción de Onetti, p. 3; la soledad 
              casi cósmica en medio de la ciudad indiferente que sienten 
              sus personajes y que el autor uruguayo desarrollará hasta 
              convertirla en uno de "sus" temas, p. 5; una sexualidad 
              exacerbada que no rehúye siquiera los temas del homosexualismo, 
              bastante infrecuentes en las letras rioplatenses del período, 
              p. 11; la decrepitud física y la muerte como constantes que 
              hechizan a los personajes y no les permiten escapar del infierno 
              de su propia mortalidad, p. 14. Cualquier lector de Onetti reconocerá ésos y otros 
              temas, esos prototipos, esa visión fúnebre y desesperada 
              del mundo. Pero eso no quiere decir que en esos cuentos los temas, 
              prototipos y visiones estén logrados. Son reconocibles ahora, 
              a posteriori, en una lectura voluntariamente anacrónica que 
              remonta el curso del tiempo y llega a esos textos con el conocimiento 
              previo de Onetti. Leídos en su época, leídos 
              en ausencia de un contexto, esos textos dirían poco, o dirían 
              otra cosa. Mostrarían la voluntad del autor de escribir una 
              literatura agresivamente urbana, en una línea que ya había 
              producido en el Río de la Plata la obra admirable aunque 
              dispareja de Robert Arlt y que el mismo Onetti (cuando descubriera 
              a Onetti) habría de llevar a su culminación. Pero 
              si esa voluntad es reconocible también es reconocible la 
              inexperiencia del escritor. El erotismo de un voyeur Los ocho relatos que publica Onetti a partir de 1940 ya están 
              "escritos" por "Onetti". No todos tienen la 
              misma densidad de textura; ni siquiera todos son realmente "cuentos". 
              Por lo menos dos (La larga historia, 1944; Nueve de julio, 
              1945) parecen derivar de una novela nunca publicada como tal. Otros, 
              como La casa en la arena (1949), son capítulos expulsados 
              de la novela original, y funcionan imperfectamente fuera de contexto. 
              Los mejores son los que parecen haber sido concebidos como textos 
              independientes, condensaciones unificadas de una materia que encuentra 
              al fin en la dimensión "cuento" la posibilidad 
              de expresarse. Aon: "Un sueño realizado" (1941); 
              "Mascarada" (1943) que cuando se publicó por primera 
              vez carecía de un par de explicaciones que ahora hacen más 
              clara su trama; "Bienvenido, Bob" (1944); "Esjberg 
              en la costa" (1946) y "Regreso al sur" (1946). De 
              ellos, el más logrado, el que mejor sintetiza la mansa locura 
              que a veces ataca a los personajes onettianos, es "Un sueño 
              realizado": uno de esos cuentos (como "Jacob y el otro", 
              1960), en que la prosa de Onetti alcanza una textura inconfundible. No es casual, sin embargo, que sea en esos cuentos de la década 
              de los cuarenta, y no en los anteriores, donde se pueda reconoce 
              ya la escritura que admiramos de Onetti. De hecho esos cuentos son 
              de otra índole y no deberían haber sido incluidos 
              juntos a los anteriores. Pertenecen a la época de las conocidas 
              novelas que Onetti sí publicó. En (...) que los cuentos 
              anteriores, los cuentos que marcan el camino del descubrimiento 
              de Onetti por Onetti, están funcionalmente ligados a los 
              textos inconclusos que este volumen también recoge y que 
              constituyen su verdadera razón de ser. Y en el título 
              del libro se destaca precisamente la importancia de uno de ellos, 
              Tiempo de abrazar. No me parece exagerado decir que la publicación de esta 
              legendaria novela (o de lo que queda de ella) es anacrónica. 
              Efectivamente, Tiempo de abrazar no está inconclusa 
              sino que se desintegra (se deshilacha, habría que decir) 
              en unos momentos finales que carecen de suficiente encaje con el 
              resto. Además, la primera parte, más o menos continuada 
              y coherente, muestra demasiado las huellas del aprendizaje. Sitúa 
              al lector muy raramente en el taller de un escritor que todavía 
              no ha vislumbrado ni el escenario entero de su texto ni la escritura 
              que habrá de revelarlo. El protagonista, alternativamente llamado Jasón (qué 
              nombre tan faulkneriano) o Julio es un intelectual que oscila ente 
              dos mujeres (Cristina, Virginia), como oscila entre la convicción 
              de la inutilidad de toda búsqueda y la irritación 
              por no poder ubicarse en forma más comprometida en la realidad 
              circundante. Aunque la composición de la novela revela ya 
              cierta habilidad, -sobre todo si se tiene en cuenta que Onetti la 
              empezó hacia 1934 cuando tenía sólo 25 años, 
              aunque la revisó en 1940, el modelo narrativo que sigue es 
              trivial. Todavía Onetti no ha descubierto cómo evitar 
              que su (...) ideológica sea demasiado verbal y (...) Hay 
              un capítulo (el III) en que reproduce una discusión 
              literaria y en que un escritor llamado Durán repite los lugares 
              comunes más gastados de la literatura comprometida, o mimética. 
              Lo peor es que Jasón-Julio los tolera, lo que hace temer 
              al lector que quizá también él tolera el texto 
              de la novela. Se ha (...) el nombre de Aldous Huxley (...) este 
              capítulo. Pero en Contra (...) había por lo menos 
              ingenio, parodia, sátira. Lo mejor de la novela es la (...) 
              de ciertos aspectos de la sexualidad del protagonista. Una mirada 
              de (...) destaca con precisión e insistencia al(...) zonas 
              privilegiadas de la realidad: las inscripciones, obscenas, esperanzadas, 
              en las letrinas, p. 147; el invisible sexo de Virginia descansando 
              sobre el cuero del (...), p. 164; las nalgas de Virginia (...) con 
              la precisión de un dibujo ... p. 188; la boca casi obscena, 
              saliente, de Virginia, p. 201; la imagen recordada de Cristina (desnuda, 
              las piernas cubiertas por unas tenues medias negras que casi le 
              rozaban el vientre) superpuesta a la imaginada de Virginia, con 
              el mismo atuendo fetichista, p. 203; la piel morena y caliente de 
              los muslos de Virginia que se rozan uno con el otro cuando ella 
              camina, p. 214; la oreja de Virginia que el protagonista muerde 
              suavemente mientras recoge con las manos sobre la espalda arqueada 
              de ella los estremecimientos que el juego le produce, p. 219; la 
              mano abierta de la muchacha rodeando su nalga como si se la ofreciera, 
              p. 219; los talones de Cristina juntándose suavemente en 
              sus propias nalgas, p. 243. En esos fragmentos breves, dispersos en el texto todavía 
              inseguro de la novela, se encuentra el germen de una escritura erótica 
              que Onetti, al llegar a ser Onetti, desarrollaría a la perfección. El tema censurado Queda todavía otro texto en esta desigual compilación. 
              Es el largo fragmento (pp. 111- 144) que se titula, Los niños 
              en el bosque, y que Ruffinelli rescató de un cuaderno manuscrito 
              de 1936. Relata un episodio de la adolescencia del protagonista, 
              Raucho. Al tratar de evitar que un amigo más chico, Coco, 
              sea violado por una patota, Raucho no sólo descubre que el 
              muchacho era homosexual sino que lo buscaba a él. Aunque 
              trata de evitar, asqueado, la entrega, termina por ceder, confirmando 
              lo que le había revelado un sueño de la noche anterior 
              en que la imagen de Coco terminaba por suplantar a la de la muchacha 
              que él soñó estar poseyendo. Como es sabido, 
              no abundan las situaciones homosexuales explícitas en la 
              obra de Onetti, lo que convierte a este texto en singular. Más 
              singular es el hecho de que en el cuaderno en que estaba copiado, 
              Onetti haya puesto esta inscripción. Pequeño ensayo sobre el adjetivo y la composición 
              llamado de (sic) "Los niños en l bosque" y escrito 
              por J. C. Onetti en abril de 1936. (Tiempo de abrazar, p. 144) Dos cosas merecen destacarse en esta nota. En primer lugar la definición 
              del relato como "ensayo", que desplaza la atención 
              del rema, escabroso par ala literatura rioplatense de 1936, hacia 
              la composición. El segundo desplazamiento está en 
              el título. Efectivamente, el encuentro sexual entre Raucho 
              y coco ocurre en un parque pero el título es irónico. 
              Alude al famoso cuento de Hansel y Gretel, sólo sexo y el 
              Mal que enfrentan es explícitamente sexual. Este doble desplazamiento 
              indica claramente la presencia de una censura, a la vez sexual y 
              textual. En efecto, la censura se ejerce en la nota y en el título 
              del cuento pero también se ejerce en el texto mismo. La aceptación 
              por parte de Raucho de la entrega de coco está indicada oblicuamente. 
              Hay una primera indicación de que Raucho no es inocente de 
              haber practicado sodomía antes en una frase del diálogo 
              con coco, cuando éste le ice, para justificase de no haber 
              rechazado los avances de la patota: - ¿Y qué te importaba?- Cómo?
 - Claro; si yo hubiera querido. También vos; anduviste con 
              el rubio de los ingleses y Juan José.
 - (Id., p. 135)
 Raucho, que había censurado aquel episodio, tiene que reconocer 
              en su fuero interno: "Sí; me había olvidado (...) 
              que soy un sucio cochino". Unas páginas más adelante, 
              cuando ya Raucho y coco están en el parque, Raucho piensa 
              pegarle ("Si lo mato me salvo. Si le hundo la cara y me voy 
              corriendo", p. 138) pero en cambio es invadido por las imágenes 
              de su sueño, en que había visto a Coco, en el suelo, 
              ofreciéndose como una mujer "pintada y barata", 
              p. 113; ahora la mujer y Coco se funden en una sola imagen: Los ojos que me querían írsele de allí, enredados 
              en el viboreo de un cuerpo rojo, una muchacha que golpeaba con botas 
              rojas el piso luciente del sueño de anoche. (Id., p. 139) El brazo de Raucho que se había levantado para pegar a Coco 
              (y así salvarse de la tentación) cae blando. En vez 
              de pegar, "suavemente, sonrió en la sombra". Aquí 
              la frase se interrumpe, y en lugar de la entrega, hay esta descripción 
              de una zanja y su agua cenagosa: El agua verde y podrida de la zanja lo llenaba todo; agua cenagosa 
              eran el cielo, la arboleda, el aire fresco y silencioso que lo rodeaba. 
              En medio del agua viscosa se inclinaba por fin sobre la niña 
              roja y bailadora. (Id., p. 39) La metáfora del agua cenagosa y la imagen de la niña 
              que había intentado poseer en sueños desplazan del 
              texto la actividad sexual a la que está dedicado Raucho en 
              ese preciso instante. La referencia ... palabras mismas con que 
              había ido descrito este último: Y otra vez como en las tres intentonas anteriores, estuvo junto 
              a ella, la rodeó, la dobló hasta el suelo y tuvo que 
              levantarse jadeante y rabioso, porque estaba encima de Coco. Siempre 
              con el vestido rojo y bailando en el aire las botas, el muchachito 
              lo miraba desde el piso, le sonreía aleteando las largas 
              pestañas, se daba pintarrajeado y cínico entre el 
              canto. (Id., p. 112) El cotejo de los textos vuelve explícitas las alusiones 
              y las imágenes en que la posesión del Coco aparece 
              metamorfoseada en descripción por la censura. Porque si bien 
              Raucho cede a la tentación, se condena a sí mismo 
              por hacerlo. El agua verde de la zanja, el agua viscosa, es metáfora 
              del sentimiento de culpa con que se entrega al goce sexual. Concluido 
              el encuentro, Raucho volverá a casa, asqueado de sí 
              mismo ("No pensar, pensaba") y considerándose un 
              "Absoluto cochino, sucio y puerco" (p. 139). Un poco más 
              adelante, evocará por un instante el cuerpo de coco en el 
              parque: "Recordó la próxima blancura en el monte 
              oscuro." Agua cenagosa, muchacha de botas rojas, blancura próxima: 
              de esos adjetivos, imágenes, metáforas, está 
              hecha la metamorfosis del texto. Por el desplazamiento hacia problemas de composición (como 
              indicaba la nota del cuaderno manuscrito) Onetti ejerce la censura. 
              Que este desplazamiento tuvo éxito lo certifica el hecho 
              de que el compilador de este volumen interpreta ingenuamente este 
              relato. Según él, la protección que Raucho 
              y su amigo Lorenzo dispensan a coco estaría teñida 
              "por ambiguas ensoñaciones eróticas que no tienen, 
              sin embargo, el menor asomos de malicia y menos aún de cinismo". 
              Me temo que las ensoñaciones de Raucho no sean nada ambiguas 
              y que si no hay malicia, ni cinismo en él, hay por lo menos 
              sentido de culpa y conciencia de un deseo oscuro, irresistible. 
              El compilador parece haberse salteado el hecho de que Raucho realmente 
              tiene un encuentro sexual con coco. Hay una última censura de este relato: al no concluirlo, 
              al olvidarlo entre sus viejos papeles, Onetti lo cancela por casi 
              cuarenta años. Pero incluso hace algo más. Cancela 
              el tema homosexual casi por completo. Con la excepción de 
              algún personaje secundario, como el boticario Barthé, 
              de Santa María, la galería humana de Onetti prescinde 
              de esta significativa variante. Aunque no del todo. En realidad, 
              posterior: el desplazamiento hacia la ambigüedad sexual que 
              representan las muchachas. En vez de niños, los futuros protagonistas 
              de los textos de Onetti buscarán esas muchachas apenas núbiles, 
              de senos indiferenciados, delgadas y andróginas. La censura 
              enmascara así los objetos del deseo. Por eso mismo, es tan 
              importante el texto ahora publicado. Porque pone a la vista lo que 
              la censura y el enmascaramiento habían ocultado. Un pasaje 
              de tiempo de abrazar, en que ya existe el desplazamiento, permite 
              reconstruir la cadena semántica: Regresaron al tren, despacio, mirando las baldosas cuadriculadas 
              del piso. Acompasadamente, los pies de la muchacha tocaban el suelo 
              y se arrastran un poco. Tocaban y se arrastraban; tocaban, se arrastraban... - Bueno, ¿te gusta sentirme un muchacho?  Volvió, como despertándose. - Sí... No sé. Me gusta sentirte así: un poco. 
              Me parece que estamos más juntos; como si fuera más 
              fácil entendernos. No me gustaría que fueras como 
              todas, cien por ciento mujer, hasta la saturación. Es como 
              los perfumes; y el olor de los polvos. Están bien. Pero si 
              tengo que olerlos mucho tiempo me indigestan. A veces, hasta que 
              todo lo femenino llega a darme náuseas (Tiempo de abrazar, 
              p. 216) La misoginia de Jasón-Julio enmascara una pederastía 
              latente, como el texto de esa novela, y el texto de Los niños 
              en el bosque enmascaran, por desplazamiento, una escritura de lo 
              erótico que sólo a partir de el pozo, encontraría 
              su primera fórmula: el sueño del deseo que contamina 
              y finalmente desplaza la realidad; la ficción que acepta 
              finalmente que es ficción. Pero ésta ya es otra historia. 
              No es la historia del descubrimiento de Onetti por Onetti, sino 
              la historia del texto que llamamos Onetti. La he contado en otra 
              parte."  |