|   | "Cuba: La escritura de su historia"En: Plural, nº 44, mayo 1975, p. 66-70.
 Guillermo Cabrera Infante: Vista del amanecer 
              en el trópico. Seix-Barral, Barcelona, 1974. 240 pp. I "No todo conjunto de relatos es un libro. Muchas veces (las 
              más) cada pieza se niega a articularse con las otras, funciona 
              únicamente dentro de su propio texto, aparece forzada a incómoda 
              vecindad. Casi siempre es la referencia, implícita o explícita, 
              a una unidad exterior (el autor, el tema, la manera) lo único 
              que justifica el libro, si algo lo justifica. No es el caso de Vista 
              del amanecer en el trópico: libro necesario por definición. 
              Y, sin embargo, libro de extraña, curiosa gestación. Hace diez años, por lo menos,que el título viene 
              anunciándose. El título, no este libro. En 1964, ese 
              título cubría una novela que obtuvo el Premio Biblioteca 
              Breve, de la editorial Seix-Barral, premio que ya había recibido 
              Mario Vargas Llosa con La ciudad y los perros. Pero el título 
              entonces cubría otro libro, no éste. Ese libro era 
              una vasta y compleja novela sobre La Habana en vísperas de 
              la caída de Batista, o del triunfo de la guerrilla comandada 
              por Fidel Castro y Camilo Cienfuegos. En ese libro, el destino de 
              algunos personajes de ficción que están unificados 
              por el común ejercicio de la vida nocturna, se entrelazaba 
              textualmente con el destino (anónimo o documental) de otros 
              personajes que venían de las páginas de la Historia 
              o la leyenda. En ese momento, el título significaba una cosa 
              por lo menos: la visión panorámica de un momento privilegiado 
              de la historia y la realidad cubana. Crónica de ese instante 
              pero a la vez utopía de ese instante, la novela premiada, 
              veía en el amanecer tropical de Cuba, el amanecer de una 
              historia distinta. Como se sabe, el libro no se publicó entonces sino tres 
              años después. En ese intervalo, Cabrera Infante lo 
              rescribió. Es decir: separó del texto enorme de la 
              novela los textos breves, incisivos (viñetas, han sido llamados) 
              que recogían esos destinos anónimos o documentados 
              de personajes que "ya pertenecen a la Historia" o "serán 
              por ella absueltos", para usar expresiones hechas. La separación 
              permitió en 1967 la publicación de una de las dos 
              partes que antes se enfrentaban, y dialogaban, en el texto original. 
              Esa parte (la más extensa, la puramente ficticia) se llamó 
              y se llama Tres tristes tigres. Ha sido reconocida ya como 
              uno de los textos fundamentales de la nueva novela latinoamericana. 
              Quedó inédita la otra parte; es decir, las viñetas. Durante mucho tiempo se ha especulado sobre los motivos que pudo 
              haber tenido Cabrera Infante para eliminar las viñetas del 
              texto original de la novela. El mismo ha dicho en una entrevista 
              de 1968 que lo había hecho por estar en desacuerdo con la 
              intención de esas viñetas. Le parecían, opinó, 
              producto de una situación histórica determinada: el 
              momento en que, triunfante la revolución y los guerrilleros 
              en el poder, los escritores cubanos sintieron la necesidad de escribir 
              sobre la revolución y para la revolución. 
              Esas razones de oportunidad política no existirían 
              ya, dijo entonces Cabrera Infante. Visto el libro con otra perspectiva, 
              le pareció necesario separar las viñetas, eliminarlas 
              del texto de la novela y convertir lo que había sido un complejo 
              contrapunto entre realidad histórico-legendaria y ficción, 
              en una ficción total, unificada por las voces de los protagonistas 
              que la cuentan. Tres tristes tigres fue pues otro 
              libro. Porque al eliminar las viñetas no sólo se había 
              reducido el texto (aumentado, por otra parte, con fragmentos ficticios 
              nuevos) sino que se había cambiado su eje. Antes, ficción 
              y realidad conjugaban una dimensión ficticia más; 
              el texto de la ficción y el contexto histórico dialogaban 
              incesantemente. El obsesivo ir y venir de Silvestre y sus amigos 
              por una Habana nocturna resultaba amonestado por las viñetas 
              en que a la pasión puramente verbal de estos tigres se oponía 
              la muerte violenta, las torturas, las traiciones de un contexto 
              de revolución permanente. Tres tristes tigres, en 
              cambio, no reconocía otro contrapunto que el de su propio 
              texto; otra realidad que la de su propia ficción. Quedaban las viñetas. Durante algún tiempo se pensó 
              que al excluirlas de la novela a la que habían pertenecido, 
              Cabrera Infante las había condenado a muerte. O a esa muerte 
              relativa que es el exilio impuesto por el autor a una obra. Porque 
              la versión original de la novela había circulado mucho, 
              y copias de las viñetas estaban en muchas manos, alimentando 
              las conjeturas. Un día, Cabrera Infante decidió publicarlas 
              por separado y como una unidad independiente. Ese día, un 
              tercer libro fue escrito. Porque Vista del amanecer en el trópico 
              no es (ya) el libro que era cuando fue premiado en el concurso 
              de 1964. Para serlo le falta toda la ficción, la vida nocturna, 
              los tristes tigres. Tampoco la novela de 1967 era el libro original, 
              desprovista como estaba de la perspectiva histórico-legendaria 
              de las viñetas. Este tercer libro, el de ahora (1974), es 
              otro. No es siquiera la colección de las viñetas de 
              1964, publicada independientemente. Es otro también con respecto 
              a ese libro posible y nunca publicado: el de las viñetas 
              recogidas en su organización primitiva. Es otro porque Cabrera 
              Infante ha sometido las viñetas a un proceso que se conoce 
              en el cine con el nombre de montaje. II Uno de los libros clave para entender a Cabrera Infante es Un 
              oficio del siglo XX (publicado originariamente en Cuba, 1963, 
              reditado por Seix-Barral en Barcelona, 1973). Este libro que parece 
              ser apenas una colección de crónicas de cine, firmadas 
              con el seudónimo de "G. Cain", es en realidad una 
              novela. La novela del crítico de cine que fue Cain, una persona 
              de Cabrera Infante (las dos primeras letras de su nombre corresponden 
              a Cabrera; las dos últimas a Infante); es decir, 
              una máscara, pero como toda máscara, poseedora de 
              una realidad distinta a la del personaje que la usa. Al recoger 
              las crónicas de cine de su alter ego, Cabrera Infante las 
              precedió y acompañó y epilogó con un 
              texto en que las crónicas "reales" eran situadas 
              en el contexto "biográfico" de la personalidad 
              de "G. Cain". Libro de crítica y biografía 
              imaginaria del crítico Un oficio del siglo XX inaugura 
              en 1963 el montaje que hará posible luego Tres tristes 
              tigres. En esta novela como en aquella colección de crónicas: 
              cada texto por separado se inscribe en un contexto general que le 
              da sentido (otro). La realidad particular de cada fragmento recibe 
              otra realidad de su estructuración en un texto general. El 
              collage de voces individuales se orquesta en la estructura 
              coral de una voz única, esa voz habanera que es de todos 
              y de cada uno y que captura para siempre un tono de voz perdido. 
              Si el epígrafe de Tres tristes tigres (tomado de Lewis 
              Carroll) quiere mostrar cómo es la luz cuando ya está 
              apagada, el libro entero quiere hacer oír la voz cubana cuando 
              ya no se oye más. En Un oficio del siglo XX, la realidad 
              de las crónicas de "Cain" (la voz escrita de "Cain") 
              se convierte en la ficción de los textos de "Cain" 
              en el contexto de esa biografía imaginaria en la que su voz 
              queda preservada para siempre. Pero antes de publicar Un oficio del siglo XX, Cabrera Infante 
              había publicado en Cuba otro libro, Así en la paz 
              como en la guerra (1960), colección de cuentos y viñetas. 
              El montaje aquí era también contrapuntístico. 
              En tanto que los cuentos se concentraban en personajes de ficción 
              entregados a sus vidas particulares, las viñetas se referían 
              a la lucha contra Batista. Sus personajes anónimos venían 
              de la leyenda o de la historia pero tenían todos un signo 
              común: sus vidas adquirían sentido en el contexto 
              revolucionario. Salían de la ficción para entrar en 
              la historia. Esa fórmula fue el modelo de la primera versión 
              de Vista del amanecer en el trópico. Ya se sabe que 
              esa fórmula fue abandonada al componerse y publicarse Tres 
              tristes tigres. III Vista del amanecer en el trópico conserva pues sólo 
              el título de la primera versión de esa obra múltiple 
              que ahora aparece finalmente escindida en dos unidades independientes, 
              y reales. (Porque la versión original ya no existe, y sólo 
              podrá ser reconstruida, si alguna vez lo es, por los eruditos 
              del futuro.) El nuevo libro es realmente un nuevo libro. Cabrera 
              Infante no se limitó a recoger mecánicamente las viñetas 
              que había escrito para la obra original. Dentro de aquella 
              unidad primera, las viñetas jugaban contrapuntísticamente 
              con los capítulos de ficción. Aparecían pues 
              en otro orden, tenían otra significación. La principal 
              diferencia era ésta: las viñetas reconstruían 
              pasajes de la historia o la leyenda de Cuba pero no estaban ordenadas 
              cronológicamente sino que se insertaban en el largo texto 
              de la novela en deliberado desorden cronológico. Además, 
              como no se identificaban muy claramente ni los personajes ni el 
              momento histórico a que correspondían, era posible 
              ver ciertos episodios de la lucha revolucionaria contra España 
              como episodios de la lucha contra Batista. En el contexto de la 
              obra original las viñetas (todas) aludían a una sola 
              lucha. Al componer Vista del amanecer en el trópico para 
              esta (tercera) versión, Cabrera Infante decidió suprimir 
              la ambigüedad cronológica. Ordenó las viñetas 
              en una sucesión que corresponde a la de la Historia, y más 
              específicamente, a la de una Historia. Las viñetas 
              parecen adquirir así un valor documental que no tenían 
              en la obra original. Allí predominaba la visión sincrónica: 
              todo ocurría en el mismo espacio y en el mismo tiempo, y 
              por eso, episodios que correspondían a otros momentos históricos 
              habían sido metamorfoseados por la escritura para ocurrir 
              en la simultaneidad de una visión sincrónica. En esta 
              tercera versión, la diacronía parece dominarlo todo. 
              El libro se abre con una visión del espacio de la isla (se 
              cerrará como se verá luego, con la misma vista) que 
              es la introducción a la secuencia rigurosamente cronológica 
              de la historia cubana, desde la llegada de Colón a la isla 
              en 1492 hasta la prisión y muerte de Pedro Luis Boitel, líder 
              estudiantil revolucionario que había sido acusado de conspirar 
              contra el Estado en 1960. Aunque cada viñeta funciona como una estampa histórica 
              (a veces es la descripción de un grabado o una foto, otras 
              veces el relato de una anécdota o un suceso real) no hay 
              por lo general una identificación precisa ni del tiempo ni 
              de los personajes. Boitel es uno de los pocos identificados. La 
              mayoría puede ser reconocida por ciertas precisiones de la 
              narración. Así, por ejemplo, cualquier lector hispanoamericano 
              podrá reconocer en el "hombrecito de grandes bigotes 
              y casi calvo" de la página 73 a José Martí, 
              cuya muerte en Dos Ríos es glosada en una impresionante viñeta. 
              También es reconocible en la hermosa viñeta de la 
              página 197 la estampa de Camilo Cienfuegos, uno de los jefes 
              de la guerrilla que derrotó a Batista y que es evocado aquí 
              a través de una foto en que la única identificación 
              es la del fotógrafo. Los lectores cubanos descubrían sin duda muchos otros héroes, 
              muchos otros episodios. Ya en la segunda viñeta, el autor 
              ha incluído una cita, de Fernando Portuondo, que si poco 
              dice a los lectores hispanoamericanos es tan reveladora para los 
              cubanos como podría ser la mención de Barros Arana 
              en Chile o Eduardo Acevedo en Uruguay. Fernando Portuondo del Prado 
              (tal es su nombre completo que no debe confundirse con el de otro, 
              más notorio hoy) es autor de una Historia de Cuba que 
              ha sido usada como texto de enseñanza secundaria durante 
              varias décadas. A esa historia alude Cabrera Infante no sólo 
              en esa viñeta sino en muchas otras en las que se utilizan 
              citas de frases célebres, o episodios históricos, 
              o hasta grabados y fotografías tomadas de ese libro. En realidad, 
              esa Historia de Cuba es uno de los textos que en filigrana 
              configuran el texto de Vista del amanecer en el trópico. IV La Historia es el texto grande al que se refieren siempre estas 
              viñetas. Pero lo primero que hay que señalar en ellas 
              es precisamente su condición de viñetas. Son reducciones, 
              muy precisas, muy concretas, de instantes históricos (o legendarios, 
              pero también incorporados a la escritura de la historia). 
              Esos instantes aparecen captados en su realidad, pero no es su historicidad. 
              Quiero decir: la viñeta evoca con rápidos trazos el 
              momento, los personajes y hasta ofrece una (o más) interpretaciones. 
              Pero al excluir nombres y fechas y sólo conservar la sucesión 
              cronológica, reduce uno de los elementos fundamentales de 
              la Historia, a nada. Lo que conserva es todavía Historia, 
              pero le falta lo que hace de la Historia una escritura congelada. 
              Es decir: la pretensión de fijar para siempre y en una fórmula 
              retórica lo que realmente sucedió. El propósito 
              de estas viñetas es más modesto. En lugar de la Historia 
              con mayúscula, ellas se ocupan de la historia. O mejor dicho: 
              de la escritura de la historia. Hay otro texto, distinto del de Fernando Portuondo del Prado, que 
              se puede leer en la entrelínea de Vista del amanecer en 
              el trópico. Ese texto es el de una Historia más 
              famosa aun que aquella cubana. Es la Historia universal de la 
              infamia, libro que publicó Borges por primera vez en 
              1935. En aquel libro, Borges aplicaba a la historia la reducción 
              paródica que consiste en hiperbolizar el hecho mínimo, 
              en buscar los personajes de la historia no en los grandes héroes 
              sino en las comparsas, en registrar no la fama sino la infamia. 
              Para Borges, el ejercicio retórico que implicaba su parodia 
              era una forma de disfrazar un propósito mayor: revestir de 
              "realidad" histórica o documental la irrealidad 
              de sus personajes, muchos de ellos verdaderos pero vistos desde 
              una perspectiva ficticia (caso, por ejemplo, del inverosímil 
              impostor Tom Castro), o casi totalmente ficticios (como el tintorero 
              enmascarado) pero revestidos de los prestigios narrativos de una 
              "historia" oriental. En todo caso, Borges hacía 
              estallar la Historia por el ángulo paródico (infame) 
              y por la hipérbole. Pero también hacía algo 
              más. No sólo relativizaba el hecho histórico al asumir 
              otra perspectiva que la de los grandes personajes y los sucesos 
              trascendentes, sino que introducía implícitamente 
              una noción que más tarde se convertiría en 
              central para la interpretación de toda su obra: la noción 
              de conjetura. Como todo hecho histórico sólo existe 
              al quedar registrado por la escritura (ésta es la que separa 
              el hecho histórico del que no lo es), la escritura se convierte 
              en la Historia. No hay otra Historia que la escrita. Esta simple 
              comprobación que los historiadores suelen olvidar y que los 
              políticos ni siquiera ignoran (simplemente la desconocen) 
              es fundamental para todo análisis de la Historia. Como no 
              hay otra historia que la escrita no hay otra historia que la Escritura 
              de la Historia. O dicho de otro modo: no hay otra Historia que el 
              género literario que se llama Historia. Esta comprobación lleva a comprender por qué para 
              Borges la historia es conjetural. Si cada texto histórico 
              es un texto, entonces no hay una Historia (que sería 
              el texto final, único, canónico) sino un conjunto 
              de textos. Cada uno de ellos sólo ofrece una versión 
              posible de lo que realmente ocurrió en la realidad. Cada 
              uno de ellos sólo existe como conjetura. Discutir, por eso, 
              si el tintorero enmascarado era o no el Profeta Velado de Jorasán 
              que describe Thomas Moore, o si Borges tomó o no tomó 
              su biografía de un libro de un viajero francés, o 
              si la inventó, junto con la cita textual de fuentes imaginarias, 
              etc., etc., es labor fructífera para los eruditos y los fabricantes 
              de tesis de doctorado, pero no tiene ninguna significación 
              si lo que se busca es reconstruir una Historia. No hay Historia. 
              Hay historias. V Vista del amanecer en el trópico no pretende reconstruir 
              la Historia de Cuba, tarea a la que se ha dedicado entre otros, 
              Fernando Portuondo del Prado. No. Este libro pretende algo más 
              modesto: reconstruir el proceso de la escritura de la Historia cubana. La viñeta de la página 33 puede servir de ejemplo. Dice la Historia: "Entre las clases de 
              color iba incubándose el propósito de imitar a los 
              haitianos. Las sediciones de las negradas de los ingenios eran cada 
              vez más frecuentes, pero carecían de unidad y dirección."Cuenta la leyenda que la más grande sublevación fue 
              dominada a tiempo porque el propio gobernador en persona la descubrió 
              al oír la conversación de unos negros en un bohío 
              de extramuros, mientras realizaba él una ronda.
 En realidad, como ocurre a menudo, los conspiradores fueron delatados 
              por un vecino que vivía en la casa en cuya azotea se reunían 
              los conspiradores.
 Todos los conspiradores fueron ahorcados.
 El texto pasa de la Historia a la leyenda y de ésta a la 
              "realidad". La Historia, la escritura de la Historia por 
              un historiador indudablemente prejuiciado contra los negros (habla 
              de "las negradas"), conjetura una sublevación anónima. 
              La leyenda busca determinar un héroe y se concentra en el 
              gobernador, una suerte de Harum el Raschid que vigila a su pueblo. 
              Pero "en realidad", la viñeta ofrece una tercera 
              solución, más creíble por ser más concreta 
              y por evitar la abstracción de la Historia o la personificación 
              de la leyenda. Ese vecino anónimo pero concreto (vive en 
              la casa, etc.) funciona precisamente al nivel en que se sitúa 
              la escritura de este libro. No tiene nombre ni fechas, pero es "real", 
              con la realidad concreta de un personaje de esa ficción que 
              es la escritura de la historia. Otras viñetas ilustran en su propia escritura el proceso 
              por el cual un acontecimiento se congela en el texto de la Historia. 
              Véase este ejemplo de la página 85: Un rebelde grita: "¡Mataron al general!, 
              y la tropa se desmoraliza. Un teniente mata al rebelde de un tiro 
              por la espalda y se levanta para gritar: "¡El general 
              no está muerto!", a diestra y siniestra: "¡ 
              El comandante en jefe está vivo!". Los rebeldes se reagrupan 
              y avanzan sobre el enemigo, ganando la batalla cuando más 
              parecía que estaba perdida. Aquí es la Historia misma (es decir: el hecho histórico) 
              que se vale de su propia escritura oral -cada frase define o congela 
              una situación- para rectificarse y mudar de rumbo en su propia 
              factualidad. La escritura de la Historia es simultánea a 
              su acontecer. En otro ejemplo, de la página 65, se puede 
              ver cómo la versión oral de un hecho se congela en 
              Historia por el proceso de rectificación de su escritura: El general acampaba con muy poca tropa cuando fue 
              sorprendido por el enemigo. Conminado a rendirse decidió 
              que era preferible el suicidio y se dio un tiro en la barba. La 
              bala le atravesó la boca y la nariz para salir por la frente, 
              donde con el tiempo se le haría una cicatriz en forma de 
              estrella.Cuando le informaron a la madre del general que éste se había 
              rendido, ella respondió que ése no era su hijo. Cuando 
              le explicaron que antes de ser apresado por el enemigo se había 
              pegado un tiro, dijo: "¡Ah, ése sí es mi 
              hijo!"
 La anécdota es histórica, naturalmente (ocurrió 
              a Calixto García) pero no es eso lo que importa ahora. Importa 
              que la madre al rescribir su frase estaba rescribiendo la Historia. VI La Historia pues no existe. Existe la escritura de la Historia, 
              y a ese tema está secretamente dedicado este libro. Para 
              poder revelar esa escritura, Cabrera Infante se vale de las técnicas 
              usuales en otra escritura: la cinematográfica. Ya se ha hablado 
              de montaje. Pero podría creerse que el término era 
              una metáfora. No lo es. La estructura de Vista del amanecer 
              en el trópico es cinematográfica porque su sistema 
              lo es. El libro consiste en una sucesión de tomas (vistas, 
              podría decirse) de una realidad, la de la isla de Cuba, que 
              está presentada simultáneamente en su espacio permanente 
              y en su tiempo recurrente. Cada vista (cada viñeta) ofrece 
              un momento privilegiado de esta sucesión. Muchas son narrativas 
              y equivalen a las tomas habituales del cine de ficción. Sucesivas 
              frases van encadenando una narración que se completa en sí 
              misma aunque para su efecto total requiera el montaje con el resto 
              de las vistas. Pero hay toda una serie de tomas que practican un 
              método distinto. Parten de una foto fija (un grabado, una 
              fotografía), la definen en su inmovilidad, y luego (como 
              pasa en el cine) la animan por unos instantes para devolverla luego 
              a su imagen congelada. La viñeta de la página 191 
              ilustra este proceso: Está cayendo detrás de la loma: el 
              brazo gris levantado sin ira contra el cielo blanco donde hay un 
              sol más blanco que no se ve ahora, la mano gris, el antebrazo 
              gris oscuro, el rifle negro junto, pegado, fundido al pecho gris 
              pálido con la mancha negra a un lado, sin dolor ni sorpresa 
              porque no le dieron tiempo, sin conocer que cae sobre la yerba negra, 
              sin saber nunca que lo verán caer una y otra vez, así, 
              que no ha caído todavía pero que está cayendo 
              porque un hombro negro, el pantalón negro-gris-negro (ya 
              no hay color, no hay uniforme verdeolivo ni banda roja y negra ni 
              ojos azules: todo matiz depende de la eterna, igualitaria luz del 
              sol), el cuello gris, la cara gris-gris, todo el costado izquierdo 
              gris-negro está borroso, está borrándose y 
              borrado se inclina a la tierra negra y a la muerte para siempre: 
              no se oyó la descarga o el único disparo pero se siente 
              el impacto y caerá en tanto exista el hombre y lo verán 
              cayendo sin caer jamás cuando lo miren ojo y no lo olvidarán 
              mientras haya memoria. El juego entre la fotografía (toda negra y gris) y la realidad 
              colorida que evoca, entre la fijeza del momento capturado para siempre 
              por la cámara y la movilidad inasible del suceso, es lo que 
              aquí importa. Los verbos (caer, borrarse) aluden a una dinámica 
              que sólo existe, aunque haya existido, en su congelación, 
              que sólo existe (ahora y siempre) porque una vez fue congelada. 
              La Historia, como esa foto que la escritura de la viñeta 
              revela (en el sentido fotográfico de la palabra) es también 
              una realidad congelada. Otra viñeta ilustra sobre el proceso del encuadre de la 
              escritura histórica. Es decir: cómo el cine elige 
              y privilegia un sector del espacio que muestra, cómo por 
              ese método rediseña la realidad que capta, la carga 
              de sentido o la despoja de él. Es la viñeta de la 
              página 193: En la foto se ve al comandante en jefe entrando a 
              la capital montado en un jeep. A su lado va otro comandante y se 
              puede ver al chofer y a uno que es miembro de su escolta. Al fondo 
              la multitud vitorea a los héroes. Pero el fotógrafo 
              tuvo un toque de presciencia. Como no conocía al tercer comandante 
              lo cortó de la foto para hacerla más compacta. Pocos 
              meses después el tercer comandante estaba en la cárcel 
              acusado de traición condenado a cumplir treinta años 
              de prisión. Todos los que tuvieron que ver con él 
              fueron inmediatamente tildados de sospechosos y se procedió 
              a erradicar su nombre de los libros de historia. Adelantado a su 
              tiempo, el fotógrafo no tuvo que recoger su foto para recortarla 
              convenientemente. Eso se llama adivinación histórica. VII La escritura de la Historia, pues, y no la Historia misma que es 
              un ente abstracto, un dios cuyas facciones ajustamos cada día 
              según la caprichosa iconografía que nos facilita el 
              periódico. Pero este libro no es periodístico. Es 
              un libro de ficción cuya materia (historia, leyenda) es metamorfoseada 
              por la escritura. Esa materia en definitiva no es el proceso diacrónico 
              de la Historia de Cuba sino el proceso sincrónico de la escritura 
              de su Historia. Porque lo que el libro nos cuenta es la recurrencia 
              de situaciones, personajes, sucesos. Esa recurrencia -los indios 
              masacrados por los españoles, como los revolucionarios masacrados 
              por las tiranías- no implica la circularidad de la Historia 
              sino de la circularidad de la escritura de la Historia. Porque la 
              Historia es un género y tiene sus leyes literarias. Una de 
              ellas, la más notoria, es que para que un suceso se convierta 
              en histórico debe ser definido por medio de algún 
              tropo o imagen. Hay un lugar en Cuba que se llama Matanzas (página 19) y 
              ese lugar bautiza una etapa de la conquista de la isla, como hay 
              un lugar que se llama Foso de los Laureles donde fusilan a un poeta 
              romántico que anhelaba tener siquiera un sauce o un ciprés 
              en su tumba. (El poeta es Juan Clemente Zenea, aunque la viñeta 
              no lo identifique sino por sus versos.) En otra viñeta, página 
              63, el coronel cuenta ("con palabra fatigosa y atropellada") 
              que los soldados victoriosos habían luchado sin armas, con 
              piedras, palos y cacharros, haciendo creer al enemigo que las latas 
              que brillaban en la oscuridad eran bayonetas y machetes. Mirando 
              ahora las vasijas, el coronel dice: "¡Y yo que les llamaba 
              impedimental!". Sí, los cachorros se han convertido 
              en armas por el mismo proceso metafórico que los soldados 
              se han convertido en "mártires". En la misma vena, 
              unos muchachos que huyen de la policía o el ejército, 
              encuentran refugio en una casa de la página 105, cuando piden: 
              "Por favor, señor, escóndanos que nos persigue 
              la Tiranía." Aquí la prosopopeya crea la realidad 
              y se impone sobre su escritura. Esa escritura está enmarcada sobriamente en un marco espacial: 
              la isla de Cuba cuya descripción abre y cierra el libro. 
              En la página 11, la primera viñeta concluye: Ahí está la isla, todavía surgiendo 
              de entre el océano y el golfo: ahí está y el párrafo termina, sin signo de puntuación, en 
              el blanco de la página. Al final, la página 233 completa 
              la frase: Y ahí estará. Como dijo alguien, esa 
              triste, infeliz y larga isla estará ahí después 
              del último indio y después del último español 
              y después del último africano y después del 
              último americano y después del último de los 
              cubanos, sobreviviendo a todos los naufragios y eternamente bañada 
              por la corriente del golfo: bella y verde, imperecedera, eterna. La escritura de la Historia (si no la Historia misma) revela aquí 
              su circularidad porque todo espacio se cierra sobre sí mismo, 
              todo texto se vuelve sobre sí. Como en Finnegans Wake, 
              el comienzo y el fin de este libro son la misma frase. Tiempo recurrente, 
              espacio único, la escritura de la Historia crea un texto 
              completo, cerrado, entero. Ahora sí es posible volver a leer 
              su título para descubrir otra significación. Vista, 
              en el sentido de perspectiva, es claro, y en el sentido de toma 
              cinematográfica también. Pero vista del amanecer, 
              del tiempo no histórico de cada día, el ciclo de las 
              horas que (cada veinticuatro) vuelve, revuelve, revoluciona, sobre 
              sí mismo. Ese es el tiempo de este libro. Es un tiempo que 
              para los creyentes en utopías puede ser un tiempo negativo, 
              fatalizado, oscuro. Pero que para los creyentes en la realidad (y 
              en la ficción de la realidad, y en la escritura de esa ficción 
              y de esta realidad) no es un tiempo negativo sino el único 
              tiempo posible: el de la escritura que, como la isla, es siempre 
              bella y verde, imperecedera y eterna." Yale University |