|  | "Estructura y significaciones de Tres tristes 
              tigres" En Sur, nº 320
 setiembre-octubre 1969, p. 38-51
 "Es posible admirar un libro por sus rasgos más superficiales, 
              o aun por lo que no es. Esto ya pasó con el Quijote en su 
              siglo (¿cuántos leyeron el subtexto que escondía bajo su humor, 
              su ironía, su cautela crítica?) y también ha pasado en el nuestro 
              con Borges (todavía se lo acusa de frío e intelectual) sin leer 
              la pasión, el terror y las trágicas obsesiones que están en el centro 
              de su literatura, y seguirá pasando cada vez que un libro, un autor, 
              sean suficientemente nuevos como para que la crítica quede completamente 
              despistada ante la creación. Pensaba esto frente al indiscutible 
              éxito de Tres tristes tigres, la gran novela de Guillermo 
              Cabrera Infante, y ante las curiosas reacciones que suscita en muchos 
              buenos lectores y críticos.  Sería muy fácil hacer un catálogo de cómo no se debe leer 
              esta novela de Cabrera Infante. Ante todo, hay que evitar leerla 
              como un caos sin sentido, un conjunto de narraciones inconexas y 
              que sólo tienen como elemento común el hecho de que ocurrió en La 
              Habana, poco antes del triunfo de la Revolución. La tendencia a 
              hacer este tipo de lectura es irresistible. El libro mismo subraya 
              insolentemente su condición fragmentaria, su aire provocativo de 
              collage de textos deliberadamente no sucesivos: luego de 
              un brillante prólogo que presenta a un animador del cabaret Tropicana 
              en momentos en que ejerce su función en las dos lenguas que entonces 
              eran de rigor en Cuba: el inglés y el español, la novela enfila, 
              con el título común de "Los debutantes", y sin ningún propósito 
              aparente de respetar la continuidad de personajes o situaciones, 
              los siguientes fragmentos:  - el monólogo presumiblemente oral de una niña que en compañía 
              de una amiga, Aurelita, reparte por todo el pueblo la noticia de 
              lo que hacían Petra Cabrera y su novio cuando se quedaban solos 
              en la sala los jueves;  - una carta de Delia Doce a su comadre Etelvina (que ella llama 
              Estelvina) para contarle las andanzas de la hija de aquella, Gloria 
              Pérez, que ahora se ha convertido en estrella de la publicidad con 
              el nombre y la profesión de Minerva Eros;  - el monólogo oral de una joven, Magdalena Cruz (pero ella pronuncia 
              Magalena Crús) sobre la ruptura con su madre y su abandono del hogar; 
             - el monólogo (tal vez escrito) de un tal Silvestre en que evoca 
              su niñez, las idas al cine con su hermano mayor y un atentado terrorista 
              al que asiste (o tal vez se trata sólo de un ajuste privado de cuentas 
              entre los gangsters que poblaban La Habana prefidelista);  - la conversación telefónica de la Beba Longoria (en realidad: 
              Arabella Longoria de Suárez Dámera) con su amiga Livia;  - el monólogo de Eribó (o sea: Silvio Sergio Ribot, 
              como se aclarará más adelante) sobre su visita al 
              Dr. Viriato Solaín para pedir un aumento de sueldo; - el monólogo de Arsenio (sólo más tarde se sabe que su apellido 
              es Cué) en que cuenta su visita a un hombre rico, a quien su amante 
              llama Pipo, y que le dispara un tiro a quemarropa (el relato queda 
              interrumpido, en la mejor tradición de Hitchcock, en 39 escalones, 
              y sólo se termina de contar unas 380 páginas más adelante);  - un monólogo de Códac, titulado "Ella cantaba boleros", y en que 
              comienza el relato de sus relaciones con una cantante, Estrella 
              Rodríguez, relato que se continuará en sucesivas entregas a lo largo 
              del libro, hasta totalizar ocho;  - un monólogo, titulado "Primera", y que es parte del relato 
              de una mujer en el sofá del psicoanalista; esta mujer nunca dice 
              su nombre y su identificación es uno de los problemas del libro; 
              el relato se completa en las penúltimas páginas del libro en lo 
              que es la "Oncena" sesión;  - una segunda entrega del relato "Ella cantaba boleros";  - una segunda entrega del relato de la mujer psicoanalizada;  - una tercera entrega de "Ella cantaba boleros".  Como se puede ver por este resumen de las primeras 85 páginas del 
              libro (tiene 451 en la primera edición de Seix-Barral, Barcelona, 
              1967), quienes pretendan demostrar que Tres tristes tigres 
              es un caos de narraciones inconexas no tienen otro trabajo que detallar 
              su estructura exterior. Inútil decir que esta impresión de una lectura 
              muy superficial no resiste el análisis. Aun sin salir de las primeras 
              85 páginas es posible reconocer ciertos moldes y una firme continuidad 
              interior. Por ejemplo, el prólogo en el Tropicana introduce a algunos 
              de los personajes de los monólogos. Allí están no sólo Arabella 
              Longoria, el Dr. Viriato Solaún y Minerva Eros, sino que está también 
              Códac, uno de los tres tristes tigres. Por otra parte, en la carta 
              de Delia Doce también reaparece Códac y hasta es descrito ("un tipo 
              de espejuelos verdinegros con cara de sapo que se dejó el bigote 
              finito como una raya con lapis", según escribe, con su ortografía 
              privada, la Sra. Doce). Asimismo, en el monólogo de Eribó hay referencias 
              explícitas a Códac, a Silvestre y a Arsenio Cué, así como a un cuarto 
              personaje, Bustrófedon, que es una de las claves del libro; también 
              en ese monólogo aparece, como se ha dicho, el Dr. Solaún. En el 
              monólogo de Arsenio Cué se descubre que la amante de Pipo se llama 
              Magalena, es decir: es la misma muchacha del segundo monólogo del 
              libro, el de la ruptura con la madre. En el segundo monólogo de 
              Códac sobre la cantante de boleros, también se introduce casualmente 
              el nombre de sus amigos: el mulato Eribó, Arsenio Cué, Alex Bayer 
              (a quien llaman Alexis Smith); en la tercera entrega del mismo monólogo 
              reaparece el mismo Alex. ¿A qué seguir? Es indudable que el aspecto 
              de caos sólo se puede deber a una lectura superficial, apresurada. 
              Lo que el libro propone y exige es, por el contrario, una lectura 
              analítica, una lectura crítica. Porque el libro mismo es también 
              crítico, como se verá más adelante.  Los que sostienen que Tres tristes tigres es sólo un collage 
              tienen razón cuando usan la palabra collage, pero no la tienen 
              al creer que se aplica a textos o texturas inconexas. Por el contrario, 
              el collage presupone una concepción muy rigurosa del espacio 
              pictórico. No en balde fue una técnica desarrollada por los cubistas. 
              De modo que si Tres tristes tigres es un collage lo 
              es en el sentido profundo en que lo son los cuadros de Braque o 
              lo es Rayuela, de Julio Cortázar, que es la novela latinoamericana 
              con la que tienen más de puntos de contacto, como se examinará luego. 
              Ahora lo que me interesa es ampliar la observación realizada sobre 
              las primeras 85 páginas. A medida que se avanza en su lectura, la 
              unidad interior del libro se hace cada vez más visible. No sólo 
              porque hay dos grandes secciones (tituladas "Rompecabezas" y "Bachata") 
              que se encargan de hacer más explícitas las conexiones entre las 
              distintas partes de la obra sino porque esas secciones constituyen 
              lo que Cabrera Infante en una conversación conmigo ha calificado 
              con acierto de escolios críticos, puestos dentro de la novela 
              y que ayudan a explicarla. En efecto, el libro va dando cada vez 
              más material sobre sus personajes, los va revelando desde distintos 
              ángulos y va permitiendo al lector recomponer la verdadera historia 
              de estos tristes tigres, y de sus amigos y amigas, a la luz de una 
              visión completamente distinta de la que se tiene en la superficie. 
             Una última observación antes de pasar a otra forma del análisis: 
              la unidad interior de esas primeras 85 páginas está asegurada por 
              otro elemento que es aún más importante que el anecdótico. Todos 
              los capítulos están dichos o escritos por alguno de los personajes 
              y lo mismo pasa en el resto del libro. Ésta es una novela de voces, 
              como me ha dicho el propio autor. A pesar de la diversidad de voces, 
              a pesar de que unas hablan y otras escriben, de que unas pertenecen 
              a escritores profesionales (como Silvestre) y otras a mujeres que 
              se pierden en los laberintos de la ortografía o de la fonética, 
              hay una unidad básica en el procedimiento. Esa unidad está asegurada 
              porque lo que constituye "una galería de voces", para volver a citar 
              a Cabrera Infante, es la unidad de una lengua viva, el cubano, o 
              tal vez: el habanero, que constituye en definitiva el tejido básico 
              sobre el que se crea y descrea esta magnífica fábrica verbal que 
              es Tres tristes tigres.  Dos o Tres Maestros  Una manera más distinguida de no leer esta novela es suponer 
              que el único propósito del autor es jugar con el lenguaje. Muchos 
              buenos lectores y críticos se han declarado irritados por la constante 
              deformación de la lengua practicada por los tres tristes tigres. 
              Ya el título es un trabalenguas, no sólo cubano, como sostiene la 
              contratapa del libro, sino hispánico. Esa deformación convertida 
              en sistema casi demencial por el maestro de los tigres, por ese 
              Bustrófedon que nunca aparece directamente pero que es glosado (en 
              escolios críticos muy finos) por sus discípulos, y del que se reproducen 
              no sólo las parodias a célebres escritores cubanos sino páginas 
              y páginas de retruécanos. La facilidad del autor y de sus personajes 
              para dividir una palabra en sus componentes fonéticos o gráficos, 
              para dar vuelta una frase como si fuera un guante o la estuviéramos 
              leyendo en un espejo; esa capacidad infinita de hacer variaciones 
              sobre sus sílabas o sus significados -variaciones que de alguna 
              manera se realizan bajo la égida del gran Juan Sebastián Bach (que 
              inspira en parte la "Bachata" penúltima-; esta tentación casi irresistible 
              de comprometer también a la tipografía en los juegos verbales e 
              introducir aquí unos dibujos y allí una página impar invertida frente 
              a su correctísimo verso, como si la página par se estuviera mirando 
              en un espejo de papel, y de hecho la página inversa se puede leer 
              (como la escritura de Leonardo da Vinci en sus Cuadernos de trabajo) 
              perfectamente sobre un espejo. Todos estos juegos y otros más desaniman 
              cuando no irritan a muchos lectores responsables. Los más eruditos 
              recuerdan con inevitable pedantería que ya los practicaba en el 
              siglo XVIII el reverendo Laurence Sterne. En efecto, muchos de ellos, 
              e incluso otros que Cabrera Infante no pudo utilizar, están en The 
              Life and Adventures of Tristram Shandy, la obra maestra de la 
              novela experimental, como también están en la misma novela los procedimientos 
              básicos de la narración interrupta. Es decir: la narración 
              que se detiene en el momento del climax, o deriva hacia otras formas 
              periféricas de la satisfacción del suspenso. También de Sterne es 
              el Sentimental Journey (que tradujo exquisitamente al español 
              nadie menos que Alfonso Reyes) y en que la burla a las expectaciones 
              del lector llega a las más sutiles invenciones del infierno. En 
              Cabrera Infante es obvia la influencia de Sterne, y no sólo en los 
              juegos tipográficos, sino (principalmente) en esa totalizadora suspensión 
              del desenlace que una lectura más profunda de Tres tristes tigres 
              habrá de revelar.  Y ya que estamos en esto de las influencias, conviene decir que 
              las más notorias y declaradas desde las primeras páginas de la novela 
              son dos: La primera, en orden de presentación, es la de Mark Twain, 
              maestro sobre todo en la creación de un lenguaje escrito que conserve 
              el ritmo y las calidades de la lengua hablada. En la Advertencia 
              se da al genial creador de Huckleberry Finn el crédito debido: 
             "El libro está en cubano. Es decir, escrito en los 
              diferentes dialectos del español que se hablan en Cuba y la escritura 
              no es más que un intento de atrapar la voz humana al vuelo, como 
              aquel que dice. Las distintas formas del cubano se funden o creo 
              que se funden en un solo lenguaje literario. Sin embargo, predomina 
              como un acento el habla de los habaneros y en particular la jerga 
              nocturna, que, como en todas las grandes ciudades, tiende a ser 
              un idioma secreto.  "La reconstrucción no fue fácil y algunas páginas 
              se deben oír mejor que se leen, y no sería mala idea leerlas en 
              voz alta. Finalmente, quiero hacer mío este reparo de Mark Twain: 
             "Hago estas explicaciones por la simple razón 
              de que sin ellas muchos lectores supondrían que todos los personajes 
              tratan de hablar igual sin conseguirlo".  Queda bien en claro aquí una de las características de ese lenguaje 
              literario del libro: el intento de atrapar la voz y el habla de 
              Cuba es también un intento de expresar el habla de los habaneros 
              y en particular su jerga nocturna. De ahí que el libro sea totalmente 
              hablado; de ahí, también, que se advierta un permanente trasiego 
              del habla de un personaje hacia el habla de los otros. Así, tanto 
              Códac como Eribó como Arsenio Cué como Silvestre están constantemente 
              citando dichos de los otros, y sobre todo de Bustrófedon, el gran 
              mago del lenguaje. Al mismo tiempo, incurren (voluntaria y hasta 
              involuntariamente) en la parodia del lenguaje de sus amigos. Una 
              verdadera contaminación se produce y entre todos acaban por crear 
              una lengua propia, esa jerga nocturna a que se refiere Cabrera Infante 
              en la Advertencia. Pero hay más.  La segunda gran influencia es también de un maestro de la lengua 
              inglesa: el diácono Charles Lutwidge Dogdson, profesor de matemáticas 
              de Oxford, autor de dos famosos libros sobre una niña llamada Alicia 
              y admirador del prototipo real de esa niña, también llamada Alicia, 
              y de otras niñas de la misma tierna edad. El epígrafe de Tres 
              tristes tigres está tomado precisamente de Lewis Carroll y dice: 
             "Y trató de imaginar cómo se vería la luz de una 
              vela cuando está apagada".  A primera vista la frase parece otra de las tantas boutades 
              que siembran la novela de toda clase de artificios y que resuponen 
              una visión de la realidad entera como si estuviera reflejada en 
              el espejo. Esta reflexión, que invierte el sentido de la realidad 
              y hace de la izquierda la derecha, y viceversa, es de incalculables 
              consecuencias, no sólo políticas. Es, ante todo, el fundamento de 
              una visión ambigua que supone admitir que la realidad que vemos, 
              tocamos, oímos, olemos y gustamos es susceptible de ser encarada 
              desde otra perspectiva radicalmente opuesta. La visión ambigua de 
              Lewis Carroll, que lo lleva a crear en Alice in Wonderland 
              un mundo en que las proporciones de los seres están cambiando constantemente 
              y en que una reina de baraja puede ser tan temible y absoluta como 
              un tirano real, se completa o revela en su segundo libro, Through 
              the Looking Glass en que, efectivamente, Alicia pasa al otro 
              lado del espejo, al mundo en que la realidad ya está invertida. 
              Las consecuencias metafísicas de estos libros son infinitas. Baste 
              decir que con el mismo recurso de Alice in Wonderland, Swift 
              había creado más de cien años antes los dos primeros libros de sus 
              Gulliver's Travels. Pero lo que parece interesar sobre todo 
              a Cabrera Infante no es tanto el aspecto metafísico que apasionaría 
              a un Borges sino el estético de esta inversión de la realidad. Lo 
              que instaura esta literatura de Carroll es la ambigüedad visual, 
              la capacidad de encarar la realidad como otra cosa que lo que se 
              presenta a la vista; la necesidad de verla siempre como reflejada 
              en un espejo; la inquisición de cómo es la cosa cuando su apariencia 
              cambia. Es decir: cómo se vería la luz de una vela cuando está apagada. 
              Esto nos lleva a una tercera forma de no leer Tres tristes 
              tigres.  El Juicio de los Cómplices  Es la forma practicada por los puritanos, cualquiera sea la ideología 
              bajo la que se disfracen. Para ellos, Tres tristes tigres 
              es la pintura de un mundo en decadencia, el mundo de la dolce vita 
              habanera antes de la Revolución: mundo de pachanga e irresponsabilidad, 
              de mujeres fáciles y hombres más fáciles, mundo de la copa y la 
              droga, la fiesta continua. Al reflejar ese mundo, la novela sólo 
              puede interesarles como documento de lo que había que eliminar en 
              Cuba y que la Revolución eliminó del todo. Esta interpretación ética 
              del libro corre el riesgo de soslayar lo más profundo, lo que está 
              indicado precisamente en el epígrafe de Lewis Carroll: porque al 
              autor le interesa sobre todo imaginar cómo se vería ese mundo cuando 
              ya no existe, su actitud es radicalmente estética y no ética. Lo 
              cual no quiere decir que no sea posible someter la novela a un juicio 
              ético, como han hecho ya muchos de sus críticos. Lo que pasa es 
              que el juicio ético, por serlo, es extraliterario y define al libro 
              no por lo que es, sino por los fines a que el crítico quiere hacerlo 
              servir. El juicio estético sitúa el libro, en cambio, en su verdadera 
              dimensión. En las declaraciones de Cabrera Infante, ya mencionadas, 
              él ha subrayado asimismo el carácter de nostalgia, de evocación 
              de un mundo desaparecido que tiene para él esta novela. En efecto, 
              Tres tristes tigres se refiere a acontecimientos ocurridos en 
              La Habana, o en Cuba, y que casi siempre tienen que ver con la vida 
              que llevan en la capital un fotógrafo (Códac), un actor (Arsenio 
              Cué), un baterista (Eribó) y un escritor (Silvestre); pero también 
              tiene que ver con la historia anterior de estos y otros personajes, 
              sus parientes, sus amigos y amigas. Como los cuatro están mezclados 
              a la vida nocturna de La Habana, y la mayor parte de la novela transcurre 
              a fines de 1958, es ese mundo de la noche lo que el libro presenta 
              en imágenes de gran fuerza. La fuente del libro, ha contado Cabrera 
              Infante, está en el Satiricón, de Petronio: novela en la 
              que de algún modo se capta la luz de la vela que alumbraba la decadencia 
              romana y en la que también brilla el ingenio verbal, la libertad 
              de las situaciones y la más sutil crítica social. Pero al mostrar 
              esa vida a través del habla de sus personajes, Cabrera Infante ha 
              evitado toda intromisión directa suya en la novela. No hay aquí 
              un autor omnisapiente que muestra, juzga, condena o alaba. Todo 
              está contado por los participantes; el autor simplemente ordena, 
              o desordena, los testimonios. El juicio moral queda suspendido. 
              Si hay juicio, y claro que lo hay, es el de los participantes mismos. 
              En lo que unos escriben sobre otros, en el reflejo de las imágenes 
              de unos sobre el habla de otros está el juicio.  No quiero decir con esto que Cabrera Infante aspire, y logre, la 
              mítica objetividad ética: esa visión tan imparcial que se confundiría 
              en definitiva con la de un dios omnipotente, omnisapiente, ubicuo. 
              De ningún modo. A lo que tal vez aspire Cabrera Infante es a la 
              objetividad estética que no hay que confundir con la otra. Es decir: 
              a la objetividad que da el hecho de mostrar directamente a los personajes 
              a través del habla de cada uno. Oiganlos, parece decir el autor 
              cubano: ahí están, así hablan, eso son. Si se trata, en una palabra, 
              de imaginar la luz de una vela cuando está apagada, no se trata 
              de juzgar esa luz. El juicio es una operación ajena a la novela 
              misma, aunque pueda hacerse a partir de la novela.  Queda una última observación referida a cosas que se han dicho 
              más arriba. El hecho de que la novela se concentre en un grupo muy 
              localizado (unos amigos que recorren la noche habanera en vísperas 
              de la Revolución) y que ofrezca ese grupo a través de su lengua 
              (la jerga nocturna, la llama el propio autor) podría hacer creer 
              que se trata de un libro de circulación muy reducida, casi regionalista. 
              El éxito de la novela fuera de Cuba (ya anda por la segunda edición 
              española) parece demostrar lo contrario. Conversando con Cabrera 
              Infante sobre estos problema, él me sugería dos explicaciones al 
              aparente problema: una, que el humor del libro, aunque se apoye 
              muchas veces en juego de tipo lingüístico, que pueden ser muy locales, 
              es universal ya que no es sólo humor sino también ingenio; otra 
              explicación es que la novela contiene su propia explicación o escolio. 
              En efecto, muchas de las cosas que parecen incomprensibles al comienzo 
              empiezan a aclararse a medida que se va entrando en ese mundo verbal. 
              Al cabo, el lector también empieza a manejarse en esa jerga nocturna. 
              Lo que no quiere decir que no haya trozos ininteligibles para quien 
              no sea cubano. Así, R. Bensusán, el traductor al francés, había 
              quedado perplejo ante una referencia, de la página 46, a un dibujo 
              romántico en que "unos tiburones caprichosos (y por ende bugas, 
              diría Códac) rodeaban una balsa", etc., etc. Para un lector no habanero 
              esa frase parece aludir a cierta oscura erudición cetológica, como 
              la que ostenta Melville en Moby Dick, libro muy citado por 
              los personajes de Tres tristes tigres y que sirve para incontables 
              juegos de palabras en el curso de la novela. La explicación es económica: 
              en lenguaje habanero "tiburones" quiere decir "norteamericanos" 
              (la metáfora no necesita mayor aclaración) en tanto que "bugas" 
              quiere decir "homosexuales". Es decir que en vez de cetología se 
              trataba de psicopatología. Pero este ejemplo, y muchos otros que 
              sin duda podrían invocarse, no impiden la lectura del libro ni siquiera 
              la interrumpen. Porque la verdadera glosa está en el libro mismo. 
              Como Rayuela, esta novela de Cabrera Infante lleva su propia 
              crítica dentro. La cuestión es desentrañarla.  Hacia el Roman Comique Desde muchos puntos de vista sería posible trazar líneas y establecer 
              vínculos que unieran Tres tristes tigres con la Rayuela, 
              de Cortázar. Las une en primer lugar el pertenecer ambas a la categoría 
              retórica del roman comique; categoría que se encarga de explicitar 
              precisamente Morelli, el alter ego teórico de Cortázar en Rayuela, 
              cuando escribe en sus escolios:  "Provocar, asumir un texto desaliñado, desanudado, 
              incongruente, minuciosamente antinovelístico (aunque no antinovelesco). 
              Sin vedarse los grandes efectos del género cuando la situación lo 
              requiera, pero recordando el consejo gidiano, ne jamais profiter 
              de l'élan acquis. Como todas las criaturas de elección del Occidente, 
              la novela se contenta con un orden cerrado. Resueltamente en contra, 
              buscar también la apertura y para eso cortar de raíz toda construcción 
              sistemática de caracteres y situaciones. Método: la ironía, la autocrítica 
              incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nada." 
             Es claro que este programa de Morelli lo cumple a la letra sólo 
              Rayuela pero en la dirección que se indica allí cabe perfectamente 
              Tres tristes tigres, libro en que el humor y lo cómico son también 
              elementos disolventes de la realidad, en que un texto, o subtexto, 
              corre profunda y paralelamente al texto visible, en que el lector 
              se vuelve necesariamente cómplice, en que predomina lo antinovelístico, 
              aunque abunda lo novelesco, en que ironía y la incongruencia son 
              las notas más constantes. Como Rayuela, esta novela de Cabrera 
              Infante desprecia el psicologismo y trata menos de justificar la 
              acción de sus personajes por la congruencia de sus actitudes que 
              por la descripción de sus actos o la transcripción de sus palabras. 
              Finalmente, también en Tres tristes tigres predomina un sentimiento 
              de nostalgia por una sociedad que se ve a la distancia y como si 
              ya estuviera abolida. Si Cortázar escribe de su Buenos Aires, lejano 
              en el tiempo y el espacio, desde su exilio voluntario de París, 
              Cabrera Infante escribe de su Cuba anterior a la Revolución con 
              la nostalgia precipitada, angustiosa, del desterrado voluntario. 
             Las diferencias entre ambas obras no son menos notables. El método 
              de fragmentación narrativa, del collage o puzzle que 
              las dos novelas practican, la nostalgia y el humor son vínculos 
              poderosos, pero no menos poderosas son sus actitudes tan radicalmente 
              distintas frente al lenguaje, frente a la cultura, frente al mundo 
              moderno. Empecemos por el final. A pesar de que en muchos aspectos 
              Rayuela está muy al día (su pasión por el jazz, su compromiso 
              con la circunstancia política que en la época que transcurre la 
              novela es la guerra de Argelia), el libro corresponde íntimamente 
              a un mundo mental e intelectual algo anterior a los años cincuenta. 
              Sus raíces están en el superrealismo francés, por un lado, y en 
              la estética argentina de los años cuarenta. De ahí ese curioso aire 
              pasatista que tiene tanto su visión de un París anterior a la llegada 
              masiva de los capitales norteamericanos como de un Buenos Aires 
              coetáneo de Roberto Arlt, el Borges de los años cuarenta y Adán 
              Buenosayres (también de la misma década). En Cabrera Infante, 
              en cambio, la mayor contemporaneidad de los personajes y la situación 
              se manifiesta en todos los detalles. Esta Habana del 1958 podrá 
              haber sido obliterada por la Revolución pero es una Habana de ayer, 
              no de transanteayer como el París o el Buenos Aires de Rayuela. 
              Es cierto que el relativo pasatismo del libro de Cortázar lo hace 
              más inmune al desgaste de las modas, lo acerca más al modelo intemporal 
              de lo clásico. El libro de Cabrera Infante es, en cambio, mucho 
              más vulnerable desde este punto de vista.  Esto se ve más claro aún en la actitud cultural que subyace ambos 
              libros. En Rayuela, a pesar de la ironía y el autocuestionamiento 
              incesante, hay una manía muy rioplatense de la cita prestigiosa. 
              Ni Borges se salva, a veces, de ella aunque la suele disimular detrás 
              de laberínticas y proustianas demostraciones de humildad intelectual. 
              En Rayuela se manifiesta en un doble efecto: la cita brillante, 
              y la burla de la cita. Pero el doble efecto no la borra sino que, 
              de una manera paradójica, la subraya. En Tres tristes tigres 
              todo ocurre al revés. Hay una abundancia increíble de citas, se 
              dejan caer los más prestigiosos nombres propios de la historia cultural 
              de hoy, hasta se hacen frenéticas parodias literarias. Pero todo 
              transcurre en una dimensión de burla, de chacota, de autoparodia 
              que despeja por completo todo asomo de pedantería. No se piden excusas 
              sino que la cita da una vuelta completa, como un boomerang, sobre 
              los citantes. En este sentido, el largo monólogo titulado "Bachat" 
              es el mejor ejemplo de esa ironía vuelta sobre sí misma. Porque 
              en pleno frenesí de citas (algunas erróneas, y por lo mismo más 
              cómicas), tanto Silvestre como Arsenio Cué ahuyentan y deprimen 
              e insultan a las dos muchachas que han levantado en la calle y con 
              las que en vez de acostarse lisa y llanamente practican una suerte 
              de fusilería verbal que sustituye el encuentro carnal. Tanta palabra 
              termina por parecer lo que Cabrera Infante quiera que parezca: pura 
              masturbación. Pero no se detiene aquí el doblez cómico del episodio. 
              Estos dos bromistas delirantes que se echan por la cabeza una erudición 
              que va de la música del siglo XVIII al Western de este siglo, están 
              hablando en vez de conquistar sexualmente a las muchachas no sólo 
              para sustituír el vacío de la acción con la pedantería de las citas. 
              Lo hacen, más profundamente, para que ese dique de palabras, esos 
              fuegos artificiales de las referencias eruditas, impidan que la 
              conversación se oriente hacia el único tema del que ellos no pueden 
              hablar esa noche: Laura Díaz. Hablan, citan, inventan para no hablar 
              realmente.  Hay más: en manos de los personajes de Rayuela la cultura 
              es un bien exquisito y refinado. Es la cultura a la francesa, la 
              cultura digerida por los profesores, los poetas, los filósofos; 
              la cultura de Borges. Aun la cultura popular (Barthes escribe ahora 
              sobre la Garbo como antes lo podía hacer Breton) es una cultura 
              popular que ha sido desinfectada en la Sorbonne. Hasta lo pop se 
              ha convertido en categoría fenomenológica o existencialista. La 
              cultura de los personajes de Cabrera Infante es la auténtica cultura 
              pop, la que se ha adquirido en las salas de cine de barrio y junto 
              al ordinario aparato de televisión comprado a plazos. Es la cultura 
              musical de los juke-boxes, de los night-clubs, del 
              canto en las calles y veredas. Es la cultura filosófica de las redacciones 
              de periódicos latinoamericanos. La escuela no es la Sorbonne, ni 
              siquiera la Universidad de La Habana (aunque Cabrera Infante haya 
              realizado estudios universitarios), sino la calle. Esto es esencial 
              y marca, además, algo que tiene mucha importancia para la actual 
              cultura latinoamericana. Desde cierto punto de vista, Cabrera Infante 
              (como Manuel Puig) derivan de una tradición cultural que es muy 
              reciente en la América Latina y que se parece más a la tradición 
              cultural de los escritores norteamericanos que a la de los franceses. 
              En el diálogo que grabamos en Londres, Cabrera Infante me dijo que 
              había aprendido a escribir yendo al cine. Esa frase exagera sin 
              duda una verdad profunda. Exagera porque parece omitir el hecho 
              decisivo de que Cabrera Infante es no sólo un lector de libros sino 
              un gran lector. Pero pone el acento en algo que no se ha subrayado 
              bastante todavía: la importancia del cine como universidad, y no 
              al cine de los grandes realizadores literarios, los dramaturgos 
              y novelistas de la pantalla, sino el cine totalmente comercial y 
              comercializado, el más bajo productor industrial de Hollywood. Ese 
              cine que aprovecha y abarata toda la alta cultura es (como la TV, 
              como la publicidad) la fuente de una cultura nueva y original. De 
              ahí que la pedantería de los Tres tristes tigres esté amonestada 
              por ese correctivo de humildad, de superchería consciente, de oropel 
              aceptado como tal que da la cultura (sin comillas) cinematográfica. 
             La misma actitud se evidencia en el tratamiento del lenguaje. Nadie 
              podrá agotar nunca la maravilla del lenguaje de Cortázar en Rayuela. 
              Es más: toda la novela es básica y fundamentalmente una creación 
              de lenguaje. Su verdadero protagonista no es Oliveira sino el lenguaje. 
              Dicho esto, aclaremos que se trata de un lenguaje totalmente inventado 
              en un laboratorio de literatura. Es una escritura, en el sentido 
              en que define esta palabra Barthes. Como el lenguaje de Raymond 
              Queneau en tanto libro brillante, y sobre todo en Zazie dans 
              le métre, el lenguaje de Rayuela es el lenguaje de Arlt, 
              más el de Borges, más el de Onetti, más el de Marechal, más (naturalmente) 
              el lenguaje de ese mago de la escritura que es Julio Cortázar. En 
              Tres tristes tigres se procura realizar una hazaña no menos 
              imposible: recrear un lenguaje que existe y que no es la escritura 
              del autor sino el lenguaje de una determinada zona de la sociedad 
              cubana en una época determinada. Es cierto que hay unos cuantos 
              personajes en la novela que hablan parecido y que tienen un modelo 
              único e incomparable, ese Bustrófedon del que sólo conocemos unas 
              parodias e incontables retruécanos. Es cierto que los tres tristes 
              tigres se lo pasan intercambiando chistes, citándose y volviéndose 
              a citar, repitiendo sus mejores hallazgos hasta crear entre todos 
              una suerte de koiné o lingua franca que es el habla 
              de grupo, la jerga nocturna a que hace alusión Cabrera Infante en 
              la Advertencia preliminar. Como también es cierto que esa jerga 
              se parece mucho a la del propio autor cuando escribe en su nombre 
              propio. Pero no hay que confundir esa jerga con la lengua total 
              de Tres tristes tigres.  Precisamente cumple realizar aquí una distinción muy importante 
              entre Rayuela y la novela de Cabrera Infante. En tanto que 
              aquélla está escrita a través de distintas distancias lingüísticas 
              (unas veces el autor narra directamente, como observador ubicuo 
              y todo poderoso, otras veces cuenta Olivera o anota Morelli, o se 
              transcriben sin comentarios citas ajenas), todo Tres tristes 
              tigres está hablado o escrito por sus personajes. Los únicos 
              textos del autor son la Advertencia y una breve nota periodística 
              que se inserta con iniciales en la sección "Bachata". Esta distinción 
              podrá parecer secundaria pero es de capital importancia para entender 
              la diferencia fundamental entre una novela como Rayuela que 
              es, básicamente, un collage de textos escritos, y 
              una novela como Tres tristes tigres que es un collage 
              de textos hablados; incluso cuando escriben, sus personajes 
              tienden a un lenguaje hablado. Lo inverso es igualmente cierto en 
              el caso de Rayuela en que los personajes hasta cuando hablan 
              tienden a redactar sus frases. Para sintetizar este paralelo: Rayuela 
              es un libro para el ojo en tanto que Tres tristes tigres 
              es un libro para el oído. Barthes diría que Cortázar inventa una 
              escritura (como Borges) en tanto que Cabrera Infante inventa un 
              habla.  Como toda comparación esta abunda en simetrías, en falsas oposiciones, 
              en una inevitable dialéctica que subraya, enfatiza, exagera. Nada 
              es tan absoluto como se suele presentar aquí. Pero si me he arriesgado 
              a hacerla es porque pienso que de esta manera se contribuye a iluminar 
              mejor la naturaleza, similar en la superficie pero profundamente 
              distinta, de estas dos novelas.  Otra Lectura, Tal Vez Legítima  Queda por decir lo más simple: a pesar de los malentendidos, a 
              pesar de las confusiones, a pesar de los experimentos y las claves 
              secretas o no, Tres tristes tigres es una novela de lectura 
              gozosa y que tal vez exija menos a su lector que La casa verde, 
              Rayuela, Cambio de piel o, incluso, 
              Paradiso. Es una novela en que el nivel habitual de complejidades 
              puede ser sorteado más fácilmente por el lector que por el crítico. 
              Éste se cree obligado a entender todo, a descifrar todo, a analizar 
              todo. El lector (el common reader de Johnson y Virginia Woolf) 
              es más ingenuo y, por consiguiente, más sabio. Él se deja llevar 
              por las alusiones, corre con el ritmo, se entrega al humor, capta 
              la pasión y hasta el pudor, y por eso puede entrar y salir de esta 
              compleja estructura lingüística sin preocuparse demasiado por lo 
              que ella es, o no es, pero preocupándose mucho por lo que de ella 
              recibe. Lo que recibe está ya muy claro. Es una provocación constante 
              a la imaginación, a la sensibilidad, a la risa, a la ternura, y 
              también a un subterráneo, calladísimo, más bien secreto pudor para 
              nombrar lo más doloroso. No hay que olvidar que como lo dice explícitamente 
              el título estos tigres son realmente tristes y este libro encierra 
              una historia de amor desdichado que no por estar omitida en sus 
              detalles es menos punzante. Si esta última lectura que propongo 
              no es crítica es, sin embargo, la que han hecho y que seguirán haciendo 
              la mayor parte de los lectores de la novela. Es una lectura legítima 
              también y una lectura que al triste tigre que es Cabrera Infante 
              le importa en definitiva mucho."  |