|   | "Graciliano Ramos y el regionalismo nordestino"En Revista de la UNAM, v. 39, nueva época, nº 
              30, octubre 1983
 p. 34-41
 "I. El problema y la solución El problema del regionalismo, tal como fue discutido en los años 
              veinte y treinta en América Latina, es un problema falso. 
              Entonces fue presentado más como problema geográfico 
              que literario. Desde un punto de vista estrictamente literario (es 
              decir: ámbito lingüístico, contexto cultural, 
              intertexto poético), todas las novelas son regionales ya 
              que pertenecen a una determinada área. Por ejemplo, la primera 
              novela moderna, el Quijote, trata de un caballero singular 
              que vive en una perdida región del imperio hispánico; 
              Madame Bovary se ocupa de una señora del norte de 
              Francia que sueña despierta y ha leído demasiadas 
              novelas románticas en su sórdida ciudad de provincia. 
              Los Hermanos Karamazov son un conjunto de verbosos borrachos, 
              inflamados a veces por pensamientos místicos, que habitan 
              un pueblecito de la Rusia del Zar. Pero no sólo las así 
              llamadas novelas realistas y regionalistas están estrictamente 
              localizadas por el lenguaje, la poética y la visión 
              de mundo que una inserción en el tiempo determina sino que 
              también lo están las novelas de aventuras a la griega, 
              los libros de caballería, toda la literatura llamada fantástica, 
              maravillosa o mágica. En este sentido, toda novela es regional. 
              Los viajes de Gulliver están tan nacionalmente enraizados 
              en la prosa neoclásica del siglo XVIII inglés como 
              lo está el Candide en la Francia de los últimos 
              Luises, aunque sus distintas visiones poéticas pongan de 
              relieve diferentes códigos culturales. El proceso 
              y El castillo, de Kafka, abruman al lector con las más 
              concretas minucias de la vida en la Europa Central durante la decadencia 
              del imperio austrohúngaro y están atravesadas por 
              una noción de culpa que proviene directamente del Viejo Testamento, 
              tal como lo leían e interpretaban los judíos del ghetto 
              de Praga. Cuando Borges escribe sobre héroes escandinavos 
              o chinos o irlandeses está siempre escribiendo sobre una 
              enorme y dispersa biblioteca, llena de libros ingleses y situada 
              en un suburbio cosmopolita del mundo: Buenos Aires. De hecho, poco 
              importa literariamente cuál sea la situación geográfica 
              del escritor. Lo que realmente importa es la naturaleza de su código 
              lingüístico y cultural, de su poética. Desde 
              este punto de vista, algunos libros son más regionales que 
              otros porque tienden a presentar sólo los aspectos típicos 
              (id est: pasajeros) de un determinado lugar y ambiente: el 
              color local. Jamás se mueven de ese nivel de connotación 
              inmediata para alcanzar las estructuras profundas, y por eso permanentes. 
              Es en este nivel que cabe situar el problema del regionalismo brasileño 
              y, en particular, el del regionalismo de la novela del Nordeste 
              en la primera mitad de este siglo. Una diferencia estructural, a 
              pesar de la semejanza temática, separa la obra de sus más 
              notorios practicantes. En tanto que José Lins do Rêgo 
              y Jorge Amado se sitúan del lado del regionalismo pintoresco, 
              Graciliano Ramos se instala, hondamente, en el regionalismo esencial. 
              El mismo de Cervantes, Flaubert, Dostoyevski y Kafka.(1) II. Regionalismo y Modernismo Debido a las vastas diferencias naturales entre la selva amazónica 
              y el desierto del Nordeste, las áridas mesetas de Minas Gerais 
              y la blanda, sensual, costa de Río de Janeiro, los húmedos 
              bosques de Santa Catarina y los templados espacios abiertos de Río 
              Grande do Sul, el Brasil abarca una enorme variedad de culturas. 
              Dos microcosmos que forman ese macrocosmos están reflejados 
              brillantemente en la novela brasileña de este siglo. Como 
              los novelistas norteamericanos del siglo pasado, los brasileños 
              no pudieron evitar ser regionalistas. Por esta razón, la 
              "novela brasileña", paradigma y prototipo de un 
              género nacional, existe tan poco en la realidad literaria 
              como la "novela norteamericana" en la suya. Esto no ha 
              impedido que la mayoría de la crítica brasileña 
              de la primera mitad del siglo se haya desgastado en el descubrimiento 
              (o invención) de irrefutables rasgos locales.  Así, se han señalado los contrastes obvios entre 
              la ficción escrita en el Nordeste -tierra trágica 
              de desiertos y hambres periódicas, de rebelión épica 
              y sangrienta- y la ficción del Sur: esa región de 
              gauchos tan similar en muchos aspectos culturales al Oeste 
              norteamericano y a las llanuras rioplatenses. También se 
              han discutido las diferencias que hay entre los novelistas introspectivos 
              de Minas Gerais y los más brillantes y extrovertidos de los 
              grandes puertos del Atlántico. Pero es tan inútil 
              hablar de la escuela del Nordeste (confundiendo poética con 
              geografía) como lo es hablar de los novelistas sureños 
              en Estados Unidos o del grupo judío de New York. Aunque este 
              enfoque pueda tener méritos pedagógicos (aclara lo 
              obvio, cataloga lo externo) se basa en presupuestos erróneos. 
              Parece suponer que la novela brasileña está sólo 
              condicionada por el medio, que todos sus practicantes escriben exclusivamente 
              dentro de los esquemas del realismo más o menos socialista 
              o crítico, que la novela es (en una palabra) una forma de 
              documento. Hace treinta o cuarenta años estos puntos de vista eran 
              aceptados prácticamente sin discusión por la crítica 
              brasileña, como lo eran también en el resto de América 
              Latina. El impacto de la Naturaleza sobre el Hombre (que desconcertóy maravilló a los primeros cronistas), el descubrimiento 
              del compromiso político y las teorías del realismo, 
              vulgarizadas por la burocracia de la Internacional estalinista, 
              fueron anchamente divulgados y casi siempre aceptados en casi toda 
              América Latina. No sólo en Brasil, sino también 
              en México y Argentina, en Ecuador y Cuba, en Chile y Venezuela, 
              en Perú y Uruguav, los escritores de los años veinte, 
              treinta y cuarenta se dedicaron a levantar el inventario de sus 
              patrias, describiendo ríos y montañas, denunciando 
              a las oligarquías locales y al omnipresente (aunque no siempre 
              visible) imperialismo norteamericano. (Del soviético no se 
              quería saber nada entonces.)
 
               
                | Rómulo Gallegos 
 |  En ese período, se escribieron novelas para mostrar el destino 
              atroz de los indios del altiplano (Jorge Icaza, de Ecuador, y Ciro 
              Alegría, del Perú, ganaron fama por defender a sus 
              anónimos compatriotas), o los laberintos de la política 
              del caudillismo (Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, 
              en México, exploraron todas sus turbias avenidas), o las 
              incrustaciones feudales que todavía sobrevivían en 
              la América de este siglo. (José Eustasio Rivera, en 
              Colombia, y Rómulo Gallegos, en Venezuela, catalogaron sus 
              horrores). Muy pocos de estos novelistas hispanoamericanos estaban 
              entonces comprometidos con la realidad material del instrumento 
              que usaban. Si bien su propósito era el realismo documental, 
              las novelas que producían eran ejercicios estilizados de 
              descripción abstracta o alegórica de una realidad 
              que conocían superficialmente: panfletos políticos 
              apenas disfrazados de ficción, piadosos libelos (2). 
              Desde el punto de vista literario, sus libros pertenecían 
              al modo pastoral: eran descripciones minuciosas de una realidad 
              ajena que el autor componía para lectores también 
              ajenos a ella. El agudo análisis de William Empson (Some 
              Versions of Pastoral) fue totalmente desoído por críticos 
              que habían leído a Lukacs y a Goldmann, que siempre 
              citaban al peor Sartre, pero eran analfabetos en formalismo. New 
              Criticism o el estructuralismo germánico(3). III. El Modernismo: un entierro prematuro El movimiento regionalista de los años veinte y treinta 
              en Brasil se desarrolló en ese contexto de una crítica 
              miope y limitada por lo general. De hecho, el movimiento había 
              empezado en otra área geográfica y con otros presupuestos 
              casi una década antes. Tenía su origen en escritores 
              que sintieron la necesidad de cortar todos los vínculos con 
              la ficción , y la retórica portuguesas que, aun entonces, 
              eran fomentadas por el academismo de una literatura oficial, totalmente 
              dependiente del modelo, o los modelos, de la Europa occidental. 
              Para liberarse de esta tutela metropolitana, los vanguardistas se 
              volvieron a Francia e Italia. La Semana de Arte Moderna que se desarrolló 
              en São Paulo en Julio de 1922, y tuvo reverberaciones inmediatas 
              en Río de Janeiro y Minas Gerais, produjo un tremendo impacto 
              en la vida cultural del resto de la nación y marcó 
              el comienzo de una ola de renovación de muy importantes consecuencias, 
              hasta hoy. El grupo fue bautizado en el Brasil de Modernista y de 
              allí salió el apelativo Modernismo, que no debe ser 
              confundido con el Modernismo hispanoamericano, fundado unos treinta 
              años antes por Rubén Darío y otros poetas, 
              bajo la influencia de la poesía simbolista francesa y de 
              la pintura pre-rafaelista británica. (Este movimiento tiene 
              su equivalente en el Simbolismo brasileño.)  Aunque muy claramente inspirada en el Futurismo italiano y en otros 
              ismos europeos, la Semana de Arte Moderna se orientó también 
              hacia el descubrimiento del Brasil. El contacto con y la imitación 
              de Marinetti, Blaise Cendrars, Fernand Léger, Dada y los 
              primeros surrealistas, llevó a los escritores brasileños 
              (en forma algo inesperada) a una búsqueda de la expresión 
              nacional en la lengua y a una revaluación de las raíces 
              culturales. Mario de Andrade (1893-1945) fue uno de los jefes del 
              movimiento. Poeta y crítico de gran fecundidad periodística, 
              incansable lector de varias lenguas, divulgador amable y divertido, 
              fue de los primeros en proponer una lengua brasileña y atacar 
              (por la parodia) el portugués del oficialismo. Su única 
              novela extensa, Macunaíma (1928), tiene el deliberado 
              propósito de construir una narración poética 
              basada en todo el folklore brasileño y en la actualidad cultural 
              paulista, para demostrar con el ejemplo la existencia de una lengua 
              brasileña, tan distinta de la portuguesa como la norteamericana 
              lo es de la inglesa. El mérito mayor de Macunaíma 
              fue apuntar, desde el comienzo del Modernismo, dos verdades muy 
              importantes: el realismo documental es un punto muerto para la novela; 
              el lenguaje es el primero y más crítico problema que 
              enfrenta el novelista. A través de su libro inclasificable, 
              Mario de Andrade mostró que la novela brasileña no 
              necesitaba ser un mero registro de la realidad aparencial y debía 
              ser una creación mitopoética. Concentrándose 
              más en el lenguaje que en la verosimilitud de la fábula, 
              más en la estructura serial de la narrativa que en la psicología 
              de los personajes, Mario de Andrade demostró estar ocupándose 
              primero de las cosas primeras. Más radical y violento que 
              Mario, fue su amigo y rival Oswald de Andrade (1890-1954). En dos 
              novelas y dos manifiestos, escritos y publicados en la década 
              de los veinte, Oswald alteró por completo la estimativa de 
              su época. Memorias sentimentais de João Miramar 
              (1923), escrita en el estilo telegráfico que habían 
              puesto de moda los futuristas, fragmentando la narrativa en breves 
              y hasta brevísimos capítulos (algunos, pequeños 
              poemas en prosa), jugando con las palabras y la tipografía, 
              ésta novela ha sido comparada con la obra más enciclopédica 
              de Joyce. De hecho, está mas cerca de los experimentos de 
              Marinetti o Cendrars y hasta de Ilya Ehrenburg, o del tipo de prosa 
              que en las letras norteamericanas está asociada a los nombres 
              de Gertrude Stein, el primer Hemingway y el Dos Passos de Manhattan 
              Transfer. Pero en el momento de su publicación, el libro 
              era en el contexto brasileño un desafío intolerable. 
              Por el uso (y abuso) del lenguaje coloquial, de las obscenidades 
              y hasta del slang paulista, Andrade demolió la prosa 
              portuguesa de los simbolistas, que aún tenía crédito 
              en su patria. Entre Miramar y su segunda "novela-invención" 
              (como la llama Haroldo de Campos), se sitúan los manifiestos: 
              Pau Brasil (1924) y Antropófago (1928, el mismo 
              año de Macunaíma). Si en el primero, Oswald 
              versificaba fragmentos de la Carta de Pero Vaz de Caminha 
              sobre el descubrimiento del Brasil, así como otras crónicas 
              de exploradores y viajeros europeos, para marcar así una 
              búsqueda heterodoxa de raíces, en el segundo Oswald 
              presentaba toda una poética de la asimilación, corrupción 
              y carnavalización de la herencia cultural europea. Fechado 
              para conmemorar a una de las primeras víctimas del canibalismo 
              ritual de los indios brasileños, el obispo portugués 
              Sardinha (nombre fatal, sin duda), el manifiesto usaba la parodia 
              y la sátira para desconstruir la cultura oficial einstaurar 
              una poética de la inversión. De Frazer, Lévy-Bruhl 
              y Freud (especialmente Tótem y Tabú), 
              pero también y sobre todo de Nietzsche, Oswald tomaba, canibalísticamente, 
              una teoría que rebautizó de Matriarcado y que habría 
              de ilustrar no sólo sus dos novelas sino también la 
              de Mario. Aunque publicada en 1933, con un amargo final en que se mostraba 
              la desilusión provocada por la caída de la Bolsa de 
              Wall Street (que liquidó la fortuna de los cafeteros paulistas, 
              élite a la que pertenecía Oswald), su segunda novela, 
              Serafim Ponte Grande, ya estaba sustancialmente escrita en 
              la época del segundo manifiesto y era (es) la mejor expresión 
              de la antropofagia, incluso por el epílogo alegórico 
              y explosivo. Más hondamente experimental que Miramar, 
              más narrativa, Serafim lleva hasta sus últimos 
              extremos la poética del Modernismo. Infortunadamente, en 
              el momento de su aparición, cuando ya estaba en el poder 
              un caudillo del Sur, Getulio Vargas, que inventaría el fascista 
              Estado Novo, la irreverencia del texto, su sentido carnavalizado 
              de la realidad, su humor violento, parecerían demasiado frívolos. 
              No lo eran pero la ceguera del momento así lo quiso. El propio 
              Oswald se lanzó en la lucha política activa, orientando 
              su narrativa hacia el realismo socialista que nunca fue su fuerte. 
              Por su parte, también Mario se volvió solemne, burócrata 
              y comprometido (4). Desde muchos puntos 
              de vista, el intento realizado por los Andrade en el Brasil de los 
              años veinte puede ser comparado con el que ensaya Jorge Luis 
              Borges en Buenos Aires, durante esta década y la siguiente. 
              Sus narraciones de esa época, que concentraría en 
              Historia Universal de la infamia (1935) y El jardín 
              de senderos que se bifurcan (1941), enfatizaban, como lo habían 
              hecho antes Macunaíma o Serafim, las cualidades 
              mitopoéticas de la imaginación y revelaban la misma 
              urgencia de romper con una tradición muerta para crear un 
              verdadero lenguaje narrativo latinoamericano. Aunque tuvo más 
              éxito que los Andrade en sus experimentos y se convirtió, 
              a partir de los años cuarenta, en jefe de un pequeño 
              grupo de narradores que se reunían en torno de la revista 
              Sur (Adolfo Bioy Casares es el mas notorio), la principal 
              línea de la ficción argentina continuó hasta 
              la década del sesenta distraída por las ilusiones 
              del realismo. En Brasil, habría que esperar a la aparición 
              de João Guimarães Rosa (1908-1967), y a la revaluación 
              crítica de Graciliano Ramos, para restaurar el diálogo 
              crítico a su verdadero territorio (5). Pero volvamos a la década del veinte. Si los esfuerzos de 
              Mario y de Oswald parecieron malograrse ya a comienzos de los años 
              treinta, un contramovimiento había empezado a formarse hacia 
              1926 y como reacción polémica contra los modernistas 
              de São Paulo. Un énfasis nuevo y renovado sobre el 
              regionalismo marcó el grupo que aparece en el Nordeste como 
              desafío a los paulistas. IV. EI regionalismo Nordestino: un callejón 
              sin salida El punto de partida del contramovimiento fue el Primeiro Congresso 
              de Regionalistas do Nordeste que ocurrió en Recife, en 1926. 
              Si São Paulo representa, aún hoy, el Brasil moderno 
              y dinámico del desarrollo económico, el Nordeste (sobre 
              todo en los años veinte) representaba el Brasil que la nueva 
              industrialización estaba dejando de lado. Era entonces una 
              región de economía obsoleta, basada en la caña 
              de azúcar, y en la que todavía el mundo patriarcal 
              de los herederos de grandes propietarios de esclavos existía 
              en el contexto de la experiencia cíclica de la seca y el 
              hambre que soltaba a los caminos los retirantes, emigrados 
              internos que huían periódicamente del indomeñable 
              interior. En muchos aspectos, esa tierra dura combina las realidades 
              y pesadillescas visiones que ya eran familiares a los lectores de 
              Sherwood Anderson, William Faulkner y hasta del John Steinbeck de 
              The Grapes of Wrath. Sólo que el contexto nordestino 
              es aún más duro y trágico. Inspirado por hombres como el sociólogo Gilberto Freyre 
              (nacido en 1900), el Congresso de Regionalistas marcó el 
              comienzo de un importante movimiento: sirvió para colocar 
              el Nordeste en el mapa de la ficción brasileña de 
              este siglo. Lo hizo con una vitalidad y esplendor tales que se llegó 
              a olvidar el hecho de que la novela del Nordeste no es la novela 
              brasileña entera. Uno de los clásicos de la sociología 
              narrativa brasileña, Os Sertões, de Euclides 
              da Cunha, escrito en 1902, ya había explorado las vastas 
              posibilidades épicas de esa región del Brasil; en 
              su monumental, Casa Grande eSenzala, Freyre había 
              agregado, en 1933, a la visión poética de Da Cunha 
              su propia visión, amplia y minuciosa, de un pasado en decadencia. A partir de escritores como José Américo de Almeida 
              (cuya novela A Bagaceira, 1928, es una obra precursora) y 
              de Rachel de Queiroz (que antes de cumplir los veinte escribió 
              0 Quinze, un documento novelesco, clásico y sobrio 
              sobre los retirantes del año 1915, publicado en 1930), 
              los novelistas del Nordeste, y sobre todo Graciliano Ramos, Jose 
              Lins do Rêgo y Jorge Amado, pronto alcanzaron notoriedad en 
              todo el Brasil. De los tres, el primero en tener fama internacional 
              fue Amado. Simpatizante del jefe comunista Luiz Carlos Prestes (cuya 
              hagiografía escribió en 1942), Amado fue ampliamente 
              traducido en los países socialistas. Más tardíamente, 
              también alcanzó éxito en los Estados Unidos, 
              cuando ya su fervor izquierdista se había acabado. Una de 
              sus novelas más divertidas de la última época, 
              Gabriela, Cravo e Canela (1958), fue la primera latinoamericana 
              en convertirse en best-seller. Publicada en New York, 1962, fue reseñada en la primera 
              página de la sección bibliográfica del New 
              York Times, honor entonces reservado sólo a literaturas 
              europeas. A pesar de este éxito internacional, luego aumentado 
              por el de la adaptación cinematográfica de otra de 
              sus novelas, Doña Flor eos seus dois maridos, Amado 
              (nacido en 1912) no es considerado por la mejor crítica brasileña 
              como el igual de Lins do Rêgo o de Graciliano Ramos. Las razones 
              son obvias. Aunque es un narrador nato y un escritor de gran encanto, 
              sus novelas se resienten por la facilidad. En la época de 
              su entrega al realismo socialista, Amado convirtió sus novelas 
              en meros panfletos, aquí y allá aliviados por descripciones 
              gráficas y hasta pornográficas de la vida en las plantaciones 
              del Nordeste o en los suburbios de sus ciudades. Jubiabá, 
              por ejemplo, que apareció en 1935, es una narración 
              extravagante, una suerte de grand-guignol de horrores, presentada 
              como un documento sobre la situación de la clase obrera en 
              Bahía. Más tributaria de Eugène Sue que de 
              Marx, la novela sólo gustó a los camaradas. Con ese 
              tipo de regionalismo abstracto, los novelistas del Nordeste no podían 
              ir muy lejos. 
               
                | Ricardo Güiraldes  |  Más interesante es el caso de Lins do Rêgo (1901-1957). 
              Él también se inició con un ciclo de novelas 
              regionalistas sobre la explotación de la caña de azúcar, 
              pero su enfoque era completamente distinto del de Amado. En vez 
              de escribir sus novelas con un modelo marxista a la mano, extrajo 
              de su experiencia de muchacho nacido y educado en ingenios azucareros, 
              la materia prima y el enfoque de sus libros. Era (como se lo marcaría 
              amistosamente Graciliano Ramos) hijo de los dueños. Lo que 
              escribió en una prosa rica, caótica y periodística, 
              fue su propia búsqueda del tiempo perdido. Como Don Segundo 
              Sombra (1926), la obra maestra del argentino Ricardo Güiraldes, 
              sus novelas están llenas de la nostalgia de la memoria. Lins 
              do Rêgo tenia una visión menos poética y elegante 
              que la de Güiraldes, pero su ciclo de la caña de azúcar 
              abarca más y es más precioso como documento. Con brío 
              y emoción, escribió novelas que lo situaron, rápidamente, 
              entre los más exitosos narradores del Nordeste. Las ásperas 
              realidades de la región áspera estaban vistas a través 
              del modelo que su maestro, Gilberto Freyre, había creado. 
              A estas teorías y observaciones, sumó Lins do Rêgo 
              su propia experiencia, enriquecida por el contacto (en Alagoas, 
              durante los años de iniciación) de gente como Rachel 
              de Queiroz y Graciliano Ramos. Generoso, Lins do Rêgo fue 
              de los primeros en reconocer y celebrar el talento único 
              de este último. Más tarde, el éxito de las novelas de la caña 
              de azúcar y una larga residencia en Río de Janeiro, 
              atenuaron la inmediatez de su crónica. Mientras vivió 
              en Río completó, entre otras, tres de sus más 
              ambiciosas novelas: Pedra bonita (1938), Fogo Morto 
              (1943) y Cangaceiros (1953). Escribiendo entonces desde un 
              punto de vista más objetivo y no a partir de sus recuerdos 
              de muchacho del ingenio azucarero, Lins do Rêgo demostró 
              mejor sus limitaciones de novelista. Sólo la primera de estas 
              novelas es realmente una sólida obra. Esa crónica 
              ficticia de una rebelión en los desiertos del Nordeste, encendida 
              por un fanático que pretende ser un nuevo Cristo (y tal vez 
              él mismo se lo creía), está presentada a través 
              de los ojos de un muchacho, Antonio Bento, descendiente del fanático. 
              La historia se desarrolla en dos niveles del tiempo -un "presente" 
              en que se evoca el pasado remoto-; ambos acaban por fundirse al 
              final de la novela. El punto de vista elegido por el autor es a 
              la vez distante e inmediato. Lins do Rêgo no tenía 
              la capacidad necesaria para llevar a cabo totalmente su ambición: 
              las dos últimas novelas importantes que escribió así 
              lo demuestran. En tanto que Fogo Morto está a menudo 
              rescatada por el vigor de ciertos personajes folklóricos, 
              como el capitán Vittorino Carneiro da Cunha, Cangaceiros 
              depende demasiado del atractivo del tema mismo: esos coloridos bandoleros 
              del desierto nordestino que han suscitado tanta música y 
              películas en el Brasil. Para un rápido balance, las 
              limitaciones de Lins do Rêgo como novelista no obliteran del 
              todo sus aciertos. En muchos sentidos, ya él había 
              descubierto que las novelas regionales dependen de una transcripción 
              imaginativa del lenguaje coloquial, tal como realmente es usado 
              en la región. Desde São Paulo, Mario y Oswald de Andrade 
              habían luchado sin pausa por liberar al portugués 
              del Brasil de la dicción y la gramatiquería de la 
              vieja, estancada metrópoli. Aunque Lins do Rêgo se 
              opuso a muchas de las influencias europeas que impregnaban el movimiento 
              modernista brasileño, compartía con los Andrade la 
              preocupación por el lenguaje realmente hablado en Brasil. 
              En tanto que el propósito de los paulistas era realmente 
              reemplazar una retórica anticuada por una nueva, Lins do 
              Rêgo daba a veces la impresión de que solo quisiera 
              eliminar todo tipo de retórica. En sus novelas, que se caracterizan 
              por una gran libertad de expresión, el intentó transcribir 
              el "verdadero" lenguaje de los personajes. Lo que le faltó 
              fue la necesaria disciplina para mantener el lenguaje hablado en 
              un nivel de permanente invención. Debido a su esfuerzo por 
              ser fiel a las palabras y la fonética de su gente, a menudo 
              se convirtió en literal y monótono, antigramatical 
              y hasta un punto intolerable. El resultado de sus esfuerzos de documentación 
              regional justificó muchas veces la acusación de algunos 
              críticos de que "escribía mal". Con Amado 
              y Lins do Rêgo el regionalismo del Nordeste parecía 
              haberse encerrado en un callejón sin salida. Mestre Graciliano Hasta cierto punto, Amado y Lins do Rêgo no se preocuparon 
              demasiado por escribir bien y descansaron, incluso suicidamente, 
              en su intuición de narradores natos. Entre los novelistas 
              del Nordeste, el que realmente se preocupó por escribir bien 
              (con un fanatismo que conocieron Flaubert y el Joyce de Dubliners) 
              fue Graciliano Ramos (1892-1953), el mejor novelista del período. 
              El apelativo de Mestre Graciliano, o Mestre Graça, con que 
              lo saludaban sus discípulos de gramática y lenguas 
              modernas, anticipó el título de maestro de la novela 
              brasileña contemporánea que habría de concederle 
              más tarde la crítica. Ramos fue tan marginal en su puesto de empleado público 
              de una región perdida del Brasil como el Nordeste mismo es 
              marginal al Brasil moderno. Su experiencia como Prefecto de Palmeira 
              dos Indios en Alagos (donde era dueño de una tienda llamada 
              Sincera) sólo duró un par de años, pero los 
              relatorios oficiales que escribió en ese período llamaron 
              la atención del Brasil entero por la economía y precisión 
              de su lenguaje. Graciliano Ramos fue Director de la Imprenta Oficial, 
              en Maceió, la capital del Estado (1930-1931) y, más 
              adelante, Director de Instrucción Pública por un lapso 
              de tres años (1933-1936). Un introvertido, tímido 
              hasta el extremo del silencio total o a la emisión, epigramática, 
              de frases que no solicitan el diálogo, Ramos manifestó 
              su reticencia hasta por la demora en publicar su primera novela. 
              Iniciada en 1925, Ramos tenía ya cuarenta y un años 
              cuando Caetés apareció en 1933. Al año 
              siguiente saldría su segunda novela, São Bernardo, 
              que él llegaría a considerar como menos mala que la 
              anterior. Nacido en una localidad que tenía el nombre simbólico 
              de Quadrángulo, hijo de un pequeño terrateniente y 
              comerciante, el coronel Sebastião Ramos (el título 
              era honorífico), criado entre gritos y golpes, Graciliano 
              se acostumbró a encerrarse en sí mismo hasta un extremo 
              casi patológico. Una enfermedad lo dejó casi ciego 
              por un tiempo, dificultando aún más el aprendizaje 
              de las primeras letras. Tenía unos nueve años cuando 
              pudo empezar a leer con cierta facilidad. Pero a pesar de la demora, 
              y la falta de estímulos del ambiente familiar, Graciliano 
              aprendió (o se enseñó a sí mismo) 
              no sólo el mejor portugués de su generación 
              sino también el francés y el inglés. Durante 
              sus años de principiante literario, estuvo bajo la influencia 
              de Gorki y de algunos maestros de la lengua portuguesa, como el 
              novelista Eça de Queiroz (cuya corrosiva ironía le 
              serviría de modelo en Caetés), y de novelistas 
              brasileños como Machado de Assis y Raúl Pompéia, 
              y del famoso cronista de Os Sertões Euclides da Cunha. 
              Pero fue el encuentro y la amistad con Lins do Rêgo y Rachel 
              de Queiroz en Maceió, los que orientaron su obra en un sentido 
              que permitiría su asimilación superficial al grupo 
              del Nordeste. El libro que oficializaría ese equívoco se llama 
              Vidas Sêcas y fue publicado en 1938. La crítica 
              de la época se apresuró a proclamarlo una obra maestra 
              del regionalismo y el mejor libro de Graciliano Ramos. El juicio 
              hoy podría cualificarse. Es verdad que supera la restante 
              producción nordestina y que es, tal vez, su mejor libro. 
              Pero como novela, es algo más que una narrativa del Nordeste 
              y, dentro de la obra entera del autor, no es siquiera su libro más 
              representativo, más suyo. El equívoco hoy es inaceptable. 
              En 1938 podía aún justificarse. Como Vidas Sêcas 
              describe la odisea de una familia del interior de Alagos en 
              busca de trabajo, y muestra en su peripecia la explotación 
              económica y la prepotencia de los representantes del poder 
              (militar, patronal), el libro puede ser legítimamente leído 
              como un documento sobre el destino de los miserables retirantes 
              del Nordeste. Pero el libro dice más. Por estar escrito en 
              una lengua económica y escueta, despojada de todo adorno, 
              por evitar el discurso ideológico del autor, y eliminar el 
              diálogo (sólo se conoce lo que los personajes dicen 
              y piensan por un narrador en tercera persona que se adhiere íntimamente 
              a ellos), Vidas Sêcas produce un impacto mayor que 
              el de las obras laxas y discursivas de Lins do Rêgo, 
              o ]as truculentas del Amado de esos años. Cada uno de los 
              capítulos de Vidas Sêcas es autónomo 
              (fueron adelantados originariamente en la prensa brasileña 
              como cuentos) pero la articulación narrativa de los mismos 
              es magistral. Condensan la experiencia de un novelista que había 
              aprendido, en sus tres libros ya publicados, el valor de la reticencia. 
              Por evitar el análisis, mal llamado psicológico (del 
              que había abusado en la novela anterior, Angústia, 
              1936) Graciliano Ramos consigue revelar, más por alusión 
              que por exposición directa, la vida interior de sus desposeídos 
              personajes. Sus relaciones con el medio y con los animales que los 
              rodean, dicen más que cualquier disertación. El sol, 
              un perro y una sombra son personajes tan legítimos del relato 
              como Fabiano, su mujer y sus dos hijos. Ramos era un hombre silencioso que sólo se abría 
              ante amigos muy probados, y Vidas Sêcas es un libro 
              silencioso, el tipo de obra que necesita ser releída para 
              revelarse enteramente. Aunque la fatalidad y la injusticia se ceban 
              con sus personajes, Graciliano Ramos rehuye el panfleto. Incluso 
              rehuye la fácil solución trágica: Fabiano y 
              los suyos han de seguir luchando y padeciendo, sin aprender a rebelarse, 
              confiando siempre en la solución milagrosa que les fue inculcada 
              con el pan y el vino de la comunión. Con la perspectiva actual 
              es fácil comprender por qué un libro tan fatalista 
              fue celebrado hasta por la izquierda más militante. A riesgo 
              de mal interpretar el libro, la crítica prefirió verlo 
              como un documento sobre la injusticia de un sistema paternalista 
              y casi feudal. Subrayaron lo que Vidas Sêcas tenía 
              de escueta denuncia; se saltaron lo que era, en definitiva, una 
              visión pesimista del hombre y la sociedad del Nordeste. Cuando 
              Fabiano se enfrenta por segunda vez con el soldado amarillo que 
              lo había abusado y castigado, se humilla por segunda vez 
              porque este representa el Gobierno, y el Gobierno es siempre Gobierno. 
              La izquierda pasó como sobre ascuas por esta conclusión 
              y sólo celebró la denuncia. Había otra razón para que Graciliano Ramos fuese 
              saludado como un maestro del regionalismo político. En 1936, 
              había sido preso y mantenido en la cárcel casi un 
              año, sin juicio ni acusación, por sus conocidas simpatías 
              con el comunismo. El mismo Gobierno de Vargas que había premiado 
              la neutralidad política de Mario de Andrade nombrándolo 
              Director del Instituto de Artes de la Universidad del Distrito Federal 
              (Río de Janeiro, 1938), habría de perseguir y torturar 
              psicológicamente a Graciliano Ramos; convirtiéndolo 
              automáticamente en mártir de la izquierda. Aunque 
              ya en 1937, Ramos salió de la injusta prisión, en 
              torno a su figura se centraron en Río de Janeiro escritores 
              contestatarios. En ese contexto, Vidas Sêcas, y toda 
              la obra anterior y posterior de Graciliano Ramos habría de 
              ser leída y discutida. Una lectura diferente de esta se impone, 
              sin embargo, ahora. Polémica tácita con el Modernismo Es bien conocida la actitud anti-modernista de Graciliano Ramos. 
              En más de una ocasión se refirió acremente, 
              y hasta con desprecio, a los paulistas que iniciaron un movimiento 
              que él veía como excesivamente preocupado con la modernidad 
              europeizante. El vanguardismo de Mario y Oswald de Andrade no le 
              interesaba para nada. De ahí que haya sido muy fácil 
              filiarlo (por su temática y su poética) en el grupo 
              del Nordeste. Pero lo que se ha observado menos es que también 
              Graciliano Ramos se ha referido acremente a muchos de sus compañeros 
              regionalistas. La facilidad de Jorge Amado le pareció siempre 
              aliteraria; el punto de vista de Lins do Rêgo, demasiado 
              elitista. (Aunque era amigo de ambos, no se callaba sus críticas, 
              en privado y en público.) Pero lo que es menos sabido es 
              que ya en su primera novela atacaba tanto los excesos del regionalismo 
              como los presupuestos básicos de la antropofagia. Al escoger 
              como protagonista de Caetés a un intelectual de provincia, 
              que sueña con escribir una novela histórica sobre 
              los indios que poblaron esa región en la época del 
              descubrimiento y conquista del Brasil (los caetés del titulo), 
              Graciliano Ramos está matando dos pájaros de un tiro. 
              El regionalismo aparece ridiculizado en la mediocridad del ambiente 
              con una ferocidad que ha hecho recordar a la crítica las 
              novelas de Eça de Queiroz. Lo que nadie parece haber notado 
              es que la idea de una novela histórica sobre los caetés 
              es un pretexto para una polémica tácita con los postulados 
              de Manifiesto Antropófago, de Oswald de Andrade. Porque 
              ese manifiesto toma como punto de partida simbólico precisamente 
              el momento en que los indios caetés matan y devoran al obispo 
              Sardinha. Al burlarse de la empresa imposible de reconstruir aquel 
              episodio y de las ambiciones del narrador, João Valerio, 
              Graciliano Ramos se está burlando también de las pretensiones 
              de Oswald de Andrade de reconstruir en la São Paulo de los 
              años veinte un matriarcado de Pindorama que tal vez sólo 
              existió en su imaginación encendida por los fuegos 
              de Nietzsche y Freud. Tal vez la inquina que posteriormente mantuviera Graciliano Ramos 
              contra este, su primer libro, se debía al hecho de que la 
              polémica tácita resultó invisible. Ni siquiera 
              Antonio Cándido (que ha dedicado buenas observaciones al 
              libro) parece haber sospechado la coincidencia entre el mediocre 
              proyecto de João Valerio y la doctrina antropofágica 
              de Oswald de Andrade (8). Sin embargo, en el contraste entre la 
              mediocridad del ambiente provinciano en que se mueve el narrador 
              y su ambición de novelista histórico, se insinúa 
              sutilmente una burla a los antropófagos. Al fin y al cabo, 
              si João Valerio, que era de Alagoas, no podía reconstruir 
              una sociedad perdida irremediablemente, que podrían hacer 
              los antropófagos paulistas que tal vez solo vieron un indio 
              en las láminas de Hans Staden o de Theodore de Bry. Para 
              Graciliano Ramos, ese canibalismo de los Modernistas era apenas 
              un juego literario. Una frase de una entrevista con Homero Senna, 
              sintetiza su oposición al grupo de São Paulo: - E que impressão lhe ficou do Modernismo.?- Muito ruim. Sempre achei aquilo uma tapeação desonesta. 
              Salvo raríssimas excepções os modernistas brasileiros 
              eram unos cabotinos. Enquanto outros procuravam estudar alguma coisa, 
              ver, sentir, eles importavam Marinetti.
 - Quer dizer que não se considera modernista ?- Que ideia !Enquanto os rapazes de 22 promovian seu movimentozinho, 
              achava-me em Palmeira dos Indios, em pleno sertão alagoano, 
              vendendo chita no balcão (9)
 Más tarde, Graciliano Ramos llegaría a conocer a 
              Oswald de Andrade y a manifestar su simpatía por él, 
              pero esa simpatía no se extendió nunca al movimiento 
              modernista que él veía (con delicado error) como un 
              apéndice del futurismo. No es cuestión de discutir 
              ahora este enfoque parcial sino de registrar la intención 
              de polémica tácita con la antropofagia que tiene, 
              casi invisible, Caetés. Aunque el autor se negase 
              a admitirlo, esta novela era algo más que un libro olvidable. El regionalismo psicológico Si Graciliano Ramos se apartaba, en teoría y práctica, 
              del Modernismo, también se apartaba en la práctica 
              del regionalismo como lo entendían sus amigos de Alagoas. 
              Así lo demuestran las dos novelas que publica sucesivamente 
              después de Caetés. Tanto São Bernardo 
              como Angústia se sitúan, no en el sertão, 
              sino en pequeñas ciudades del interior en que la mediocridad 
              de la vida y las pasiones mezquinas se vuelven más ridículas 
              por las ambiciones literarias de sus narradores protagonistas. Ambos 
              libros están más cerca del Flaubert de Madame Bovary 
              o L'Education sentimentale, del Dostoievski de Crimen 
              y castigo, que de los narradores del regionalismo brasileño. 
              Son novelas psicológicas en que la maldad del protagonista 
              de la primera, y los impulsos criminales del protagonista de la 
              segunda, importan más que la descripción del ambiente 
              o las costumbres. Representan una variante de la mal llamada "novela 
              psicológica." A las exploraciones de Eça de Queiroz 
              y Machado de Assis, suman una obsesión del autor por las 
              fracasadas ambiciones literarias. Novelas en que el sarcasmo y la ironía conducen a veces 
              el texto a la parodia, fueron leídas como documentos realistas. 
              La confusión es explicable. También Flaubert fue identificado 
              con el realismo decimonónico, a pesar de Salammbó, 
              de La Tentation de Saint-Antoine, de Bouvard et Pécuchet; 
              es decir: de su obra más creadora y original. Algo de la 
              mediocridad, aunque nada de la inocencia, de los escribas de Flaubert 
              asoma en el Paulo Honório de São Bernardo y 
              en el Luis da Silva de Angústia. Lo que agrega Graciliano 
              Ramos es lo que ya había encontrado en Machado de Assis: 
              esa metanarración que convierte el São Bernardo 
              que lee el lector en el São Bernardo que 
              escribe Paulo Honorio. La distancia es mayor en Angústia, 
              o parece mayor, porque Luis da Silva no logra dar remate a sus notas. 
              O, por lo menos, el texto de la novela no tiene la condición 
              de acabamiento que el de São Bernardo. Hay una razón 
              biográfica para esta diferencia entre una y otra narración. 
              En tanto que Graciliano Ramos corrigió hasta el menor detalle 
              de las otras novelas que publicó en vida, Angústia 
              salió a la luz en 1936 cuando él todavía estaba 
              preso. No hubo revisión final, acontecimiento que provoca 
              no pocas de las lamentaciones del autor en sus Memórias 
              do cárcere. Circula, incluso, la leyenda de que por estar 
              inconforme con el texto de Angústia, resolvió 
              destruirlo, arrojándolo a la basura. Su mujer, Heloisa, y 
              Rachel de Queiroz, serían las encargadas de rescatar el manuscrito 
              y protegerlo del autor, y de la policía, hasta su publicación. 
              (Otra variante de la leyenda indica que todo fue programado por 
              el autor, como una broma para estimular a sus protectoras.)(10) 
              Sea como fuere, el texto de Angústia no tiene el "acabado" 
              del de São Bernardo y justifica el que muchos críticos 
              lo consideren inferior al segundo. Tal vez sea cierto. Pero hay en Angústia, en el texto 
              mismo de la novela, una tensión trágica que no se 
              mitiga ni siquiera cuando ocurre el asesinato de Tavares por Luis 
              da Silva. Esa tensión se origina (como en Dostoievski, como 
              en Borges) cuando el lector descubre que el asesino y su víctima, 
              que el frustrado Luis da Silva y el seductor Tavarez son dobles, 
              esquizofrénicamente separados por la narración. Aunque 
              Graciliano Ramos se inspiró para componer a estos personajes 
              en personas que él mismo conoció, la fuerza oscura 
              y obsesiva que ellos alcanzan en el texto de la novela, viene de 
              otra fuente: el autor y su narrador son idénticos en la actitud 
              aunque distintos en la peripecia biográfica. Autobiografías secretas Ya Flaubert había declarado cierta vez: "Madame Bovary, 
              c'est moi." Como su maestro, Graciliano Ramos llegó 
              a decir: "sólo puedo escribir lo que soy."(11) 
              Sus tres primeras novelas (en que siempre hay un escritor de provincia, 
              fracasado, de protagonista) son espejos deformantes de su propia 
              iniciación literaria. Así como Graciliano Ramos se 
              sintió marginalizado en Palmeira dos Indios o en Maceió 
              con respecto a la vida literaria brasileña que se centralizaba 
              en Río de Janeiro o São Paulo (sólo residirá 
              permanentemente en la entonces capital del Brasila partir de su 
              salida de la cárcel, en 1937), sus protagonistas son escritores 
              frustrados (João Valerio, en Caetés), ocasionales 
              (Paulo Honório en São Bernardo) o meros periodistas 
              de provincia (Luis da Silva en Angústia). En el espejo 
              deformante de su mediocridad reconoce Graciliano Ramos la caricatura 
              de su propia ambición. La crítica se ha encargado de corregir esa versión 
              negativa de sí mismo que él ofrece en sus libros autobiográficos o en sus cartas y declaraciones 
              periodísticas. Aunque prefería hablar de su obra como 
              si no valiese nada, o estuviese aún muy por debajo de lo 
              que pretendía, Graciliano Ramos sabía perfectamente 
              que su ambición literaria no era vulgar. El éxito 
              de Angústia, más tarde confirmado y aumentado 
              por Vidas Secas, habrían de atemperar un poco su escepticismo, 
              sin modificarlo del todo. Porque las raíces de esa insatisfacción 
              consigo mismo llegaban muy lejos, hasta una zona arcaica de su vida.
 
               
                | Machado de Assis  |  De ahí la paradoja de que sus primeras tres novelas (tan 
              trágicamente autobiográficas) fuesen inscritas por 
              la crítica del momento en una tendencia literaria, el regionalismo, 
              con la que muy poco tenían que ver. El equívoco fue 
              consagrado por la publicación de Vidas Sêcas: 
              esta obra parecía indiscutiblemente una pieza mayor del regionalismo 
              nordestino. La verdad es que ni las tres primeras novelas eran, 
              literalmente, costumbristas, ni Vidas Sêcas era apenas 
              un documento regional. Las obsesiones de João Valerio, Paulo 
              Honório y Luis da Silva eran cualquier cosa menos típicas. 
              Intelectuales que necesitaban (como los protagonistas de Memorias 
              póstumas de Brás Cubas y Don Casmurro, 
              de Machado de Assis) dejar un testimonio de su vida y pasiones, 
              o, por lo menos, transformar su realidad en novela, los tres escapaban 
              anchamente del mundo mediocre y aliterario que los rodeaba. Es inútil 
              que cierta crítica quiera ver en estas tres primeras novelas 
              un reflejo del mundo real en que vivió Graciliano Ramos sus 
              cuarenta y cuatro primeros años. Puede demostrarse fácilmente 
              (y Helmut Feldmann lo ha dicho) en qué personajes reales 
              se basó el novelista alagoano; qué anécdotas 
              escapan de la crónica periodística o de la sección 
              policial. Lo que las unifica no es lo anecdótico de Alagoas 
              sino la obsesión literaria de los protagonistas: obsesión 
              que es eco de la que consumía a su autor. Nada más 
              subjetivo que ésta pasión. Nada menos regionalista 
              que esta subjetividad. Como Güiraldes, otro gran escritor erróneamente 
              inscrito en el regionalismo, Graciliano Ramos solo usaba el marco 
              local para explorar una pasión extremadamente singular. Sus 
              maestros (Flaubert, Dostoievski, Eça de Queiroz, Machado 
              de Assis) ya le habían enseñado a liberar su obra 
              de las falsificaciones del regionalismo. Memorias de infancia y cárcel Los dos libros mar importantes que escribe Graciliano Ramos después 
              del éxito equivoco de Vidas Sêcas serán 
              explícitamente autobiográficos. Con Infãncia 
              (1945), abandona la máscara novelesca y habla, por primera 
              vez, en nombre propio. La narración es atroz. Nacido en una 
              familia de sórdidos sertanejos, el niño Graciliano 
              sólo conoce el abuso de la autoridad paterna y el odio de 
              una madre abrumada por la maternidad. El miedo, el terror incluso, 
              es su experiencia más constante. Castigos brutales, indiferencia, 
              arbitrariedades; esa es la lección que aprende en su infancia 
              y que trasmite a las criaturas de sus novelas. Leer Infãncia 
              es no sólo reconocer muchos de los personajes de sus tres 
              primeros libros, y relevar anécdotas y paralelos. Es, sobre 
              todo, descubrir que el más autobiográfico de todos 
              sus personajes es el Fabiano de Vidas Sêcas porque 
              éste, como el niño Graciliano, pertenece a la vasta 
              comunidad de los humillados y ofendidos de que habló Dostoievski, 
              nada más parecido al mundo de naturaleza implacable y brutalidad 
              del poder que dibuja Vidas Sêcas que el mundo que el 
              novelista invoca en Infãncia. Que el autor haya encontrado en aquella novela la fórmula 
              perfecta para ficcionalizar su realidad más íntima 
              es una de las paradojas de la literatura brasileña. No son 
              João Valerio, Paulo Honorio o Luis da Silva quienes realmente 
              "representan" a Graciliano Ramos en su ser interior. Es 
              Fabiano que aguanta estoica y humildemente los golpes de fortuna, 
              la brutalidad de la naturaleza, el arbitrio obsceno del poder. Incluso 
              en la peripecia del hijo mayor de Fabiano (que escucha en la noche 
              la voz del padre contando historias) hay un eco de esa única 
              luz que a veces recibía el niño Graciliano de su duro 
              padre. Su libro más autobiográfico y su novela más 
              objetiva, "regionalista", acaban por mostrar su íntimo 
              parentesco literario. Un crítico perspicaz ya había descubierto que en 
              Graciliano Ramos, "o menino é tudo"(13). Como Wordsworth 
              (que había acuñado en un famoso poema la fórmula: 
              "The Child is Father to the man"), las raíces más 
              hondas de la creación literaria de Graciliano Ramos están 
              en esa infancia atroz. La redacción de las Memórias 
              do cárcere (que sólo fueron publicadas póstumamente 
              en 1953) confirma esa paternidad invertida. Al margen de su indiscutible 
              valor como documento político de una época infame 
              de la sociedad brasileña, las memorias valen como retrato 
              no retocado del viejo Graciliano. Sus grandezas y mezquindades, 
              su generosidad hirsuta y su incapacidad de reciprocar, así 
              fuese mínimamente, un gesto de amistad o de amor, aparecen 
              implacablemente registrados en las cuatro partes de este libro infernal. 
              Graciliano Ramos aprendió en su infancia la dura lección 
              del castigo corporal, de la falta de amor, de la injusticia, hasta 
              un punto en que sus sentimientos se congelaron, su capacidad afectiva 
              se automutiló, su masoquismo llegó a refinamientos 
              increíbles. En la cárcel, y a pesar del testimonio 
              de sus sentidos que reiteradamente le demostraban el aprecio y no 
              sólo el cariño, sino el respeto con que era distinguido 
              por sus compañeros y hasta por los carceleros, Graciliano 
              Ramos continúa presentándose como un ser perseguido 
              y destituido, el niño apaleado que nunca se queja pero nunca 
              perdona.  Es cierto que la cárcel (sin juicio o acusaciones) era la 
              clásica situación kafkiana que podía haber 
              fomentado el masoquismo hasta en el más empedernido optimista, 
              pero el regodeo con que Graciliano Ramos acepta esta situación 
              feroz, el cuidado con que se deja despojar de todo, o renuncia a 
              privilegios normales, indican que, desde su infancia, estaba entrenado 
              para convivir con seres infernales y que su estancia en la cárcel 
              fue (de manera paradójica) la culminación de sus pesadillas 
              masoquísticas. Los horrores que imaginariamente padeció 
              el protagonista de Angústia fueron las realidades 
              de su autor en la horrible experiencia que registran las Memórias 
              do cárcere. Felizmente, el masoquismo de Graciliano Ramos se detenía 
              ante el arte de escribir. Aquí él pasaba la raya. 
              Como lo demuestran las memorias, aún en las condiciones más 
              desfavorables él conseguía escribir. Un impulso de 
              invención más fuerte que el impulso de autodestrucción 
              lo hizo continuar tomando notas y pensando obsesivamente en la necesidad 
              de dejar un testimonio personal durante los peores momentos de su 
              vida en la cárcel. Es cierto que, en más de una ocasión, 
              debió destruir sus notas. Pero no menos cierto es que dedicó 
              los últimos años de su vida (mal de salud pero aún 
              entero) a la redacción de este libro. Algo de la obsesión 
              que tenía Paulo Honorio de registrarlo todo, había 
              en él. A su muerte, quedaban un par de capítulos por 
              escribir pero la tarea principal estaba concluida.
 Aunque para Graciliano Ramos el libro era sólo un borrador, 
              la muerte se encargó de darle término. Por una última 
              paradoja que él tal vez hubiera sido capaz de aceptar como 
              se acepta la fatalidad, el manuscrito fue vetado por el Partido 
              Comunista brasileño y se publico sólo por insistencia 
              de los herederos. La versión que se conoce fue preparada 
              por uno de sus hijos, el escritor Ricardo Ramos, y ha sido impugnada 
              por una de sus hijas, Clara Ramos y por algunos críticos. 
              La comparación de algunas páginas facsimilares del 
              manuscrito con el texto publicado permite verificar extrañas 
              variantes. Lamentablemente, el acceso al manuscrito es por ahora 
              imposible. Se anuncia una edición crítica del libro. 
              Hasta que no sea publicada parece más prudente suspender 
              el juicio. Ésta tal vez sea la última paradoja que subrayar 
              en el curioso destino literario de Graciliano Ramos. Inscrito desde 
              sus orígenes literarios en un movimiento regionalista con 
              el que tenía poco que ver; celebrado por Vidas secas, 
              un libro que es muy suyo pero sólo en la entraña más 
              íntima de su escritura autobiográfica; exaltado por 
              un Partido al que dedicó muchas energías en las últimas 
              décadas de su vida pero que interfirió estalinísticamente 
              en la publicación de su última obra importante, Graciliano 
              Ramos pareció destinado a producir su obra en el equívoco. 
              La fama es el peor de los malentendidos, dijo una vez Rilke. En 
              el caso de Graciliano Ramos, esto resulta evidente. O, por lo menos, lo era hasta hace poco. Con la perspectiva de 
              casi treinta años de su muerte, ya parece posible leer a 
              Graciliano Ramos como lo que es: el mayor novelista brasileño 
              de la primera mitad del siglo XX, el único que puede situarse 
              (sin concesiones ) entre Machado de Assis y Guimarães Rosa, 
              y no apenas como el mejor de los regionalistas. Yale University" 1 Me baso en un texto, "La muerte brasileña", 
              recogido en el volumen primero de mis Narradores de esta América 
              (Montevideo, 1969, aunque modificado y ampliado sustancialmente.) 2 Véase, en el mismo volumen de Narradores, 
              los trabajos sobre "Mariano Azuela: Testigo y crítico", 
              "Doña Bárbara: Una novela y una leyenda americana", 
              "Hipótesis sobre Ciro Alegría."  3 Para un enfoque "socialista" de la obra 
              de Graciliano Ramos. Véanse los trabajos de Carlos Nelson 
              Coutinho y Leônidãs Cãmara en Graciliano 
              Ramos, editado por Sõnia Brayner (Río de Janeiro, 
              1977) 4 Los mejores trabajos sobre Mario y Oswald de Andrade, 
              en el contexto del Modernismo, son los de Haroldo de Campos: Morfología 
              de Macunaíma (São Paulo, 1973) y el prólogo 
              a las dos "novelas-invención" de Oswald en el volumen 
              2 de sus Obras completas (Río de Janeiro, 1971). Para 
              la antropofagia, véase el excelente estudio de Benedito Nunes 
              en el volumen 6 de las mismas Obras (Río, 1978). He 
              adelantado el enfoque de este capítulo en las notas a Mario 
              y Oswald de Andrade en mi The Borzoi Anthology of Latin American 
              Literature, volumen II (New York, 1978).  5 Un paralelo entre Mario de Andrade y Borges ha 
              sido esbozado en mi libro, Mario de Andrade/Borges (São 
              Paulo, 1978). Para una información más detallada sobre 
              la carrera literaria del escritor argentino, véase mi Jorge 
              Luis Borges. A Literary Biography (New York, 1978).
 6 El pesimismo de Graciliano Ramos ha sido señalado, entre 
              otros, por Otto María Carpeaux, Antônio Cándido, 
              Alvaro Lins, Olívio Montenegro y Rolando Morel Pinto. Para 
              una discusión, véase el artículo de Franklin 
              de Oliveira en la recopilación citada de Sonia Brayner.
 7 Aunque menos divulgada que su opinión sobre 
              los Modernistas, no es menos demoledora la que lo merecen los Nordestinos: 
              unos "Analfabetos de talento. Enbrenhando-se pela sociología 
              a pela economia, lançan no mercado romances causadores de 
              enxaqueca ao mais tolerante dos gramaticos". La opinión 
              está citada por Clara Ramos en su Mestre Graciliano. Confirmação 
              humana de uma obra (Río de Janeiro, 1979), p. 137.  8 Véase la edición de Antõnio 
              Cándido de Graciliano Ramos, Trechos escolhidos, (Río 
              de Janeiro, 1975), pp. 8-9. 9 La entrevista está en Brayner, recopilación 
              citada, pp. 50-51. El encuentro de Graciliano Ramos con Oswald de 
              Andrade está registrado en el libro citado de Clara Ramos, 
              pp. 120-121.  10 El episodio de la destrucción y salvamento 
              de Angústia, en sus dos variantes (la segunda es atribuida 
              a Lins do Rêgo) está en Clara Ramos, p. 92. 11 En la misma entrevista con Homero Senna, reproducida 
              en Brayner, afirma Graciliano Ramos "Só poso escriver 
              o que sou. E se as personagens se comportan de modos diferentes, 
              é porque não só um só. Em determinadas 
              condições, procederia como esta ou aquela das minhas 
              personagens. Se fose analfabeto, por exemplo, sería tal qual 
              Fabiano..." (p. 55). 12 Véase Helmut Feldmann: Graciliano Ramos, 
              Reflexos de sua personalidade na obra (Fortaleza, 1967). 13 Véase el trabajo de Otávio de Faria," 
              Graciliano Ramos e o Sentido do Humano," en Brayner, p. 175. 14 Para la discusión sobre el manuscrito de 
              Memórias do Cárcere, véase Clara Ramos, 
              pp. 252-262. |