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"Carlos Fuentes"
En El arte de narrar, Monte Ávila Editores, Caracas,
1978, pp. 113-146.

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"LA PERSONALIDAD de Carlos Fuentes es casi tan incandescente como sus novelas. Moreno y delgado, con un rostro de ojos penetrantes y boca muy sensible, una nariz que la vehemencia de la conversación hace saltar y afilarse, las manos danzando delante de la cara para trasmitir con sus arabescos la figura exacta de lo que está contando, la voz algo ronca, pero al mismo tiempo incisiva, la fluidez natural del discurso de quien practica varias lenguas modernas: estos elementos configuran exteriormente una de las personalidades más vivas y polémicas de las letras latinoamericanas de hoy. Ya sea en su enorme casa de San Angel Inn, en Ciudad de México, o en pleno Village neoyorkino, en un moderno hotel de Santiago de Chile o en un restaurante italiano de Montevideo, entre las ruinas ominosas de Chichén-Itzá o en la geometrizada disciplina del Boulevard de Courcelles, el azar me ha permitido ir acumulando a lo largo de más de cuatro años imágenes muy nítidas y vivas de Carlos Fuentes: he leído sus libros y escrito sobre ellos; he conversado interminablemente con él de todas las cosas de este mundo, y algunas más; hemos visto teatro y cine juntos. Sólo hace poco se nos ocurrió que había llegado el momento de reunir en una entrevista formal algo de ese constante coloquio. La ocasión parecía facilitada por el encuentro, no totalmente fortuito, de un magnetófono y dos voces en un tercer piso de la numerosa Rue St Lazare donde están las oficinas de Mundo Nuevo. Por la ventana entran los ruidos del París de hoy: miles de pies infatigables y el brusco chirrido de los frenos de alguno de esos impacientes automóviles, el murmullo sordo que produce la fricción de muchas erres, el ocasional tableteo de la lluvia de una primavera odiosa. En la oficina, dos voces junto a un micrófono.

La entrevista se realizó en varias etapas, sin otro plan previo que conversar sobre los temas que nos preocupaban, pero abriéndose y disparándose a cada rato hacia todos los extremos de la inquietud latinoamericana. Como Fuentes es un verdadero dínamo humano, muchas veces basta con insinuar la pregunta para que dispare con una larga contestación, totalmente articulada y riquísima de sugestiones, que, a su vez, generan más y más preguntas en un infinito contrapunto. Lo que ahora se publica es una selección del largo discurrir de esa entrevista permanente. La tarea principal del entrevistador fue provocar y estimular esa energía en movimiento que es Fuentes, encauzarla invisiblemente para que produjera más y mayores exploraciones dentro de su propia y auténtica sustancia.

Hace tiempo ya que Fuentes salió de México, en una jira europea que ha tenido una larga escala en Roma y por el momento está centrada en París. No es la primera vez que recorre el mundo. Hijo de un diplomático mexicano, el novelista se educó un poco en todas partes: hizo castillos de arena en Pocitos (Montevideo) y en Copacabana (Río), aprendió inglés en un colegio de Washington, estudió Derecho en Santiago de Chile y en Ginebra, donde se doctoró. El admirable conocimiento de las lenguas modernas es uno de los resultados de esta peripatética educación. Otro resultado es una amplitud de visión que no es fácil encontrar entre los intelectuales latinoamericanos, confinados por lo general al estímulo de las tradiciones locales, o la influencia de algún único polo cultural extranjero que solía llamarse Madrid durante la colonia y ha sido sustituido desde la Independencia por París y más recientemente por Nueva York o Moscú. Fuentes también ha recorrido el mundo socialista en una jira realizada en 1963 y desde hace algunos años mantiene estrecho contacto con los escritores norteamericanos que visitan México o él mismo ha visitado Nueva York en varias ocasiones recientes. Su obra se beneficia de esta multiplicidad de experiencias y de aperturas en un mundo que tiende a encerrarse en compartimentos vigilados por cejijuntos burócratas.

Aunque el tema de sus libros suele centrarse en México, no hay nada de arraigo chauvinista en su visión o en su lenguaje creador. Como le duele México, con pasión, con ardimiento, levanta en sus novelas y cuentos un espejo terrible que pone muy en evidencia (como la pintura y los dibujos de su compatriota y amigo, José Luis Cuevas) la esencia contradictoria y trágica de ese gran país. Nacido en 1928, en el filo de sus treinta años, publica su primer novela, La región más transparente (1958), que alcanza cinco ediciones mexicanas con un total de 25 mil ejemplares. De su segunda novela, Las buenas conciencias (1959), se han hecho dos ediciones, la segunda popular, de unos 15 mil ejemplares. Su tercera novela, La muerte de Artemio Cruz (1962), anda en la segunda edición, con 30 mil ejemplares. Ha publicado además una novela corta, Aura (1962, dos ediciones en México) y dos volúmenes de cuentos: Los días enmascarados (1954, con una reedición en 1965) y Cantar de ciegos (1964, dos ediciones). Tiene terminada una enorme novela, Cambio de piel, y está concluyendo una quinta, Zona sagrada. Dos de sus novelas (La región, Artemio Cruz) han sido traducidas al inglés, al francés, al italiano, al alemán, al serviocroata, al checo, al polaco, al ruso, al danés, al holandés, al sueco, al noruego y al finlandés. Desde fines de 1965, Aura circula en una hermosa edición en inglés. En este momento, Feltrinelli de Milán y Gallimard de París acaban de lanzar simultáneamente sendas versiones de Artemio Cruz, en tanto que en Estados Unidos, la casa Farrar & Straus prepara la traducción de Cambio de piel, que saldrá probablemente en inglés antes que en español.

Además de su actividad como narrador, Fuentes tiene otra muy constante como periodista. Colabora regularmente con artículos y ensayos en revistas de América Latina, Estados Unidos y Europa. En un campo más especializado, Fuentes ha estado siempre atraído por el cine. Hizo sus primeras armas como crítico en la Revista de la Universidad de México; ha trabajado bastante como libretista de películas experimentales. Dos de sus cuentos (Las dos Elenas y Un alma pura) sirvieron de base para sendas películas realizadas el año pasado por jóvenes cineastas mexicanos, y una adaptación suya de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, acaba de ser filmada por Carlos Velo. En estos momentos, Damiano Damiani concluye en Italia una versión de Aura. El cine no es para Fuentes una actividad de la mano izquierda. Como tantos escritores de su generación, ha participado desde pequeño en los irresistibles sueños colectivos que se llaman films. No es extraño, entonces, que para hablar de sus obras sea necesario muchas veces recurrir no sólo a una tradición que tiene a Balzac o a Faulkner como puntos de referencia, sino a otra en que sobresalen Luis Buñuel y Orson Welles. Tampoco es extraño que algunos de sus relatos tengan una cualidad profundamente cinematográfica, o que el cine (como experiencia doble de los personajes y del autor) figure siempre en ellos de manera significativa. El cine es la lengua franca de nuestros días y Fuentes la practica con la misma pasión y energía con que abarca toda la realidad de este tiempo.

Un sacrificio renovado

ERM: Mirá, Carlos, esta entrevista monstruo que inconscientemente hemos estado fabricando desde que nos conocimos en Santiago de Chile, en 1962, y que seguiremos fabricando a lo largo de los años, podría tener un nuevo comienzo ahora preguntándote un poco por tus actividades recientes en Europa y, sobre todo, por tu presencia actual en París. ¿A qué has venido esta vez?

CF: Bueno, son muchos motivos los que me traen. Desde luego, escapar un poco del canibalismo ambiente en la vida cultural mexicana, propio no sólo de México, sino de toda América Latina. Creo que América Latina, como tú bien sabes, es una especie de Balcanes de la cultura, sobre todo en la vida literaria. Está llena de Bosnias-Herzegovinas de terroristas a lo Gavrilo Prinzip, de dinastías Karageorgevich. Hay que salir un poco a respirar aire puro, a tomar perspectivas. Creo también que hay cierta tensión en la vida cultural de nuestros países, tensión nacida de esa demora a la que se refería Alfonso Reyes cuando decía: "Llegamos siempre con cien años de retraso a los banquetes de la civilización", y que nos conduce a descubrir Mediterráneos periódicamente. Hay un ángel negro del tiempo perdido que parece volar sobre América Latina y a veces confunde el último punto de referencia literaria o cultural que tenemos con un descubrimiento incandescente.

ERM: ¿Tú no crees que en estos últimos años, diez o quince tal vez, se haya acelerado ese proceso de descubrimiento de cosas realmente nuevas, de cosas que están más cerca de la realidad actual?

CF: ¡Ah, pero claro! Yo creo que en América Latina hay una actualidad ajena a cierto espíritu académico y de alta cultura con el que se ha querido limitar nuestra experiencia sensorial como escritores, como artistas, durante mucho tiempo. Somos países muy dominados por cierta idea de la armonía y cierta idea del positivismo. Pero nuestra vida misma, nuestra vida popular, nuestra vida urbana, sobre todo, ha ido gestando subterráneamente una serie de realidades que hoy, descubrimos, se pueden enchufar directamente con la realidad más viva de nuestro mundo: categorías como lo pop, como lo camp, como lo beat, existen en América Latina, en la vida urbana de América Latina.

ERM: Yo diría que sobre todo lo camp, en el sentido que usa la palabra Susan Sontag para definir un espíritu de gusto tan atroz, que ya empieza a ser de buen gusto, no sólo existe sino que preexiste en América Latina.

CF: Siempre ha habido en nuestros países una especie de intuición radical, sobre todo en México. Tú recuerdas que Breton llamó a México la tierra de elección del surrealismo, y si es cierto que el surrealismo es siempre esta tensión entre el deseo y el objeto deseado, en México la tensión es mucho más fuerte, porque el abismo entre el deseo y su objeto es enorme. Es un verdadero precipicio: todo encuentro del deseo con la realidad en México tiene que ser suprarreal por fuerza.

ERM: A mí me impresiona México como un país de unos contrastes tremendos entre la imagen oficial, la imagen voluntariamente estática de la revolución triunfadora, y la imagen real, mucho más dinámica y contradictoria. No es que no se hayan hecho cosas admirables en el terreno de la creación de un México realmente moderno, sino precisamente por el contraste descomunal que subsiste aún entre la versión que podríamos llamar académica e inmovilizada y una realidad mucho más rica e interesante, mucho más viva.

CF: Es que como la realidad de México siempre ha sido una especie de tigre, siempre ha sido una realidad tremendamente agresiva, toda la política oficial tiende a domesticarla, a limarle las uñas al tigre.

ERM: Pero lo que resulta es un tigre de juguete.

CF: Un tigre de papel.

ERM: Cuando tienen un tigre maravilloso... Creo que en América Latina tienen pocos tigres tan fascinantes como el de México.

CF: Sí, yo creo que las grandes zonas de la realidad contemporánea -o de lo que hemos venido a descubrir que es la realidad contemporánea- preexisten en México. Hay todo un mundo de las percepciones extrasensoriales que Artaud y Michaux y Huxley fueron a descubrir a México.

ERM: Como esos otros viajeros ingleses que también descubrieron cosas tremendas, como Lawrence, e incluso hasta ciertos viajeros negativos como Graham Greene, que escribió ese libro de odio católico, The Lawless Roads. Pero sobre todo pienso en el caso de Malcolm Lowry, que encuentra en la aparentemente idílica Cuernavaca las raíces de un México alucinado para poder desarrollar su vertiginosa novela Under the Volcano.

CF: Lo mismo sucede en relación con el pop art. México, evidentemente, tiene un pop art avant la lettre. Es decir, una exaltación de los objetos de la vida cotidiana, de objetos absurdos; incluso el arte de Diego Rivera creo que no es otra cosa sino pop art. Es la historia de México contada por Terry y los piratas, con los globitos que salen de la boca de los personajes y todo. El camp mexicano es uno de los más extraordinarios, más ricos del mundo. Ciudad de México a veces parece ideada por Joseph von Sternberg. Tiene esta inmensa exageración del estilo, este mundo de papier mâché, de defensa, a través del decorado, de una vida que se sabe muy provisional, que se sabe basada en fortunas muy raquíticas, malhabidas, que hay que decorar inmediatamente.

ERM: Yo agregaría que es una producción de von Sternberg financiada por Louis B. Mayer, porque hay notas de un gigantismo de mal gusto que superan todo el camp del inventor de Marlene.

CF: El Palacio de Bellas Artes, donde Tlaloc y Tiffany's se dan la mano, por ejemplo. También hay un existencialismo avant la lettre, y muy obvio. México es un país del instante. El mañana es totalmente improbable, peligroso: te pueden matar en una cantina, a la vuelta de una esquina, porque miraste feo, porque comiste un taco. Vives el hoy porque el mañana es improbable.

ERM: Mira, te voy a interrumpir. Cuando leí, sin haber estado aún en México, La región más transparente, uno de los episodios que me pareció más fabricado, es decir, más puesto ahí por el autor con una intención deliberada, y hasta si se quiere, perversa, fue el asesinato casual de Zamacona en una cantina. Y yo me preguntaba entonces: ¿Cómo es posible que un narrador que tiene tal seriedad frente a su obra, utilice un recurso de tan baja estofa como hacer asesinar casualmente, y sin ninguna preparación, a un personaje importante? Después de vivir cuatro meses seguidos en México, comprendí que tú habías sido estrictamente realista en tu ficción. Allí sentí una tensión que hace posibles las cosas más absurdas, esos sacrificios bruscos, sin sentido aparente.

CF: La verdadera venganza de Moctezuma no es la disentería: es el sentido permanente del sacrificio, del sacrificio para mantener el orden del cosmos. Eso ha sido la victoria final del mundo indígena en México.

ERM: Creo que eso está muy bien dado en el fondo último de tus novelas y cuentos. Conversando con mucha gente sobre La región más transparente, me he dado cuenta que para algunos de tus lectores el mérito mayor de esa novela está en el plano de la crítica social, en esos pantallazos acres, violentos, de la ciudad de México. Pero yo creo que el sentido profundo de la novela está en mostrar una persistencia del espíritu sacramental indígena debajo de la superficie del México moderno. Toda la historia de Téodula Moctezuma y su hijo Ixca Cienfuegos es la historia de una supervivencia de los viejos ritos en el México actual; la muerte de Norma Robles en el horrendo palacio estucado que le ha construido su esposo, el industrial, es el equivalente de un sacrificio por el fuego.

CF: Mirá que curioso. Así murió Linda Darnell hace un año. Ese tipo de juicio al que acabas de referirte, es el juicio falso que se hace con respeto a Balzac, por ejemplo. ¿Qué es Balzac para la crítica tradicional? Es un señor que describe las costumbres de la burguesía francesa posrevolucionaria del siglo XIX. Ahora, todos sabemos que eso no es sino el armazón que utiliza Balzac para hablar de todo un fondo, toda una carga, en la que los verdaderos protagonistas son la fuerza, la energía, la voluntad, la resistencia de la realidad a ser captada por la literatura, y, finalmente, la recherche de l'absolu, como se titula una de las novelas de la Comedia Humana. En La región más transparente hay simplemente un marco de referencia social cuyo sentido es revelar un fondo, una carga de otro tipo.

Fuera del ghetto

ERM: Volviendo al tema de tu partida de México. Yo pasé por allí poco después y todavía sonaba en el ámbito de la ciudad el eco convulsionado de una conferencia que diste al despedirte.

CF: Nada menos que en el Palacio de Bellas Artes. ¡Ja, ja, ja!

ERM: Allí te atreviste a profanar las convenciones literarias más respetadas; te atreviste a decir no sólo lo que pensabas y creías, sino a hablar de ti y de tu obra sin hipocresías y falsa modestia. Una de las frases que no te perdonaban era la afirmación de que José Luis Cuevas y tú eran los únicos creadores de las más recientes promociones que cuentan fuera de México.

CF: La conferencia fue un happening. La presidió Tongolele, una rumbera divina, junto con Cuevas y Pepe Donoso.

ERM: Un verdadero happening, porque violaba todas las normas de discreción mexicana que se están celebrando desde que alguien creyó descubrir sus huellas en Ruiz de Alarcón. Allí, en México, conseguí incluso un ejemplar del suplemento cultural de Siempre en que estaba reproducida la provocativa conferencia con las fotografías de una fiesta en tu casa, desplegadas como si fueran parte de una foto-novela, con globitos y todo, y muy pop. Entonces mucha gente me habló de ti y de Cuevas como "los irritantes", como los únicos que se atrevían a meter el puño en la llaga de la buena educación y las buenas conciencias.

CF: Mira, creo que después de una historia tan convulsa como la nuestra, hay una especie de miedo a todo el fondo subyacente del país, a ese fondo expresionista, violento y barroco que es, insisto, nuestro verdadero enchufe con un mundo que se ha vuelto violento, expresionista, y barroco y cuyas correspondencias actualmente son el pop art y el camp; son Günter Grass y Norman Mailer, y Andy Warhol y Susan Sontag, y Joan Báez y Bob Dylan, ¿verdad? Para mí éste es el mundo que cuenta, el mundo que me interesa realmente. En México, para domesticar al tigre, como decíamos hace un rato, se ha recurrido, y esto es muy importante para todos nosotros como escritores, a una especie de logomaquia, a un utilizar la palabra no en sentido liberador o revelador, sino en sentido ocultador. Es decir, hay una nueva burguesía en México que requiere una buena conciencia y esta buena conciencia se la da el poder con sus discursos, sus membretes, sus estatuas, y se la dan, por desgracia, muchos artistas que recurren también a este tono menor, fino y sutil de la discreción provinciana. Con ella se pretende alcanzar una especie de aristocracia artística, que en realidad es sólo la máscara de un malestar pequeñoburgués y de una insuficiencia provinciana. Entonces en país de tuertos el ciego es rey, y en país de mudos la palabra se vuelve explosiva. Cuevas y yo posiblemente hemos utilizado, un tanto, nuestras obras como detonadores para restituirle, a la forma y a la palabra, ese sentido que para mí tienen básicamente, de ser siempre reveladoras y liberadoras.

ERM: En tus novelas veo un crecimiento en esa dirección. Así, por ejemplo, en La región más transparente los elementos explosivos, verdaderamente explosivos, la sacralización del fondo, estaban un poco ahogados por la materia aparentemente documental de la novela. Ya en Artemio Cruz se pone un poco más en evidencia eso que tú decías al hablar de Balzac, ciertos factores profundos como la fuerza o el poder, la energía y la voluntad. En Aura (que es uno de tus libros que más me gusta), creo que es donde has conseguido expresar mejor en un plano a la vez poético y onírico todos estos elementos del trasfondo de la burguesía mexicana, con sus ocultamientos, sus tapujos, sus malas conciencias. Luego, en Cambio de piel, creo que te desatas del todo y te pones completamente al día con esa cultura mexicana popular y barroca, que es pop art sin saberlo. Pero quiero volver desde otro ángulo a la pregunta inicial sobre tu venida a Europa, sobre esta especie de exilio voluntario.

CF: Sí, sí, mira, yo también pienso que hay un momento en que una literatura existe y va adelante gracias a sus emigrados. No es gratuito que los dos escritores latinoamericanos más importantes de este momento sean Octavio Paz y Julio Cortázar, que son dos personas que, además de su talento, tienen esta enorme perspectiva frente a sus países y frente a la cultura latinoamericana. Yo me pregunto si la literatura norteamericana sería lo que es si Henry James y Gertrude Stein, Ezra Pound y Hemingway y Scott Fiztgerald no hubieran emigrado. Quizás hubiera quedado la literatura norteamericana en una dualidad: novelistas "naturalistas", pequeños Zolas, y novelistas "estéticos", pequeños Flauberts. Yo creo que la literatura norteamericana es lo que es gracias a la perspectiva ganada por los emigrados, y la literatura latinoamericana en general lo será también. Pero se sigue criticando al llamado cosmopolitismo y se sigue ejemplificando la crítica con Darío. Se nos olvida que también en el cosmopolitismo hay una aspiración muy nuestra, muy valedera, muy cierta, muy concreta, que es la de no debilitarnos en el aislamiento, la de romper ese aislamiento que nos disminuye y encontrar toda una serie de correspondencias y de afirmaciones en las relaciones abiertas de la cultura.

ERM: Yo creo que encerrarnos en un ghetto cultural más o menos imaginario, como nos proponen desde tantos extremos, es lo que nos ha hecho mucho daño siempre y nos sigue haciendo daño ahora. Hemos cambiado el monopolio de una metrópoli por otras, pero nunca nos hemos atrevido a circular libremente por el mundo entero. O nos hemos encerrado con todo resentimiento en nuestros ídolos, nuestros héroes, nuestras tradiciones, nuestras inquisiciones, como solteronas maniáticas y abrumadas por sus álbumes de estampas y sus carpetitas de crochet. Hemos sido demasiado tiempo unas vestales aterrorizadas por la proximidad de los bárbaros. Sin darnos cuenta de que los bárbaros ya estaban dentro.

CF: El aislamiento chauvinista hace el juego a nuestros verdaderos enemigos, a todos nuestros enemigos internos y externos. A las oligarquías locales que se disfrazan con el carisma de las banderas, la patria y los héroes muertos, porque los héroes vivos están prohibidos en América Latina; a los círculos reaccionarios de los Estados Unidos que desean mantener la sujeción, el atraso y el aislamiento de América Latina.

ERM: Por otra parte, los grandes nombres de la literatura latinoamericana son casi sin excepción gentes que han vivido fuera de su patria una época de su vida, desde el Inca Garcilaso y Ruiz de Alarcón, desde Bello y Sarmiento, pasando por Blest Gana, Martí, Darío, Mariátegui, Alfonso Reyes, Vallejo, Borges, Neruda, hasta los casos más cercanos, que tú mencionabas, de Octavio Paz y Cortázar.

CF: Sí, no niego que hay escritores cuyo apego a lo inmediato y su profundización en lo inmediato es muy importante. Tal es el caso de Rulfo. El es un hombre que profundiza enormemente la realidad de México y que no necesita viajar para ello. Pero también la aspiración cosmopolita, digámoslo con esa palabra que a veces tiene un sentido peyorativo, me parece muy importante, sobre todo en este momento en que, como dice Paz, somos por primera vez contemporáneos de todos los hombres. El signo real de la verdadera cultura latinoamericana es esa idea de Octavio Paz.

ERM: Yo diría más: es el signo real de toda la cultura de hoy. Eso es lo que yo veo en forma cada vez más clara: cada día se reduce más el espacio para los culturas de provincia. Por eso me parece que el problema del escritor voluntariamente exiliado (no hablo de los emigrados a la fuerza) carece por sí mismo de sentido estético y debe ser considerado en cada caso particular. El escritor que se exilia para escribir en un lenguaje internacional falso (como hizo un Gómez Carrillo), vuelve la espalda a su país y al hacerlo se condena. Pero en los casos que evocamos, desde el Inca Garcilaso hasta Octavio Paz y Cortázar, se trata de escritores cuyo desarraigo físico implica un gran arraigo espiritual y por lo tanto creador. Es una manera que sólo el artista puede conseguir: echar raíces a la distancia sobre la propia tierra. Hay aquí, me parece, un doble proceso de alejamiento y, a la vez, profundización en la verdadera esencia natural que está magníficamente ilustrado por el caso de Henry James. En estas condiciones, la emigración no hace al escritor menos sino más americano.

CF: Al contrario: al salir encontramos todas nuestras correspondencias reales, nuestros verdaderos valores. Porque hay que ver cuántas flores del ejido pueden salir de Xochimilco. En cuanto les da el aire, se secan.

Luzbel y la pop-literatur

ERM: Volviendo a lo particular, quisiera conversar un poco de tu nueva novela, Cambio de piel, que aún no ha sido publicada y leí con enorme interés a pesar de la cantidad de páginas de la copia dactilografiada. Son 450.

CF: Bien contadas y aprovechando mucho el papel.

ERM: Lo tuyo me dices. Ahora bien, a medida que la leía había cosas que no veía muy claro y que sólo al final empecé a entender. Ciertas cosas que tal vez tú te habías propuesto decir y que me gustaría discutir contigo. En principio la novela me pareció simplemente la historia de dos parejas que van juntas camino de Veracruz y se detienen en Cholula un día. Una pareja está formada por una norteamericana y su marido, un escritor mexicano; la otra pareja por una mexicana y un checoeslovaco. En realidad esta segunda pareja no es estrictamente una pareja porque sus relaciones entre sí, y con los otros dos, son bastante ambiguas y permutables.

CF: Es una pareja en otro sentido.

ERM: Yo diría que es un ménage à quatre.

CF: Un ménage de íncubos.

ERM: Y de súcubos. Bueno, estas dos parejas van camino de Veracruz y se detienen en Cholula. En la visión más superficial tu novela se ocupa de estudiar esa relación cuadrangular a partir de ese día que está dado con toda precisión de fecha.

CF: Es el 11 de abril de 1965.

ERM: El domingo 11 de abril de 1965.

CF: El domingo de Ramos.

ERM: Estos cuatro personajes, en una etapa de su viaje a Veracruz, se detienen en Cholula y visitan una pirámide. Desde el principio, al leer esa especie de prólogo del libro en que aparece la Cholula de hoy mezclada con la de los tiempos de la conquista española, me pareció evidente que tú querías introducir en tu novela varias dimensiones simultáneas del tiempo. De entrada se puede suponer que los acontecimientos de ese Domingo de Ramos encuentran sus ecos en otros momentos de la Historia. Esto también sugiere que de alguna manera las situaciones se repiten, aunque no se repitan exactamente igual. Mientras leía la novela, esa sensación creada por el prólogo, iba en aumento. No me parecía casual que las dos mujeres, por ejemplo, tuvieran el mismo nombre: Elizabeth e Isabel. De alguna manera sentía que eran permutables, que se trataba de la misma mujer en distinta altura de la situación vital o en distinta circunstancia. Los dos hombres, Javier y Franz, también podrían ser el mismo.

CF: Iría más lejos: el Narrador podría ser todos.

ERM: Sí, es cierto, porque hay un quinto personaje importante que es un narrador que aparece en algún momento y al que no hay que confundir contigo, con el autor. Ese narrador se dirige casi exclusivamente a las dos mujeres.

CF: Sí, las va alternando, y no las trata de la misma manera. Tiene una manera para dirigirse a Elizabeth, a la dragona, y otra para dirigirse a Isabel, a la novillera. Pero en realidad está dirigiéndose a las dos y a la misma, porque como tú decías está potenciando en Elizabeth posibilidades de Isabel y viceversa. En un sentido, para el Narrador, no sé si para nadie más, Elizabeth es lo que Isabel puede ser y lo que no debe ser al mismo tiempo. Isabel es una repetición de Elizabeth a otro tiempo, a otro ritmo. De ahí el tema del hombre que está siempre buscando a otra mujer fuera de la suya sólo para encontrar nuevamente un reflejo de esa mujer. Javier tiene el gran sueño romántico de La Mujer con L y M mayúsculas. Está encontrando mujeres particulares a las que no acepta, pero al mismo tiempo encuentra a La Mujer que, en realidad, ya ha encontrado. La relación se transfigura como una especie de diálogo de espejos.

ERM: Esa mujer que busca, ya la tiene. Es su mujer, la única.

CF: Y está capturado por ella. El sentido de la novela en este nivel es simplemente cómo se pierde y se rehace una relación. Cómo se transfiguran, a través de la relación los personajes. Salen purgados.

ERM: Por eso mismo, el final me parece un poco equívoco.

CF: Totalmente equívoco.

ERM: En la última parte es como si sugirieras varios finales posibles y ninguno del todo verdadero.

CF: Digo, la única manera de entender esta novela es si se acepta su ficcionalidad absoluta. Absoluta ¿verdad? Es una ficción total. No pretende nunca al reflejo de la realidad. Pretender ser una ficción radical, hasta sus últimas consecuencias.

ERM: De acuerdo. Pero hay cosas que despistan al lector, aun ese lector que como yo estaba buscando y encontrando un juego de espejos más o menos enfrentados y contrapuestos, y es sobre todo el hecho de que en algunos pasajes el Narrador parece definido como un personaje más, que acude en otro auto a esa misma Cholula del domingo 11 de abril de 1965.

CF: Así es. El va por la carretera nueva. Directamente por la supercarretera de cuota, mientras los otros se han perdido en los vericuetos de las Pirámides y Cuernavaca, Xochicalco, etc.

ERM: Esta circunstancia parecería postular, en un nivel literal de interpretación, una diferencia objetiva entre el Narrador y Javier.

CF: Sí, en el sentido de que el Narrador es el Deus ex machina de la novela y Javier no.

ERM: Pero el Narrador es también personaje de la novela y como tal está desprovisto de todo poder sobrenatural.

CF: Sí. Hay un momento en que aparece (no digo que sea) como un simple chofer de taxi en Ciudad de México.

ERM: Por lo tanto, hay un plano en que el Narrador de la novela puede ser también un chofer y puede ser Javier en una especie de desdoblamiento. Y hasta te diría que también puede ser Franz, lo que pone más en tela de juicio la identidad de cada personaje.

CF: Seguimos alimentándonos del último gran hecho espiritual del Occidente: el romanticismo. Cambio de piel es una novela sobre inminencias románticas: el mundo definido por la percepción individual es aberrante y puede conducir a la poesía o al crimen: a Javier o a Franz, que son dos rostros del mismo sueño. Por eso, toda la novela está sometida en tela de juicio, se está sometiendo a sí mismo en tela de juicio. ¿Es realmente el Narrador un señor que manejaba un taxi o es una historia más que inventa Javier, como las historias repetidas de sus encuentros con una mujer que podría ser Elizabeth? Por eso es que hablo de una ficcionalización radical.

ERM: Eso es lo que a mi me tienta más de tu novela y que me la hizo leer con enorme interés. Porque yo creo precisamente que la novela permite ese juego al escritor: entrar y salir dentro de la realidad de la ficción que va creando sin dejar de ser él mismo en el momento que la crea. Todo escritor de una novela está creando un mundo paralelo al propio, pero aquí, en tu novela, está también metiéndose en ese mundo paralelo. Y al hacerlo, queda sometido un poco a las leyes de ese mundo paralelo. Ahora, lo que también me apasiona en tu novela es lo que se puede llamar ese lado mítico que subyace en cualquiera de sus acciones. Aunque cada una de ellas está perfectamente delimitada en un contexto preciso de aspecto realista (esto es Praga, esto Cholula, esto Nueva York, esto Buenos Aires), al mismo tiempo parece como si ese suceso concreto y único pudiera representar simbólicamente cualquiera de los otros sucesos ocurridos en la novela o aun fuera de la novela. Por eso hasta cierto punto, los episodios norteamericanos o checos de la novela tienen cierto aire apócrifo porque son como versiones que un narrador se hace de esas realidad. Son, literalmente, episodios de novela.

CF: Sí, totalmente; esa es mi intención.

ERM: Creo que el prólogo ese, hablando de Cortés y de la Malinche fija el tono justo de la otra dimensión más profunda de la novela.

CF: Repito: hay un intento de ficcionalizar. Entonces, los episodios de Praga o de Nueva York, que en apariencia se presentan de manera realista, son otros tantos episodios fictivos en la novela. De la misma manera que las narraciones de episodios del pasado que también incluyo convierten a la historia en ficción, en pura narración imaginaria. La quema de los judíos en Estrasburgo, los exorcismos de la monja Jeanne Fery, la Bella Otero, son otros tantos episodios de ficción que podrían pertenecer a la Biblioteca de Babel.

ERM: Claro, claro. E incluso el episodio del campo de concentración en que aparece envuelto Franz es también una historia y una ficción.

CF: Creo que es la unidad de la novela, una novela que a veces parece no tener unidad. Para mí la unidad profunda es esa que acabamos de decir: la Historia es ficción, la realidad es apócrifa, el Nuevo Testamento fue escrito por Julio Verne.

ERM: Superficialmente, tu novela parece como si fuera un mosaico, hecha con recortes de cosas heterogéneas. Pero en realidad tiene un diseño profundo. Su importancia no está en la anécdota que cuenta, que está casi contada de entrada y es poco significativa en sí misma, salvo el final. Sino que cada pieza de ese mosaico remite a una figura, una especie de diseño interior que se refiere a esa posibilidad de permutar los personajes y las situaciones y los episodios. Entonces, tanto la violencia de los españoles en Cholula como la posterior violencia de los beatniks en la pirámide, como la violencia con que se quemó a los judíos en Estrasburgo o la violencia nazi, son la misma violencia.

CF: Hay una historia paralizada. Hay una historia convertida en Estatua de la Historia, remitida a sí misma, regresada a sí misma. No hay progreso histórico, eso es lo que está diciendo un poco la novela: no hay escatología, hay puro presente perpetuo. Hay la repetición de una serie de actos ceremoniales.

ERM: Ahí está, ése es el aspecto mítico del libro porque no hay que olvidar que todo empieza y concluye en mito. En el meollo del libro hay un sacrificio, un sacrificio en una pirámide.

CF: Es el sentido mexicano de la novela. Por eso culmina ahí.

ERM: Claro, y por eso no importa que el sacrificio sea hecho por los aztecas contra los tlaxcaltecas o los españoles contra los aztecas o los cristianos contra los judíos o los nazis contra los judíos o unos personajes de la novela contra otros. Ahora bien, aparte de eso que se puede llamar el sentido simbólico profundo del libro, está, creo, la historia de los personajes mismos en el plano de su vida amorosa. Ese eterno conflicto del hombre - que - busca - una - mujer - particular - a - través - de - varias - mujeres. Ahí es donde yo pensé que los dos planos de desarrollo de la novela (el anecdótico y el mítico) podían llegar a confundir un poco al lector y llevarlo incluso por la pista de que Franz y Javier eran la misma persona. Una especie de Doctor Jekyll y Mr. Hyde.

CF: Hasta cierto punto. Hay toda una escena, la del juicio, con los beatniks que interpretan los papeles de los personajes. Dentro de un juicio, es decir, dentro de un proceso, hay otras soluciones que posiblemente no sean las soluciones abstractas, míticas, del novelista, sino que interviene una especie de prueba de la necesidad, que es lo único que escapa a las manos del mitólogo.

ERM: En el fondo, Cambio de piel es como una de esas famosas historias románticas sobre el tema del döppelganger. Lo que pasa es que tú presentas más de un doble: hay uno compuesto por Elizabeth e Isabel, otro por Javier y Franz.

CF: La novela está llena de dobles. Hay incluso un capítulo dedicado al doble, a William Wilson, a Mr. Hyde. Todo apunta a una cosa: la novela misma es un doble.

ERM: Lo curioso es que mi experiencia de lector resulta por eso mismo paradójica. Mientras leía la novela, cuanto más tú mostrabas a Javier y Franz como dos personajes distintos, con pasados distintos, con naturalezas distintas, yo los veía como la misma persona. Sólo cuando tú revelas su identidad simbólica, se me aparecieron al fin como dos personajes. Sólo allí me resigné a aceptar que Javier y Franz eran al fin y al cabo dos. Te digo esto para que veas hasta qué punto la lectura de tu novela me hizo participar en la creación misma. Eso es lo que me parece extraordinario en Cambio de piel: que el lector deba moverse simultáneamente en todos sus planos, sin renunciar del todo a ninguno de ellos, y descubriendo finalmente que hay una identidad profunda entre todos. Ahora, de un punto de vista más superficial, te haría una crítica. Me parece que toda la primera parte abusa tal vez demasiado de los detalles del realismo concreto de cada situación y, por eso mismo, al lector le cuesta bastante (es una empinada cuesta) llegar hasta el momento en que puede empezar a atar los subterráneos hilos de la historia.

CF: ¿Pero no es a causa de la dificultad de la primera parte?

ERM: Ahí está el problema.

CF: Finalmente, yo concibo la literatura como una especie de encuentro de resistencias entre el lenguaje y la realidad. Por ello parto, quizás, con un plan, parto de presentar una realidad casi o totalmente opaca, impenetrable, y de hacer el ensayo de penetrarla para llegar a lo que quiero decir, de no evadirme de esa dificultad. Ahora lo que yo me pregunto, y te lo pregunto a ti como crítico, es si la segunda parte puede sostenerse sin toda esa espesura de la primera parte.

ERM: Eso es difícil de contestar. O mejor dicho: imposible. Habría que haber leído sólo la segunda parte, sin conocer de la primera más que una versión simple y esquemática. Mira, el problema del crítico es que resulta relativamente fácil señalar las cosas que no le parecen bien, pero es mucho más difícil encontrar soluciones o respuestas. Porque si las encuentra ya no es crítico, sino es otro señor que debía ponerse a escribir otro libro y dejar en paz al autor.

CF: El döppelganger del autor.

ERM: Exactamente. Creo que el crítico debe señalar ciertas cosas y dejar que el autor las vea o no las vea, las resuelva o no las resuelva pero a su manera. Por eso estuve pensando mucho antes de decirte que a mi juicio, la primera parte tendría que ser revisada drásticamente. Creo que hay en ti un amor apasionado por el detalle concreto de cada cosa que escribes. Tu increíble memoria para los menores aspectos de una realidad, esa cualidad de captar todas las dimensiones de un objeto, desde las más exteriores hasta las más imaginarias, hace que cuando escribes te cueste sacrificar algo.

CF: Yo soy puter-inner, no un taker-outer.

ERM: Sí, sí. Te disparas hacia todos los extremos de la realidad al mismo tiempo y sobre todo cuando estás empezando a trabajar un ambiente, cuando estás presentando por primera vez cualquiera de los escenarios en que se desarrollan las escenas capitales de la novela, entonces se manifiesta una tendencia a la acumulación que sólo resulta justificable después. Para emplear un ejemplo concreto: No te hablo de Praga porque no la conozco, pero esa calle Lavalle de Buenos Aires que tú presentas en un capítulo, con sus numerosos cines y la evocación de viejas películas argentinas y todo lo demás. Bueno, a mí me pareció que habría bastado con la mitad para dar la sensación que tú buscas. Que hasta cierto punto te ha traicionado el placer y la diversión extraordinaria, un poco masoquística si se quiere, de evocar a Floren Delbene y a Tita Merello y a Santiago Arrieta y a toda esa horda de espantosos actores de películas argentinas que hemos padecido en nuestra juventud.

CF: Bueno, hay por un lado lo que dices. Por otro lado, hay una razón muy evidente y es el hecho de que Elizabeth se está tratando de construir una mitología a partir de estas evidencias inmediatas que son objetos, que son películas, que son calles, que son trajes, que son cosas. Hay todo un mundo de cosas, muy pesadas, muy graves, muy opacas, y que están allí, a partir de las cuales trata de construir su realidad una judía norteamericana o que pretende pasar por una judía norteamericana.

ERM: Tal vez sólo sea una judía mexicana que pretende pasar por una judía norteamericana que trata de ambientarse en Buenos Aires por medio de dosis masivas de cine argentino de los años 30. Es claro. Pero eso es más visible para el autor que para el lector. Al menos en esa etapa de la novela. En cambio, el otro episodio argentino, el episodio del balcón que aparece un poco más adelante en que Javier y Elizabeth miran a la otra judía de la casa de enfrente, bueno, eso me parece, del punto de vista del lector, absolutamente magistral. No hay allí nada que sobre ni que falte.

CF: Pero ¿sabes por qué? Ahí hay una relación funcional entre Elizabeth y Javier. Están los dos referidos a esa muchacha desconocida y aun cuando haya una negación de la relación, están juntos en esa relación. En el otro capítulo, que es un paseo solitario de Elizabeth a lo largo de Buenos Aires, ella está sin Javier, y entonces está supliendo al hombre con los objetos, con las películas, con una serie de cosas.

ERM: En ese capítulo yo sentí más soledad de Elizabeth en su encuentro fortuito con otro hombre en el cine o en la espera de Javier en una mesa de café. Ahora, volviendo a la acumulación (y te adelanto este argumento para que veas que no sólo soy el abogado del Diablo sino del Otro), creo que la novela entera tiene cierto estilo de pop art.

CF: Ah, muy evidentemente, muy evidentemente.

 

 
 
 
 
 

 

 

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