|   | "Cine y teatro: discusión de un 
              problema"En co-autoría con Julio L. Moreno
 En Film, nº 14, junio 1953
 p. 10-15
   I  La distinción entre el cine 
              y el teatro "EL PROBLEMA DEL CINE MUDO AL SONORO. Antes del nacimiento 
              del cine sonoro, las relaciones entre el cine y el teatro no llegaron 
              a constituir un verdadero problema. El cine mudo -medio expresivo 
              esencialmente visual- poco podía tener en común con 
              el teatro, que se basa en el poder comunicativo de la palabra hablada. 
              Si los primeros teóricos del cine se ocuparon alguna vez 
              del problema, lo hicieron sólo para afirmar la autonomía 
              del nuevo arte, con lo cual estaban dándolo de antemano por 
              resuelto. Ese es el sentido de la tajante afirmación de Canudo: 
              'No busquéis las semejanzas entre el 
              cine y el teatro. No las hay.' No las hubo, quizás. Pero el advenimiento del sonoro vino 
              a alterar radicalmente los términos del problema. La música, 
              el baile y las canciones invaden entonces la pantalla, y la muda 
              elocuencia de la imagen se ve desplazada por una charla incansable. 
              Los comienzos del cine sonoro son también los comienzos del 
              teatro filmado. A partir de ese momento, las fronteras entre el cine y el teatro 
              han venido haciéndose cada vez más imprecisas, y no 
              faltaron razones para pensar que el cine quedaría limitado 
              a la condición de vehículo de los géneros teatrales 
              más populares. Quienes intentaron entonces defender su autonomía, 
              no hicieron más que invocar los principios de una estética 
              superada, cuya insuficiencia habría de resultar pronto manifiesta. 
              La idea del montaje como único "específico fílmico" 
              -válida para el cine mudo del período clásico- 
              ha sido dejada atrás por la evolución del cine sonoro. 
              Su bancarrota -hoy definitiva- se ha visto apresurada por la generalización 
              de una tendencia que sustituye las tomas breves por largas tomas 
              continuas, descartando el montaje en favor de los desplazamientos 
              de cámara y la superposición de varios planos dentro 
              de la misma toma. En el origen de este nuevo estilo hay dos progresos 
              de orden técnico:- la profundidad de campo lograda por el 
              pan-focus y la agilidad creciente de los 
              movimientos de cá-mara. En el estado actual de su desarrollo, 
              esta tendencia (en la que cabe mencionar los nombres de Wyler y 
              Hitchcock, de Welles y Antonioni) ha venido a demostrar que el montaje 
              (en el sentido que tuvo originariamente, como relación sintética 
              entre tomas sucesivas) no es de la esencia del cine. En un film 
              como The Best Years of Our Lives 
              (Wy-ler) el ritmo cinematográfico no está dado por 
              la relación externa entre las diversas tomas (éstas 
              son muy largas, hay muy pocos cortes); surge, más bien, de 
              los movimientos que se producen en el interior del cuadro en el 
              curso de una misma toma. Cuando se dice que hay aquí "montaje 
              sin corte" o "montaje dentro de la toma", se está 
              tomando la palabra "montaje" en un sentido amplísimo, 
              que se presta a los mayores equívocos, y que poco o nada 
              tienen que ver con su sentido original. LA SITUACION ACTUAL.- La frecuencia y el ascendiente nivel artístico 
              de las adaptaciones- cada vez más lejanas del "teatro 
              en naftalina" preconizado ingenuamente por Pagnol -han 
              vuelto a plantear hoy el problema de las relaciones entre el cine 
              y el teatro, y lo han hecho con urgencia renovada. El mero "teatro 
              filmado" -en el que el cine queda relegado a una función 
              pasiva de registro- va siendo desalojado por lo que cabría 
              llamar "teatro cinematográfico", que postula la 
              necesidad de recrear la obra teatral en términos de cine. 
              La polémica suscitada por los ensayos realizados en este 
              terreno por Wyler y Sjöberg, Welles y Olivier, está 
              lejos de haberse acallado, y con ella el problema de la adaptación 
              ha pasado a ser el centro de todas las discusiones. Lo que se trata 
              de saber es, en esencia, si estas adaptaciones son artísticamente 
              válidas y, en caso afirmativo, en qué condiciones 
              y dentro de qué límites. Para alcanzar una solución, 
              es preciso adquirir, ante todo, una clara conciencia de las virtualidades 
              expresivas de ambas artes, la que sólo puede surgir de un 
              análisis profundizado de sus relaciones. Este camino es el que ha seguido la crítica más reciente. 
              Pero sus esfuerzos han sido hasta hoy invalidados por un error inicial: 
              el de buscar una diferencia de esencia entre la obra teatral y la 
              cinematográfica.   II  Algunas teorías recientes UN DESVIO DE PRINCIPIO.- Las doctrinas más recientes sobre 
              las relaciones entre el cine y el teatro parten casi siempre de 
              hechos comprobables, pero falsean su- significación apenas 
              intentan interpretarlos. Su error es el de confundir lo accesorio 
              con lo principal, y prestar menos atención al espectáculo 
              dramático en sí mismo que a las experiencias del espectador. 
              Este error es evidente en las doctrinas psicológicas que 
              distinguen entre cine y teatro según las distintas actitudes 
              del espectador ante uno y otro. Pero existe igualmente en las doctrinas 
              que parecen limitarse a un análisis ontológico de 
              lo que el espectáculo es en sí mismo, y que, al caracterizar 
              el teatro por la "presencia" del actor o por la naturaleza 
              real de su espacio, afirman que esos caracteres son esenciales al 
              espectáculo teatral, considerado como objeto estético. LAS DOCTRINAS PSICOLOGICAS.- Un grupo aparte se integra con las 
              doctrinas que parten de un análisis psicológico de 
              las actitudes del espectador, en sus relaciones con los otros espectadores 
              y con el espectáculo mismo que presencia. A) Rosenkranz ha intentado trazar entre cine y teatro un distingo 
              esencial, a partir, de las diferentes relaciones que uno y otro 
              crean entre el espectador y el personaje. "Los 
              personajes de la pantalla -dice- resultan naturalmente objetos de 
              identificación, mientras que los del escenario son más 
              bien objetos de oposición instrumental, en cuanto (
) 
              para transportarlos a un mundo imaginario debe intervenir la voluntad 
              del espectador, la voluntad de hacer abstracción de su realidad 
              física."(1) En otras palabras: 
              el espectador teatral tiene conciencia de sí mismo como distinto 
              del personaje, porque su creencia en los hechos que se le presentan 
              no es espontánea, sino producto de un acto de voluntad. El 
              espectáculo cinematográfico, al contrario, provoca 
              en el espectador un estado de fascinación que lo lleva a 
              olvidarse de sí mismo y de la realidad que lo rodea, para 
              ser sólo consciente de la vida imaginaria de los personajes, 
              en cuyas peripecias se siente tan comprometido como el durmiente 
              en sus sueños. Rosenkranz parte de una observación exacta: el cine es, 
              como espectáculo, más absorbente que el teatro, y 
              puede captar la atención y la creencia del espectador de 
              modo mucho más firme y completo. Pero esta afirmación 
              no puede ser hecha en forma absoluta. No hay un espectador de cine 
              y otro de teatro, ni una actitud posible para cada espectador, ni 
              un espectáculo teatral y uno cinematográfico. Las 
              actitudes ante un espectáculo varían al infinito según 
              las personas, según la naturaleza del espectáculo, 
              y según otras mil circunstancias de hecho (como las relaciones 
              de cada cual con su mujer o con su jefe; el estado de su cuenta 
              corriente o de su hígado; su edad o su cultura). Un espectador 
              ingenuo puede llorar amargamente con el más burdo melodrama. 
              Un niño que presencia la representación de un teatrito 
              de títeres, y en medio de un parque, a plena luz del día, 
              puede lanzar un grito de advertencia al héroe de la pieza 
              cuando el villano asoma a sus espaldas, garrote en mano. Un adulto 
              normal, en cambio, sentado junto a su esposa, que lo ha arrastrado 
              a ver la última película romántica, pensará 
              que el aire es irrespirable, la butaca incómoda, la película 
              idiota, y no conseguirá apartar de su mente la idea de que 
              el matrimonio es una larga y penosa esclavitud. Si de estos hechos 
              fuera a extraerse un distingo entre el cine y el teatro, éste 
              podría ser de grado, nunca 
              de esencia. Y aún así, 
              su validez objetiva y general sería difícilmente demostrable. B) La ensayista francesa Claude - Edmonde Magny, partiendo de los 
              mismos hechos que apunta Rosenkranz, ha ido mucho más adelante, 
              y ha intentado establecer en base a ellos un distingo tajante entre 
              el cine y el teatro. "El cine 
              -dice esta autora- tiene poco (o nada) de 
              espectáculo, y está, como la novela, mucho más 
              cerca del relato. La esencia estética del teatro implica, 
              al contrario, el carácter de espectáculo, es decir, 
              de cosa que puede ser percibida simultáneamente por miles 
              de personas reunidas en comunidad (
). El film es percibido 
              singularmente, a título exclusivamente personal, 
              por cada uno de sus espectadores. . ."(2). La poca verdad que hay en esta doctrina estaba ya en la tesis de 
              Rosenkranz, más coherente y moderada. El espectador cinematográfico 
              llega, más fácilmente que el del teatro, a olvidarse 
              de sí mismo, a perder de vista la realidad que lo ro-dea; 
              no puede, entonces, tener conciencia de integrar la comunidad del 
              público. Pero, aquí como allá, esto no es una 
              verdad absoluta. El especta-dor teatral puede llegar a un olvido 
              total de sí mismo y de los otros espectadores. Inversamente, 
              la risa del público ante un film cómico es sentida 
              por cada espectador como risa compartida, 
              y cada cual no ríe "singularmente, 
              a título exclusivamente personal", sino que participa 
              en un regocijo colectivo. Afirmar sobre bases tan imprecisas que 
              el cine es un relato, no un espectáculo, y que ésto 
              lo distingue en forma tajante del teatro, es tomar 
              un hecho como pretexto para una declaración antojadiza.(3) 
             Por lo demás, tanto esta doctrina como la de Rosenkranz 
              incurren en un juicio apresurado cuando afirman una diferencia entre 
              el cine y el teatro sin haber comprobado más que una diferencia 
              en las actitudes del espectador ante uno y otro. No hay una relación 
              de necesidad lógica entre ambas cosas: la diferencia entre 
              dos actitudes subjetivas no garantiza una diferencia entre los objetos 
              a que esas actitudes se refieren.  LAS DOCTRINAS ONTOLOGICAS.- Cabe formar un segundo grupo con las 
              doctrinas que intentan distinguir el cine del teatro en base a ciertas 
              cualidades objetivas del espectáculo teatral y el cinematográfico. 
             A) La más vieja y generalizada de estas doctrinas afirma 
              que la presencia del actor, en carne y hueso, es de la esencia del 
              espectáculo teatral, y brinda a su público un placer 
              insustituible del que el espectador de cine se 
              verá siempre privado. Esta doctrina -difundida hoy por Henri 
              Gouhier-(4) había encontrado antes su formulación 
              más razonable en estas palabras de Paul Valéry: 
              "En el teatro, los actores (...) aportan en la escena su presencia 
              viviente y completa y cualquiera que sea su obligación de 
              repetir un mismo papel, producen, delante de nosotros, seres libres 
              y, por lo tanto, más verdaderos que los 
              fantasmas, idénticos que una fuente luminosa proyecta sobre 
              la pantalla."(5) La parte de verdad que pudo haber en estas palabras ha desaparecido 
              por completo en la ver-sión, más reciente, de Jacques 
              Bourgeois: "En el teatro -afirma 
              éste- (...) el actor es un hombre 
              como nosotros, que siente y se mueve ante nosotros. De ese modo 
              se establece, entre actor y espectador, un contacto de hombre a 
              hombre, por radiación (...). En el teatro el actor es, por 
              consiguiente, el verdadero soporte de la acción dramática 
              y (...) su presencia física es de la esencia del teatro. 
              En el cine, por el contrario, el actor no aparece en la imagen más 
              que como una parte de ésta, y no tiene nunca 
              por sí mismo más valor que el objeto que aparece junto 
              a él."(6) De aquí saca 
              Bourgeois la consecuencia de que no hay en el cine la posibilidad 
              de comunicación humana que existe en el teatro, y que, por 
              lo tanto, la imagen sólo puede influir sobre el espectador 
              de modo puramente mecánico, por su movimiento. Decir que 
              esto es una exageración es decir poco. B) Muy vinculada con la anterior se encuen-tra la doctrina que 
              podría ser llamada "de la reali-dad del espacio del 
              teatro", cuyo partidario más agresivo es también 
              Jacques Bourgeois. "El cine y el teatro 
              -declara este autor- constituyen dos formas 
              distintas, si no opuestas, del arte dramático. En efecto: 
              en el cine se encuentran frente a fren-te dos universos bien delimitados: 
              el mundo bidimensional, en blanco y negro, de la pantalla y el mundo 
              en tres dimensiones de la sala en la cual están sentados 
              los espectadores: entre estos dos mundos no hay comunicación 
              directa posible. En el teatro, al contrario, el actor vive y se 
              mueve sobre un escenario que forma parte del universo 
              en el que vive el espectador."(7) 
              El error de esta doctrina (como se verá más adelante) 
              es el de confundir lo que el espectáculo es en el mundo real 
              y lo que es en el plano de lo imaginario. Sólo lo segundo 
              interesa a la consideración estética. C) Una forma atenuada de la doctrina anterior ha 
              sido sostenida por André Bazin en un extenso artículo 
              publicado recientemente.(8) Para Bazin, el espacio 
              del teatro es un espacio cerrado, orientado sólo hacia su 
              dimensión interna, y constituye "un 
              microcosmos estético que se inserta en el Universo pero sigue 
              siendo esencialmente heterogéneo respecto de la Naturaleza 
              que lo circunda." El cine, en cambio, construye un espacio 
              abierto, infinito, "que se sustituye 
              al Universo en vez de quedar incluido dentro de él" 
              El espacio del teatro no es ya, en esta doctrina, idéntico 
              al espacio real, pero guarda con él relaciones espaciales: 
              es un lugar privilegiado de este 
              espacio, con el que no se confunde, sin embargo. Lo que hay de cierto en las doctrinas ontológicas ya había 
              sido señalado por las doctrinas psicológicas con mayor 
              precisión: que el espectador teatral no pierde conciencia 
              de la realidad en forma tan completa como el espectador de cine. 
              Si el espectador teatral puede considerar al hombre que se mueve 
              sobre el escenario como realmente presente, 
              si puede pensar que el espacio en que se mueve es el mismo espacio 
              real en que él se encuentra, 
              ésto sólo es posible porque no ha perdido conciencia 
              de la realidad del escenario y del 
              actor, de la realidad de él 
              mismo en medio de la sala. BALANCE.- La pérdida del sentido de lo real, el olvido de 
              sí mismo provocado por la fascinación del espectáculo, 
              se da tanto en el teatro como en el cine, y admite gradaciones infinitas. 
              Sobre un fenómeno tan subjetivo y mudable no puede fundarse 
              un distingo absoluto, y en esto las doctrinas ontológicas 
              reinciden en el error de las puramente psicológicas. Pero 
              con esta agravante: que lo que en éstas era presentado como 
              un mero fenómeno subjetivo, se convierte aquí en un 
              rasgo que es de la esencia de un objeto; con lo que se cae en el 
              error de tomar la experiencia de ciertas concomitantes reales del 
              espectáculo dramático, por caracteres de lo que este 
              espectáculo es en sí mismo. Y el espectáculo, 
              en sí mismo, nada tiene que ver con realidades: su tiempo 
              y su espacio no son los de este mundo: como objeto es-tético, 
              vive en un plano del ser diverso, sin conexión posible con 
              lo real: el plano de lo imaginario.   III  La irrealidad del suceso dramático DE LA REPRESENTACION A LO REPRESENTADO.- Se habla corrientemente 
              de una representación teatral, 
              de una representación cinematográfica, 
              no advirtiendo que en este uso verbal se encierra un distingo ontológico 
              sin el cual no es posible plantear correctamente el problema de 
              las relaciones entre el cine y el teatro. El error de las doctrinas 
              que se han examinado es, precisamente, no haber discernido la parte 
              del representante y la del representado 
              dentro del complejo fenómeno de la interpretación 
              teatral. Y sin este distingo no es posible ver que el espectáculo 
              dramático vive al mismo tiempo en dos planos distintos: el 
              mundo real y el mundo imaginario. El espectáculo teatral es, seguramente, un fenómeno 
              del mundo real. El actor es un hombre real, con una cierta edad 
              y un cierto estado civil, que percibe por su trabajo un salario 
              determinado, y que con esfuerzo real ha memorizado los dichos de 
              un personaje para repetirlos luego, contando con la real ayuda del 
              apuntador. La obra de los decoradores, de los tramoyistas, de los 
              modistos y los maquilladores, consiste en una serie de operaciones 
              reales efectuadas sobre personas y cosas reales, elementos del mundo 
              natural que tienen una historia, una densidad y unas dimensiones 
              concretas, y que se trata de modificar para que sirvan a la consecución 
              de un propósito común. El espectáculo teatral 
              moviliza estos elementos de acuerdo a un plan preordenado, pero 
              lo hace con un designio ajeno por completo a lo que estas cosas 
              y personas son en realidad: no se trata de mostrarlas por lo que 
              son en sí mismas sino porque a través de ellas ha 
              de manifestarse algo que ya no es posible situar en parte alguna 
              del mundo natural, y que guarda con estas cosas la misma relación 
              que el representado con su representante. Lo que cabe llamar, en 
              sentido estricto, el suceso dramático, no debe ser confundido 
              con los medios reales de que se sirve el arte teatral para representarlo. 
              El espectador no puede ser consciente,, de ambos a la vez: mientras 
              perciba el hecho real representante, 
              su mirada no podrá captar a través de él el 
              hecho irreal representado. Y sólo 
              éste es objeto de la contemplación estética: 
              la obra de arte habita, en cuanto tal, sólo en el plano de 
              lo imaginario. LO REAL Y LO IMAGINARIO EN LA OBRA DE ARTE.- Que la obra de arte 
              es siempre un irreal, es cosa que Jean-Paul Sartre afirmó 
              hace más de una década, en un libro 
              que ha sido, desde entonces, mucho más mencionado que leído.(9) 
              Sartre pone a prueba esta idea -base de una estética que 
              ha llegado a concretarse sólo en algunos esbozos parciales- 
              a través del análisis de ejemplos tomados de las artes 
              más diversas. Los más demostrativos son quizás, 
              los proporcionados por la pintura. Supongamos -dice Sartre - un cuadro que represente a Carlos VIII. 
              Considerado como cosa real, es un 
              objeto material que puede estar mejor o peor iluminado, que puede 
              ser modificado y, aún, destruido por la acción de 
              factores ambientes. Pero mientras considere al cuadro como parte 
              del mundo real, no podré ver a Carlos VIII en 
              imagen. Sólo veré una serie de manchas de color 
              distribuidas de determinada manera sobre una tela. Para que surja 
              delante de mí Carlos VIII en imagen debo desatender lo que 
              el cuadro es en realidad; mi mirada 
              debe pasar a través del objeto real; como a 
              través de un cristal, para fijarse en el objeto imaginario 
              en él representado. Y este 
              objeto imaginario está fuera de lo 
              real, fuera del espacio y el tiempo de quien lo contempla, 
              en un tiempo y- en un espacio irreales que están más 
              allá de su alcance. No podría yo, por ejemplo, cambiar 
              la distribución de luces que el pintor ha hecho, de una vez 
              para siempre, en el plano de lo irreal. Si quisiera que fuese la 
              mejilla izquierda del rey, y no la derecha, la que estuviese iluminada, 
              y tratara de lograrlo con una lámpara real, sólo conseguiría 
              iluminar la parte del cuadro real que corresponde a ese lado de 
              la cara.(10) La obra de arte, por consiguiente, no está en el mundo real: 
              sólo se sirve de lo real para manifestarse. Un cuadro es 
              una cosa material visitada de tiempo 
              en tiempo (cada vez que el espectador contempla la imagen en él 
              representada) por un irreal, que es precisamente el objeto pintado. 
              Lo que hay de real en un cuadro, (los resultados de los toques de 
              pincel, el empastado de la tela, su granulación, el barniz 
              que cubre los colores) escapa por completo a la consideración 
              estética. Lo que es "bello" en una pintura es 
              algo que, por su naturaleza misma, está aislado por completo 
              de la realidad. (11) LO REAL Y LO IRREAL EN EL ESPECTÁCULO DRAMÁTICO.- 
              Del mismo modo, lo "bello" en el espectáculo dramático 
              es una sucesión ordenada de sucesos irreales, que postulan 
              para sí un espacio y un tiempo también irreales, y 
              que nada tienen que ver con los hechos reales que sirven para representarlos. Lo "bello" es, en cine y en el teatro, de la misma naturaleza. 
              En lo que ambas artes difieren es en los medios 
              que emplean para representarlos.(12) El espectador de una representación teatral de Hamlet 
              pudo haber visto al actor Laurence Olivier representando al personaje 
              Hamlet, tal como la columna de madera y cartón, en la que 
              Olivier estaba apoyado, representaba una columna de piedra del palacio 
              real de Elsinore. E1 espectador del film Hamlet 
              no vio a Olivier, el hombre real, ni vio tampoco cosas reales de 
              cartón y madera en un escenario de tres dimensiones. Lo que 
              tuvo, en realidad, ante sus ojos fue sólo una sucesión 
              de luces y sombras reflejadas pasivamente por una pantalla iluminada. 
              Pudo pensar también que la pantalla le daba también 
              cuenta de realidades pasadas; de que en algún lugar de Inglaterra, 
              hacia 1948, un inglés muy estimable, de profesión 
              actor, se había teñido el pelo antes de enfrentarse 
              con la cámara y recitar los versos que Shakespeare puso hace 
              siglos en boca del personaje Hamlet, un hombre de su invención. 
              Pero la experiencia que, en el orden estético, han tenido 
              el espectador de teatro y el de cine, ha sido casi la misma: uno 
              y otro han seguido, a través de dos representaciones distintas, 
              la tragedia de Hamlet. Esta no ha sucedido en Londres o en Montevideo, 
              sino en la misma nebulosa Elsinore en que seguirá siempre 
              sucediendo. El tiempo en que la tragedia transcurrió fue 
              el que ha corrido siempre, desde que el telón se levanta 
              hasta que cae sobre un montón de cadáveres. El tiempo 
              real de proyección del film pudo ser más breve que 
              el ocupado por la representación teatral, pero esto no hizo 
              más largo ni más corto el tiempo imaginario en que 
              la acción de la obra se desarrolla. Es posible ahora ver claramente el error de las doctrinas ontológicas. 
              Tanto el cine como el teatro crean personajes, personas irreales, 
              que viven, en tiempos y espacios irreales, las peripecias imaginarias 
              de la acción. Para la contemplación estética, 
              el actor no está nunca presente: 
              lo que está presente es el personaje. Igualmente, 
              el espacio del teatro no puede ser, en el orden estético, 
              el espacio real, ni un lugar privilegiado de éste: el 
              espacio del teatro es siempre un irreal: y entre lo real 
              y lo irreal no es posible establecer relaciones espaciales. Sólo 
              cuando se ha abandonado el punto de vista de la conciencia estética, 
              para adoptar el de la conciencia natural, es posible ver al actor 
              moviéndose en el espacio real 
              del escenario, tal como es posible ver al actor entre las paredes 
              de un set, a partir de las sombras 
              y luces que se mueven sobre una pantalla. Pero -ya se ha visto antes- 
              las realidades en que encarna la 
              obra de arte no pueden ser objeto de consideración estética: 
              la obra de arte se sitúa enteramente en el plano de lo imaginario. 
              Cuando las doctrinas ontológicas creen estar trazando un 
              distingo de orden estético, no están haciendo más 
              que observar ciertos hechos que, en cuanto tales, nada tienen que 
              ver con la obra de arte.   IV  Libertad y estilo en el cine y 
              en el teatro  UNA DIFERENCIA DE MEDIOS.- Por más que el objeto estético 
              es, en el cine y el teatro, de la misma naturaleza, uno y otro emplean 
              para re-presentarlo medios materiales completamente distintos. E1 
              teatro debe mover personas y cosas rea-les en las tres escasas dimensiones 
              de un escenario. El espectáculo cinematográfico, en 
              cambio, prescinde de las cosas mismas, sustituyéndolas por 
              una imagen de ellas registrada mecánicamente en una tira 
              de celuloide. En un rollo de esta cinta transparente pueden encontrar 
              cabida ciudades gigantescas, océanos, la naturaleza entera 
              y las obras del hombre, y, aún, algunas cosas que no son 
              de este mundo pero pueden ser simuladas por el cine. Uniendo fragmentos 
              de cinta impresionada, el realizador cinematográfico compone 
              por libre combinación algo nuevo, que no puede ser reducido 
              a la suma de elementos que lo forman, y que, al ser proyectado sobre 
              una pantalla plana, da nacimiento a la obra de arte cinematográfica. 
              El cine se sirve, como el teatro, de cosas y personas reales que 
              representan un suceso dramático. 
              Pero esto no es para él más que la primera fase del 
              proceso creador. Debe registrar todavía la apariencia sensible 
              de esas realidades, eligiendo una entre las infinitas formas 
              posibles de realizar ese registro (lo que im-plica escoger un punto 
              de vista óptico, una cierta iluminación, etc.). Aún 
              entonces, debe abocarse a una tarea de recomposición, reuniendo 
              los trozos de película impresionada en un orden que no es, 
              casi nunca, idéntico al orden en que realmente 
              han sucedido los hechos registrados. En esta última fase 
              -la más importante- de su labor creadora, el cine no se maneja 
              ya con cosas, sino con retratos de las cosas. Manipulando trozos 
              de película impresionada, puede recomponer un orden real, 
              y transmutarlo en un orden nuevo obedeciendo sólo a un propósito 
              de arte. Si Laurence Olivier, el hombre real, representaba al personaje 
              Hamlet, la imagen suya, que la película registra, representa 
              en primer grado a Olivier y en un segundo grado a Hamlet. Atendiendo 
              al proceso técnico de su creación, el cine es una 
              representación de segundo grado. Y es el hecho de que la 
              creación cinematográ-fica se desarrolle en dos planos 
              (no en uno solo, como la del teatro) lo que explica que el cine 
              tenga, frente al teatro, un margen más amplio de libertad. UN DISTINGO DE GRADO Y DOS ESTILOS.- La diferente amplitud de los 
              recursos de que el cine y el teatro se sirven, no permite afirmar 
              que entre ambas artes haya diferencias de esencia. Una y otra disponen, 
              en mayor o menor medida, de los mismos recursos, y la diferente 
              amplitud de sus técnicas sólo puede hacer que el margen 
              de libertad de cada una sea más amplio o más restricto. Esta diferencia de técnicas, sin embargo, no deja de tener 
              consecuencias estéticas. Las limitaciones materiales son, 
              para el arte, un pretexto de estilo: el arte no vive a 
              pesar de sus limitaciones, sino, más bien, a 
              causa de ellas. Hay un estilo teatral, condicionado por las 
              imposibilidades y limitaciones del teatro, que es lo específica-mente 
              artístico de las obras que crea. Hay, tam-bién, un 
              estilo cinematográfico -vago, desdibujado todavía-, 
              o una pluralidad de estilos posi-bles, entre los que el cine no 
              está obligado a ele-gir. Frente al estilo teatral, que funda 
              su rigor en sus propias limitaciones, el estilo (o los estilos) 
              del cine no ha llegado a definirse por completo. Es esta diferencia de estilos la que plantea, concretamente, el 
              problema de la adaptación de obras teatrales al cine. Pero 
              este problema, y las cuestiones de estilo en él implicadas, 
              han de ser objeto de una próxima nota." 
 1.   Citado por André Bazin, 
              en Teatro e Cinema (Bianco e Nero, 
              abril/1952, p. 9). Volver 2.   L'Age 
              du Roman Américain (1949), p. 29. Volver 3.   Sobre la distinción entre relato 
              y espectáculo, en relación con el cinematógrafo, 
              puede verse FILM/11, pp. 29-30. Volver 4.   Henri Gouhier: L'Essence 
              du Théâtre. Volver 5.   Citado por Xavier Villaurrutia, 
              en Teatro y Cinematógrafo 
              (Cuadernos Americanos, vol. XXXIII). Volver 6.   Jacques Bourgeois: Le 
              Mouvement, Essence de L'Expression Cinématographique 
              (Comunicación al Congreso Internacional de Filmología 
              de Venecia de agosto/setiembre 1948) En Bianco e Nero, IX, 9, p. 
              51. Volver 7.   Id. Volver 8.   André Bazin: Teatro 
              e Cinema, XIII, Nos 3 y 4 (Marzo y abril/1952.) Volver 9.   Jean-Paul Sartre: 
              L'Imaginaire (1940). El punto de partida teórico de 
              las ideas de Sartre sobre la imaginación se encuentra en 
              la obra de Husserl, como lo ha señalado él mismo en 
              una obra anterior (L'Imagination, 1936.) Volver 10.  L'Imaginaire. pp. 232-233. Volver 11.  Id., pp. 239 y ss. Volver 
             12.  Estas afirmaciones deben entenderse 
              limitadas al cine en cuanto espectáculo dramático. 
              No son aplicables, evidentemente, al cine abstracto, ni al documental, 
              etc. Volver   |