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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

Prólogo extraído de Lanza y sable    pág. 1/3
de Eduardo Acevedo Díaz
Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social,
Montevideo, 1965
p. 7-44   
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pág.    1  2   3

I Un creador de mundo

"Doble es la fundación que realiza Eduardo Acevedo Díaz en sus cuatro novelas históricas: ISMAEL (1888), NATIVA (1890), GRITO DE GLORIA (1893) y LANZA Y SABLE (1914). Con ellas, no sólo contribuye el escritor uruguayo al establecimiento de la narrativa en nuestra literatura sino que también aporta una obra capital para la fundación de nuestra nacionalidad. Por eso, hay que considerar a Acevedo Díaz en su doble carácter de creador literario y creador de un sentimiento de la nacionalidad uruguaya. Había en él un poderoso temperamento narrativo: una visión de la patria en su realidad actual, en su tradición viva, en su marcha hacia el futuro; una capacidad de descubrir en la compleja realidad nacional las cifras esenciales; un creciente dominio de la anécdota que madura (más allá del ciclo épico) en SOLEDAD, esa tradición del pago que publica en 1894; un inusual poder de observación de tipos y costumbres. Aunque escribió relatos breves (el mejor tal vez sea EL COMBATE DE LA TAPERA) necesitaba la amplia y morosa respiración novelesca para poder comunicar cabalmente su ancha visión de esta tierra oriental. Fue por eso un creador de mundo. Es decir: fue inventor de una realidad novelesca coherente y autónoma, una realidad que desde sus mejores libros ofrece su espejo a la nación a la vez que propone normas para el futuro, para la nacionalidad aún en formación en momentos en que él escribía y publicaba.

Pero también fue un político destacado. La época que le tocó vivir (nació en 1851, murió en 1921) necesitaba escritores que fueran hombres de acción. Desde muy joven estuvo al servicio de uno de los partidos tradicionales y supo jugarse en la lidia periodística, en la tribuna, en el campo de batalla. Arriesgó su vida varias veces por sus ideales. Su vocación literaria (aunque fuerte y porfiada) está en permanente conflicto con esa avasalladora e impostergable vocación política que habrá de convertirlo en uno de los jefes del Partido Nacional, "el primer caudillo civil que tuvo la República", según ha dicho Francisco Espínola, uno de sus más sutiles sentidores. Por eso, Acevedo Díaz sólo podrá escribir sus grandes novelas en la pausa forzosa de una lucha que casi no le da tregua. El período literariamente más fecundo de su obra, el verdaderamente creador, coincide casi exactamente con su obligado exilio en la Argentina, entre los años 1884 y 1894. Entonces escribe BRENDA (1886), su primer novela, de ambiente contemporáneo y aún inmadura; las tres primeras obras del ciclo histórico (de 1888 a 1893); SOLEDAD, de 1894, y seguramente esboza también LANZA Y SABLE, cuya redacción definitiva la lucha política retardará hasta 1914. Su arte de novelista se resiente naturalmente de esta escisión permanente entre su carrera de hombre público (el eje sobre el que se desplaza su destino) y su porfiada vocación literaria. Sin embargo, su obra de creador no necesita excusas. Está ahí, entera, para ejemplo de nuestra literatura, vigente a pesar de visibles desfallecimientos y de algunos títulos superfluos (hay otra novela, MINES, 1907, menos redimible por haber sido publicada después de las obras maestras). Su obra está ahí, plantada como una de las creaciones más importantes y perdurables de nuestra narrativa que no abunda en grandes novelistas. Ya no se discute el lugar que le corresponde en el panteón vivo de las letras nacionales. Hace cuarenta, hace treinta años, los críticos más vigentes entonces (pienso en Zum Felde, en Alberto Lasplaces) podían oponerle muchos reparos de detalle - reparos muchas veces justísimos y lúcidos - sin advertir al mismo tiempo todo lo que su obra tenía de central, de permanente, de hondamente creadora. Hoy, a partir de las luminosas explicaciones de Francisco Espínola en su prólogo a ISMAEL (Buenos Aires, 1945) es imposible no advertir esa cualidad esencial de su obra: la fundación de un sentimiento de la nacionalidad, la fundación de una forma perdurable de la novela uruguaya.

Pero el nombre de Acevedo Díaz no ha traspasado aún las fronteras patrias. Todavía es desconocido en el vasto mundo hispánico. Sin embargo, parece indudable que merece trascender las fronteras de la nacionalidad. Aunque buena parte de su eco pueda perderse fuera del ámbito uruguayo (no tiene por qué hablar a hombres de otros cielos con el acento tan persuasivo con que nos habla), su creación no depende exclusivamente de circunstancias locales. Hay en Acevedo Díaz un creador tan universal como Zorrilla de San Martín o como Horacio Quiroga: un hombre capaz de tocar los centros de la vida con la misma autoridad, el mismo poder suasorio, la misma imaginación poética. Para certificarlo están ahí sus libros, y sobre todo la importante fábrica de sus novelas históricas.

La crítica (sobre todo Zum Felde) ha discutido la calificación de tetralogía que correspondería a esas cuatro novelas del ciclo histórico y ha propuesto en cambio la trilogía por considerar que la última de las cuatro (LANZA Y SABLE), "escrita mucho después, carece del vigor artístico y de la verdad histórica de las primeras." Emitido por primera vez en su Crítica de la literatura uruguaya (Montevideo, 1921), este juicio de Zum Felde no ha sido modificado por el autor en sucesivas ampliaciones de aquel libro (Proceso intelectual del Uruguay, Montevideo, 1930, Buenos Aires, 1941) o en otros textos complementarios (Indice crítico de la literatura hispanoamericana, México, 1959). Ya he examinado in extenso esta opinión de Zum Felde en el prólogo a NATIVA de esta misma colección de Clásicos Uruguayos. A mi juicio no cabe negar la entrada de LANZA Y SABLE en el ciclo histórico. En primer lugar, porque ésa ha sido la voluntad creadora explícita de Acevedo Díaz ya que al aparecer ISMAEL fomentó la publicación de algunos sueltos periodísticos en que se hablaba ya de los "cuatro volúmenes" o "cuatro libros" que comprenderían el ciclo entero, llegando a especificar en "La Epoca" (abril 21, 1888) que "el último y culminante episodio de la obra es una brillante descripción de la defensa de Paysandú". En realidad, como se sabe, LANZA Y SABLE concluye con la capitulación de Paysandú. Además, y a mayor abundamiento, al publicar la última novela reafirma literalmente Acevedo Díaz su intención general desde estas palabras del prólogo: "Nuestro trabajo (...) es continuación de GRITO DE GLORIA". Pero hay, sobre todo, un argumento más poderoso: la concepción general profunda del ciclo exige la presencia de LANZA Y SABLE.

Acevedo Díaz no se propuso sólo evocar las lejanas luchas de nuestra nacionalidad por librarse del yugo español o la amenaza porteña y lusitana. También quiso mostrar en aquellas luchas la simiente de las guerras civiles que escindirían en dos grupos antagónicos (hasta el mismo momento en que creaba sus novelas) la nacionalidad oriental. Por eso ISMAEL (y sólo ISMAEL) pertenece al ciclo artiguista de lucha por la independencia. Tanto NATIVA como GRITO DE GLORIA ilustran simultáneamente dos temas: en el nivel más superficial y evidente, muestran la lucha nacional por liberarse del ocupante brasileño; en un nivel más profundo, revelan las primeras señales de la discordia civil con la aparición de los tres caudillos (Lavalleja, Oribe, Rivera) que se disputarán la hegemonía. Sin embargo, aunque Zum Felde se equivoca al exceder los limites de la crítica y negar entrada a LANZA Y SABLE en el ciclo, su error contiene un acierto paradójico. Las cuatro novelas no se integran verdaderamente en una tetralogía sino en un tríptico, aunque ordenado de modo distinto de lo que él propone y por motivos muy diversos de los que él aduce. En efecto: ISMAEL, que muestra el estallido de la Independencia y concluye con la batalla de Las Piedras, sería el primer volante del tríptico; NATIVA y GRITO DE GLORIA, que cubren el mismo período histórico, la Cisplatina, y están inextricablemente ligadas por la peripecia del mismo protagonista, Luis María Berón, forman el centro doble del tríptico; LANZA Y SABLE, que muestra el comienzo de la escisión de los dos partidos tradicionales y los orígenes de una guerra civil que ensangrentaría al Uruguay a lo largo del siglo XIX, y comienzos del XX, es el último volante del tríptico.

La cronología también confirma esta ordenación estética. Aunque muchos críticos ya han señalado que no hay hiato histórico o anecdótico entre NATIVA y GRITO DE GLORIA, y sí lo hay entre ISMAEL y NATIVA (unos diez años) o entre GRITO DE GLORIA y LANZA Y SABLE (otro lapso de casi diez años), no se han sacado todas las consecuencias estéticas de esta observación. Parece indudable, sin embargo, que al construir sus cuatro novelas de acuerdo con un plan que, histórica y anecdóticamente, vincula fuertemente a las dos centrales y aísla a las dos extremas, Acevedo Díaz está creando no sólo una tetralogía (calificación que sólo tendría en cuenta los aspectos externos de la estructura narrativa) sino un tríptico.

Una observación complementaria: al anunciar LANZA Y SABLE, Acevedo Díaz la presentó un par de veces bajo el título de FRUTOS, nombre con el que se conocía popularmente al General Fructuoso Rivera. Este proyecto de título permite verificar, asimismo, no sólo la unidad de concepción de las cuatro novelas del ciclo en que insiste Acevedo Díaz al hacer el anuncio, sino algo mucho más importante, sobre lo que no se ha hecho hincapié que yo sepa. En la concepción del autor, el ciclo se abriría con una novela cuyo protagonista (Ismael) es un ser de ficción que simboliza la primitiva nacionalidad oriental en armas contra el poder colonial de España, y concluiría con otra novela cuyo protagonista (Frutos, o sea Rivera) es un ser completamente histórico que simboliza la escisión que habrá de producirse en el seno mismo de esa recién conquistada nacionalidad independiente. De la novela histórica (ISMAEL) a la historia novelada (FRUTOS, es decir: LANZA y SABLE): tal era el camino que se había propuesto recorrer Acevedo Díaz en su ciclo. Es cierto que más tarde, al cambiar el título a la última novela, el autor soslayó la simetría y el contraste exterior entre Ismael y Frutos, pero ese cambio no alteró para nada el íntimo contraste entre ambos libros. En la concepción estructural, como en la realización novelesca, la primera y la última parte del ciclo se oponen con profunda antítesis que ilustra su dialéctica interior. Son los dos volantes extremos del tríptico. En el centro, quedan dos novelas, NATIVA y GRITO DE GLORIA, que en realidad constituyen una sola.

 

II.   Estructura de Lanza y Sable

A diferencia de las dos primeras novelas del ciclo (que siguen el viejo consejo horaciano de comenzar la narración in media res, como había hecho el autor de la Odisea), LANZA Y SABLE ordena su narración en forma impecablemente lineal. En esto prolonga el modelo ya ensayado por Eduardo Acevedo Díaz en GRITO DE GLORIA, el modelo épico de la Ilíada. Parece como si el narrador, cada vez más maduro, abandonara los recursos más externos de la composición y prefiriera la simplicidad. Aunque tal vez haya otro motivo: en tanto que la acción de ISMAEL, y hasta cierto punto la de NATIVA, era unitaria y se concentraba en la peripecia individual de pocos personajes, la acción en GRITO DE GLORIA, y aún más en LANZA Y SABLE, se hace más compleja, supone varias líneas de desarrollo y compromete en un cuadro más vasto los conflictos y destinos de muchos personajes. No es de extrañar, pues, que en la última novela de su ciclo, Acevedo Díaz busque simplificar al máximo la estructura externa, casi no utilice racconti o digresiones (aunque hay una, muy superflua, de un comisario que se pierde en busca de un sospechoso, capítulo VII), marque muy cuidadosamente el paso del tiempo, para poder así atender mejor la complejidad interior de su historia.

El esquema estructural de LANZA Y SABLE es por lo tanto muy sencillo. Hay un par de prólogos y un epílogo que encierran la acción narrativa como si constituyeran un verdadero marco. A unas páginas iniciales que el autor no califica pero titula Sin pasión y sin divisa, agrega de inmediato otras que sí llama Proemio (A raíz de la epopeya es el título). En éstas traza el cuadro histórico del momento en que se inicia la novela: la situación del Uruguay en 1834, al dejar la Presidencia el general Fructuoso Rivera después de cuatro años de Gobierno. Al final de la novela, un capítulo que Acevedo Díaz titula idiosincráticamente Epicresis del cuatrenio (es el XXV), resume nuevamente la perspectiva histórica. Estamos ya en 1838. Entre el Proemio y el último capítulo se desarrolla linealmente la novela. Hay una sola excepción a ese curso narrativo uniforme. Es el capítulo XII, que se titula Proteo y contiene un análisis histórico de la personalidad de Fructuoso Rivera. Ese capítulo actúa como verdadero eje de la novela ya que no sólo la divide en dos partes casi equivalentes (once capítulos antes, trece después) sino que marca la línea divisoria de las aguas: la acción que precede al capítulo está dedicada a presentar el mundo oriental antes de la guerra civil; la acción que continúa el capítulo muestra precisamente la primera etapa de una contienda entre blancos y colorados que ensangrentaría al país hasta ya bien entrada la primera década del siglo XX. Tal es el diseño histórico. La inserción del capítulo XII está justificada narrativamente porque a partir de ese momento Rivera empieza a actuar como personaje de la novela y centro de futuros desarrollos.

La acción de LANZA Y SABLE aparece concentrada particularmente en una muchacha, Paula, que el autor califica de "rosa de cerco" y que reproduce una vez más el prototipo de joven criolla que ya había explorado Acevedo Díaz en los personajes de Felisa, de ISMAEL, y de Soledad en la novela del mismo nombre. Aquí el personaje aparece mucho más desarrollado, con rasgos de carácter que eran insospechables en la pasividad algo mórbida de sus modelos, y que tal vez sean herencia de las hembras bravías como Jacinta, que el autor había delineado en GRITO DE GLORIA. Por eso, Paula, sin dejar de ser fresca e inocentona, completamente romántica en sus amores, tiene una decisión y un arrojo que la colocan por encima de las figuras idealmente caracterizadas de Felisa y Soledad. La muchacha vive en el interior del país, en una región no especificada, con su madre, Ramona, y su padre a quien apodan el Clinudo. En torno de Paula girará toda la primera parte de la novela. Al comienzo, la muchacha es cortejada por otro mozo del pago, Ubaldo Vera, mientras su amiga Margarita lo es por Camilo Serrano. Más tarde, un forastero, Abel Montes, se destacará en una carrera de sortijas, atrayendo el interés de la protagonista y desplazando a Ubaldo. Son los amores de Paula y Abel (como los de Felisa e Ismael, o los de Natalia y Luis María Berón) los que concentran el atractivo erótico de la novela, elemento indispensable en la concepción postromántica del autor. Pero como suele suceder en los viejos novelones, y en éstos del narrador uruguayo, otros rivales convierten los dúos de las muchachas en triángulos. No sólo Paula aparecerá al principio solicitada por dos galanes; también Margarita conocerá la tentación de enamorarse de otro, del tierno Gasparito. En toda esta primera parte prima sobre todo la concepción novelesca. Una alta temperatura erótica (como en la secuencia de Los Tres Ombúes en NATIVA) atraviesa la narración que se deleita en las clásicas escaramuzas y hasta se atreve a rozar otras no tan convencionales. Hay toques de bucolismo a la griega que Acevedo Díaz no sólo subraya sino que hasta vincula en el texto con los Idilios de Teócrito. Así, por ejemplo, en el capítulo V (Vichas del remanso) el autor se atreve a mostrar a Paula y a Margarita bañándose desnudas en el arroyo cercano y entregadas a un juego que tiene a la vez sensualidad y la inocencia de los inmortalizados al comienzo de Dafnis y Cloe. Ese clima de sensualidad y ardor, no es por otra parte, ajeno a la entraña más honda de esta novela, como se verá más adelante.

En tanto Acevedo Díaz desarrolla pausadamente, y con algunos lapsos de sensiblería, la acción novelesca por la presentación de estos personajes y de algunos episodios sabiamente administrados - la carrera de sortijas, la aventura del comisario, la historia de la bruja Laureana (que también vincula profundamente a este libro con SOLEDAD), los pájaros de colores simbólicos que los rivales obsequian a Paula -, en el fondo del cuadro más o menos bucólico van apareciendo cada vez más fuertes y ominosas las señales del levantamiento. Insatisfecho con el curso que ha dado el Gobierno al país, Rivera se levanta con sus partidarios, haciendo estallar la primera guerra civil en el suelo patrio. La figura de Rivera, que es anunciada hábilmente en los primeros capítulos, comentada sobre todo en sus aspectos de hombre alegre, amigo de fiestas y bailes, conquistador de mujeres, empieza a estar investida ahora de carácter político. De ahí que la primera parte de la novela concluya en el capítulo XI con el anuncio de la Revolución, la partida de los pretendientes hacia distintos bandos (Abel Montes es blanco, Camilo Serrano y Ubaldo son colorados), la clausura definitiva del mundo bucólico. Una vez más, Acevedo Díaz vuelve a usar aquí un procedimiento descriptivo que ya había ensayado con éxito en anteriores novelas. También en ISMAEL se contrastaba la pintura idealizada del Uruguay anterior a la guerra de independencia con la pintura de la misma tierra desgarrada por la contienda; también en NATIVA se oponía el mundo aparentemente intacto de la estancia al mundo conflictual de los rebeldes de Olivera que continuaban porfiadamente en plena dominación brasileña la lucha por la independencia. Pero en LANZA Y SABLE la escisión entre los dos mundos está más subrayada aún por la circunstancia de ser completamente lineal la narración y haber interpolado el autor un capítulo entero (el XII) para marcar mejor la división y contraste por medio de una disgresión analítica sobre la personalidad de Rivera.

A partir del capítulo XIII, Estridor de espuelas, se retoma la narración. El mundo que ahora presenta Acevedo Díaz es el de las lealtades divididas. Aunque Paula es de familia colorada, se ha enamorado de Abel que es blanco. Este mismo habrá de enfrentarse en plena lucha con Ubaldo su ex-rival (colorado, ya se ha visto) y habrá de salvarle la vida, obligándolo a cambiar de divisa pare protegerlo. Más tarde, cuando Ubaldo es muerto en una refriega por un soldado de Rivera, será Abel el que lo vengue, incurriendo por eso mismo en el odio del General. Cuando Abel cae preso, Paula habrá de pedir infructuosamente a Rivera que le concede su libertad; serán los parientes y amigos de la muchacha los que se ingenien para hacerlo fugar. Blancos y colorados aparecen así ayudándose más allá de las divisas que los separan y los destruyen. Estas alternativas novelescas podrán parecer derivadas del folletín. Lo son, qué duda cabe, pero al mismo tiempo ilustran admirablemente la naturaleza cainita de esa época. Al levantarse el hermano contra el hermano no es de extrañar que los conflictos más íntimos se planteen en ese terreno de las lealtades divididas. Por eso mismo, no me parece nada casual que el protagonista de esta segunda parte de la novela se llame Abel.

Todo el desarrollo hasta la conclusión narrativa en el capítulo XXIV (Odisea de Abel) proyecta en términos históricos el conflicto que divide particularmente a los personajes. Por eso, Acevedo Díaz ha elegido para culminar la narración dos episodios muy significativos. En uno de ellos, el indio Cuaró (personaje que proviene de NATIVA y GRITO DE GLORIA, y que aquí cumple una función similar de acompañante del protagonista) se enfrenta con un joven rival en una refriega y lo mata. Su desazón es terrible al descubrir la identidad del muerto. Aunque Acevedo Díaz no lo revela de inmediato y sólo lo va dejando entrever de a poco, ese joven es Camilo Serrano, el hijo de Cuaró y la soldadera Jacinta. En los prolegómenos de la lucha civil, Acevedo Díaz se atreve a insertar ese brutal sacrificio como expresión simbólica de una contienda que hace volverse, enconada, la sangre contra sí misma. Otra vez cabe hablar de melodrama. En efecto, pero es el mismo melodrama que en Grecia utilizaron los trágicos y en Israel ilustraron las páginas terribles del Antiguo Testamento.

El otro episodio con el que realmente se cierra la novela es la caída de Paysandú. Pero Acevedo Díaz no quiere pacer partícipes a Cuaró, a Abel Montes y a Gasparito del espíritu de la derrota. Por eso los hace abandonar la ciudad y cruzar a la orilla argentina; los hace desterrarse para seguir luchando. La capitulación de Paysandú es sólo una tregua. Desde la barca que cruza el ancho río Uruguay, el indio Cuaró alza su brazo potente "cual si amenazara a un enemigo invisible con su puño de hierro, sacudiéndolo con fuerza hercúlea y dirigiéndolo siempre hosco y siniestro hacia la ribera que abandonaban". La cólera de Cuaró es la cólera del desterrado, pero es también la cólera del que ha dejado sobre esa tierra perdida el cadáver de su hijo, sacrificado por su propia mano. Como había hecho Ismael al huir del poder español y refugiarse en el monte; como hizo Luis María Berón al esconderse también en el monte, del ocupante brasileño, ahora Abel, Cuaró y Gasparito cruzan el río para encontrar refugio en la tierra vecina. En vez de hundirse en la verdadera matriz selvática de la patria, se exilan. Quedan con las raíces al aire, como quedó su creador después de haber perdido, por dos veces, la sierra natal. En el gesto de Cuaró hay una cólera que está muy viva aún cuando Acevedo Díaz traza esas páginas.

De esta manera, LANZA Y SABLE no se cierra con una capitulación sino que queda abierta indefinidamente hacia la perspectiva histórica de una continua guerra civil. Como pasaba en ISMAEL, como pasa en GRITO DE GLORIA (que culmina la acción iniciada en NATIVA), la conclusión de LANZA Y SABLE es también una página abierta hacia el futuro de sus personajes. Es decir (invirtiendo naturalmente los términos y la perspectiva de la narración) hacia el presente del autor y sus lectores.

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 

 


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